La fiesta

Nemesio

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La fiesta.

Desde luego, fue una fiesta muy, muy especial. Iba a ser en la finca del amo, como todos nuestros encuentros anteriores, pero al final una pareja de amigos se ofreció a organizarla en su casa y correr con los gastos y todos accedimos por deferencia.

La fiesta sería para el amo, claro, y tres parejas muy conocidas y seleccionadas, las tres casadas legalmente y con una vida en común ya con alguna trayectoria. Todos somos amigos y sabemos de la vida sexual de cada pareja y como es cada cual.

Tan solo puso el amo, como director de ceremonia, dos condiciones: que nadie llegara desnudo y que se utilizaran atuendos sugerentes y, por supuesto, lencería. Todos y todas teníamos claro que en esta fiesta follar sería solo el colofón de la noche, no necesario ni exclusivo. Lo importante era el juego, las situaciones, los gestos, las palabras…

La segunda condición fue que durante la fiesta los matrimonios quedaban momentáneamente disueltos y nadie podría reclamar a su pareja en exclusiva. Así el amo se aseguraba el libre acceso a las tres mujeres sin restricciones por parte de los maridos, a la vez que variedad en los juegos y actividades amorosas que tuvieren lugar.

La cita era a las diez en el sótano de la casa. La cena sería servida por los maridos, el amo quedaba exento. Los tres preparamos todo por la tarde, la mesa, la comida y la bebida, la música… Yo me encargué de seleccionar los videos porno que se pasarían en la gran pantalla que había en el sótano, y preparé los juguetes preferidos de unos y otras, las cremas, etc.

También teníamos una dosis de viagra para cada uno. Yo había decidido tomarla. Los otros no lo tenían claro.

Pero he de poner al lector en antecedentes sobre cada uno de los asistentes a la fiesta que se preparaba. En primer lugar, hablaré de la pareja anfitriona, los dueños de la casa.

Ella estaba preñada por propia decisión, aunque tardía –teníamos todos alrededor de los 40–. Según le fue contando a mi mujer toda aquella época, la preñó el amo. La pareja andaba mal desde que ella descubrió que el marido frecuentaba un chat porno. Una noche lo descubrió hablando con una mujer por video llamada y masturbándose en el sótano de su casa.

Aunque él le quiso dar explicaciones, ella no se las aceptó. Y maquinó una venganza. Consistiría en que no lo dejaría tocarla, ni siquiera rozarla, pero seguirían durmiendo juntos. Siempre iría en lencería o batas cortas o transparentes por casa cuando él estaba, hablaría con sus amigas –con mi esposa especialmente– por móvil de forma obscena y descarada, sugerente y provocativa, sucia y pornográfica, pero no lo dejaría tocarla ni gozar un mínimo del contacto con su cuerpo.

Todas las noches, cuando se acostaban, se ponía un video porno de los que le gustaban, de jovencitos con grandes pollones, cornudos presenciando la entrega de sus esposas a hermosos bbc, etc. y se masturbaba sonoramente con gemidos y grititos de placer con su estupefacto esposo al lado en la cama sin atreverse ni a respirar.

Pero no le permitiría a él tocarla ni tocarse. Debería quedar cargado de tensión sexual todas las noches, obligándole a estar siempre pendiente de ella. Si se tocaba, se lo recriminaba agriamente y durante ese día, hasta la noche, no le permitía verla con su lencería sexy ni se paseaba delante de él moviendo las caderas y haciendo mover sus hermosas tetas al ritmo de sus altos tacones.

Lo dejaba estar presente cuando se duchaba o se arreglaba las uñas de los pies, cuando se cepillaba su hermosa cabellera en el espejo del dormitorio o seleccionaba la lencería que se iba a poner para salir o estar por casa. Incluso le pedía su opinión sobre cierto tanga o cierto liguero ensañándose con él, excitándolo hasta que el bulto bajo su pantalón lo delataba, pero negándole el acceso a su espléndido cuerpo.

Se compró mucha ropa, toda sugerente, falditas muy cortas, prendas con grandes escotes, tacones altísimos, transparencias, bodys, corsés… Se lo enseñaba todo, solo para que él se la imaginara así vestida en la calle, a la vista de todos los machos que seguramente la mirarían deseando tocarla y besarla.

Él sufría lo indecible con esta nueva táctica sexual de su esposa, de la que estaba profundamente enamorado y sentía una pasión y una excitación que ella cultivaba y acrecentaba día a día. La admiraba en su belleza, la adoraba, pero ya no se atrevía a solicitar sus servicios ni su amor.

Lo sorprendió otra vez masturbándose mirando videos en internet, esta vez en su móvil. Se fijó en que a él le gustaba la temática de embarazadas y lactantes, y comprendió que debía subir unos grados su caliente táctica de venganza:

–Carlos –le dijo una noche mientras veía cómo un negro follaba a una hermosísima esposa mientras el marido miraba al lado en la cama–, he tomado una decisión.

–Ah, sí? Tú dirás, amor mío.

Por un momento él se congratuló de que su esposa fuese a cambiar y le dejase poseerla.

–He decidido preñarme –le espetó ella de la forma más cruda.

El pobre se quedó de piedra. Luego reaccionó como ella esperaba, anteponiendo su satisfacción sexual:

–Bueno, me parece estupendo –le respondió–. Es un alivio que dejes tu desdén hacia mí y que me permitas…

–No me has entendido –cortó ella–. Quiero preñarme, pero no de ti.

Se puso pálido. Se quedó mirándola con los ojos muy abiertos mientras ella seguía observando la pantalla.

–Tú –prosiguió ella– no te mereces mi cuerpo. No serás mi preñador. Lo será…

–¿Quién? –casi gritó él con gesto de despecho e intriga.

–El amo, claro.

Siguieron unos días terribles para nuestro amigo, se sentía abandonado, fracasado, conculcados sus derechos maritales, avergonzado, humillado y sometido totalmente a los caprichos de su esposa. No quería contrariarla en nada: aún guardaba esperanzas de arreglar las cosas y ser él quien embarazara a su esposa, como era lo natural.

Se lo comían los celos cada vez que su mujer hablaba por video llamada con la mía o con el amo, lo que hizo cada vez con más frecuencia. Delante de él, una noche le dijo a mi esposa:

–No, no, él no va a ser el padre. Será el amo. ¿Te parece bien el amo, querida?



–Ah, me da igual lo que diga o haga. Él ya tiene quien lo satisfaga por internet, no me necesita.



–¿Fuerte? Claro que es fuerte. Pero no se merece fecundarme, no es digno. Lo tengo en terapia, porque prefiere desperdiciar su semen con putas por internet en vez de dármelo a mí. Y espero que no me ponga dificultades en mi propósito.



–No lo descarto, pero no creo que mi ira se calme tan pronto. Me tiene verdaderamente decepcionada. Podía hacer conmigo todos sus caprichos, todas sus perversiones, pero no. El señor no tenía bastante con su aburrida y ya demasiado vista esposa, quería sensaciones nuevas. Pues ahora las va a tener. Va a ser cornudo y consentido, y va a criar al hijo de su corneador.

