Investigaciones medievales

Per Abbat

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La investigación resulta muy absorbente en cualquier disciplina. En mi caso, la indagación filológica en temas medievales ocupa la mayor parte de mi tiempo de trabajo. Ahora mismo estoy trabajando con un códice tan interesante como complicado. Pero ha aparecido en mi departamento un motivo de distracción que, por un lado me preocupa, pero por otro lado me estimula.
El motivo se llama Raquel y es la compañera del despacho de al lado. Lo cierto es que estoy poco tiempo en mi diminuto despacho porque es incómodo y no trabajo bien en él. Sin embargo, hace más o menos un mes coincidió que estaba en él y escuché que mi compañera entraba en el suyo. No voy a mentir, ella me llamó la atención físicamente desde el primer momento, pero no es un factor que en estos momentos me parezca tan importante como hace unos años. Digamos que en esta fase de mi vida me interesa más la atracción mental que viene después del ardor físico.
Por supuesto, no estoy seguro de que lo que voy a contar a continuación ocurriera de verdad en el despacho de Raquel, porque obviamente no lo sé, y también tengo que admitir que sería extremadamente extraño que eso hubiera ocurrido en la realidad, pero mi mente lo imaginó con tanta intensidad que incluso ahora al recordarlo me excito.
Lo que sí puedo asegurar es que oí perfectamente ruidos de roce más o menos rítmicos en su despacho. Pudo ser que estuviese escuchando una canción y se balanceara en su silla al ritmo de la música, o que tenga la manía de mover la pierna cuando se concentra leyendo como suelo hacer yo a veces, pero mi mente no puede dejar de imaginar a esa mujer enérgica y sonriente acariciándose por dentro de sus vaqueros sobre la tela de su ropa interior, con la chaqueta y la camisa abiertas y sus contundentes pechos fuera de las copas del sujetador hasta llegar a ese dulce y discreto placer que en mi imaginación es el que hizo que desde entonces sus ojos oscuros brillen más y su melena rizada morena me atraiga irremediablemente.
 
El viernes volví a coincidir con Raquel. Ella salía del despacho y yo entraba. Es solamente una impresión, pero creo que ella notó que la miraba de ese modo en que se mira a alguien que ha despertado un gran interés y un enorme deseo y morbo en ti.
Casi no me fijé en su ropa porque solamente nos cruzamos un instante y habría sido muy descarado darme la vuelta para mirarla mientras se iba por el pasillo, pero noté (o quise notar) cierto rubor en sus mejillas.
Desde entonces no hago más que imaginar lo que pudo estar haciendo en el despacho para estar así de acalorada cuando aún no han encendido la calefacción.
¿Alguien tiene alguna idea que no sea una intensa masturbación para aliviar el estrés del inicio de año académico? Porque a mí no se me ocurre nada.
 
Mis sospechas han quedado casi totalmente confirmadas. Y lo que es mejor, creo que para gran alegría y morbo de Raquel, que parece que disfruta sabiendo que yo sospecho que a veces se entretiene jugando en su pequeño despacho al lado del mío. Os cuento: ayer, que era día laborable aunque la facultad estaba prácticamente vacía porque no hay clase, fui a trabajar un rato allí porque necesito libros y demás material académico que no saco nunca de la universidad. Suelo hacerlo a menudo, y lo cierto es que aquello suele estar vacío y en silencio, así que me concentro fácilmente y aprovecho mucho el tiempo. Sin embargo, ayer oí ruido en el pasillo a media mañana y me asomé a ver qué ocurría.

Era Raquel, vestida con unos vaqueros y una sudadera muy informales para su estilo habitual, que nada más verme me dijo: "Ah, tú tampoco puedes trabajar en casa y has venido un rato, ¿no?". Yo respondí afirmativamente y creo que me sorprendió tanto verla allí que ni pensé lo que había intuido otros días que pasaba en algunos momentos en su despacho. Me pidió que cuando me fuese que la avisara porque no tenía llave y quería dejar cerrada la puerta del departamento y cerró su puerta.

Me puse a terminar de leer el artículo con el que estaba, pero cuando llegué al punto final empecé a pensar en el morbo que había despertado en mí la idea de que Raquel pudiera estar masturbándose en el despacho de al lado. Como si hubiese estado esperando a que mi mente calenturienta empezara a imaginar esa escena, en ese momento empecé a escuchar roces rítmicos detrás del tabique, una respiración ligeramente agitada y juraría que algún gemido ahogado. Me excité muchísimo y la imaginé con la sudadera y la camiseta subida hasta los hombros, los pechos fuera del sujetador, los vaqueros desabrochados y con la cremallera bajada y su mano frotando su sexo por dentro de la ropa interior.

Entonces me acordé de que me había pedido expresamente que la avisara cuando me fuese, y como acababa de terminar el artículo decidí que ya era hora de marcharme, no sin antes disimular un poco la erección que tenía. Así que cogí mis cosas, cerré la puerta (reconozco que muy sigilosamente porque en el fondo albergaba la esperanza de al llamar a su puerta no darle tiempo a Raquel de colocarse la ropa del todo y poder confirmar que había estado tocándose en el despacho por su ropa desordenada.

Llamé y la sorpresa fue que Raquel me dijo que entrase inmediatamente con una voz ligeramente enronquecida y lo que noté al entrar no me dejó ningún tipo de duda. La ropa de Raquel no estaba desordenada porque directamente no llevaba sudadera, la tenía sobre las piernas tapando torpemente su regazo. Me gustaría decir que su camiseta dejaba ver sus pezones bien erectos marcados en la tela, pero no era así. Sin embargo, lo que aclaró totalmente mis dudas e iluminó ostensiblemente los ojos de Raquel con un fuego morboso que se me ha quedado grabado en la mente fue el cálido aroma a sexo que llena su minúsculo despacho; aunque camuflado por su perfume, no tuve duda: el aire del despacho de Raquel estaba lleno de sus jadeos ahogados y de la humedad de su coño quién sabe si aún palpitante de placer o todavía deseoso de alcanzarlo en cuanto llegara al coche o pudiera dedicarse unos minutitos en el baño de casa.

Estoy totalmente seguro de lo que noté y estoy convencido de que ella notó que yo lo había adivinado. Y, a juzgar por el poco disimulo que empleó para subirse la cremallera y abrocharse el pantalón de los vaqueros después de ponerse la sudadera y la expresión con que lo hizo, le encantó que lo hubiera hecho.
 

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