La Escuela de Arte

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16 May 2024
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"Todo resulta gracioso
hasta que te pasa a ti."

Dave Chappelle.




Capítulo 1



“Tu novia se está follando a otro”.


Lo sé, por lo general, no suele ser una frase agradable de leer. Se le queda a uno mal cuerpo, ¿verdad? Adelante, volved a leerla: tu novia se está follando a otro. Hay un montón de cosas en ella que resultan desagradables. Desde el desdén con el que parece tratar un asunto tan serio, hasta el uso de una palabra tan vulgar como es “follando” al lado de otra que merece todo respeto como es “tu novia”. Y eso sin contar la desfachatez con la que afirma que la persona que amas te está traicionando. Porque no dice “alguien se está follando a tu novia”, qué va. Dice bien claro que es tu novia, como agente activo, la que ha querido follarse a otro. Es tu novia, en definitiva, la que decide serte infiel, y ese “otro” no es más que la parte pasiva que es follada. Parece una tontería, pero no lo es. Es una frase escrita con muy mala intención.

Permanecí unos instantes releyendo las siete palabras que, según el chat de la red social, había recibido unos cuarenta minutos antes. El escueto —pero concreto— mensaje había sido enviado desde una cuenta evidentemente falsa de reciente creación, sin fotos y sin más datos personales que un nombre bastante poco creativo: Don Nadie.

El tal Don Nadie se había tomado la molestia de crear un nuevo perfil sólo para informarme de que mi novia se estaba follando a otro. Pero por desagradable que fuese en un primer momento, no pude más que enfrentarme a ella con sarcasmo y escepticismo. “Por supuesto.” —pensé—“Mi novia de hace siete años, la persona más inocente, pura y bienintencionada que he conocido en mi vida, y quien jamás ha hecho nada que ni remotamente me pudiera generar desconfianza, ha decidido de repente ponerme los cuernos… porque lo dice Don Nadie. Claro que sí, hombre.”

Di por hecho que alguno de los cabrones de mis compañeros de trabajo habría tenido la ocurrencia de hacer esa gracia, y entre dos o tres habrían decidido enviarme el mensaje para echarse unas risas con mi reacción. Pensadlo un segundo. ¿Vosotros le habríais dado crédito a un mensaje así? Por supuesto que no. Me pareció tan inofensivo que incluso llegué a pensar en enseñárselo a Lorena, cuando llegó a casa esa misma tarde. Y si no lo hice, fue porque pensé que quizá no le pareciera gracioso que mis compañeros de trabajo bromeasen con ella de esa manera. Poniéndome en su lugar, a mi tampoco me gustaría que sus amigas me utilizasen para hacer ese tipo de bromas. Sencillamente, no le di más importancia. Eliminé la conversación y empecé a pensar cómo podría devolverles la broma a mis compañeros, aunque primero tendría que adivinar quién había sido.

Di carpetazo al asunto cerrando el portátil y me acerqué a darle un beso de bienvenida a mi chica, que estaba entrando en el baño para darse una ducha rápida tras pasar todo el día fuera. Como cada jueves, su horario incluía siete horas de trabajo, y una última hora de desahogo en la escuela de arte.

—¿Qué tal la clase? —pregunté desde el umbral de la puerta mientras ella accionaba la ducha.
—Bien… Bien, como siempre —dijo de forma rutinaria, empezando a quitarse la ropa. —Hoy era una postura un poco rara y me ha costado un poco… No me gusta cómo me ha quedado, pero bueno…
—Bueno, luego me lo enseñas.
—No… Mejor no —dijo torciendo el gesto. —El de hoy no está para enseñar.
—Seguro que está perfecto. ¿Hoy os tocaba ya con Aitor?
—Sí… —contestó mientras dejaba a mano una toalla en el colgador que quedaba más cerca del plato de ducha. —Acuérdate, la semana pasada fue la última que nos tocaba con Bea.

Asentí en silencio apoyado en el marco de la puerta viendo cómo se quedaba en bragas y sujetador. Justo cuando empezó a desabrocharse el sostén, debió de ver mi cara de salido.

—Sal, idiota. —me ordenó, riéndose. —Y cierra, que se escapa el calor…
—¿No me puedo quedar a mirar? —pregunté enarcando las cejas, fingiendo inocencia.
—No, bobo… —dijo. —Que luego no me dejas ducharme… y ahora no me puedo entretener.

Me encogí de hombros y cerré.

—¿Has quedado con estos? —Pregunté, elevando un poco el tono para seguir con la conversación a través de la puerta cerrada.
—Sí, voy a bajar un ratillo. —contestó ya desde el interior de la ducha, a juzgar por el sonido del agua cayendo. —¿Te vienes?
—Si sólo es un ratillo, vale. —contesté.
—Guay, pues ve vistiéndote que no tardo nada.

Lorena siempre había tenido alma de artista. Se pasó desde la primaria hasta el bachillerato siendo “la que dibuja bien”. Ya sabéis a qué me refiero; en todas las clases hay alguien así. Esa persona que está un escalón por encima del resto cuando llega la hora de plástica, quien hace las mejores portadas para sus trabajos, y con quien todo el mundo quiere formar grupo si el profesor pide dibujar algo. Pese a su talento, nunca destacó por ser una de las chicas más populares del instituto. Su carácter introvertido y su aspecto no la hacían ser el objetivo de ningún chico. Su pasión por el dibujo la hizo aficionarse de manera casi enfermiza por el mundo del cómic y la ilustración, lo cual puede parecer algo muy popular hoy en día, pero a principios de los 2000 sólo hacía que los demás te vieran como un bicho raro. Además, como seguro que muchos sabéis por experiencia propia, la adolescencia es un momento muy cruel: por algún motivo te empeñas en desarrollar la versión más fea posible de ti mismo sin llegar a ser consciente de ello. En el caso de Lorena, así fue hasta que pasó a la universidad. Aprovechó el cambio para, por fin, comenzar a usar lentillas, soltarse el pelo —que había mantenido atado en una coleta todo el instituto— o vestir más femenina, e incluso tuvo la suerte de que su acné empezase a remitir. Ya sabéis, la típica adolescencia del patito feo que llega a la universidad convertido en un cisne pibón.