Tuvo que ser él mismo el que preparase los encuentros de su esposa con el amo:

–Hola, amo. Sí, muy bien. Ella también, sí. Mira, que dice mi esposa si puedes visitarla esta tarde, que está en… esos… días…
No, no, que es fértil, digo. Es buen momento para… ya sabes. ¿Esta noche? De acuerdo. Sí, sí, te la tendré lista. Sí, claro, se ha comprado prendas nuevas, muy sugerentes. Ya las verás.

Las citas se sucedieron durante un mes entero siempre en casa de ellos. Cuando se duchaban él les tenía preparado todo en el baño. En el televisor del dormitorio, los videos de negros pollones que a ella tanto le gustaban últimamente.

Todos los días follaban. Empezaban en el sofá del salón con ruidosos besos de tornillo y manoseos, siempre con él como testigo directo.

Luego marchaban al dormitorio de matrimonio, pero a él lo dejaban en el salón, para que su cornudez fuese más sufrida, más dura: ella no le permitía satisfacerse ni excitarse con la visión de sus juegos en la cama con el amo, y él, escuchándolos, no se atrevía siquiera a tocarse, por más empalmado que su pene se le pusiera.

Cuando el test dio positivo, los encuentros siguieron, a pesar de que ya el semen del amo no era necesario, pues su cometido ya lo había cumplido: estaba preñada y bien preñada.

Ahora, en la fiesta, ella estaba embarazada de 8 meses, su vientre era muy voluminoso y sus pechos se habían desarrollado enormemente, ensanchando sus areolas y endureciendo el pezón. Sus labios rojísimos y brillantes se mostraban esplendorosos, dispuestos, parecía, a la chupada.

Vino con un negligée semitransparente blanco atado con un lacito rosa bajo los pechos, que lucían turgentes y redondos por el gran escote, y dejando su barriga a la vista de todos. Su largo pelo, casi hasta el culo, hermoseaba su figura.

Un tanga negro dejaba ver el vello rojizo de su monte de venus perfumado de Chanel entre sus hermosas ingles brasileñas. Los altos tacones rojos la hacían moverse ondulante y provocativa, las caderas a un lado y a otro, los tetones votando en su reducido espacio.

El esposo, por el contrario, lucía en su cabeza una diadema con cuernos vikingos por imposición de su hermosa mujer. Había tomado por orden de ella la viagra, y pronto sus efectos se notarían en sus pantalones, para diversión de todos. Era un cornudo en toda regla, consentidor y enamorado de su esposa hasta el punto de que se disponía a criar el fruto de su cornamenta.

Continuará.
 
Por cierto, busca el hilo LA FIESTA, que acabo de publicar. Te gustara y te podras hacer muchas pajas a nuestra salud, cerda.
 
Pongo una foto de mi esposa, a ver si os gusta y os animais a pajearos con ella:
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Continúo mi relato. Quien comentar, puede hacerlo también por privado.

La Fiesta II

La segunda pareja la formaban un afeminado y una bi tirando a machorra. Él ya era muy amanerado cuando se conocieron, se hicieron novios y se casaron, y el matrimonio agudizó, con la práctica sexual debida, sus tendencias femeninas durante varios años hasta ahora, en que le atraían sobre todo los hombres.

Ella, por el contrario, era bisex, pero con tendencia lésbica. No desdeñaba a los hombres, de hecho, el amo la follaba con cierta frecuencia en su casa y en su cama matrimonial, pero ella sentía debilidad por las mujeres, y sobre todo por las sumisas tetonas, como mi esposa. Quizá por eso se hicieron muy amigas ellas dos.

A mi en cambio él no me cuadraba del todo, pues se mostraba muy proclive a mí incluso en lugares donde no debería. Una cosa era besuquearnos en el sofá viendo porno con nuestras mujeres, incluso dejarle chupar mi miembro, y otra que me mariconeara en lugares como mi propio negocio delante de mis empleados.

Así que, más bien, en los últimos meses estuve dándole de lado. Quizá por eso cuando llegaron a la fiesta, y como era costumbre entre nosotros besarnos en la boca para saludarnos, él me dio un morreo a tornillo y a mí me ese beso tan apasionado y tan temprano, me pareció excesivo. Pero, en fin, todos se rieron con humor del detalle.

Al fin y al cabo, yo no era el más indicado para criticar nada, pues, lo mismo que él, también utilizaba con alguna frecuencia a mi mujer para atraer machos a los que comer los rabos u ofrecerles mi culo.

Vinieron vestidos de calle, pero se cambiaron en un dormitorio. Él se puso, claro, un uniforme de doncella con cofia, mucho escote con relleno de silicona y un tutú negro, medias, ligueros y tacones. Y un delantalito blanco con encajes. En el culo, una cola de zorro, perdón, de zorra. Tras la cofia lucía una diadema con cuernos de caracol.

La esposa se puso una faldita de colegiala, de esas de cuadros y a tablas, muy, muy corta, no le cubría ni el pubis, ni el tanga, ni el culo. Se puso calcetines altos y zapatos de tacón bajo. Arriba, un top corto también que dejaba ver la parte baja de sus pechos e insinuaba sus pezones, gruesos y en punta como los de una adolescente caliente.

El caso fue que el tío, perdón, la tía maricona estuvo toda la noche pendiente de mí, solicitándome un beso, insinuándose conmigo, echándome mano a mis partes íntimas, piropeándome: Guapa, decía, tía buena… Y su esposa, igualmente, se pegó a mi mujer e iba con ella a todas partes en la fiesta.

La abrazaba sin motivo, la toqueteaba mientras hablaban, le comentaba lo rojos que se había pintado los labios, le palmeaba el culo, le rozaba los pezones sobre la ropa… un agobio. Pero a mi esposa le gustaba, era evidente, sentirse admirada por su amiga, y a mí me parecía bien que sus toqueteos le produjeran placer.

El ambiente, con todo esto, se fue caldeando, no solo por la calefacción, sino por los cuerpos de las esposas, tan insinuantes, y, claro, por el marica afeminado, que parecía otra esposa más, je je je.

El tío no quiso viagra. Decía que ya estaba muy caliente para tomarlo, pero que a él le encantaba que lo tomáramos los demás hombres. Claro, pensé, le interesaba, je, je, je.

El amo y yo nos tomamos la pildorita azul con la primera copa de champán Dom Perignon y yo enseguida puse los primeros videos, un pendrive lleno de cuerpos musculosos y miembros grandes, duros y muy erectos, con corridas larguíiiisimas.

–Tienes a tu marido más afeminado que nunca, no? –preguntó mi esposa a la del marica abrazadas en el sofá.

