Historias morbosas

lascivoymorboso

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30 Jun 2023
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Nos conocimos en la web, en un hilo que alguien tituló "hetero pero loco por tocar un rabo". Se quejaba en un post de que no le resultaba fácil encontrar alguien con quien se sintiera lo suficientemente cómodo y que, al final, siempre le asaltaban las dudas y acababa echándose atrás. Le escribí un privado contándole que a mí me pasaba exactamente lo mismo. Enseguida congeniamos. Empezamos hablar y fuimos cogiendo confianza, hasta el punto de hacernos confesiones que, de ningún modo, nos habríamos hecho de habernos conocido en persona. La correspondencia se hizo cada vez más asidua y, al poco tiempo, conocíamos cada uno los más oscuros deseos del otro. Las conversaciones que manteníamos eran tan morbosas que durante un tiempo dejé por completo de ver porno, me bastaba leer sus mensajes para ponerme cachondo.
Aún así había ciertas reticencias por su parte a que la cosa fuera a más. Me costo bastante convencerlo, pero finalmente accedió a que hiciéramos una videollamada. Ya habíamos intercambiado alguna foto, pero eso de ningún modo podía compararse al morbo de vernos en directo, aunque fuera por vídeo, y pajearnos el uno delante del otro.
Lo hicimos sin enseñar las caras, por supuesto. Él con unas braguitas que le había robado a su mujer y yo, completamente desnudo. Estábamos tan excitados que la cosa no duró mucho. Inmediatamente después de corrernos, apagamos la cámara.
Estuve sin hablarle cerca de un mes. Sentía demasiada vergüenza de mí mismo. Supongo que a él le pasó algo parecido, porque tampoco me escribió. Finalmente, le mandé un mensaje y retomamos el contacto. No hizo falta disculparse por la ausencia, los dos compartíamos las mismas dudas, los mismos remordimientos... y entendíamos que estos sentimientos eran la penitencia que debíamos cumplir por dar rienda suelta a nuestros más oscuros deseos.
Pronto la vergüenza dio nuevamente paso al morbo y acordamos otro encuentro. Esta vez fuimos un poco más allá. Conectamos el micro y pusimos voz a todos esos oscuros deseos que, hasta entonces solo habían adoptado forma escrita. El orgasmo fue aún más intenso que la vez anterior, y también los remordimientos. Después de algunas semanas de silencio volvimos a contactar y el bucle se repitió de nuevo.
Fue en este último encuentro cuando nos lo planteamos seriamente por primera vez. Es cierto que la idea surgió en un momento de excitación y que hubiera sido fácil no tomarla en serio. Pero el morbo que nos producía era tal que nuestras dudas y reticencias no lograrían impedir que ocurriera. Poco después empezamos a planearlo. Yo me encargaría de organizarlo todo: el hotel, los antifaces, la ropa interior... Él tan solo tenía que acudir a la cita con una caja de condones y un bote lubricante, por lo que pudiera pasar.
El día de la cita, pasé varias horas en la habitación del hotel, antes de la hora acordada, debatiéndome, como de costumbre, entre el morbo y las dudas. Imaginaba que a él le ocurriría lo mismo, por eso, no esperaba que llegara puntual. Sin embargo, a las 21:00 en punto oí como la puerta de la habitación se abría. La había dejado entornada, para que pudiera entrar tranquilamente sin que yo tuviera que abrirle. Entró en el baño y unos segundos después oí que la puerta se cerraba. Entonces me acerqué y cogí la ropa. Había dejado dentro del baño dos conjuntos de ropa interior, uno rojo y otro negro, para que eligiera el que más le gustara y me dejara el otro fuera. Aunque ya intuía que se iba a decantar por el rojo.