Aunque quizá habría que agradecerles a esos años de patito feo el talento que llegó a desarrollar para el dibujo. Probablemente, si los chicos le hubiesen hecho caso durante esos años, nunca habría pasado tardes y noches enteras encerrada en su cuarto, rellenando blocs de dibujo. Sin embargo, su sueño de toda la vida de convertirse en uno de esos grandes dibujantes de cómic que idolatraba chocó con las presiones de su padre, que veía un camino incierto en la vida de artista, y la aconsejó —por no decir que la obligó— a elegir una carrera más segura desde el punto de vista económico.

A los veintitrés años, Lorena se licenció en derecho y, tras superar varios períodos de prueba en un par de firmas, su padre le ofreció un puesto en su despacho de abogados. Para ese momento, llevábamos un par de años saliendo. Un amigo común tuvo a bien presentarnos en una fiesta y surgió la chispa. Sin más. Siento no poder contaros aquí una gran escena sexual a escondidas, diez minutos después de conocernos, pero la vida real no es como en los relatos porno.

El trabajo en el bufete se le daba bien, pero le proporcionaba tanta estabilidad económica como aburrimiento. Por supuesto, nunca había dejado de dibujar, pero la simple práctica por su cuenta se empezaba a quedar corta, y necesitaba desarrollar sus aptitudes de otra manera que no fuese sólo en sus blocs de siempre. Ya que no había podido dedicarse profesionalmente a ello, quería convertirlo en su vía de escape oficial. Para algunos son los videojuegos, para otros la escritura, o el cine. Para Lorena era seguir desarrollando su arte, y seguir aprendiendo. Fue así como se apuntó en una escuela de dibujo de la que había leído muy buenas opiniones, y que no quedaba lejos de donde vivíamos.

A las pocas semanas abandonó el miedo que le daba que otros juzgaran sus dibujos, pues vio que el resto de sus compañeros tenían historias parecidas, y todos compartían un nivel similar. El componente creativo que le aportaban las dos horas semanales de clase y conocer a gente con sus mismos gustos tuvo un efecto positivo casi instantáneo en ella. No es que fuera una persona triste, ni mucho menos, pero imaginaos teniendo veintipocos y trabajando en un despacho de abogados lleno de fósiles de más de cincuenta años. Seguro que me entendéis.

Otra de las prácticas que también empezó a ser habituales fue la de tomar unas cañas casi todos los jueves después de la clase en un bar cercano a la academia. Estuve invitado desde un primer momento, aunque no empecé a acudir con asiduidad hasta unas semanas más tarde por miedo a sentirme un elemento sobrante en su grupo. Pero nada más lejos de la realidad. El pequeño número de personas que conformaba la clase se presentó como un grupo tan variopinto como agradable. Cada uno tenía una historia y una motivación diferente para estar allí, pero todos tenían en común un carácter amistoso y apacible. Por un lado, estaban las chicas, Ana y Raquel; que tenían más o menos la misma edad que Lorena, e Isabel; que era algo mayor. Y por otro lado estaban los chicos: Isidro, un jubilado con cara de bonachón, Ignacio y Javier; también de la edad de Lorena, y Jorge; que aún era un chaval y era el más joven de la clase. Ocho compañeros, contando a Lorena, bajo la supervisión de Mateo, el profesor que dirigía la clase y les ayudaba a progresar y explorar sus talentos.

—¿Ya estás? —Me preguntó saliendo del baño ataviada sólo con una toalla, y esparciendo pequeñas gotas en el suelo del dormitorio, mientras yo terminaba de ajustarme unos calcetines.
—Sí, sólo me queda calzarme.

Aunque la había visto desnuda cientos de veces, su cuerpo seguía fascinándome como el primer día, y si se me presentaba la oportunidad de verla desnuda, la aprovechaba siempre que ella me dejaba. Caminé hacia la entrada para calzarme, y eché un vistazo por encima del hombro para ver cómo dejaba caer la toalla mojada sobre el suelo, revelando la sucesión de curvas que era su cuerpo mientras se inclinaba sobre la cómoda para coger su ropa interior. Del viejo patito feo ya no quedaba ni una pluma. Verla desnuda me hizo pensar en las primeras clases a las que asistió.

—¿Pero desnuda, desnuda? —le había preguntado.
—Desnuda. —había contestado, ella marcando cada sílaba. —En pelota viva.

Me había costado creerlo, pero, al parecer, para el desarrollo de las clases de dibujo, la escuela contaba con la colaboración de varios modelos amateur que posaban para los grupos de alumnos. Su tarea, como ya os imaginaréis, era muy sencilla: quedarse desnudos y muy quietos durante unos cuarenta y cinco minutos mientras la clase los dibujaba. Para ilustrar su respuesta, Lorena sacó el bloc de dibujo, un cuaderno gigante de hojas gruesas y rugosas, y me enseñó las primeras páginas, donde, entre muchos bocetos rápidos apenas conformados por una docena de líneas, también se encontraban apuntes más elaborados que contaban con más detalle. Allí aparecía el dibujo de una mujer madura, algo pasada de peso y con los pechos bastante caídos, apoyada sobre un taburete y sosteniendo una toalla en una de sus manos.

—Está un poco mayor la señora, ¿no? —comenté al ver los primeros dibujos.
—Claro, tú preferirías que fuese un mega pibón, ¿verdad? —dijo Lorena, riéndose.
—No es eso… —repliqué, de forma poco convincente. —Pero… no sé, parece mayor…
—Eso da igual, bobo. La idea es aprender a captar la naturalidad de la pose… el cuerpo es lo de menos.

Marisa, que era el nombre de aquella mujer, fue la modelo a la que la clase dibujó durante los primeros dos meses. Una vez terminado ese período, los modelos rotaban de clase, y los alumnos aprendían a dibujar otro tipo de cuerpos y anatomías. De esa manera, en el bloc de mi chica dejó de aparecer Marisa y comenzó a aparecer Beatriz, o Bea, como la conocían en la academia. Y qué os puedo decir… con el cambio de modelo, el bloc de Lorena empezó a parecer el Playboy. La tal Beatriz estaba buenísima.

—¿Qué? Esta te gusta más que Marisa, ¿no? —me había dicho Lorena poco después de haber empezado a dibujar a Bea, mientras me enseñaba el bloc.

