Eva, estudiante promiscua

Según mi editora, la novela está corregida y están seleccionando portada. La publicará esta misma semana. Seguramente entre el 15 y el 16.

Espero que la disfrutes... está teniendo muy buena acogida...
 
Según mi editora, la novela está corregida y están seleccionando portada. La publicará esta misma semana. Seguramente entre el 15 y el 16.

Espero que la disfrutes... está teniendo muy buena acogida...
Gracias por la info
Realmente estoy expectante de cómo continuas la historia.

Porque en principio el protagonista está en una situación dócil sobre cómo continuar
(Bueno, o muy fácil si se siguieran las “reglas de la vida real”)
Y creo que ninguna especialmente favorable para el

Veremos

Gracias por el relato.
 
Una duda, ¿cuando tiene prevista la continuación de Los Pecados…?
Creo que te respondí, viciosinfin, pero no veo la respuesta.

Por si acaso, decirte que la segunda parte de Los pecados... ha sido publicada hoy mismo (16 de julio 2024), como estaba previsto.

Saludos y feliz lectura!!
 
CAPITULO 7

Llegamos al coche y saltamos al interior. Casi no había arrancado, cuando empezó a darme órdenes.

—Haz aquí el cambio de sentido —se atropellaba al hablar, cambiando de opinión sobre los controles de tráfico—. No creo que a estas horas te pongan multa. Luego tira hacia arriba, yo te guío…

Así lo hice y en cinco minutos bordeábamos las residencias de estudiantes. En una de ellas vivía Eva durante el curso. Envidié la suerte de sus compañeros, que la verían pasar por los pasillos y el comedor a diario.

La calle por la que circulaba estaba bien iluminada. Solo había una farola fundida y, justamente debajo, había una plaza de aparcamiento vacía.

—Aparca ahí… —me dijo y la esperanza resurgió en mí. Eva de nuevo buscaba un lugar oscuro.

Pero me equivocaba de pleno. Tal que había aparcado, la chica se colgó el bolso en bandolera y se arrimó a mí para darme un piquito de despedida.

—Hasta el lunes, Jose —me dijo—. Ha sido una tarde genial. Me lo he pasado de maravilla.

Vamos, que era la despedida de una típica cita coñazo a la que quieres dar puerta. Pero a esas alturas, y con el calentón que llevaba encima, mi timidez habitual se había evaporado, dejando paso a una desvergüenza desconocida para mí.

—Espera… —le dije sujetándola por un brazo antes de que tirara del abridor de la puerta—. No puedes dejarme así. ¿Por qué no me dejas subir contigo?

La propuesta era clara: déjame subir, acabamos con el polvo, y luego me largo. Pero ella sabía guerrear mucho mejor que yo.

—¿Tienes una peluca y una minifalda? —rió burlona—. Porque es una residencia de señoritas. Ahí los tíos no podéis entrar. Y, para que sepas, no es la primera vez que desnudan a una chica por entero para ver si le cuelga algo entre las piernas…

Y se echó a reír. Pero aún no se había ido, y aquello era una pequeña victoria en sí mismo.

—Joder… —me quejé mirando mi entrepierna. Y con mi mirada conseguí hacerle llegar mi mensaje.

—Pobre… —dijo al darse cuenta de mi erección—. ¿Te duele mucho?

—¿Tú qué crees?

—Bueno, está bien… —aceptó—. Te hago una paja y luego me voy. Pero solo eso, una paja, ni mamada ni nada más, ¿de acuerdo?

No pude más que aceptar, a ver qué remedio. Eva se sacó el bolso por la cabeza y lo dejó entre el freno de mano y la palanca del cambio.

Me desabroché el pantalón con premura y le dejé la polla y los huevos a la vista para que jugara con ellos.

*

Se acomodó en el asiento corrido y me cogió el rabo con las dos manos, una para pajearme y la otra para amasarme las pelotas. Estaba visto que lo de «tocar los huevos» era algo que la apasionaba.

—Ufff… —suspiré echando la cabeza hacia atrás—. Tienes unas manos deliciosas.

Sonrió pícara.

—¿Hay algo que no te guste de mí? —preguntó retóricamente mientras me pajeaba suave pero a buena velocidad.

—De ti me gusta todo… —le confirmé.

Estuvo unos segundos pajeando antes de volver a hablar.

—Este sonido líquido de la piel subiendo y bajando por el tronco me pone muy perra. ¡Es que me la comería!

Joder, ella quería comérsela y yo me moría porque me la comiera. ¿Dónde estaba el problema? Aunque unos segundos antes había dicho que de mamadas nada… ¿se estaba poniendo caliente de nuevo? Tratándose de ella no me extrañaba nada. Menudo zorrón la Evita.

—Pues hazlo… —la azucé.

—No, es muy tarde… córrete y me voy…

—Vale, vale, si no te quieres apiadar de mí…

Acepté a regañadientes, aunque mi plan no era ése. No podía dejarla escapar sin más. Nunca iba a tener un bombón como aquel a mi alcance. Me la tenía que follar, fuera como fuera. Si no lo hacía, no me lo perdonaría jamás.

Aproveché que Eva tenía las dos manos ocupadas para sujetarla del pelo y atraer su cara hacia la mía. Ella cerró los ojos y se dejó hacer. Cuando mi lengua buscó su boca, la abrió como una niña obediente y me dejó lamerle su interior con unos jadeos que me demostraban que lo deseaba tanto o más que yo.

Mi siguiente ataque fue dirigido a sus tetas. Le subí el top con una mano y le tiré del sujetador hacia arriba con la otra. Sus dos pechos quedaron a la vista. Los pezones no engañaban: estaban hinchados y pidiendo guerra. Bajé mi boca hacia ellos y comencé a lamerlos con ansia.

—Ooohhh… joder… —suspiraba Eva.

—¿Te gusta…?

—Sí… sí…. —cerraba los ojos y resoplaba sin dejar de pajearme.

—Ven, acércate más… —le dije y tiré de ella.

Se dejó hacer, pero insistió:

—¿Te falta mucho?

—No, ya me queda poco… —mentí.

Le cerré la boca con la mía para que no hablara y le introduje la mano por debajo de la falda. Su reacción fue la de cerrar los muslos, pero no llegó a tiempo. Mi mano ya le había atrapado el coño y el dedo corazón ya le había entrado en su interior. Gimió dentro de mi boca.

—Aaahhh… espera… ufff… espera…

—No, mi amor —respondí sin aliento—. No puedo esperar… Si espero más me voy a morir…

—Córrete, venga, no seas cabrón… —insistía retirándome la boca—. Tengo que irme…

—Ahora te vas… te lo juro… dame un minuto… —replicaba yo y la atraía hacia mí.

Estaba completamente entregada, la cabeza volcada sobre la parte superior del asiento y yo inclinado sobre su boca. Acallé sus protestas con mi lengua y ella soltó un bufido de aire retenido y abrió los muslos para dejarme acceso libre.

Mi polla dio un salto entre sus manos y Eva comenzó a pajearme con más vehemencia. Me sentía triunfante. Iba a follarla se pusiera como se pusiera.

Pero la confianza me jugó una mala pasada.

Aflojé mi tenaza sobre su boca y ella dio un saltito hacia atrás.

—Tengo que irme… —soltó de pronto y se giró hacia la puerta.

La miré desesperado, con mi cañón apuntando al frente, abandonado.

Eva, sin mirar atrás, intentaba escapar de mí. Tenía tantos deseos de huir que había olvidado el bolso junto al freno de mano.

*

Abrió la puerta y sacó una pierna al exterior. Pero me moví con rapidez sobre la banqueta corrida y la agarré del brazo antes de que echara a correr.

—Espera, Eva, espera… —le dije jadeando—. No puedes dejarme así…

Había conseguido salir con ella y estábamos los dos de pie ante la furgoneta. La había aferrado por los brazos y la arrinconaba contra la puerta trasera.

—Por dios, Jose… —susurró—. No me hagas esto… ¿No te vale con lo que ya hemos hecho…?

—No puedo… te lo juro… Joder, Eva, no sabes cómo me gustas… Te deseo tanto…

Pareció aflojar.

—¿Te… gusto…? ¿De verdad…?

—Me vuelves loco… —confirmé—. ¿Es que no lo ves…?

—No te creo… Tú lo que quieres es follarme… Lo demás te importa un pimiento…

—No, nena, no… Te prometo que no soy como los demás...

Menuda gilipollez acababa de soltar. Pero era lo que tocaba, así que no me sentí culpable. Mientras le hablaba iba moviéndola hacia un lado, lo justo para liberar la puerta trasera del coche.

—Déjame besarte… —insistí—. Tu boca me mata… la necesito…

—No… no quiero… —se resistía—. Ya me has besado toda la tarde… Estoy muerta de sueño y me quiero ir a la cama…

Pero por alguna razón sabía que mentía. Que estaba tan caliente o más que yo. Le faltaba el aliento, y a pesar de sus negativas no giraba la cara para negarme la boca según me acercaba a ella.

En cuanto mi lengua entró en su interior y se enredó con la suya, las piernas se le aflojaron y perdió el control. Y entonces entendí los mecanismos de sus emociones. La boca era la llave que daba acceso a su… En realidad no sabía cómo llamarlo: ¿«pasión», «sexo», «vicio»? El caso es que su voluntad te la entregaba en cuanto le robabas la boca.

