Eva, estudiante promiscua

Abel Santos

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A la vista de que mi relato LA CHICA DE LA GUARDERÍA ha tenido muy buena recepción, a continuación publico otra de mis historias, que espero os guste igualmente.

EVA, ESTUDIANTE PROMISCUA

Jose conoce a Eva, la más golfa de la Universidad. Pero ni loco quiere meterse entre medias de sus dos novios, Mario y Juanse. Un día, en la celebración tras un examen, la chica le tontea fuerte y decide follársela y que pase lo que tenga que pasar. Solo al final descubre el morboso secreto de la chica...

Cualquier comentario será bienvenido y respondido si viene al caso. (y)

Espero que la disfrutéis... :tetas2::follar1::lamidaculo1:

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CAPITULO 1

Acababa de cumplir los veinte años, estudiaba el cuarto de mi carrera de Ingeniería en la Universidad Politécnica de Madrid y, como tantos otros, conocía de vista a Eva, la chica más guapa y provocativa de la Escuela y posiblemente de todo el campus.

Eva era una chica algo mayor que yo, quizá veintiuno o veintidós. Era asturiana, aunque alguien se había equivocado de geografía y la había apodado la gallega. De cualquier manera, el apodo que mejor la definía era la Barbie.

La Barbie era la chica más deseada por todos los babosos de la Escuela y creo que no necesitaré muchas palabras para describírosla, su apodo lo dice todo: rubia natural y de larga melena; fina de tipo pero de formas rotundas; tetas medianas, de las que caben en una mano; altura también media, uno sesenta y muchos; ojos azules oscuros y profundos. Entre todo ello, lo que más resaltaba en su rostro eran los labios sonrosados y carnosos y su sonrisa perpetua, una risa blanca y de dientes pequeños que podían enamorarte si te miraba a los ojos mientras sonreía.

No había tío en la Escuela que no la amara, deseara o, al menos, que no quisiera tirársela. Muchos, según los rumores, lo habían conseguido, aunque esas cosas se suelen afirmar de los bombones de todas las universidades del mundo. Incluso de las chicas más puritanas y estrechas que te hayas echado a la cara.

Eva, como buena Barbie que era, tenía un novio Ken. Este Ken en realidad se llamaba Mario y era un compañero de clase muy pijo y guapetón, que conducía un descapotable y vestía ropa de marca desde los calcetines hasta las gorras deportivas. Y, en este caso, sí era cierto que la tenía bien follada. No, no lo digo por decir, ella misma lo comentaba a quien quisiera oírlo.

Y eso no sería nada especial si no fuera porque la Barbie tenía un novio «de verdad». Se llamaba Juanse y vivía en su ciudad natal: Oviedo. Porque Eva no era madrileña, como he dicho, y solo pensaba quedarse en Madrid mientras estudiaba la carrera. Luego se volvería con Juanse a su tierra y allí formarían una familia llena de niños. Esto era también cosecha de ella misma.

Vamos, que Juanse era el novio «oficial» y Mario el que se la follaba. Al menos cuando residía en Madrid durante el curso académico. Todos suponíamos que en Oviedo se la follaría Juanse, pero ese extremo nadie pudo confirmarlo. Quizá allí hubiera algún otro que le apagara las calenturas, haciéndole crecer los cuernos aún más a Juanse de paso.

En fin, que en esas andábamos cuando la chica se cruzó en mi camino. Y entonces fui yo el que consiguió tirársela. En buen orgullo tengo aquel polvo, porque ocasiones como la que se me presentó con la Barbie solo aparecen una vez en la vida. Y a fe que no la dejé escapar.

Pero empecemos por el principio.

*

La tarde en que empezó mi aventura con Eva era un viernes de examen. Mediaba ya junio y hacía calor. Las ganas de vacaciones eran patentes entre los compañeros de clase y nuestra cabeza estaba centrada en cualquier cosa menos en los libros.

La prueba terminó a las ocho en punto. A la puerta del aula se formaron los corrillos en los que se comentaban las preguntas que habían caído, las posibles soluciones, los puntos de vista de cada uno, y todas esas cosas que podéis imaginar.

Se discutía a voz en grito cuando en algún punto no nos poníamos de acuerdo sobre la respuesta correcta. Todos queríamos llevar la razón. Pero yo sabía que solo una facción de los revoltosos estaría en lo cierto y se llevaría el gato a su sardina. Y con ello, quizá el aprobado del trimestre o, incluso, de la asignatura. El resto de las facciones tendría que repetir.

Sobre las ocho y media apenas quedábamos colegas en el vestíbulo de la Escuela. Alguien propuso ir a celebrar el examen a la cervecería donde solíamos quedar en ocasiones parecidas. Cansado por haber estudiado hasta la madrugada la noche anterior, intenté escabullirme.

No lo conseguí, por supuesto. Y debo añadir que por suerte, a tenor de lo que ocurrió horas después. Todo el mundo se opuso a que me marchara. No porque fuera un tipo popular, ni mucho menos. Lo que ocurría es que yo era de los pocos que teníamos coche. Y, aún mejor, aquel día había dejado mi viejo «pelotilla» en casa —en el taller, en realidad— y había acudido al examen en la furgoneta de mi padre. Todos sabían que en aquel «cacharro» de asientos corridos podíamos entrar hasta cinco personas —seis o siete si nos apretábamos.

Me puse serio y conseguí que solo me colocaran a cuatro, aparte de mí. En total, éramos tres chicas y dos chicos. En el otro coche de que disponíamos se metieron otros cinco, entre ellos Eva y su novio Juanse, que había viajado a Madrid para pasar con ella unos días. Los dos chicos del grupo que no consiguieron plaza se tuvieron que conformar con viajar en autobús.

Por cierto que, Mario, el «amante» oficial de Eva, se excusó y se largó en solitario con su descapotable a una supuesta fiesta con amigos. Aunque «todos» sabíamos que se excusaba porque no quería sentarse a la mesa con Eva y con su novio oficial. Todos, menos el cornudo, que vivía ignorante y feliz en los mundos de Yupi.

Al llegar a la cervecería nos sentamos en una mesa corrida que nos habían preparado en la terraza. Afortunadamente a alguien se le había ocurrido llamar para reservar. El lugar estaba de bote en bote y una mesa para doce hubiera sido misión imposible.

Las cervezas comenzaron a sobrevolarnos junto con las tapas y las raciones. Brindamos incontables veces a la salud del fin de curso y de las vacaciones, ya próximos, y reímos e hicimos todas esas tonterías que hacen los jóvenes en el entorno de la veintena.

Continuará...
 
Creo que lo leí en la otra esquina, o quizás es muy parecido.

Al principio me emocioné pensando que era la misma ingenua Eva qué todos se aprovechan, publicadas en la otra esquina.

Gracias por traer tu historia por aquí
 
Gracias a ti, Javieron. Por cierto, ¿qué es la otra esquina, otro foro de erótica?

Saludos.
 
Na es todorelatos pero se ve que no quieren decir el nombre completo 😂

Eso sí Eva tiene mucho peligro 😂😂😂
 
CAPITULO 2

Serían sobre las once cuando me entraron unas ganas de mear irrefrenables. Debía llevar en el cuerpo no menos de media docena de jarras de cerveza y lo sorprendente era haber aguantado tanto tiempo, teniendo en cuenta que siempre he sido de muelle flojo.

Me levanté con ánimo de ir al baño y me zafé de mi silla a duras penas, con un mareo más que notable. No había dado dos pasos, cuando una voz a mi espalda me retuvo.

—Eh, Jose, ¿vas al baño?

Me volví y observé que era Eva la que me había hablado. Sonreía con ese tipo de sonrisa de la que antes os mencioné. De las matadoras. Se había levantado igualmente de la mesa e intentaba liberarse de su silla que, al igual que la mía, parecía querer hacerle la zancadilla.

Me extrañó no haberme fijado en ella en las dos horas que llevábamos en la terraza del bar. Mas increíble aún si teníamos en cuenta que había estado todo el tiempo sentada a mi izquierda, hombro con hombro. Aquella chica se hallaba en una constelación a un millón de años luz de la mía, pensé. Y quizá por ello la había ignorado toda la tarde. Y ella a mí.

Cuando Eva se apoyó en mi brazo para mover su silla hacia atrás sin caer, otro detalle evidenció lo inalcanzable que era aquel bombón para un infeliz como yo. Me explicaré. Si Eva se hubiera agarrado del brazo de alguno de los otros compañeros, cachitas de gimnasio la mayoría, seguro que su novio le habría mirado con ojo avieso y le habría enviado un mensaje fulminante: «ojito lo que haces con mi chica».

Al tratarse de mí, sin embargo, el muy imbécil ni se había inmutado. Muy al contrario, seguía impertérrito con el concurso de eructos que mantenía con los dos colegas sentados a su izquierda. Ni se había dignado a girar la cabeza hacia nosotros.

—Sí, voy a echar un pis —le respondí con voz turbia.

—Pues te acompaño, que yo siempre me pierdo por ahí abajo.

Se refería a que los baños se encontraban al final de una estrecha escalera en penumbra en la que el techo descendía tanto que tenías que tener cuidado para no golpearte la cabeza y bajar rodando.

Todo el trayecto lo hizo Eva con su mano derecha en mi hombro, como si intentara sujetarse por el mareo de las cervezas que había… ¡Espera! En mitad de mi neblina cerebral recordé un detalle: Barbie solo había bebido una cerveza, la primera de la tarde, con objeto de no brindar con algo sin alcohol. ¡El resto del tiempo había bebido coca-cola!

Joder, ¿por qué entonces se fingía mareada? ¿Por qué se aferraba a mí como si fuera una tabla en mitad del océano? Un escalofrío recorrió mi columna justo hasta la puerta de los baños.

El enigma se evaporó en cuanto ella abrió la puerta del lavabo de señoras y se metió dentro. La fracción de segundo en que tardó la puerta en cerrarse con el muelle automático la observé absorto. Confirmé que no la había mirado prácticamente en todo el día.

Si lo hubiera hecho, no me habría pasado desapercibida su minifalda rosa de vuelo a medio muslo que hacía las delicias de los mirones mientras la movía al andar. Por encima llevaba un top blanco con tirantes que amoldaba sus apreciables pechos, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. Del tamaño que a mí me han gustado siempre. Ambas piezas eran de una sencillez exquisita, y más pensadas para mostrar piel que para cubrirla.

Suspiré y recordé que me meaba sin remedio. Corrí hacia el baño de los chicos y entré a la carrera. Por suerte se hallaba vacío. En el lado izquierdo había tres meaderos de pared; a la derecha dos lavabos con espejo; y, al frente, dos cubículos individuales cerrados por completo que te permitían mear tranquilo sin que te atosigaran por el hueco de encima o de debajo de la puerta.