–Sí, bueno, yo lo dejo que siga sus tendencias naturales, cariño. Y es que, además, en casa está siempre entre mujeres, con mi madre y conmigo. Y ya sabes cómo es mi madre de mimosa con el macho de la casa, jajaja.

-Sí, como la mía más o menos, jajaja.

Los comentarios del maricón al ver los tíos que aparecían en los videos eran los naturales en él:

–Oh, que hermosura de macho, por Dios. Vaya polla que tiene el chico, eh. ¿Se dejará encular por el amigo? Yo me lo comería enterito con patatas…

Nos reíamos mucho de la voz aflautada y afeminaba que tenía.

No me había dado cuenta, pero el pervertido llevaba los huevos atados sobre la polla, es decir, encima de la base del miembro, con una goma negra. Le habría costado mucho entrenamiento alargar el escroto para conseguir esa posición de los testículos. Nosotros lo habíamos visto en videos porno pero no lo habíamos intentado nunca.

Con la primera canción lenta, lentísima, bailaron mi esposa con la del marica, el amo con la preñada y a mí me invitó, claro, el afeminado. Consentí por deferencia, al fin y al cabo, estábamos allí para relacionarnos todos y todas, ¿no? Solo quedó desparejado el marido de la preñada, que hacía de mirón desde el sofá.

Luego bailamos suelto, con más o menos gracia los machos, mucho más ondulantes y expresivas, calientes, las hembras. El marica se lo pasaba bomba meneando el culo de lo más afeminado delante de mí. El marido de la preñada la miraba con adoración y suplicante. El bulto de su pantalón denunciaba su excitación y su calentura.

Indudablemente el pobre sufría muchísimo viendo a su esposa con aquella lencería, con la barriga de embarazada al descubierto, el ombligo abultado y los pechos hinchadísimos moverse sensualmente mirando siempre al amo y nunca a él, que se apretaba de vez en cuando su abultado miembro contra sí para darse algún placer íntimo.

Continuará
 
Aceptamos comentarios por privado.

Igual si hay que aclarar algo de los textos anteriores
 
La Fiesta III

Dejaré al amo para el final, su caso es peculiar. De nosotros ya he hablado otras veces. Cuando nos conocimos y me hablaron de Ana me propuse firmemente conquistarla para mí. Era la mujer perfecta. Por lo que me contaban, ya en el instituto había sido la pajillera de todos a la vez que amiga fiel de las alumnas más salidas.

Su grupo de compañeros se había dado más de un calentón con ella en la playa, en los pubs, en los coches. Y como me pareció una persona excelente, me enamoré de ella como un tonto y me la pelaba todas las noches soñando con ella, con sus manos masturbadoras, sus pechos más bien grandes, sus piernas bellísimas…

Era guapa y hermosa de cuerpo, tetas más bien grandes como digo, piernas bonitas y poderosas y, según me dijeron, jamás se negaba a nada por guarro que fuera. Y eso fue lo que más me conquistó de ella.

Había tenido un par de novios ya, y seguía viéndose a veces con el último. Pensé que la follaría, claro, y ella me lo confirmó. De hecho, me informó de que seguía viéndose con él para follar en el coche. Pero, eso sí, como acordamos, siempre me lo contaría con todo detalle, para mi placer.

Le confesé que yo era un cornudo vocacional y convencido. Que carecía del sentido de propiedad sobre la mujer, ni pretendía follarla en exclusiva. Que la fidelidad en el amor era una cosa y en el sexo es otra. Que una es emocional y lo otro es fisiología o biología, todo físico.

Acordamos libertad absoluta, lo que me pareció beneficioso para mi natural lujurioso, pues me contaría todo lo que vivía y sucedía en materia sexual, para que yo lo gozara también a mi manera. Y viceversa, claro.

Le confesé mi tendencia bisexual, es decir, que me gustaban también los hombres. Y ella me correspondió diciéndome que también era bi y además con fuerte componente de sumisa. Esa sumisión la aprovecharía yo para satisfacer con ella y en ella mis instintos más urgentes, lo que le pareció muy bien.

También me contó, entre susurros y suspiros de deseo, los novios que había tenido, lo que le hacían o ella les hacía, también las chicas que la habían seducido y cómo fue desvirgada por su padre con la ayuda y orientación de su madre.

Esto me intrigó, y la hice profundizar en esa etapa de su vida. Me lo contó todo, con detalle. Me sugirió que su natural sumiso venía de la dominación que su padre había ejercido siempre con ella y con su madre.

Le hice saber mi pasión por el porno, sobre todo el más sucio:

–¿Y qué temáticas son las que más te agradan?, me preguntó con expresión entre ingenua y picarona.

–Pues…

–¿A que lo adivino yo sin tu ayuda? –dijo ella–. Yo creo que te gusta el incesto. ¿Acierto?

–Pues claro.

–También te gustan las embarazadas y lactantes, ¿verdad?

–Sí, claro que sí.

–Y en cuanto a hombres…. Creo que te gustan los negros y los jovencitos bien dotados, ¿no es así?

–Pues sí. Me da vergüenza, pero sí.

–No debes avergonzarte de mí. A mí también me gusta todo eso.

–Pero es que…, además…

–¿Puede ser que te guste el zoo, los enemas, las jaulas de castidad…? –completó ella.

–Sí. ¿Cómo lo has sabido?

–Es fácil: eres un depravado, como yo, y a los depravados nos gusta todo eso –respondió–. También te gustarán las chicas trans, en plan muñequita inocente, el bdsm, los dildos…

–Síiiiii, amor mio, qué comprensiva eres, cielo.

–Es que somos los dos iguales. Nos gustan las mismas cosas, los mismos temas, cariño mío.

Me sugirió que no tuviera reparos en castigarla cuando hiciese algo que no me gustase. Yo repuse que no era de mi especial preferencia, pero que en todo caso nunca usaría instrumentos ni nada que le dejara marcas en su cuerpo. Solo mi mano. Le pareció genial, porque no era el dolor, sino el sometimiento lo que la ponía.

Me propuso probar una noche, en el coche. En el asiento de atrás se echó sobre mis piernas boca abajo, le subí la minifalda y dejé su culito al descubierto, le bajé las braguitas de colegiala y le di una buena azotaina con mi mano abierta, alternando una nalga y otra. Se le pusieron coloradotas, apetitosas. Luego me besaba agradecida. Le comí el coño, y ella a mí la polla.

Nos casamos a los 22. Su madre fue madrina, una mujer madura apetitosa de grandes pechos, culo grande y duro y unos muslos hermosísimos. Me pareció una complaciente esposa del oso que fue su marido, con su descomunal polla y sus modales autoritarios, como me había dicho su hija.

Me contó aquella noche los consejos que siempre le había dado su madre: la esposa debe complacer en todo al marido, pues ya se sabe que los hombres tenemos necesidades diferentes a las mujeres. El macho de la casa debe encontrar siempre lo que desea en la propia casa. Lo demás, si lo disfrutan ambos, estupendo.

