El siguiente paso es que se propuso ponerle imagen y conocerlo personalmente. Algunas de las veces que tuvo que visitar el hospital, bien sea por motivos médicos o para recoger a su marido, intentó averiguar quién era y finalmente pudo echarle un vistazo. Estaba parado en el área de urgencias de traumatología, llevando a un chaval que se había roto una pierna en la sillita de ruedas a que le hicieran una radiografía. Oyó como lo llamaban por su nombre y no le cupo duda de que era él, aunque tenía poco que ver con la imagen que se había formado. Ella había imaginado un mulato joven, alto, musculoso, bien parecido y con aire de salsero. Pero se encontró con un hombre también cuarentón, de su edad y totalmente calvo (se ve que se rapaba al cero). No se puede decir que fuera guapo: labios demasiado anchos, boca un poco desproporcionada en relación al resto de la cara, ojos grandes y negros que sí le llamaron bastante la atención y cara redonda. Era de su estatura más o menos y se le veía fuerte, un tipo que frecuentaba el gimnasio, pero no tenía la musculación definida. Si había esperado un mulato con los abdominales marcados ese tipo más bien parecía tener barriguita, aunque sí es verdad que pese a ser un poco bajo y rechoncho, era musculoso. Brazos fuertes, unos buenos pectorales y los muslos anchos, pero aparentemente libres de grasa. Otro tema es que no era para nada mulato, era negro del todo, negro del Congo que decían en su barrio. Eso sí, se le veía un descaro, un saber moverse como si estuviera bailando salsa y una labia dulzona y empalagosa típica de los caribeños, que lo veía capaz de engatusar a cualquiera. Si en un primer momento la imagen suya no correspondía con lo que se había imaginado y le causó decepción, eso no fue obstáculo para que se sorprendiera continuando con sus propias quimeras. Al fin y al cabo, sus sueños eran suyos y podía modelarlos como quisiera. Llevaba ya demasiado tiempo fantaseando sobre ese tipo como para dejar que las historias que se estaba empezando a montar con él y que tan bien le iban en la cama cuando se consolaba a solas, se vinieran abajo, de manera que empezó a adaptar las ilusiones a la realidad. Hizo un listado de las cosas buenas que ofrecía el tipo (empezando por lo que tenía entre las piernas) y a partir de ahí volvió a construir. Ahora que le pone el cuerpo y la cara exactas, sus sueños se acercan más a la realidad. Y eso, claro, tiene su peligro porque hay veces que visita al hospital y no puede evitar darse una vuelta a ver si se cruza con él, sobre todo si sabe que está de turno.
Lo tiene al alcance de su mano, la oportunidad entra y sale de sus estadísticas. Chus salta constantemente sobre la hoguera imaginando situaciones, tramando encuentros con la curiosidad de saber si realmente lo que se dice de él es cierto o solo una exageración, y descubriéndose a sí misma deseando averiguarlo. Supone que como siempre, la movida que ella se ha montado en su cabeza puede ser que diste mucho de lo que es cierto y que, en caso de lanzarse a la aventura, se dé rápidamente cuenta de que nada es como ella había imaginado. O peor aún, que nada sale como estaba previsto y este es el último reparo que le queda, porque su cuerpo le dice que a la tercera va la vencida, que ya ha dejado pasar dos oportunidades y no consigue quitarse la cabeza el deseo de tener una aventura, de darle un poco de sal y pimienta a su vida, aunque luego no lo cuente, porque ella no es como sus amigas, no es las de las que luego le gusta fardar de aventuras o tiene la necesidad de compartirlas. Prefiere quedarse en un segundo plano y pasar desapercibida, que no es cuestión de que todo el mundo se entere de cuando pone o deja de poner los cuernos. Chus se sorprende pensando ya en estos términos, dando por supuesta la infidelidad, pero es que el cuerpo y la mente la empujan.
