Extremo Oriente

ikarusulu

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Es europea o americana, con dinero, una joven heredera. Lesbiana pero eso aún no lo tiene muy claro todavía, solo se da cuenta de que no le gustan mucho los hombres. Therese.



Seducida por el erotismo del oriente colonial, el exotismo de las bellas mujeres de ojos almendrados y suave piel tostada, ligeras de ropa en el cálido clima de Bangkok.



Al bajar del buque de vapor perdida entre el gentío del puerto, las mercancías descargadas de los mercantes o esperando para embarcar se fijaba en la hermosura de las mujeres. Distraída por el espectáculo no tenía prisa, caminaba despacio.



Encontró un extraño vehiculo mezcla de bicicleta y calesa, un rickshaw, que la llevaría a su lujoso hotel. Un fornido marinero la ayudó a cargar el equipaje.



El joven que pedaleaba vestido sólo con un trapo atado a la cintura, delgado, musculoso y guapo se llevó una generosa propina. Aunque reconocía la belleza y sensualidad de su cuerpo no le atraía en absoluto.



Therese llegó al lujoso hotel con la blanca blusa empapada de sudor y su cara lencería de seda mojada con sus jugos. Se dio un largo baño antes de bajar a cenar. El agua fresca solo le permitió recordar los cuerpos semidesnudos en las abarrotadas calles.



Lo que llevó a su delicada mano a recorrer su piel, y un leve roce en los pezones aún la excitó mas. Bajó por su vientre rozando el ombligo hasta llegar al fino vello rubio sobre su vulva. Un suspiro escapó de los gruesos labios cuando las yemas de los dedos abrieron los otros labios descubriendo el clítoris y acariciándolo.



El agua jabonosa daba lubricación a la otra mano que recorría el cuerpo. Haciendo mas sensible cada trozo de piel que tocaba, su cuello, sus axilas, vientre, pechos y pezones.



La excitación subía de nivel poco a poco, conduciéndola inexorablemente al orgasmo. Gemidos y suspiros que subían de volumen mientras recordaba la musculosa espalda desnuda del joven del vehículo.



Volvía a ver en su imaginación los pechos pequeños duros y cónicos de las mujeres que lavaban la ropa en el río desnudas de cintura para arriba. Sus caderas estrechas en las prendas casi trasparentes.



Las bronceadas y doradas pieles de las nativas con las que se había cruzado la habían excitado. A cada nuevo recuerdo un toque en el clítoris hasta provocarse el orgasmo liberador de la tensión acumulada.



Al secarse con las suaves y lujosas toallas, la sensualidad del ambiente volvió a sus pensamientos. La seda de las bragas, las medias y la combinación limpias sobre su cuerpo no hizo más que acelerar su corazón. El vestido ligero y sensual no hacia más que acentuar la voluptuosidad de su figura.



Al entrar en el restaurante todos los ojos presentes siguieron el avance de su lascivo cuerpo entre las mesas. Los ojos tanto de hombres como de mujeres la desnudaban con lujuria.



Tenía una cita con con un exportador local, un digno anciano local, ataviado con una túnica, que no era amenaza para su virtud. Como representante de su acaudalado padre estaba autorizada a establecer nuevos contactos comerciales en ese viaje.



A quién no esperaba sentada a la misma mesa era a la preciosa joven de ojos rasgados y cabellos negrísimos. Nieta del exportador, al levantarse para saludarla la rubia recorrió la figura delicada con sus ojos azules.



Apenas cubierta con un vestido de corte chino completamente pegado a su cuerpo. La bellísima joven era la intérprete del comerciante.



Los dragones bordados parecían reptar sobre su anatomía a cada movimiento, cobraban vida sobre el ondulante cuerpo de la joven. Su pierna izquierda aparecía desnuda hasta la cadera por el corte de la falda. El torneado muslo de la joven con la morena piel había llamado la atención de la rubia.



Se la presentaron como Mei, que en chino significa hermosa. La occidental no podía estar más de acuerdo con ello. Se había quedado obnubilada con el aspecto de la joven traductora.



Los rasgados ojos de la oriental desnudaban el cuerpo voluptuoso de la rubia observando sus pezones duros marcándose en las finísimas telas. La amplia cadera de la joven occidental y sus blancas piernas cubiertas de seda asomando de la quizá un poco corta y ajustada falda para lo que se estila en esa época.



La atracción entre las dos fue inmediata. Antes de terminar la cena la morenita ya se había ofrecido como guía. Además de una situación para propiciar un conocimiento mas íntimo entre ambas mujeres.