Me reí, algo incómodo, antes de contestar. Bea representaba el que podría ser el canon de belleza para muchos hombres. Era una morenaza de piel tostada y melena larga y ondulada que poseía la elegancia innata de alguien perteneciente a la realeza. El resto de su cuerpo parecía tallado por un experto escultor: vientre plano y cintura estrecha, espalda definida, pechos pequeños, redondos y perfectos, un trasero respingón y proporcionado, piernas largas y estilizadas… Y por si eso no fuera suficiente suerte genética, la chica era una auténtica preciosidad. Incluso os diría que por muy increíble que fuera su cuerpo —y lo era— su cara era su mayor baza. Tenía unos enormes ojos negros de aspecto felino, una nariz pequeña y recta, pómulos prominentes y unos labios preciosos. Entre las chicas de la clase, empezaron a referirse a ella como “la Barbie morena”, algo que encontré acertadísimo, pues, a excepción de la característica melena rubia, todo en ella recordaba a la elegancia y perfección de una de esas muñecas de físicos imposibles.

—Hombre, la chavala está bastante bien… —reconocí. —Mejor que Marisa, desde luego.

Lorena se rio, y luego me dio un pequeño golpe cariñoso en el brazo antes de darme un beso. Esa era una de las cosas que más me gustaban de ella: ese tipo de comentarios nunca le molestaban. Quizá fuera porque sabía que yo la quería por encima de todo, y una vez tienes clara esa máxima, los comentarios sobre el físico de terceros tienen menos importancia. Y, desde luego, era cierto; yo la quería más que a nada en el mundo, y no la habría cambiado ni por alguien como Beatriz. Volví al presente al ver a Lorena salir del dormitorio, vestida como de costumbre para bajar a tomar un par de cervezas, con unos vaqueros viejos, un jersey y unas deportivas cómodas.

El bar estaba en la calle paralela a la de la academia. Era el local menos atractivo que os podáis imaginar, lo que, de alguna manera, era precisamente lo que lo hacía atractivo. No había una decoración presuntuosa que te hiciera pensar que te encontrabas en un local moderno, ni un servicio arrogante, o una lista de precios abultada. Era el típico bar: varias mesas de madera, unas sillas, y una barra con solera. Y lo cierto es que no necesitabas mucho más para sentirte como en casa. Supongo que era eso lo que hacía que siempre estuviese lleno. Ese jueves, no era menos: cuando llegamos, ya nos esperaban en la mesa de siempre todos los compañeros de Lorena, incluido Mateo, que pese a ser el profesor, también se unía al grupo como uno más.

—Qué pasa, chavales. —Nos saludó Javier desde la mesa, que fue el primero en vernos entrar.

La mesa estaba distribuida como de costumbre, en un lado las chicas, y en otro los chicos, y, como casi siempre, se desarrollaban dos conversaciones diferentes. Tras saludar, Lorena tomó asiento en una esquina del lado de las chicas, entre Ana y Raquel, y yo me senté en el otro extremo, junto a Javier e Ignacio. De aquella manera, podía tener bien controlados a Mateo y a Isidro, los más mayores, y quienes menos se cortaban a la hora de echar buenos vistazos a las tetas de Lorena.

Esto se me había olvidado contároslo, perdonadme. Como os había dicho antes, mi novia sufrió una transformación de patito feo en pibón cuando pasó a la facultad. Pues bien, esa transformación se acentuó de forma especial en sus pechos. En apenas tres años pasó de una talla más que discreta a una talla absolutamente exagerada para una chica de su constitución. Ya de por si, unas tetas de la talla ciento veinte llamarían mucho la atención, pero en una chavala tan menuda y delgada como Lorena, parecían aún más grandes. Ese cambio físico la convirtió en objetivo para muchos chicos, y aquello repercutió de forma muy positiva en su seguridad en sí misma. Para Lorena, esas enormes tetas nunca se convirtieron en motivo de queja, complejo o de dolor de espalda, como ocurría en otras chicas. Ella sabía la suerte que tenía de tenerlas, y estaba orgullosísima de ser la poseedora de aquellos extraordinarios pechos, que no sólo eran grandes, sino bonitos. Aún recuerdo la risa que le entró al verme la cara la primera vez que la vi desnuda.

—Parece que hayas visto un muerto. —me decía entre carcajadas, al ver lo alucinado que me quedé al ver los amplios pezones de tono rosado que se desvanecían poco a poco al llegar a su límite, o lo enhiestas y turgentes que se mostraban sus tetas.

En ese momento, yo, que siempre había sido más bien un tío de culos me pasé irremediablemente a la religión de las tetas grandes. Estaban en otro nivel. Y así lo habían notado también Isidro y Mateo, como os contaba. En realidad, todos los que había en esa mesa habían echado en algún momento un vistazo a sus tetas, pero estos dos lo hacían con una insistencia y descaro especial que, imagino, les confería la edad. A los otros; Ignacio, Javier y el joven Jorge, también los había pillado en algún momento, pero eran vistazos tímidos y fugaces, como los que podría haber echado yo mismo de no ser Lorena mi novia. No me gustaba mucho que la mirasen, pero lo podía entender. Y al menos, a Aitor, el único que yo podría considerar peligroso, nunca le había pillado mirándole.

Aitor era el novio de Bea y, desde luego, estaba a su altura. ¿Habéis visto, en esas pelis de superhéroes, al tío que hace de Thor? ¿Ese cachas enorme, rubio y de ojos azules? Pues Aitor podría haber sido el doble de riesgo de ese tío; era otro puto dios nórdico. Y si no fuera porque no hacía ni puto caso a ninguna de las chicas de la clase, estaría bastante preocupado por su presencia. Sobre todo, por que esa semana había empezado a posar ante la clase, y ya me podía imaginar las pasiones que levantaría entre ellas un tío así. Aunque claro, viendo a su chica, Bea, entendía perfectamente que no hiciera ni caso a ninguna más. Con una novia así, imagino que el resto de chicas del planeta deben de desaparecer para ti.

La velada no se alargó mucho más de las dos horas habituales, como había pronosticado Lorena. Los dos teníamos trabajo al día siguiente y estábamos algo cansados del trajín de toda la semana. Ambos disfrutábamos de pasar los jueves en el bar con los chicos de la academia, pero era cierto que algunos días lo hacíamos más por mantenimiento que por disfrute, ya me entendéis.

Según llegamos al piso, Lorena se descalzó dejando las zapatillas tiradas en la entrada y fue directa al baño para desmaquillarse y ponerse el pijama. Como muchos sabréis, cuando llevas mucho tiempo viviendo con alguien se establecen ciertos códigos no verbales. En nuestro caso, uno de esos códigos era este “desmaquillarse y ponerse el pijama”, que concretamente, significaba “hoy no vamos a tener nada de sexo”. Por mi parte, mientras ella seguía en el baño, encendí la televisión y me puse cómodo en el sofá, que en nuestro idioma era algo así como “genial, pero creo que yo voy a hacerme una paja”.