Abrí la puerta y la empujé sobre el asiento trasero, corrido y liso como el de delante, genial para lo que necesitaba en ese momento. Posé mi mano sobre su cabeza para que no se golpeara contra la parte superior, como hacen los polis en las películas.

Eva Mantenía los ojos cerrados y se dejaba hacer. Pero cuando posó el trasero sobre el asiento, su boca quedó liberada por unos segundos y entonces recuperó la cordura. Con la ayuda de los brazos y las piernas se deslizó hacia atrás en el asiento corrido intentando escapar.

—Por favor, Jose, para… para… no seas cabrón… me caes bien… pero no me folles… no me folles…

Entré a toda prisa y cerré la puerta a toda prisa. Si seguía gritando así iba a despertar a todas las estudiantes de la residencia.

—¿Por qué dices eso…? —le dije con la voz ahogada—. Si tú también lo quieres… No mientas, zorrita…

Y Eva no lo negaba.

—Joder, vale, es verdad… me muero de ganas, pero no debemos… no debes… Ya vale por hoy… Follamos otro día… Deja que me vaya, por favor…

—No puedo, Eva… Otro día follamos más, pero hoy te la meto sí o sí… te juro que te va a gustar…

Me volqué sobre ella y le busqué la boca de nuevo. Esta vez me giró la cara. Aun así, conseguí cogerle la mano y ponerla sobre mi polla.

—Mira como estoy… Esto es por lo mucho que te quiero… Eva, me estoy muriendo por ti…

—Vale, vale… Te la puedo chupar si quieres… pero ya es tarde para follar… me tengo que ir a la resi…

—¿Te vas a ir así, con esa calentura que llevas…? —la corté.

—Joder… ¿Cómo quieres que no esté caliente con el trajín que me estás dando…? ¡Cabrón calienta coños!

No negaba su calentura. Aquella chica era un auténtico volcán, y cuando estaba cachonda era manejable por completo. Y ella lo debía de saber, por eso quería huir del coche. No era por mí, sino por ella. Se conocía y estaba segura de que, si yo me empeñaba, terminaría por dejarse follar. Unos minutos antes no le había importado, pero por alguna razón ahora se daba cuenta de que era una locura y que debía pararla.

—Además… da igual mi calentura. Puedo pajearme en la cama… Incluso si quieres puedo pensar en ti… Te juro que pienso en tu polla… pero no me folles, Jose…

—No… no… no necesitas pajearte… Estoy aquí, déjame hacerte feliz…

Pero Eva iba subiendo al Everest y me pareció que llegaba al punto de no retorno.

—Que no, Jose, que no… —emitió un gemido—. Joder… voy a terminar por dejarme follar y luego me voy a arrepentir…

—¿Por qué te vas a arrepentir…?

—¿Es que no lo sabes…? ¡Te recuerdo que tengo novio…!

—Ya… un cabrón de novio que a saber a qué zorra se lo estará comiendo en estos momentos…

Soltó un gemido compungido.

—Es un cabronazo, lo sé… Pero yo le quiero mucho… y no me importa a quién se lo esté comiendo… ¿te enteras?

—Ya lo sé, cariño, lo veo en cómo le miras…

—El muy cerdo no me quiere ni la mitad que yo a él… —puso morritos de disgusto.

—Eso es… llevas toda la razón… Es un pedazo de cerdo…

Con cada argumento que iba soltando, sus piernas, cerradas y apoyadas en mi pecho, se iban abriendo algunos grados. Un par de argumentos más y la iba a tener a tiro.

—Lo amo… a ese cabronazo… —el sollozo fue de aúpa esta vez, y sus piernas se abrieron no menos de diez grados. Ya faltaba menos.

—No puedes dejarlo así… —repliqué entusiasmado. Eva sudaba de excitación, un argumento más y se iba a despatarrar para mí—. Tienes que vengarte…

Abrió las piernas de sopetón y caí entre sus muslos. Me buscó la boca y empezó a comérmela con ansiedad. Le faltaba el aire de lo cachonda que se había puesto. Bufaba con su boca dentro de la mía.

Me bajé los pantalones a medio muslo de un tirón. Mientras tanto, su mano izquierda se había introducido entre nuestros cuerpos y, agarrando mi polla con ella, se la enterró en el coño hasta que mis huevos tocaron sus ingles.

—Aaahhhmmmm… —gimió y soltó el aire que llevaba acumulado desde hacía unos segundos…

—Espera, no llevo condón…

—Da igual, dame fuerte… dame… por tu padre…

Y sus brazos me agarraron el cuello con una tenaza que la permitía elevar la cabeza y morderme el hombro mientras la culeaba.

Yo, alucinado porque ahora no se preocupara del condón, no me hice de rogar. Tendría que mantener la atención para no correrme dentro, pero era un placer sentir mi polla en el interior de aquel coño al rojo vivo.

—Joder… joder… —jadeaba yo—. Tienes el coño ardiendo…

Eva me soltaba el cuello de cuando en cuando y me lamía los labios, me tiraba del pelo, cruzaba las piernas a mi espalda para atraerme hacia ella… Luego volvía a atenazarme el cuello y a morderme la clavícula. Estaba caliente como una perra. Entendí que la escenita de la escapada y mi lucha por evitarla la habían puesto a doscientos por hora. Se veía que le atraía el rollo «sumisa», porque cuanto peor la tratabas, más cachonda se ponía. Quizá por ello el juego de la esclava y el amo en el bar.

Esta vez no esperé a que alguien nos interrumpiera. La follé con todas las ganas. La embestía sin piedad. Y ella se apretaba contra mí para recibir mis penetraciones furiosas y profundas.

Los dos gritábamos desaforados.

—Sí… joder… fóllame… fóllame… dios mío… me estás follando… me follas… me follas… cabrón… lo has conseguido… yo no quería…

—Joder… joder… joder… —repetía yo.

—Yo no quería, yo no quería… pero me estás follando… ayyy…. auuu…

—¿Quieres que me salga y lo dejamos? —jadeé sin dejar de culearla.

—No… te mato… ¿Me oyes…? Te mato si dejas de follarme… Oh, dios mío… fóllame… fóllame…

Vale, quizá esté recordando nuestros gemidos de una manera un tanto «exagerada». En realidad no es que recuerde las palabras que nos decíamos con exactitud. Lo que sí puedo asegurar es que eran los gritos más apasionados y los jadeos más bestias que haya mantenido con una chica durante un polvo. Los dos estábamos cachondos hasta decir basta.

Eva era una chica de las más calientes que he conocido, os lo aseguro. Y por una buena polla era capaz de cualquier cosa. Por fortuna, la polla elegida en aquella tarde-noche había sido la mía. Y solo de pensarlo mi empalmada era… ¿cómo lo diría…? Joder, no sé, tal vez «monstruosa» sea la palabra.

Continuará...
 
Creo que te respondí, viciosinfin, pero no veo la respuesta.

Por si acaso, decirte que la segunda parte de Los pecados... ha sido publicada hoy mismo (16 de julio 2024), como estaba previsto.

Saludos y feliz lectura!!
Uf @Abel Santos
Gracias por publicar

Cuando acabe daré la opinión, pero con un 10% el protagonista parece desdibujado, en un comportamiento pusilánime y un poco inverosímil con el resto del relato

Veremos
 
CAPITULO 8

Cuando llevábamos unos segundos dale que te pego, sin embargo, Eva soltó su tenaza sobre mi cuello y me miró a los ojos. Su mirada era turbia por los movimientos de su cabeza adelante y atrás provocados por mis embestidas.

—Oye, tío… ¿no te irás a correr dentro…? —su jadeo era ahora menor.

Debió haberme visto al borde del abismo y empezaba a preocuparse. A pesar de que sería su culpa si eso pasaba por las prisas que le habían entrado para que se la metiera.

—No, aún no… —jadeaba comiéndole la boca.

—Pues ni de coña… Si te corres dentro, te estrangulo…

—Venga, Eva, por dios… tú córrete y disfruta… Relájate, que de la leche ya me encargo yo…

Pero se le había cortado el rollo. Y se le notaba a la legua.

—Por dios te juro que te mato si me llenas de lefa… No serás tan cabrón…

—Joder, nena, que no…

—No me llames nena… no seas machirulo….

Y yo venga a mover el culo adelante y atrás y el orgasmo empezando a subir por mis piernas. Eva había aflojado la presión de sus muslos sobre mis caderas y sus brazos ya no me atenazaban el cuello, sino que se apoyaban sobre mi espalda, uno de ellos, mientras el otro se sujetaba al asiento delantero para evitar que nos cayéramos al suelo.

Entendí que algo había pasado con ella y no me había enterado.

—Eva… —titubeé—. ¿Te has corrido, verdad…?

—Sí… —me reconoció—. Pero ha sido flojito…. Anda, acaba pronto…

—Ah, ya… vale…

Joder, la muy zorra se lo había pasado de puta madre y yo ni me había enterado. «Flojito», había dicho. Una mierda flojito. Mientras gritaba todas aquellas obscenidades, en realidad se estaba corriendo a mares, pero se lo había callado. Menudo putón, pensé. Seguí bombeando sin parar, aunque poco convencido ya.

De pronto, supe que si seguía así me iba a correr en su útero sin remedio. Esta vez por el cabreo que se me había puesto. Así que frené las embestidas y me salí de ella, incorporándome sobre el asiento.

