Espiando a Bea: 10 años después.

Quique.



Quique sentía el sudor resbalar por su espalda. El maldito aire acondicionado estaba roto. La verdad es que su oficina, justo encima del salón de baile, estaba hecha un asco. Ciertamente el local había conocido tiempos mejores. Y el mismo Quique también, pensó mientras sonreía con algo de resignado hastío.

Bea le había manifestado en más de una ocasión que tenía que reciclar el negocio. Potenciar la parte de bar e ir dejando un poco de lado la de escuela de baile. Concentrarse donde estaba la pasta e incluso desprenderse del local, que estuvo bien cotizado en los años del boom inmobiliario.

Solo había una cosa que le jodiera más que una mujer tratara de dirigirlo. Que ella tuviera razón.

¿Pero cómo iba a renunciar él a su modo de vida?

El salón de baile era lo que le daba la oportunidad de ligar, de ejercer de dueño y de macho alfa del cotarro. Era su “life motive”. Pero la jodida Bea estaba en lo cierto.

Todo había ido a menos... Incluido él mismo.

Seguía siendo un tipo atractivo y mantenía su sexto sentido, una habilidad especial para encandilar a las mujeres y llevárselas a la cama. Especialmente a las de su edad y a las maduritas. También eso le fastidiaba sobremanera. A él le gustaban jovencitas y espectaculares. Si podía elegir, modelos. Como Bea cuando se la ligó.

Suponía un reto, un placer y por supuesto una satisfacción para su ego, el poder disfrutarlas y exhibirlas.

Todavía se ligaba a alguna de vez en cuando, pero ya no podía elegir. Si las quería jovencitas, tenía que contentarse con aquellas más manipulables e impresionables. Quisiera o no, él ya pertenecía a otra generación dos puestos más arriba. Así lo veían las veinteañeras para su disgusto.

Por eso cada vez más se concentraba en las cuarentonas y en las de la treintena, aunque como buen depredador, no le hiciera ascos a alguna incursión más allá de los 50 o por debajo de los 30.

Casi en la cincuentena, estaba la mujer que tenía ahora contra la pared, subida en un pequeño escalón y con las piernas abiertas y bien apoyadas en el suelo. No era precisamente su tipo, a pesar de ser grandona y exuberante. Tenía formas abundantes, una cara bastante pasable en la distancia, pero qué vista de cerca mostraba las cicatrices de la vida. Con un carácter decidido y morboso.

Era esto último lo que la lo que le había ganado. Su insistencia. El constante flirteo que acabó desembocando en una propuesta explícita de sexo. Tan deseosa estaba, que no pudo evitar sentir curiosidad por lo que era capaz de hacer en la cama.

Y también tocó su orgullo de machito, cómo hubiera dicho Bea de haberlo visto. No se podía permitir dejar pasar frente a las demás una oportunidad de ese calibre, si quería mantener su reputación. Ella siempre tocando los cojones con sus alusiones a su carácter machista. Cuestionándolo donde más le dolía. Manifestándole su incapacidad para entender de verdad a las mujeres. Esas puyas eran algunos de los motivos que le habían impulsado a volver a su antigua vida. Eso y el órdago que le lanzó yéndose a Londres.

¿Qué coño se creía? ¿Qué iba a dejar de ser quién era para seguirla como un perrito faldero allí a donde ella quisiera ir?

¿Es que a ella no le había puesto caliente también su carácter y su físico? ¿No había buscado acaso satisfacer su deseo y obtener su protección cuando le había necesitado?

Todo eso ¿para qué? ¿Para luego cuestionarlo precisamente por aquello para lo que lo había buscado?

Sí, definitivamente, él no entendía a las mujeres. Solo entendía el juego que tenía que practicar para seducirlas. Sabía cómo llevarlas a su cama, pero no entendía ni de lejos cómo mantenerlas allí con el tiempo. Ni falta que hacía. ¡Al carajo con todas!

Estaba dispuesto a disfrutar y a hacerlas disfrutar. Como la madurita que lo estaba mirando con esos ojos de “te creías tú que te ibas a escapar”, mientras le chupaba de rodillas la polla provocándole esos sudores.

Cuando por fin se la sacó de la boca, se la había dejado totalmente húmeda y resbaladiza. Se dedicó a sí misma una sonrisa, como diciendo que lo que tenía entre las manos había superado sus expectativas. Y ahora tocaba a recibir su premio. Lo que ella había estado esperando sesión de baile tras sesión de baile, sin rendirse y sin abandonar. Como si hicieron algunas de sus amigas ante la indiferencia de Quique, que aparentemente las consideraba un plato fuera de su mesa.

Ahora se restregaba el pene duro por su rajita, frotándose el clítoris y jugando a intentar introducirse la punta.

Estaba muy mojada, tanto que Quique renunció a bajarse al pilón. A pesar de ello se la introdujo con cierta dificultad. Poco a poco, empezó un mete y saca empujando solo con sus caderas. La verga se deslizó cada vez con mayor facilidad, hasta que ella le agarro el culo con las dos manos y empujó hacia dentro, forzándola a clavársela entera. Luego, llevó una mano a su pubis y empezó a masturbarse.

Sus tetas, más que voluminosas, se movían con la paja frenética que se estaba haciendo. En la boca entreabierta asomaba la lengua, rogando que él, acercara la suya. Lo hizo, dándole un muerdo húmedo y profundo. Le temblaron las piernas que cada vez se tensaban más con el placer que le iba llegando.

Quique se limitó a dejársela metida y de vez cuando empujar al fondo de su matriz.

Ella estaba de puntillas y apoyándose en su culo, en un sándwich entre Quique y la pared. De vez en cuando relajaba las piernas y caía un poco, clavándosela todavía más.

Es curioso, puede ser que fuera por la postura, pero había esperado que una mujer alta y maciza como ella, tuviera una raja capaz de caberle el puño entero. Y sin embargo a su verga parecía costarle trabajo abrirse hueco y mantenerse dentro. Nada de esto parecía disgustar o causar dolor a su pareja, que cada vez aumentaba más el ritmo de sus jadeos y temblores. Notaba su mano presionar con fuerza el clítoris y moverlo frenéticamente.

