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Llegaron al hotel. Estaban cansados del viaje. Aunque no había sido un viaje para nada aburrido, las horas sentados en el coche les animaban a salir y estirar las piernas.
Era un hotel rural, rústico, muy bonito por fuera. Justo lo que esperaban. Hicieron el check-in, y quizás fue el aire fresco de la primavera pirenaica, se sintieron más “relajados”. Subieron a la habitación, y quedaron gratamente sorprendidos. A pesar de que había visto las fotos en la web al realizar la reserva, lo cierto es que la combinación del exterior rústico, y el interior moderno, con todas las comodidades, les encantó. Habitación grande, cama King-size, baño con jacuzzi grande y una ventana grande que daba a la habitación, y una terraza, no muy grande, con dos hamacas y espectaculares vistas hacia Aigüestortes.
Decidieron darse una ducha rápida y salir a dar un paseo por el pueblo, para conocer un poco el entorno y localizar los típicos lugares de interés: oficina de turismo, bares, etc….
Para estar en primavera y a 1.500 metros sobre el nivel del mar, no hacía mucho frío. Iban arreglados pero informales. Bruno con un pantalón de lino claro, camisa azul y zapatos. Mar, con una falda larga negra, una blusa blanca, unos zapatos negros con un tacón considerable, y una chaqueta de punto para cuando refrescase. Estaban a punto de salir de la habitación, cuando Bruno la tomó del brazo y la paró. Se agachó frente a ella, como aquel que fuese a pedirle matrimonio. Pero no fue matrimonio lo que le pidió, si no que poco a poco bajó sus braguitas de encaje recién puestas, y le dijo: “no las necesitas”. En vez de un anillo, le ofreció un pequeño huevo vibrador, de color rosa, y le dijo “póntelo”. Ella obedeció, le encantaba el juego de sentirse sumisa. Lo metió en su boca, lo llenó de saliva para facilitar la entrada, y con una facilidad digna de mención, lo introdujo en su vagina, asegurando que entrase lo suficiente para que no le molestase al caminar.
Les encantaba pasear por pueblos del Pirineo, sentir el silencio, la paz, lejos del bullicio de la Ciudad Condal, oliendo a montaña, oliendo a verde. Pero también les encantaba el morbo de saber que iba sin sus braguitas, nadie lo sabía, solo ellos, pero ya era motivo de morbo y excitación.
Se acercaron a la oficina de turismo, cerraba pronto, así que tuvieron que acelerar el paso para poder llegar. Querían preguntar algunas dudas sobre el acceso a Parc Nacional d’Aigüestortes i Estany de Sant Maurici. No parecía una ruta muy difícil, pero querían asegurarse, antes de subir el sábado, de la duración y la dificultad. La oficina estaba a punto de cerrar, pero pudieron entrar para pedir la información. Mar era la encargada de preguntar las dudas, así que se acercó al mostrador, donde un chico joven, de unos 25 años y muy fibrado, le daba la bienvenida al Valle. Bruno se quedó algo rezagado, mirando el móvil, mientras Mar preguntaba las cuatro cosas que quería saber. De pronto, dio un pequeño brinco. Notó como algo en su interior empezaba a vibrar. Notó como el huevo que su amado marido le había pedido que se pusiese, empezaba a hacer de las suyas. Le costó disimular, lo justo para poder girarse y mirar a Bruno, que a unos metros estaba con el móvil en la mano, sin duda, controlando el diabólico juguete que vibraba dentro de ella. El chico del mostrador notó que algo pasaba, pero muy profesional, siguió con las explicaciones de la ascensión a Aigüestortes. Ella, mientras tanto, hacías esfuerzos por guardar la compostura, apretando las piernas fuertemente como si tuviese miedo a que saliese, mordiendo su labio inferior, y fingiendo interés por las explicaciones del muchacho.
No podría describir cuanto tiempo pasó, pero por fin notó que el aparato paró. Sintió un gran alivio. Por fin sus sentidos se volvieron poder centrar en el pobre chico, que le explicaba con esmero las indicaciones en el mapa.