Eva se me quedó mirando aún tumbada y me dijo, sorprendida:

—¿Qué pasa…? —su rostro mostraba incredulidad—. ¿Por qué no acabas? Si aún no te has corrido… ¿no?

—No… déjalo… es mejor que no…

Se incorporó sobre el asiento y se estiró la falda.

—Pero… ¿por qué no? Si ya estabas a punto…

—Bah, no importa, de verdad…

Se rindió y empezó a buscar por el alrededor.

—¿Qué buscas? —le pregunté.

—Mi bolso… ¿lo has visto?

—Sí, creo que está en el asiento delantero.

Se estiró sobre el respaldo y lo rescató. Pude verle las nalgas redondas y sin un gramo de grasa. Perfectas, como lo era toda ella.

Sacó un paquete de Marlboro y me ofreció un cigarro. Yo no solía fumar, a excepción de bodas y similares, pero se lo acepté con gusto.

Fumamos en silencio unos minutos hasta que ella lo rompió.

—Parece que se baja… —dijo señalándome la entrepierna y llenándomela de humo. El pantalón estaba a medio subir y mi polla se había quedado al aire. Se veía mi erección que ya era, en efecto, minúscula.

—Sí, no ha tenido muy buen día la pequeñaja.

Lanzó una carcajada.

—¿Pequeñaja…? ¿La llamas así…?

—¿Te hace gracia?

—No sé… la verdad es que con ese pollón que te gastas, lo de «pequeñaja» suena a cachondeo…. Jajaja…

—¿Pollón…? —me extrañé—. Pues a mí me parece normal…

Resopló poco convencida.

—De larga, tal vez… Pero de gorda… ufff… Perdona, hijo, pero que sepas que al principio de meterla haces daño…

No salía de mi asombro.

—Joder, pues ni idea…

—Y una mierda «ni idea»… No, si ya te veo… Te haces el inocente, pero sabes que duele la muy jodía… Menudo golfillo estás hecho… con lo mosquita muerta que pareces en la Escuela con tu aura de empollón…

Y rió echándome el humo sobre la cara.

*

Volvimos al silencio previo. Esta vez fui yo el primero en romperlo. Había una pregunta que me quemaba dentro y, ahora que Eva había bajado de su pedestal y era tan humana como cualquiera, no podía quedármela dentro.

—Oye…

—¿Sí…?

—¿Qué pasa con Juanse y Mario? ¿Tú con ellos…?

—Joder… —me cortó—. Todos igual. Ya me parecía raro que no preguntaras. Menudo coñazo…

—Ostras, perdona… Yo no quería… Me he pasado, lo siento…

Suspiró y me dio un cachete suave en el muslo.

—Va… venga… no pasa nada… Si ya estoy acostumbrada… ¿Qué quieres saber…?

—Pues lo normal… creo… —tartamudeé—. ¿Cuál de los dos es tu novio de verdad?

—Oh, vaya… Parece que vas al grano…

—No tienes que responder si no quieres…

—No pasa nada… —dijo relajada haciendo aros con el humo—. La verdad es que Juanse es mi novio «formal» y Mario es un amigo.

—¿Amigo… con derecho a roce…?

Me miró con una sonrisa pícara.

—Sí… con derecho a rozar lo que quiera… ¿Qué pasa? ¿Te pones celoso?

Estuve seguro de que le hubiera gustado que le dijera que sí. Seguro que más de uno en la Escuela se lo había dicho en una situación semejante. Y eso a ella le subía la autoestima.

—¿Celoso…? Ni de coña… Celosos tendrían que estar ellos de mí, ¿no?

Rió y me dio la razón con la mirada.

—Anda, bobo… —me dio un ligero golpe con su rodilla en la mía—. Sí sé que te gusto… Hasta me lo has dicho antes…

Decirle que no era una tontería. Y además sería mentira. Era imposible que Eva no le gustara a alguien. Así que no dudé en confirmarlo para satisfacción de su ego.

—Pues claro que me gustas… me gustas un montón…

Me acercó la boca y nos dimos un morreo suave con las lenguas. Luego quedamos pensativos.

—¿Y Juanse sabe que estás con Mario…? —fui el primero en hablar tras el paréntesis.

Esta vez no se cortó al responderme.

—Bueno, saberlo… saberlo… no oficialmente. Pero está claro que lo sabe. De todas formas, ¿qué más da? Juanse es mi futuro marido… y Mario me cuida mientras estoy en Madrid. En cuanto vuelva a mi casa me casaré con Juanse y Mario se quedará aquí. Fin de la historia.

—¿Te casarás con Juanse… porque sí? ¿Así de simple?

—Joder, no… ¿No me has escuchado antes? Yo quiero a Juanse y solo a él… Mario es un amigo pasajero.

«¿Y el resto de los tíos a los que te tiras?», pensé, pero no dije nada. ¿Dónde quedábamos los que, como yo, caíamos en sus redes a la menor ocasión? Pobre tipo Juanse, me dije. Aunque, por lo gilipollas que me había parecido, se merecía los cuernos que llevaba sobre la cabeza. Y encima cuernos consentidos, el muy capullo. ¿¡Cómo dejas a una diosa como Eva sola un viernes por la noche, idiota!?

En fin, preferí olvidar el tema y a otra cosa. Eva no era nada mío. Allá cada uno con sus problemas.

—¿Y tú, qué? —me dijo sin que lo esperara—. ¿Tienes novia?

—No… digo, sí… O, mira, no sé si sí o si no… para que te voy a engañar.

Por aquella época salía con una chica con la que podía aplicar el dicho de «ni contigo, ni sin ti». Así que, cuando me preguntaban por una posible novia, no sabía cómo contestar.

—¿Tanto lío tienes con ella que no sabes ni lo que es? —preguntó sonriente.

—Más o menos…

—Pues estás peor que yo, perdona que te diga —me dio un golpecito sobre la rodilla.

—No sé, no sé… Se admiten apuestas…

—Y… ¿qué te dice de tu pollón…? ¿A ella no le duele? —Su sonrisa pícara era capaz de levantársela a un muerto.

Me mordí la lengua. Mi «amiga» se había negado hasta la fecha a probarlo. No había nada que decir.

—No, ella no se ha quejado hasta la fecha —dije para salir del paso.

Los dos cigarros se habían consumido. Y los temas de conversación parecían haberse acabado. Tiramos las colillas apagadas por las ventanillas y me dispuse a subirme el pantalón para salir del coche.

—Espera… —me dijo—. Aún te falta algo…

—¿Qué…? —la miré sin entender.

—Anda, no seas bobo —sonreía como siempre, pero ahora con dulzura—. Sabes a lo que me refiero. Vamos, termina de follarme que se va haciendo tarde.

*

Se me solidificó la saliva en la garganta.

—¿Lo… dices en serio…?

—Pues claro, Josito… —su mirada calmada confirmaba el ofrecimiento—. Si te vas a casa con ese calentón que llevas te vas a pasar toda la semana con dolor de huevos. Ponte un condón esta vez, anda…

Me dejé besar por su lengua lasciva. Todavía le ardía como un volcán.

La miré recogerse la falda y tumbarse en el asiento. Me acomodé sobre ella y en segundos mi polla recubierta por una goma saboreaba la humedad y el calor de su coño.

—Acaba cuanto antes, por favor… —pidió.

—Te lo juro…

—Ah, y otra cosa…

—¿Qué…?

—No dejes de besarme con tu boca fresquita… Me vuelve loca esa lengua ladrona que tienes…

Si mi erección ya era gigante, se multiplicó por diez y volvimos a las embestidas salvajes acompañadas de los jadeos de unos minutos atrás. Pero ya llevábamos medio polvo de antes de la interrupción y la llegada a la cima no se hizo esperar. Fue uno de los polvos más rápidos de mi vida. Tal vez de menos de dos minutos.

Primero fue ella, que me mordió la cara y la oreja mientras se corría gritando como una cerda en el matadero. O quizá solo fingía, era muy raro llegar al orgasmo en tan poco tiempo estando satisfecha de unos minutos antes, si es que había dicho la verdad. A continuación, me tocó a mí y me levanté a toda prisa.

Quería correrme fuera y que ella lo viera. Rugí pajeándome furioso mientras mi leche llenaba el depósito del condón. El orgasmo fue breve, pero intenso como nunca había tenido ninguno. Y, como había ocurrido en los lavabos, la corrida había sido inmensa. Aquella chiquilla me ponía a funcionar la fábrica de leche al triple de lo normal.

Mientras me sacudía la polla para apurar los restos de lefa en el condón, dos chicas con un pedo de órdago pasaron por el otro lado de la calle. Nos vieron maniobrar y no tuvieron duda de lo que pasaba dentro del coche. Comenzaron a aplaudir y a silbar. Las mandé callar y entraron en la residencia de Eva riendo a carcajadas.

—¿Las conoces? —le pregunté.

—Me parece que sí, pero no creo que me hayan reconocido. Además, menudo pedo llevan, mañana ni se acuerdan.

—Seguro…

—¿Quieres uno…? —me ofreció otro cigarro y se lo rechacé esta vez. Luego volvió a fumar en silencio.

Pero ella no parecía vivir feliz en el mutismo.