El orgasmo vino de repente y sin avisar, con ella colgada de una mano de su cuello, buscándolo con su boca y dejándose caer en peso, para sentir su polla presionándola al fondo de la vagina.

Tuvo un squirt impresionante. Prácticamente se meó encima de él, empapándolo de jugos mientras la saliva rebosaba de la boca, cayéndole por la barbilla.

La guarrada hizo que se le pusiera aún más dura, pero siguió con ella dentro quieta, sin intentar follarla.

Después de correrse siguieron unidos. La respiración de ella se fue acompasando y regulando. Ronroneaba satisfecha abrazada a él. Finalmente Quique la sacó sin haber llegado a eyacular.

Ella hizo un gesto que le recordó a una madre regañando a su hijo. Esperaba que él también se corriera. Con una sonrisa se volvió a arrodillar. Mirándolo directamente a los ojos con un mohín lascivo, cerró los labios sobre la punta de su verga haciendo desaparecer el glande en la boca. Comenzó una chupada lenta, poniendo a trabajar su lengua y ganando poco a poco en profundidad, a la vez que con una mano pegada a sus huevos, masturbaba el trozo de falo que quedaba fuera de su boca.

Quique entornó los ojos. La verdad es que no lo hacía nada mal.

Empezaron a pasar por su mente muchas imágenes de muchos momentos vividos en el despacho. Esa pequeña oficina había ejercido de picadero. La verdad es que casi nunca la había utilizado para cerrar negocios o administrar su local. Todos los tratos y todas las decisiones se tomaban abajo, a pie de barra. Cuando subía a la oficina, simplemente era para descansar o para montarse la fiesta particular. ¿Cuántos polvos había echado allí? ¿Cuántas mujeres se había follado? ¿Qué espectáculos habían visto esas cuatro paredes? Él conocía todas las respuestas… a veces formando tríos, a veces solo mirando mientras ellas se enrollaban solas, viendo follar a algunos de sus amigos, alguna que otra orgía...

Es curioso, pensó. Nunca lo había hecho allí con Bea.

Es como si ella hubiera querido marcar la diferencia. Recordó la frase que en más de una ocasión le había dicho a modo de advertencia: yo no soy una de tus zorritas.

El tono había ido cambiando con su relación. Al principio se lo decía de forma casi cariñosa. Casi como un cumplido o un reconocimiento a su fama como don Juan. Casi como una petición para que la tratara bien. Luego empezó a parecerse cada vez más a un reproche. Y ya casi al final, pasó a ser una advertencia.

Bea, Bea, Bea... Pero ¿qué mierda hacia pensando en Bea? Estaba allí follándose a su última y fácil conquista, la tenía rodillada haciéndole una buena mamada, casi rindiéndole culto y no se la podía quitar de la cabeza. ¡Joder! ¿Pero qué coño le pasaba?

¿Es que ella tenía que aparecer siempre, incluso después de haberse ido?

Fornicando con otra y pensando en Bea. Qué ironía. Los primeros años luchando contra la tentación y los últimos siempre pensando en recuperar su vida de macho alfa. Arriesgándose y tratando de ocultar sus aventuras

Y ahora que era libre, cada vez que se enrollaba a alguna, no podía evitar compararla con su novia.

¿Era Bea su novia? ¿Lo había sido alguna vez?


Más de lo mismo. Era un recordatorio de lo que había significado en su vida aunque él se negara a asimilarlo. Quizás por eso volvía su mente una y otra vez a ella.

El cazador cazado. Le pareció increíble no haber olido el peligro con toda su experiencia. Al principio le apareció una más. Más guapa, más hermosa, con más clase que la mayoría de chicas jóvenes a las que les echaba el ojo. Pero al fin y al cabo, una muesca más en la culata de su revólver.

Lo habitual era que el interés descendiera conforme iba consiguiendo su objetivo. Una vez cobrada la presa, el juego termina. En muchos casos, incluso inmediatamente después de haberse acostado por fin con la chica, cuándo descubres que es simplemente otro polvo sin nada especial.

En otras pocas ocasiones, la relación se mantiene un tiempo, porque consiguen sorprenderlo o interesarlo. A veces simultaneando con alguna que otra conquista. La vez que más duró fue cinco meses con una chica extranjera. Su exotismo, su descaro, su falta de prejuicios (no era nada posesiva) lo permitieron.

Con Bea la relación comenzó simplemente por una atracción física. Le impactó y rápidamente la coloco en su radar. La cosa subió mucho de tono cuándo inicio un juego morboso, a pesar de estar viviendo con su novio. Incluso parecía que éste formaba parte del juego. Ningún problema para un Quique acostumbrado a navegar en aguas prohibidas.

Fueron tres meses de asedio, buscando resquicios, con labor de zapa y pico, hasta derribar la muralla. Y se sorprendió a sí mismo cuándo después de haberse cobrado la pieza, el interés no solo no disminuía, sino que simplemente no podía quitársela de la cabeza. Y más aún cuando ella, al contrario de lo que solía suceder después de un polvo genial, insistía en no volver a verlo.

Pero cuando Bea volvió a acudir a las clases ya supo que era suya. O eso creía. Porque casi enseguida comenzó a dejar de hablarle. Algo pasaba con Carlos.

¿En qué momento aquello dejó de ser un juego para convertirse en algo más serio?

Ese momento lo tenía muy claro. Se le aparecía continuamente.

Solo habían follado una vez y desde entonces ella le daba largas. Por Carol, con la que aún salía entonces, supo que Bea y su novio habían cortado. Debían tener problemas, aunque él no sabía si era porque conocía lo suyo. Bea le había preguntado al menos en un par de ocasiones si él se había ido de la lengua, muy preocupada.

Lo cierto es que estaba empezando a hartarse de las dos amigas.

Carol estaba cada vez más insoportable y no veía el momento de cortar con ella. Y Bea lo tenía exasperado. Por primera vez el confundido en una relación o lo que quiera que sea que había pasado, era él.

