Este es un relato que estoy elaborando sobre la marcha e iré estructurándolo en diversas partes en este hilo.
David y Cristina tienen ambos 20 años, y son amigos inseparables desde hace tres años, cuando se conocieron al comenzar la carrera de Administración y Dirección de Empresas. Él era el chico mono y tímido que no hablaba con casi nadie. Ella, la chica lanzada y divertida que ya se reía desde el principio. Cuando en esos primeros días, ambos siendo chavales de 17 años, los juntaron para hacer un trabajo introductorio en pareja, la timidez de él y la espontaneidad de ella les hizo conectar perfectamente. Desde entonces, han sido tres cursos hablándose a diario, compartiendo interminables horas de estudio, trabajos y apuntes en la biblioteca, chismes y críticas a sus profesores y a otros compañeros de clase en los pasillos y en el comedor, algunas salidas de fiesta acompañados por otros de sus compañeros de clase los fines de semana que no había exámenes a la vista… y a menudo quedan también ellos dos por su cuenta, incluso alguna vez en verano ya desde el segundo año de conocerse. Y sin embargo, siempre ha habido ese pacto no escrito de “sólo amigos” entre ellos, esa línea invisible que ambos han respetado sin nombrarla nunca.
Ambos son guapos. David tiene ese aire despistado que le da encanto sin querer: cabello moreno y ojos azules, delgado, pero ligeramente musculoso, con pinta de no ser consciente de su atractivo. Es un chico bastante tímido e inseguro, sobre todo hacia las chicas; a sus 20 años bien entrados todavía no ha tenido novia ni relaciones íntimas con una chica, a pesar de que más de una se ha fijado en él; pero David o no ha sabido darse cuenta de ello o no se ha atrevido a dar ningún paso. Con Cristina ha encontrado una conexión especial, aunque siempre dentro de la amistad y en el fondo sigue teniendo una cierta timidez hacia ella; en parte debido a que su amiga es realmente muy atractiva: de cabello castaño, normalmente cortado a la altura de los hombros, ojos también castaños, una cara agradable y amigable, y un cuerpo de infarto, Cristina llama la atención. Especialmente sus generosas tetas provocan las miradas fugaces de no pocos de sus compañeros de clase (incluyendo a David, por mucho que él intente disimularlo y crea ingenuamente que su amiga no se da cuenta). Cristina es extrovertida y en general segura de sí misma, lo que contrasta con David. De hecho, David desata la envidia de algunos de sus compañeros en privado, que no entienden cómo un chico al que ven como un “pringado” siempre va acompañado a todas partes por uno de los mayores pibones de la facultad. Cristina, a su vez, le encanta ponerle un poco nervioso de vez en cuando y hacerle sonrojar con alguna broma de doble sentido o algún acercamiento físico imprevisto. No lo hace con mala intención, porque aprecia muchísimo a David, pero le gustaría que su amigo empezara a soltarse un poco más… y también, en el fondo, porque siempre lo ha encontrado un poco atractivo.
Ese verano, cuando terminaron el tercer y penúltimo curso de la carrera, decidieron hacer una escapada de fin de semana juntos: los padres de Cristina tienen una segunda residencia en la costa, cerca de una cala, y esos días estaría vacía porque sus padres se iban de viaje al extranjero. De modo que Cristina decidió que le apetecía pasar un par de días con David, los dos tranquilos y relajados tras el estrés de los exámenes finales y días enteros de estudio en la biblioteca. David aceptó la invitación, y el sábado por la mañana ambos salieron juntos en coche y en menos de una hora llegaron a su destino.
La idea era pasar ese finde de relax y cero preocupaciones, darse algún baño en el mar, tomarse algunas cervezas juntos y poco más… o eso pensaban ambos. Hay veranos en los que todo cambia, aunque no lo tengas previsto.
La casa era algo vieja pero grande y acogedora, con un porche con una terraza y sillas de plástico, que ofrecía buenas vistas hacia el mar. Después de dejar sus cosas, se repartieron los dormitorios, y luego cada uno se cambió de ropa para ponerse el bañador. Hacía calor y querían darse el primer remojón en la playa cuanto antes.