Esperé a que Lorena terminase en el baño y apagase la luz del dormitorio, porque, aunque a veces resultaba evidente que me masturbaba en silencio mientras ella dormía, no me gustaba que ella se diera cuenta mientras lo hacía, e intentaba ser lo más discreto posible. Si ella se daba cuenta, desde luego nunca me decía nada, ni me lo recriminaba. Es más, sería bastante injusto que lo hiciese, puesto que si yo lo hacía era porque me veía obligado debido a su falta de deseo, que, siendo francos, cada vez era más difícil de sobrellevar.

No quiero que suene mal, y sé que cuando rondas la treintena el deseo sexual se reduce y no tienes las ganas de cuando eras un chaval… pero follar una vez al mes es muy poco, lo mires como lo mires. Y hacía ya bastante tiempo que había empezado a ser lo habitual. En ese momento, incluso estábamos batiendo nuestro propio record, habiendo alcanzado ya los dos meses y medio sin tener nada de sexo.

Y cuando digo nada de sexo, es nada de sexo. A mi novia no le gustaba que le practicara sexo oral. Siempre decía que se sentía incómoda y no lo disfrutaba, o que le hacía cosquillas (aunque yo tenía mis sospechas de que la auténtica razón era que no le gustaba cómo lo hacía yo, sencillamente), y Lorena tampoco es que se prodigase mucho en el sexo oral hacia mi. No se prodigaba nada, más bien. Podría contar con los dedos de dos manos las veces que me la había chupado en siete años, y todas pertenecían a una época remota, cuando habíamos empezado a salir y se mostraba mucho más activa sexualmente. No es que llevase un calendario, pero sí podría deciros que la última mamada recibida habría sido unos cuatro años atrás, más o menos. Sí, es un poco frustrante, pero si a tu novia no le gusta hacerlo, tampoco la vas a obligar ¿no?

Por mi parte, intentaba no ser un pesado con el tema sexual, y evitaba insistir demasiado. La buscaba de forma regular, pero por lo general me rechazaba de forma cariñosa. Sabía que últimamente estaba muy estresada con el trabajo, e incluso había algunas veces que era yo quien la rechazaba, por la misma razón. Encontrar un momento en el que los dos tuviéramos ganas se empezó a convertir en una tarea complicada y, poco a poco, el polvo mensual pasó a ser lo habitual.

Ya sé que estáis pensando algo como “pues vaya vida sexual de mierda teníais”, y quizá tengáis razón, pero nosotros lo veíamos como algo normal. Ya habíamos pasado la etapa de desenfreno durante los veintipocos, y ahora quizá simplemente estábamos atravesando una etapa algo más aburrida en el ámbito sexual, y en ningún momento llegamos a verlo como un problema real. Yo me conformaba con el polvo mensual, que, aunque escaso, seguía siendo muy satisfactorio para ambas partes.

Pero esa noche, en lugar de dejar puesta una película de fondo con el sonido muy bajo, coger el móvil y empezar a buscar algún video porno que me inspirase, decidí pasar primero a la cocina a beber un vaso de agua. Dejé correr un poco el agua del grifo para que se enfriase, y reparé en que el bloc de dibujo de Lorena estaba en la mesa de la cocina, tal cual lo había dejado al llegar por la tarde. Normalmente lo dejaba en el salón, pero ese día lo había dejado allí de forma descuidada; la cocina era un lugar peligroso para ese bloc, podía mancharse y estropearse de mil formas diferentes. Así que llené un vaso con agua, cogí el bloc y volví al salón. Me tiré en el sofá tras beber un trago largo, y me puse a ojear de forma distraída los bocetos de Lorena. Obvié la parte de los posados de Marisa, y me detuve bastante en los de Bea. Cómo deberían sentirse los compañeros de clase de mi chica al tener que dibujar a aquella chica tan perfecta. Seguí pasando hojas despacio hasta que recordé que ese día había habido cambio de modelo, y avancé para ver cómo había empezado Aitor. Como esperaba, las dos últimas páginas utilizadas correspondían a la clase de la tarde, en las que Aitor se convertía en el nuevo modelo para los siguientes dos meses. En la primera página, como a veces era costumbre, no había más que algunos trazos muy rápidos, que apenas bocetaban la silueta de Aitor, en una postura similar a la del David de Miguel Ángel; de pie, apoyando el peso sobre una pierna, y con una de sus manos cerca del mentón. Ya sólo con esos bocetos rápidos, era más que evidente el espectacular físico de aquel muchacho.

En la siguiente página, había un boceto mucho más detallado, pero con algo que no encajaba. Lo contemplé durante unos instantes. Llegué a la conclusión de que sólo había dos posibilidades: o Lorena había cometido un notable error… o ese chico tenía un pene descomunal entre las piernas.

Bajo su vientre, y dibujado sólo con unas líneas rápidas, parecía que le llegaba hasta la mitad de muslo, y que tenía un grosor imposible. Y acompañándole, con apenas dos líneas muy desdibujadas, se intuía lo que parecía ser un escroto imponente. Ahogué una pequeña risa nerviosa al verlo. Aquello no podía estar bien. Casi parecía más una caricatura de un tipo pegado a una polla gigante que un verdadero apunte al natural que buscase el realismo. Pero ¿y si el dibujo era, en efecto, consecuente con el físico real de Aitor? Un sudor frío me recorrió la espalda sólo de imaginar a Lorena mirando durante casi una hora a un tipo con ese físico, y teniendo que fijarse bien en esa inmensa polla para representarla de forma fiel en su cuaderno.

Algo perplejo, cerré el bloc y lo dejé sobre la mesita. Volví a dar un trago al vaso, y apagué el televisor. Aquellos dibujos me habían quitado cualquier gana que pudiera tener de masturbarme. Me cepillé los dientes y me metí en la cama sin poder quitarme la imagen de esos últimos bocetos de la cabeza. Miré a Lorena, que respiraba profundamente, perdida en sus sueños. Cerré los ojos, y algo que había olvidado durante todo el día, volvió a mi mente de forma fugaz antes de caer dormido.

“Tu novia se está follando a otro”.
 
