La escort

Capítulo 6



El ático, que siempre había sido un refugio cálido para Julia y Ramón, se había convertido en un campo minado tras la confesión. El aire estaba cargado de palabras no dichas, de miradas que cortaban como cuchillos y silencios que pesaban como plomo. Los días posteriores a esa noche en el salón eran una danza torpe: desayunos mudos con los chicos ajenos a todo, noches en las que se acostaban dándose la espalda, y pequeños roces cotidianos que ahora dolían como heridas abiertas. Julia vivía con el corazón en un puño, la culpa y el miedo le roían las entrañas, mientras Ramón oscilaba entre la furia contenida y una excitación morbosa que no terminaba de entender.

Esa mañana de sábado, los chicos se habían ido a casa de los abuelos, dejando la casa en un silencio opresivo. Julia estaba en la cocina, lavando platos con movimientos mecánicos, cuando Ramón entró, una taza de café en la mano y una expresión dura en la cara. Se apoyó en la encimera, mirándola fijamente, y ella supo que el momento de hablar había llegado.

—Julia, no puedo seguir así —dijo, su voz baja pero afilada como una navaja—. Esto me está comiendo vivo. No sé si quiero matarte, follarte o largarme para no volver a verte.

Ella dejó el plato en el fregadero, secándose las manos con un trapo, y se giró hacia él, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. —Ramón, te dije que lo siento, que haré lo que sea. No quiero que esto nos rompa.

Él dio un sorbo al café, su mandíbula se tensó. —Lo sé, joder, lo sé. Pero no es tan fácil. Me has destrozado la confianza, Julia. Pensar en ti con otros, cobrando por follar, y encima con Ricardo… me da ganas de romper algo. Pero luego me imagino la escena y… mierda, me pone cachondo. Me acuerdo del día ese que te tiraste al camarero del hotel, pero ese día fue un juego entre dos, y lo disfruté como no te puedes imaginar, no fue una traición así. No sé qué hacer con esto.

Ella dio un paso hacia él, su voz temblando. —¿Entonces qué quieres, Ramón? ¿Que me vaya? ¿Que lo dejemos? Dímelo, porque no aguanto esta mierda de no saber.

Él la miró, sus ojos oscuros ardiendo con una mezcla de rabia y deseo. —No, no quiero que te vayas. Te amo, joder, aunque ahora mismo te odie un poco. Pero si vamos a seguir, tiene que ser como dije. Quiero que lo hagas otra vez con Ricardo, por dinero, delante de mí. Pero esta vez, sin condón. Quiero verlo todo, Julia, quiero ver cómo te folla y cómo se corre dentro, cómo te sale el semen del coño. Si voy a aceptar esto, si eres una puta yo seré tu cornudo, necesito verlo con mis propios ojos.

Julia se quedó helada, el shock golpeándola como una ola. —¿Sin condón? ¿Estás loco, Ramón? ¿Y si pasa algo? ¿Y si…?

—No me importa, te tomas la pastilla —la cortó él, su voz subiendo—. Si eres una puta, que sea de verdad. Quiero verlo, sentirlo, entender qué coño te da esto que yo no te doy. Si no puedes, me largo mañana mismo y pido el divorcio. Tú decides.

El dramatismo de sus palabras la dejó sin aire. Se apoyó en la mesa, las piernas le temblaban, y respiró hondo. —Ramón, esto es una locura. Pero si es lo que necesitas para perdonarme, lo haré. Te amo, y no voy a perderte por esto. Ha sido mi culpa y yo pagaré por ello.

Él asintió, su cara todavía dura pero con un brillo extraño en los ojos. —Pues hazlo. Queda con él para acordar la cita, dile lo que quiero, no le mientas, y que sea pronto. No voy a esperar eternamente. Eso si, dile que si se va de la lengua lo mato. ¿Estamos?



Esa tarde, con el corazón en la garganta, Julia envió un mensaje a Ricardo: “Cafetería El Rincón, 17:00. Tenemos que hablar”. Él respondió con un simple “Ok”, y ella se preparó como si fuera a una ejecución: vaqueros, una blusa sencilla, el pelo suelto, nada que gritara “Sofía”. Pero bajo la ropa, su cuerpo temblaba de nervios y una excitación o miedo que no podía negar.

La cafetería estaba medio vacía, el aroma a café llenando el aire mientras el sol se filtraba por las ventanas. Ricardo llegó puntual, con una camisa gris y esa sonrisa tensa que ella ya conocía. Se sentó frente a ella, pidiendo un cortado, y la miró con una mezcla de curiosidad y cautela.

—Julia, ¿qué pasa? —preguntó, tamborileando los dedos en la mesa—. ¿Otra cita o qué? Te noto tensa. Porque el último mensaje me dejó intrigado.

Ella respiró hondo, sus manos apretando la taza de té que apenas había tocado. —Ricardo, esto no es un juego. Ramón lo sabe todo. Me ha pillado. Le conté lo de Sofía, lo nuestro, todo. Está destrozado, furioso, y me ha puesto una condición para perdonarme.

Él palideció, su cara endureciéndose. —¿Qué? ¿Le has dicho que me follé tu culo por dinero? ¿Estás loca, Julia? ¡Mi mujer me mata si se entera! ¡Teníamos un pacto!

—Lo sé, joder, lo sé —dijo ella, su voz baja pero urgente—. No quería, pero me pilló, encontró un recibo, empezó a sospechar. No podía seguir mintiendo. Le confesé cada detalle: los clientes, el dinero, lo tuyo. Hasta que me desvirgaste el culo. Todo. Pero tranquilo, no va contar nada a nadie.

Ricardo se inclinó hacia ella, sus ojos brillaban de pánico y rabia. —¿Y qué coño quiere ahora? ¿Qué condición quiere? Porque si habla, estoy jodido, Julia. ¡Jodido!

—Tranquilo —susurró ella, mirando alrededor para asegurarse de que nadie escuchaba—. No va a hablar te digo, no quiere hundirte. Pero me ha puesto una condición para salvar lo nuestro. Quiere que lo haga contigo otra vez, por dinero, como Sofía. Pero esta vez, él va a estar ahí, viéndolo todo.

Ricardo parpadeó, procesando sus palabras. —¿Qué? ¿Ramón quiere verte follar conmigo? ¿En serio?

—Sí —dijo ella, con su voz temblando—. Y hay más. Quiere que sea sin condón. Quiere verte correrte dentro de mí, ver cómo me sale el semen del coño. Dice que si voy a ser una puta, que lo sea de verdad, y que él necesita verlo para verme como una puta, para perdonarme.

Él soltó una risa seca, incrédula, pasándose una mano por la cara. —Joder, esto es de locos. ¿Tu marido quiere que te folle sin goma delante de él? ¿Y qué pasa si te quedas preñada o algo? ¿Está pirado?

—No me voy a quedar embarazada, Ricardo —admitió ella, sus ojos brillando con lágrimas—. Está furioso, pero también… excitado. Dice que le pone, que lo odia pero lo desea. Y yo… yo lo haré, porque lo amo y no quiero perderlo. Será mi manera de pagar mi error. Pero necesito que tú aceptes. 500 euros, como pediste. Dime que sí, por favor. Recuerda que te entregué la virginidad de mi ojete.

Ricardo la miró fijamente, el silencio estirándose entre ellos como un alambre tenso. Finalmente, habló, su voz baja y cargada. —Esto es una puta locura, Julia. Si mi mujer se entera, estoy muerto. Pero… joder, no voy a mentir. Follarte otra vez, y sin condón, con Ramón mirando… me pone cachondo solo de pensarlo. Siempre he querido tenerte así, sin nada, sentirte de verdad. Si él quiere verlo, que lo vea.

Ella asintió, aliviada pero temblando. —¿Entonces lo harás? ¿Aceptas las condiciones?

—Sí —dijo él, inclinándose más cerca—. Pero si esto sale mal, si alguien habla, estamos los dos en la mierda. Tiene que ser nuestro secreto, Julia. Ramón, tú y yo, y nadie más.