Los celos no eran aconsejables, ni la posesión exclusiva. Nunca negarse a las propuestas sexuales del macho, por raras que puedan parecer. Seguir al marido en todo lo que éste apetezca, acatando sus caprichos y decisiones.

Para la fiesta, ella se puso un vestidito de red o malla celeste al que había quitado el forro. La malla era ancha, de unos 3 o 4 cms, y sus pezones salían por ella, endureciéndose con el roce. Le llegaba a algo menos de medio muslo, con gran escote de tirantes muy finos, en forma de cadenita dorada, y amplia espalda descubierta casi hasta la cintura.

Se puso un perfume que sugería una puta callejera y unos tacones altísimos. No llevaba bragas ni sujetador, claro, e iba depilada. Lucía un moño que podía soltar cuando quisiera. Sus uñas me encantaban, rojísimas como sus labios, brillantes y moderadamente largas, ideales para arañar la espalda del macho.

Continuará
 
La Fiesta IV

En cuanto al amo, creo que mejor presentarlo al amable y cómplice lector narrando la conversación que tuvimos él y yo cuando le presenté a mi esposa en un discreto local de nuestra ciudad. Ella estaba muy intrigada e interesada, pues ya la tenía bien informada sobre él, que era mi socio y principal cliente, y sus intenciones.

Para la ocasión le aconsejé se pusiera un vestidito negro que tenía, escotado y muy pegado, muy cortito, y se maquillase y pintase de forma muy sensual y descarada, muy sugerente. Le aconsejé unas medias negras con liguero y un tanga blanco.

Él tenía unos 50 años, no era demasiado alto y tenía un carisma especial, un magnetismo muy poco frecuente. Era entrecano y sus modales, educados y corteses, muy distinguidos. Vestía muy bien, de buenas marcas, no fumaba y bebía solo vinos o licores de alta calidad.

Cuando llegamos nos estaba esperando en el salón interior. Se puso en pie mirando a mi esposa de arriba abajo con ojos de admiración y besó su mano elevándola hasta sus labios y haciendo una ligera reverencia, lo que la subyugó, pues se sintió admirada y valorada.

Nos sentamos en aquella especie de sofá mullido y relajante, mi mujer entre los dos, y él nos pidió champán Moet&Chandon, lo que nos pareció muy bien. La música ambiental era susurrante y sensual. El ambiente, íntimo, de luz suave indirecta. El varonil perfume del macho enamoró a mi esposa desde el primer momento.

La verdad es que mi esposa lo miraba enamorada. Yo la tenía al corriente de todo respecto a él, y su presencia, aunque la intimidaba un poco, pues no lo conocía personalmente, le agradaba: el amo la atraía muchísimo. Y la mirada brillante de él me indicaba que sentía lo mismo hacia mi esposa. Me sentía muy satisfecho.

–Te felicito –empezó diciéndome él mirando a mi esposa–: tu mujer es una verdadera preciosidad. Más hermosa y bonita de lo que me habías explicado. Encantadora.

–Gracias –dijimos los dos al unísono, lo que nos produjo una risita nerviosa que delataba nuestro nerviosismo.

–Tu marido me ha hablado de ti, cariño –dijo él–, de tus… cualidades y tus… encantos.

Y diciendo esto le pasaba dos dedos por la pierna, desde la rodilla al borde del vestido.

–Bueno, hemos hablado de ti muchas veces, sí –intenté añadir fijándome en su roce al muslo de mi esposa.

–Me ha contado que eres sumisa –siguió diciendo él–. No sé hasta qué punto…

Y le subía los dedos bajo el vestido ya, lo que la puso un tanto nerviosa.

–Bueno, ella es muy sumisa, sí –dije–, sin límite, muy, muy sumisa.

–Gran muestra de amor, te felicito otra vez –dijo él tomando de nuevo la mano de mi esposa y llevándosela a los labios para besarla otra vez suavemente.

Mi mujer nos miraba, a uno y otro alternativamente sin decir nada y sin dejar de sonreír en todo momento.

–Bueno, como te dije –siguió el amo mirándome, pero reteniendo la mano de mi esposa entre las suyas–, mis necesidades de mujer son muy grandes. Estoy solo desde hace ya mucho tiempo, y no me gusta. Necesito amor. Estoy harto de putas. Necesito una mujer de verdad. Como tú, cielo.

–¿Eres soltero, viudo, separado…? –se atrevió a preguntar mi esposa sin rescatar su mano del calor de las del amo.

–Me divorcié hace ya… –respondió él soltando la mano de mi esposa y llevándose la copa a los labios. Estaba claro que le incomodaba hablar del tema–. No tengo hijos, no tengo a nadie. Pero me haría feliz tener un hijo o una hija, no sé si tu marido te lo ha dicho.

–Sí, se lo he dicho –dije.

–Pero no quiero compromisos –continuó–. Me gustaría ser padre, pero sé que sería un mal padre y no quiero que se me reprochase nada en el futuro.

–¿Entonces…? –dudó ella.

–Tendría que ser una cosa acordaba, un trato…, no sé… Yo, naturalmente, lo tendría bien provisto económicamente siempre, a mi hijo y a…

–A sus padres legales –le interrumpí yo.

–Eso es. Y sin exigirles nada a cambio, solo que pudiera ver a mi hijo o hija de vez en cuando.

–Una madre de alquiler –apostilló mi esposa.

–Bueno… Si quieres llamarlo así… Todo mi patrimonio, debo decir, sería para él y, claro, para quien lo hubiere criado, eso es natural. Sé ser generoso, muy generoso. Por ese lado no habrá problema.

El amo volvió a tomar la mano de mi esposa entre las suyas y las acarició con ternura. A ella se le notó la sensación voluptuosa que le causó el nuevo contacto. Luego posó su mirada en el escote de mi esposa.

–También me ha contado tu marido –prosiguió él como hablando con las tetas de mi mujer– que no hace tanto quisisteis ser padres.

–Sí –dije yo–, la idea surgió cuando nos encontramos por casualidad con un antiguo novio de ella. Nos propusimos que podría ser buen candidato para fecundarla, dadas las dificultades que tenemos, que tengo yo en concreto, para hacerlo de manera, digamos…

–Pero no salió bien –dijo mi esposa–. Lo estuvimos intentando mucho tiempo, pero no me quedé embarazada.

–Sí, ya sé todo eso –me interrumpió el amo–. Por eso he concebido este plan, como sabes. No sé lo que piensas ahora que me has conocido.

Y se quedó mirándola apasionadamente queriendo provocar en ella una emoción igual.

–Creo… –dudó ella– Pero, en fin…, no sé…

–Quizá debería saber también mi mujer –dije entonces– tus… preferencias…, tus…

–Ah, claro, claro –respondió el amo–. Bien, yo no soy bisex, hasta ahora. Vosotros sé que lo sois los dos y que tenéis… experiencias, pero me gusta… todo… en el sexo, no pongo reparos a nada y comprendo perfectamente a toda persona que tenga ciertas… inclinaciones, digamos, sus apetitos, sus…

–Sus perversiones –aclaré.