Me colé en el menos sucio y lo cerré por dentro. Vacié la vejiga con un suspiro de placer y tiré de la cadena. Después me abroché el cinturón y abrí la puerta.

El corazón se me detuvo cuando un meteorito se abalanzó sobre mí y me empujó hacia dentro de nuevo.

—Joder lo que tardáis en mear los tíos… —susurró una voz excitada que me dejó flipado.

*

La dueña de aquella voz me empotró contra los baldosines de la pared y, girándose, cerró el pestillo de la puerta. Acto seguido, bajó la tapa del wáter y dejó su bolso sobre ella.

—Hostias, Eva… —dije con los ojos como platos—. Vaya susto que me has dado. ¿Pasa algo…?

—Sssshh… —siguió con los susurros—. Habla bajo para que no nos oigan.

Me había puesto un dedo sobre los labios para reforzar sus palabras. Sus ojos chispeaban y sus mejillas arreboladas la embellecían aún más.

—Pero…

No pude continuar. Se acercó a mí, se puso de puntillas y me echó los brazos al cuello. Vi su lengua venir hacia mi boca y casi no tuve tiempo de abrirla para recibirla en mi interior. Los siguientes minutos nos comimos los morros con lentitud y parsimonia.

—Joder, que bueno estás… —suspiraba mientras me lamía los labios con ansía.

Su boca era suave y sabía a coca-cola y menta. Su lengua parecía una serpiente sedienta que buscaba todos los rincones de la mía. El calor que transmitía era tan agradable que era imposible resistirse a sus besos.

—Tú tampoco estás nada mal… —jadeé queriendo devolverle el cumplido.

Y se dejaba magrear. Con una mano le amasaba las tetas por encima del top y con la otra le sobaba el culo por debajo de la falda. Qué culo, por cierto, duro y firme como una pelota de goma maciza y suave como el terciopelo.

Me hubiera pasado toda la noche morreándola y sobándola, pero comprendí que lo que hacíamos —lo que ella hacía, para ser exactos— era una puta locura.

¡Joder, su novio estaba en una mesa a unos metros bebiendo cerveza como si no hubiera un mañana! En cualquier momento podría aparecer por allí con la vejiga a punto de reventar.

La empujé hacia atrás y soltó el lazo en mi cuello. No obstante, no me permitió alejar mi cuerpo del suyo ni un milímetro. Su entrepierna se pegaba a mi muslo, y allí notaba un calor y una humedad que hacía crecer mi erección hasta matarme.

—Pero… ¿qué haces, Eva, por dios…? —me quejé asustado.

Me agarró la polla por encima del pantalón y sonriendo me dijo bajito:

—Sssshh… —volvió a repetir—. Te he dicho que susurres. Si nos oyen y mi novio se entera de que estamos aquí, va a correr la sangre… jajaja…

—Vale… —casi suspiraba las palabras, más acojonado que ella, por lo visto—. Pero dime que estás tramando…

—Verás… —replicó—. Es que esta noche me siento traviesa … Y quiero que juguemos a un juego…

Tragué saliva. Estaba claro que fuera lo que fuese que pretendía, no había hecho más que empezar. En mi mente solo había una idea: inventar algo para escapar de allí lo antes posible.

—¿Q-qué juego…? —conseguí articular intentando ganar tiempo.

—Al juego de tu mandas y yo obedezco…

Mi polla dio un salto dentro del pantalón y ella lo notó.

—Jajaja… está viva, se ha movido sola… —dijo con risa perversa, y la apretó aún más.

Pensé que lo mejor era llevarle la corriente y acepté jugar. Todo por acabar cuanto antes y salir de allí.

—Vale, juguemos… —dije—. ¿Qué quieres que hagamos?

—Hummm… —puso morritos de enfado—. Creo que no lo has entendido…

Mi expresión, en efecto, era de no entender nada… Sobre todo porque «no entendía nada». Y ella aprovechó mi desconcierto para proseguir.

—He dicho que «tú»… —me señaló con un dedo índice— mandas y «yo»… —se señaló a ella misma— obedezco… Así que dime, mi amo, ¿qué quieres que te haga tu esclava…? —terminó, poniendo morritos de niña buena.

Deseé que se me tragara la tierra. ¿Qué coño había fumado aquella chica? Le escruté los ojos para detectar lo que fuera que hubiera tomado. Pero no descubrí nada. Por suerte o por desgracia, tenía experiencia en detectar el efecto de las drogas en los ojos de la gente. Y comprobé que en aquellos ojos no había ni un ápice de sustancias tóxicas. Su locura debía de provenir de alguna otra parte, aunque del alcohol tampoco podía ser. Quizá estaba simplemente cachonda, me dije. Como una puta cerda, eso sí…

Seguí intentando ganar tiempo.

—Una pregunta, «esclava»… Solo es una pregunta, ¿eh…?, no te lo tomes a mal… —susurré con gesto concentrado, como entrando en el juego—. ¿Qué cosas son las que puedo… pedirte… que hagas?

—Jajaja… —rió desenfadada—. ¿Qué quieres, un menú…?

Reímos los dos a coro y ella apretó mi polla con mayor fuerza.

—Ufff… —me quejé—. Joder, Eva, que eso duele…

Pero ella ignoró mi comentario y volvió a apretar.

—Piensa, mi amo, las posibilidades son muchas… —dijo y me lamió los labios. Un estremecimiento me recorrió la columna vertebral. Me estaba poniendo cachondo de veras la zorrita.

Miré a mi alrededor y comprobé que no eran tantas las posibilidades, en realidad. El cubículo era pequeño —aunque limpio— y la tapa del wáter estaba bastante deteriorada.

Follarla sobre el retrete iba a ser bastante jodido, valga la redundancia, porque sentarnos en la tapa para hacerlo la destruiría por completo y peligraba nuestra integridad. Por otro lado, metérsela de pie era más que complicado. Yo era mucho más alto que ella y su entrepierna me iba a quedar muy baja para acertar con el orificio sin romperme la espalda.

Pensé en una solución intermedia.

—Quiero que me la chupes… —lo dije por decir. Estaba seguro de que se iba a burlar de mí y me iba a dejar allí tirado. Ya imaginaba su risa mientras salía del baño. Y la risa de sus amigas al siguiente lunes, cuando les hubiera contado a todas el vacile que se había traído conmigo.

Su respuesta, sin embargo, pareció seguirme el juego. Y volví a acojonarme mientras mi polla se alegraba.

—Ufff, amo, eres un cabroncete, ¿eh…? —sonreía malévola apretando mi erección que crecía y crecía—. Acabas de mear, tu pilila va a estar muy guarra… ¿Vas a dejar que tu esclava se manche los morritos de pis…?

De pronto, tras los primeros momentos de zozobra, empezaba a tranquilizarme. ¿Qué podía perder por seguirle la corriente? Al fin y al cabo la acababa de morrear de lo lindo. ¡Había morreado a la diosa! ¡Yo, un simple mortal le había comido la boca a la Barbie! ¡Joder! Si me estaba vacilando y se reía de mí el lunes con sus amigas, al menos eso no me lo iba a quitar nadie.

Así que seguí con el cuento.

—Si mi pilila está sucia de pis y sabe mal, te jodes, esclava. Soy tu amo y te pido… no… no te pido… te «exijo»… que me la chupes.

Apreté los labios esperando su respuesta.

—Vale, mi amo… —dijo sin cortarse—. No te enfades, por favor… estoy aquí para cumplir tus deseos…

Abrí los ojos flipando cuando se puso en cuclillas, me desabrochó el cinturón y tiró de mis pantalones hacia los tobillos. Tras los pantalones fueron los bóxer y mi rabo rebotó hacia arriba, ufano y libre. No dejó de mirarme a los ojos mientras lo hacía.

No-me-jo-das, pensaba acojonado, ¡que la guarrilla de Eva me la iba a mamar…! No me lo podía creer.

—Venga… chupa… —dije aguantando la respiración.

Eva agarró mi polla con las dos manos y la miró con ojos de gata hambrienta.

—Joder… que dura tienes la pilila… y qué blanquita, ¿no es demasiado blanca?

—Sí, me lo dicen mucho… —repliqué consternado. La blancura de mi polla no solía ser un hándicap, sino todo lo contrario. Pero nunca se sabía si a una chica concreta le gustaría o no.

—Ya, claro, es que tú eres muy rubio… —me dio la razón y me hizo sentir bien.

Me amasaba los huevos con una mano y me pajeaba con la otra mientras hablaba…

—A mí me gustan más los morenos…

—Sí, ya, como tu… ejem… tu novio… —dije por no quedarme callado.

—Sí, tú lo has dicho, como el «capullo» de mi novio.

Parecía que no le hacía ascos a mi «pilila», como la había llamado, y eso me relajó. Y esperé a sentir el calor de su boca alrededor de mi glande, que ya rozaba sus bonitos labios.

Me apoyé en las dos paredes a mi alrededor para no caer porque las rodillas me temblaban. Mi polla se encontraba tan cerca de su boca que su aliento me llegaba nítido. Me concentré en no correrme para no liarla. Sería una real pena que se me escapara un chorro antes de que se la metiera dentro. Porque en ese momento ya no dudaba de que me la iba a chupar siguiendo las reglas de aquel juego tonto.

—¿Estás preparado? —me miraba a los ojos como una perrilla fiel.

—Espera… —la detuve—. Quiero algo más, esclava.

Me miró interrogativa, pero no la dejé hablar.

—Quiero que te recojas la falda y abras las piernas, me apetece verte el triángulo del coño mientras me la chupas.

Sacó la lengua por una comisura y se la mordió con expresión pícara. Después abrió las piernas y me enseñó su «piquito» de algodón blanco y rosa.

—¿Quieres que me quite las bragas, amo?

—No, no hace falta… esclava —tuve que aguantarme la risa—. Ya te las quitarás luego…

Y no hubo tiempo para más.

Posó su lengua en la base de los huevos y la subió con lentitud por el tronco de la polla hasta llegar al glande. Se notaba sus deseos de simular una película porno. Toda aquella tontería no era normal en un polvo de bar. Pero me dejé llevar, una vez más.

Y el recorrido de su lengua me produjo un escalofrío que me crispó el rabo de punta a punta. Al llegar a la parte superior, succionó el capullo y le dio unos lametones haciendo rizos con la lengua.

—Sí, es lo que imaginaba… —dijo pensativa—. Sabe a pis…

Pensé que allí acababa la aventura de esa tarde y cerré los ojos. Ya la imaginaba de nuevo corriendo hacia la salida.

Una vez más volvió a sorprenderme.

—¡Está riquísima…! —dijo sonriendo.

Miraba su sonrisa de dientes perfectos y nacarados a un centímetro de mi glande y no podía creer la suerte que tenía. Eva no se cortaba con nada. Cerré los ojos para no ver aquellos dientecitos infantiles, porque me temía que aquel gesto de su rostro podía hacerme correr antes incluso de que empezara a chupar de veras.