Y entonces recibió aquella llamada. Antes del amanecer. Le costó reconocer la voz cavernosa y tomada de Bea, que casi llorando le pedía por favor que fuera a recogerla.

Apenas le pudo dar un par de referencias pero resultaron suficientes para que la encontrara. Allí, en un portal, aterida de frio y con la mirada asustada. Se metió de un salto dentro del coche.

Su aspecto era horrible. Despeinada, con la pintura corrida y ojeras. Sin zapatos y con la ropa mal colocada, llena de arrugas y manchas extrañas.

Se le abrazo y él la mantuvo un rato entre sus brazos, mientras ella recuperaba la temperatura y el ánimo. Cómo si por fin se sintiera en un lugar seguro.

- ¿Qué te ha pasado? ¿Tengo que buscar a alguien? ¿Hay que avisar a la policía? Preguntó temiéndose lo peor.

Ella negó con la cabeza, convencida y segura de su afirmación.

- Solo llévame a tu casa.

- ¿No prefieres que vayamos a la tuya?

- No, no quiero volver allí. Por favor déjame quedarme en tu casa.

- De acuerdo no hay problema.

- Gracias.


Quique aún la mantuvo un rato más cogida, hasta que dejó de temblar. No se le escapó que no llevaba sostén, las tetas sueltas bajo el vestido. No podría asegurarlo pero al subirse al coche creyó ver que tampoco lleva bragas.

No hizo ninguna pregunta. Ni ese día ni ninguno después.

Condujo despacio hasta su casa.

Bea no dijo nada. Iba como adormecida. Pareciera que acaba de salir de una tormenta, empapada y helada y que por fin pudiera estar en seco y al lado de la chimenea.

Cuándo subieron a su apartamento no pareció importarle el desorden ni la suciedad. Solo una expresión de alivio en su cara. De pie en el salón, sin mirarlo, dejó caer el vestido a sus pies. Quique pudo apreciar entonces que no se había equivocado. Bea se mostró ante él desnuda completamente, antes de dirigirse al cuarto de baño.

Los ojos expertos pudieron observar algún que otro moratón, un par de arañazos y zonas rojizas en la piel. Rastros de la batalla. También algunos regueros secos de lo que parecía semen.

¡Dios! incluso así estaba guapa…

Pasó un buen rato hasta que preocupado decidió entrar al baño. Ella estaba sentada en la ducha, con el chorro dándole en la espalda. Ya no quedaban restos de gel. No parecía saber cuánto tiempo llevaba allí. La ayudó a levantarse y la envolvió en una toalla.

- ¿Podrás secarte sola?

- Si…creo…

- Si ves que te mareas llámame.


Quique le preparó una infusión con miel. La encontró en la cama, apenas tapada con una fina sabana y enroscada sobre sí misma. No pudo evitar la tentación de destaparla y admirarla. La piel de gallina la hacía más atractiva incluso. Esa debilidad, esa indefensión, despertaba en Quique su instinto de posesión, de deseo mezclado con afán de protección. Llevó la mano a una de sus caderas y la recorrió hasta llegar a uno de sus perfectos glúteos. Estaba como hipnotizado. Cuando las yemas de sus dedos se perdieron en la raja que separaba sus nalgas, Bea dio un respingo. Se apartó y le lanzó una mirada furiosa, mientras volvía a cubrirse.

- ¿Qué haces?

- Perdona, pero no he podido evitarlo. Eres tan hermosa.

- No quiero que me toque nadie ahora.

- No te preocupes, no volverá a pasar.


Ella lo miró interrogante. Estaba claro que no lo creía.

- Bea, perdona.

Trató de parecer todo lo arrepentido que pudo. No le costó mucho trabajo, realmente lo estaba. Y decidió que se lo demostraría. Se aplicó en los siguientes días a cuidarla. No la dejaba sola ni un momento. Descuidó la sala de baile y buscó mil excusas para darle de lado a Carol. Bea no se sentía con fuerzas para volver al apartamento que había compartido con Carlos y él no la presionó. Por primera vez con una mujer, el suyo no era un interés fingido. Realmente se preocupaba y estaba dispuesto a hacer cosas que no respondían a su provecho personal.

Fue lo más cerca que estuvo en toda su vida de ser una buena persona.

Y Bea reconoció el esfuerzo. Él le sirvió de refugio y de bálsamo. Aceptó su ayuda y acabó sintiéndose cómoda en su casa y a su lado. No hubo sexo. Un día ella se enteró que Carlos sabía que estaban juntos. Se lo contó con cierto aire de revancha. Al fin y al cabo, él estaba con su antigua amiga Nerea. Joder, esa sí que no perdía el tiempo. Aun recordaba la noche en que su novio la sorprendió en el club con Claudio.

Pocos días después, su ex abandonaba la ciudad. A Bea no se le escapaba la coincidencia. Estaba seguro que ella sentía cierta satisfacción porque se creía culpable de la marcha. Había sido demasiado para Carlos, que seguro que seguía “pillado” por ella. No había vacilado en dejar a su “nueva chica” e irse fuera una vez supo que Bea tenía nueva pareja.

Más complicado resultó explicarle a Carol la situación. Lo suyo nunca había tenido ningún futuro y ambos lo sabían, pero otra cosa era digerir que su amiga acabara liada con Quique. Más que por el corazón, ella se cabreó por orgullo. Estuvo una temporada sin hablarse con Bea. Pero Carol era Carol y pronto se sintió feliz de haber dejado aquella relación y emprender otras nuevas. Otras en plural, porque en aquella época estaba desatada y sin frenos.

En apenas dos meses ya había hecho las paces con su amiga. Con él nunca las hizo. De hecho, siempre trató de que Bea le dejara. Lo consideraba un mal compañero. Bueno, al final se había salido con la suya. Y quizás no le faltara razón.

- ¿Qué te pasa? ¿No te gusta? Pregunto la madura, un poco decepcionada porque no conseguía que él se corriera.

Quique volvió a la realidad.

- No es eso, lo haces muy bien cariño, solo es que la primera vez que lo hago con una chica que me gusta, me cuesta mucho llegar.