El abuelo cansado por sus obligaciones diarias decidió retirarse mientras su nieta ya acariciaba con confianza el brazo desnudado por la manga corta de su blusa de su nueva amiga.



Con algún intencionado roce a sus muslos y a sus pechos cuando el acercamiento se hacía más cercano mientras compartían una copde champán en el bar del hotel. El ambiente sensual de los salones del lujoso hotel, la mezcla racial y cosmopolita, la orquesta inundándolo de música enardecía sus sentidos.



Para entonces las dos se habían dado cuenta de que se gustaban. Buscando más intimidad las dos chicas se perdieron en la oscuridad del jardín aspirando el perfumado aire de la noche tropical.



Ocultas detrás de las frondas de un magnolio se dieron el primer beso dulce, suave, apenas un leve roce de sus labios ardientes. Pero cogidas de la cintura juntaron sus pechos, sus caderas.



La rubia ansiaba acariciar la suave piel tostada de una de las indígenas desde que bajó del barco. Y allí tenía a la más bonita de todas a punto de caer en sus brazos, aunque no fuera una chica local sus bellos ojos hacían que eso no le importase. Fue derecha a por el muslo izquierdo de la oriental, el que su vestido descubría.



Deslizando su mano despacio por la raja de la falda del vestido ascendiendo por su pierna buscando mas y mas piel hasta descubrir que su amante no llevaba ropa interior. Sus dedos tropezaron sin estorbos con el rizado vello negro y su ya muy húmedo coño haciéndola gemir contra los labios apretados en su boca.



La occidental no tenía mucha práctica con vulvas ajenas. Pero sí con la suya, así que poniendo en ejecución lo aprendido en sus muchas masturbaciones fue acariciando los labios finos, suaves y muy mojados.



Con ternura, con suavidad, mojando sus dedos con los jugos de la oriental. Ahogando sus gemidos con sus besos. Apoyadas contra el tronco del magnolio y escondidas por sus ramas.



Aunque no parecían ser las únicas que disfrutaban en esa noche tropical. Se oían más suspiros de placer en la foresta. Otras parejas estaban haciendo lo mismo que ellas.



En segundos Therese se había corrido soltando un gemido más fuerte. Ahogado en la boca y con la lengua de la occidental, que en ese momento tenía clavada hasta la garganta. Pero ella también quería hacer disfrutar a la rubia.



Separó sus rojos labios de la boca de su amante solo para ponerlos en la oreja, el cuello, los hombros y empezar a bajar por su escote. Los botones de la blusa saltaron solo con tocarlos, quedó abierta hasta la cintura. Solo con empujarlos un poco con sus manitas los generosos pechos salieron de la tela del sujetador que apenas los ocultaba.



Así pudo poner los dientes en los claros pezones y mordisquearlos con ternura. No buscaba el rubio pubis con las manos, pretendía saborearlo. Las usaba para levantar la corta falda de tubo y descubrirlo. Aunque ajustada a la generosa cadera no fue fácil, tuvo que pelear con ella.



Mei no se molestó en quitarle la breve prenda de seda que tapaba el objeto de su deseo. Se limitó a apartarla lo suficiente como para descubrirlo. En la oscuridad no podía distinguir los detalles pero no le hizo falta para encontrar el clítoris con la lengua.



Los jadeos de la occidental amenazaban con llamar más atención de la debida y tuvo que morderse el labio para acallarlos. Parecía que la muñequita oriental sabía lo que se hacía. No debía ser el primer coñito que lamía.



La tensión erótica que la rubia llevaba acumulando desde que se había bajado del vapor estalló en un fenomenal y maravilloso orgasmo. La lengua de su amante se apresuró a recoger cada gota del preciado jugo.



Volvió a colocar la braguita en su sitio antes de levantarse y buscar los labios de Therese. El sabor del xoxito aún en su lengua compartido en un nuevo beso muy lascivo.



- Necesito hacértelo yo. Quiero saborearte.



Le dijo al oído lamiendo su orejita.



- Llévame a tu habitación. Quiero hacerte el amor toda la noche.



La ayudó a colocar los pechos de nuevo dentro del fino sujetador y a abrochar los botones de la blusa. Cogidas de la mano, mirándose a los ojos, con amplias sonrisas que casi les llegaban a las orejas, llegaron a la lujosa suite. No se atrevían a separarse ni un segundo.