Y hoy es el día en que todo se precipita, esta vez de forma bastante incontrolada porque si con Juan y con su compañero estableció una relación más o menos íntima (según cada caso), y tuvo tiempo de prever lo que venía y de prepararse para resistir, con Yoel la cosa viene de sopetón, imprevista, sin dejarle margen de maniobra. Todo sucede con una visita al hospital. En esta ocasión no va en busca de su marido, que no está de turno, ni tampoco es para ella: simplemente va a visitar a una pariente que se encuentra allí ingresada. Precisamente en traumatología. Cuando sale de la habitación al pasillo después de despedirse, puede ver su figura redonda y maciza empujando un carrito en el que va una señora mayor. La deja en una habitación cuatro puertas más allá y lo observa mientras sale zumbón, metiéndose con las enfermeras que están de guardia.
- ¡Ahí os quedáis que es mi último viaje hoy! Aparco la silla de ruedas, me doy una ducha y para casita que llueve.
- ¿Seguro que vas para casa? habrá que ver a qué hora te recoges esta noche.
- A la hora que tú quieras guapa, que te espero cuando salgas de turno y te enseño lo que es mover la cadera.
- ¿Me vas a llevar de baile?
- De baile para calentar y luego lo que haga falta…
- Más quisieras…
Las enfermedades le siguen el rollo, acostumbradas a sus bromas, forma parte ya de la rutina de planta. Lo cierto es que el individuo introduce una oportunidad para formar cierto cachondeo y desestresar un poco el ambiente cargado y ominoso del hospital.
Esta vez, Chus ya no es primeriza. Hasta ahora siempre había reaccionado a las circunstancias, tanto con su compañero como con Juan. Pero ahora es ella la que provoca el escenario. Toma la iniciativa acercándose a Yoel. No se cree lo que está haciendo, tampoco lo piensa. Si lo hiciera seguramente daría marcha atrás, saldría del hospital, cogería su coche y no pararía hasta llegar a su casa. Un problema menos. Sin embargo, actúa como si estuviera en plena fantasía, como si todo estuviera sucediendo en su mente y no en la vida real. Se da cuenta de que tiene la piel de gallina, de que un cosquilleo la recorre como si fuera una adolescente a punto de hacer una travesura, con la intensidad y el morbo de las primeras veces en el sexo. Así que se acerca a Yoel moviendo las caderas, insinuante, no con el paso apresurado de cuando vas a la carnicería que se te ha echado la hora y necesitas comprar dos pechugas de pollo para poner a la plancha, si no como cuando te paseas de jovencita delante del chico que te gusta en el instituto, o del chico que no te gusta pero al que quieres impresionar, que para el caso da igual porque la técnica es exactamente la misma.
El radar del cubano se activa, igual que el sistema antimisiles de una fragata de la Armada y percibe que una madurita de su edad ha entrado en su radio de acción. Antes de que ella hable ya le da la bienvenida con una sonrisa lobuna en su cara. Parece que le gusta lo que ve, aunque por lo que ella ya ha oído sobre él, no pone demasiados filtros cuando se trata de ligar. En cualquier caso, ella prefiere creer que lo ha sorprendido gratamente y que lo que tiene entre la entrepierna va a reaccionar de forma positiva. Se cree muy capaz de poner cachondo a ese tipo y a cualquiera que tenga ojos en la cara, y eso la hace pisar fuerte.
- Hola - lo saluda cuando llega a su altura - tienes pinta de conocerte esto como la palma de tu mano ¿verdad?
- ¿Te refieres al hospital? claro soy capaz de andar por aquí con los ojos cerrados. Si quieres te subes en la silla, me los tapo y me dices donde quieres ir que te llevo simplemente guiándome por ultrasonidos, como los delfines.
Ella ríe la ocurrencia, quizás un poco exageradamente porque tampoco es que la haya hecho tanta gracia, pero oye, el tipo aumenta su sonrisa y eso es bueno. Veremos a ver quién maneja a quién.
- Dime en qué puedo ayudarte - se ofrece servicial.