—Sí, cierra los ojitos, mi amo, que te lo vas a pasar en grande…

Y sin más dilación empezó a mover su cabeza adelante y atrás tragándose el rabo y soltándolo de forma alterna. Mi polla al completo era ya un escalofrío. Y no porque su boca no estuviera caliente. De hecho, ardía la muy puta.

Los siguientes minutos —al menos tres o cuatro— me la mamó sin decir una palabra. Solo gemidos y ronroneos salían de su boca.

—Mmmm… ahhh… ahhh… Mmmm… Hummmm… gloglogló…

El sonido líquido de su boca al mamarla era música celestial. Yo no podía decir mucho al verla chupar, solo era capaz de animarla.

—Venga… venga… bien… chupa… chupa… así… Pero qué guapa estás cuando chupas, Evita…

—Jajaja… —rió de nuevo—. ¿Estoy guapa?

—Sí, preciosa… pero chupa, por dios…

—Vale, mi amo…

Conseguí aguantar y no correrme demasiado pronto. De hecho, yo solía durar más con una mamada que follando. Así que me sentí capaz de soportar lo suficiente como para no parecer un pardillo, y mi autoestima me ayudó a sobrellevar la tensión del momento.

Tras unos instantes de mamar sin descanso, se sacó el rabo de la boca y se limpió las comisuras de los labios con el reverso de la mano. Y entonces volvió a hablar.

—A ver… —me tomó de las manos y se las llevó a la parte trasera de su cabeza—. Haz algo, amo, que estás como muerto.

Parecía referirse a que fingiese que la estaba obligando. Y yo, obediente, no quise decepcionarla. La agarré del pelo y la apretaba contra los huevos cuando mi polla le tocaba las cuerdas bocales. La dejaba allí unos segundos —soportando su lucha para no asfixiarse— y luego la soltaba.

—Agggg… qué cabrón… —suspiraba ella cuando conseguía respirar.

Alguna que otra arcada la hacía lanzar babas al suelo a porrillo, pero me había dicho que no me quedara quieto y yo obedecía. Así que tras la arcada volvía a jugar con ella. Y la cara se le teñía de morado cuando la mantenía cinco, siete, diez segundos sujeta y a un punto cercano a la asfixia.

*

En una de las ocasiones en que la permití respirar, Eva se echó hacia atrás y liberó su boca. La tiré aún más del pelo y quise volver a asfixiarla, pero ella se echó a un lado.

—Espera, tío, espera… —dijo tosiendo—. Solo una cosa: cuando vayas a correrte, avísame… amo… Como no me avises, te juro que te mato…

Solté una risita y confirmé con la cabeza. No estaba seguro de si lo haría o si la obligaría a tragarse toda mi leche, por zorra, pero cuando llegó el momento me apiadé de ella.

—Joder… joder… Eva… su puta madre… me corro… joder…

Había aguantado hasta el último segundo, sin embargo, y el primer lefazo le entró directo a la garganta. Eva, de un salto se puso en pie y se situó a mi costado, sujetándome con un brazo por detrás de la cadera. Con la otra mano comenzó a pajearme desbocada.

El segundo y el tercer chorro salieron con tanta potencia que salpicaron los baldosines de la pared de enfrente, quedando colgados como escupitajos. El resto —tal vez fueron seis o más— salpicaron la tabla del wáter y el suelo más allá de él. Los restos finales ensuciaron la mano de Eva.

La chica se puso de puntillas y me dedicó un morreo póstumo, como un premio por la corrida. El sabor salado de su boca me confirmó que Eva se había comido el primer disparo. Me lo callé para evitar complicaciones.

—¡Vaya lefada, tío…! —silbó mirándose la mano pringada—. ¿Tú siempre echas tanto y con esta fuerza…?

—Bueno, casi siempre… —respondí orgulloso, aunque sabía que ni de coña era así. Mi cañón había disparado el doble de pólvora de lo normal, y había sido por lo cachondo que me había puesto aquella putita.

Se llevó la mano a la nariz y olió la lefa que le goteaba. Sentí un punto de asco e imaginé que a ella le pasaría lo mismo.

—Vaya, pues no huele tan mal… Se ve que eres un tío sanote… —dijo tan tranquila.

Sonreí sin saber qué decir. Por aquella época me faltaban muchos años para aprender que el olor del esperma humano tiene mucho que ver con la alimentación del hombre y, también, con su estado de salud. A más medicinas, peor olor.

Tomó el rollo de papel higiénico y extrajo un buen puñado de vueltas de él. Se limpió la mano pringada y, a continuación, cogió la polla y comenzó a frotármela.

—¿Así limpita está bien, mi amo…?

—Sí, pero así no me gusta…

—¿Qué…? —dijo como sorprendida, aunque sus ojos sonreían malévolos. Sabía de sobra a qué me refería. Por si acaso, se lo expliqué.

—¿Puedes limpiarme la pilila con la lengüita?

Sonrió con picardía.

—Te gustaría… ¿eh, Josito? —ya no me llamaba «amo», ahora éramos solo Eva y Jose, no unos personajes de cuento. Y así me gustaba más el juego.

—Pues que quieres que te diga, Evita, me haría mucha ilusión…

Tomó con dos dedos un pegote de semen que colgaba del frenillo y los amasó con ellos. Luego se los llevó a la nariz, oliendo de nuevo mi lefa.

—¿Quieres que la chupe…? —preguntó con una sonrisa de oreja a oreja—. Eres una guarrete, ¿lo sabías?

—Sí, cómetela, Evita…

Mi polla comenzaba a cabecear hacia arriba.

Y Eva llevó la lengua a sus dedos y los relamió con placer.

—Y ahora la pilila, anda, no seas mala… —le dije temblando de puro cachondo.

—Qué cabroncete… —soltó sin dejar de sonreír—. Eres como todos… Muy tímido y tal, pero a la hora de follar no os cortáis un pelo.

—Anda, no seas mala… —le dije empujándola del hombro para que se arrodillara.

Y sus piernas comenzaron a doblarse. Me volví loco del morbo, al tiempo que mi polla rebotaba hacia arriba dispuesta a una nueva batalla.

Y la imaginé a mis pies, sus piernas en cuclillas enseñándome las bragas por debajo de la falda. Y su lengua haciendo rizos alrededor de mi glande, dejándolo limpio y reluciente. Y luego se tragaría aquellos restos que tanto parecían gustarle. Y apreté los ojos para dejarla hacer.

—Hostia, tío, que cabronazo eres… —dijo ella, casi rendida—. Ufff… No me apetece nada, pero creo que te la voy a relamer por lo bien que me has caído…

Pero la cosa se torció antes de que se terminara de arrodillar.

Porque unos golpes en la puerta nos sobrecogieron, devolviéndonos a la realidad. ¡Joder, nos habíamos olvidado de que estábamos en el baño de los tíos! Y los tíos que bebemos en un bar solemos mear de la hostia.

Eva me soltó de repente y se echó a un lado, ocultándose detrás de mí.

—Dile que está ocupado… —me susurró, esta vez con cara de susto.

—¡Ocupado, tío! —dije con la voz más bronca que conseguí poner.

—Joder, capullo, date prisa, que llevas ahí un montón de tiempo. ¡A cascártela a tu casa|

—Que no, coño, que estoy cagando…

Nos partimos de la risa, cada uno en un rincón del cubículo, y callamos para dejar pasar la tormenta. Unos segundos más tarde, las voces en el exterior desaparecieron y aproveché para salir y cubrirla a ella.

Cuando ya no hubo peligro, le hice una seña y Eva salió a la carrera hacia el baño de las chicas.

Continuará...
 
CAPITULO 3

Al volver a la mesa, algunos aprovecharon para meterse conmigo.

—¿Qué te ha pasado, tío? ¿Se te ha tragado la taza?

Las risas me cortaron un poco, pero busqué una salida airosa.

—No, joder, es que algo me ha debido de sentar mal… —me defendí posando una mano en mi vientre—. Y, claro, pasa lo que pasa…

Eva, que ya estaba allí cuando llegué, aprovechó para apalancar su excusa. Al parecer habíamos elegido la misma sin habernos puesto de acuerdo. Aunque tampoco hacía falta demasiada imaginación, todo hay que decirlo.

—¿No me digas que a ti también te ha sentado mal algo…? —dijo poniendo en mi antebrazo la mano que había quedado pringada de mi leche unos minutos antes. Luego miró a su novio—. ¡Lo veis! ¡Y no me creíais, capullos…! A Jose le ha pasado lo que a mí… Hemos debido de comer algo en mal estado. Yo aquí no vuelvo más.

La miré divertido, pero ella giró la cabeza y rehuyó mis ojos. Mi momento de gloria había pasado. Y me conformé, Eva era así. El siguiente sería algún otro de la mesa. Aun estando su novio sentado a su lado, ella no se cortaría para hacérselo con cualquiera si se sentía cachonda.

Es lo que me habían contado de ella, y que yo no había creído nunca. Ahora me alegré por ello, al fin y al cabo me lo había hecho pasar en grande. Que se follara a quien quisiera, la mamada que me había hecho había valido la pena.

Los comentarios cambiaron de rumbo y las conversaciones volvieron a lo habitual. El principal tema era el fin de curso y las vacaciones a la vuelta de la esquina.

No podía evitar alucinarme al ver con qué naturalidad proseguía todo en aquella mesa. Continuábamos hablando de cualquier cosa o riendo ante la gracia de algún chiste, como si no hubiera pasado nada.

Si yo decía alguna sandez, Eva me miraba y reía la gracia, aunque sin mucho interés. Si ella mencionaba alguna bobada sobre algún profesor, yo le daba la razón. Y Juanse allí, tan tranquilo, mirándonos a ella o a mí sin imaginarse que unos minutos antes me la estaba mamando en cuclillas mientras abría las piernas para que le viera las bragas. O mirándose mi leche sobre la mano y oliéndola para ver si le gustaba el aroma, antes de relamerla y tragársela.

Una puta locura. Era como si no hubiera pasado nada. Tengo que reconocer que mi visión del sexo cambió aquella tarde. Sobre todo la del sexo prohibido. Una vez echado el polvo, no quedaban ningún tipo de señales sobre la frente que acusaran a los implicados. No aparecía, por ejemplo, un cartel en la cara de la chica que anunciara con letras de neón: «recién follada». Ni tampoco algo parecido en la del chico que exclamara: «ganador del premio gordo, se ha tirado a la guapa del grupo».

Era increíble la naturalidad con la que transcurría la noche tras los minutos de adrenalina en los lavabos. Me sentía genial. Y, además, con la próstata recién vaciada, la sensación de relax era fantástica.

Y la celebración continuó.