Solo con soltar una fíbula que sujetaba el vestido de la dulce morena sobre uno de los torneados hombros este cayó al suelo. La bella oriental quedó ante la rubia únicamente con los zapatos de tacón.



- ¡Ámame!.



Ahora le tocaba a Therese, que miraba su desnudez asombrada. Su amante esperaba sus caricias ansiosa. Pero no podía dejar de contemplarla. Despacio se acercaba casi sin atreverse a rozar tal perfección.



Pero el deseo podía más que sus reparos. Despacio levantó una mano hasta llegar a rozar con un toque leve como el del ala de una mariposa el oscuro pezón de la oriental.



Recibió como respuesta un gemido y unas pocas palabras en el incomprensible idioma de la joven china. Siguió acariciando el hermoso y duro pecho. Extendiendo los roces despacio por todo el torso.



Exploraba su piel, la epidermis de la primera mujer que tenía entre sus brazos. Necesitaba descubrir cada uno de sus secretos. Empezó a bajar por el vientre. Pero se acercó más a Mei buscando sus labios, sus besos, su lengua inquieta.



Las húmedas de las dos se cruzaban juguetonas fuera de las bocas dejando caer saliva sobre las contenidas tetas de la traductora. Ella se fue recostando poco a poco sobre el suave colchón de plumas.


La rubia deseaba probar, lamer, besar cada pulgada de la piel de la bella oriental. A ello se puso con toda la dedicación de la que era capaz. Levantó los finos brazos para lamer las axilas. Evidentemente cubiertas por una marta de fino vello. Pasó la lengua por la piel hasta llegar a las manos pequeñitas de finos dedos.



Mei jadeaba, suspiraba y se le escapaban palabras de amor en su idioma de origen. Era incapaz de coordinar sus pensamientos sintiendo las caricias, los besos y la lengua de la extranjera.



El cuello fino, el filo de la mandíbula, la orejita, los hombros, y de ahí empezó a bajar buscando darle a su amante el placer que esta le había dado en la oscuridad del jardín. Le dio tiempo a mordisquear con suavidad los pezones oscuros antes de pasar la sin hueso por el plano vientre.



Deslizó la lengua por el ombligo antes de llegar al coñito. Tuvo que buscar entre la mata de pelo profundamente negro que adornaba su pubis los húmedos labios. Muy mojados, a esas alturas los jugos resbalaban muslos abajo.



Therese lamió cada gota, jugó con el clítoris y buscó en cada rincón de la vulva el placer de la muñeca oriental. Levantó sus muslos hasta que Mei se los sujeto con las manos rozando sus pechitos con las rodillas.



Necesitaba descubrir cada rincón. Así que siguió lamiendo el perineo hasta clavar la lengua en el ano. Ya nada podía contener los gemidos y jadeos que llenaron la habitación de sonido. Por las abiertas puertas de los balcones de la suite escapaba y podían oírlas en los demás pisos del hotel, Lo que no las importaba nada.



Después de nadie sabe cuántos orgasmos de la traductora Therese siguió bajando por la cara interna de los muslos, la parte trasera de las rodillas, las pantorrillas y los tobillos, alternando lamidas y caricias de sus dedos hasta llegar a los pequeños pies.



Se metió los deditos en la boca. Lamió la planta provocando cosquillas que liberaron la cristalina risa de Mei. Ni aún así la dejó tranquila, volvió a subir por sus piernas pero girándola boca abajo en la suntuosa cama.



Volvía a buscar las respingonas nalgas y entre ellas el ano y seguir por la espalda siguiendo la línea de la columna, desviándose a los omóplatos hasta llegar al fino cuello y la nuca.



A Mei se le terminó la paciencia y se revolvió para dar parte de lo que estaba recibiendo. Esta vez no se limitó a lamer el clítoris y los labios de Therese además clavó dos de sus deditos en el interior mientras recibía idénticas atenciones de la inexperta rubia. Estaba aprendiendo a pasos agigantados tomando buena nota de cada atención que recibía de la bella oriental.



Perdió la cuenta de los órganos que había disfrutado hasta quedar dormida en los brazos de su amante. Las despertó el sol entrando por las puertas abiertas de la balcones. Una suave brisa movía lisa finas cortinas. Pero aún así las sonrisas de ambas iluminaban más la suite que la luz del amanecer.



Habían descubierto el amor juntas así explorarian todas las posibilidades que se les ofrecían. Aprovechando cada viaje de negocios, cada reunión. Ya que los ancianos familiares les estaban dando más poder el sus negocios ellas buscarían ocasiones para estar juntas.