Agradeció al chico por sus detalladas explicaciones y por la atención recibida y se dirigió a la puerta, dando la espalda tanto al muchacho como a Bruno. Cuanto estaba casi a punto de llegar a la puerta, se giró para dirigirse de nuevo al chico: “Disculpa, como te llamas? Que no te he preguntado” le preguntó. Mientras se giraba, se aseguró que la enorme raja de su falda quedara alineada con su pierna, y sujetó su bolso junto a la tela de su falda, de tal manera que ésta subió tanto, que solo faltaban unos centímetros para que su pubis quedase al descubierto. El chico no pudo dejar de fijar su vista en tremendo espectáculo y quedar con la boca abierta, para balbucear “Xavi”. Ella, sabiéndose protagonista, le respondió con un “Gràcies Xavi”, y salió del local. Bruno, que estaba casi igual de sorprendido que el pobre muchacho, le miró y se encogió de hombros, mientras se despedía de él y salía también de nuevo a la calle.
Ya en la calle se miraron y sonrieron. Bruno la abrazó y le dio un apasionado beso, degustando de nuevo el sabor de ella. Notó que ella hacía un movimiento extraño: Mar había acercado sus dedos índice y corazón de la mano derecha hacia su empapado sexo, los había untado bien, y los había interpuesto entre sus bocas, donde Bruno pudo comprobar lo empapada que estaba, y de nuevo ese sabor que tanto le gustaba.
Siguieron paseando por el pueblo, disfrutando del paisaje e intentando apaciguar su calentura, haciendo tiempo para volver de nuevo al hotel y cenar.
El hotel tenía pocas habitaciones, por lo que era bastante acogedor. El comedor no era muy grande, pero las mesas estaban bastante separadas, lo que hacía que pudiesen hablar tranquilamente. Una vez finalizados los postres, tomaron sus copas de vino blanco (lo poco que quedaba de la botella, y que hacía que tuviesen esa leve sensación de mareo) para acabar de tomarlas en la planta de arriba, una especie de sala enorme con unos sofás para los huéspedes, y una enorme biblioteca que cubría todas las paredes. Era lugar mágico, lleno de libros de todo tipo, con lámparas de mesa de época, que lo hacían singular. Más tarde supieron que el dueño del hotel era un verdadero fan de los libros, y que ese era un espacio que él había creado para satisfacer su pasión.
Se acercaron a uno de los sofás. Era un espacio amplio, y solo había dos personas allí, tomando también una copa. Se sentaron, contemplando cada una de las estanterías de libros perfectamente ordenadas, cada detalle de mesitas, lámparas, alfombras… Mar era una gran amante de los libros, se levantó para ir mirando qué tipo de libros había, si localizaba algunas de sus novelas favoritas… localizó “El amor en los tiempos del cólera”, una sus favoritas. La sacó como el que trata un objeto valioso. Siguió el mismo ritual con “Jane Eyre”, con “50 Sombras de Grey”, con “Millennium” y casi sin darse cuenta, se encontró a escasos metros de esas dos personas, que resultaron ser una pareja. No se había dado cuenta de lo cerca que estaban, por inercia levantó la vista de los libros para mirarles a la cara. Notó como su rostro se tornaba rojo, como ardía. Notó un nudo en el estómago. Notó como su sexo ardía de nuevo. ¿Cómo podía ser posible? Ella conocía ese rostro masculino. Ella conocía esa sonrisa. Estaba a escasos metros del chico atractivo que, unas horas antes, había sonreído a través de la ventana de su camión mientras contemplaba su busto desnudo.
*** Continuará ***
Morbo no, lo siguienteUna vez superada la sorpresa, la situación le pareció de lo más excitante. La casualidad había querido que ese fuese el conductor partícipe de sus juegos en el coche, y esa misma casualidad quiso que se lo encontrase allá delante. Si miraron de nuevo y se sonrieron, pero Mar no se atrevió a ir más allá, ya que no sabía como reaccionaría la atractiva chica que le acompañaba.