- ¿Cuál es el camino más corto para bajar de planta a urgencias? tengo aparcado el coche en aquella zona y no quiero darle la vuelta a todo el hospital…
Miente como una bellaca, no en lo del coche, que si es verdad que lo tiene en el parking más cercano a urgencias, pero sí en que no se conozca el hospital. Él le echa un vistazo de arriba abajo. Los ojos son un poco saltones, pero en general el tipo sale peor en las fotos que en la realidad. A pesar de ser un poco bajo y ancho, bajo el pantalón y la camisa de enfermería hay músculo y no grasa, quizás un poco de barriguita, pero por lo demás parece que se lo curra en el gimnasio. No es un tipo fitness, delgado y musculoso, con los abdominales marcados y los músculos bien definidos, pero la pinta es que todo lo que tiene es duro, compacto y de que está fuerte. Una vez pasadas sus veleidades iniciales, se acerca bastante a lo que ella había previsto, incluso mejora lo que esperaba y eso le gusta.
Yoel también ha terminado de echarle la radiografía y toma la iniciativa.
- Conozco un atajo: sígueme y te llevo.
- Gracias Yoel.
El otro la mira un poco sorprendido, como pensando “¿nos conocemos?” hasta que ella le señala el plástico que lleva en el bolsillo delantero izquierdo a la altura del corazón, donde está enfundada una tarjeta con su nombre, fotografía y categoría.
- ¡Ah claro! ¿y tú cómo te llamas, guapa?
- Nerea - miente de nuevo ella.
Inconscientemente va preparando el terreno por si al final sucede algo. Sería bueno poder desacreditar cualquier rumor si ni siquiera sabe cómo se llama de verdad. Él no deja de mirarla mientras empuja el carrito ahora vacío, por el pasillo. Entran en un ascensor y bajan hasta el sótano.
- ¿Qué pasa que me miras tanto? ¿te gusta lo que ves o qué? - bromea (o quizás no) Chus.
El celador hace un gesto negando con la cabeza, aunque luego rectifica rápido. El caso es que aquella mujer le suena de algo, como si la hubiera visto antes por el hospital, pero eso no es extraño: por allí pasan cientos de personas cada día. Si se ha cruzado alguna vez con ella es fácil que lo haya olvidado. De lo que sí está seguro es de que no la conoce. A Yoel no se le escapa una cara de mujer con la que haya intercambiado más de tres palabras. En cualquier caso, ya que ella va en plan socarrón, él no va a ser menos, no va a permitir que una chica lo adelante en un terreno que domina perfectamente. Lo habitual es lo contrario, que ellas le pongan freno a él.
- Perdona, claro que me gusta lo que veo, lo que quería decir es que te miro porque me suenas de algo y no sé de qué.
- Yo sí lo sé.
- ¡Ah! entonces nos conocemos.
- No, no nos conocemos.
- Muchacha, me va a explotar la cabeza, ya está bien de tanto enigma.
- Si me enseñas ese atajo te lo cuento.
- Por supuesto, a eso íbamos - dice él cuando el ascensor se detiene y sale a un hall de dónde parten pasillos en tres direcciones.
Elige la de la izquierda, abriendo una puerta lateral de dos hojas que se bambolean al pasar. Cortés, aguanta una hasta que Chus entra para encontrarse con una amplia habitación que está semi oscura. Ella la reconoce porque es una sala de espera de radiología que está operativa hasta las seis de la tarde. La atraviesan y enfilan por un corredor estrecho que tiene varios recodos hasta que salen a un pasillo muy largo, al final del cual se ve luz. A ambos lados con consultas y salas cerradas. Son las consultas externas del hospital que solo funcionan también hasta media tarde y por eso ahora aparecen cerradas y con la luz apagada. Solo en el pasillo la mitad de las luminarias señalan un camino. En realidad es el atajo porque Chus sabe que las urgencias de traumatología están junto a la entrada de consultas externas, es decir, aproximadamente a la derecha de la luz que se ve al final.
- No te asustes que en seguida llegamos. Esto está un poco vacío, pero por aquí se acorta mucho. Cuando vengo cargando con algún paciente utilizo siempre este camino.
- No me asusto, no te preocupes, supongo que estoy en buenas manos.
- Las mejores - comenta el cubano que todavía no acaba de entender tanta indirecta por parte de una desconocida.