Última edición:
Buen comienzo .
Está claro que el que le he mandado el mensaje no se lo ha inventado y el debe estar ya alerta para pillarla.
Desde luego si como parece es cierto, debería plantearse si merece la pena seguir con Lorena, porque yo creo que no.
 
Gracias Required por estar de vuelta con nosotros y compartir tus creaciones. Un comienzo muy interesante para el relato. A ver como se desarrolla. Pocas mujeres pueden estar una hora mirando y dibujando un pene así, y que no se les remueva algo por dentro. Apenas Aitor le preste un poco de atención, va a sucumbir seguro. Aunque tampoco sabemos mucho de su jefe Mateo, tan solo que le gustan sus tetas, y puede que se le dé bien las malas artes de engatusar a jóvenes inocentes. Deseando ver la continuación del relato.
 
Buen comienzo .
Está claro que el que le he mandado el mensaje no se lo ha inventado y el debe estar ya alerta para pillarla.
Desde luego si como parece es cierto, debería plantearse si merece la pena seguir con Lorena, porque yo creo que no.
El relato esta en infidelidades, no digo mas :ROFLMAO:
Muy buen comienzo, es un placer leer un relato bien construido. Gracias Required por tu aportación.
Siendo maquiavélico, el mensaje puede ser una trampa para sembrar la duda en el protagonista y en la relación. Y si un polvo al mes es poco, dos meses y medio sin sexo en mucho tiempo
 
Brutal tu regreso. Morbo a tope y texto excelente.
A la espera y gracias por tu trabajo.
 
pues vaya vida sexual de mierda teníais

pues si, no se concibe una pareja de 30 años en donde por norma se folle 1 vez al mes y sin problemas (enfermedades, distancia, etc) se lleve 3 meses sin follar
y cuando tengas 50?¿ que va a ser? ¿1 vez cada Lustro?
 
Pillo sitio, provisto de:
- Tila, para los cabreos por lo que haga el protagonista.
- Cleenex, para las pajas leyendo lo que hace (o lo que parece que hace) la protagonista.
- Palomitas, para disfrutar de las opiniones de los foreros.
- Alprazolam, para la espera entre un capítulo y otro.
 
Capítulo 2


—Tiene la polla perfecta, tía.

No cabía duda de que era la voz de mi novia y, aún así, me resistía a creer que fuera ella quien estaba hablando. Por el bullicio, parecía estar en el bar de siempre. No había pasado una semana completa desde que el misterioso desconocido me había mandado el dichoso mensaje privado, cuando volvió a sorprenderme con un nuevo mensaje; esta vez conteniendo únicamente un archivo de audio de apenas unos minutos de duración.

El audio, que había comenzado con una charla anodina entre Lorena y sus compañeras de la academia, se había tornado pronto en una acalorada conversación centrada exclusivamente en Aitor, y más concretamente en su pene. La conversación no dejaba lugar a dudas: el boceto que había visto era fiel a la realidad. Tras una pequeña intervención de Ana, en la que había insinuado tímidamente que estaba “bien dotado”, mi chica había tomado la palabra para continuar alabándole de forma más explícita.

—La tiene larguísima… Y súper gorda… —hizo una pausa, como si estuviera visualizando mentalmente aquello de lo que hablaba. —Tiene un pollón que flipas.

Me ruboricé sólo de oírla decir aquello. No podía creerlo. No es que mi novia fuera una monja, pero nunca la había oído hablar de esa manera, y menos aún hubiera pensado que hablaría así del pene de otro tío. Es cierto, yo soy el primero que no actúa igual cuando está con su pareja y cuando está entre amigos… Y por supuesto, también había dicho grandes burradas en ciertas situaciones. Pero, viniendo de Lorena, me parecía que fuera otra persona. Ella era de esa clase de chica introvertida, callada y más bien tímida. Además, toda su imagen reforzaba esa idea de ella. Su melena rubia, sus ojos azules, la forma educada con la que se expresaba siempre, el recato al vestir, intentando nunca llamar demasiado la atención. Al menos, esa era la imagen que yo tenía de ella. Cuando hablaba de sexo conmigo, nunca usaba palabras como “polla”, pues parecía que le diera vergüenza decirla en alto. Siempre había preferido usar palabras como “tu cosa”, “tu picha”, “tu colilla”, y demás…pero nunca “tu polla”. Y mucho menos “pollón”. Al menos, no conmigo. Con sus amigas ya la había dicho más veces en diez segundos que conmigo en diez años.

“Tiene un pollón que flipas”.

Mis dudas sobre si Lorena le habría mirado con algo más que interés artístico se habían disipado. Sentí una punzada de celos al imaginarla sentada en una de las sillas de la academia, mirándole fijamente la polla durante todo el tiempo que duraba la clase. Pero, en fin, yo también miraba a Bea con algo más que interés artístico. Y tampoco soy gilipollas, era perfectamente consciente de que a mi novia le atraían los penes grandes. Pero una cosa es saber que tu novia pueda fantasear a veces con un miembro grande, y otra muy diferente, saber que tiene una delante todos los martes y jueves.

Las alabanzas continuaban en el audio, esta vez, de boca de Raquel.

—A mi lo que me pone cachonda son las venas que tiene…—dijo, con voz de salida, provocando las risas infantiles de las otras dos.— Parece que tenga ahí colgando el brazo de un montañero.

—Pero la tiene bonita, ¿no? —intervenía Ana.— Dentro de que es una cosa monstruosa… es bonita.

—Sí, sí… —reconocía de nuevo Lorena.—A mi me encanta. Es una polla de diez.

“Una polla de diez”.

Da igual lo que os digan vuestras novias. Seguro que están contentas con vuestra polla, y no necesitan nada más, y cumplís con sus expectativas y todo eso. Claro que sí. Pero si estuviera en su poder, seguro que a todos os añadirían cuatro o cinco centímetros más de polla. No lo dicen, obviamente, porque os quieren, y no quieren herir vuestros sentimientos. Al fin y al cabo, hay cosas más importantes que el tamaño de la polla. Pero tened claro que, si una buena mañana, os levantarais con una polla de veinte centímetros, a ellas no les parecería nada mal. No es lo más importante, pero importa.