—Te lo juro —respondió ella, su voz firme a pesar del nudo en su garganta—. Nadie más sabrá nada. Quedamos en el Hotel Luna, mañana a las 21:00. Lleva el dinero, y… haz lo que él quiere. Yo me encargo del resto.

Ricardo sonrió, un brillo oscuro lucía en los ojos. —Hecho. Mañana te follo como nunca, y tu marido va a flipar. Pero dime una cosa, Julia… ¿tú también lo quieres? ¿O solo lo haces por él?

Ella dudó, el calor subiéndole por la piel. —Lo hago por él… pero sí, joder, me pone. Saber que me vais a ver los dos, que me vas a llenar delante de él… me excita más de lo que debería.

Él rio, terminando su cortado. —Eres una caja de sorpresas, Sofía. Nos vemos mañana. Prepárate.

Julia lo vio irse, el corazón le latía rápido, la mezcla de miedo, culpa y deseo le quemaba las venas. Volvió a casa con la cabeza llena de ecos, el pacto con Ricardo sellado, y la certeza de que mañana cruzaría una línea de la que no había vuelta atrás.


Continuará…
mi mayor fantasía, ser como Ramón, vivir esa situación
 
Hacen swinger, tienen sus juegos, todo estaba perfecto, podía proponer de todo, pero... a ella se le ocurre traicionarlo con el típico "no sé porque lo hice" 🤦🏽‍♂️

Y él, en tiempo récord, la premia con seguir haciendo lo mismo, quiere asumir su cornudez rápido.

Bueno, todo se resolvió rapidísimo, punto para ella y el amigo.
Llamarle amigo a ese es ser muy generoso.
 
Bueno, vuelve a estar morboso el tema, en breve veremos como disfruta, y hasta donde llegan.
 
Capítulo 7


El sábado por la tarde, el ático estaba en calma, los chicos fuera y la tensión flotando como una niebla densa. Julia se preparó con un cuidado casi reverente, sabiendo que esta noche era un punto de no retorno en su matrimonio. Frente al espejo del dormitorio, eligió un conjunto de lencería negra con detalles rojos de encaje, que se compró con el dinero de “Sofía”, el sujetador moldeaba sus tetas generosas hasta hacerlas parecer una ofrenda, las bragas abrazando sus caderas y delineando la curva firme de su culo. Se puso un vestido negro ajustado, con un escote profundo que dejaba entrever el borde del encaje y la falda del vestido que subía por sus muslos, mostrando la piel suave de sus piernas. Se calzó unos tacones altos de punta fina que se había comprado con su “sueldo” y pintó los labios de un rojo oscuro que prometía pecado, y dejó el pelo rubio suelto, cayendo en ondas que rozaban sus hombros. Un toque de perfume caro en el cuello, las muñecas y el hueco entre sus pechos selló el ritual. Se miró, respirando hondo. Esto es por Ramón, pensó, pero “Sofía” la miraba desde el reflejo, y su coño ya palpitaba, cálido y húmedo de anticipación por lo que estaba por venir.

Ramón la esperaba en el salón, vestido con una camisa azul oscura que marcaba sus hombros anchos y vaqueros que abrazaban sus piernas fuertes, su cara seria pero sus ojos oscuros brillando con una mezcla de furia, deseo y algo que parecía miedo. Apenas habían hablado desde la mañana, solo un “nos vamos a las 20:30” que sonó como un disparo en el silencio. Cuando ella bajó, él la recorrió con la mirada, su respiración deteniéndose un instante, sus manos temblando ligeramente al cerrarlas en puños.

—Joder, Julia, estás para comerte viva —dijo, su voz ronca, cargada de emociones que peleaban entre sí—. Vamos, que esto no espera más.

El trayecto al Hotel Luna fue una eternidad muda. Las luces de la ciudad pasaban como fantasmas por la ventana, el motor zumbando mientras Ramón conducía con las manos apretadas al volante, las venas marcadas en sus antebrazos. Julia sentía su mirada de reojo, una tormenta de celos y excitación que lo consumía, y su propio corazón latía tan fuerte que temía que él lo oyera. En el parking, apagó el motor y la enfrentó, su cara era una máscara de tensión.

—Última oportunidad, Julia —dijo, su voz cortante pero temblando en los bordes—. Si no puedes con esto, nos vamos ahora y mañana pido el divorcio. No voy a arrastrarme por ti.

Ella le puso una mano en el muslo, sintiendo el calor de su piel a través de la tela, y habló con suavidad. —Lo hago por nosotros, Ramón. No quiero perderte. Vamos.

Subieron al tercer piso en el ascensor, el zumbido mecánico amplificando el silencio entre ellos. En la habitación 210, Ricardo les abrió la puerta, una sonrisa nerviosa curvando sus labios se reflejó en su cara. Vestía una camisa gris que se ajustaba a su pecho y pantalones negros que marcaban sus piernas, sus ojos oscuros devoraban a Julia con una mezcla de deseo y cautela. La habitación era sencilla pero íntima: una cama grande con sábanas blancas impecables, una silla en la esquina donde Ramón se dejó caer y desde la que presenciaría el espectáculo que le iban a dar, cruzando las piernas con una postura rígida, y una lámpara de pie que bañaba todo en una luz cálida y dorada.

—Buenas noches, pareja —dijo Ricardo, cerrando la puerta con un clic que resonó—. Esto es… diferente, ¿no?

Ramón lo miró, su cara dura, los ojos entrecerrados. —Diferente es poco, hijo de puta. Mi mujer me cuenta que te la has follado por dinero, y aquí estoy, listo para verlo otra vez. Las reglas son claras: 500 euros, sin condón, te corres dentro. Yo miro. Si esto sale de aquí, os jodo a los dos hasta que no quede nada.

Ricardo tragó saliva, asintiendo con un movimiento rápido. —Entendido, Ramón. Bueno, lo primero es pedirte disculpas. Pero yo no sabía que era ella hasta que la vi, y después me dejé llevar por el deseo que siempre he sentido. Estás en tu derecho de enfadarte o romperme los dientes. Nadie sabrá nada. ¿Tú, Julia? ¿Estás lista?

Ella se quitó el abrigo con un movimiento lento, el vestido negro resaltaba cada curva de su cuerpo, y lo miró con una mezcla de desafío y deseo. —Sí. Vamos a hacerlo. Por él, por mí, por lo que sea esto.

Ramón gruñó, sus manos apretando los brazos de la silla hasta que los nudillos se pusieron blancos. —Adelante, zorra. Que empiece el puto espectáculo.

Ricardo se acercó a Julia, sus manos rozándole la cintura con una cautela que pronto se desvaneció en puro deseo. Sus labios se encontraron en un beso lento y sensual, un roce suave que se encendió poco a poco, sus bocas explorándose con delicadeza al principio, las lenguas rozándose en un baile húmedo. El aliento de él era cálido contra su piel, un suspiro tembloroso escapando de la garganta de Julia, un “mmmh” bajo que rompió el silencio de la habitación. Sus labios se movían con hambre contenida, el chasquido húmedo de sus besos resonando mientras sus respiraciones se entrelazaban, un sonido suave y rítmico que llenaba el aire. Ella subió las manos a su pelo oscuro, enredando los dedos mientras él le acariciaba la espalda, sus dedos trazando la curva de su columna con una ternura que contrastaba con la urgencia creciente. Ricardo bajó los besos por su cuello, lamiendo la piel suave bajo su oreja, dejando un rastro húmedo que la hizo jadear, un “ohhh, sí” suave escapando de sus labios, mientras sus manos temblaban contra él.

Ramón los observaba desde la silla, su corazón apretándose con celos al ver a su mujer en brazos de otro, una punzada de dolor atravesándole el pecho. Pero la excitación lo golpeaba también, un calor subiéndole por el cuerpo, los nervios haciéndole sudar las palmas mientras su polla empezaba a endurecerse bajo los vaqueros, presionando contra la tela con un latido insistente. Su respiración se volvía más pesada, un sonido áspero que se mezclaba con los jadeos de Julia, mientras apretaba los puños, dividido entre la rabia y el morbo que lo consumía.