Se alejó de ellos, y volvió al sofá en el que estaba Bruno, que había notado algo raro, pero no sabía qué. Cuando Mar le comentó, Bruno le animó a seguir el juego, no había nada que perder, y la situación parecía de lo más morbosa. Le pidió a Mar que se quitase las braguitas, y se aceraron de nuevo a la zona donde estaba la pareja. Bruno les preguntó si conocían la zona, una pregunta sin más, solo para poder entablar conversación. Albert, que así se llamaba él, era un chico fuerte de unos 30 o 35 años. Ella, Anna, también más o menos de esa misma edad, era también muy atractiva. Se notaba que ambos se preocupaban por su físico, seguramente dedicaban largas sesiones de gimnasio para poder mantenerse así.
Ambas parejas estaban una enfrente a otra, en sofás uno delante de otro, separados por una mesa de centro, también clásica, donde descansaban las copas. Anna y Albert eran pareja de hacia algunos meses, y habían decidido subir ese fin de semana ya que Albert siempre transitaba aquellos pueblos por motivo de trabajo, y le apetecía que su pareja conociese ese valle. Mar, Bruno y Albert se echaban miradas morbosas, recordando lo acaecido horas antes. Mar, con disimulo, se acomodaba la falta, como para llamar la atención de Albert, que por otro lado ya había captado el juego. A esas alturas, Albert ya había intuido que debajo de aquella falda no había ropa interior… Mar se había encargado de que se diese cuenta.
Anna se levantó, quería salir a la terraza para poder fumar un cigarro. Bruno no dudó en acompañarla, con la excusa también de fumar, si bien lo había de dejado hace años. Mar se quedó sorprendida: por un lado, Bruno no fumaba; por otro lado, por que le dejase a solas, aunque fuese por poco rato, con aquel extraño con el que habían conseguido generar un morbo nunca antes experimentado.
Mar pudo ver como Anna y Bruno se alejaban a la terraza, que quedaba algo retirada, y vio como él se giró y le guiñó un ojo. El corazón de Mar iba a mil, notaba sus mejillas rojas, ardían, y notaba como un pequeño nudo en el estómago: no estaba acostumbrada a esto. No sabía muy bien si por la excitación, por el efecto del alcohol que le hicieron desinhibirse… pero decidió que seguiría el juego. Allá estaban ambos, frente a frente, sabedores de los juegos que habían protagonizado, pero ahora era distinto, era cara a cara.
Estaban mirándose uno al otro, en silencio, y lo primero que pasó por la cabeza de Mar fue la escena que Sharon Stone protagonizó delante de Micheal Douglas en la película Instinto básico, y la imitó. No fue exactamente igual, lógicamente, pero le inspiró para hacerlo: se movió en el sofá, desplazó su culo hacia el respaldo, abrió las piernas para asegurar que Albert podía ver claramente, no solo que no llevaba ropa interior, sino incluso para poder percatarse de que iba depilada, salvo un algo de vello en el monte de venus, y cruzó de nuevo la pierna derecha sobre la izquierda. Albert no perdió ni un detalle, le sonrió, y puso su mano sobre su pantalón, ayudando a marcar el enorme bulto que se marcaba bajo la tela. Albert decidió dar un paso más, se puso de pie enfrente de Mar, que podía ver el bulto de éste a escasos centímetros de su rosto. Albert se aseguró de acercarse aún más, para poder rozar su bulto sobre la mejilla de Mar. Ella no pudo resistir a agarrarlo con la mano, bajo la tela, para cerciorarse si realmente el tamaño de se intuía era real. Y lo era. Albert se sentó al lado de ella, se acercó a su boca y le empezó a mordisquean los labios, antes de introducir su lengua y fundirse en un morboso beso. Ella notaba su lengua entrando en su boca, y notó como Albert agarró momentáneamente su pecho, para rápidamente bajar su mano por su cuerpo, hasta llegar a su entrepierna, y notar como sus dedos llegaban a su sexo. Se notaba empapada. A Albert pareció gustarle, introdujo le lengua en su boca aún con más fuerza, mientras introdujo dos dedos en su vagina. Mar se notaba empapada, estaba tan excitada como sorprendida por lo que estaba pasando: allá estaba, besándose con lujuria con una extraño, con su marido a escasos metros, y notando como unos dedos extraños jugaban con su vagina y su clítoris.