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Es europea o americana, con dinero, una joven heredera. Lesbiana pero eso aún no lo tiene muy claro todavía, solo se da cuenta de que no le gustan mucho los hombres. Therese.



Seducida por el erotismo del oriente colonial, el exotismo de las bellas mujeres de ojos almendrados y suave piel tostada, ligeras de ropa en el cálido clima de Bangkok.



Al bajar del buque de vapor perdida entre el gentío del puerto, las mercancías descargadas de los mercantes o esperando para embarcar se fijaba en la hermosura de las mujeres. Distraída por el espectáculo no tenía prisa, caminaba despacio.



Encontró un extraño vehiculo mezcla de bicicleta y calesa, un rickshaw, que la llevaría a su lujoso hotel. Un fornido marinero la ayudó a cargar el equipaje.



El joven que pedaleaba vestido sólo con un trapo atado a la cintura, delgado, musculoso y guapo se llevó una generosa propina. Aunque reconocía la belleza y sensualidad de su cuerpo no le atraía en absoluto.



Therese llegó al lujoso hotel con la blanca blusa empapada de sudor y su cara lencería de seda mojada con sus jugos. Se dio un largo baño antes de bajar a cenar. El agua fresca solo le permitió recordar los cuerpos semidesnudos en las abarrotadas calles.



Lo que llevó a su delicada mano a recorrer su piel, y un leve roce en los pezones aún la excitó mas. Bajó por su vientre rozando el ombligo hasta llegar al fino vello rubio sobre su vulva. Un suspiro escapó de los gruesos labios cuando las yemas de los dedos abrieron los otros labios descubriendo el clítoris y acariciándolo.



El agua jabonosa daba lubricación a la otra mano que recorría el cuerpo. Haciendo mas sensible cada trozo de piel que tocaba, su cuello, sus axilas, vientre, pechos y pezones.



La excitación subía de nivel poco a poco, conduciéndola inexorablemente al orgasmo. Gemidos y suspiros que subían de volumen mientras recordaba la musculosa espalda desnuda del joven del vehículo.



Volvía a ver en su imaginación los pechos pequeños duros y cónicos de las mujeres que lavaban la ropa en el río desnudas de cintura para arriba. Sus caderas estrechas en las prendas casi trasparentes.



Las bronceadas y doradas pieles de las nativas con las que se había cruzado la habían excitado. A cada nuevo recuerdo un toque en el clítoris hasta provocarse el orgasmo liberador de la tensión acumulada.



Al secarse con las suaves y lujosas toallas, la sensualidad del ambiente volvió a sus pensamientos. La seda de las bragas, las medias y la combinación limpias sobre su cuerpo no hizo más que acelerar su corazón. El vestido ligero y sensual no hacia más que acentuar la voluptuosidad de su figura.



Al entrar en el restaurante todos los ojos presentes siguieron el avance de su lascivo cuerpo entre las mesas. Los ojos tanto de hombres como de mujeres la desnudaban con lujuria.



Tenía una cita con con un exportador local, un digno anciano local, ataviado con una túnica, que no era amenaza para su virtud. Como representante de su acaudalado padre estaba autorizada a establecer nuevos contactos comerciales en ese viaje.



A quién no esperaba sentada a la misma mesa era a la preciosa joven de ojos rasgados y cabellos negrísimos. Nieta del exportador, al levantarse para saludarla la rubia recorrió la figura delicada con sus ojos azules.



Apenas cubierta con un vestido de corte chino completamente pegado a su cuerpo. La bellísima joven era la intérprete del comerciante.



Los dragones bordados parecían reptar sobre su anatomía a cada movimiento, cobraban vida sobre el ondulante cuerpo de la joven. Su pierna izquierda aparecía desnuda hasta la cadera por el corte de la falda. El torneado muslo de la joven con la morena piel había llamado la atención de la rubia.



Se la presentaron como Mei, que en chino significa hermosa. La occidental no podía estar más de acuerdo con ello. Se había quedado obnubilada con el aspecto de la joven traductora.



Los rasgados ojos de la oriental desnudaban el cuerpo voluptuoso de la rubia observando sus pezones duros marcándose en las finísimas telas. La amplia cadera de la joven occidental y sus blancas piernas cubiertas de seda asomando de la quizá un poco corta y ajustada falda para lo que se estila en esa época.



La atracción entre las dos fue inmediata. Antes de terminar la cena la morenita ya se había ofrecido como guía. Además de una situación para propiciar un conocimiento mas íntimo entre ambas mujeres.