Ricardo deslizó las manos bajo el vestido de Julia, levantándolo con suavidad, sus dedos rozándole los muslos con caricias lentas que la hicieron temblar, y un leve gemido escapando de su boca. Lo subió hasta quitárselo por completo, dejando caer la tela al suelo con un susurro suave, revelando a Julia en su lencería negra. Le desabrochó el sujetador con dedos temblorosos, el clic del broche resonando como un eco en la habitación, y las tiras cayeron por sus hombros, liberando sus tetas. Estas se alzaron ligeramente, los pezones endureciéndose al contacto con el aire cálido, los pezones estaban rosados y erectos bajo la luz de la lámpara. Ricardo las besó con una reverencia casi religiosa, sus labios rozando un pezón con suavidad, cálidos y húmedos, antes de chuparlo lentamente. Su lengua trazó círculos delicados alrededor del pezón, lamiendo con una presión suave que lo endureció aún más, mientras un gemido bajo escapaba de la garganta de Julia, un “mmmh, joder” gutural que llenó el silencio. —Joder, qué tetas tan ricas tienes, zorra —susurró, su voz grave vibrando contra su piel mientras pasaba al otro, lamiendo la piel suave alrededor antes de succionarlo con calma, sus manos acariciándole las costillas con dedos temblorosos. Ella gimió de nuevo, un “ahhh, sí” prolongado que se quebró en un suspiro, sus manos en su nuca apretándolo contra ella mientras sus pezones se erguían bajo su boca, sensibles al roce de su aliento.

Ricardo no se detuvo ahí; bajó los besos por su abdomen, dejando un rastro de calor húmedo con su lengua, rozando el borde de sus bragas con los labios mientras sus manos acariciaban sus muslos, abriéndolos con suavidad. Julia temblaba bajo su toque, su respiración entrecortada resonando como un jadeo suave, un “mmmh, por favor” suplicante escapando de su boca. Él deslizó las bragas por sus piernas con un movimiento lento, la tela rozando su piel con un susurro, dejando su coño expuesto, húmedo y rosado, los labios brillantes bajo la luz cálida. La tumbó en la cama y se inclinó, besándole los muslos internos con labios suaves, dejando un rastro de calor que subía lentamente, su aliento cálido rozándole la piel antes de llegar a su vagina. Su lengua la exploró con suavidad al principio, lamiendo los labios externos en círculos lentos, saboreando su humedad con un sonido húmedo y suave, como un susurro líquido. Ella suspiró, un “ohhh, sí” tembloroso escapando de sus labios, sus manos agarrando las sábanas con fuerza. Jugó con su clítoris, rozándolo con la punta de la lengua en un movimiento delicado, succionándolo con suavidad mientras un gemido más alto, un “ahh, sí, ahí en el botoncito”, llenaba la habitación, sus caderas temblando bajo su toque. Sus dedos abrieron sus labios con cuidado, lamiendo más adentro, acariciándola con un ritmo pausado, el sonido de su lengua contra su carne húmeda—un “slurp” suave—mezclándose con los jadeos de Julia. —Qué coño tan dulce tienes, puta —murmuró, su aliento caliente contra su piel mientras bajaba más, su lengua encontrando su ojete. Lo lamió en círculos húmedos, explorando cada pliegue con una presión suave, mientras metía un dedo en su coño, luego dos, follándola lentamente, el chasquido húmedo de sus movimientos resonando en el aire. Ella jadeaba, un “mmmh, joder, sigue” entrecortado, sus caderas subiendo hacia él, el placer subiéndole por la espalda como una corriente lenta, sus gemidos subiendo de tono en un crescendo suave.

Ramón respiraba agitado, los celos quemándole el pecho al ver a Ricardo devorar a su mujer con tanta intimidad, su lengua en lugares que él conocía de memoria, un nudo de posesión apretándole la garganta. Pero la excitación lo tenía atrapado, su polla dura como piedra, los nervios haciéndole temblar las piernas mientras sudaba, su respiración entrecortada llenando el silencio con un sonido áspero. Ricardo levantó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y deseo, y le dijo a Ramón: —Mira cómo me como a tu mujer, cabrón, mira cómo la hago gemir. —Su voz era un gruñido bajo, cargado de provocación, mientras lamía el clítoris de Julia con más intensidad, sacándole un grito agudo, un “ahhh, sí, Ricardo”, que resonó en la habitación.

Julia se incorporó, su cara enrojecida de placer, el sudor brillando en su frente, y empujó a Ricardo para que se tumbara. Le bajó los pantalones y los bóxers con manos ansiosas, la tela deslizándose con un susurro contra su piel, su polla gruesa y venosa saltando libre, la punta brillando con una gota de líquido preseminal que reflejaba la luz. Ella la besó con suavidad, sus labios rozándola como un susurro, un “mmm” bajo escapando de su boca mientras lamía la punta con la lengua, saboreando el sabor salado con un sonido húmedo y delicado. Él gimió, un “joder, sí” ronco, sus manos enredándose en su pelo mientras ella la chupaba despacio, sus labios acariciándola mientras jugaba con la lengua en cada vena, subiendo y bajando con un ritmo sensual. Una mano masajeaba sus pelotas con dedos suaves, el roce de su piel contra la suya produciendo un leve chasquido, la otra acariciándole el muslo con caricias lentas. —Joder, qué rica está tu polla, cabrón —susurró, mirándolo a los ojos mientras lo llevaba más adentro, su boca cálida envolviéndolo con ternura, un gemido gutural de él resonando mientras ella lo succionaba, el sonido húmedo de sus labios llenando el aire. Julia levantó la vista hacia Ramón, sus ojos brillando con un desafío morboso, y le dijo: —Mírame, cornudo, cómo me la mete en la boca, cómo me la trago entera. —Su voz era un susurro provocador, mientras lamía la polla de Ricardo con más intensidad, sacándole otro gemido grave, un “sí, zorra, así”.

—Fóllame, Ricardo—dijo ella, apartándose con un jadeo ronco y recostándose de nuevo, abriendo las piernas con una invitación silenciosa. Él se colocó entre ellas, su polla rozándole el coño, caliente y húmedo, y entró despacio, centímetro a centímetro, dejando que ella lo sintiera todo. El sonido de su entrada fue un susurro húmedo, un “slurp” suave mientras sus jugos lo envolvían, y Julia suspiró, un “ohhh, sí” prolongado escapando de sus labios, el placer subiéndole por la columna mientras él la llenaba. Sus tetas se movían suavemente con cada movimiento inicial, los pezones rozando el aire con cada respiro, mientras ella gemía, un “mmmh, más” suplicante. —Mira cómo me follo a tu mujer, Ramón, cómo se la meto hasta el fondo —gruñó Ricardo, embistiendo con un ritmo sensual, sus manos en sus caderas mientras ella se arqueaba, gimiendo con cada roce, un “ahhh, joder” entrecortado llenando la habitación. Él se inclinó, besándole el cuello, sus labios dejando un rastro húmedo mientras sus embestidas se aceleraban poco a poco, sus cuerpos encontrándose en un vaivén lento pero intenso, el sonido de sus pieles chocando—“slap, slap”—como un eco rítmico.

Julia giró la cabeza hacia Ramón, sus ojos vidriosos de placer, y le susurró con una voz cargada de morbo: —Mírame, cornudo, cómo me la mete, cómo me llena como tú deseas. —Sus palabras eran un desafío cruel, pero su gemido posterior, un “ohhh, sí, así”, mostró cuánto disfrutaba del juego. Ricardo aceleró gradualmente, sus embestidas más profundas pero aún controladas, sus manos subiendo a sus tetas para apretarlas con suavidad, los pezones endurecidos bajo sus palmas, mientras ella gemía más fuerte, un “ahhh, sí, más fuerte” desgarrado, sus caderas subiendo para encontrarse con él. El sonido de sus cuerpos era un ritmo húmedo y rítmico, un “slap, slap” mezclado con los jadeos de ambos, mientras Ricardo gruñía, un “joder, qué coño tan rico”, su voz ronca resonando en la habitación.