–Eso es. Me gusta, eso sí, ser dominador de la situación. Por eso me encantó saber que tú eres sumisa y que tu marido casi que también. Sois la pareja ideal para mí.

–Y… ¿cómo se haría? –preguntó ella mirando a uno y otro alternativamente.

–Bien –respondió el amo resolutivo–. Dispongo de una casa de campo discreta y muy confortable. Allí podemos vernos y…

–Un nido de amor –quise aclarar yo.

–Un picadero –concretó mi mujer.

–Podríamos viajar –prosiguió él sin responder–, salir, divertirnos, no sé… Yo voy con frecuencia a París y a Londres, así que… Tú serías mi esposa en nuestros viajes, venga o no tu marido.

–¿No exiges exclusividad? –preguntó mi esposa.

–Bueno, en principio sí, claro, como puedes suponer, para asegurar mi descendencia. Pero, por lo demás, vuestra libertad es total, siempre que no haya penetración que no sea la mía. Incluso os presentaré a mis amistades, y así podréis compartir mis… cosas… conmigo, siempre y cuando os parezca bien.

–De acuerdo –dije.

–Ah, y otra cosa –dijo él tomando su copa para beber–: a partir de ahora me llamaréis amo. Los dos. ¿De acuerdo?

–De acuerdo –dijo mi esposa.

–De acuerdo –la apoyé.

-Yo a vosotros os llamaré...

-Cornudo y puta -dije-. Así estará bien, no?

En ese momento él pidió bailar. La música era lentísima e íntima. Se pusieron en pie. Reparé en que mi mujer no se molestó en bajarse el vestido y se le quedó bastante subido. No había nadie en el salón, así que, abrazadísimos, se movían apenas sin salir de la losa mientras las manos del amo recorrían la espalda de mi esposa.

Luego bajó a su culo, donde subió el vestido dejándoselo descubierto, y le magreaba con fruición las nalgas, a las que daba de vez en cuando un azotito cariñoso.

–Tienes una mujer estupenda –me dijo él en uno de los giros suaves–. Está buenísima, muy rica.

–Gracias, amo –acerté a responder ensimismado en la escena de magreo que me ofrecían los dos. Mi miembro estaba ya duro entonces y me lo apretaba contra mí dándome gusto momentáneo mientras miraba y miraba, algo que siempre me ha gustado: hacer de mirón.

Me excitó muchísimo ver a mi mujer bailando con otro macho deseoso de su hermosura, con el vestido subido ya casi hasta la cintura y su culo magreado por las poderosas manos del amo. Iba ya a sacar mi miembro por la bragueta para masturbarme mirándolos cuando se separaron y vinieron a sentarse de nuevo.

Mi esposa tampoco esta vez se bajó el vestido. Se sentó a mi lado, muy pegada a mí, dejando sus muslos y sus caderas al aire. Entonces se produjo la insólita petición del amo:

–Con tu permiso –me dijo–, quiero solicitarle a tu mujer que me regale sus bragas. Serán como un trofeo para mí.

–Por mí, encantado. Si ella te las da…

Ella se bajó las bragas lentamente, se las quitó y se las ofreció al amo de forma ostensible para que yo disfrutara el momento. Y lo disfruté.

–Toma –dijo–. Para tu colección. Tendrás muchas, ¿no?

El amo las olió con unción, las lamió y se las guardó en el bolsillo interior de la chaqueta.

–Gracias, serán un bien muy preciado para mí –dijo sin responder a la pregunta insidiosa de mi esposa.

Luego abrazó a mi mujer y la besó mientras yo los miraba envidioso, no sé si celoso. Una mano se la deslizó por los muslos hasta el pubis y acariciaba con fruición su pubis depilado, intentando introducir un dedo hacia abajo para llegar al clítoris.

Pero entró gente, y la cosa se paró ahí. De vuelta a casa, pedí opinión a mi esposa, que me dijo que le parecía bien, pero que no pensaba preñarse, que eso ya tuvo su momento. Lo que no era impedimento para que jugáramos con el amo el tiempo que hiciera falta. Me pareció extraordinario. La llevé a la cama y le comí el coño.

Continuará
 
Última edición:
La Fiesta V
Así que la fiesta seguía su curso improvisado. La preñada bailaba con el amo muy amartelados, mientras el marido los miraba envidioso, yo creo que celoso también, desde el sofá con un buen bulto en su pantalón, lo que demostraba el placer que le producía ver a su mujer en brazos de su preñador, aunque sintiera rencor hacia este por poder poseerla en su lugar.

En su abrazo intenso, el amo se adaptada a la barriga de su amante preñada y le apretaba los glúteos bajo la prenda transparente que ella “vestía” mientras le susurraba palabras de amor al oído que la hacían reír nerviosa y ruborizada. El marido se preguntaría desde el sofá qué guarrada le estaría diciendo el tío a su esposa.

Mi esposa bailaba con la del maricón, también muy amarteladas y ondulantes la una contra la otra, como insinuando el roce de sus clítoris. De vez en cuando se besaban morreándose y mordiéndose los labios, comiéndose la una el carmín rojo de labios de la otra. Sus manos iban de sus culos a sus tetas sin parar.

Yo bailaba con el afeminado, que se empeñaba en besarme en la boca. El tío estaba empalmado y me daba soberbios topetazos en mi pubis. Tenía, como he dicho sus testículos atados y colocados encima de su polla, en un alarde de entrenamiento y adaptación de sus genitales a sus anhelos depravados.

Las bolas eran más bien grandes y, al tacto, suaves. Estaba coloradotas y saludables, y creo que palpitaban de deseo hacia mí. Me pidió varias que lo llevara al dormitorio, que le diera por culo, pero pensé que era demasiado temprano para descargar ya el semen, con lo que se bajaría la tensión, y le hice esperar, complacido.

Era pesado en sus peticiones de amor conmigo, pero a mí me halagaba y me complacía mantenerlo pendiente de mí, emputecido perdido, entregado a mis encantos, que yo potenciaba moviéndome amariconado en su abrazo. Cómo me ponía el marica aquel con sus embestidas de deseo.

La cena fue espléndida, con grandes cigalas y langosta, regado todo con champán Dom Perignon. Cada cual se sentó donde quiso. Mi esposa quedó junto al amo, que la toqueteaba con frecuencia, tanto sus pechos como sus muslos. Yo me senté junto a la preñada, que me explicó que le quedaba poco más de un mes para dar a luz.

El marido de la preñada estuvo entre el afeminado y la mujer de este, que lo animaron mucho con sus bromas y con las gracias eróticas del marica. La tía le tocaba el bulto del pantalón continuamente y le pedía que se sacara la polla para menearla, pero él no se la sacó, yo creo que porque su esposa no se lo habría autorizado.

