Imogen Luciee Kent

Hot_Velvet

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Ten la certeza de que todo lo que te pueda suceder ya ha sucedido. Todas las vivencias que puedas tener, otras personas, antes que tú, ya las han experimentado. Somos tan egoístas y tenemos tan centrado nuestro punto de vista en nosotros mismos que nos creemos ser el centro del mundo. No vivimos nada nuevo. Todo ha sido ya experimentado. Pero no nos gusta aprender de los demás; quizás lo hagamos en otro plano de la existencia. Quizás sea cierto eso del inconsciente colectivo al que vamos nutriendo todos poco a poco con nuestras emociones.

Ahora vivimos tiempos en los que ponemos nombre, etiquetas, a todo. Quizás sea para poder identificar cada sensación, cada vivencia, pero eso no quiere decir que sean nuevas.

Hoy en día se habla de las relaciones poliamorosas, de las relaciones abiertas, de la ruptura de la monogamia… Nada nuevo. Hace ya unos cuantos años, unos cuarenta, yo era un adolescente con ganas de comerse el mundo. Tuve la suerte de comenzar a trabajar nada más finalizar mis estudios en la universidad. Eran otros tiempos. Primero fui, durante unos meses, becario en una emisora de televisión, el redactor más joven. Luego me contrataron por unos meses. Era el dueño del mundo, trabajando en aquello que me gustaba. Pero era muy joven y no supe hacerme un hueco, quizás porque aspiraba a mucho y no terminaba de encontrar mi camino. No importa.

La experiencia duró pocos meses. Perdí mi trabajo y me sumió en una primera crisis, de las que luego vendrían muchas más. Estaba deprimido, sin saber que hacer. Años antes, en unos cursos de verano había conocido a una chica inglesa, Imogen Luciee Kent. Me gustaba mucho, no lo negaré. Pasamos dos meses juntos, ella estudiaba español y yo un curso especializado en la misma Facultad de Filosofía y Letras. Imogen me sacaba años luz, no en años, que compartíamos edad, año arriba año abajo, sino en experiencias y en lo más importante: la forma de ver la vida.

Yo era un hijo único, mimado, que vivía en un pueblo y que me deslumbraba la existencia de otra forma de vivir. Imogen también representaba un sexo que yo comenzaba a experimentar, libre, sin remordimientos, sin la sensación de pensar que hacíamos algo malo. Se nota que no se educó en un colegio religioso.
Congeniamos muy bien en esos dos meses juntos. Era una chica radiante, libre, alocada, sexual, inteligente… Yo me sentía el tío más afortunado del mundo por el simple hecho de que se hubiera fijado en mí. Hacer el amor con ella era una explosión de sentimientos y afianzó mi autoestima.

En aquellos tiempos, principios de los años 80, era muy difícil mantener relaciones a distancia y ella volvió a la ciudad en la que vivía. Pese a que era inglesa, había abandonado su hogar y su país para estudiar en Dinamarca, en Copenhage. Cuando me quedé sin trabajo y sin perspectivas ni laborales ni personales le escribí una carta. Siempre se me dio bien eso de escribir y debí de darle mucha pena porque me invitó a pasar una temporada con ella.

Apenas tarde dos semanas en llegar a Copenhage. Imogen vivía en un
apartamento con otra compañera. La casa era grande y las habitaciones muy amplias y recientemente otra compañera había dejado libre una habitación que yo ocuparía. El mundo en el que Imogen vivía estaba a años luz del mío. Trabajaba para una editorial que publicaba material para adultos. Vamos, que editaban revistas pornográficas. Ella se encargaba de la publicidad, tanto de las publicaciones como de la que se publicaba en sus revistas. Al principio trabajé en una pequeña oficina donde me encargaba de preparar cafés y repartir correspondencia. Por suerte en aquella redacción, por llamarlo de alguna forma, se trabajaba en inglés. Menos mal, porque el danés era extremadamente complicado.
Imogen no se cómo lo hizo pero me consiguió el trabajo que podría ser el ideal para muchos: me pasaban semanalmente un taco de fotos que luego un fotocompositor montaría como si se tratara de un comic. Mi misión era imaginar historias y escribir los textos que acompañarían esas historietas. No era nada complicado porque los “lectores” de aquellas revistas las hubieran comprado aunque no entendieran nada. No les movía principalmente un afán literario. Imogen me ayudaba con el idioma.

Pero el asunto se me daba bien. Se trataba de textos cortos, no muy profundos y donde solamente tenía que imaginar las más diversas situaciones sobre jovencitas inocentes conducidas al vicio, novias vengativas, maduras desatadas (lo que luego serían milfs). Como digo al principio, todo está ya inventado. Ahora les hemos puesto nombre a esas señoras que siempre nos han excitado.

Mi relación con Imogen era una paja mental mía. Pensaba que teníamos algún vínculo porque follábamos de cuando en cuando, menos de lo que me hubiera gustado (como siempre pasa en la vida) y porque vivíamos en la misma casa. Recuerdo que me reconcomían los celos cuando venía a casa con algún otro tío y se encerraban en la habitación. Yo buscaba una novia. A ella creo que nunca se le pasó por la cabeza. Se que le gustaba, que lo pasábamos bien juntos, pero lo mismo que se lo pasaba con otros. Poco a poco nos fuimos distanciando y cuanto más lejos estaba de mí más me gustaba y más ansiaba estar con ella. No estaba preparado para aquello, para compartir a la chica que me gustaba con otros amantes y amigos.

Nadie puede imaginar las noches que pasé paseando por aquellos fríos canales; bajo la lluvia que disimulaba las lágrimas. Estar en casa y escuchar a Imogen jadear en otros brazos me volvía loco. Intenté hacer lo mismo y buscar otras chicas, pero no hay nada peor que tratar de llenar el vacío que sientes por una persona utilizando a otras en su lugar. El sexo siempre era divertido, pero yo amaba a Imogen.

Así las cosas, no tardé mucho en volver a casa. Nos escribimos alguna carta y seguimos nuestras vidas hasta el punto de perder la comunicación. No he vuelto a saber de ella. Pero descubrí un mundo, otra forma de vivir las relaciones que ahora parecen estar tan de moda. Cuando miro con perspectiva llego a la misma conclusión: todo está inventado, no hay nada nuevo bajo el sol.

Gracias Imogen Luciee Kent. ¿Qué habrá sido de ti? Nunca sabrás lo mucho que te quise.
 
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