Es un poco lo que me ocurría a mi con Lorena. Yo sabía perfectamente que no era ningún súper dotado. Era más bien un dotado, sin más. Incluso un poco-dotado, dependiendo de la fuente que consultases para conocer el tamaño medio de España. Es curioso que, cuando lo consultas en Internet, los foros están llenos de mensajes de tíos con pollas que nunca bajan de los dieciséis centímetros, pero cuando acudes a una fuente oficial, descubres que la media real está en los trece centímetros. Supongo que sólo tienen acceso a Internet los que suben la media.

Alguna vez había salido el tema del tamaño entre Lorena y yo. Como os decía, ella también tenía el repertorio estándar para tratar ese tema: a mi me gusta la tuya, no necesito más, una más grande seguro que me dolería, la tuya me entra perfecta, etc. A más de uno le sonará. En determinado momento, Lorena hizo la pregunta definitiva.

—Porque a ti… ¿cuánto te mide?

Es curioso, pero no llegamos a hablar de ello hasta varios años después de estar saliendo.

—Pues lo que a la mayoría…—contesté.— Trece, o por ahí…

Lorena frunció el ceño.

—No, yo creo que te mide más… Quince mínimo.

Esbocé una sonrisa, pero negué con la cabeza.

—Ojalá… pero no. Te digo que estoy en la media.

—¿Tú nunca te la has medido? —preguntó ella.

—A ver, sí… pero cuando era un adolescente, por curiosidad…

—¿Y te medía trece?

—Sí, algo así… no recuerdo exactamente…

—Bueno, pero desde entonces… algo te habrá crecido, ¿no?

Volví a reír.

—Pues ni idea… pero no creo.

Se quedó pensativa un segundo, y se levantó del sofá en dirección a la sala de estar. Cuando volvió, llevaba una regla escolar transparente de treinta centímetros y una sonrisa de oreja a oreja.

—A ver, venga, vamos a medirla.

—Anda ya, Lore… —me quejé. Realmente no me apetecía constatar lo que ya sabía: que mi polla no era nada del otro mundo

— Que sí, trae…

Se sentó a mi lado, y me bajó de un tirón el elástico del pantalón, revelando mi pene flácido. Nos miramos un segundo en silencio, y Lorena rompió a reír.

—Hay que animarla un poco, sí… Pero espera… Vamos a ver cuánto mide así...

—Lorena… —volví a quejarme, sintiéndome algo humillado.

Mi chica cogió la punta de mi polla y la estiro, colocando la regla a su lado. El final de mi glande llegaba hasta la marca de los seis centímetros.

—Oye, nada mal… —dijo, de forma irónica.— Seis pedazo de centímetros…

Volvió a partirse de risa, y continuó.

—Bueno, seguro que ahora crece, vamos a ver.

Volvió a dejar la regla sobre el sofá, y se levantó el jersey que llevaba hasta el cuello, dejando ver el sujetador blanco que llevaba puesto. La mitad de sus pezones sobresalían por encima de las copas del sostén. Bajó su mano por mi muslo hasta encontrar mi polla, y la acarició de forma suave.

—¿Con esto te vale? —dijo sonriendo, haciendo referencia al escote que se dibujaba bajo el jersey arrugado. Quise decirle que necesitaba ver más, pero lo cierto era que en cuanto había dejado el sujetador a la vista, mi polla había empezado a crecer.

—Sí… parece que así vale. —se auto respondió, apreciando la dureza que asomaba en mi miembro.

Me besó durante unos instantes, sin dejar de masturbarme de forma muy lenta, hasta que mi polla alcanzó su tamaño máximo, momento en que se detuvo, y volvió a coger la regla con una sonrisa pícara.

—Trece centímetros, decías, ¿no? —comenzó a decir de forma juguetona.— No me habrás engañado…

Sonreí, disfrutando de su juego, y negué con la cabeza.

—Venga… Si te mide un poco más que la última vez que te la mediste, te la chupo.

Su predisposición me sorprendió. Como ya os he contado, lo de las mamadas era algo sumamente inusual, incluso en aquel entonces, cuando no llevábamos tanto saliendo.

— Y si se te ha quedado en trece, me das besitos tú a mi. —continuó.

Darle besitos era la forma que tenía de pedirme que le comiera el coño, por si no os ha quedado claro. La palabra “coño” estaba totalmente prohibida en su vocabulario. La consideraba como la palabra más vulgar de todo el diccionario, y la verdad es que no puedo culparla; no es una palabra bonita.

—Lo que tú digas. —dije, con una media sonrisa, esperando que al menos me hubiera crecido un milímetro desde los quince años.

Volvió a coger mi pene y colocó la regla justo al lado. Su pelo me impedía ver hasta dónde llegaba, pero emitió un ligero sonido triunfal.

—Doce con tres… —dijo con una amplia sonrisa.— Eres un mentirosillo, eh…

—Venga ya… Era algo más, seguro que has hecho trampa… —dije, fingiendo indignación.

Me incorporé un poco y esta vez fui yo el que colocó la regla al lado de mi polla para comprobar que, en efecto, ni siquiera llegaba a los trece centímetros. Arrojé la regla al suelo, mientras Lorena había empezado a canturrear una canción inventada, que versaba sobre mi pequeño miembro.

—Bueno, deja ya de reírte, tampoco es para tanto…

Lorena paró y me abrazó de forma cariñosa.

—Que es broma tonto, si sabes que a mi me encanta…

Sonreí, e intenté besarla, pero me esquivó.

—Oye, oye… Habíamos hecho una apuesta… Los besitos me los tienes que dar en otro sitio.

—¿Y no prefieres que…? —le insinué, pegando mi pelvis a la suya.

—No, no… —se encogió de hombros, y volvió a chincharme— Ya lo siento… Si la tuvieras un poquito más grande…

Por supuesto, no era tan cruel, y después de una buena ración de sexo oral, fue ella misma quien me pidió que se la metiera, y terminamos echando un buen polvo, pero la confirmación de que la tenía un poco pequeña se quedó para siempre.

El recuerdo de esa anécdota me había hecho perder el hilo del audio, al que aún le quedaba algo menos de la mitad, a juzgar por la barra de audio que aparecía en la pantalla. Retrocedí algunos segundos arrastrando el manejador con la yema del dedo índice, y volví a pulsar el botón de play.

—¿Alguna vez habéis probado una cosa así?—preguntaba Lorena, tras los últimos elogios al miembro de Aitor.

—Yo tuve un rollete en la universidad que tenía una buena herramienta —decía Raquel.—Pero a años luz de lo que tiene este chico, desde luego… Y desde entonces poca cosa… todo bastante mediocre. O normalitas o pequeñas, directamente. ¿Vosotras?