Si ella notó ironía en sus palabras, no lo demostró.

Tras sonreírle, se giró y le ofreció su culo, prieto y abundante. Se separó un poco los cachetes y Quique pudo observar una rajita húmeda y brillante que lo llamaba…
 
La verdad es que me cae bastante mal Quique y espero que Bea, para algo bueno que ha hecho, no lo estropee volviendo con este mal tipo.
Es el típico macho alfa que tiene el poco cerebro entre las piernas y claro, únicamente sabe utilizar eso. En la vida real hay de estos pero con el paso del tiempo la gravedad terrestre les afecta y los ánimos cada vez les cuesta más levatar.
Ahora bien Bea ......bufff aquella noche se perdió totalmente en el lado oscuro.
 
Carlos y Carol.





- Bueno pues aquí estamos,
dijo Carol para romper el hielo tras un corto y embarazoso silencio que siguió al abrazo que se dieron...

- Sí. Te veo bien Carol... Respondió Carlos tratando de halagar, pero sin comprometerse demasiado

- Claro que me ves bien, estoy un poco más gordita contestó ella con sorna.

- Bueno estás diferente... Pero me gusta la nueva Carol. Además no estás gorda, estás maciza que es distinto…

- Eso es verdad, menos loca que antes y con dos niños a cuestas, pero estoy maciza.

- Eso de menos loca habría que verlo,
rio él.

- Y tú ¿qué haces por aquí?

- Bueno ya te lo dije...trabajo.


Ella lo miro burlona...

- ¿Solo trabajo?

Carlos tardo un par de segundos en contestar. Lo suficiente para que ella fijara la vista directamente en sus ojos, consciente de que se estaba pensando la respuesta.

- ¿Vas a pedírmelo?

- ¿Perdón?

- ¿Que si vas a pedírmelo?

- No te entiendo Carol…

- Sí que me entiendes, no te hagas el loco…
Carol frunció el ceño disgustada porque Carlos le negara lo evidente.

- No me tomes por idiota, se por qué me has invitado a tomar un café. Y no es solo para saludar a una vieja amiga de la pandilla.

- Muy bien, tienes razón. Me apetecía verte después de tanto tiempo, pero es cierto, hay algo más.

- Ves, ya nos vamos entendiendo…
ahora ella sonreía. Había ganado el primer round y la cosa se ponía interesante: ¿a qué lo adivino?

- Prueba…

- En realidad quieres noticias de Bea. Me vistes ayer y no pudiste evitar la tentación de saber de ella. Por eso hemos quedado. Quieres que te ponga al día.

- Vaya, pues…te equivocas.


Carol compuso un gesto de auténtica sorpresa.

- ¿Me equivoco? Preguntó con incredulidad.

- Si. Tengo curiosidad claro, pero ese no es el motivo. En realidad lo que quiero es pedirte un favor.

Carol enarcó las cejas. Ahora sí que estaba del todo descolocada. Lo invitó a seguir con un gesto de la mano.

- Necesito que convenzas a Bea para que se reúna conmigo. Por favor.

- ¿Ahora quieres hablar? ¿Después de todos estos años?

- Si.

- Pues no sé si ella va a querer…

- Por eso recurro a ti, Carol.


Ella se echó hacia atrás y resopló con fuerza.

- Creo que vamos a necesitar algo más fuerte que un café…



Una hora después, Carlos caminaba hacia el hotel.

Iba razonablemente contento. Había manejado bien la situación. Sus dos objetivos podían darse por cumplidos: conseguir la ayuda de Carol y sacarle información de Bea.

Respecto al primero, su ex amiga se mostró recelosa.

- ¿Por qué ahora? Podíais haberlo hablado cuando todo sucedió.

- Carol, estebábamos en carne viva. No podía, al menos yo. Dolía demasiado. Ninguno de los dos nos hubiésemos escuchado.

- Pero esperar tantos años…Bea te hubiese cogido el teléfono. Un tiempo después. Estoy segura.

- No me sentía con fuerzas. Sé que seguía con Quique. No podía, en serio. Me era imposible hablar con Bea todo lo que necesitaba decirle sabiendo que estaba con él.


Ella movió la cabeza adelante y atrás como afirmando…

- Eso quiere decir que te has enterado que han cortado ¿no?

Carlos la miró con una media sonrisa y no contestó.

- ¿Cómo lo has sabido? Insistió… ¿Nerea?

- Eso no importa. Solo importa que tenemos una conversación pendiente, nos la debemos ambos. Y ha llegado el momento…
cambió de tercio hábilmente Carlos…

- Mira, Bea es mi amiga, ya lo sabes. No quiero participar en una encerrona ¿Qué es exactamente lo que quieres hablar con ella?

- Tranquila Carol. No va a ser nada violento o de reproche. Necesito pasar página y estoy seguro de que ella también lo agradecerá. Solo se trata de tener la conversación que no tuvimos en su día. Por mi culpa o la suya, eso ya no importa. Lo importante es que ahora podemos hablar como personas de lo que pasó y cerrar de una vez el ciclo. Ser libres de verdad. Estoy seguro que me entiendes. Y si se lo dices así a Bea, también ella lo hará. Te aseguro que no tengo intención de hacerle daño. No después de tanto tiempo.

- No puedo prometerte nada…
contestó aun vacilante…

- Me vale con que lo intentes.

- Se lo diré.

- Gracias Carol.


Y respecto al segundo objetivo, también supo jugar sus cartas. Lanzando como cebo algo de información suya, de cómo había pasado sus últimos años, consiguió atraer la atención de Carol. Igualmente con unas comprometidas preguntas acerca de su relación con Nerea. Sin llegar a contarle que aun mantenían el contacto, pero siendo sincero en como acabaron acostándose juntos. Explicándole lo que sentían. La mezcla confusa y brutal que los llevó a asociarse frente al dolor. Pero evadiendo siempre la cuestión fundamental: ¿por qué se fue Carlos de casa?

No quería tener que explicar que sabía de lo Bea y Quique. Carol parecía intuirlo, pero tuvo la certidumbre de que su exnovia no le había contado nada a su amiga.