En los brindis, tomó la palabra el amo:

–Brindo por mi futuro hijo o hija, que nacerá de mi puta aquí presente, con el permiso de su marido.

–Por el hijo del amo –contestamos todos menos el marido de la preñada.

–Y por el cornudo del marido –dijo el amo también–, que ha tenido la valentía y el amor suficiente hacia su mujer como para prestármela para ser recipiente de mis espermatozoides y la fábrica de mi heredero o heredera. Vaya para él mi reconocimiento y mi respeto.

–Por el cornudo –gritamos todos menos él.

A todo esto, los efectos de la viagra eran muy ostensibles ya en todos nosotros. Mi pito, aunque pequeño, se mostraba espléndido, durísimo, venoso incluso, con el capullo amoratado. Mis huevos trabajaban a toda prisa fabricando el semen que me produciría placer al salir de mí. Yo estaba excitadísimo con la preñada al lado.

El maricón nos mostró su obra de arte, sus huevos atados sobre su polla, que quedaba debajo de los testículos. Tenía el nabo bastante empalmado y, aunque no era muy grande, se le veía hermoso en esa difícil posición. Lo mostraba orgulloso de pie mientras se levantaba la faldita en una pose muy femenina y descarada el cabrón.

–Y brindo –dijo el amo después– por mis putas, que me dan todo el placer que yo necesito. Y, naturalmente, por sus cornudos maridos, que me las ceden para darme gusto con ellas. Sois unos cabrones como es debido.

–Por tus putas –respondimos.

–Por tus cornudos –añadimos.

–Aunque no hemos hecho –añadió el amo con su copa en la mano– la ceremonia de boda entre mi preñada y yo, queda claro que ha sido mi esposa desde que le propuse ser madre de mi vástago. Me convirtió en su primer marido, pasando el suyo a ser segundo. Le agradezco la deferencia, tanto a ella como a él.

El marido de la preñada asintió y bebió a la salud del amo. Le envidiaba porque tenía los favores de su mujer, los mismos que a él le negaba desde hacía más de un año. Pero al menos le permitía presenciar sus folladas y luego, junto a ella en la cama, cuando se masturbaba, ella le pegaba a las piernas su hermoso y deseado culo.

Con eso se había satisfecho todo aquel tiempo, saboreando cada espectáculo que ella le ofrecía duchándose, poniéndose la nueva lencería que él le compraba para que sedujera al amo, o simplemente estando en casa semidesnuda, con transparencias, en braguitas o desnuda total, ansiando el momento de acostarse a su lado.

Todas las noches le permitía masturbarse, pero, eso sí, sin tocarla. Ella, como he dicho, le pegaba su culo vuelta al otro lado de la cama, sintiendo –como le había descrito a mi esposa– sus meneos en el colchón. Se calentaba con ello, pero aguantaba su deseo hasta que la visitase el amo para follarla en la cama matrimonial.

Se propusieron algunas actividades para después de la cena, que se desarrolló visualizando en todo momento pelis de negros follándose con sus grandes pollones, preñadas y lactantes chupando pollones de todos los colores, y muñequitas trans con jaulitas de castidad y vestidas como putitas, una delicia.

Continuará
 
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La Fiesta VI

La fiesta seguía su curso improvisado. La preñada bailaba con el amo muy amartelados, mientras el marido los miraba envidioso, yo creo que celoso también, desde el sofá con un buen bulto en su pantalón, lo que demostraba el placer que le producía ver a su mujer en brazos de su preñador, aunque sintiera rencor hacia este por poder poseerla en su lugar.

En su abrazo intenso, el amo se adaptada a la gran barriga de su amante preñada y le apretaba los glúteos bajo la prenda transparente que ella “vestía” mientras le susurraba palabras de amor al oído que la hacían reír nerviosa y ruborizada. El marido se preguntaría desde el sofá qué guarrada le estaría diciendo el tío a su esposa.

Mi esposa bailaba con la del maricón, también muy melosas y ondulantes la una contra la otra, como insinuando el roce de sus clítoris. De vez en cuando se besaban morreándose y mordiéndose los labios, comiéndose la una el carmín rojo de los sensuales labios de la otra. Sus manos iban de sus culos a sus tetas sin parar.

De vez en cuando se daban sonoras palmadas en los glúteos desnudos, o se comían las bocas agarrándole la lesbiana la cabeza a mi mujer como para impedir que se separa de aquellos apasionados besos y aquellas sensuales mordidas de labios que a mí me enervaban tanto.

Yo bailaba con el afeminado, que se empeñaba en besarme en la boca. El tío estaba empalmado y me daba soberbios topetazos con su polla tiesa en mi pubis. Tenía, como he dicho, sus testículos atados y colocados encima de su polla, en un alarde de entrenamiento y adaptación de sus genitales a sus anhelos depravados.

Las bolas eran más bien grandes y, al tacto, suaves. Estaba coloradotas y saludables, y creo que palpitaban de deseo hacia mí. Me pidió varias que lo llevara al dormitorio, que le diera por culo, pero pensé que era demasiado temprano para descargar ya el semen, con lo que se bajaría la tensión, así que le hice esperar, complacido.

Era pesado en sus peticiones de amor conmigo, pero a mí me halagaba y me complacía mantenerlo pendiente de mí, emputecido perdido, entregado a mis encantos, que yo potenciaba moviéndome amariconado en su abrazo. Cómo me ponía el marica aquel con sus embestidas de deseo y sus proposiciones indecentes.

La cena fue espléndida, con grandes cigalas y langosta, regado todo con champán Dom Perignon. Cada cual se sentó donde quiso. Mi esposa quedó junto al amo, que la toqueteaba con frecuencia, tanto sus pechos como sus muslos. Yo me senté junto a la preñada, que me explicó que le quedaba poco más de un mes para dar a luz.

El marido de la preñada estuvo entre el afeminado y la mujer de este, que lo animaron mucho con sus bromas y con las gracias eróticas del marica. La tía le tocaba el bulto del pantalón continuamente y le pedía que se sacara la polla para menearla, pero él no se la sacó, porque su esposa no se lo tenía autorizado.

En los brindis, tomó la palabra el amo:

–Amigos y amigas, cornudos y putas, brindo por mi futuro hijo o hija, que nacerá de esta puta aquí presente, con el permiso de su marido.

–Por el hijo del amo –contestamos todos, menos el marido de la preñada.

–Y por el cornudo del marido –dijo el amo también–, que ha tenido la valentía y el apasionado amor hacia su mujer como para cedérmela como ella quería para ser recipiente de mis espermatozoides y la fábrica de mi heredero o heredera. Vaya para él mi reconocimiento y mi respeto.

–Por el cornudo –gritamos todos, menos él, con las copas en alto.

A todo esto, los efectos de la viagra eran muy ostensibles ya en todos nosotros. Mi pito, aunque pequeño, se mostraba espléndido, durísimo, venoso incluso, con el capullo amoratado. Mis huevos trabajaban a toda prisa fabricando el semen que me produciría placer al salir de mí. Yo estaba excitadísimo con la preñada al lado.