David y Cristina caminaban descalzos por la arena caliente, las toallas al hombro y las mochilas a medio cerrar. No había nadie alrededor, solo el rumor del mar y el leve silbido del viento entre las sombrillas vacías a la distancia. David se quitó la ropa y se quedó en bañador, y seguidamente a su lado Cristina hizo lo mismo, quedándose en bikini. David, como era de esperarse, desvió la mirada con una mezcla de pudor y torpeza. No era la primera vez que la veía en bikini, pues el verano anterior ya habían ido juntos a la playa, pero de todas formas su corazón se aceleraba al ver el imponente cuerpo de su amiga, traicionando su fachada tranquila.
—¡Vamos, tortuga! —dijo ella antes de lanzarse hacia el agua, salpicando arena a su paso. David la siguió, riendo también, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban dentro del mar, saltando entre las olas como dos críos escapando del mundo adulto. Hablaron un rato de los exámenes finales, de lo pesada que era la profe de finanzas y de aquel trabajo en grupo que casi les hace perder la paciencia. Luego empezaron a nadar, a jugar a salpicarse, y en medio de las risas, Cristina le lanzó agua a la cara.
—¡Eh! ¡Eso ha sido a traición! —protestó David.
—¿Y? ¿Vas a vengarte o te vas a quedar ahí con esa cara de tortuga mojada?
David sonrió, más suelto, y se lanzó hacia ella, empezando un pequeño juego de persecución en el agua y algunas ahogadillas, con Cristina lanzándose sobre él y agarrándole por la espalda. Las risas llenaban el aire, y por un momento, la uni, los estudios y las preocupaciones se desvanecieron entre las olas.
Unos minutos después, un poco agotados, regresaron a la parte más somera, donde el agua les llegaba hasta las rodillas y las olas les golpeaban en la cintura. Cristina se pasó una mano por el pelo mojado y miró a David con una sonrisa relajada.
—¿Te imaginas el próximo curso? Último año... Parece mentira, ¿no?
David asintió, apartando una gota que le caía por la frente.
—Sí, ha pasado volando. Parece que fue ayer que estábamos perdidos en aquella clase de microeconomía...
—¡Y tú ni hablabas! —rió Cristina—. Pensé que eras mudo las dos primeras semanas de conocernos.
—Bueno, es que tú hablabas por los dos —respondió él con una sonrisa tímida.
Cristina le lanzó un poco de agua con la mano, suave.
—Admite que sin mí te habrías aburrido como una ostra.
—Eso es cierto —dijo David, sin pensarlo demasiado. Luego, bajó un poco la mirada, sintiendo el peso de sus palabras—. Me alegro de que hayamos coincidido en todo. Clases, trabajos... tú siempre sabes cómo sacarme de mi zona de confort.
Cristina lo miró unos segundos, con una expresión más suave que de costumbre.
—Es que me gusta hacerte sudar un poco —bromeó, alzando una ceja—. Además, tú también me aguantas cuando me pongo insoportable.
David se rió, más relajado.
—No eres insoportable. Solo... estás un poco chalada. Pero en el buen sentido.
—Eso suena a cumplido raro —dijo ella, acercándose un poco más, como si no le diera importancia, pero sabiendo que lo ponía nervioso—. ¿Y qué piensas hacer cuando terminemos? ¿Seguir estudiando, tal vez un máster? ¿Trabajar?
David se encogió de hombros.
—Supongo que buscar prácticas. Quizá algo en marketing. Pero... no me imagino sin verte todos los días en clase.
Cristina bajó la mirada por un momento, como si no esperara esa confesión tan directa.
—Yo tampoco. Será raro no tenerte ahí, con tus silencios incómodos y tus comentarios certeros cuando por fin hablas.
Se quedaron en silencio unos segundos, mientras una ola pequeña les golpeaba suavemente las piernas.
—Supongo que, pase lo que pase, seguiremos siendo amigos, ¿no? —preguntó David, con una mezcla de seriedad e incertidumbre en la voz.
