Nemesio
Miembro muy activo
- Desde
- 31 Ago 2023
- Mensajes
- 138
- Reputación
- 577
La fiesta.
Desde luego, fue una fiesta muy, muy especial. Iba a ser en la finca del amo, como todos nuestros encuentros anteriores, pero al final una pareja de amigos se ofreció a organizarla en su casa y correr con los gastos y todos accedimos por deferencia.
La fiesta sería para el amo, claro, y tres parejas muy conocidas y seleccionadas, las tres casadas legalmente y con una vida en común ya con alguna trayectoria. Todos somos amigos y sabemos de la vida sexual de cada pareja y como es cada cual.
Tan solo puso el amo, como director de ceremonia, dos condiciones: que nadie llegara desnudo y que se utilizaran atuendos sugerentes y, por supuesto, lencería. Todos y todas teníamos claro que en esta fiesta follar sería solo el colofón de la noche, no necesario ni exclusivo. Lo importante era el juego, las situaciones, los gestos, las palabras…
La segunda condición fue que durante la fiesta los matrimonios quedaban momentáneamente disueltos y nadie podría reclamar a su pareja en exclusiva. Así el amo se aseguraba el libre acceso a las tres mujeres sin restricciones por parte de los maridos, a la vez que variedad en los juegos y actividades amorosas que tuvieren lugar.
La cita era a las diez en el sótano de la casa. La cena sería servida por los maridos, el amo quedaba exento. Los tres preparamos todo por la tarde, la mesa, la comida y la bebida, la música… Yo me encargué de seleccionar los videos porno que se pasarían en la gran pantalla que había en el sótano, y preparé los juguetes preferidos de unos y otras, las cremas, etc.
También teníamos una dosis de viagra para cada uno. Yo había decidido tomarla. Los otros no lo tenían claro.
Pero he de poner al lector en antecedentes sobre cada uno de los asistentes a la fiesta que se preparaba. En primer lugar, hablaré de la pareja anfitriona, los dueños de la casa.
Ella estaba preñada por propia decisión, aunque tardía –teníamos todos alrededor de los 40–. Según le fue contando a mi mujer toda aquella época, la preñó el amo. La pareja andaba mal desde que ella descubrió que el marido frecuentaba un chat porno. Una noche lo descubrió hablando con una mujer por video llamada y masturbándose en el sótano de su casa.
Aunque él le quiso dar explicaciones, ella no se las aceptó. Y maquinó una venganza. Consistiría en que no lo dejaría tocarla, ni siquiera rozarla, pero seguirían durmiendo juntos. Siempre iría en lencería o batas cortas o transparentes por casa cuando él estaba, hablaría con sus amigas –con mi esposa especialmente– por móvil de forma obscena y descarada, sugerente y provocativa, sucia y pornográfica, pero no lo dejaría tocarla ni gozar un mínimo del contacto con su cuerpo.
Todas las noches, cuando se acostaban, se ponía un video porno de los que le gustaban, de jovencitos con grandes pollones, cornudos presenciando la entrega de sus esposas a hermosos bbc, etc. y se masturbaba sonoramente con gemidos y grititos de placer con su estupefacto esposo al lado en la cama sin atreverse ni a respirar.
Pero no le permitiría a él tocarla ni tocarse. Debería quedar cargado de tensión sexual todas las noches, obligándole a estar siempre pendiente de ella. Si se tocaba, se lo recriminaba agriamente y durante ese día, hasta la noche, no le permitía verla con su lencería sexy ni se paseaba delante de él moviendo las caderas y haciendo mover sus hermosas tetas al ritmo de sus altos tacones.
Lo dejaba estar presente cuando se duchaba o se arreglaba las uñas de los pies, cuando se cepillaba su hermosa cabellera en el espejo del dormitorio o seleccionaba la lencería que se iba a poner para salir o estar por casa. Incluso le pedía su opinión sobre cierto tanga o cierto liguero ensañándose con él, excitándolo hasta que el bulto bajo su pantalón lo delataba, pero negándole el acceso a su espléndido cuerpo.
Se compró mucha ropa, toda sugerente, falditas muy cortas, prendas con grandes escotes, tacones altísimos, transparencias, bodys, corsés… Se lo enseñaba todo, solo para que él se la imaginara así vestida en la calle, a la vista de todos los machos que seguramente la mirarían deseando tocarla y besarla.