Una vez mordido el cebo, no resulto difícil dar un golpe de timón a la conversación antes de que entrara en derroteros complicados para él. Quería saber de esos dos como pareja. Y encontró la llave para ello. Quique le caía fatal a Carol y se mostró encantada de criticarlo defendiendo a Bea.

Un caradura. No sabía que había visto Bea en él, ni cómo consiguió llevársela a casa.

A esas alturas iban por el segundo gin tonic y bourbon, respectivamente.

Al tocar el tema de Quique, a ella se le desató la lengua. Como si por fin encontrara a alguien con quién desahogarse. Se ve que era una cuestión que había sido importante para ella, pero que no había podido compartir con Bea. No al menos en toda su extensión.

Al fin y al cabo Bea y Quique habían sido pareja. Pero con Carlos era distinto. Alguien con el suficiente conocimiento y confianza de lo que ellos fueron años atrás, pero con la suficiente distancia actual.

- Oye ¿Pero tú no salías con Quique? ¿Cómo te sentó que se liara con Bea?

- Pues mal, cómo me iba a sentar... Pero realmente, si te soy sincera no me importaba. Ese tipo sólo fue un capricho, un capricho tonto y estúpido que no se mereció ni uno solo de los días que le dediqué.
De hecho discutíamos más que hablábamos. Íbamos a cortar, eso estaba claro. Lo que me sentó mal fue que se enrollara con Bea. Hubiera preferido dejarle yo. Y además aparte de mi orgullo, ¡joder! ¿Tenía que ser con Bea?

- Era consciente que me acaba de quitar un gilipollas de encima, pero se iba a enrollar con mi mejor amiga. El cabreo se me pasó pronto, pero yo sabía que le iba a hacer daño. Por eso no podía ni verlo. Fíjate que si hubiera sido otro tipo de persona, hasta probablemente me habría alegrado por ellos.


Lo que Carol no acababa de comprender, era como habían durado tanto. Bien es cierto, que aunque prolongada, su relación nunca había sido de pareja como tal. Cada uno tenía su propia casa, hacían vidas distintas y pasaban largos periodos de tiempo separados, como aquellos dos años que Bea se fue a Londres.

Además, su amiga estaba convencida, al menos al principio, que Quique había cambiado. Carol dudaba mucho que eso fuera cierto, pero sí que parecía que esos dos estuviesen enamorados. Solo lo parecía, porque ella estaba segura de que Bea no sentía por él ni la mitad de lo que había sentido por Carlos.

Al llegar a este punto, no pudo evitar revolverse inquieto en la silla. Debió pasar desapercibido para Carol, que continuó como si no hubiese pronunciado esas palabras.

Si, ella estaba convencida que Bea sentía alguna especie de gratitud hacia Quique (todavía no entendía por qué). Y también bastante de atracción. Una atracción casi animal. Eso podía comprenderlo, porque el tipo sabía cómo satisfacer a una mujer…

Esta parte gustó bastante menos a Carlos que seguía con el corazón en un puño lo que una desinhibida por el alcohol Carol, le iba contando.

Respecto a Quique, era indudable que Bea le había impactado. Pero su condición era la que era, los tipos como el no cambian. Lo de los primeros años fue un espejismo. Lo que duró la ilusión de la pasión. Bea no era el tipo de mujer que se somete o que acepta una relación como la que Quique quería.

- Al final sucedió lo que tenía que suceder. Lo extraño es que no pasara antes. No lamento el no haberme equivocado. Solo el tiempo que mi amiga ha perdido con ese gilipollas.

- ¿Y tú? ¿Alguna relación en este tiempo?

- Nada serio. Muy volcado en el trabajo y con ritmo de vida que no deja espacio más que para alguna que otra aventura…
ahí Carlos no mentía.

Llegó a la puerta de su hotel.

Bueno, el envite estaba echado ¿aceptaría Bea la apuesta?
 
Para mi Bea es una Alba.... pero llevada al extremo!
Yo creo que Alba es bastante peor.
Al fin y al cabo, aunque ha hecho una estupidez ahora mismo está libre.
Mientras que Alba tenía un novio al que se supone que ama, aunque de una forma extraña.
 
Cuatro cenas: Javi y Ana.



- Hoy he visto tu ex.

- ¿A mí ex?
Javi miraba sin comprender a su mujer. Se quedó como un bobo con la cuchara a mitad de camino de la boca.

Ana hizo un gesto como de fastidio.

- Pero qué tonto eres ¿no sabes a quien me refiero?

Un par de segundos después se hizo la luz: a Nerea, ha visto a Nerea.

- ¿Nerea?

- Sí hijo sí. Y está embarazada ¿lo sabías?

- No, no lo sabía.


Javi siguió comiendo como si nada. Una vez resuelto el acertijo, pareció perder el interés.

- ¿Hablaste con ella?

- No. ¿Por qué? ¿Habría tenido que hacerlo?

- No sé, como has dicho que la has visto...

- Sí, pero ella a mí no me ha reconocido. Creo. ¿Tú la hubieras saludado?


Javi pareció pensárselo.

- ¿Por qué no? Sí claro, la hubiera saludado.

- ¿Ya se te ha olvidado lo que te hizo?

- No. ¿Cómo puedes pensar que esas cosas se olvidan?


Ella lo miró interrogante.

- ¿Y entonces?

- Y entonces ¿qué?... De eso hace ya mucho tiempo, Ana.

- Menudo putón. Una mujer que hace algo así...

- Mira déjalo. Ya bastante vueltas le di en su día. Eso ya es agua pasada.

- Joder, pues sí a mí me lo hicieras, aunque pasaran 10 años cada vez que te viera se me revolverían las tripas.

- Pues entonces peor para ti.


Ana le echó una mirada dura. Javi suspiró y dejó los cubiertos encima de la mesa. Al final había dicho lo que no quería decir y estaban hablando de lo que no quería hablar.