—Claro que sí, tortuga mojada. No te vas a librar tan fácilmente de mí.
David y Cristina tienen ambos 20 años, y son amigos inseparables desde hace tres años, cuando se conocieron al comenzar la carrera de Administración y Dirección de Empresas. Él era el chico mono y tímido que no hablaba con casi nadie. Ella, la chica lanzada y divertida que ya se reía desde el principio. Cuando en esos primeros días, ambos siendo chavales de 17 años, los juntaron para hacer un trabajo introductorio en pareja, la timidez de él y la espontaneidad de ella les hizo conectar perfectamente. Desde entonces, han sido tres cursos hablándose a diario, compartiendo interminables horas de estudio, trabajos y apuntes en la biblioteca, chismes y críticas a sus profesores y a otros compañeros de clase en los pasillos y en el comedor, algunas salidas de fiesta acompañados por otros de sus compañeros de clase los fines de semana que no había exámenes a la vista… y a menudo quedan también ellos dos por su cuenta, incluso alguna vez en verano ya desde el segundo año de conocerse. Y sin embargo, siempre ha habido ese pacto no escrito de “sólo amigos” entre ellos, esa línea invisible que ambos han respetado sin nombrarla nunca.
Ambos son guapos. David tiene ese aire despistado que le da encanto sin querer: cabello moreno y ojos azules, delgado, pero ligeramente musculoso, con pinta de no ser consciente de su atractivo. Es un chico bastante tímido e inseguro, sobre todo hacia las chicas; a sus 20 años bien entrados todavía no ha tenido novia ni relaciones íntimas con una chica, a pesar de que más de una se ha fijado en él; pero David o no ha sabido darse cuenta de ello o no se ha atrevido a dar ningún paso. Con Cristina ha encontrado una conexión especial, aunque siempre dentro de la amistad y en el fondo sigue teniendo una cierta timidez hacia ella; en parte debido a que su amiga es realmente muy atractiva: de cabello castaño, normalmente cortado a la altura de los hombros, ojos también castaños, una cara agradable y amigable, y un cuerpo de infarto, Cristina llama la atención. Especialmente sus generosas tetas provocan las miradas fugaces de no pocos de sus compañeros de clase (incluyendo a David, por mucho que él intente disimularlo y crea ingenuamente que su amiga no se da cuenta). Cristina es extrovertida y en general segura de sí misma, lo que contrasta con David. De hecho, David desata la envidia de algunos de sus compañeros en privado, que no entienden cómo un chico al que ven como un “pringado” siempre va acompañado a todas partes por uno de los mayores pibones de la facultad. Cristina, a su vez, le encanta ponerle un poco nervioso de vez en cuando y hacerle sonrojar con alguna broma de doble sentido o algún acercamiento físico imprevisto. No lo hace con mala intención, porque aprecia muchísimo a David, pero le gustaría que su amigo empezara a soltarse un poco más… y también, en el fondo, porque siempre lo ha encontrado un poco atractivo.
Ese verano, cuando terminaron el tercer y penúltimo curso de la carrera, decidieron hacer una escapada de fin de semana juntos: los padres de Cristina tienen una segunda residencia en la costa, cerca de una cala, y esos días estaría vacía porque sus padres se iban de viaje al extranjero. De modo que Cristina decidió que le apetecía pasar un par de días con David, los dos tranquilos y relajados tras el estrés de los exámenes finales y días enteros de estudio en la biblioteca. David aceptó la invitación, y el sábado por la mañana ambos salieron juntos en coche y en menos de una hora llegaron a su destino.
La idea era pasar ese finde de relax y cero preocupaciones, darse algún baño en el mar, tomarse algunas cervezas juntos y poco más… o eso pensaban ambos. Hay veranos en los que todo cambia, aunque no lo tengas previsto.
La casa era algo vieja pero grande y acogedora, con un porche con una terraza y sillas de plástico, que ofrecía buenas vistas hacia el mar. Después de dejar sus cosas, se repartieron los dormitorios, y luego cada uno se cambió de ropa para ponerse el bañador. Hacía calor y querían darse el primer remojón en la playa cuanto antes.