Le toqué los pezones varias veces para comprobar lo hinchados que los tenía. Ella se zafaba con gracia de mis caricias propinándome manotazos en mi miembro para bajarme la pasión que me producía su hermosa proximidad. El amo nos miraba con ojos de deseo mientras acariciaba los pechos de mi mujer.

El maricón nos mostró su obra de arte, sus huevos atados sobre su polla, que quedaba debajo de los testículos, y nos explicó cómo lo había conseguido. Tenía el nabo bastante empalmado y, aunque no era muy grande, se le veía hermoso en esa difícil posición. Lo mostraba orgulloso de pie mientras se levantaba la faldita en una pose muy femenina y descarada el cabrón.

–Y brindo –dijo el amo después– por mis putas, que me dan todo el placer que yo necesito. Y, naturalmente, por sus cornudos maridos, que me las ceden para darme gusto con ellas. Sois unos cabrones como es debido.

–Por tus putas –respondieron las mujeres.

–Por tus cornudos –añadimos los hombres.

–Aunque no hemos hecho –añadió el amo con su copa en la mano– la ceremonia de boda entre mi preñada y yo, queda claro que ha sido mi esposa desde que le propuse ser madre de mi vástago. Me convirtió en su primer marido, pasando el suyo a ser segundo. Le agradezco la deferencia, tanto a ella como a él.

El marido de la preñada asintió y bebió a la salud del amo. Le envidiaba porque tenía los favores de su mujer, los mismos que a él le negaba desde hacía más de un año, aunque al menos le permitiera presenciar sus folladas y luego, junto a ella en la cama, cuando se masturbaba, ella le pegara a las piernas su hermoso y deseado culo.

Con eso se había satisfecho todo aquel tiempo, saboreando cada espectáculo que ella le ofrecía duchándose, poniéndose la nueva lencería que se compraba para seducir luego al amo, o simplemente estando en casa semidesnuda, con transparencias, en braguitas o desnuda total, ansiando el momento de acostarse él a su lado y meneársela y echarle en las nalgas su semen.

Todas las veces que la follaba el amo luego permitía al esposo masturbarse, pero, eso sí, sin tocarla. Ella le pegaba su culo caliente, vuelta al otro lado de la cama, sintiendo –como le había descrito a mi esposa– sus meneos en el colchón. Se calentaba con ello, pero le encantaba sentir la humillación de su marido cornudo: era su venganza.

Se propusieron algunas actividades para después de la cena, que se desarrolló visualizando en todo momento pelis de negros follándose con sus grandes pollones, preñadas y lactantes lanzando chorros de leche materna y chupando pollones de todos los colores, y muñequitas trans con jaulitas de castidad y vestidas como putitas.

Continuará
 
La fiesta VII

Cuando entre los tres cornudos hubimos retirado la mesa, pasamos todos de nuevo al salón, ambientado con luz suave indirecta y sombras, y por el resplandor de la gran pantalla, donde se veían ahora escenas de facesitting, lluvia dorada y atado de pollas y testículos, un bdsm dulce y suave que a todos nos encantaba.

Comentábamos animadamente cómo una esposa masturbaba a su marido con final de eyaculación arruinada sobre sus medias negras, o cómo otra descargaba los testículos del suyo propinándole ella tremendos manotazos en el capullo hinchado en el momento de correrse, entre risas y grititos de nuestras mujeres espectadoras.

Hubo otro, genial, en que el cornudo, delgado y poca cosa, comía arrodillado el coño peludo de la esposa permaneciendo esta en pie con las piernas abiertas y mientras la besaba y le sobaba las tetas un negro de imponente miembro viril. Las mujeres comentaban descaradas y calientes la escena.

Se emparejaron el amo en un sillón con la preñada sentada en su regazo y ya desnuda totalmente. El amo magreaba sus tetas y metía los dedos en su coño, las piernas de ella entreabiertas. Cuando el cornudo marido se acercó a servirles otra copa de champán, el amo le dio a oler sus dedos pringados en los jugos de ella, con crueldad.

Él siguió sirviendo champán a la lesbiana y mi esposa, abrazadas besándose y tocándose los coños en el sofá. Le dijeron que le honraba su abnegada entrega de la esposa a los propósitos reproductores del amo, lo que él agradeció. Le invitaron a unirse a ellas, pero rehusó porque su esposa no le autorizaba a desahogarse todavía.

–Mujer –le dijeron a la preñada desde lejos–, qué cruel eres con tu marido, ¿no? ¿No lo dejas correrse al pobre?

–No sé si lo dejaré –respondió ella entre besuqueos del amo–. Se lo tiene que ganar el cabrón. Yo no soy su juguete sexual. Cuando aprenda eso se correrá conmigo. Mientras, que se joda el cornudo este.

–Estará harto ya de pajas, el pobre –dijo la lesbi entre risitas humillantes para el cornudo.

–Cada paja se la gana como es debido –replicó la esposa preñada besando al amo.

–Pues a mí –terció el afeminado– me encantaría descargarle los huevos, que los tiene que tener llenos. ¿Puedo comerle la polla?

–Noooo –respondió la preñada desprendiendo su boca de la del amo–. Cuando yo lo vea sometido totalmente a mí, a mi placer, entonces le dejaré que te folle, que sé que le gustan los maricas como tú también. Hasta entonces, que sufra este cornudo.

Él seguía mientras tanto sirviendo copas de champán y soportando los manoseos en su bragueta de la lesbi, mi esposa, el afeminado y yo mismo, que también quise sentir el gusto de tocar su miembro apresado y tumefacto, reprimido por la autoridad de su mujer. Me admiraba la entrega de aquel cornudo a la puta de su esposa.

En cierto momento salieron del salón mi esposa y la lesbiana, hacia el baño. No cerraron la puerta, como era costumbre en todos nosotros, y allí se mearon la una a la otra, mi mujer sentada a horcajadas sobre las piernas de la otra e intercambiando la posición. Luego se ducharon juntas entre risitas y toqueteos, besos y caricias.

Cuando volvieron la lesbi traía puesto un arnés con una gran polla negra de unos 20 cms de larga y unos 8 cms de diámetro en la base. La movía al compás de sus caderas ampulosas de forma muy sensual, como una puta experimentada. Mi esposa le dio un pequeño paseo por el salón, para exhibirla entre silbidos y exclamaciones de todos.

Las tres mujeres estaban ya desnudas completamente. Los hombres hicimos lo propio, menos el cornudo de la preñada, que siguió vestido y reprimido por su esposa, estando ella entregada del todo a los manoseos del amo.

El maricón bailaba para mí en el centro del salón una canción caribeña, luciendo en todo su esplendor sus testículos atados sobre la polla, que se movía arriba y abajo pesadamente, el capullo amoratado. Mi pito palpitaba excitado por aquel cuerpo sensual afeminado de culito redondo como el de una adolescente en flor.