Ramón miraba, los celos dándole ganas de gritar, su mente imaginando cada embestida como una traición, un gruñido bajo escapando de su garganta mientras apretaba los puños. Pero la excitación lo tenía hipnotizado, su polla palpitando bajo la tela, los nervios haciéndole sudar, su respiración entrecortada resonando como un eco en su cabeza mientras veía a su mujer entregarse con una pasión que lo desgarraba y lo encendía. Ricardo se corrió dentro con un gemido ronco, un “joder, te lleno, zorra” gutural, su semen caliente llenándola mientras ella temblaba, un orgasmo suave pero intenso recorriéndola, sus paredes apretándolo mientras gemía, un “ohhh, sí, lo siento dentro” prolongado escapando de su boca, sus muslos temblando bajo él.

—Mira cómo te lleno, puta —susurró Ricardo, saliendo despacio, su polla brillando con sus jugos mezclados, un hilo de semen goteando al retirarse, el sonido húmedo resonando en el aire. Ramón se levantó, su cara roja de emociones encontradas—celos ardientes, excitación salvaje, nervios que le hacían sudar—, y se acercó a la cama. Observó el semen de su amigo goteando del coño de Julia, blanco y espeso contra su piel rosada, y algo en él se quebró y se encendió a la vez. Se bajó los pantalones con manos temblorosas, su polla dura y ansiosa saltando libre, y se inclinó sobre ella. Con dedos temblorosos, recogió el semen de Ricardo, esparciéndolo con suavidad sobre el coño de Julia, el líquido cálido y viscoso deslizándose bajo su toque. Metió dos dedos lentamente, explorando su interior con cuidado, el sonido húmedo de su movimiento llenando el aire mientras ella gemía, un “mmmh, sí, Ramón” bajo escapando de sus labios. Los giró dentro de ella, sintiendo la mezcla de semen y jugos de Julia, follándola con los dedos con un ritmo lento, el chasquido húmedo resonando mientras ella se arqueaba, un “ohhh, joder, sigue” suplicante.

Luego, recogió más semen con los dedos y lo deslizó hacia su ojete, untándolo con suavidad alrededor del anillo apretado, el líquido brillando bajo la luz. Introdujo un dedo con cuidado, el sonido húmedo de su entrada resonando mientras ella jadeaba, un “ahhh, sí, ahí” tembloroso. Añadió un segundo dedo, abriendo su culo con movimientos lentos, el semen de Ricardo facilitando cada roce, el chasquido húmedo de sus dedos mezclándose con los gemidos de Julia, un “mmmh, Ramón, me vuelves loca”. Él gruñó, un “joder, qué apretada estás, zorra”, su voz ronca mientras exploraba su culo y su coño alternadamente, metiendo los dedos en ambos agujeros con un ritmo pausado, el semen goteando de su coño mientras ella temblaba, un orgasmo suave subiéndole de nuevo, un “ohhh, me corro otra vez” desgarrado llenó la habitación.

Sin pensárselo dos veces Ramón viendo el coño abierto y pringoso de semen, se empezó a masturbar con un ritmo fuerte, hasta que notó como el orgasmo se acercaba y apoyando su capullo en los labios del coño de su mujer, se dejó llevar y se corrió sobre ellos mezclando su semen con el de Ricardo.



Los tres quedaron en la cama, Julia sudorosa y agotada, el semen saliéndole del coño y marcando su piel como una obra de arte deshecha, su respiración entrecortada resonando mientras el placer la dejaba temblando.

El aire estaba cargado con el aroma a sexo y el humo de los cigarros que Ricardo había encendido con dedos aún temblorosos, pasándoles uno a cada uno. El humo se enroscaba en volutas perezosas bajo la luz cálida de la lámpara, creando una especie de velo que suavizaba la tensión residual y abría paso a una calma extraña, casi cómplice. Se recostaron en la cama deshecha, Julia entre los dos, su cuerpo relajado pero vibrante, Ramón a su derecha con el cigarro entre los dedos, y Ricardo a su izquierda, exhalando humo con un suspiro pesado.

—Joder, esto ha sido una puta locura —dijo Ricardo, rompiendo el silencio con una calada larga, el humo saliendo en espirales mientras sus ojos recorrían el techo como si buscara palabras—. Nunca pensé que te vería así, Ramón, ni que acabaría metido en algo tan intenso. ¿Qué ha pasado por tu cabeza mientras todo esto ocurría? Porque, te lo juro, estaba nervioso como nunca, pero también me excitó ver cómo te involucraste al final.

Ramón exhaló una nube de humo, su rostro más tranquilo pero aún marcado por la tormenta emocional que había vivido, sus ojos fijos en el techo como si intentara descifrar sus propios sentimientos. —Celos, cabrón, quería arrancarte los ojos al verte besarla, lamerla como si fuera tuya. Cada gemido de Julia era como un puñal, y mis manos temblaban de pura rabia. Me ha jodido el alma verla disfrutar contigo, no te voy a mentir. Pero… joder, también me ha puesto como nunca. Cada vez que la tocabas, cada sonido que salía de su boca, me ponía nervioso, el corazón me latía tan fuerte que pensé que se me saldría del pecho. Verla temblar bajo ti, y luego jugar con tu semen en ella… ha sido brutal. No sé si estoy loco, pero me ha encantado, aunque me cueste admitirlo. Fue como si reclamara lo que es mío, pero de una manera que nunca había sentido.

Julia, aún temblando ligeramente, dio una calada profunda, el humo quemándole la garganta mientras procesaba sus palabras, su voz entrecortada por la emoción y el cansancio. —Os odio a los dos por ponerme en esta situación, por hacerme sentir tan expuesta. Me sentí como si me desnudaran el alma, no solo el cuerpo. Pero… joder, ha sido increíble. Me he sentido deseada, viva, como si cada roce me devolviera algo que hubiera perdido. No sé si fue el morbo o el miedo, pero disfruté más de lo que esperaba. ¿Estamos bien, Ramón? ¿De verdad puedes mirarme después de esto y no sentir solo asco?

Él giró la cabeza hacia ella, un brillo suave en los ojos, y le rozó el brazo con ternura, el contacto cálido a través de la piel sudorosa. —Sí, cariño, estamos bien. Me has roto, sí, cada mentira que me ocultaste me partió por dentro, y ver a Ricardo contigo me hizo querer destruir algo. Pero también me has abierto los ojos. Eres mía, y me gusta verte así, entregada, aunque me cueste digerir que otro te haya tocado. Esto no lo olvidaré nunca, pero quiero que sigamos adelante. —Hizo una pausa, dando otra calada, y miró a Ricardo con una media sonrisa—. Supongo que tú también tienes algo que decir, ¿no? ¿Cómo te sentiste tú, follando a mi mujer con mi permiso?

Ricardo rio, una carcajada baja que rompió la tensión residual mientras se recostaba contra la cabecera de la cama, el cigarro temblando ligeramente entre sus dedos. —Pues, Ramón, fue una experiencia de locos. Al principio estaba muerto de miedo, pensando que me ibas a partir la cara en cualquier momento. Pero cuando vi que no solo lo permitías, sino que te excitaba verlo… algo cambió. Follarme a Julia sin condón, sentirla sin barreras, y saber que tú estabas ahí mirando… me puso a mil. Nunca había sentido tanto poder y tanta vulnerabilidad a la vez. Y tú, Julia, joder, eres una diosa en la cama. ¿Cómo empezó todo esto de prostituirse? Porque esto no parece algo improvisado.