Mientras él se duchaba, yo me puse las medias, las braguitas negras y el antifaz. Fue sentir el roce de la ropa interior en mi piel y comencé a excitarme. ¡Qué cachonda estoy!, susurré para mí. Lo de "cachondA" no fue premeditado, me salió así.
Por fin, apareció en la habitación.
-Estas preciosa -le dije.
-Gracias, tú también.
-¡Qué bien te quedas estas braguitas! -comenté, acercándome y acariciándole la entrepierna.
La tenía ya toda dura, igual que yo. Sin más preámbulos, me puse de rodillas y le acaricié los muslos, mirando fijamente, justo a un palmo de mí, el bulto de su bragas. Subí las manos hasta sus nalgas y las apreté fuerte, acercando mi cara a su entrepierna y restregándome contra ella. Tan solo sentir, tras el suave tacto de la bragas, la dura y cálida presencia de lo que se escondía debajo, me puso toda cachonda. Agarré el borde la braguitas con los dedos y comencé a bajarlas despacio. Enseguida asomó, hinchado y rojo, su hermoso glande, ante la vista del cual no pude evitar morderme los labios. Seguí bajando las braguitas y su polla apareció entera ante mí, toda hinchada y dura, con sus dos huevazos colgando.
Una de las dudas que me habían asaltado antes de nuestro encuentro era que a la hora de la verdad su polla me diera asco. Pero ocurrió todo lo contrario, era imposible que algo tan hermoso como lo que tenía en ese momento delante pudiera darme asco. Me quedé todavía unos segundos mirándola completamente fascinado, hasta que ya no pude aguantar más y me la metí entera en la boca.
No hizo falta que le preguntara si le estaba gustando, por los gemidos que soltaba supe que nunca en su vida se la habían chupado así de bien. Pero la sorpresa no solo se la llevó él, yo mismo me sorprendí de lo bien que se me daba, a pesar de no haber hecho nunca en mi vida una mamada. Tres veces me dijo que parara, que se iba a correr y yo, hábil, me la sacaba de la boca, bajaba lamiendo hasta los huevos y se los comía un rato, antes de metérmela otra vez en la boca.
En una de esas, dentro de mi cabeza empezó a repetirse una palabra. La había escuchado muchas veces antes, unida a sentimientos de vergüenza, de culpa, de reproche... pero esta vez no había nada eso, mi mente la gritaba de puro gozo. Me saque un momento la polla de la boca y le pedí a él que la repitiera, que lo dijera bien alto para que pudiera oírlo toda la planta del hotel.
-¡MARICÓN! -exclamó él- come polla, maricón.
Noté como la polla se le hinchaba aún más.
-¡AAAAAH! ¡CHUPA, MARICÓN, CHUPA! -volvió a exclamar.
Entonces, me arranqué el antifaz y le pedí que me lo repitiera a la cara.
-¡MARICÓN! -gritó de nuevo- ¡QUÉ BIEN LA CHUPAS! ¡AAAAH! ¡AAAAAAAH! ¡AAAAAAAAAH!
Noté que se iba a correr y la saqué, justo en el momento en que eyaculaba. Con el primer chorro ya me llenó toda la cara de semen, pero luego vino un segundo, y un tercero, igual de abundantes. Me excitó tanto que me tumbe en la cama bocarriba, me baje la bragas y empecé a masturbarme. Enseguida sentí ganas de eyacular. Levanté las piernas y apunté a mi propia cara. La corrida fue igual de abundante que la suya, varios chorros de oloroso semen que se mezclaron con el suyo en una escena digna de figurar en la categoría de bukakes de una web porno.
Mentiría si dijera que no lo disfruté, pero después de la corrida, una vez el deseo se había esfumado, comenzaron los remordimientos. Me vi allí tumbado, en una cama de hotel, vestido con ropa interior de mujer y la cara cubierta de semen y comencé a sentir vergüenza de mí mismo. Le pedí que se marchara, y así lo hizo. Aunque sabía bien que, por muy fuerte que fuera la vergüenza, aquella escena había de repetirse.

Continuará...
 
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