—Una cosa, Jose…

—Dime…

—De esto que ha pasado hoy… ni una palabra a nadie… ¿vale?

Me acerqué a su rostro y le di un beso en la mejilla.

—Por supuesto que no… confía en mí… —le dije jugueteando con el condón que acababa de extraerme del rabo.

—Gracias —Eva hablaba en serio, casi por primera vez—. Es muy importante para mí… Si Juanse o Mario se enteran, puedes joderme la vida.

—Tranqui, Eva, de verdad… te prometo que ni en sueños lo voy a contar…

—¿Me lo juras…?

—Joder, claro…

Se la veía realmente acojonada y, quizá, ¿arrepentida? ¿Podría ser que Eva se dejara llevar por la calentura y, una vez satisfecha y enfriada su libido, se sintiera culpable y se muriera de la vergüenza? Era una duda que me entró de repente, pero que por supuesto no podía preguntar. Así que me mordí la lengua y me quedé con ella.

*

Ahora fui yo el que no soportó el silencio denso que se había creado entre los dos.

—Ya se acaba el curso… —dije por no estar callados—. Y luego las vacaciones. ¡Qué ganas tenía!

—¿Vas a ir a algún sitio? —me preguntó, encendiendo un nuevo cigarro con la brasa del anterior.

—No creo —respondí—. Lo más seguro es que haga como siempre: trabajar los meses de vacaciones y ahorrar para la matrícula del próximo curso. ¡El último, por cierto!

No esperaba que entendiera lo que le decía. En mi casa la pasta no sobraba, pero ella era una niña pija, hija de un banquero asturiano o algo así.

—¿Y tú? —pregunté—. ¿Vas a ir a algún lado?

—Tampoco, creo…

—Ah, ¿no? —me extrañé—. ¿Y eso?

—Bah, cosas mías… Este año no tengo muchas ganas de viajar.

Acepté su explicación y quise cambiar de tema.

—Pues, nada, descansa y nos vemos a la vuelta del verano.

Se mordió el labio y supe que algo le pasaba. Cuando una lágrima escapó de su ojo derecho, confirmé mi sospecha. La tomé por la barbilla como había visto hacer en las películas y la miré fijamente.

—Eva, si quieres puedes decirme lo que te pasa… A veces alivia contarlo a un extraño. Aunque… bueno… yo ya no sea un extraño del todo…

Parecía una cursilada de película, pero es lo que sentía en ese momento. Es decir, me hubiera sentido feliz de achucharla como si fuera mi chica. Pero Eva no era mi chica, así que solo la miré.

Se le escapó un sollozo antes de decidirse a hablar.

—Joder, Jose, es que ya no voy a volver después de las vacaciones…

No supe qué hacer o decir al notarla afectada de veras. Pasados unos minutos pareció calmarse. Le dejé otro clínex y se limpió las lágrimas y el rímel, que se le había corrido en los dos ojos. Esperé un poco más y, al cabo, pregunté.

—¿Me lo quieres contar?

Suspiró y me miró parpadeando.

—Solo si me prometes que no se lo vas a decir a nadie.

—Pues claro, prometido…

Bajo la mirada y soltó la bomba.

—Estoy embarazada… —dijo y mi boca enmudeció con la mandíbula descolgada. La suya, sin embargo, se lanzó a soltar todo lo que llevaba dentro—. De tres meses. Es de Juanse, por supuesto. Del muy gilipollas. Solo a él se le ocurre usar condones caducados. Estuvo follándome casi un mes con condones con la goma porosa. Y al final me preñó el muy…

Yo tragaba saliva escuchando, sin atreverme a decir ni media palabra. ¡La hostia, me había follado a una preñada! No podría contárselo a nadie, aunque quisiera, porque nadie se lo iba a creer… No sabía qué decir y solo articulé una gilipollez para quedar bien.

—Pues no se te nota nada…

Mi comentario le arrancó media sonrisa.

—Ya, pero para septiembre que empiece el curso, tendré un bombo como las mamás esas que pasean por el parque. Y tendré la piel llena de estrías… ¡Joder…!

—Bah… no te preocupes… —traté de animarla—. Tu siempre estarás guapa… con bombo y sin bombo…

Me dio otro cachete en el muslo.

—Ya, tú que me miras bien… Pero a saber…

—Te juro que soy sincero… Tú eres guapa de nacimiento, y no hay nada que te quede mal… o que te afee…

Conseguí que volviera a sonreír.

—Anda, bobo… que se te ven a la legua las mentiras… Y no te hagas ilusiones conmigo…

—¿Ilusiones, yo…? Ya me gustaría… —bromeé poniendo caras de chiste, ante lo que ella rió bajito—. Lo que pasa es que eres la chica más guapa que conozco… Eres tan guapa que te juro que te estaría follando todo el finde y me sobraría leche para el lunes y el martes.

Su carcajada se debió de oír en toda la calle.

—Anda, fantasma… —se sujetaba la tripa para contener la risa—. No jures tanto no sea que tengas que cumplirlo. Y deja de jugar con el condón que te vas a pringar entero.

Se me subió la bilirrubina… y mi rabo levantó la cabeza sintiéndose aludido. Ciertamente no había tirado la goma y andaba haciendo guarradas con el depósito de lefa.

—No es fantasmada —seguí con la broma y me señalé la entrepierna—. Compruébalo tú misma si quieres.

—Ni de coña… —me seguía el rollo; se notaba que entre comentarios picantes se sentía en su salsa—. Ni loca te toco yo ahí. Me arriesgo a pasarme abierta de piernas toda la noche y tengo un sueño que me caigo.

Acabó el cigarro y buscó otro. Al ver que no le quedaban más, tiró el paquete por la ventanilla y su expresión se tornó seria de nuevo. Para cambiar de tercio, me solidaricé con su problema.

—Joder, qué putada… lo del bombo… digo…

—Y que lo digas —asintió—. Total que para el mes que viene, como mucho agosto, Juanse y yo nos casaremos y ya no volveré a Madrid. Criaremos al niño juntos y en el futuro ya veremos. Tal vez un día vuelva para terminar la carrera.

Me puse en plan padre, lo cual me habían dicho que se me daba bien.

—No soy nadie para decirlo, pero te aconsejo que la termines algún día, sea cuando sea. Te queda solo un año, sería una pena…

—Ya… ya lo sé… Es lo que quiero, pero ya veremos…

Me quedé pensativo. Hilaba lo que me acababa de contar con lo acontecido durante la tarde-noche. Y, cuando la mente se me iluminó, no se me ocurrió otra cosa que soltar mis pensamientos a bocajarro, sin pensar si la estaría ofendiendo.

—Ahora entiendo… lo del embarazo, me refiero… Por eso decías que te da igual lo que pase con Mario. Al casarte con Juanse y tener el niño, adiós a Mario…

—Eso es… —suspiró.

No pareció ofenderse, así que no me corté en seguir preguntando.

—Y también por ello… tu empeño en que no te echara dentro… bueno, eso… ya sabes…

—Sí, también… —cabeceó afirmativa—. Es una putada que a tu niño le echen encima la lefa de un tío cualquiera, ¿no te parece?

En este caso fui yo el que me sentí ofendido, aunque seguramente sin motivo.

—¿Soy un tío cualquiera?

—Bueno, sí y… no… —titubeó—. No te lo tomes a mal… Tú me caes bien… pero apenas nos conocemos…

—Bueno, al menos la lefa se ha quedado aquí en el condón, mírala que maja…

—Pedazo de guarro… —dijo con un puñetazo de mentirijillas en el hombro.

Tenía toda la razón y no pude contradecirla. Aunque, pensé, en este momento podía ser el machirulo de Álvaro el que se la estuviese follando, y el muy gilipollas no estaría siendo tan considerado como yo con los sentimientos de la Barbie de la Escuela.

—¿Te puedo dar un consejo? —me dijo y la miré curioso—. No se te ocurra follarte a tu chica con condones caducados… No la fastidies así… No seas tan gilipollas como mi novio…

De cada cinco palabras que decía de su novio, cuatro eran insultos —bobo, idiota, gilipollas—, y aun así afirmaba que le quería… y mucho. Hay que ver lo que es la sique humana, me decía. Incluso la de la chica más atractiva, sexy y deseada de la Escuela.

Porque eso es lo que era: la tía más codiciada de los salidos del entorno donde estudiábamos. Y yo estaba hablando con ella de tú a tú… después de haberla follado a conciencia. Joder, me encontraba de puta madre.

Y entonces una lucecita se encendió en mi cerebro. Era una idea que quizá alargara la noche. Era una gilipollez, pero me sentía a gusto con ella. Y creía que ella conmigo. Tal vez podríamos seguir charlando un rato más. Así que se lo lancé sin pensarlo mucho:

—¿Has tragado lefa alguna vez?

Me miró alucinada, sin creerse lo que oía.

Continuará...
 
CAPITULO 9

—Serás guarro… —fue su primera reacción—. Pero tío, ¿tú estás enfermo?

Su sonrisa, sin embargo, había reaparecido, y sus mejillas se encendían de nuevo. El tonteo picante era lo que más le gustaba y yo estaba decidido a provocarla, aunque solo fuera para seguir teniéndola a mi lado unos minutos más.

—Enfermo, ¿yo…?, ni de coña… —ironicé—. Lo pregunto por preguntar… Es que mirando al condón, me ha venido a la mente una amiga a la que le encanta tragarse la leche de los chicos con los que sale.