Julia apagó su cigarro en el cenicero con un movimiento lento, su cuerpo aún pesado pero satisfecho, y se giró hacia Marcos, su voz tomando un tono más relajado, casi confesional. —Bueno, no fue algo de un día para otro. Ramón y yo siempre hemos tenido una vida sexual… digamos, picante. Desde que nos casamos, hemos jugado con fantasías, cosas que nos encendían a los dos. Empezó con exhibicionismo, ¿sabes? Una vez, en una playa nudista, me quité el bikini y dejé que me miraran mientras Ramón estaba a mi lado, excitado solo de ver cómo los tíos se giraban. Él me decía que me tocara mientras ellos miraban desde lejos, y yo gemía sabiendo que nos observaban. Eso nos llevó a más juegos, a clubes donde él me veía tontear con otros, siempre con reglas claras. Pero con “Sofía”… eso fue diferente. Lo hice a escondidas, y eso lo jodió todo.

Ramón asintió, dando otra calada, el humo saliendo en una nube densa mientras una sonrisa torcida se dibujaba en su rostro. —Sí, hemos hecho cosas que a muchos les sonarían locas. En un viaje hace unos años, Julia se folló a un camarero del hotel. Fue una experiencia cuckold, surgió sin más. Me excitó como loco, verla perderse con otro, pero después me sentí raro, como si hubiera cruzado una línea. Hoy fue diferente, porque estaba ahí, participando. Y… joder, Ricardo, te lo voy a confesar: me excita que mi mujer me ponga los cuernos. Siempre lo supe un poco, pero esto ha despertado algo en mí, algo que no puedo negar. Verte follarla, oírla gemir tu nombre… me volvió loco, y no sé si eso me hace un enfermo, pero lo disfruté.

Ricardo alzó una ceja, sorprendido, y dio una calada larga antes de responder, el humo saliendo en espirales mientras procesaba la confesión. —Ya, Ramón, eso es… intenso. No me lo esperaba, la verdad. Siempre pensé que los tíos que ven a sus mujeres con otros eran unos cornudos resignados, pero tú lo disfrutas de verdad. Y tú, Julia, ¿qué sentiste al saber que a él le ponía? Porque yo, mientras te follaba, notaba sus ojos clavados en nosotros, y eso me daba un subidón extra, como si estuviera actuando en una película para él.

Julia rio, un sonido suave pero genuino, y se apoyó en el codo para mirarlos a ambos, el humo enroscándose alrededor de su rostro. —Al principio me asustó. Cuando Ramón lo descubrió, pensé que me dejaría, que me odiaría. Pero luego, ver cómo se excitaba, cómo se acercó y jugó con tu semen… me dio una mezcla rara de culpa y placer. Siempre supe que le gustaba el exhibicionismo mío y que los tíos me miren, o como te ha dicho, ese día que me folle al camarero delante de el, pero esto es otro nivel. En esos clubes, él me veía con otros y luego me tomaba como si quisiera borrar sus huellas, pero esta noche fue como si quisiera unirlas a las suyas. Me hace sentir poderosa, saber que mi placer lo enciende, incluso si es con otro.

Ricardo soltó una risa baja, apagando su cigarro en el cenicero con un movimiento pausado. —Sois una pareja de locos, pero me encanta cómo lo vivís. Yo nunca he hecho nada así con Laura, ella es más… tradicional. Pero hoy, sentir que os unía esto, que no era solo un polvo, me dio una perspectiva diferente. Oírte gemir, Julia, y ver a Ramón excitado… fue como un juego de poder. ¿Habéis pensado en cómo seguir con esto? Porque yo, aunque me encantó, no creo que pueda repetirlo sin que mi vida se complique.

Julia se recostó de nuevo, mirando al techo mientras el humo subía en volutas. —No sé si repetiremos con otros. Esto creo que es un punto de inflexión para nosotros. Pero sí queremos seguir con juegos, será solo nosotros dos. Tal vez más exhibicionismo, o algo en privado donde Ramón pueda verme sin que se sienta traicionado. ¿Qué opinas, Ramón? ¿Crees que podemos canalizar esto de otra manera?

—Sí, nena, creo que si podemos pero hay que hablarlo. Me excita verte con otros, pero ahora quiero controlarlo, estar dentro del juego. Quizás en un viaje, como dijimos, donde podamos probar cosas nuevas, solo tú y yo.

Ricardo sonrió, una expresión mezcla de alivio y admiración, y se estiró en la cama. —Me gusta esa idea, un secreto compartido. Si vais a ese viaje, contadme cómo va, ¿vale? Y si necesitáis un consejo para vuestros juegos… ya sabéis dónde encontrarme. Sois un equipo único, joder.

La habitación quedó en silencio, el humo disipándose lentamente, mientras los tres compartían una mirada de complicidad, un pacto sellado no solo con sudor y gemidos, sino con una confesión que los había acercado de una manera inesperada. La tensión se había disuelto, dejando una calma nueva, un entendimiento tácito que prometía más por venir.


Continuará…
 
Capítulo 7


El sábado por la tarde, el ático estaba en calma, los chicos fuera y la tensión flotando como una niebla densa. Julia se preparó con un cuidado casi reverente, sabiendo que esta noche era un punto de no retorno en su matrimonio. Frente al espejo del dormitorio, eligió un conjunto de lencería negra con detalles rojos de encaje, que se compró con el dinero de “Sofía”, el sujetador moldeaba sus tetas generosas hasta hacerlas parecer una ofrenda, las bragas abrazando sus caderas y delineando la curva firme de su culo. Se puso un vestido negro ajustado, con un escote profundo que dejaba entrever el borde del encaje y la falda del vestido que subía por sus muslos, mostrando la piel suave de sus piernas. Se calzó unos tacones altos de punta fina que se había comprado con su “sueldo” y pintó los labios de un rojo oscuro que prometía pecado, y dejó el pelo rubio suelto, cayendo en ondas que rozaban sus hombros. Un toque de perfume caro en el cuello, las muñecas y el hueco entre sus pechos selló el ritual. Se miró, respirando hondo. Esto es por Ramón, pensó, pero “Sofía” la miraba desde el reflejo, y su coño ya palpitaba, cálido y húmedo de anticipación por lo que estaba por venir.

Ramón la esperaba en el salón, vestido con una camisa azul oscura que marcaba sus hombros anchos y vaqueros que abrazaban sus piernas fuertes, su cara seria pero sus ojos oscuros brillando con una mezcla de furia, deseo y algo que parecía miedo. Apenas habían hablado desde la mañana, solo un “nos vamos a las 20:30” que sonó como un disparo en el silencio. Cuando ella bajó, él la recorrió con la mirada, su respiración deteniéndose un instante, sus manos temblando ligeramente al cerrarlas en puños.

—Joder, Julia, estás para comerte viva —dijo, su voz ronca, cargada de emociones que peleaban entre sí—. Vamos, que esto no espera más.

El trayecto al Hotel Luna fue una eternidad muda. Las luces de la ciudad pasaban como fantasmas por la ventana, el motor zumbando mientras Ramón conducía con las manos apretadas al volante, las venas marcadas en sus antebrazos. Julia sentía su mirada de reojo, una tormenta de celos y excitación que lo consumía, y su propio corazón latía tan fuerte que temía que él lo oyera. En el parking, apagó el motor y la enfrentó, su cara era una máscara de tensión.

—Última oportunidad, Julia —dijo, su voz cortante pero temblando en los bordes—. Si no puedes con esto, nos vamos ahora y mañana pido el divorcio. No voy a arrastrarme por ti.

Ella le puso una mano en el muslo, sintiendo el calor de su piel a través de la tela, y habló con suavidad. —Lo hago por nosotros, Ramón. No quiero perderte. Vamos.