David y Cristina caminaban descalzos por la arena caliente, las toallas al hombro y las mochilas a medio cerrar. No había nadie alrededor, solo el rumor del mar y el leve silbido del viento entre las sombrillas vacías a la distancia. David se quitó la ropa y se quedó en bañador, y seguidamente a su lado Cristina hizo lo mismo, quedándose en bikini. David, como era de esperarse, desvió la mirada con una mezcla de pudor y torpeza. No era la primera vez que la veía en bikini, pues el verano anterior ya habían ido juntos a la playa, pero de todas formas su corazón se aceleraba al ver el imponente cuerpo de su amiga, traicionando su fachada tranquila.
—¡Vamos, tortuga! —dijo ella antes de lanzarse hacia el agua, salpicando arena a su paso. David la siguió, riendo también, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban dentro del mar, saltando entre las olas como dos críos escapando del mundo adulto. Hablaron un rato de los exámenes finales, de lo pesada que era la profe de finanzas y de aquel trabajo en grupo que casi les hace perder la paciencia. Luego empezaron a nadar, a jugar a salpicarse, y en medio de las risas, Cristina le lanzó agua a la cara.
—¡Eh! ¡Eso ha sido a traición! —protestó David.
—¿Y? ¿Vas a vengarte o te vas a quedar ahí con esa cara de tortuga mojada?
David sonrió, más suelto, y se lanzó hacia ella, empezando un pequeño juego de persecución en el agua y algunas ahogadillas, con Cristina lanzándose sobre él y agarrándole por la espalda. Las risas llenaban el aire, y por un momento, la uni, los estudios y las preocupaciones se desvanecieron entre las olas.
Unos minutos después, un poco agotados, regresaron a la parte más somera, donde el agua les llegaba hasta las rodillas y las olas les golpeaban en la cintura. Cristina se pasó una mano por el pelo mojado y miró a David con una sonrisa relajada.
—¿Te imaginas el próximo curso? Último año... Parece mentira, ¿no?
David asintió, apartando una gota que le caía por la frente.
—Sí, ha pasado volando. Parece que fue ayer que estábamos perdidos en aquella clase de microeconomía...
—¡Y tú ni hablabas! —rió Cristina—. Pensé que eras mudo las dos primeras semanas de conocernos.
—Bueno, es que tú hablabas por los dos —respondió él con una sonrisa tímida.
Cristina le lanzó un poco de agua con la mano, suave.
—Admite que sin mí te habrías aburrido como una ostra.
—Eso es cierto —dijo David, sin pensarlo demasiado. Luego, bajó un poco la mirada, sintiendo el peso de sus palabras—. Me alegro de que hayamos coincidido en todo. Clases, trabajos... tú siempre sabes cómo sacarme de mi zona de confort.
Cristina lo miró unos segundos, con una expresión más suave que de costumbre.
—Es que me gusta hacerte sudar un poco —bromeó, alzando una ceja—. Además, tú también me aguantas cuando me pongo insoportable.
David se rió, más relajado.
—No eres insoportable. Solo... estás un poco chalada. Pero en el buen sentido.
—Eso suena a cumplido raro —dijo ella, acercándose un poco más, como si no le diera importancia, pero sabiendo que lo ponía nervioso—. ¿Y qué piensas hacer cuando terminemos? ¿Seguir estudiando, tal vez un máster? ¿Trabajar?
David se encogió de hombros.
—Supongo que buscar prácticas. Quizá algo en marketing. Pero... no me imagino sin verte todos los días en clase.
Cristina bajó la mirada por un momento, como si no esperara esa confesión tan directa.
—Yo tampoco. Será raro no tenerte ahí, con tus silencios incómodos y tus comentarios certeros cuando por fin hablas.
Se quedaron en silencio unos segundos, mientras una ola pequeña les golpeaba suavemente las piernas.
—Supongo que, pase lo que pase, seguiremos siendo amigos, ¿no? —preguntó David, con una mezcla de seriedad e incertidumbre en la voz.
—Claro que sí, tortuga mojada. No te vas a librar tan fácilmente de mí.
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