—Ah, claro… ya entiendo… —dijo cruzándose de brazos—. Y te preguntabas si a mí me apetecería darle un sorbo a tu condón bien cargadito, ¿no? Porque hay que ver lo que echas en cada corrida, tío… es que te pasas…

Reí bajito y volví a la carga.

—Vale, lo que tú digas… pero no has respondido a mi pregunta…

—¿Qué pregunta? ¿Qué si me mola tragar leche?

—No, de momento solo he preguntado si la has tragado alguna vez…

Sonrió y miró al cielo, como desesperada.

—¡Pero que cerdos sois los tíos, qué asco!

—¿Sí o no? —no la dejaba escaparse por la tangente.

—¿Tú qué crees? —me retó con la mirada—. Tengo dos novios y hace tiempo que no soy virgen. ¿Te imaginas que podría soportar su pesadez si no me la hubiera tragado alguna vez?

«Sin contar con todos los tíos que te tiras de vez en cuando», pensé.

—¿Cuántas?

—Yo qué sé… pues varias… muchas… —confirmó, esta vez sin mucha resistencia.

Había entrado en el juego.

—Y… ¿te gusta hacerlo?

—Qué cabronazo… Ahí querías llegar, ¿no? —protestó de nuevo—. ¿Te gusta hacerlo a ti?

—Bueno, tragar leche no me apasiona… —respondí con un calor creciente en los huevos—, pero es que yo soy un tío. Pero no me da ningún asco comerme la mierda que echáis por el coño. Me sabe rica, dicho sea de paso.

Ella sonrió con todos sus dientes y sentí ganas de comérselos.

—Vale, pues te seré sincera…

—Sí, por favor…

—Pues es… que… a ver… la leche no es que me apasione. De hecho, me parece asquerosa… Pero si hay que tragársela, pues me la trago y ya está.

Solté una carcajada y ella sonrió sonrojada.

—¿Qué…? —dijo agobiada.

—No, nada… —respondí—. Otra pregunta…

—Joder que miedito das… —dijo acomodándose el pelo, coqueta.

—Allá va… ¿Me la hubieras relamido esta tarde, cuando te lo pedí en el baño?

Ahora fue ella la que se echó a reír.

—Qué cabrón… Te pone eso, ¿eh?

—Mucho, pero responde: ¿sí o no?

—Sí… —soltó de golpe y se echó las manos a la cara para ocultar su rostro. Reía con carcajadas cargadas de vergüenza.

Le di una vuelta más a la tuerca.

—Y… ¿te hubiera gustado?

Se mordió el labio.

—No sé… no lo hice… Así que es algo que se queda entre las cosas que pudieron ser y nunca fueron…

—Qué pena…

Seguía jugando con la bolsita de semen, que ella miraba como hipnotizada sin poder evitarlo.

—Sí, es una pena, pero es lo que hay… Se siente…

Y entonces me lancé del todo a la piscina. Con agua o sin agua, me había puesto tan cachondo que me daba igual.

—Aún puedes hacerlo…

Abrió mucho la boca, alucinada.

—¿Cómo…? —volvió a reír—. ¿No estarás insinuando que me beba el contenido del condón?

Solté una carcajada plena de morbo.

—Eso es lo que estaba insinuando, sí… ¿A que no hay lo que tiene que haber?

—Pero Josito, tú estás loco… —la sonrisa no desaparecía de su rostro, lo que me indicaba que lo estaba disfrutando tanto o más que yo mismo—. ¿Cómo crees que me voy a beber esa mierda de tu pilila? Me puedes pegar una enfermedad.

—Pues no, te aseguro que estoy perfectamente sano… —seguí la broma. Me lo estaba pasando genial, no necesitaba conseguir nada, con que no saliera huyendo del coche ya era una victoria—. Me hice un análisis la semana pasada, es una pena que no lo tenga en el coche.

—Pero que pedazo de guarro eres, Josito… Con lo modosito que pareces…

—Además… insistí… A tu niño no le «caerá encima» en este caso, tu estómago lo digerirá y lo expulsará en la orina. No problem para el bebé…

Volvió a cruzarse de brazos.

—Pero qué asqueroso eres… Y lo malo es que lo estás diciendo en serio.

—Completamente en serio —bravuconeé.

Súbitamente su rostro pareció iluminarse. Y cambió de registro, dejándome congelado.

—A ver… suponte que me lo tragara… que es mucho suponer… —comenzó—. ¿Qué ganaría yo con hacerlo?

Mi erección no se hizo esperar, y Eva solo tuvo que bajar la mirada para darse cuenta, ya que mi rabo seguía fuera del pantalón.

Yo preferí no mirarlo y reflexioné un instante. ¿Qué ganaría ella?, preguntaba. A dinero no se refería, imaginé, era una iña pija y se la veía manejar pasta en su ropa y sus complementos, como el reloj, la pulsera, el bolso…

No, no era pasta, definitivamente. Así que preferí tirarle de la lengua.

—¿Qué es lo que quieres?

—Déjame pensar… —dijo mirando al techo del coche.

—Piensa, piensa…

—Ah, ya sé… —se incorporó sobre el asiento—. En el hipotético caso… solo hipotético, ¿eh?... de que aceptara tragármelo, lo que querría es que después de hacerlo me besaras… con lengua, por supuesto.

Puse un gesto de asco, como ella asumía que pasaría. Era una bonita forma de mandarme a la mierda, pero con clase. Pero yo no estaba dispuesto a rendirme.

—Vale, ¡acepto!

Eva se quedó de piedra.

—¿En serio…? —la sorpresa en sus ojos no era fingida—. ¿Lo harías?

—Por supuesto…

—Bah, no te creo… —palmoteó al aire incrédula.

—Te lo juro…

Soltó una carcajada.

—Sí, no veas lo que vale el juramento de un chico. Antes de meter, mucho prometer…

Tenía que discurrir alguna idea y pronto. Ver a Eva tragarse aquella leche era una tentación de la hostia. ¿Qué es lo que tenía de más valor encima? ¡El reloj!, claro. Era un regalo de mi abuelo cuando me gradué en el instituto. No es que fuera de oro, pero sus quinientos pavos los valía.

Me lo desabroché de la muñeca y se lo entregué.

—Toma, si no cumplo es tuyo. No es que sea la rehostia, pero sería un palo si lo perdiera.

*

Eva aceptó tras estudiarlo unos segundos y lo introdujo en su bolso.

—Vale… ¿vamos al tajo?

—Venga… —animé yo. Toma el globito y empieza a beber.

Tenía una sensación de asco en la boca del estómago, pero al mismo tiempo el morbo me aceleraba la sangre en las venas. Aquella escena no la iba a olvidar en la vida. Total, esperaría a que ella se tragara la lefa y luego la besaría con el sabor asqueroso del semen, pensando en otra cosa para no morirme del asco.

Eva recogió de mis manos el condón y lo miró de cerca, sopesándolo. Cuando pensé que se lo llevaría a los labios, me señaló a la entrepierna.

—Aquí falta algo… —dijo con su dedo apuntándome a la polla.

No entendí a qué se refería hasta que observé dos goterones de lefa colgando del prepucio.

—A ver, so guarro… que te dejas lo mejor… —soltó antes de recoger los restos de mi rabo con un dedo y sacudirlos dentro del condón.

«Hostia puta —pensé—, esta tía es insaciable… Si hasta le gusta rebañar.»

—¿Estás preparado? —preguntó cuando se sintió satisfecha con la operación «recogida».

—¿Y tú?

—Yo a punto…

—Pues adelante… trágatelo entero.

Eva levantó el condón y se lo llevo a los labios. Cuando el extremo abierto lo tuvo dentro de la boca y sujeto por los dientes, lo elevó y dejó caer la lefa hacia su garganta.

Pareció saborearlo un instante y la carne se me puso de gallina. ¡Qué puto asco! ¿Cómo podía una tía, por muy golfa que fuera, tragarse aquella lefa, fría y asquerosa tras llevar varios minutos en el condón? En la puta vida un tío sería capaz de aquella proeza. Había que ser mujer, y muy guarra, para que aquello no te hiciera vomitar.

—Ya lo tengo… —consiguió hablar con los labios apretados para que no se le saliera el líquido espeso.

—Vale, ahora trágalo… —la animé con un punto de asco en el estómago—. Vamos, que está riquísimo, es como yogur…

Eva movió la garganta varias veces, tragándose mi sustancia sin respirar. Cuando la hubo tragado, se acercó a mí, ansiosa. La vi acercarse y le abrí la boca, dejando a su lengua acoplarse en mi interior y jugar con la mía.

De pronto, un sabor salado me inundó por entero. Y tarde comprendí que la zorra no se había tragado la lefa, sino que me la estaba pasando a mí a través de aquel beso, largo y profundo. Me la había jugado la muy puta.

Solté todas las blasfemias que conocía mientras intentaba huir de aquel morreo. Pero Eva me había amarrado del cuello adivinando que intentaría escapar y no me lo permitió. Su beso era cada vez más profundo y húmedo.

Húmedo de mi propia leche.

*

La risa de la putita era una auténtica catarata mientras yo escupía y daba arcadas fuera del coche. A punto estuve de vomitar la cena de la tarde anterior.