Subieron al tercer piso en el ascensor, el zumbido mecánico amplificando el silencio entre ellos. En la habitación 210, Ricardo les abrió la puerta, una sonrisa nerviosa curvando sus labios se reflejó en su cara. Vestía una camisa gris que se ajustaba a su pecho y pantalones negros que marcaban sus piernas, sus ojos oscuros devoraban a Julia con una mezcla de deseo y cautela. La habitación era sencilla pero íntima: una cama grande con sábanas blancas impecables, una silla en la esquina donde Ramón se dejó caer y desde la que presenciaría el espectáculo que le iban a dar, cruzando las piernas con una postura rígida, y una lámpara de pie que bañaba todo en una luz cálida y dorada.

—Buenas noches, pareja —dijo Ricardo, cerrando la puerta con un clic que resonó—. Esto es… diferente, ¿no?

Ramón lo miró, su cara dura, los ojos entrecerrados. —Diferente es poco, hijo de puta. Mi mujer me cuenta que te la has follado por dinero, y aquí estoy, listo para verlo otra vez. Las reglas son claras: 500 euros, sin condón, te corres dentro. Yo miro. Si esto sale de aquí, os jodo a los dos hasta que no quede nada.

Ricardo tragó saliva, asintiendo con un movimiento rápido. —Entendido, Ramón. Bueno, lo primero es pedirte disculpas. Pero yo no sabía que era ella hasta que la vi, y después me dejé llevar por el deseo que siempre he sentido. Estás en tu derecho de enfadarte o romperme los dientes. Nadie sabrá nada. ¿Tú, Julia? ¿Estás lista?

Ella se quitó el abrigo con un movimiento lento, el vestido negro resaltaba cada curva de su cuerpo, y lo miró con una mezcla de desafío y deseo. —Sí. Vamos a hacerlo. Por él, por mí, por lo que sea esto.

Ramón gruñó, sus manos apretando los brazos de la silla hasta que los nudillos se pusieron blancos. —Adelante, zorra. Que empiece el puto espectáculo.

Ricardo se acercó a Julia, sus manos rozándole la cintura con una cautela que pronto se desvaneció en puro deseo. Sus labios se encontraron en un beso lento y sensual, un roce suave que se encendió poco a poco, sus bocas explorándose con delicadeza al principio, las lenguas rozándose en un baile húmedo. El aliento de él era cálido contra su piel, un suspiro tembloroso escapando de la garganta de Julia, un “mmmh” bajo que rompió el silencio de la habitación. Sus labios se movían con hambre contenida, el chasquido húmedo de sus besos resonando mientras sus respiraciones se entrelazaban, un sonido suave y rítmico que llenaba el aire. Ella subió las manos a su pelo oscuro, enredando los dedos mientras él le acariciaba la espalda, sus dedos trazando la curva de su columna con una ternura que contrastaba con la urgencia creciente. Ricardo bajó los besos por su cuello, lamiendo la piel suave bajo su oreja, dejando un rastro húmedo que la hizo jadear, un “ohhh, sí” suave escapando de sus labios, mientras sus manos temblaban contra él.

Ramón los observaba desde la silla, su corazón apretándose con celos al ver a su mujer en brazos de otro, una punzada de dolor atravesándole el pecho. Pero la excitación lo golpeaba también, un calor subiéndole por el cuerpo, los nervios haciéndole sudar las palmas mientras su polla empezaba a endurecerse bajo los vaqueros, presionando contra la tela con un latido insistente. Su respiración se volvía más pesada, un sonido áspero que se mezclaba con los jadeos de Julia, mientras apretaba los puños, dividido entre la rabia y el morbo que lo consumía.

Ricardo deslizó las manos bajo el vestido de Julia, levantándolo con suavidad, sus dedos rozándole los muslos con caricias lentas que la hicieron temblar, y un leve gemido escapando de su boca. Lo subió hasta quitárselo por completo, dejando caer la tela al suelo con un susurro suave, revelando a Julia en su lencería negra. Le desabrochó el sujetador con dedos temblorosos, el clic del broche resonando como un eco en la habitación, y las tiras cayeron por sus hombros, liberando sus tetas. Estas se alzaron ligeramente, los pezones endureciéndose al contacto con el aire cálido, los pezones estaban rosados y erectos bajo la luz de la lámpara. Ricardo las besó con una reverencia casi religiosa, sus labios rozando un pezón con suavidad, cálidos y húmedos, antes de chuparlo lentamente. Su lengua trazó círculos delicados alrededor del pezón, lamiendo con una presión suave que lo endureció aún más, mientras un gemido bajo escapaba de la garganta de Julia, un “mmmh, joder” gutural que llenó el silencio. —Joder, qué tetas tan ricas tienes, zorra —susurró, su voz grave vibrando contra su piel mientras pasaba al otro, lamiendo la piel suave alrededor antes de succionarlo con calma, sus manos acariciándole las costillas con dedos temblorosos. Ella gimió de nuevo, un “ahhh, sí” prolongado que se quebró en un suspiro, sus manos en su nuca apretándolo contra ella mientras sus pezones se erguían bajo su boca, sensibles al roce de su aliento.

Ricardo no se detuvo ahí; bajó los besos por su abdomen, dejando un rastro de calor húmedo con su lengua, rozando el borde de sus bragas con los labios mientras sus manos acariciaban sus muslos, abriéndolos con suavidad. Julia temblaba bajo su toque, su respiración entrecortada resonando como un jadeo suave, un “mmmh, por favor” suplicante escapando de su boca. Él deslizó las bragas por sus piernas con un movimiento lento, la tela rozando su piel con un susurro, dejando su coño expuesto, húmedo y rosado, los labios brillantes bajo la luz cálida. La tumbó en la cama y se inclinó, besándole los muslos internos con labios suaves, dejando un rastro de calor que subía lentamente, su aliento cálido rozándole la piel antes de llegar a su vagina. Su lengua la exploró con suavidad al principio, lamiendo los labios externos en círculos lentos, saboreando su humedad con un sonido húmedo y suave, como un susurro líquido. Ella suspiró, un “ohhh, sí” tembloroso escapando de sus labios, sus manos agarrando las sábanas con fuerza. Jugó con su clítoris, rozándolo con la punta de la lengua en un movimiento delicado, succionándolo con suavidad mientras un gemido más alto, un “ahh, sí, ahí en el botoncito”, llenaba la habitación, sus caderas temblando bajo su toque. Sus dedos abrieron sus labios con cuidado, lamiendo más adentro, acariciándola con un ritmo pausado, el sonido de su lengua contra su carne húmeda—un “slurp” suave—mezclándose con los jadeos de Julia. —Qué coño tan dulce tienes, puta —murmuró, su aliento caliente contra su piel mientras bajaba más, su lengua encontrando su ojete. Lo lamió en círculos húmedos, explorando cada pliegue con una presión suave, mientras metía un dedo en su coño, luego dos, follándola lentamente, el chasquido húmedo de sus movimientos resonando en el aire. Ella jadeaba, un “mmmh, joder, sigue” entrecortado, sus caderas subiendo hacia él, el placer subiéndole por la espalda como una corriente lenta, sus gemidos subiendo de tono en un crescendo suave.

Ramón respiraba agitado, los celos quemándole el pecho al ver a Ricardo devorar a su mujer con tanta intimidad, su lengua en lugares que él conocía de memoria, un nudo de posesión apretándole la garganta. Pero la excitación lo tenía atrapado, su polla dura como piedra, los nervios haciéndole temblar las piernas mientras sudaba, su respiración entrecortada llenando el silencio con un sonido áspero. Ricardo levantó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y deseo, y le dijo a Ramón: —Mira cómo me como a tu mujer, cabrón, mira cómo la hago gemir. —Su voz era un gruñido bajo, cargado de provocación, mientras lamía el clítoris de Julia con más intensidad, sacándole un grito agudo, un “ahhh, sí, Ricardo”, que resonó en la habitación.