—Bueno,… —contestaba Ana.— yo creo que toda mujer tiene un pollón en su pasado, ¿no?

Las tres rieron, y Raquel aprovechó para pinchar a Ana.

—Anda, mírala… que parece que no ha roto un plato en su vida y es una tigresa…

—No, no te creas… —apaciguaba Ana.—Fue una cosa puntual y no he vuelto a ver de cerca nada tan grande… Pero ya se terminó.

—Y parecía tonta la niña… —se burló Raquel.

Tenía razón. Ana era una chica en la que no te fijarías, aunque te la cruzases por la calle diez veces. Y no era porque fuese fea, o poco atractiva. Cuando te fijabas mucho, era una chica bastante mona. El problema era precisamente ese: que para ello había que fijarse mucho, mucho. La coleta baja en la que llevaba siempre recogido el pelo, las gafas grandes y redondas que nunca se quitaba, y la piel blanquecina, no la ayudaban a llamar la atención… Pero es que su forma de ser la hacía directamente mimetizarse con el paisaje. Cuando te parabas a observarla, descubrías que era guapa y que no tenía mal cuerpo, pese a estar demasiado delgada, pero su conversación era aburrida, nunca tenía nada interesante que contar, y cuando intentaba hacer algún chiste provocaba más lástima que gracia. Tenía tanta personalidad como un ficus. Estaba seguro de que Lorena no sería su amiga de no ser porque era parte de la clase. Era exactamente lo opuesto a Raquel.

Raquel tampoco estaba especialmente buena… pero tenía un polvazo. Dejad que me explique, y seguro que me entendéis. Raquel no tenía una cara especialmente bonita, pero tenía los ojos grandes y una llamativa melena rizada. Tenía algún kilo de más, pero todos en los sitios correctos, lo que le proporcionaba un buen par de tetas, y una figura llena de curvas. Era muy extrovertida, hablaba mucho y muy alto y, a diferencia de Ana, era una tía bastante graciosa. Como os decía, no estaba buena… pero te la follarías. Fue Raquel la que devolvió a mi chica la pregunta, reutilizando la frase de Ana.

—¿Y tú?¿También tienes un pollón en tu pasado?

—Bueno, así, como la de Aitor no… Pero sí ha habido alguno que calzaba bien…

—¿Alguno…? —preguntaba Ana, reproduciendo la misma pregunta que yo tenía en la cabeza.

—Bueno, a ver. —aclaraba Lorena.— Uno… Sólo uno. Un noviete que tuve en el la universidad la tenía bastante grande... Bueno, sobre todo la tenía gorda.

La noticia era tan nueva para Ana y Raquel como lo era para mi. Sabía que había tenido parejas antes de estar conmigo, por supuesto, pero nunca había salido a la luz que hubiera tenido un novio bien dotado. Me dio una nueva punzada de algo parecido a celos en el estómago.

—¿Sólo bastante?—ahondaba Raquel, que parecía hablar con una sonrisa.

—Bueno… la tenía enorme, a decir verdad. —dijo, medio riéndose.— Es que, claro, la de Aitor no tiene sentido de lo grande que es, y todo parece pequeño en comparación… Pero ese chico la tenía súper gorda, en plan como mi muñeca, Y de larga sería así, más o menos...

Imaginé que en ese momento mi chica había separado los dedos índices para explicar el tamaño del que hablaba. Aunque quedase lejos de las dimensiones de Aitor, no debía ser poco, a juzgar por la reacción de Ana.

—Joder.

—Sí… —reconocía Raquel.— El mío mucho menos, sería una cosa así…

De nuevo, imaginé que usaban la mímica para dar a entender el tamaño al que se referían.

—No, no… —seguía mi chica.—Yo a este chico no se la tapaba con dos manos. O sea, si se la cogía así, sobresalía un poco la punta.

Supuse que volvían a hacer mímica, sirviéndose de los botellines de cerveza como si fueran los miembros que disfrutaron en el pasado. Arqueé las cejas instintivamente al imaginarme el pollón que manejaba en su época de universidad y del que nunca había oído hablar. Tampoco iba a dejar que esa nueva noticia me hundiera, pero tenéis que reconocer que a ninguno os haría mucha gracia saber que vuestras chicas se empalaban en un rabo mucho más grande que el vuestro antes de estar con vosotros.

—Joder, yo también quiero una de esas... —se resignaba Raquel. Se hizo un pequeño silencio, peor volvió a la carga— ¿La de Aitor cuántas manos serán?

—Pf... por lo menos tres… —decía Ana, casi avergonzada de decirlo.—Aunque, bueno, yo las tengo pequeñas, claro.

—Nah, sí… —decía Lorena, pensativa.— Tres manos, fácil. Es que, joder… ¿Cuánto le medirá? Más de veinte, ¿no?

Lorena hablaba de esa polla con una fascinación que me empezaba a tocar las narices.

—Sí… —afirmaba Ana.— Eso son más de veinte… unos cuantos más.

—¿Veinticinco? ¿Veintiseis? Qué locura… —seguía Lorena.— Qué polla tiene el cabrón.

"Qué polla tiene el cabrón".

Cada reflexión de Lorena resultaba más dura y chocante que la anterior. La conversación entre las chicas se detenía unos segundos, hasta que Raquel volvió a hablar.

—Ay… —suspiraba.—La verdad es que todos los que las tienen, suelen ser unos gilipollas… Pero, joder, cómo se echan de menos esas pollas, ¿eh?

Las tres rieron a carcajadas, pero ninguna lo negó.

—Bueno, tendremos que conformarnos con vérsela a Aitor. —decía mi novia.

Una cuarta voz que no reconocí decía algo imposible de entender, a lo que las chicas contestaban algo igualmente indescifrable. Un instante después, Lorena se resistía a dejar morir el tema, con último apunte, que volvió a hacerme sentir una punzada.

—¿Y sabéis lo que me pone bastante? —decía.— Aunque me da un poco de vergüenza…

—Venga anda, si llevas babeando media hora —reía Raquel.— Dilo, va.

— Pues… que tiene los huevos enormes, tía.

—Uff, sí… —reconocía Raquel, mientras Ana también emitía un sonido de afirmación.