No podría decir si pasaron segundos o minutos, cuando notó como los dedos de él salían de su sexo… y notó como el paró de besarla para meterle esos dos dedos, empapados de flujo, en su boca. Mar los lamió, los mamó, como si la vida le fuese en ello. Le parecía excitante saborear su flujo en aquella situación. Albert se levantó: Anna y Bruno entraban de nuevo en la biblioteca, por lo que decidió volver a su sitio antes de que éstos se pudieran percatar. Como si nada hubiese pasado, continuaron la charla, si bien Bruno sabía, por la expresión de Mar, que algo había pasado, y ardía en deseos de conocer los detalles. Ambas parejas se despidieron, y fueron a la segunda planta, dónde se encontraban ambas habitaciones.
La historia promete. Menuda follada se darían con sus respectivas parejas para apagar el calentón.Una vez superada la sorpresa, la situación le pareció de lo más excitante. La casualidad había querido que ese fuese el conductor partícipe de sus juegos en el coche, y esa misma casualidad quiso que se lo encontrase allá delante. Si miraron de nuevo y se sonrieron, pero Mar no se atrevió a ir más allá, ya que no sabía como reaccionaría la atractiva chica que le acompañaba.
Se alejó de ellos, y volvió al sofá en el que estaba Bruno, que había notado algo raro, pero no sabía qué. Cuando Mar le comentó, Bruno le animó a seguir el juego, no había nada que perder, y la situación parecía de lo más morbosa. Le pidió a Mar que se quitase las braguitas, y se aceraron de nuevo a la zona donde estaba la pareja. Bruno les preguntó si conocían la zona, una pregunta sin más, solo para poder entablar conversación. Albert, que así se llamaba él, era un chico fuerte de unos 30 o 35 años. Ella, Anna, también más o menos de esa misma edad, era también muy atractiva. Se notaba que ambos se preocupaban por su físico, seguramente dedicaban largas sesiones de gimnasio para poder mantenerse así.
Ambas parejas estaban una enfrente a otra, en sofás uno delante de otro, separados por una mesa de centro, también clásica, donde descansaban las copas. Anna y Albert eran pareja de hacia algunos meses, y habían decidido subir ese fin de semana ya que Albert siempre transitaba aquellos pueblos por motivo de trabajo, y le apetecía que su pareja conociese ese valle. Mar, Bruno y Albert se echaban miradas morbosas, recordando lo acaecido horas antes. Mar, con disimulo, se acomodaba la falta, como para llamar la atención de Albert, que por otro lado ya había captado el juego. A esas alturas, Albert ya había intuido que debajo de aquella falda no había ropa interior… Mar se había encargado de que se diese cuenta.
Anna se levantó, quería salir a la terraza para poder fumar un cigarro. Bruno no dudó en acompañarla, con la excusa también de fumar, si bien lo había de dejado hace años. Mar se quedó sorprendida: por un lado, Bruno no fumaba; por otro lado, por que le dejase a solas, aunque fuese por poco rato, con aquel extraño con el que habían conseguido generar un morbo nunca antes experimentado.
Mar pudo ver como Anna y Bruno se alejaban a la terraza, que quedaba algo retirada, y vio como él se giró y le guiñó un ojo. El corazón de Mar iba a mil, notaba sus mejillas rojas, ardían, y notaba como un pequeño nudo en el estómago: no estaba acostumbrada a esto. No sabía muy bien si por la excitación, por el efecto del alcohol que le hicieron desinhibirse… pero decidió que seguiría el juego. Allá estaban ambos, frente a frente, sabedores de los juegos que habían protagonizado, pero ahora era distinto, era cara a cara.