Julia se incorporó, su cara enrojecida de placer, el sudor brillando en su frente, y empujó a Ricardo para que se tumbara. Le bajó los pantalones y los bóxers con manos ansiosas, la tela deslizándose con un susurro contra su piel, su polla gruesa y venosa saltando libre, la punta brillando con una gota de líquido preseminal que reflejaba la luz. Ella la besó con suavidad, sus labios rozándola como un susurro, un “mmm” bajo escapando de su boca mientras lamía la punta con la lengua, saboreando el sabor salado con un sonido húmedo y delicado. Él gimió, un “joder, sí” ronco, sus manos enredándose en su pelo mientras ella la chupaba despacio, sus labios acariciándola mientras jugaba con la lengua en cada vena, subiendo y bajando con un ritmo sensual. Una mano masajeaba sus pelotas con dedos suaves, el roce de su piel contra la suya produciendo un leve chasquido, la otra acariciándole el muslo con caricias lentas. —Joder, qué rica está tu polla, cabrón —susurró, mirándolo a los ojos mientras lo llevaba más adentro, su boca cálida envolviéndolo con ternura, un gemido gutural de él resonando mientras ella lo succionaba, el sonido húmedo de sus labios llenando el aire. Julia levantó la vista hacia Ramón, sus ojos brillando con un desafío morboso, y le dijo: —Mírame, cornudo, cómo me la mete en la boca, cómo me la trago entera. —Su voz era un susurro provocador, mientras lamía la polla de Ricardo con más intensidad, sacándole otro gemido grave, un “sí, zorra, así”.

—Fóllame, Ricardo—dijo ella, apartándose con un jadeo ronco y recostándose de nuevo, abriendo las piernas con una invitación silenciosa. Él se colocó entre ellas, su polla rozándole el coño, caliente y húmedo, y entró despacio, centímetro a centímetro, dejando que ella lo sintiera todo. El sonido de su entrada fue un susurro húmedo, un “slurp” suave mientras sus jugos lo envolvían, y Julia suspiró, un “ohhh, sí” prolongado escapando de sus labios, el placer subiéndole por la columna mientras él la llenaba. Sus tetas se movían suavemente con cada movimiento inicial, los pezones rozando el aire con cada respiro, mientras ella gemía, un “mmmh, más” suplicante. —Mira cómo me follo a tu mujer, Ramón, cómo se la meto hasta el fondo —gruñó Ricardo, embistiendo con un ritmo sensual, sus manos en sus caderas mientras ella se arqueaba, gimiendo con cada roce, un “ahhh, joder” entrecortado llenando la habitación. Él se inclinó, besándole el cuello, sus labios dejando un rastro húmedo mientras sus embestidas se aceleraban poco a poco, sus cuerpos encontrándose en un vaivén lento pero intenso, el sonido de sus pieles chocando—“slap, slap”—como un eco rítmico.

Julia giró la cabeza hacia Ramón, sus ojos vidriosos de placer, y le susurró con una voz cargada de morbo: —Mírame, cornudo, cómo me la mete, cómo me llena como tú deseas. —Sus palabras eran un desafío cruel, pero su gemido posterior, un “ohhh, sí, así”, mostró cuánto disfrutaba del juego. Ricardo aceleró gradualmente, sus embestidas más profundas pero aún controladas, sus manos subiendo a sus tetas para apretarlas con suavidad, los pezones endurecidos bajo sus palmas, mientras ella gemía más fuerte, un “ahhh, sí, más fuerte” desgarrado, sus caderas subiendo para encontrarse con él. El sonido de sus cuerpos era un ritmo húmedo y rítmico, un “slap, slap” mezclado con los jadeos de ambos, mientras Ricardo gruñía, un “joder, qué coño tan rico”, su voz ronca resonando en la habitación.

Ramón miraba, los celos dándole ganas de gritar, su mente imaginando cada embestida como una traición, un gruñido bajo escapando de su garganta mientras apretaba los puños. Pero la excitación lo tenía hipnotizado, su polla palpitando bajo la tela, los nervios haciéndole sudar, su respiración entrecortada resonando como un eco en su cabeza mientras veía a su mujer entregarse con una pasión que lo desgarraba y lo encendía. Ricardo se corrió dentro con un gemido ronco, un “joder, te lleno, zorra” gutural, su semen caliente llenándola mientras ella temblaba, un orgasmo suave pero intenso recorriéndola, sus paredes apretándolo mientras gemía, un “ohhh, sí, lo siento dentro” prolongado escapando de su boca, sus muslos temblando bajo él.

—Mira cómo te lleno, puta —susurró Ricardo, saliendo despacio, su polla brillando con sus jugos mezclados, un hilo de semen goteando al retirarse, el sonido húmedo resonando en el aire. Ramón se levantó, su cara roja de emociones encontradas—celos ardientes, excitación salvaje, nervios que le hacían sudar—, y se acercó a la cama. Observó el semen de su amigo goteando del coño de Julia, blanco y espeso contra su piel rosada, y algo en él se quebró y se encendió a la vez. Se bajó los pantalones con manos temblorosas, su polla dura y ansiosa saltando libre, y se inclinó sobre ella. Con dedos temblorosos, recogió el semen de Ricardo, esparciéndolo con suavidad sobre el coño de Julia, el líquido cálido y viscoso deslizándose bajo su toque. Metió dos dedos lentamente, explorando su interior con cuidado, el sonido húmedo de su movimiento llenando el aire mientras ella gemía, un “mmmh, sí, Ramón” bajo escapando de sus labios. Los giró dentro de ella, sintiendo la mezcla de semen y jugos de Julia, follándola con los dedos con un ritmo lento, el chasquido húmedo resonando mientras ella se arqueaba, un “ohhh, joder, sigue” suplicante.

Luego, recogió más semen con los dedos y lo deslizó hacia su ojete, untándolo con suavidad alrededor del anillo apretado, el líquido brillando bajo la luz. Introdujo un dedo con cuidado, el sonido húmedo de su entrada resonando mientras ella jadeaba, un “ahhh, sí, ahí” tembloroso. Añadió un segundo dedo, abriendo su culo con movimientos lentos, el semen de Ricardo facilitando cada roce, el chasquido húmedo de sus dedos mezclándose con los gemidos de Julia, un “mmmh, Ramón, me vuelves loca”. Él gruñó, un “joder, qué apretada estás, zorra”, su voz ronca mientras exploraba su culo y su coño alternadamente, metiendo los dedos en ambos agujeros con un ritmo pausado, el semen goteando de su coño mientras ella temblaba, un orgasmo suave subiéndole de nuevo, un “ohhh, me corro otra vez” desgarrado llenó la habitación.

Sin pensárselo dos veces Ramón viendo el coño abierto y pringoso de semen, se empezó a masturbar con un ritmo fuerte, hasta que notó como el orgasmo se acercaba y apoyando su capullo en los labios del coño de su mujer, se dejó llevar y se corrió sobre ellos mezclando su semen con el de Ricardo.



Los tres quedaron en la cama, Julia sudorosa y agotada, el semen saliéndole del coño y marcando su piel como una obra de arte deshecha, su respiración entrecortada resonando mientras el placer la dejaba temblando.

El aire estaba cargado con el aroma a sexo y el humo de los cigarros que Ricardo había encendido con dedos aún temblorosos, pasándoles uno a cada uno. El humo se enroscaba en volutas perezosas bajo la luz cálida de la lámpara, creando una especie de velo que suavizaba la tensión residual y abría paso a una calma extraña, casi cómplice. Se recostaron en la cama deshecha, Julia entre los dos, su cuerpo relajado pero vibrante, Ramón a su derecha con el cigarro entre los dedos, y Ricardo a su izquierda, exhalando humo con un suspiro pesado.

—Joder, esto ha sido una puta locura —dijo Ricardo, rompiendo el silencio con una calada larga, el humo saliendo en espirales mientras sus ojos recorrían el techo como si buscara palabras—. Nunca pensé que te vería así, Ramón, ni que acabaría metido en algo tan intenso. ¿Qué ha pasado por tu cabeza mientras todo esto ocurría? Porque, te lo juro, estaba nervioso como nunca, pero también me excitó ver cómo te involucraste al final.