—¡Hija de puta! ¡Qué puto asco! —decía entre arcada y arcada.

Y ella reía cada vez más.

No entendí por qué Eva no hizo ni el mínimo mohín. No había escupido ni una pequeña parte de la leche que le había tocado en suerte. La muy guarra debía estar más que acostumbrada a la sustancia masculina.

Cuando conseguí vencer el asco, cerré la puerta del coche y la miré con malas pulgas.

—¡Cabrona!

—¿Qué? ¿Está buena? —seguía riendo sin parar—. Eso te pasa por gilipollas y por listillo.

—Vale, vale —acabé por aceptar—. Tomo nota. Nunca más le vacilaré a una tía. Y mucho menos si es más lista que yo…

—Las tías somos todas más listas que vosotros, no te hagas líos… —me espetó—. Anda, toma un par de chicles y quítate el sabor de la boca.

—¿Y esto? —le pregunté.

—Ya ves… —replicó–. Una que va siempre preparada para eventualidades de niñatos que ven muchas pelis porno.

Enseguida lo entendí. Cuando le tocaba tragarse la leche del que tuviera la suerte de estar con ella, Evita se quitaba el asco con chicles. Lista la chica, vaya sí lo era la hija de su madre. Además de golfa, eso sí.

*

Pasado el momento del escarnio al macho, la reunión se enfrió. Era hora de cerrar la noche. Y, al tiempo que masticaba, rememoré un resumen de lo acontecido en aquel extraño día de examen.

Eva consultó la hora en su móvil, se ajustó la falda y luego buscó de nuevo por el coche.

—¿Has perdido algo más?

—Las bragas —dijo ella—. No las encuentro.

Me faltó poco para soltar una carcajada. Me habían contado historias de chicas que pierden las bragas en un coche y nunca las había creído. Ahora me tocaba a mí y me partía de la risa. Me contuve y pensé dónde podían haber caído las bonitas bragas de seda de Eva. Y enseguida lo recordé.

—Me parece que han debido quedarse en el jardincillo. Te las quitaste porque estaban meadas y luego te las metiste en la boca para no gritar. Es posible que se te cayeran cuando echamos a correr huyendo de la mujer del balcón.

—¡Joder, es verdad…! —se quejó—. ¡Vaya putada!

—¿Tan importantes son? —pregunté curioso—. Al fin y al cabo, son solo unas bragas.

—Ya, sí… —respondió—. Pero eran un regalo de Mario y a ver cómo le explico que las he perdido cuando nos despidamos por todo lo alto… ya me entiendes…

De nuevo tuve que retener la risa. ¿Es que aquella monada solo pensaba en follar? Debía de ser así, porque no salía de una y ya estaba pensando en la siguiente.

—Bueno, es igual, que le den a las puñeteras bragas… —dijo al fin.

Salimos del coche y nos quedamos frente a frente. Ninguno de los dos habló durante casi un minuto. Solo nos sonreíamos con cara bobalicona.

—Pues nada… —dije yo por fin—. Ha sido un placer estar contigo.

—Lo mismo digo… —replicó—. Lo he pasado genial… Eres un chico muy divertido… no te imaginaba así…

Me pregunté cómo me habría imaginado la guapa de la universidad. ¿Quizá con una pollita minúscula…? Pues no, no era así. Por lo que había dicho, mi «pilila» parecía haberle gustado.

Nos abrazamos y nos dimos dos besos en las mejillas, como amigos. Luego acercó su boca a mi oído y me susurró:

—Que sepas que me gustas mucho… Y tú pilila blanquita también… —confirmó y creí que me había leído el pensamiento.

Lo dijo con la cara colorada como un tomate. Y yo me sentí el tío más afortunado del mundo.

Finalmente, Eva se separó de mí y salió a la carrera para cruzar la calle. Al llegar al otro lado, levantó la mano y se despidió.

—Adiós…

—Adiós… —respondí.

Cansado por los acontecimientos de todo el día me introduje en la furgoneta. A punto estuve de sentarme sobre el reloj, que Eva había dejado en el asiento del conductor tras cumplir mi promesa.

Lo cogí por la correa e hice el gesto de abrochármelo. Algo, sin embargo, llamó mi atención: unas letras azules escritas en el interior de la correa que nunca habían estado allí. Encendí la luz del interior de la cabina y la miré. Un número de nueve cifras (667 541 323) aparecía en una de las correas. En la otra, se leía una inscripción (Oviedo, La Eria).

Un subidón de adrenalina me recorrió las venas, haciendo renacer mi erección. Comprendí que aquella no sería la última noche que vería a la Barbie bebiendo de un condón mientras la magreaba.

Y, si tocaba pronto, no me importaría empotrarla mientras le acariciaba el bombo.

EPÍLOGO

Llegando a Moncloa, me detuve en el semáforo frente a El Corte Inglés. Justo en ese momento sonó el móvil.

Joder, estaba seguro de que era mi padre quien llamaba. La bronca que me iba a caer era de las gordas. No es que se preocupara tanto por mí como para controlar mi hora de vuelta a casa. En realidad, lo que le preocupaba era que le devolviera la furgoneta sana y salva.

Pasé de la primera llamada, pero cuando el soniquete del aparato volvió a tronar, agobiado me aparté a un lado y respondí.

—Sí…

—¿Josito? —reconocí la voz de la Barbie—. ¿Eres tú?

¿De donde habría sacado Eva mi número. Que yo recordara no se lo había dado. Tal vez lo había mirado en mi móvil en algún descuido.

—Sí, soy yo… —repliqué con sorna—. ¿Qué ocurre? ¿Quieres que vuelva al jardincillo a por las bragas?

La risa fresca de la chica sonó por el auricular.

—Espera… —dijo cuando acabó de reír—. Que te van a hablar unas amigas.

—¡Hola Josito! —oí dos voces diferentes saludándome.

No me gustaba que me llamaran Josito. Mi familia me había llamado así desde niño y me sabía fatal a mi edad. Pero si era la Barbie la que quería llamarme así, podía hacerlo cuanto quisiera.

—Hola… —respondí alucinado.

—Tengo puesto el altavoz —habló de nuevo Eva—. Estas son Laura y Nina. Son las chicas que han pasado a nuestro lado hace un rato. ¿Recuerdas?

Por supuesto que recordaba a las dos borrachinas y, por alguna razón, no pude evitar ruborizarme hasta la raíz. No me dio tiempo a pensar en ello, sin embargo.

—Hola, chico, soy Nina… —se oyó la voz con eco de una de ellas—. Es que estábamos mi amiga y yo celebrando una fiesta y hemos visto a Eva. Y ya somos tres en la fiesta. ¿Te apetece apuntarte? Contigo ya seríamos cuatro.

Lo pensé un instante, abochornado, lo que a las chicas les debió parecer una negativa.

—Hola, soy Laura… —dijo la tercera voz—. Venga, chico, anímate… Tenemos música y bebida. Solo nos falta un tío que nos anime…

Me hizo gracia el comentario. ¿Sólo necesitaban un tío para la fiesta? Por otro lado, había algo que no encajaba.

—¿Pero no decía Eva que no dejan entrar chicos en la residencia?

—Bah, no te preocupes… —era la voz de Nina de nuevo—. De la logística para colarte ya nos encargamos nosotras. Anda, no seas malo, di que sí… Si no, la fiesta va a ser muy aburrida…

Miré el reloj. Menudas horas. Mi padre me iba a matar si no le devolvía pronto el coche.

—Ufff… no sé… —dije agobiado.

Entonces la voz de Eva tomó el mando.

—Vamos, Josito, no seas malote… Que mis amigas se mueren por conocerte…

La saliva se me fue por el lado equivocado. Aquella frase había sonado provocadora. ¿Qué diablos tendría en mente la golfa de Eva? Nada bueno, a todas luces.

Lo pensé un instante más y concluí que un día era un día.

—Vale, pues voy para allá. Aparcaré en el sitio de antes si es que no lo han ocupado.

Se oyeron «¡vivas!» de fondo y Eva confirmó que me esperaría en la puerta de la residencia.

Cuando iba a colgar, un grito de fondo de las amigas de Eva me llegó nítido.

—¡Y trae condones! —dijeron las voces al unísono—. ¡Que andamos cortas de existencias…!

—Anda, guarras… —dijo Eva y se echó a reír a carcajadas.

La polla despertó bajo mis pantalones y levantó la cabeza al sentirse reclamada. La empalmada no tardó ni cinco segundos en montar una tienda de campaña en mi entrepierna.

Quedaba lo más difícil, sin embargo, ¿de dónde coños iba yo a sacar condones a aquella hora?

Miré a mi alrededor y comprobé que el Karma estaba de mi parte: las luces de una farmacia, con su cruz verde de leds, anunciaban que se encontraba de guardia.

Apagué el motor y salí a la carrera.

Joder, quien lo iba a decir, cuando pensaba que la noche acababa, en realidad estaba a punto de empezar.

¡Mi padre me iba a matar!

Si no me mataban entre las tres golfas mucho antes…

FIN
 
CAPITULO 9

—Serás guarro… —fue su primera reacción—. Pero tío, ¿tú estás enfermo?

Su sonrisa, sin embargo, había reaparecido, y sus mejillas se encendían de nuevo. El tonteo picante era lo que más le gustaba y yo estaba decidido a provocarla, aunque solo fuera para seguir teniéndola a mi lado unos minutos más.