Estaban mirándose uno al otro, en silencio, y lo primero que pasó por la cabeza de Mar fue la escena que Sharon Stone protagonizó delante de Micheal Douglas en la película Instinto básico, y la imitó. No fue exactamente igual, lógicamente, pero le inspiró para hacerlo: se movió en el sofá, desplazó su culo hacia el respaldo, abrió las piernas para asegurar que Albert podía ver claramente, no solo que no llevaba ropa interior, sino incluso para poder percatarse de que iba depilada, salvo un algo de vello en el monte de venus, y cruzó de nuevo la pierna derecha sobre la izquierda. Albert no perdió ni un detalle, le sonrió, y puso su mano sobre su pantalón, ayudando a marcar el enorme bulto que se marcaba bajo la tela. Albert decidió dar un paso más, se puso de pie enfrente de Mar, que podía ver el bulto de éste a escasos centímetros de su rosto. Albert se aseguró de acercarse aún más, para poder rozar su bulto sobre la mejilla de Mar. Ella no pudo resistir a agarrarlo con la mano, bajo la tela, para cerciorarse si realmente el tamaño de se intuía era real. Y lo era. Albert se sentó al lado de ella, se acercó a su boca y le empezó a mordisquean los labios, antes de introducir su lengua y fundirse en un morboso beso. Ella notaba su lengua entrando en su boca, y notó como Albert agarró momentáneamente su pecho, para rápidamente bajar su mano por su cuerpo, hasta llegar a su entrepierna, y notar como sus dedos llegaban a su sexo. Se notaba empapada. A Albert pareció gustarle, introdujo le lengua en su boca aún con más fuerza, mientras introdujo dos dedos en su vagina. Mar se notaba empapada, estaba tan excitada como sorprendida por lo que estaba pasando: allá estaba, besándose con lujuria con una extraño, con su marido a escasos metros, y notando como unos dedos extraños jugaban con su vagina y su clítoris.
No podría decir si pasaron segundos o minutos, cuando notó como los dedos de él salían de su sexo… y notó como el paró de besarla para meterle esos dos dedos, empapados de flujo, en su boca. Mar los lamió, los mamó, como si la vida le fuese en ello. Le parecía excitante saborear su flujo en aquella situación. Albert se levantó: Anna y Bruno entraban de nuevo en la biblioteca, por lo que decidió volver a su sitio antes de que éstos se pudieran percatar. Como si nada hubiese pasado, continuaron la charla, si bien Bruno sabía, por la expresión de Mar, que algo había pasado, y ardía en deseos de conocer los detalles. Ambas parejas se despidieron, y fueron a la segunda planta, dónde se encontraban ambas habitaciones.
Una vez superada la sorpresa, la situación le pareció de lo más excitante. La casualidad había querido que ese fuese el conductor partícipe de sus juegos en el coche, y esa misma casualidad quiso que se lo encontrase allá delante. Si miraron de nuevo y se sonrieron, pero Mar no se atrevió a ir más allá, ya que no sabía como reaccionaría la atractiva chica que le acompañaba.
Se alejó de ellos, y volvió al sofá en el que estaba Bruno, que había notado algo raro, pero no sabía qué. Cuando Mar le comentó, Bruno le animó a seguir el juego, no había nada que perder, y la situación parecía de lo más morbosa. Le pidió a Mar que se quitase las braguitas, y se aceraron de nuevo a la zona donde estaba la pareja. Bruno les preguntó si conocían la zona, una pregunta sin más, solo para poder entablar conversación. Albert, que así se llamaba él, era un chico fuerte de unos 30 o 35 años. Ella, Anna, también más o menos de esa misma edad, era también muy atractiva. Se notaba que ambos se preocupaban por su físico, seguramente dedicaban largas sesiones de gimnasio para poder mantenerse así.