- Mira Ana, lo que quería explicar es que ella ha rehecho su vida. Y yo la mía. Yo ya no sufro por lo que pasó, lo he superado. Y para superar estas cosas hay que dejar de odiar. Si no odias no te importa y si no te importa no te duele. Es sólo una cicatriz y ya está. Que dolió cuando me hice la herida y también cuando me la tuvieron que curar. Tú me la curaste. Ahora ya solo es una sutura que no duele.

- Te estoy muy agradecido por aparecer en mi vida, te quiero y nos va genial. Y sabes ¿por qué? Porque no dejamos que nada nos afecte. Estamos tú y yo y los demás no importan... ni el pasado tampoco.

- Acordarme de Nerea para hacer reproches o criticar no me hace bien. Prefiero pensar que si alguno de los dos tiene remordimientos de vez en cuando, es ella. Y si te soy sincero a estas alturas ya no me importa. No le deseo ningún mal. Por mi parte ya está todo perdonado porque no puedo ni quiero seguir con esa herida abierta.

- Pero eso ya lo hablamos ¿verdad cariño? este capítulo está ya cerrado.


Ella desvió la mirada al plato. Tuvo que reconocer que su marido tenía razón. Pero aunque no conociera personalmente a Nerea, solo de vista, no podía evitar que le cayera mal.

- Menuda madre va a ser... Espero que como tú dices haya cambiado...

- No tiene nada que ver una cosa con la otra. Mira, no se me había ocurrido pensarlo pero creo que sí, que ella va a ser una buena madre...


Nueva cara de asombro de Ana

- La defiendes

- No, solo trato de tratar las cosas como son, sin filtros. Sin que me influya ni lo malo ni lo bueno y lo cierto, es que creo que puede ser una buena madre. Te vuelvo a decir que una cosa no tiene que ver con la otra. Se puede ser una persona infiel y sin embargo darlo todo por tus hijos.


- No sé Javi es que... Joder, que me cuesta trabajo verte así tan tranquilo. Hablando de este tema y defendiéndola con todo lo que te hizo pasar. Todavía me acuerdo cuando nos conocimos: estabas hecho una mierda y eso que hacía ya más de un año

- Precisamente por eso no quiero volver a estar igual. Lo superé gracias a ti. Nos conocimos y aquí estamos. Hacemos buena pareja ¿verdad? nos va bien…Entonces: ¿porque tendría que enfadarme? Mira, si eso te reconforta, estoy seguro de que ella lo ha pasado bastante peor que yo. Al fin y al cabo lo mío duró apenas un año pero yo creo que ella todavía se siente culpable. Es posible que esto la acompañe toda la vida.


Ana alargó la mano y acarició la de su chico. Tenía razón. Siempre la tenía cuando hablaban de esto. No sabía por qué este tema la afectaba tanto. Una historia de infidelidad de antes de conocerlo que él ya había dado por cerrada. Y sin embargo a ella la sublevaba. Quizá fuera por el daño que habían causado a la persona que amaba aunque fuera en pasado. Pensó en Nerea embarazada, y se preguntó que no sería capaz de hacer ella por un hijo. Estar enamorado era una cosa, hacer tonterías con el sexo otra y desde luego, ser madre era algo muy distinto. Si, Javi tenía toda la razón. Quizás no estaba juzgando adecuadamente como madre a Nerea…

Suavizó el gesto y acompaño la caricia con una sonrisa que su chico le devolvió…todo estaba bien.

- En vez de pensar en los demás deberíamos darle una vuelta a lo nuestro…

- ¿Ah sí? Y ¿a qué concretamente?
Preguntó juguetona Ana.

- A que igual es ya hora de que tú también te vayas quedando embarazada…no acabamos de ponerle fecha a ese tema…

Pues sí, ya tenían decidido que querían ser padres, pero siempre iban demorando el momento de intentarlo.

Ana sintió un cierto vértigo y un cosquilleo en su pubis. De alguna forma su enfado se estaba convirtiendo en excitación. De pronto sintió mucho calor. Un sofoco la invadió cuando se imaginó con el vientre abultado, con Javi rodeándola con sus brazos a la vez que le besaba el cuello. Sus manos acariciaban con suavidad su barriga y de ahí, iban a los pechos abultados y sensibles. Un ligero apretón y unas gotas de leche brotaban de sus pezones.

Empezó a mojarse. Se sentía muy turbada por esas imágenes que de golpe le habían asaltado, y por el efecto que estaban provocando en ella.

Se limpió los labios con una servilleta y se puso de pie. Sin dejar de mirar a Javi, que la observaba entre divertido y expectante, caminó alrededor de la mesa. Cuando llego a su altura, el camisón y las bragas habían caído ya al suelo.

- Así que…quieres dejarme encinta…

- Bueno, cariño ya lo habíamos hablado antes ¿no?...lo único es que…

- Para eso tendrías que echarme un polvo a pelo…
le interrumpió ella situándose entre él y la mesa. Se sentó en el borde y empujando los platos y cubiertos con el culo, se hizo sitio encima de la misma. Ya sabes, follarme sin el condón y correrte dentro esta vez. Y luego dejarla un ratito para que tu semen llegue a donde tiene que llegar. Y quizás más tarde tendríamos que volver a insistir. En la cama, más cómodos.

Ana se echó hacia atrás y subió las piernas, apoyando los talones en el mantel. Las separó lentamente, ofreciendo a Javi una visión directa de su sexo, ya brillante de humedad.

Él desplegó una sonrisa boba, asombrado una vez más de la capacidad de su mujer para pasar del disgusto a la excitación en tan solo un momento. Notó como el pene crecía en su entrepierna, en una erección que pronto se transformó en algo brutal, animal. Supo que iban a follar allí mismo, que no llegarían a la habitación. Liberó su miembro y tiró de los muslos de Ana hacia sí mismo, haciéndola resbalar hasta que su culo quedó en el borde de la mesa y su coñito entro en contacto con su glande. Ella lo recibió muy mojada y con el pulso alterado. Se abrazó a él y buscó su boca.

Iba a ser un polvo de esos muy especiales…y también una noche muy larga…
 
Que bueno lo que dijo Javi
-"Si no odias no te importa y si no te importa no te duele"-
Excelente @luis5acont, como siempre tus relatos impactan!!!. y muchísimas gracias por deleitarnos con tus escritos. Insisto que lo leí hace mucho pero me sigue encantando y a pesar del tiempo, sigue enganchando
 
Cuatro cenas: Carol y Felipe.