—Enfermo, ¿yo…?, ni de coña… —ironicé—. Lo pregunto por preguntar… Es que mirando al condón, me ha venido a la mente una amiga a la que le encanta tragarse la leche de los chicos con los que sale.

—Ah, claro… ya entiendo… —dijo cruzándose de brazos—. Y te preguntabas si a mí me apetecería darle un sorbo a tu condón bien cargadito, ¿no? Porque hay que ver lo que echas en cada corrida, tío… es que te pasas…

Reí bajito y volví a la carga.

—Vale, lo que tú digas… pero no has respondido a mi pregunta…

—¿Qué pregunta? ¿Qué si me mola tragar leche?

—No, de momento solo he preguntado si la has tragado alguna vez…

Sonrió y miró al cielo, como desesperada.

—¡Pero que cerdos sois los tíos, qué asco!

—¿Sí o no? —no la dejaba escaparse por la tangente.

—¿Tú qué crees? —me retó con la mirada—. Tengo dos novios y hace tiempo que no soy virgen. ¿Te imaginas que podría soportar su pesadez si no me la hubiera tragado alguna vez?

«Sin contar con todos los tíos que te tiras de vez en cuando», pensé.

—¿Cuántas?

—Yo qué sé… pues varias… muchas… —confirmó, esta vez sin mucha resistencia.

Había entrado en el juego.

—Y… ¿te gusta hacerlo?

—Qué cabronazo… Ahí querías llegar, ¿no? —protestó de nuevo—. ¿Te gusta hacerlo a ti?

—Bueno, tragar leche no me apasiona… —respondí con un calor creciente en los huevos—, pero es que yo soy un tío. Pero no me da ningún asco comerme la mierda que echáis por el coño. Me sabe rica, dicho sea de paso.

Ella sonrió con todos sus dientes y sentí ganas de comérselos.

—Vale, pues te seré sincera…

—Sí, por favor…

—Pues es… que… a ver… la leche no es que me apasione. De hecho, me parece asquerosa… Pero si hay que tragársela, pues me la trago y ya está.

Solté una carcajada y ella sonrió sonrojada.

—¿Qué…? —dijo agobiada.

—No, nada… —respondí—. Otra pregunta…

—Joder que miedito das… —dijo acomodándose el pelo, coqueta.

—Allá va… ¿Me la hubieras relamido esta tarde, cuando te lo pedí en el baño?

Ahora fue ella la que se echó a reír.

—Qué cabrón… Te pone eso, ¿eh?

—Mucho, pero responde: ¿sí o no?

—Sí… —soltó de golpe y se echó las manos a la cara para ocultar su rostro. Reía con carcajadas cargadas de vergüenza.

Le di una vuelta más a la tuerca.

—Y… ¿te hubiera gustado?

Se mordió el labio.

—No sé… no lo hice… Así que es algo que se queda entre las cosas que pudieron ser y nunca fueron…

—Qué pena…

Seguía jugando con la bolsita de semen, que ella miraba como hipnotizada sin poder evitarlo.

—Sí, es una pena, pero es lo que hay… Se siente…

Y entonces me lancé del todo a la piscina. Con agua o sin agua, me había puesto tan cachondo que me daba igual.

—Aún puedes hacerlo…

Abrió mucho la boca, alucinada.

—¿Cómo…? —volvió a reír—. ¿No estarás insinuando que me beba el contenido del condón?

Solté una carcajada plena de morbo.

—Eso es lo que estaba insinuando, sí… ¿A que no hay lo que tiene que haber?

—Pero Josito, tú estás loco… —la sonrisa no desaparecía de su rostro, lo que me indicaba que lo estaba disfrutando tanto o más que yo mismo—. ¿Cómo crees que me voy a beber esa mierda de tu pilila? Me puedes pegar una enfermedad.

—Pues no, te aseguro que estoy perfectamente sano… —seguí la broma. Me lo estaba pasando genial, no necesitaba conseguir nada, con que no saliera huyendo del coche ya era una victoria—. Me hice un análisis la semana pasada, es una pena que no lo tenga en el coche.

—Pero que pedazo de guarro eres, Josito… Con lo modosito que pareces…

—Además… insistí… A tu niño no le «caerá encima» en este caso, tu estómago lo digerirá y lo expulsará en la orina. No problem para el bebé…

Volvió a cruzarse de brazos.

—Pero qué asqueroso eres… Y lo malo es que lo estás diciendo en serio.

—Completamente en serio —bravuconeé.

Súbitamente su rostro pareció iluminarse. Y cambió de registro, dejándome congelado.

—A ver… suponte que me lo tragara… que es mucho suponer… —comenzó—. ¿Qué ganaría yo con hacerlo?

Mi erección no se hizo esperar, y Eva solo tuvo que bajar la mirada para darse cuenta, ya que mi rabo seguía fuera del pantalón.

Yo preferí no mirarlo y reflexioné un instante. ¿Qué ganaría ella?, preguntaba. A dinero no se refería, imaginé, era una iña pija y se la veía manejar pasta en su ropa y sus complementos, como el reloj, la pulsera, el bolso…

No, no era pasta, definitivamente. Así que preferí tirarle de la lengua.

—¿Qué es lo que quieres?

—Déjame pensar… —dijo mirando al techo del coche.

—Piensa, piensa…

—Ah, ya sé… —se incorporó sobre el asiento—. En el hipotético caso… solo hipotético, ¿eh?... de que aceptara tragármelo, lo que querría es que después de hacerlo me besaras… con lengua, por supuesto.

Puse un gesto de asco, como ella asumía que pasaría. Era una bonita forma de mandarme a la mierda, pero con clase. Pero yo no estaba dispuesto a rendirme.

—Vale, ¡acepto!

Eva se quedó de piedra.

—¿En serio…? —la sorpresa en sus ojos no era fingida—. ¿Lo harías?

—Por supuesto…

—Bah, no te creo… —palmoteó al aire incrédula.

—Te lo juro…

Soltó una carcajada.

—Sí, no veas lo que vale el juramento de un chico. Antes de meter, mucho prometer…

Tenía que discurrir alguna idea y pronto. Ver a Eva tragarse aquella leche era una tentación de la hostia. ¿Qué es lo que tenía de más valor encima? ¡El reloj!, claro. Era un regalo de mi abuelo cuando me gradué en el instituto. No es que fuera de oro, pero sus quinientos pavos los valía.

Me lo desabroché de la muñeca y se lo entregué.

—Toma, si no cumplo es tuyo. No es que sea la rehostia, pero sería un palo si lo perdiera.

*

Eva aceptó tras estudiarlo unos segundos y lo introdujo en su bolso.

—Vale… ¿vamos al tajo?

—Venga… —animé yo. Toma el globito y empieza a beber.

Tenía una sensación de asco en la boca del estómago, pero al mismo tiempo el morbo me aceleraba la sangre en las venas. Aquella escena no la iba a olvidar en la vida. Total, esperaría a que ella se tragara la lefa y luego la besaría con el sabor asqueroso del semen, pensando en otra cosa para no morirme del asco.

Eva recogió de mis manos el condón y lo miró de cerca, sopesándolo. Cuando pensé que se lo llevaría a los labios, me señaló a la entrepierna.

—Aquí falta algo… —dijo con su dedo apuntándome a la polla.

No entendí a qué se refería hasta que observé dos goterones de lefa colgando del prepucio.

—A ver, so guarro… que te dejas lo mejor… —soltó antes de recoger los restos de mi rabo con un dedo y sacudirlos dentro del condón.

«Hostia puta —pensé—, esta tía es insaciable… Si hasta le gusta rebañar.»

—¿Estás preparado? —preguntó cuando se sintió satisfecha con la operación «recogida».

—¿Y tú?

—Yo a punto…

—Pues adelante… trágatelo entero.

Eva levantó el condón y se lo llevo a los labios. Cuando el extremo abierto lo tuvo dentro de la boca y sujeto por los dientes, lo elevó y dejó caer la lefa hacia su garganta.

Pareció saborearlo un instante y la carne se me puso de gallina. ¡Qué puto asco! ¿Cómo podía una tía, por muy golfa que fuera, tragarse aquella lefa, fría y asquerosa tras llevar varios minutos en el condón? En la puta vida un tío sería capaz de aquella proeza. Había que ser mujer, y muy guarra, para que aquello no te hiciera vomitar.

—Ya lo tengo… —consiguió hablar con los labios apretados para que no se le saliera el líquido espeso.

—Vale, ahora trágalo… —la animé con un punto de asco en el estómago—. Vamos, que está riquísimo, es como yogur…

Eva movió la garganta varias veces, tragándose mi sustancia sin respirar. Cuando la hubo tragado, se acercó a mí, ansiosa. La vi acercarse y le abrí la boca, dejando a su lengua acoplarse en mi interior y jugar con la mía.

De pronto, un sabor salado me inundó por entero. Y tarde comprendí que la zorra no se había tragado la lefa, sino que me la estaba pasando a mí a través de aquel beso, largo y profundo. Me la había jugado la muy puta.

Solté todas las blasfemias que conocía mientras intentaba huir de aquel morreo. Pero Eva me había amarrado del cuello adivinando que intentaría escapar y no me lo permitió. Su beso era cada vez más profundo y húmedo.

Húmedo de mi propia leche.