El abuelo cansado por sus obligaciones diarias decidió retirarse mientras su nieta ya acariciaba con confianza el brazo desnudado por la manga corta de su blusa de su nueva amiga.



Con algún intencionado roce a sus muslos y a sus pechos cuando el acercamiento se hacía más cercano mientras compartían una copde champán en el bar del hotel. El ambiente sensual de los salones del lujoso hotel, la mezcla racial y cosmopolita, la orquesta inundándolo de música enardecía sus sentidos.



Para entonces las dos se habían dado cuenta de que se gustaban. Buscando más intimidad las dos chicas se perdieron en la oscuridad del jardín aspirando el perfumado aire de la noche tropical.



Ocultas detrás de las frondas de un magnolio se dieron el primer beso dulce, suave, apenas un leve roce de sus labios ardientes. Pero cogidas de la cintura juntaron sus pechos, sus caderas.



La rubia ansiaba acariciar la suave piel tostada de una de las indígenas desde que bajó del barco. Y allí tenía a la más bonita de todas a punto de caer en sus brazos, aunque no fuera una chica local sus bellos ojos hacían que eso no le importase. Fue derecha a por el muslo izquierdo de la oriental, el que su vestido descubría.



Deslizando su mano despacio por la raja de la falda del vestido ascendiendo por su pierna buscando mas y mas piel hasta descubrir que su amante no llevaba ropa interior. Sus dedos tropezaron sin estorbos con el rizado vello negro y su ya muy húmedo coño haciéndola gemir contra los labios apretados en su boca.



La occidental no tenía mucha práctica con vulvas ajenas. Pero sí con la suya, así que poniendo en ejecución lo aprendido en sus muchas masturbaciones fue acariciando los labios finos, suaves y muy mojados.



Con ternura, con suavidad, mojando sus dedos con los jugos de la oriental. Ahogando sus gemidos con sus besos. Apoyadas contra el tronco del magnolio y escondidas por sus ramas.



Aunque no parecían ser las únicas que disfrutaban en esa noche tropical. Se oían más suspiros de placer en la foresta. Otras parejas estaban haciendo lo mismo que ellas.



En segundos Therese se había corrido soltando un gemido más fuerte. Ahogado en la boca y con la lengua de la occidental, que en ese momento tenía clavada hasta la garganta. Pero ella también quería hacer disfrutar a la rubia.



Separó sus rojos labios de la boca de su amante solo para ponerlos en la oreja, el cuello, los hombros y empezar a bajar por su escote. Los botones de la blusa saltaron solo con tocarlos, quedó abierta hasta la cintura. Solo con empujarlos un poco con sus manitas los generosos pechos salieron de la tela del sujetador que apenas los ocultaba.



Así pudo poner los dientes en los claros pezones y mordisquearlos con ternura. No buscaba el rubio pubis con las manos, pretendía saborearlo. Las usaba para levantar la corta falda de tubo y descubrirlo. Aunque ajustada a la generosa cadera no fue fácil, tuvo que pelear con ella.



Mei no se molestó en quitarle la breve prenda de seda que tapaba el objeto de su deseo. Se limitó a apartarla lo suficiente como para descubrirlo. En la oscuridad no podía distinguir los detalles pero no le hizo falta para encontrar el clítoris con la lengua.



Los jadeos de la occidental amenazaban con llamar más atención de la debida y tuvo que morderse el labio para acallarlos. Parecía que la muñequita oriental sabía lo que se hacía. No debía ser el primer coñito que lamía.



La tensión erótica que la rubia llevaba acumulando desde que se había bajado del vapor estalló en un fenomenal y maravilloso orgasmo. La lengua de su amante se apresuró a recoger cada gota del preciado jugo.



Volvió a colocar la braguita en su sitio antes de levantarse y buscar los labios de Therese. El sabor del xoxito aún en su lengua compartido en un nuevo beso muy lascivo.



- Necesito hacértelo yo. Quiero saborearte.



Le dijo al oído lamiendo su orejita.



- Llévame a tu habitación. Quiero hacerte el amor toda la noche.



La ayudó a colocar los pechos de nuevo dentro del fino sujetador y a abrochar los botones de la blusa. Cogidas de la mano, mirándose a los ojos, con amplias sonrisas que casi les llegaban a las orejas, llegaron a la lujosa suite. No se atrevían a separarse ni un segundo.



Solo con soltar una fíbula que sujetaba el vestido de la dulce morena sobre uno de los torneados hombros este cayó al suelo. La bella oriental quedó ante la rubia únicamente con los zapatos de tacón.