Carol estaba pletórica.

Se sentía guapa, desinhibida y sexy.

Todo estaba saliendo a pedir de boca. Estaba disfrutando de lo lindo de la cena y eso que lo interesante aún no había empezado. Faltaba la parte más importante de todas: el sexo.

Esa sería la guinda del pastel.

Pero lo cierto es que estaba saboreando los entremeses y los preliminares. Ella era la protagonista absoluta de la cita.

Jugaba con Felipe y se divertía a su costa. Por unos momentos, sintió que había viajado en el tiempo atrás y que volvía a ser la Carol alocada, desquiciante, manipuladora y sensual que volvía locos a los hombres.

Una minifalda no demasiado corta, que le daba un toque elegante al estar rematada por unos zapatos negros de tacón. Medias negras entallaban sus piernas y una chaqueta, que con la excusa de que podría hacer una noche fresca, la tapaba hasta el cuello.

Elegante y casi rayando en la formalidad.

La sorpresa vino cuándo se subió en el coche de Felipe. A su lado, en el asiento delantero. La falda retrocedió muy atrás como si encogiera, mostrando un liguero de encaje oscuro a medio muslo. Carol observó divertida como se le iban los ojos a Felipe y, traviesa, decidió completar un poco más el movimiento. La falda no había subido sola lo suficiente, así que aprovechando un vistazo suyo al frente, tiró de ella un poco más. Unas bragas de lencería negra asomaron entre sus muslos. Estuvieron a punto de estrellarse cuando Felipe dio un volantazo. La lencería negra con ribetes le había hecho imaginar, al verla por el rabillo del ojo, que iba desnuda. Necesitó tres o cuatro miradas aun, poco disimuladas, para darse cuenta que estaba enseñando las bragas y no su coñito.

Apenas hubo contacto. Solo cuando la tomó de la mano al llegar al restaurante y la ayudó a bajar del coche. Ella siguió jugando con él. Le retiró el brazo cuando fueron a entrar al restaurante situado a unos treinta metros de distancia. Sitio discreto y me mesa todavía más discreta, en un reservado mirando al mar. Una pequeña habitación donde solo estaban ellos. Únicamente al quedarse a solas, le permitió de nuevo alguna confianza, algún acercamiento. Entonces vino la segunda parte, cuando se quitó la chaqueta abotonada hasta arriba y mostró un vestido de tirantes, que dejaba sus hombros al aire y un escote que a poco que se inclinaba sobre el plato, le permitía a Felipe verle hasta casi el ombligo.

Las miradas, las frases insinuantes y la conversación, contribuyeron a envolver aún más a su presa en la tela de araña. Carol hasta se sintió un poco decepcionada por lo fácil que estaba resultando todo. Jugaba con Felipe igual que un dueño juega con su perro, lanzando la pelota a un sitio y a otro, para que vuelva siempre con ella en la boca.

Era tan divertido... La Carol de hacía años había vuelto.

Vamos a hacer una diablura más… pensó.

- ¿Y tu mujer?

- ¿Cómo dices?

- Tu mujer Felipe ¿dónde le has dicho que ibas esta noche?

- Le he dicho que tenía una cena de empresa con un proveedor…
comentó despreocupado, como si el asunto no fuera importante para él… no sospechará nada, lo hago muy a menudo.

- Así que estás muy a menudo con proveedores.

- Pues la verdad es que sí. Con temas de trabajo de verdad, no con reinas como tú, qué estás para comerte esta noche. Y por cierto: ¿y tu marido? ¿Dónde le has dicho que ibas? …
contestó tratando de devolverle la pelota a su campo. Último intento de reacción que gustó a Carol. Eso está bien, no le apetecía que la cosa fuera tan fácil. Quería un poco más de diversión. Algo de pelea por su parte, para animar el encuentro.

- Está de viaje. No vuelve hasta el sábado por la mañana.

- Viaje de trabajo supongo...


Vaya con Felipe, así que él también sabía morder...

- Sí, está en Madrid.

Eso era cierto, pensó para sí misma… y también que esta noche estaría reunido con clientes. Otra cosa era, por qué no volvía el viernes por la tarde. De sobra sabía ella, que no había reuniones los viernes por la noche y que si su marido se quedaba hasta el sábado por la mañana, era por otros asuntos. Asuntos de faldas, seguramente. Ya hacía tiempo que había dejado de discutir, o de molestarse, o de interesarse. Lo importante es que ahora le tocaba a ella. Ese leve regusto de rencor quedó ahogado en un sorbo de vino blanco. Y también en la promesa de una noche de sexo duro y contundente con el tipo al que tenía loco, así que Carol volvió rápidamente tu atención a Felipe. Evitando quedarse descolocada: No guapo, no. Al que voy a terminar de descolocar es a ti.

Felipe dio otro trago y no pudo evitar mirar a su escote de nuevo.

Ella echó un vistazo hacia la puerta del reservado. Acababan de encargar la comida y no era probable que volviera el camarero en unos minutos. Se llevó la mano a la abertura que seguía siendo el objeto de atracción de Felipe y le dijo:

- ¿Te gusta la lencería que me he puesto?... mientras tiraba un poco hacia abajo de la tela. Un sujetador también negro hizo su aparición.

Felipe casi se atraganta.

- Claro, es muy bonito

- Sí pero ese es el problema, que es bonito pero no cómodo. Mira como me tiene de irritado el pezón... Y eso que me ha costado caro...


El sujetador apenas podía contener los pechos de Carol, a la que bastó un leve movimiento para hacer saltar uno de ellos fuera. Luego pasó el dedo por el pezón, que reaccionó al instante irguiéndose. Una tetilla igual que la aureola, muy oscura, en claro contraste con la piel blanca de su dueña.

- ¿Sabes qué? Creo que me lo voy a quitar...

Carol se desabrochó el sujetador y lanzó una especie de suspiro de alivio.