Ella coquetea lanzándole alguna que otra mirada de reojo y dando pasos firmes, lo que provoca que sus pechos se muevan vibrando y atrayendo la atención del tipo. El cosquilleo en su estómago alcanza niveles de la adolescencia. No se puede creer lo que está haciendo, no se reconoce, pero ni por un solo segundo piensa en echarse atrás. No sabe dónde la va a llevar aquello pero esta vez está decidida a seguir adelante, por primera vez no piensa en consecuencias ni en dilemas morales, se limita a dejar a su cuerpo expresarse, en que el deseo y el morbo la lleve igual que una polilla vuela hacia la luz de una bombilla.
- Oye, no me has dicho de qué me conoces.
Ella ríe a la vez que ralentiza el paso, no quiere llegar demasiado pronto al final del pasillo. Cuanto más cerca de las urgencias, más posibilidades hay de encontrarse alguien y que el escenario se vuelva indiscreto.
- Tenemos una amiga común.
- ¿Ah sí? ¿quién es?
- Eso no te lo voy a decir.
- ¿Por qué?
- Porque yo no soy indiscreta y me gusta mucho guardar los secretos, sobre todo los de cama.
El otro arruga la nariz, pero no se achanta y compone una sonrisa burlona. “Así que va por ahí la cosa”, piensa sin tener todavía del todo claro si se trata de una bromista o aquello es tan descarado como parece. “¿De qué va esta? ¿solo quiere cotillear o busca algo más? Pues sólo hay una forma de averiguarlo” se dice y contesta, ya no en plan funcionario que está en su horario de trabajo, sino en plan caimán del Mississippi relamiéndose ante una gallina:
- Yo tengo un montón de amigas, pero si me das una pista seguro que me acuerdo de ella.
- No te voy a dar ninguna pista precisamente porque tienes muchas, así no sabrás de quién hablo.
El cubano no se achanta y eso le gusta a Chus, que por lo que sea se pone cachonda al ver como la miran con ojos de depredador.
- Dime al menos si tu amiga quedó satisfecha…
- Bastante - responde ella sonriéndole también con su mejor sonrisa de loba hambrienta - En concreto quedó bastante complacida con lo que tienes entre las piernas, me ha dicho que era algo digno de ver y claro, cuando hemos coincidido en la planta me he dicho “yo eso tengo que verlo”, porque estoy convencida de que exageraba.
- Bueno, podemos quedar una noche y yo te enseño todo lo que quieras ver.
A Chus no le parece para nada buena idea quedar fuera del hospital una noche con ese individuo, al fin y al cabo, allí está en un sitio controlado porque es su trabajo y no puede sacar mucho los pies del tiesto. Tiene la sensación de que es más controlable si lo pilla por sorpresa y en el hospital. Si algo no sale bien no cree que allí se atreva a montar un pollo.
- ¡Uy, no sé si tendré oportunidad de quedar, tengo demasiadas obligaciones familiares!
El otro entiende la situación de inmediato.
- Ya. Estás casada ¿no?
- Eso es asunto mío.
- Claro. Bien, mira, precisamente aquí tenemos una sala de exploración. Si quieres que hagamos una un reconocimiento rápido…
Yoel se detiene frente a una puerta, una de las salas que quedan a su derecha. Un último vistazo a Chus de arriba a abajo parece convencerlo. Si tiene algún reparo acerca de liarse con una desconocida en su lugar de trabajo, la visión de las curvas de la mujer le hace vencerlo. No todos los días se le pone la cosa tan a huevo. Abre la puerta y la invita a pasar. En sus ojos hay lujuria pero también chulería y una especie de reto silencioso: “vamos a ver si vas en serio” parece decir.
Chus ni se lo piensa. Pasa a una sala oscura y oye cerrarse la puerta detrás de ella. La sillita queda aparcada y Yoel avanza abriendo camino.
- Es por aquí. Mejor no encender la luz, así nos llamamos la atención.