*

Sobre las doce, un buen número de los colegas se había marchado. Solo quedábamos ocho, pero las cervezas seguían llegando de la barra para terminar en nuestros estómagos. Eva, por su parte, había cambiado de coca-cola a fanta, aduciendo que la cafeína le quitaba el sueño.

De repente, Juanse, el novio de Eva miró su reloj y se puso en pie.

—Bueno, es mi hora —dijo levantando una mano y despidiéndose de los que quedábamos—. Os veo un día de estos. Cuidad bien de mi chica.

—Ojo, tío… —dijo Carlos, uno de los machirulos del grupo—. No vayas a meterla en el agujero equivocado….

Todos reímos la broma, a excepción de Eva que miraba hacia otro lado con cara de pocos amigos.

Intenté descifrar la frase de Juanse. Había dicho «cuidad de mi chica». ¿Significaba eso que dejaba plantada a Eva y se piraba de fiesta sin ella? Porque la broma de «ojo dónde la metes» no la hubiera soltado el imbécil de Carlos si el novio de Eva se fuera a dormir. Además, si se fuera a dormir, ¿no la llevaría consigo?

La cara de mala leche que se le había puesto a Eva confirmó mis sospechas. Juanse se largaba a seguir la fiesta en otra parte, pero en esa fiesta no estaba invitada ella. El muy capullo la dejaba plantada y en compañía de algunos de los tíos más salidos de la Escuela. Menudo soplapollas, ¿pero no se daba cuenta de que la estaba poniendo a los pies de los caballos? Apostaba que a partir de ese momento los cazadores del grupo la iban a entrar a saco.

Juanse se agachó para darle un piquito de despedida a su novia

—¿Me das un beso, amor? —le pidió, pero ésta se echó hacia atrás para evitar que sus labios la rozaran.

Luego echó a andar y desapareció por una boca del metro cercana al bar.

*

El ambiente se había congelado. Parecía que la noche tocaba a su fin. Me preparaba para pedir la cuenta, cuando Eva se levantó de la silla.

—¿Dónde vas? —le preguntó Álvaro, otro de los más echados p'alante del grupo.

—A mear, si al señor no le importa… —respondió Eva de malas pulgas y echó a andar hacia el interior del bar.

—Espera, te acompaño… —dijo él y salió detrás de ella.

Tragué saliva. Mi empalmada comenzó a resucitar. Me estaba imaginando la escena que volvería a producirse en los aseos con toda probabilidad.

No me extrañé para nada. Eva me la había mamado, pero ella no se había desfogado. Era más que probable que estuviera cachonda como una perra. Y Álvaro no la iba a dejar escapar como yo lo había hecho. Se aprovecharía del cabreo que se había pillado porque su novio la dejara plantada. Se la iba a follar a lo grande.

«¡Qué cabrón!», pensé celoso como un novio cornudo.

Las conversaciones en la mesa eran prácticamente inexistentes. Alguien pidió una última ronda y nadie se resistió, a pesar de todo. Así que la fiesta no se rompió de momento.

Habían pasado quince minutos y Eva y Álvaro no volvían. El muy cerdo se la estaba follando a conciencia, no me cabía duda, y le envidié por ello.

Cinco minutos después, Juanjo consultó unos mensajes que le habían entrado en el móvil y, súbitamente, anunció que se meaba. Cuanta casualidad, a todo el mundo le había entrado ganas de mear a la vez, pensé.

Le seguí con la mirada y comencé a sospechar lo que pasaba. Juanjo era íntimo de Álvaro, y la estaría dando lo suyo. Y el muy cerdo había enviado un mensaje a su amigo Juanjo para rematarla. La buena de Eva iba a tardar en poder sentarse tras aquella noche. La iban a dejar fino el coño a la pobre.

Me hice el despistado y cambié de tema. En realidad forzaba la conversación, que era casi inexistente, para no pensar en lo que estaría ocurriendo en el sótano de aquel bar. Me moría de celos por una chica que no tenía nada que ver conmigo. Menudo imbécil, me decía.

Unos minutos después, sin embargo, viendo la apatía de la gente y las miradas perdidas por el alcohol, tomé una decisión.

—Bueno, pues yo también me voy a mear, a ver si esta vez no me da un apretón.

Nadie rió mi broma y me encaminé a los aseos sin esperar respuesta. Mi plan era aprovechar el lío de Eva con la pareja de cazadores e intentar aprovechar la situación. Tal vez me dejaran follarla un rato, aunque solo fuera para acabar la función. Sospechaba que la putita no tenía fondo, y no iba a pillarla en otra.

Marica el último, pensaba, si se puede meter, metamos y mañana será otro día.

Casi llegaba a la escalera de bajada hacia los aseos cuando algo llamó mi atención. ¿No eran aquella pareja medio escondida tras una columna cercana a la barra, Eva y Álvaro? De Juanjo, por cierto, no había ni rastro.

Vaya, me había equivocado, el imbécil de Álvaro no se estaba comiendo una rosca, al menos de momento.

Me situé estratégicamente y, aunque no podía escucharles, intentaba leer sus expresiones corporales.

Se encontraban muy pegados, Álvaro cercándola contra la columna. El tipo la hablaba al oído y claramente intentaba un acercamiento mayor de lo que Eva parecía permitirle con la mano apoyada en su pecho. A cada intento de Álvaro, ella le empujaba hacia atrás. Pero el chico no se rendía.

De cuando en cuando, una mano de Álvaro se posaba en la cadera de Eva, pero ella se la quitaba de forma inmediata. No entendí la escena. Si Eva pasaba de él, como parecía, ¿por qué seguía a su lado y no se iba? Presentí un «sí, pero no» de la chica, que acabaría como dios diera a entender.

Tan absorto me encontraba, que no vi llegar a Juanjo por mi espalda.

—¿Qué, qué tal las vistas? —dijo llegando hasta mí. Me sentí pillado en falta y me ruboricé hasta la raíz—. ¿Tú qué crees? ¿Se la follará o no se la follará al final?

Tragué saliva antes de responder.

—Casi seguro… —dije con el mayor tono de machirulo que me salió—. Tres contra uno a que se la folla…

—No sé, no sé… —replicó Juanjo—. Yo veo a ésta muy rarita esta noche. Con lo puta que es, parece que hoy no tiene ganas la cabrona. A mí ya me ha mandado a la mierda hace un rato. Y Álvaro parece ir por el mismo camino.

—Eso parece… —repuse con la boca seca por los nervios.

Qué cabronazo el cerdo de Juanjo, pensé. El tipo la había entrado para llevarla al huerto y lo reconocía sin pudor. Incluso parecía enorgullecerse de haber salido derrotado. Quizá era poque no había sido así en otras ocasiones.

—¿Por qué no la entras tú? —prosiguió con su perorata—. A lo mejor lo que necesita esta noche es un poco de cariñito… Y tú podrías salir ganando, cabroncete, porque eres de los nenes buenos a los que no está acostumbrada.

Este comentario tenía dos partes. La de que Juanjo me viera con posibilidades me levantó el ego. La de que me viera como un «nene bueno» me tocó las narices.

—Nah… —respondí quitándole hierro al asunto—. Si la guarrilla quiere darse un gustito, que se pajee en el baño. Conmigo que no cuente… —Solté y eché a andar escaleras abajo.

Según bajaba, el roce del pantalón sobre la polla, dura a reventar, me molestaba sobremanera. El cerdo de Juanjo había conseguido que me empalmara pensando en la posibilidad de tirarme a la Barbie. Porque llevaba razón, quizá tenía posibilidades. Al fin y al cabo, un rato antes me había dicho que le pidiera lo que quisiera, y yo me había conformado con la mamada como un imbécil.

Si se presentaba una nueva ocasión, eso no me volvería a ocurrir.

*

Cuando regresé del baño, Álvaro y Eva ya no estaban tras la columna. Sospeché que ella había claudicado. Sus ganas la habrían hecho rendirse, y ahora estaría jadeando en los baños de las chicas con las bragas en la boca para no gritar demasiado alto.

Cuando descubrí que los dos estaban sentados a la mesa, y sin siquiera mirarse, un grito de triunfo casi se me escapa. No entendí por qué una derrota del chuleta de Álvaro podía alegrarme tanto. Aunque estaba claro que la alegría era más por mí que por él. Saberme el único poseedor de la zorrita aquella noche me llenaba de orgullo.

Y me endurecía la entrepierna a rabiar.

Unos diez minutos más tarde, Eva empujó su silla hacia atrás. Miró su reloj de pulsera, bostezó y se puso en pie.

—Bueno, chicos… —dijo soltando unos billetes sobre la mesa—. Yo también me piro. No bebáis más, que os vais a mear en la cama. Aquí dejo mi parte.

Luis, otro de los ligones del grupo, se levantó al unísono. Se le veía con ganas de atacar y debió parecerle un momento ideal.

—Te acompaño…

«Pedazo de cabrón —pensé—. Otro que quiere cazar a la niña. No hay machirulo en la Escuela que no intente tirársela.»

Pero Eva le dio el corte de la noche.

—¿Acompañarme, tú? —dijo con cara de asco—. Ni de coña, tío…

—Pero, nena, ¿por qué no? —se quejó él, contrariado—. Si es para cuidar de ti, como nos ha pedido tu novio.

Eva le puso una mano en el pecho y lo obligó a sentarse.

—Pues porque tienes las manos muy largas, cariño… —los grititos y risas de los compañeros, ya todos chicos menos Eva, resonaron en la terraza—. ¿Quieres que le cuente a mi novio lo que pasó en cierto vagón de metro el día que se fue la luz? ¿O prefieres que le explique la encerrona en el baño de la tercera planta de la Escuela?

Los silbidos de los espectadores ya eran vocerío.

—Anda, Evita, no seas mala… —dijo Juanjo, quien seguramente quería que luego Luis le contara la aventura con pelos y señales—. Deja al chico que te acompañe… Si hoy se va a portar bien… ¿A qué si, tío…? —Y lanzó una carcajada.

Pero estaba claro que la chica tenía tablas para manejar al rebaño, que se había desmandado en cuanto el novio de Eva se había evaporado.

—Ni en sus mejores sueños… —remachó la chica—. Además…

De pronto, se volvió hacia mí y me puso una mano en el hombro. Ninguno de los otros pudo ver el guiño que me hizo en plan «sígueme la corriente».

—Además —repitió—. Jose me ha prometido que me llevaba a casa en su bólido…

Todos rieron por la palabra «bólido», sabían que la furgoneta de mi padre llegaba a los noventa con dificultad.

—¿Verdad, Joselito…? —insistió, animándome a confirmarlo.