*

La risa de la putita era una auténtica catarata mientras yo escupía y daba arcadas fuera del coche. A punto estuve de vomitar la cena de la tarde anterior.

—¡Hija de puta! ¡Qué puto asco! —decía entre arcada y arcada.

Y ella reía cada vez más.

No entendí por qué Eva no hizo ni el mínimo mohín. No había escupido ni una pequeña parte de la leche que le había tocado en suerte. La muy guarra debía estar más que acostumbrada a la sustancia masculina.

Cuando conseguí vencer el asco, cerré la puerta del coche y la miré con malas pulgas.

—¡Cabrona!

—¿Qué? ¿Está buena? —seguía riendo sin parar—. Eso te pasa por gilipollas y por listillo.

—Vale, vale —acabé por aceptar—. Tomo nota. Nunca más le vacilaré a una tía. Y mucho menos si es más lista que yo…

—Las tías somos todas más listas que vosotros, no te hagas líos… —me espetó—. Anda, toma un par de chicles y quítate el sabor de la boca.

—¿Y esto? —le pregunté.

—Ya ves… —replicó–. Una que va siempre preparada para eventualidades de niñatos que ven muchas pelis porno.

Enseguida lo entendí. Cuando le tocaba tragarse la leche del que tuviera la suerte de estar con ella, Evita se quitaba el asco con chicles. Lista la chica, vaya sí lo era la hija de su madre. Además de golfa, eso sí.

*

Pasado el momento del escarnio al macho, la reunión se enfrió. Era hora de cerrar la noche. Y, al tiempo que masticaba, rememoré un resumen de lo acontecido en aquel extraño día de examen.

Eva consultó la hora en su móvil, se ajustó la falda y luego buscó de nuevo por el coche.

—¿Has perdido algo más?

—Las bragas —dijo ella—. No las encuentro.

Me faltó poco para soltar una carcajada. Me habían contado historias de chicas que pierden las bragas en un coche y nunca las había creído. Ahora me tocaba a mí y me partía de la risa. Me contuve y pensé dónde podían haber caído las bonitas bragas de seda de Eva. Y enseguida lo recordé.

—Me parece que han debido quedarse en el jardincillo. Te las quitaste porque estaban meadas y luego te las metiste en la boca para no gritar. Es posible que se te cayeran cuando echamos a correr huyendo de la mujer del balcón.

—¡Joder, es verdad…! —se quejó—. ¡Vaya putada!

—¿Tan importantes son? —pregunté curioso—. Al fin y al cabo, son solo unas bragas.

—Ya, sí… —respondió—. Pero eran un regalo de Mario y a ver cómo le explico que las he perdido cuando nos despidamos por todo lo alto… ya me entiendes…

De nuevo tuve que retener la risa. ¿Es que aquella monada solo pensaba en follar? Debía de ser así, porque no salía de una y ya estaba pensando en la siguiente.

—Bueno, es igual, que le den a las puñeteras bragas… —dijo al fin.

Salimos del coche y nos quedamos frente a frente. Ninguno de los dos habló durante casi un minuto. Solo nos sonreíamos con cara bobalicona.

—Pues nada… —dije yo por fin—. Ha sido un placer estar contigo.

—Lo mismo digo… —replicó—. Lo he pasado genial… Eres un chico muy divertido… no te imaginaba así…

Me pregunté cómo me habría imaginado la guapa de la universidad. ¿Quizá con una pollita minúscula…? Pues no, no era así. Por lo que había dicho, mi «pilila» parecía haberle gustado.

Nos abrazamos y nos dimos dos besos en las mejillas, como amigos. Luego acercó su boca a mi oído y me susurró:

—Que sepas que me gustas mucho… Y tú pilila blanquita también… —confirmó y creí que me había leído el pensamiento.

Lo dijo con la cara colorada como un tomate. Y yo me sentí el tío más afortunado del mundo.

Finalmente, Eva se separó de mí y salió a la carrera para cruzar la calle. Al llegar al otro lado, levantó la mano y se despidió.

—Adiós…

—Adiós… —respondí.

Cansado por los acontecimientos de todo el día me introduje en la furgoneta. A punto estuve de sentarme sobre el reloj, que Eva había dejado en el asiento del conductor tras cumplir mi promesa.

Lo cogí por la correa e hice el gesto de abrochármelo. Algo, sin embargo, llamó mi atención: unas letras azules escritas en el interior de la correa que nunca habían estado allí. Encendí la luz del interior de la cabina y la miré. Un número de nueve cifras (667 541 323) aparecía en una de las correas. En la otra, se leía una inscripción (Oviedo, La Eria).

Un subidón de adrenalina me recorrió las venas, haciendo renacer mi erección. Comprendí que aquella no sería la última noche que vería a la Barbie bebiendo de un condón mientras la magreaba.

Y, si tocaba pronto, no me importaría empotrarla mientras le acariciaba el bombo.

EPÍLOGO

Llegando a Moncloa, me detuve en el semáforo frente a El Corte Inglés. Justo en ese momento sonó el móvil.

Joder, estaba seguro de que era mi padre quien llamaba. La bronca que me iba a caer era de las gordas. No es que se preocupara tanto por mí como para controlar mi hora de vuelta a casa. En realidad, lo que le preocupaba era que le devolviera la furgoneta sana y salva.

Pasé de la primera llamada, pero cuando el soniquete del aparato volvió a tronar, agobiado me aparté a un lado y respondí.

—Sí…

—¿Josito? —reconocí la voz de la Barbie—. ¿Eres tú?

¿De donde habría sacado Eva mi número. Que yo recordara no se lo había dado. Tal vez lo había mirado en mi móvil en algún descuido.

—Sí, soy yo… —repliqué con sorna—. ¿Qué ocurre? ¿Quieres que vuelva al jardincillo a por las bragas?

La risa fresca de la chica sonó por el auricular.

—Espera… —dijo cuando acabó de reír—. Que te van a hablar unas amigas.

—¡Hola Josito! —oí dos voces diferentes saludándome.

No me gustaba que me llamaran Josito. Mi familia me había llamado así desde niño y me sabía fatal a mi edad. Pero si era la Barbie la que quería llamarme así, podía hacerlo cuanto quisiera.

—Hola… —respondí alucinado.

—Tengo puesto el altavoz —habló de nuevo Eva—. Estas son Laura y Nina. Son las chicas que han pasado a nuestro lado hace un rato. ¿Recuerdas?

Por supuesto que recordaba a las dos borrachinas y, por alguna razón, no pude evitar ruborizarme hasta la raíz. No me dio tiempo a pensar en ello, sin embargo.

—Hola, chico, soy Nina… —se oyó la voz con eco de una de ellas—. Es que estábamos mi amiga y yo celebrando una fiesta y hemos visto a Eva. Y ya somos tres en la fiesta. ¿Te apetece apuntarte? Contigo ya seríamos cuatro.

Lo pensé un instante, abochornado, lo que a las chicas les debió parecer una negativa.

—Hola, soy Laura… —dijo la tercera voz—. Venga, chico, anímate… Tenemos música y bebida. Solo nos falta un tío que nos anime…

Me hizo gracia el comentario. ¿Sólo necesitaban un tío para la fiesta? Por otro lado, había algo que no encajaba.

—¿Pero no decía Eva que no dejan entrar chicos en la residencia?

—Bah, no te preocupes… —era la voz de Nina de nuevo—. De la logística para colarte ya nos encargamos nosotras. Anda, no seas malo, di que sí… Si no, la fiesta va a ser muy aburrida…

Miré el reloj. Menudas horas. Mi padre me iba a matar si no le devolvía pronto el coche.

—Ufff… no sé… —dije agobiado.

Entonces la voz de Eva tomó el mando.

—Vamos, Josito, no seas malote… Que mis amigas se mueren por conocerte…

La saliva se me fue por el lado equivocado. Aquella frase había sonado provocadora. ¿Qué diablos tendría en mente la golfa de Eva? Nada bueno, a todas luces.

Lo pensé un instante más y concluí que un día era un día.

—Vale, pues voy para allá. Aparcaré en el sitio de antes si es que no lo han ocupado.

Se oyeron «¡vivas!» de fondo y Eva confirmó que me esperaría en la puerta de la residencia.

Cuando iba a colgar, un grito de fondo de las amigas de Eva me llegó nítido.

—¡Y trae condones! —dijeron las voces al unísono—. ¡Que andamos cortas de existencias…!

—Anda, guarras… —dijo Eva y se echó a reír a carcajadas.

La polla despertó bajo mis pantalones y levantó la cabeza al sentirse reclamada. La empalmada no tardó ni cinco segundos en montar una tienda de campaña en mi entrepierna.

Quedaba lo más difícil, sin embargo, ¿de dónde coños iba yo a sacar condones a aquella hora?

Miré a mi alrededor y comprobé que el Karma estaba de mi parte: las luces de una farmacia, con su cruz verde de leds, anunciaban que se encontraba de guardia.

Apagué el motor y salí a la carrera.

Joder, quien lo iba a decir, cuando pensaba que la noche acababa, en realidad estaba a punto de empezar.

¡Mi padre me iba a matar!

Si no me mataban entre las tres golfas mucho antes…

FIN
Esto es todo, amigos, espero que os haya gustado. Seguiremos publicando nuevas historias que espero que os gusten.

Abel Santos.
 
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