Al fondo hay varias consultas que resultan ser salas de rehabilitación y de exploración, algunas equipadas con camillas. Una vez dentro de una de ellas, Yoel cierra la puerta y ahora sí acciona el interruptor. La hora de la verdad ha llegado y los dos están frente a frente. Chus nerviosa, aunque trata de que no se le note. Aquello ya no es una fantasía ni un sueño, es algo muy real y ya no puede deshacer lo hecho hasta ahora. Siente inquietud y cierto vacío en el estómago, como si ahora, de repente, no tuviera demasiado claro si debe estar allí o no. Pero no ha montado todo el numerito que ha montado para echarse atrás. Como para darse ánimos y mostrar una seguridad en sí misma que no tiene del todo claro que tenga, se fija en el bulto de su pantalón. La blusa de celador le tapa un poco por debajo de la ingle. Aparentemente no parece que allí haya nada extraordinario. Una prominencia que no da una idea muy clara de lo que hay debajo. Como si le hubiera leído el cerebro, Yoel saca los pies de las crocs que lleva, se desabrocha el pantalón y lo deja caer hasta las rodillas levantando la blusa. Ahora sí, un bulto alargado se marca sobre unos slips ajustados. Aquello crece a ojos vista. El celador todavía espera unos segundos a ver su reacción, no vaya a ser que a estas alturas se escandalice y le monte un berenjenal, pero nada de eso sucede, por el contrario, la mirada intensa y lujuriosa de Chus indica que quiere ver más. Entonces se baja el slip y ahora sí, una morcilla negra y gruesa cae por su propio peso con el prepucio apuntando hacia abajo y a un lado. Aún no está erecta pero el tamaño es más que considerable. Aproximadamente el doble de larga que la de su marido y también en proporción dos veces más gruesa, quizá tres, si la contempla desde la base. Dos huevos cuelgan a juego con el aparato, redondos, perfectamente simétricos y de una talla también XL. Todo perfectamente depilado. Chus se ha quedado paralizada y ojiplática. No puede dejar de mirar a la vez que involuntariamente se muerde un labio.
- ¿Quieres tocar?
La voz parece venir de muy lejos. Por unos instantes no es capaz de contestar, ni siquiera de dilucidar si lo que está viviendo es una fantasía provocada por su mente o realidad. Su mano se mueve ajena su voluntad quedándose a medio camino. Yoel la toma y la acerca a su miembro. Ella cierra los dedos en torno como si le estuviera dando la mano. La reacción es inmediata y la verga se llena de sangre. No alcanza un tamaño mucho mayor, que ya es suficiente, pero ahora está totalmente tiesa y dura. Le parece mentira estar tocando algo así y duda mucho que se vuelva a ver en otra igual. Es la polla más grande que ha visto en vivo y en directo en su vida con diferencia.
Chus continúa acariciando un largo rato aquel miembro. Ha fantaseado ya varias veces con un encuentro de este tipo, pero ahora está un poco bloqueada, sin saber muy bien que hacer ni cómo continuar, así que sigue absorta masajeando el falo de arriba abajo, jugando con su glande carnoso, acariciando los testículos… Yoel se desabrocha la blusa y la deja caer al suelo, se saca también los pantalones quedándose solo con las crocs de enfermero que lleva en los pies. Es un poco más bajito que ella pero ahora puede ver sus músculos macizos. El pecho está bien trabajado, los hombros redondos, buenos bíceps, el antebrazo marcándosele los tendones, muslos anchos pero duros como una piedra y sí, tiene algo de barriguita, pero el conjunto es el de un tío macizo, quizá no muy bien proporcionado ni esbelto, pero fuerte. El color negro oscuro de su piel hace que todo parezca resaltar más y le da un toque exótico que pone cachonda a Chus. Se imagina a ese hombre embistiéndola y un estremecimiento de temor, pero a la vez de excitación animal, la recorre.
- A mí también me gustaría comprobar si todo lo que hay debajo de tu ropa está tan bien como parece - susurra él y no se limita a esperar que ella actúe, sino que alargando la mano empieza a desabotonarle la blusa, despacio por si ella desea echarse atrás, pero con decisión.
“Vamos a lo que vamos nena, aquí hay prisa que estamos en horario laboral y dentro de unas dependencias públicas, no vaya a ser que alguien nos pille”, piensa el cubano.