¿Qué podía decir? Pues que sí, que se lo había prometido y que la llevaría a su casa, aunque estuviera en… ¡Joder!, ¿no había dicho un rato antes que vivía en una residencia de estudiantes de la Ciudad Universitaria? ¡Eso estaba en la otra punta de Madrid! Mi padre me iba a matar por la gasolina que le iba a dejar en el depósito. O, mejor dicho, por la ausencia de gasolina.

Continuará...
 
CAPITULO 4

Minutos más tarde entrábamos en la M30 en dirección al Puente de los Franceses. Los dos íbamos en silencio, cada uno a sus cosas. Eva, adormecida, tal vez pensaba en lo que estaría haciendo el cerdo de su novio saliendo de juerga por ahí sin ella. Y yo me regodeaba con el recuerdo del juego que me había preparado la chica en los lavabos de la cervecería. La misma chica que ahora me mostraba sus muslos sin pudor en el asiento del copiloto al habérsele recogido la falda. Total, debía de pensar, si ya los ha visto, incluso mucho más arriba, ¿para qué esconderlos?

Mi autoestima crecía al recordar cómo aquella diosa, la reina de la Escuela, se había dejado magrear por mí, abriéndome su boca para que se la comiera a placer y jadeando con mis besos. Y, ni qué decir tiene, el mejor momento había sido cuando se acuclilló y abrió las piernas por orden mía.

Conocía a Eva desde hacía cuatro años. Su belleza y su porte de diva hacían que la viera como una estrella inalcanzable. Y por seguro que lo era. Pero, por alguna razón, los cuatro años atrás ya no importaban. Había intercambiado con ella más palabras en el cubículo del baño que en todo el tiempo anterior. Y verla mamarme la polla entregada la había bajado de su pedestal para ponerla a mi altura.

Mirándola dormitar, comprendía que la diosa era solo una chiquilla caprichosa a la que le gustaba sentirse el centro del universo. Y a fe que lo conseguía. Al menos conmigo y con los componentes de su grupo de admiradores. Jamás me había atrevido a mirarla de cerca. Pero solo hasta hoy. Ahora la veía como lo que en realidad era: una niña adorable a la que habría magreado toda la noche y me habrían sobrado caricias para un mes o más.

Pensándolo en serio, sospechaba por qué había pasado aquello en los baños de la cervecería. Eva debía de saber la putada que su chico iba a hacerle aquella noche y, como venganza, se había liado conmigo.

La duda era: ¿por qué conmigo? En el grupo había chicos que me daban mil vueltas en cuerpazo, músculos y labia. ¿Me había elegido por casualidad? Tal vez mis ganas de mear en el momento oportuno le iluminaron la mente y la decisión de acompañarme al baño fue un impulso repentino, algo no planeado.

En fin, no había que darle más vueltas, lo había pasado genial con ella y nadie lo sabría jamás. Nunca he sido de los que van contando sus rollos con las chicas. Y ella debía de imaginarlo.

El resto de los asistentes a aquella fiesta improvisada eran el polo opuesto. De ese tipo de chicos que parecen jugar al parchís con sus conquistas: se comen una y cuentan veinte. Liarse con alguno de ellos hubiera sido como «dar tres cuartos al pregonero», que decía mi abuela. Tal vez por eso fui el ganador del premio especial.

Fuera como fuese, decidí centrarme en conducir y en dejar a Eva en la residencia, que parecía completamente dormida con la cabeza apoyada en la ventanilla. Luego me iría para casa y resolvería si me la cascaba en la cama pensando en ella o si lo dejaba para el día siguiente en la ducha.

Pero las sorpresas estaban muy lejos de haber terminado aquella noche.

*

Tomé la salida de la M30 y me equivoqué. Sin saber por qué, me encontré en la avenida de Valladolid, circulando a través de los bloques de viviendas que la bordeaban.

—¿Por qué entras por aquí? —dijo Eva despertando en ese momento.

—Pues por nada, en realidad… me he equivocado de salida —no quise mentir—. Pero no te preocupes porque ahora doy la vuelta en cualquier calle.

—Joder, Jose… —bostezó—. Pues la has liado… Por aquí hay línea continua y la calle está repleta de cámaras de tráfico. Te va a tocar ir hasta la rotonda de Pio XII… Y yo meándome…

Se había echado las manos a la entrepierna sin pudor y mi polla dio un respingo. Pisé el acelerador y el coche tomó velocidad. Eva me puso una mano en el brazo.

—Tranquilo, hombre, no pasa nada… —dijo—. A ver si encima de obligarte a traerme te van a poner una multa de radar.

—Lo siento, tía…

—Bah, no seas bobo… No hay nada que sentir… —volvió a disculparme—. Mira, para ahí, que me bajo a mear… Ya no aguanto más.

Señalaba un bordillo de la acera frente al que había un jardincillo. El jardín estaba bordeado de setos de mediana altura y, si se agachaba, nadie podría ver lo que hacía. Nadie, a excepción de los vecinos del bloque de viviendas que se alzaba sobre el jardín, aunque era tarde y las luces de los pisos se veían apagadas.

Eva manipulaba el abridor de la puerta, cuando la llamada entró en su móvil. Lo sacó del bolso y lo miró de mala gana. Su expresión de desprecio no era disimulable.

—Bah… —dijo despectivamente—. Es Mario…

Lo volvió a meter en el bolso y se dispuso a salir. La segunda llamada en el aparato la hizo reflexionar.

—A lo mejor es algo urgente —dije por no quedar callado a la espera de su decisión.

Esta vez decidió aceptar la llamada y soltó un exabrupto tras pulsar el icono verde.

—¿Qué coños quieres a estas horas, tío…?

Mario se disculpó por haberla abandonado. Quizá ella habría querido que su «segundo» novio nos hubiera acompañado para así poder pasar con él el resto de la noche. Y la conversación comenzó entre ellos, entre disputas y excusas.

Eva no debía de saber que el volumen de su móvil me permitía escuchar lo que decía Mario al otro lado de la línea. O quizá si lo supiera y le importara un comino.

—Lo siento, Eva, ya sabes que me sienta fatal estar contigo y con ese gilipollas al mismo tiempo.

—Te recuerdo que ese gilipollas es mi novio, y que deberías guardarle respeto.

—Anda, nena, no seas mala, que sabes que yo le respeto muchísimo. Sobre todo cuando te como el chochito… ya sabes que siempre lo hago pensando en él.

Eva seguía con su tono duro, aunque se le había escapado una sonrisa.

—Bueno, ¿qué quieres? —preguntó por fin—. Follar como todos, ¿no? Pues te jodes porque me voy a la piltra, así que te follas a tu amiguita la morena, y dile que te la chupe como dios manda, que ni eso sabe hacerte…

Joder, con solo escuchar a Eva me estaba poniendo a cien. La muy zorrita era de las que te calentaban solo con su tono de voz. Y yo ya andaba caliente toda la noche, a pesar de haber descargado en el baño del bar.

Según comenzaban a decirse bobadas, siempre cargadas de tensión sexual, me fijé en los muslos de la chica. Al ir a bajarse, la falda se le había recogido aún más y apenas le cubría las bragas.

Y no pude resistirlo, mi mano comenzó a brujulear lentamente y aterrizó sobre su muslo izquierdo. La acaricié unos segundos, de arriba abajo y de abajo arriba. Y Eva ni se inmutaba, parecía aceptar el contacto.

—Tengo la polla en la mano —decía Mario por el auricular—. ¿Qué quieres que haga con ella?

Antes de responder, Eva pareció reparar en mi magreo. Me miró con malas pulgas y me retiró la mano.

—¿Te la puedes meter por el culo? —respondió a la insinuación de su amante.

Pero no me rendí. Mi mano volvió a volar y se posó de nuevo en el muslo.

—No, no puedo, no es de goma —rió Mario—. Pero puedo mover la piel si tú me lo pides.

Aquello empezaba a ser una sesión de sexo por teléfono.

Eva volvió a mirarme con mala leche y cogió mi mano para quitársela de encima. Esta vez, sin embargo, la apreté fuertemente y me resistí.

—Auuu… —soltó la chica como respuesta al pellizco que la había propinado. Al mismo tiempo liberaba mi mano y me dejaba hacer.

—¿Qué te pasa? —preguntó Mario mosqueado—. ¿Te ha picado un mosquito?

—Sí, algo así —dijo sin mirarme—. ¿Pero por dónde íbamos?

—Te decía que si quieres que haga algo con el pellejo de mi polla… Pero date prisa que está que revienta…

Moví la mano sobre el muslo de Eva, sintiendo la piel más suave que había acariciado en mi vida. La subí lentamente y, finalmente, toqué braga. La suavidad de la tela era muy superior a la de la piel, lo que me hizo sospechar que no eran bragas de algodón vulgares. Eran de seda o similar, y estuve seguro de que no se las había puesto para mí.

—Venga, sí, muévela hacia abajo y déjala ahí —le dijo y se mordió el labio cuando comencé a dibujarle el valle entre sus labios inferiores sobre la braga.

Un puntito de humedad había aparecido entre aquellos labios y parecía crecer a gran velocidad. La zorrita se estaba poniendo como una moto mientras hablaba con su novio de repuesto.

—Ya está —respondió Mario—. ¿Quieres que la mueva abajo y arriba?

—Sí, sí… —dijo la chica y supe que no se lo estaba diciendo a él—. Muévela con mayor rapidez.

Y abrió las piernas para darme mejor acceso a su coño, que ahora sobresalía por fuera de la braga, los labios rojos e hinchados asomando por ambos lados de la tela.

—Así, joder… —apremió Eva y Mario imaginó que se lo pedía a él.

—Ya voy… ya voy… —le dijo—. Pero no puedo ir tan rápido, no me jodas, que me voy a correr antes de tiempo…

—Más… más… —pedía ella apretando los ojos y a punto de que el móvil se le cayera de la mano.

Sin poder evitarlo, le retiré la braga y mis dedos entraron en contacto con la piel de su coño. No supe cómo, pero de pronto noté que su vagina se contraía y atrapaba dos de mis dedos, tragándoselos…

—Sí… sí —gemía Eva—. No pares, no pares…

—Coño, Eva, que me corro. ¿No quieres que pare un momento?

—Como pares, te mato…

No me miraba a mí, pero estaba claro a quién le pedía que no parara.

La agarré del cuello con la mano libre y la atraje hacia mí. Y entonces los dos amantes explotaron a la vez.

—Hostia… hostia… me corro… Eva… su puta madre… me corro… me corro…

—Joder, joder… la hostia… me voy… me voy… —replicó ella a punto de caramelo.

De repente se oyó una voz aguda al otro lado de la línea. En esta ocasión la voz no era de hombre. Eva abrió los ojos de golpe y su orgasmo pareció evaporarse por el susto.

—¡Joder, Mario, con quien coños te la estás cascando por teléfono! —gritaba la chica.