- Así está mejor, aunque ahora me hace cosquillas la tela… dijo mientras movía sus pechos, que se marcaban claramente a través del raso del vestido.

Le alargó la pieza de lencería a Felipe:

- ¿Me la guardas? mi bolso es muy pequeño...

Felipe la tomó y se la metió en el bolsillo de la chaqueta. Sudaba copiosamente. Estaba consiguiendo ponerlo muy, muy nervioso.

Sonrío satisfecha. Todavía le quedaba noche para divertirse provocándolo.

Dos horas, una botella de vino, un licor y dos gin tonics después, Felipe para el coche en un solitario mirador, apenas a doscientos metros del restaurante.

- Hay luna y el mar está precioso ¿te apetece echar un vistazo?

Ella lo miró y sin decir nada se bajó del coche.

Se acomodó sobre el capo separando un poco las piernas.

Felipe se situó frente a ella rompiendo por fin la distancia de seguridad. Se aproximó hasta que los dos cuerpos establecieron contacto, sin que esta vez Carol lo esquivara.

- ¿No miras el mar?... Esta noche está precioso... Comento burlona ella, mientras dejaba caer los tirantes y sus pechos quedaban al aire...

- Tú eres mi mar esta noche...

- Qué poeta...
río ella ante el intento de alabarla. Y a mí que me parece que has parado porque eres incapaz de conducir con esto así... Dijo mientras posaba la mano en su entrepierna...Tú no llegas al hotel.

- La verdad es que sí, tenía miedo de que nos estrelláramos...

- Bueno pues entonces habrá que hacer algo al respecto...


Felipe acercó sus manos a esos pechos que lo tenían como hipnotizado, pero Carol le agarró por las muñecas evitando el contacto. Luego se dejó caer hacia abajo, quedamos en cuclillas. Le desabrochó la bragueta a Felipe y con habilidad liberó su verga. Era de un tamaño considerable y estaba dura como el metal. La presionó y unas gotas de líquido resbalaron por el falo hasta pegarse en sus dedos.

¡Dios, qué ganas tenía de follar! ¡Ahora ella era la que se mojaba!

La sujetó por detrás y mirándolo fijamente, empezó a besarle los testículos. Besos suaves, presionándolos con los labios. Luego, saco la lengua, jugueteó un poco y finalmente lamió el falo, recorriéndolo entero de abajo hasta la punta, en la que se entretuvo con su lengua.

A pesar de ser un tipo compacto y fuerte, notó cuando le temblaron las piernas, una vez cerró los labios entorno al glande y comenzó a chupar. Con bocanadas lentas y profundas. Intentando introducírsela entera. Cuando se le aceleró la respiración dejó de succionar. No quería que se corriera tan rápido.

Se incorporó a la vez que pasaba las manos por su vientre y pecho. Acercó los labios y le dio un húmedo beso con lengua. La boca aun le sabía a verga y ese beso compartido la puso todavía más cachonda. Felipe le agarró los glúteos y la atrajo con fuerza. Pero ella puso las dos manos en el pecho y empujó hacia atrás, consiguiendo separarse.

Se apoyó de nuevo en el coche y se arremangó la falda.

- Quítame las bragas.

Felipe se arrodilló, pegada su cara al pubis. Se regodeó en la cercanía del objeto de su deseo, en su olor, en el bulto que formaban las braguitas marcando sus labios, en la mancha de humedad…bajó las bragas hasta los tobillos. Carol se deshizo de ellas, levantando un pie cada vez.

- Guárdatelas con el sostén, no quiero que se llenen de tierra.

Felipe volvió a obedecer, para delectación de Carol, metiéndoselas también en el bolsillo de la chaqueta. Luego, comenzó a lamer. Al principio jugando con la lengua sin mucho orden ni concierto. Después, dejándose llevar por los gemidos de ella, que se acentuaban cuando tocaba en los sitios adecuados.

Diosssss ¡que mojada estaba! No había imaginado que todo pudiera ir saliendo tan bien. Morbosa cena, Felipe desatado pero obediente, ella manejando toda la situación…decidió que sería allí, de pie y frente al mar. En plena naturaleza y exponiéndose a que alguien llegara y los viera…eso añadía morbo al asunto. Seria allí donde follarían por primera vez.

Asió del pelo a Felipe y lo obligó a soltar su fruta, que él comía con fruición. Tenía la barbilla brillante de sus flujos. Se sentó en el borde del capó y separó bien los muslos para que el pudiera contemplar bien su coñito, completamente depilado para la ocasión. Se separó los labios e introdujo un dedo en la vagina, hasta el fondo, sin apenas dificultad.

- Mira como me tienes… ¿no vas a hacer nada al respecto? Lo desafió.

Suficiente ya para un Felipe encelado, que la embistió sin contemplaciones. Un poco bruto pero a Carol le gustó. Necesitaba sensaciones fuertes, y después de todo, ella lo había llevado a ese punto. Cerró las piernas en torno a su cintura y se dejó poseer hasta que llegó el orgasmo. Fue compartido, porque al sentirla contraerse de gusto, Felipe no pudo aguantar ni un segundo más y se vació entero dentro de ella, oleada tras oleada de semen.

Permanecieron pegados un largo rato, oyendo el ruido y tenuemente iluminados por las luces de los vehículos que de vez en cuando circulaban por la carretera próxima. Solo cuando recobraron totalmente el pulso normal, él sacó la verga de su vagina, dejando un rastro de semen en la pulida superficie del vehículo. Carol todavía expulsó un poco más, formando goterones entre sus piernas. Se levantó con cuidado de no arrastrarlo con el culo ni los muslos.

Tras limpiarse con unos cleenex, ella se recompuso, asegurándose que aunque denuda debajo de la ropa, todo estaba en su sitio.

- Esa habitación que has reservado ¿tiene una buena cama?

- Es una suite. Lo mejor para ti cariño. Cama e incluso hidromasaje, por si necesitamos relajarnos un poquito.

- ¿Relajarnos? No te quiero yo a ti relajado. Vamos, que todavía nos queda mucha noche,
contestó ella provocadora mientras se introducía en el coche.
 

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