El esclavo que lo era por motu propio, no quería que el Ama se conviertiese en esclava, ¡Faltaría más! Le iba más el papel de princesa, de hecho, pocas como ella eran capaces de ladear la corona con un golpe de cadera, a ella le salía de forma natural, era dar un meneito de cadera, y los subditos temblaban.
El esclavo, con los puntos en su sitio, mente, cuerpo y lado derecho del corazón (el izquierdo lo reservaba, ya te contaremos para qué), se rebeló, y aunque de rodillas, levantó la cabeza, enfrentó su mirada a la de la Ama, y desoyendo su voz, que decía: ¿Pero que haces?.
La agarró por las caderas, y comenzo con su lengua, hábil, certera, rápida y caliente, a lamer su sexo, ¡La revolución es la revolución!. El Ama tiró de su pelo, se defendía, el esclavo tiro de sus caderas, daba igual no respirar, guardaba su último aliento en sus pulmones, reservado
El Ama, comenzó a gemir con voz de princesa, ¡la revolución había triunfado!, en ese momento su cadera, y la corona, temblaron, sus piernas le fallaron, y cayó de rodillas frente al esclavo, él susurró: te quiero totejo.