Y entonces el volumen de la voz subió y tanto Eva como yo supimos que la persona que hablaba había cogido el móvil y se lo había llevado a la cara

—¿Quién coño eres tú, pedazo de zorra? ¿Cómo te atreves a liarte con mi novio por el móvil? ¡Cómo me entere de quién eres te voy a coger del pelo y te vas a quedar calva, hija de puta!

No pude evitar reírme por los exabruptos de la que decía ser novia del novio de repuesto de Eva. Y ella pareció darse cuenta en ese instante de que su amante no era trigo limpio. Por su expresión sospeché que la pillaba de sorpresa. Aunque, sorpresa por sorpresa, no era ella la que jugaba limpio precisamente.

Eva se enfadó con mi cara de cachondeo y me dio un empujón tras colgar la llamada. Mi mano soltó su muslo y salió del coche a la carrera.

¡Menuda putada!, decía su expresión de enfado.

—¿Dónde vas? —le pregunté alarmado. La noche solitaria no invitaba a pasear a una chica sola, sobre todo si era tan llamativa como Eva. Por allí no circulaba un solo coche, y menos un taxi, y se hallaba bastante lejos de su residencia.

Y entonces repitió la frase que recordaba de no mucho tiempo atrás en la mesa de la cervecería.

—Me voy a mear, si al señor no le importa. Que me va a reventar la vejiga…

No pude evitar descojonarme de la risa.

Continuará...
 
CAPITULO 5

Pasaron un par de minutos sin saber nada de ella. Se había metido tras el seto del jardincillo y desde la furgoneta no podía verla. La curiosidad empezó a picarme y decidí acercarme a ver mear a la princesa del cuento de hadas en que se había convertido aquella noche.

Crucé el seto por la única entrada que encontré y forcé la vista para acostumbrarme a la penumbra del lugar. Las farolas de la calle no conseguían traspasar las hojas de los árboles que bordeaban los setos y, más que en un jardín, parecíamos estar en una caverna.

Fue el ruido de la meada lo que me permitió localizarla. Sin duda, estaba eliminando todo el líquido ingerido por la tarde, porque llevaba un buen rato y el chorro no parecía aflojar.

Me acerqué hasta ella y me miró desde su vergonzante postura. Las bragas las sujetaba estirando las rodillas. Pero ella no parecía inmutarse por mi presencia. No pude evitar que me volviera su imagen acuclillada a mis pies en los lavabos. Y de nuevo ella debía sentirse en confianza tras lo sucedido, por lo que no se cortaba lo más mínimo.

—¿Tienes un clínex? —preguntó al terminar.

—Sí, toma… —le alargué un pañuelo y ella se limpió la entrepierna antes de levantarse y hacer el gesto de subirse las bragas.

Sin embargo, detuvo el movimiento y dio un respingo, antes de quejarse de un detalle íntimo.

—No te imaginas lo que me ha pasado… —rió bajito mirándose entre las piernas—. Tenía tantas ganas de mear que no me ha dado tiempo a bajarme las bragas y me las he empapado… jajaja…

Reí la gracia con ella mientras la veía sacarse la prenda de entre las piernas e introducirla en el bolso. Luego se recompuso la falda tirando de ella hacia abajo.

Una vez que su vestimenta estuvo en su sitio, me giré para que pasara a mi lado camino del coche. Así lo hizo y la seguí. Pero al llegar a un árbol semi caído, se detuvo y se sentó en el tronco doblado a modo de banco, cruzándose de piernas.

—Se está bien aquí, ¿verdad? —dijo mirándome desde su posición—. No parece que estemos en medio de la ciudad… Parece otro mundo.

—Es verdad —le di la razón haciendo un giro de 360 grados para observar el lugar.

—Ven… siéntate aquí… —señalaba con la mano un espacio del tronco que quedaba a su lado donde apenas cabría una persona de su anchura, y mucho menos de la mía.

—Vale, pero no vamos a caber… —respondí escéptico.

—Ya verás como sí cabemos… —replicó ella levantándose.

Me empujó hacia abajo con las manos y me obligó a tomar asiento en el lugar donde ella había estado antes. Se recogió la falda por detrás y se sentó sobre mis piernas. Luego echó los brazos sobre mis hombros y me rodeó el cuello con ellos.

—Ves… —acompañó con palabras el movimiento—. Así ya cabemos los dos.

No pude evitar empalmarme de nuevo. Y ella notó mi erección al estar sentada en parte sobre mi entrepierna.

—Joder, Jose… —rió bajito—. Ya la tienes gorda otra vez…

—Ya… —repliqué—. No sé por qué…

—Yo sí que lo sé… —dijo y acercó su boca a la mía.

Apretó sus brazos detrás de mi cuello, abrió mis labios con su lengua y la introdujo hasta que se enlazó con la mía.

—Hummm… —dijo con un ronroneo—. Tienes una boca tan fresquita…

No se trataba de que mi boca fuera fresca, sino que el contraste con la suya, ardiendo hasta decir basta, era impresionante.

Durante unos minutos nos besamos con una humedad que habría avergonzado a una actriz porno. Solo el ruido líquido de nuestras lenguas perturbaba el silencio de la noche sobre el jardincillo.

Sin dejar de besarme, tomó una de mis manos —hasta ese momento en su cintura— y la puso sobre su muslo.

—¿Te gustan mis piernas? —hablaba sin separar su boca de la mía—. Parecía que antes me las querías desgastar con tanto magreo.

Se confirmaban mis suposiciones. Eva era una diva caprichosa sin remedio. No solo necesitaba ser admirada y deseada por todos, sino que requería oírlo a todas horas. Una narcisista de libro, a la que volvía a tener a mi alcance contra todo pronóstico. Me sentí henchido de felicidad y respondí con un suspiro.

—Me vuelven loco… ya lo sabes…

Rió y separó los muslos. Luego empujó mi mano más arriba, hasta que noté los rizos de su vello púbico.

—¿Y mi chochito…?

Mi polla dio un salto bajo el pantalón y ella le dio un apretón en señal de reconocimiento.

—Joder, Eva, tu chochito puede llegar a matarme… —decía las gilipolleces que se me ocurrían en cada momento.

Porque, en el fondo, nada tenía sentido y podría haber dicho lo contrario y todo habría sido igual. Las palabras no contaban, solo las emociones. Y éstas eran la leche, qué puedo decir. No solo las mías. También Eva se estremecía cuando mi mano se atrevía a entreabrir sus labios vaginales, que se habían quedado a las puertas del orgasmo, o a amasar cualquiera de sus tetas de pezones hinchados como canicas.

—Auuuu… —jadeaba con su boca en la mía—. Joder qué bien tocas, tío… ¿Te importaría hacerme otro dedo…?

La miré alucinado.

—¿Otra paja? Estás muy cachonda esta noche, ¿no?

—Y a ti qué más te da… —se quejó—. ¿Importa mucho lo cachonda que esté? Antes me he quedado a medias, y una no es de piedra…

—Pues sí que me importa… —respondí burlón—. Me gusta saber el nivel de calentón de mis «esclavas» cuando me piden que les haga un dedo. Sobre todo si no es el primero.

—Jajaja, muy gracioso el nene… —replicó—. A ver, ¿me vas a hacer un dedo o me lo tengo que hacer yo solita?

—Si te lo haces tú, ¿puedo mirar?

—¡Pues no…!

—Entonces te lo hago yo…

Con conversaciones de tonteo como ésta mi polla amenazaba con reventar. Había soportado la presión durante la conversación telefónica, pero ahora no estaba tan seguro de volver a conseguirlo. Y lo digo en sentido literal: tuve que hacer un esfuerzo para no correrme. Pero es que Eva iba cada vez un poco más allá y no solo eran las frases, las segundas intenciones, sino la forma entregada de decirlas…

—Prepárate, esclava… —seguí la broma.

—Sí, mi amo… —rió ella y abrió aún más los muslos—. Y déjate de cuentos, anda, que estoy que me subo por las paredes. Esa puta amiga de Mario me ha puesto a cien. El muy cabrón me las va a pagar todas juntas.

«O sea —pensé cachondo como un perro—, que esto va de venganza… Pues venguémonos, qué se le va a hacer…».

*

Sin ningún esfuerzo mi dedo corazón entró de nuevo en su coño. Las paredes de la vagina se contrajeron al sentirlo y lo abrazaron felices. La humedad que seguía rezumando parecía mantequilla lechosa y caliente. Acaricié la suave piel interna hasta llegar a la zona rugosa, donde volví a tocar con roces suaves.

—Hmmmm… sí… así… sigue… eres un ángel… cómo me pones, Josito… pero méteme más dedos, porfa… Hazlo como antes, que lo hacías de puta madre…

Añadí el dedo índice y con los dos empecé a moverme adentro y afuera, follándola con lentitud, pero sin pausa.

—El clítoris… —me recordó babeando su boca dentro de la mía—. No te olvides de él… Antes ni lo has rozado, cabronazo…

Estiré el pulgar y comencé a rozarlo suavemente. Lo tenía tan hinchado como sus pezones. Hacía giros sobre él y daba golpecitos de cuando en cuando.

—Ahhh… Mmmm… —gemía Eva mientras me mordía el labio inferior con sus dientes infantiles hasta hacerme daño—. No pares, no pares… Joder, Josito… ¿Dónde has aprendido a tocar?

Y yo seguía con el juego, mientras ella echaba mano a una de sus tetas y la apretaba al ritmo de mis caricias entre sus muslos.

—¿Vas a correrte…? —dije cuando observé su mirada perdida. Había abandonado el morreo y su cuello se había arqueado hacia atrás.

Bajó la cabeza y me lamió los labios antes de responder.

—Sí… sí… —suspiró—. Pero no así…

—¿Entonces…?

—Quiero que me lo comas… —respondió sin dejar de morrearme—. ¿Sabes comer un chocho, Josito…?

En este punto tengo que reconocer que hasta la fecha solo me había comido un coño. Fue en las fiestas de un pueblo de la sierra de Madrid al que había ido con unos amigos. Y también debo reconocer que aquella vez sentí un asco de la leche. Tal vez porque la chica iba muy sudadita después de horas de marcha. El caso es que le olía fatal y a punto estuve de vomitar la cena. Si no la dejé a medias fue porque estaba bastante pedo y, sobre todo, porque tenía que comérselo si quería que me dejara follarla.

En cualquier caso, a Eva no iba a decirle que no. Aunque no me ayudaba pensar que estaba recién meada. Así que respiré profundo y me eché palante.

—Por supuesto que sé comerlo, no te jode…

—De puta madre… —suspiró y se puso en pie, recogiéndose la melena con las manos en un gesto muy femenino—. A ver, levanta… ¿dónde podemos ponernos?

Giró sobre sus pies buscando un lugar adecuado, pero no entendí por qué. En aquel árbol se estaba bien.

—Aquí mismo… ¿no? —sugerí—. Siéntate, levántate la falda y ya...