Ambas parejas estaban una enfrente a otra, en sofás uno delante de otro, separados por una mesa de centro, también clásica, donde descansaban las copas. Anna y Albert eran pareja de hacia algunos meses, y habían decidido subir ese fin de semana ya que Albert siempre transitaba aquellos pueblos por motivo de trabajo, y le apetecía que su pareja conociese ese valle. Mar, Bruno y Albert se echaban miradas morbosas, recordando lo acaecido horas antes. Mar, con disimulo, se acomodaba la falta, como para llamar la atención de Albert, que por otro lado ya había captado el juego. A esas alturas, Albert ya había intuido que debajo de aquella falda no había ropa interior… Mar se había encargado de que se diese cuenta.
Anna se levantó, quería salir a la terraza para poder fumar un cigarro. Bruno no dudó en acompañarla, con la excusa también de fumar, si bien lo había de dejado hace años. Mar se quedó sorprendida: por un lado, Bruno no fumaba; por otro lado, por que le dejase a solas, aunque fuese por poco rato, con aquel extraño con el que habían conseguido generar un morbo nunca antes experimentado.
Mar pudo ver como Anna y Bruno se alejaban a la terraza, que quedaba algo retirada, y vio como él se giró y le guiñó un ojo. El corazón de Mar iba a mil, notaba sus mejillas rojas, ardían, y notaba como un pequeño nudo en el estómago: no estaba acostumbrada a esto. No sabía muy bien si por la excitación, por el efecto del alcohol que le hicieron desinhibirse… pero decidió que seguiría el juego. Allá estaban ambos, frente a frente, sabedores de los juegos que habían protagonizado, pero ahora era distinto, era cara a cara.
Estaban mirándose uno al otro, en silencio, y lo primero que pasó por la cabeza de Mar fue la escena que Sharon Stone protagonizó delante de Micheal Douglas en la película Instinto básico, y la imitó. No fue exactamente igual, lógicamente, pero le inspiró para hacerlo: se movió en el sofá, desplazó su culo hacia el respaldo, abrió las piernas para asegurar que Albert podía ver claramente, no solo que no llevaba ropa interior, sino incluso para poder percatarse de que iba depilada, salvo un algo de vello en el monte de venus, y cruzó de nuevo la pierna derecha sobre la izquierda. Albert no perdió ni un detalle, le sonrió, y puso su mano sobre su pantalón, ayudando a marcar el enorme bulto que se marcaba bajo la tela. Albert decidió dar un paso más, se puso de pie enfrente de Mar, que podía ver el bulto de éste a escasos centímetros de su rosto. Albert se aseguró de acercarse aún más, para poder rozar su bulto sobre la mejilla de Mar. Ella no pudo resistir a agarrarlo con la mano, bajo la tela, para cerciorarse si realmente el tamaño de se intuía era real. Y lo era. Albert se sentó al lado de ella, se acercó a su boca y le empezó a mordisquean los labios, antes de introducir su lengua y fundirse en un morboso beso. Ella notaba su lengua entrando en su boca, y notó como Albert agarró momentáneamente su pecho, para rápidamente bajar su mano por su cuerpo, hasta llegar a su entrepierna, y notar como sus dedos llegaban a su sexo. Se notaba empapada. A Albert pareció gustarle, introdujo le lengua en su boca aún con más fuerza, mientras introdujo dos dedos en su vagina. Mar se notaba empapada, estaba tan excitada como sorprendida por lo que estaba pasando: allá estaba, besándose con lujuria con una extraño, con su marido a escasos metros, y notando como unos dedos extraños jugaban con su vagina y su clítoris.
No podría decir si pasaron segundos o minutos, cuando notó como los dedos de él salían de su sexo… y notó como el paró de besarla para meterle esos dos dedos, empapados de flujo, en su boca. Mar los lamió, los mamó, como si la vida le fuese en ello. Le parecía excitante saborear su flujo en aquella situación. Albert se levantó: Anna y Bruno entraban de nuevo en la biblioteca, por lo que decidió volver a su sitio antes de que éstos se pudieran percatar. Como si nada hubiese pasado, continuaron la charla, si bien Bruno sabía, por la expresión de Mar, que algo había pasado, y ardía en deseos de conocer los detalles. Ambas parejas se despidieron, y fueron a la segunda planta, dónde se encontraban ambas habitaciones.
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