Por fin Chus reacciona y ella misma termina de desabotonarse la blusa que deja encima de la camilla. Yoel no espera a que se quite el sujetador, mete la mano dentro de la copa y saca primero un pecho y luego el otro. Sus labios anchos se posan sobre un pezón y empiezan a besar y a lamer, unos labios gruesos que la castigan dulcemente y una lengua que parece tener vida propia recorriendo sus aureolas y la punta de las tetillas.
- ¡Dios! - exclama un poco mareada. A pesar de su corpulencia los muslos le tiemblan.
- ¿Voy muy deprisa?
- No, no - consigue articular – sigue.
Es precisamente en ese momento, cuando está dando el paso definitivo sin vuelta atrás, cuando se acuerda de sus amantes “sin estrenar”, como ella los llama. Aquellos que no pasaron de simple fantasía y probabilidad a realidad consumada. Juan iba de sobrado, su compañero no llegaba y el celador sí parece tener la justa medida de leerle el pensamiento y conocer hasta dónde puede llegar. Su compañero no se atrevía pensando equivocadamente que quizás no tenía posibilidades, su vecino pensaba que iba sobrado y por eso entraba a matar directamente creyendo que lo tenía hecho. Son las dos cosas que definen mayoritariamente a los hombres y que demuestran que no tienen demasiado contacto con la realidad femenina: o creen que te vas a abrir de piernas a la primera de cambio, o ni siquiera lo intentan porque no saben leerte y no saben que es lo que deseas, pero Yoel sí parece leerla correctamente.
Las caricias se suceden. Ahora ya son los dedos anchos y fuertes que antes empujaban la silla los que acarician sus tetas mientras la boca pasa del cuello a su oreja, haciendo que se le erice cada pelo de su piel. El tipo sabe. Para cuando alcanza su ombligo, Chus está más que mojada. Ahí se presenta una pequeña complicación que afortunadamente tiene fácil remedio. Ella no había previsto ese encuentro, si no quizás se hubiera puesto un vestido más amplio y vaporoso, algo más idóneo para un “aquí te pillo aquí te mato”, como las minifaldas elásticas o los vestidos cortos que se ponía cuando salía con su marido de novios y que le permitían arremangarse y quedarse rápidamente disponible para una sesión de sexo apresurado. Hoy lleva unos pantalones blancos que, por un lado, le marcan bien sus curvas, pero por otro son un coñazo para manejar. El cubano consigue soltar el botón de la cintura y bajar la cremallera, pero ella sabe lo engorroso que va a ser intentar follar con ellos puestos así que y le empuja con la mano sobre su vientre echándole un poco hacia atrás. Entonces se quita los zapatos y luego, con cierto trabajo, los pantalones, para lo cual se tiene que sentar en la camilla. Es un momento de parón que sin embargo no distrae su mente de lo que viene. A ninguno de los dos le da bajón ni aprovechan para recapitular y pensárselo dos veces, por el contrario, ella mira por el rabillo del ojo como el cubano se acaricia la verga, mientras se desprende también de sus bragas, unas bragas bastante pasadas que la avergüenzan un poco. Otra cosa a la que si hubiera sabido con antelación lo que iba a pasar le hubiera puesto remedio pero que, dadas las circunstancias, aprovecha para quitarse rápidamente. Prefiere enseñarlo todo antes que romper el encanto con algo que no se acerca ni siquiera a la categoría de lencería.
Aprovechando que está sentada, se echa para atrás en la pared. Las tetas caen sobre su vientre, provocadoras e inquietas, moviéndose como dos flanes. Levanta las rodillas y se abre de piernas en una impúdica oferta de carne húmeda por los fluidos que empieza a segregar su vagina: no se puede ofrecer más descaradamente. El cubano se acerca y pone la verga sobre su pubis. Llega casi hasta el ombligo de Chus que acaricia la punta mientras el otro restriega el falo por su clítoris y da con sus huevos en los labios mayores del coño. Es una caricia que la pone en tensión y le seca la garganta como si toda la humedad de su cuerpo se estuviera concentrando en su entrepierna. Nota placer, ya no un placer imaginario, ni supuesto, ni esperado, sino un placer que está ahí físicamente presente. El roce de aquella verga gorda contra su pubis le provoca calambres de gusto y pronto, los huevos y la base del falo de Yoel suenan a mojados, seguramente empapados por su flujo.