—Ni de coña… —replicó—. No tienes ni idea de la que monto yo cuando me corro… Aquí fijo que nos hostiamos... Necesitamos un sitio mejor… Y en el suelo no me apetece, no quiero llegar a la residencia llena de tierra.

¡Joder…! ¿Así que era de las gritonas? Me emocionó que comentara con tanta naturalidad algo tan íntimo. Y mi polla ya no podía soportar más tensión.

—Espera… —le dije—. Allí hay un banco.

—Mira que bien… —replicó ella con el coño al aire y tratando de secarse el goteo que de él brotaba con el pañuelo que le había prestado antes.

Cierto era que el banco estaba más pegado al muro de la casa y que cualquier vecino podría vernos desde alguna ventana o un balcón. Pero miré hacia arriba y no vi ninguna luz. Eso me tranquilizó y la empujé hacia él.

*

Al llegar al banco, Eva se sentó y la observé hacer desde mi altura. Se quitó el bolso, que aún llevaba en bandolera, y lo dejó a un lado. Después se recogió la falda y abrió las piernas.

—Vamos, Josito, haz feliz a tu chica…

Había dicho «mi chica» y esa expresión me hizo ilusión. Quizá porque me hubiera parecido vulgar que me hubiera dicho algo así como «vamos, campeón» o «dale, colega». Aún me reía con estas ocurrencias cuando le abrí los labios inferiores con las dos manos y pasé mi lengua por la hendidura, partiendo desde el orificio inferior y dando golpecitos al final sobre su botón mágico.

Eva dio un respingo y soltó un gritito.

—¡Joderhummmm...! ¡Hostia puta, tío…!

—Sssshh… —le dije conteniendo la risa—. ¿No puedes gritar más bajito? Te van a oír los vecinos.

Eva rió también y sacó las bragas del bolso. Sin decir palabra se las metió en la boca.

—Joder, Eva, tampoco era para eso… —me dio algo de grima—. ¿No decías que te las habías meado?

Se las sacó de la boca un segundo y me aclaró:

—Tranqui, que no me da asco —y volvió a metérselas y a morderlas con saña.

—Pero tampoco hace falta que te las comas, ¿eh…? —bromeé y ambos reímos. Y enseguida me lancé a la faena.

Le besé las ingles, una por vez, y luego se las lamí ensalivándolas con ansia. Mientras cambiaba de un muslo a otro, le pasaba la lengua por el clítoris, dándole un golpecito de aviso y luego huyendo. Eva daba botes cada vez que una sensación nueva la provocaba un espasmo.

—Joder… joder… joder… —decía con las bragas en la boca.

Por fin me dediqué a su abertura. Aparté de nuevo los labios con los dedos y le lancé mi aliento.

—Joooderooohhh… —suspiró al sentirlo. Y echó sus manos a mi cabeza para impedirme que la moviera.

—Tranquila, mujer, que no pienso escaparme… —reí bajito.

Al lamerle el coño me estaba dejando guiar por algo que había leído en un Playboy, ya que mi experiencia real no era para tirar cohetes. Y me alegraba comprobar que las indicaciones de la revista daban resultado, que no eran un invento de la redactora de turno, mujer al fin y al cabo a la que se lo habrían comido muchas veces.

Eva se retorcía como posesa. Comprendí por qué había rechazado el árbol. De haber estado sentada en él, ya haría tiempo que se habría caído de espaldas.

No sé el tiempo que la estuve lamiendo, acompañado por el mete saca de los dos dedos. El caso es que llegó a la cima y anunció que se iba a correr.

—Joder… Josito… chupa cabrón… que me corro… hostia… hostia… me voy… asíiiiii…. Me voy…. Me voyyyyy……

Y yo la animaba.

—Córrete, zorrita… Que no parece que te canses nunca… Si serás puta…

—Hummmmppffffff… —gritó y los ojos se le pusieron en blanco.

Todo su cuerpo se puso rígido antes de empezar a temblar. Sus caderas brincaban sobre la madera del banco; las piernas se abrían y se cerraban alocadas, golpeándome los laterales de la cabeza; y sus manos se aferraban a las tetas de forma cruzada: la derecha sobre la teta izquierda y la izquierda sobre la teta derecha.

De pronto tuve una revelación. Tiré de mis pantalones hacia abajo sin siquiera desabrochar el cinturón. Tomé a Eva de las nalgas y la elevé un poco. Y entonces apunté mi polla entre sus labios y se la metí de un empujón. Las paredes de su vagina se contrajeron alrededor de mi rabo y lo aprisionaron para no dejarlo escapar.

Eva apretó los ojos y arqueó la espalda y el cuello hacia atrás. Se veía que mi atrevimiento la había gustado.

No obstante, mi intención no era follarla, sino incrementar su orgasmo. De modo que no comencé a embestirla. Muy al contrario, levanté sus piernas y las enrosqué en mi espalda antes de volcarme hacia delante y abrazarla. Acerqué mi boca a su oído y me quedé quieto, sujetando sus espasmos mientras se derramaba entre mis brazos.

—Ssshhh … —le decía bajito—. Córrete, princesa… córrete, que yo te cuido…

Mi lengua lamió la entrada de su oído y un latigazo le recorrió el cuello. La piel bajo la melena se le había erizado mientras la ensalivaba a conciencia.

—Ssshhh… córrete, guarrilla… córrete… —le repetía sujetándola para que no se derrumbara.

El clímax de Eva parecía no terminar nunca. Me pareció que se corría durante más de un minuto. Cuando al fin terminó, la chica se recostó en el respaldo del banco y se sacó las bragas de la boca. Mantenía los ojos cerrados y resoplaba hacia arriba. El flequillo se le removía por la brisa que levantaban sus suspiros.

Me salí de su interior y me subí los pantalones de cualquier manera. Luego me senté a su lado y le acomodé la falda tirando hacia abajo.

—¿Qué tal…? —le pregunté cuando noté que recobraba la consciencia.

—Uffff... la hostia… —replicó apoyando su cabeza en mi hombro—. ¿Dónde has aprendido a hacer estas maravillas?

—No sé… —la vacilé—. Son congénitas. Mi padre también era un monstruo de las comidas de conejo.

Se echó a reír y me abrazó con su mano libre. La otra la mantenía en mi muslo.

—Pero eres un cabrón… —prosiguió—. Te has aprovechado y me has follado… Eso es violación…

—Eh… no… —me defendí un tanto acojonado—. No te he follado, te lo juro…

—Sí que lo has hecho… —levantó su cara y me miró muy seria—. Me has follado sin mi consentimiento… Te vas a cagar.

—No… déjame que te explique… —mi acojone subía de nivel por momentos—. No te he follado, es que…

De pronto se echó a reír a carcajadas.

—Que es coña, bobo… jajaja… —dijo y volvió a apoyar su cabeza en mi hombro sin dejar de reír.

Suspiré aliviado. Por un momento me había visto jodido y en la cárcel.

—No, verás… —aproveché su silencio para intentar explicarme—. Es que hay una técnica que…

—Vale, vale… —me cortó—. Que ya me conozco ese rollo… Mi novio lo hace siempre. Cuando me estoy corriendo me la mete y se queda quieto mientras me abraza. El orgasmo así dura la hostia… ¿no es eso lo que me ibas a decir?

—Ah, vale… —asentí—. Si ya lo sabías…

—Sí, y además ya has visto que funciona… al menos conmigo… —no veía su sonrisa, pero la sentía cuando hablaba.

—Sí, ya lo he visto.

Me acarició el muslo y su mano llegó a mi entrepierna.

—Joder, tío… —se mofó—. La sigues teniendo super dura… Te va a reventar.

—Ya te digo… —confirmé.

Levantó los ojos y me miró fijamente.

—¿Quieres que te la chupe como esta tarde?

Pero no era eso lo que me apetecía en ese momento, precisamente. Aproveché que había bajado la guardia tras el orgasmo y no me corté en pedírselo.

—La verdad es que… —respiré y me tiré a la piscina—… lo que quiero es follarte… Y por mi padre que te voy a follar…

Puso los ojos en blanco y suspiró sin mirarme.

—Vaya… ya me parecía a mí que no me lo hubieras pedido hace rato… Todos los tíos sois iguales, solo pensáis en meterla. Pedazo de cabrones…

—Tu verás, como para dejarte escapar viva… ¿Pero tú has visto como me has puesto?

Y Eva se defendía sin cortarse ni un pelo. Ya era un triunfo que no hubiera echado a correr, así que me decía que el que la sigue la consigue.

—Ya te he dicho que te la chupo si quieres…

—Es que otra mamada no me vale, Eva… Necesito metértela…

—Pues ya te digo que a mi no me la metes…

Me estaba partiendo de la risa por dentro. Tal vez no conseguiría follarla, pero al menos el tonteo era de lo más cachondo.

—¿Y eso por qué? Ya has visto que tus dos novios te ponen la cornamenta a cual más…

Sabía que eso la picaría. Y no me equivoqué.

—Esos tíos son unos cabrones… —dijo con malas pulgas—. Pero eso no quita para que no quiera que me la metas.

—A ver… —dije erre que erre—. Dame una razón válida.

—No sé, coge la que quieras… —replicó—. Que me duele la cabeza, que estoy con la regla…

—Ya… —no pude evitar reírme—. Menuda regla tienes tú…

De pronto cambió de tercio, dejándome pasmado.

—A ver… —prosiguió—. ¿Llevas ahí un condón en la cartera o algo…?

Tragué saliva al sentirme pillado.

—Pues… no…

—Pues ya te has respondido tú mismo… Ni loca me la metes sin condón. ¿Qué quieres? ¿Hacerme un Josito?

Se estiró cuan larga era en el banco y se quedó boca arriba, usando mis muslos como almohada. Con los dedos de sus manos jugueteaba con su ombligo por debajo del top. Yo le acariciaba el pelo con una mano y le amasaba una teta por encima del top con la otra.

Continuará...
 
CAPITULO 6

¿Cómo coño iba a llevar un condón en la puta cartera?, pensaba. El día anterior había salido de casa para hacer un puñetero examen. ¡Un examen, no a follar! ¿En qué cabeza cabía…? Bueno, la verdad es que por aquella época era un gilipollas. Seguro que todos los chicos de la fiesta en la cervecería llevarían más de uno, dispuestos a utilizarlos con la buenorra de clase.

Pero la ruleta de la fortuna me había sonreído a mí, al más idiota del grupo. El único que no había previsto el asunto. Os aseguro que desde entonces no falta en mi cartera un sobrecito de plata con su goma dentro. Al menos uno. El segundo polvo o a pelo o a cascármela al baño.

De repente, tuve una corazonada. El bolso de Eva se encontraba abandonado sobre el banco. Y se encontraba abierto.