- ¡Ámame!.



Ahora le tocaba a Therese, que miraba su desnudez asombrada. Su amante esperaba sus caricias ansiosa. Pero no podía dejar de contemplarla. Despacio se acercaba casi sin atreverse a rozar tal perfección.



Pero el deseo podía más que sus reparos. Despacio levantó una mano hasta llegar a rozar con un toque leve como el del ala de una mariposa el oscuro pezón de la oriental.



Recibió como respuesta un gemido y unas pocas palabras en el incomprensible idioma de la joven china. Siguió acariciando el hermoso y duro pecho. Extendiendo los roces despacio por todo el torso.



Exploraba su piel, la epidermis de la primera mujer que tenía entre sus brazos. Necesitaba descubrir cada uno de sus secretos. Empezó a bajar por el vientre. Pero se acercó más a Mei buscando sus labios, sus besos, su lengua inquieta.



Las húmedas de las dos se cruzaban juguetonas fuera de las bocas dejando caer saliva sobre las contenidas tetas de la traductora. Ella se fue recostando poco a poco sobre el suave colchón de plumas.


La rubia deseaba probar, lamer, besar cada pulgada de la piel de la bella oriental. A ello se puso con toda la dedicación de la que era capaz. Levantó los finos brazos para lamer las axilas. Evidentemente cubiertas por una marta de fino vello. Pasó la lengua por la piel hasta llegar a las manos pequeñitas de finos dedos.



Mei jadeaba, suspiraba y se le escapaban palabras de amor en su idioma de origen. Era incapaz de coordinar sus pensamientos sintiendo las caricias, los besos y la lengua de la extranjera.



El cuello fino, el filo de la mandíbula, la orejita, los hombros, y de ahí empezó a bajar buscando darle a su amante el placer que esta le había dado en la oscuridad del jardín. Le dio tiempo a mordisquear con suavidad los pezones oscuros antes de pasar la sin hueso por el plano vientre.



Deslizó la lengua por el ombligo antes de llegar al coñito. Tuvo que buscar entre la mata de pelo profundamente negro que adornaba su pubis los húmedos labios. Muy mojados, a esas alturas los jugos resbalaban muslos abajo.



Therese lamió cada gota, jugó con el clítoris y buscó en cada rincón de la vulva el placer de la muñeca oriental. Levantó sus muslos hasta que Mei se los sujeto con las manos rozando sus pechitos con las rodillas.



Necesitaba descubrir cada rincón. Así que siguió lamiendo el perineo hasta clavar la lengua en el ano. Ya nada podía contener los gemidos y jadeos que llenaron la habitación de sonido. Por las abiertas puertas de los balcones de la suite escapaba y podían oírlas en los demás pisos del hotel, Lo que no las importaba nada.



Después de nadie sabe cuántos orgasmos de la traductora Therese siguió bajando por la cara interna de los muslos, la parte trasera de las rodillas, las pantorrillas y los tobillos, alternando lamidas y caricias de sus dedos hasta llegar a los pequeños pies.



Se metió los deditos en la boca. Lamió la planta provocando cosquillas que liberaron la cristalina risa de Mei. Ni aún así la dejó tranquila, volvió a subir por sus piernas pero girándola boca abajo en la suntuosa cama.



Volvía a buscar las respingonas nalgas y entre ellas el ano y seguir por la espalda siguiendo la línea de la columna, desviándose a los omóplatos hasta llegar al fino cuello y la nuca.



A Mei se le terminó la paciencia y se revolvió para dar parte de lo que estaba recibiendo. Esta vez no se limitó a lamer el clítoris y los labios de Therese además clavó dos de sus deditos en el interior mientras recibía idénticas atenciones de la inexperta rubia. Estaba aprendiendo a pasos agigantados tomando buena nota de cada atención que recibía de la bella oriental.



Perdió la cuenta de los órganos que había disfrutado hasta quedar dormida en los brazos de su amante. Las despertó el sol entrando por las puertas abiertas de la balcones. Una suave brisa movía lisa finas cortinas. Pero aún así las sonrisas de ambas iluminaban más la suite que la luz del amanecer.



Habían descubierto el amor juntas así explorarian todas las posibilidades que se les ofrecían. Aprovechando cada viaje de negocios, cada reunión. Ya que los ancianos familiares les estaban dando más poder el sus negocios ellas buscarían ocasiones para estar juntas.












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Fabuloso, como siempre
 
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