Él se agacha y retoma la senda de la saliva por donde la había dejado. Se entretiene en su ombligo con la lengua, baja por su vientre, llega a su sexo y los labios se cierran alrededor del clítoris, fusionándose y dando chupetones que alterna con lengüetazos que recorren sus labios por dentro y por fuera.
- Aarrrggg - grita Chus con voz ronca y pastosa mientras intenta provocar saliva pasándose la lengua por los labios.
Ella misma se pellizca un pezón, encendida ¡Dios qué bueno! aquel tío sabe cómo comer un coño. Cierra los ojos y esta vez no tiene que elaborar ninguna fantasía, solo sentir. En esta ocasión no tiene que montarse una historia sino disfrutarla y sentirla en cada centímetro de su piel, registrar cada estremecimiento y cada gramo de placer para recordarlo más adelante. Sus próximas masturbaciones no serán con historias inventadas sino con recuerdos reales. Se deja ir mientras el otro juega con su rugosidad en la boca, queriendo introducir su nódulo como si fuera un caramelo, succionándolo y jugando con él con la lengua. De repente el juego acaba y con un quejido en forma de gemido Chus muestra su desaprobación, hasta que nota como el glande del tipo se restriega contra su sexo. Lo tiene en la mano y con la punta recorre toda su raja. De vez en cuando aprieta y ella nota como se dilatan sus labios mayores abriendo paso, pero enseguida la vuelve a sacar. El tipo tiene experiencia y sabe que no es buena idea meter todo aquello de golpe. Juega a lubricar y a ensanchar porque no le cabe duda de que más tarde o más temprano se la va a meter entera. El solo pensamiento hace que sienta un cosquilleo desde el perineo hasta sus nalgas. Aquello ya no es una fantasía, se la va a follar un tipo que tiene veinticinco centímetros de trompa por lo menos. Por no hablar del grosor.
Todavía tiene algún reparo, aunque ya ha pasado la fase en la que podría volver atrás. El cuerpo le pide lo que le pide y no piensa salir de allí sin haber vivido la experiencia, venga esta como venga. En la primera fantasía, con su compañero, primaban más los sentimientos y la buena conexión. En la segunda fantasía, con su vecino, a veces pensaba en sexo violento y no consentido y eso la excitaba. Las fantasías previas con Yoel eran también distintas entre sí a sus dos fetiches anteriores. No quería una conexión personal, ni que hubiera un rollo sentimental, ni tampoco se atrevía al sexo duro y contundente con un tipo que calzaba lo que calzaba entre las piernas. No quería que aquello acababa antes de empezar con dolor o incluso peor, en urgencias con un desgarro. Así que había imaginado sexo tranquilo, aunque contundente. Y parece que el cubano le ha leído el cerebro o quizás, simplemente es que ya tenía demasiada experiencia como para saber cómo actuar. Chus es ancha de caderas, tiene unos buenos muslos y una raja no precisamente pequeña. Se cree capaz de poder con aquello siempre que vayan con cuidado, sobre todo al principio, cosa que Yoel está haciendo bien.
Finalmente, el glande entra, esta vez apretando más fuerte y ella nota como la carne se va abriendo paso por su vagina dilatándola. Está lo suficientemente excitada y también mojada para no sentir malestar, quizás un poco de escozor. Él continúa y mete ya hasta casi la mitad. Ella siente que con eso ya solo podría llegar al orgasmo, especialmente por lo gruesa que es y por cómo estimula toda su vagina ensanchándola y rozando a los lados. Pero no se detiene ahí, Chus contiene la respiración mientras una vez comprobado que puede asimilarla y que no parece tener dolor, el cubano empuja y todavía consigue meter casi hasta el final. Chus nota como el glande hace presión al final de su vagina. Ya no le cabe más verga dentro. Lleva la mano entre sus muslos y le coge los huevos, se los aprieta y toca el falo: al menos quedan todavía dos dedos fuera ¡madre mía!