Tiré de él y rebusqué a toda prisa mientras ella protestaba. No tardé más de cinco segundos en sacar una tira de cuatro condones. Y solo le faltaba una goma al primero de los sobres. Tenía para tres polvos.

Me lo había imaginado. La chica había salido dispuesta a follar con quien fuera tras el examen. Si no era con su novio, sería con su amante. Si no, con el que más le calentara el coño aquella tarde. Menudo zorrón.

—Ya no hay excusa —le dije sonriente—. Prepárate que te voy a dar bien…

—¡Serás capullo...! —se quejó, aunque lo hizo con la boca pequeña—. ¿Quién te ha dado permiso para registrar mi bolso?

—Tú misma… —respondí—. Seguro que lo has dejado abierto aposta. Anda, no disimules, si lo estás deseando.

Se quedó pensativa un instante. Comencé a relamerme. Aunque no iba a ser todo tan fácil.

—A ver, no sé… —seguía jugueteando con las manos sobre su vientre—. ¿Qué probabilidades hay de que me dejes preñada por el fallo de un condón…?

Le acaricié el pelo, retirándole el flequillo de la frente.

—Pues… muy pocas… —defendía mi posición con toda la artillería de que disponía, que a decir verdad tampoco era demasiada.

—Pero «muy pocas» no son «cero», que yo sepa. ¿Has aprobado Estadística?

—He sacado notable.

—Pues ahí está… Si hay «pocas» es que hay «alguna»… ¿Y luego el niño quien lo cuida, eh? Porque yo quiero seguir saliendo de fiesta… ¿Lo cuidarás tú…?

Reía bajito mientras decía todas estas bobadas. Estaba claro que me estaba vacilando. Y mientras me vacilara es que existían probabilidades de que al final cayera. «Pocas», como decía ella, pero «algunas».

—Mira… —insistía yo—. Te prometo por lo más sagrado que te la saco antes de correrme… Vamos, por lo menos tres minutos antes… Aunque sea una putada para mí…

—Sí, ya… como esta tarde con la mamada, ¿no…?

Me quedé alucinado.

—¿Qué…?

—Venga, bonito, no te hagas el tonto… —levantó la mano y me dio dos cachetes en una mejilla—. Que el primer lefazo me lo has echado en la boca y me lo he tenido que tragar… ¿Qué creías, que no me había dado cuenta?

—Joder, Eva… a mí me parece que no… —«Sostenello y no enmendallo», era mi lema, al estilo de los políticos. En cuanto dejabas de negarlo, es que lo habías admitido.

—Ya, guapo… lo que tú me digas…

Se incorporó y se sentó en el banco, y me daba golpecitos con su hombro contra el mío.

—Lo que pasa es que… —añadió, pero se cortó a mitad de frase.

—¿Sí…? —dijo y crucé los dedos. Iba a proponer algo, estaba seguro.

—Pues que es verdad que me apetece… Tienes un rabito que no está nada mal… Tenerlo dentro me ha dado gustito…

La boca se me secó de golpe.

—Entonces… ¿Me dejas que te la meta? —no podía creer la suerte que tenía.

—Mira… —se giró hacia mí y me cogió la cara con las dos manos—. Te voy a dejar que me folles… pero como no te salgas antes de siquiera echar una gota, te juro que te mato.

Le hice mil promesas de que lo iba a hacer así y ella sonreía y me respondía incrédula.

—Vale, mucho blablablá, pero recuerda que te mato…

Cuando se aburrió de mi retahíla de juramentos, fue directa al grano.

—Bueno, venga… —dijo—. ¿Cómo lo hacemos?

—¿Te apetece tumbarte boca arriba en el banco y yo encima? —le propuse.

—¿Un misionero…? —replicó—. Joder, vaya rollo. A mí me apetece más por detrás.

Tragué saliva.

—¿Por el… culo…?

—Hala, bestia… —rió desvergonzada—. Me parece que tú ves muchas pelis guarras… Mi culo es sagrado… Ahí no entra ni dios…

—¿Entonces…? —pregunté sin encontrar una respuesta válida.

—Pues a lo «perrito…», so bobo… —aclaró por fin—. Metiéndola por delante, pero desde atrás.

—Ah, vale…

—Se te ve con poca experiencia, mi «amo» —bromeó—. ¿De veras la has metido alguna vez?

—Bueno, vale, ya no pregunto más… Te voy a empotrar como me salga del nabo y se acabó… Ponte de rodillas.

Pasó la suela de sus zapatos por la arena y torció el gesto.

—Ni de coña… Este suelo es de arena. Si al menos fuera césped… Pero aquí me voy a destrozar las rodillas y a ver cómo se lo explico a mi novio.

—Podemos hacerlo sobre el banco.

No estuvo de acuerdo tampoco.

—Y una mierda. El banco es de lamas y ahí no hay forma de sujetar las rodillas. Me las destrozaría lo mismo. Casi que lo hacemos como tu decías, un misionero de mierda, qué se le va a hacer.

Entonces se me iluminó la mente. En la acera, tras los setos, había contenedores de reciclado de basuras.

—Dame un segundo —le dije.

Salí a la carrera y descubrí lo que buscaba: una caja de cartón aplastada de un grosor aceptable para que las rodillas no sufrieran.

Estaba tirando de la caja para sacarla del contenedor cuando vi a la mujer por primera vez. Se encontraba fumando apoyada en la barandilla de un balcón de la segunda planta. Y miraba hacia el banco donde nos estábamos enrollando.

La silueta de la persona que miraba estaba totalmente a oscuras. Sabía que era una mujer solo porque le bailaba una falda a media pierna, tal vez el camisón. Y sabía que fumaba porque el brillo de la brasa del cigarro subía hacia su boca y volvía a bajar de cuando en cuando.

Me quedé congelado unos segundos. De pronto, la mujer hizo el gesto de apagar el cigarro sobre la barandilla y, girando su cuerpo, desapareció en el interior de la vivienda.

Al verla esfumarse me relajé. «Bah, seguro que ni nos ha visto», recuerdo que pensé. Probablemente se había desvelado y había salido a echar un pitillo, pero en el jardín había tanta oscuridad o más que en su balcón, por lo que se hacía difícil creer que nos hubiera descubierto.

*

Volví hasta el banco donde me esperaba Eva. Le mostré la caja aplastada y ella estuvo encantada. La colocó en el suelo y se arrodilló sobre ella. Luego se recogió la falda por la cintura y se las apañó para que no molestara. Y entonces giró la cabeza hacia mí.

—Vamos, mi amo… —dijo divertida mientras me colocaba el condón—. Folla a tu esclava con esa pilila blanquita…

Reímos bajito y me arrodillé tras ella, con las rodillas igualmente sobre el cartón. Apunté mi polla entre sus labios y de dos embestidas mis huevos tocaron el perineo de su vulva.

—Uffff… Auuuu… —suspiró largamente agarrándose al borde del banco—. Joder, qué bien… Pero despacio, tío… poco a poco… que el condón quema si no está lubricado.

Comencé a embestirla despacio y subiendo la velocidad a medida que la goma se humedecía. Los «plas-plas» de mis pelotas contra su coño resonaban en el jardincillo. La tenía dura como una piedra y me dispuse a resistir lo más posible para quedar bien.

Y entonces una chispa luminosa cayó desde lo alto.

Elevé la cabeza y descubrí la figura de la mujer, que de nuevo se hallaba fumando en el balcón. Ahora estuve seguro de que nos miraba, a pesar de la oscuridad reinante. Mantuve mi bombeo sin variación para evitar que Eva se mosqueara y rogué para que no hubiera visto caer el rescoldo encendido.

Pero, para mi desgracia, lo había visto.

Me empujó hacia atrás y se puso en pie estirándose de la falda para cubrirse los muslos.

—Hay una mujer en ese balcón… —dijo señalándolo angustiada—. Nos está mirando.

—¿Dónde…? —intenté disimular—. Yo no he visto nada.

—En el segundo… en ese que tiene una bicicleta colgada de la pared… ¿lo ves…? Está fumando porque se ve la brasa del cigarro. Es una mirona de mierda.

—¡Joder…! —exclamé, aunque más por la putada de que nos hubieran cortado el polvo que por que la mujer pudiera saber lo que hacíamos.

Eva agarró el bolso y echó a andar hacia los setos.

—¡Vámonos, rápido…!

Tuve que correr detrás de ella porque había cogido una velocidad endiablada. Por el camino me lamentaba de mi mala fortuna. Me había costado convencerla para que se dejara follar y la idiota del balcón me había jodido el plan cuando ya entraba y salía de su coño.

¡Me cago en la puta! Podría haberlo pasado de la hostia. Aparte de haber tenido recuerdos para miles de pajas en el futuro pensando en la follada con la chica más sexy y deseable que había conocido jamás.

Continuará...
 
Muchas gracias por publicar aqui @Abel Santos
ahora mismo estoy leyendo en la jungla tú "Los pecados de mi esposa"
y voy por la mitad y aunque creo que me imagino por donde va a ir, la verdad, lo estoy disfrutando mucho.

aunque el que me impactó mucho fue el de "Verano de la mujer infiel", me pareció una gran obra, y con giros muy atrevidos.

Un saludo
 
Muchas gracias por publicar aqui @Abel Santos
ahora mismo estoy leyendo en la jungla tú "Los pecados de mi esposa"
y voy por la mitad y aunque creo que me imagino por donde va a ir, la verdad, lo estoy disfrutando mucho.

aunque el que me impactó mucho fue el de "Verano de la mujer infiel", me pareció una gran obra, y con giros muy atrevidos.

Un saludo
Hola viciosinfin, me alegra que te esté gustando el último libro y que tb te gustara "El verano...".

Me queda una duda, por otro lado: eso de la "jungla" no lo he pillado.... Estás de vacaciones por Senegal? jajaja

Abel
 
Hola viciosinfin, me alegra que te esté gustando el último libro y que tb te gustara "El verano...".

Me queda una duda, por otro lado: eso de la "jungla" no lo he pillado.... Estás de vacaciones por Senegal? jajaja

Abel
Eso de la jungla sería mejor nombrarlo amazonas, quitando bromas es Amazon pero tampoco entiendo porque no lo nombran por su nombre 😂😂😂

Pd: pudiera ser que en el anterior foro (pajilleros) hubiera algunas censuras si se escribiese nombres relacionados a otras webs.
 
Jajaja, los nombres que estoy aprendiendo en este foro... :cool::cool:
 
Eso de la jungla sería mejor nombrarlo amazonas, quitando bromas es Amazon pero tampoco entiendo porque no lo nombran por su nombre 😂😂😂

Pd: pudiera ser que en el anterior foro (pajilleros) hubiera algunas censuras si se escribiese nombres relacionados a otras webs.
Ya a estas alturas es más como un juego de roles, te montas una conspiración donde todos somos cómplices. ;):p:ROFLMAO:
 
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