Mi esposa comenzó a chupar con vehemencia el pollón negro que le ofrecía su lesbiana mientras esta le propinaba sonoras palmadas en ambas nalgas llamándola puta. El culo se le puso coloradote y trémulo, palpitante de deseo y de placer. Su coño, supongo, rezumaba flujos de deseo sin parar, pues le chorreaba por sus muslos.

Todos nos pusimos a follar. Mi esposa fue penetrada por la polla tremenda de la lesbiana, que la follaba con ímpetu entre suspiros, gemidos y grititos de gusto. El amo se llevó a la preñada al sofá, junto a mi esposa y la lesbiana, y la folló manoseando a la vez a ambas e introduciendo una mano entre ellas para sentir sus impulsos.

Yo me dejé comer el pito por el afeminado, que disfrutaba como una loca comiéndome los testículos, lamiéndome el ano, las ingles, el perineo y el capullo. Era algo violento, pero me gustaba su ímpetu, fruto de su deseo hacia mí. Le dí un par de bofetadas para calmar su fogosidad, pero él –o ella– persistió en sus embistes.

El cornudo pidió permiso a su esposa para correrse, pero ella no le hizo caso, presa como estaba del abrazo del amo e inmersa en sentir su miembro dentro de su vagina, las tetas saltando arriba y abajo. Era delicioso verlos.
 
Deseo comentarios, si es por privado mucho mejor. Gracias.
 
La fiesta VII

Cuando entre los tres cornudos hubimos retirado la mesa, pasamos todos de nuevo al salón, ambientado con luz suave indirecta y sombras, y por el resplandor de la gran pantalla, donde se veían ahora escenas de facesitting, lluvia dorada y atado de pollas y testículos, un bdsm dulce y suave que a todos nos encantaba.

Comentábamos animadamente cómo una esposa masturbaba a su marido con final de eyaculación arruinada sobre sus medias negras, o cómo otra descargaba los testículos del suyo propinándole ella tremendos manotazos en el capullo hinchado en el momento de correrse, entre risas y grititos de nuestras mujeres espectadoras.

Hubo otro, genial, en que el cornudo, delgado y poca cosa, comía arrodillado el coño peludo de la esposa permaneciendo esta en pie con las piernas abiertas y mientras la besaba y le sobaba las tetas un negro de imponente miembro viril. Las mujeres comentaban descaradas y calientes la escena.

Se emparejaron el amo en un sillón con la preñada sentada en su regazo y ya desnuda totalmente. El amo magreaba sus tetas y metía los dedos en su coño, las piernas de ella entreabiertas. Cuando el cornudo marido se acercó a servirles otra copa de champán, el amo le dio a oler sus dedos pringados en los jugos de ella, con crueldad.

Él siguió sirviendo champán a la lesbiana y mi esposa, abrazadas besándose y tocándose los coños en el sofá. Le dijeron que le honraba su abnegada entrega de la esposa a los propósitos reproductores del amo, lo que él agradeció. Le invitaron a unirse a ellas, pero rehusó porque su esposa no le autorizaba a desahogarse todavía.

–Mujer –le dijeron a la preñada desde lejos–, qué cruel eres con tu marido, ¿no? ¿No lo dejas correrse al pobre?

–No sé si lo dejaré –respondió ella entre besuqueos del amo–. Se lo tiene que ganar el cabrón. Yo no soy su juguete sexual. Cuando aprenda eso se correrá conmigo. Mientras, que se joda el cornudo este.

–Estará harto ya de pajas, el pobre –dijo la lesbi entre risitas humillantes para el cornudo.

–Cada paja se la gana como es debido –replicó la esposa preñada besando al amo.

–Pues a mí –terció el afeminado– me encantaría descargarle los huevos, que los tiene que tener llenos. ¿Puedo comerle la polla?

–Noooo –respondió la preñada desprendiendo su boca de la del amo–. Cuando yo lo vea sometido totalmente a mí, a mi placer, entonces le dejaré que te folle, que sé que le gustan los maricas como tú también. Hasta entonces, que sufra este cornudo.

Él seguía mientras tanto sirviendo copas de champán y soportando los manoseos en su bragueta de la lesbi, mi esposa, el afeminado y yo mismo, que también quise sentir el gusto de tocar su miembro apresado y tumefacto, reprimido por la autoridad de su mujer. Me admiraba la entrega de aquel cornudo a la puta de su esposa.

En cierto momento salieron del salón mi esposa y la lesbiana, hacia el baño. No cerraron la puerta, como era costumbre en todos nosotros, y allí se mearon la una a la otra, mi mujer sentada a horcajadas sobre las piernas de la otra e intercambiando la posición. Luego se ducharon juntas entre risitas y toqueteos, besos y caricias.

Cuando volvieron la lesbi traía puesto un arnés con una gran polla negra de unos 20 cms de larga y unos 8 cms de diámetro en la base. La movía al compás de sus caderas ampulosas de forma muy sensual, como una puta experimentada. Mi esposa le dio un pequeño paseo por el salón, para exhibirla entre silbidos y exclamaciones de todos.

Las tres mujeres estaban ya desnudas completamente. Los hombres hicimos lo propio, menos el cornudo de la preñada, que siguió vestido y reprimido por su esposa, estando ella entregada del todo a los manoseos del amo.

El maricón bailaba para mí en el centro del salón una canción caribeña, luciendo en todo su esplendor sus testículos atados sobre la polla, que se movía arriba y abajo pesadamente, el capullo amoratado. Mi pito palpitaba excitado por aquel cuerpo sensual afeminado de culito redondo como el de una adolescente en flor.

Mi esposa comenzó a chupar con vehemencia el pollón negro que le ofrecía su lesbiana mientras esta le propinaba sonoras palmadas en ambas nalgas llamándola puta. El culo se le puso coloradote y trémulo, palpitante de deseo y de placer. Su coño, supongo, rezumaba flujos de deseo sin parar, pues le chorreaba por sus muslos.

Todos nos pusimos a follar. Mi esposa fue penetrada por la polla tremenda de la lesbiana, que la follaba con ímpetu entre suspiros, gemidos y grititos de gusto. El amo se llevó a la preñada al sofá, junto a mi esposa y la lesbiana, y la folló manoseando a la vez a ambas e introduciendo una mano entre ellas para sentir sus impulsos.

Yo me dejé comer el pito por el afeminado, que disfrutaba como una loca comiéndome los testículos, lamiéndome el ano, las ingles, el perineo y el capullo. Era algo violento, pero me gustaba su ímpetu, fruto de su deseo hacia mí. Le dí un par de bofetadas para calmar su fogosidad, pero él –o ella– persistió en sus embistes.

El cornudo pidió permiso a su esposa para correrse, pero ella no le hizo caso, presa como estaba del abrazo del amo e inmersa en sentir su miembro dentro de su vagina, las tetas saltando arriba y abajo. Era delicioso verlos.
Espectacular
 
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