Recordé que a mi también me había llamado la atención al ver el boceto. Bajo el enorme cipote, colgaban un par de pelotas que estaban a la altura de las dimensiones del miembro, y que, hasta ese momento, pensaba que sí podían deberse a una exageración del dibujo.

—Los tiene súper grandes… —elaboraba Lorena.—como si pesaran un montón. Es una cosa que nunca me había llamado la atención, pero viéndoselos a este… Joder, me pone mirárselos.

—¿Cómo se correrá, eh? —dijo Raquel, otra vez con el mismo tono de salida, y provocando la risa de las tres.

Ana volvía a tomar la palabra, pero el audio terminaba de forma abrupta.

Me quedé unos segundo mirando la pantalla, pensativo, digiriendo lo que acababa de oír, pero intentando mantener la calma. Escuchar a tu novia deshacerse en elogios hacia el rabo de otro tío no es plato de buen gusto para nadie, pero ¿qué significaba? Nada, realmente. ¿Acaso el pene de ese chico no era una cosa sobrenatural? Joder, hasta yo me había sorprendido cuando vi el boceto en el cuaderno de Lorena. ¿Y en qué circunstancia se había dado la conversación? En una reunión con dos amigas en un bar después de unas cuantas cervezas. Yo había tenido conversaciones cien veces peores en la oficina hablando sobre las tetas de alguna becaria. Y eso, estando completamente sobrio.

No, aquello era una gilipollez. Una que no era agradable de oír, pero nada más. Sin embargo, lo que no me parecía una tontería era otra duda: ¿Quién estaba intentando hacerme creer que mi chica me era infiel? ¿Y por qué? ¿Y por qué en ningún momento me había dicho con quién me estaba siendo infiel? Aunque parecía indicarme que estaba obsesionada con Aitor. No tenía mucho sentido.

Y pese a que fuese una gilipollez, las palabras de Lorena me jodían bastante. No significaba que se lo estuviera follando, pero sí que estaba absolutamente fascinada con la polla de ese tío. Y aún quedaban semanas hasta que volviesen a rotar y le perdiera de vista un tiempo. Ahora tendría que pasarme dos horas a la semana sabiendo que mientras le dibujaba, también babeaba al verle el rabo. Y no por la boca.

Me recosté en la silla del escritorio, con la mirada fija en el archivo de sonido. Ahora sólo escuchaba el sonido del agua corriendo desde el cuarto de baño, mientras mi chica se duchaba, quizá, pensando en el imponente rabo de Aitor o en sus enormes cojones. Pero por doloroso y desagradable que fuese ese pensamiento, no debía desviarme de lo importante: ¿quién podría ser?

Desde luego, los sospechosos no eran muchos. El audio estaba grabado en el bar donde se reunían después de clase. La única gente conocida que frecuentaba ese bar era la gente de la clase de arte. ¿Eran sus amigas de clase tan nobles como para querer que yo supiese algo así? No, las tías son las primeras que se tapan entre sí con estos asuntos. Pero entonces, ¿quién querría que yo pensase que mi chica se estaba follando a otro, hasta el punto de intentar convencerme con una prueba tan dudosa como esa conversación? Cuanto más tiempo pasaba, más tonto me parecía el intento de hacerme creer la infidelidad de Lorena. Todos hemos tenido conversaciones así alguna vez. No significan nada. Parecía un intento desesperado por joderme… Por jodernos.

Miré al techo, pensativo, golpeteando con el dedo la esquina del escritorio y una idea tomó forma en mi mente. El misterioso “Don Nadie” tenía que ser uno de esos imbéciles de la case de Lorena. Uno de esos tíos se creía muy listo, y se estaba haciendo pasar por un alma caritativa que me informaba de las malas intenciones de mi novia. Uno de esos tíos se había fijado en Lorena y la quería soltera para abalanzarse sobre ella. Y no se le había ocurrido una forma más rastrera que hacerse pasar por alguien con nobles intenciones e intentar engañarme. Uno de esos tíos se pensaba que yo era gilipollas.

¿Pero quién?
 
Lorena me está dando bastante asco. Pero mucho, mucho, mucho.
Se están comportando como auténticas neandertales que dan vergüenza ajena.
Y siendo sincero, no me va a doler nada si la manda a la mierda. Es absolutamente lamentable, bochornosa y patética esa conversación que tuvo con las amigas.
Ahora va a resultar que es más importante tenerla grande que estar con una persona a la que amas.
Vete al carajo Lorena.
Ojalá el protagonista encuentre una mujer que lo sepa valorar y la mandé a paseo ya.
 
Muy buen capítulo!

De este tipo de relato, una de las cosas que más me gusta es esa etapa "investigativa" que se da y aquí parece que tendremos mucho de eso, ya que hay alguien que estará enviando cosas a nuestro protagonista y no creo que sea loco descartar que el mismo intente averiguar más cosas ahora que cree que es alguien del grupo de Lorena el que le está enviando los mensajes.

Respecto a quien le esta enviando los mensajes, algunas opciones de quién puede ser:
  • Alguien ajeno al grupo que puso algún tipo de micrófono escondido y grabó esa conversación. Yo esto lo veo lo menos probable, porque el protagonista en ningún momento habla sobre la calidad del audio, que es algo esperable si está grabando algún micrófono inalámbrico puesto para que no se descubra.
  • La chica a la que no le reconoce la voz. ¿Podría ser Beatriz?
  • Otra de las chicas.
  • Alguna de las chicas presentes confabulada con su pareja.
Qué creen ustedes?
 
Lorena me está dando bastante asco. Pero mucho, mucho, mucho.
Se están comportando como auténticas neandertales que dan vergüenza ajena.
Y siendo sincero, no me va a doler nada si la manda a la mierda. Es absolutamente lamentable, bochornosa y patética esa conversación que tuvo con las amigas.
Ahora va a resultar que es más importante tenerla grande que estar con una persona a la que amas.
Vete al carajo Lorena.
Ojalá el protagonista encuentre una mujer que lo sepa valorar y la mandé a paseo ya.
Me parece completamente exagerado tu comentario Carlos. El propio prota lo dice, es algo común cuando alguien está con su grupo de amigos que alguien suelte una barbaridad así. Estar con amigos y escuchar a uno decir "A esa le daba", me parece lo más común del mundo. Pero eso algo más raro en mujeres y quizás eso choca (y lo entiendo).

Si sumamos hacía donde es posible que vaya la historia, entiendo tu "enojo" pero me sigue pareciendo un poco exagerado para con Lorena.
 
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