Ahora el otro se mueve, deslizándose y provocándole un gusto inmenso a la vez que con los dedos le acaricia el pubis y le pellizca su clítoris. El placer se va volviendo más intenso. Chus cree que pronto puede llegar al orgasmo. Otro efecto de no haber podido prever el encuentro es que no lleva medios de protección, se vuelve consciente que la están follando a pelo. En sus fantasías siempre lo hacen así, es muchísimo más placentero y como está en su mente solo, no hay peligro de embarazos ni de transmisión de enfermedades, pero esto es la realidad. Llevada por el morbo no se le había ocurrido pensarlo, pero es tarde para hacer nada. Ya no está dispuesta a parar, eso no es una opción, que sea ya lo que tenga que ser decide. Ya que ha llegado hasta aquí no va a cortar el rollo. Lo único que hace cuando él aumenta sus embestidas y nota sus muslos dar cachetadas contra los de ella, es pedirle que no se corra dentro.
- No te preocupes - bufa Yoel que ya está disparado.
Toda su vulva está activada, todas las conexiones nerviosas funcionando a tope, toda la zona está caliente como un horno e irradia placer a todo su cuerpo hasta que el orgasmo le sobreviene de golpe, mientras se agarra al cuello del tipo y levanta el culo pegándose a él como si quisiera que se la metiera aún más profundo, cosa que no es posible. El otro la toma de los cachetes (incluso puede con ella) y la levanta mientras sigue follándola. Chus se corre apenas se toca un poco con los dedos, solo ha tenido que encender el clímax y aparta la mano porque ya no necesita más estimulación, con el roce de los dos pubis por fuera y aquella verga inmensa por dentro llenándola, el orgasmo la recorre entera, desmadejándola y haciéndola desplomarse, sin importarle dónde están o que alguien los pueda sorprender. Si ahora mismo pasara por allí el Orfeón Donostiarra al completo, ella no dejaría de culear ni de abrazar al tipo, clavándose el cuerpo duro contra sus curvas, ya nada puede detener el placer. Con cada golpe gime, mientras se van apagando los últimos coletazos de gusto. La sensación todavía es placentera, aunque el tipo le da más fuerte y con menos consideración. Finalmente, la saca poniéndola sobre su pubis y vientre, y un chorro inmenso de esperma le llega hasta las tetas. Luego, otro más y finalmente ya con menos ímpetu, varios grumos de semen blanco y espeso caen sobre su coño.
Yoel bufa como un toro. Chus se percibe manchada de flujos, sudorosa, con el cuerpo cubierto de semen y abrazada a aquel tipo, en contacto aún con su verga. La sensación es muy morbosa y excitante aunque ahora mismo el orgasmo ha sido tan fuerte que está desconectada, es como si se hubiera apagado. Permanecen así todavía un rato hasta que se recuperan un poco y luego él se retira. Se acerca a un armario y extrae de un rollo de papel, una sábana y un bote de gel hidro alergénico. Se limpia las manos y como si acabaran de salir de una ecografía y estuviera que limpiar el gel ese que se usa para que la bolita resbale, utiliza el papel para retirar los restos de esperma del pubis, el vientre y los pechos de Chus. Después le ofrece la sábana por si quiere limpiarse mejor ella y el bote de gel. Él utiliza una esquina de la tela para asearse, pero se queda allí desnudo, de pie, con aquella polla colgando, ahora semi erecta, observándola. Cuando ella acaba permanecen los dos muy juntos, tanto que él solo tiene que dar un paso para volver a establecer contacto físico. Todavía está como flotando en una nube, ha sido algo muy animal, muy físico, sin sentimientos, puro impulso sexual. Yoel ha sido su instrumento para satisfacerse, igual que él se ha servido de ella para echar un buen polvo y descargar. Una simple y pura transacción piensa Chus, que espera que no tenga demasiadas consecuencias y no se tenga que arrepentir de ello.