Ramón exhaló una nube de humo, su rostro más tranquilo pero aún marcado por la tormenta emocional que había vivido, sus ojos fijos en el techo como si intentara descifrar sus propios sentimientos. —Celos, cabrón, quería arrancarte los ojos al verte besarla, lamerla como si fuera tuya. Cada gemido de Julia era como un puñal, y mis manos temblaban de pura rabia. Me ha jodido el alma verla disfrutar contigo, no te voy a mentir. Pero… joder, también me ha puesto como nunca. Cada vez que la tocabas, cada sonido que salía de su boca, me ponía nervioso, el corazón me latía tan fuerte que pensé que se me saldría del pecho. Verla temblar bajo ti, y luego jugar con tu semen en ella… ha sido brutal. No sé si estoy loco, pero me ha encantado, aunque me cueste admitirlo. Fue como si reclamara lo que es mío, pero de una manera que nunca había sentido.

Julia, aún temblando ligeramente, dio una calada profunda, el humo quemándole la garganta mientras procesaba sus palabras, su voz entrecortada por la emoción y el cansancio. —Os odio a los dos por ponerme en esta situación, por hacerme sentir tan expuesta. Me sentí como si me desnudaran el alma, no solo el cuerpo. Pero… joder, ha sido increíble. Me he sentido deseada, viva, como si cada roce me devolviera algo que hubiera perdido. No sé si fue el morbo o el miedo, pero disfruté más de lo que esperaba. ¿Estamos bien, Ramón? ¿De verdad puedes mirarme después de esto y no sentir solo asco?

Él giró la cabeza hacia ella, un brillo suave en los ojos, y le rozó el brazo con ternura, el contacto cálido a través de la piel sudorosa. —Sí, cariño, estamos bien. Me has roto, sí, cada mentira que me ocultaste me partió por dentro, y ver a Ricardo contigo me hizo querer destruir algo. Pero también me has abierto los ojos. Eres mía, y me gusta verte así, entregada, aunque me cueste digerir que otro te haya tocado. Esto no lo olvidaré nunca, pero quiero que sigamos adelante. —Hizo una pausa, dando otra calada, y miró a Ricardo con una media sonrisa—. Supongo que tú también tienes algo que decir, ¿no? ¿Cómo te sentiste tú, follando a mi mujer con mi permiso?

Ricardo rio, una carcajada baja que rompió la tensión residual mientras se recostaba contra la cabecera de la cama, el cigarro temblando ligeramente entre sus dedos. —Pues, Ramón, fue una experiencia de locos. Al principio estaba muerto de miedo, pensando que me ibas a partir la cara en cualquier momento. Pero cuando vi que no solo lo permitías, sino que te excitaba verlo… algo cambió. Follarme a Julia sin condón, sentirla sin barreras, y saber que tú estabas ahí mirando… me puso a mil. Nunca había sentido tanto poder y tanta vulnerabilidad a la vez. Y tú, Julia, joder, eres una diosa en la cama. ¿Cómo empezó todo esto de prostituirse? Porque esto no parece algo improvisado.

Julia apagó su cigarro en el cenicero con un movimiento lento, su cuerpo aún pesado pero satisfecho, y se giró hacia Marcos, su voz tomando un tono más relajado, casi confesional. —Bueno, no fue algo de un día para otro. Ramón y yo siempre hemos tenido una vida sexual… digamos, picante. Desde que nos casamos, hemos jugado con fantasías, cosas que nos encendían a los dos. Empezó con exhibicionismo, ¿sabes? Una vez, en una playa nudista, me quité el bikini y dejé que me miraran mientras Ramón estaba a mi lado, excitado solo de ver cómo los tíos se giraban. Él me decía que me tocara mientras ellos miraban desde lejos, y yo gemía sabiendo que nos observaban. Eso nos llevó a más juegos, a clubes donde él me veía tontear con otros, siempre con reglas claras. Pero con “Sofía”… eso fue diferente. Lo hice a escondidas, y eso lo jodió todo.

Ramón asintió, dando otra calada, el humo saliendo en una nube densa mientras una sonrisa torcida se dibujaba en su rostro. —Sí, hemos hecho cosas que a muchos les sonarían locas. En un viaje hace unos años, Julia se folló a un camarero del hotel. Fue una experiencia cuckold, surgió sin más. Me excitó como loco, verla perderse con otro, pero después me sentí raro, como si hubiera cruzado una línea. Hoy fue diferente, porque estaba ahí, participando. Y… joder, Ricardo, te lo voy a confesar: me excita que mi mujer me ponga los cuernos. Siempre lo supe un poco, pero esto ha despertado algo en mí, algo que no puedo negar. Verte follarla, oírla gemir tu nombre… me volvió loco, y no sé si eso me hace un enfermo, pero lo disfruté.

Ricardo alzó una ceja, sorprendido, y dio una calada larga antes de responder, el humo saliendo en espirales mientras procesaba la confesión. —Ya, Ramón, eso es… intenso. No me lo esperaba, la verdad. Siempre pensé que los tíos que ven a sus mujeres con otros eran unos cornudos resignados, pero tú lo disfrutas de verdad. Y tú, Julia, ¿qué sentiste al saber que a él le ponía? Porque yo, mientras te follaba, notaba sus ojos clavados en nosotros, y eso me daba un subidón extra, como si estuviera actuando en una película para él.

Julia rio, un sonido suave pero genuino, y se apoyó en el codo para mirarlos a ambos, el humo enroscándose alrededor de su rostro. —Al principio me asustó. Cuando Ramón lo descubrió, pensé que me dejaría, que me odiaría. Pero luego, ver cómo se excitaba, cómo se acercó y jugó con tu semen… me dio una mezcla rara de culpa y placer. Siempre supe que le gustaba el exhibicionismo mío y que los tíos me miren, o como te ha dicho, ese día que me folle al camarero delante de el, pero esto es otro nivel. En esos clubes, él me veía con otros y luego me tomaba como si quisiera borrar sus huellas, pero esta noche fue como si quisiera unirlas a las suyas. Me hace sentir poderosa, saber que mi placer lo enciende, incluso si es con otro.

Ricardo soltó una risa baja, apagando su cigarro en el cenicero con un movimiento pausado. —Sois una pareja de locos, pero me encanta cómo lo vivís. Yo nunca he hecho nada así con Laura, ella es más… tradicional. Pero hoy, sentir que os unía esto, que no era solo un polvo, me dio una perspectiva diferente. Oírte gemir, Julia, y ver a Ramón excitado… fue como un juego de poder. ¿Habéis pensado en cómo seguir con esto? Porque yo, aunque me encantó, no creo que pueda repetirlo sin que mi vida se complique.

Julia se recostó de nuevo, mirando al techo mientras el humo subía en volutas. —No sé si repetiremos con otros. Esto creo que es un punto de inflexión para nosotros. Pero sí queremos seguir con juegos, será solo nosotros dos. Tal vez más exhibicionismo, o algo en privado donde Ramón pueda verme sin que se sienta traicionado. ¿Qué opinas, Ramón? ¿Crees que podemos canalizar esto de otra manera?

—Sí, nena, creo que si podemos pero hay que hablarlo. Me excita verte con otros, pero ahora quiero controlarlo, estar dentro del juego. Quizás en un viaje, como dijimos, donde podamos probar cosas nuevas, solo tú y yo.

Ricardo sonrió, una expresión mezcla de alivio y admiración, y se estiró en la cama. —Me gusta esa idea, un secreto compartido. Si vais a ese viaje, contadme cómo va, ¿vale? Y si necesitáis un consejo para vuestros juegos… ya sabéis dónde encontrarme. Sois un equipo único, joder.

La habitación quedó en silencio, el humo disipándose lentamente, mientras los tres compartían una mirada de complicidad, un pacto sellado no solo con sudor y gemidos, sino con una confesión que los había acercado de una manera inesperada. La tensión se había disuelto, dejando una calma nueva, un entendimiento tácito que prometía más por venir.


Continuará…
Un relato espectacular, lleno de morbo y excitación. Enhorabuena.
 

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