Él sufría lo indecible con esta nueva táctica sexual de su esposa, de la que estaba profundamente enamorado y sentía una pasión y una excitación que ella cultivaba y acrecentaba día a día. La admiraba en su belleza, la adoraba, pero ya no se atrevía a solicitar sus servicios ni su amor.
Lo sorprendió otra vez masturbándose mirando videos en internet, esta vez en su móvil. Se fijó en que a él le gustaba la temática de embarazadas y lactantes, y comprendió que debía subir unos grados su caliente táctica de venganza:
–Carlos –le dijo una noche mientras veía cómo un negro follaba a una hermosísima esposa mientras el marido miraba al lado en la cama–, he tomado una decisión.
–Ah, sí? Tú dirás, amor mío.
Por un momento él se congratuló de que su esposa fuese a cambiar y le dejase poseerla.
–He decidido preñarme –le espetó ella de la forma más cruda.
El pobre se quedó de piedra. Luego reaccionó como ella esperaba, anteponiendo su satisfacción sexual:
–Bueno, me parece estupendo –le respondió–. Es un alivio que dejes tu desdén hacia mí y que me permitas…
–No me has entendido –cortó ella–. Quiero preñarme, pero no de ti.
Se puso pálido. Se quedó mirándola con los ojos muy abiertos mientras ella seguía observando la pantalla.
–Tú –prosiguió ella– no te mereces mi cuerpo. No serás mi preñador. Lo será…
–¿Quién? –casi gritó él con gesto de despecho e intriga.
–El amo, claro.
Siguieron unos días terribles para nuestro amigo, se sentía abandonado, fracasado, conculcados sus derechos maritales, avergonzado, humillado y sometido totalmente a los caprichos de su esposa. No quería contrariarla en nada: aún guardaba esperanzas de arreglar las cosas y ser él quien embarazara a su esposa, como era lo natural.
Se lo comían los celos cada vez que su mujer hablaba por video llamada con la mía o con el amo, lo que hizo cada vez con más frecuencia. Delante de él, una noche le dijo a mi esposa:
–No, no, él no va a ser el padre. Será el amo. ¿Te parece bien el amo, querida?
…
–Ah, me da igual lo que diga o haga. Él ya tiene quien lo satisfaga por internet, no me necesita.
…
–¿Fuerte? Claro que es fuerte. Pero no se merece fecundarme, no es digno. Lo tengo en terapia, porque prefiere desperdiciar su semen con putas por internet en vez de dármelo a mí. Y espero que no me ponga dificultades en mi propósito.
…
–No lo descarto, pero no creo que mi ira se calme tan pronto. Me tiene verdaderamente decepcionada. Podía hacer conmigo todos sus caprichos, todas sus perversiones, pero no. El señor no tenía bastante con su aburrida y ya demasiado vista esposa, quería sensaciones nuevas. Pues ahora las va a tener. Va a ser cornudo y consentido, y va a criar al hijo de su corneador.
Tuvo que ser él mismo el que preparase los encuentros de su esposa con el amo:
–Hola, amo. Sí, muy bien. Ella también, sí. Mira, que dice mi esposa si puedes visitarla esta tarde, que está en… esos… días…
No, no, que es fértil, digo. Es buen momento para… ya sabes. ¿Esta noche? De acuerdo. Sí, sí, te la tendré lista. Sí, claro, se ha comprado prendas nuevas, muy sugerentes. Ya las verás.
Las citas se sucedieron durante un mes entero siempre en casa de ellos. Cuando se duchaban él les tenía preparado todo en el baño. En el televisor del dormitorio, los videos de negros pollones que a ella tanto le gustaban últimamente.
Todos los días follaban. Empezaban en el sofá del salón con ruidosos besos de tornillo y manoseos, siempre con él como testigo directo.
Luego marchaban al dormitorio de matrimonio, pero a él lo dejaban en el salón, para que su cornudez fuese más sufrida, más dura: ella no le permitía satisfacerse ni excitarse con la visión de sus juegos en la cama con el amo, y él, escuchándolos, no se atrevía siquiera a tocarse, por más empalmado que su pene se le pusiera.
Cuando el test dio positivo, los encuentros siguieron, a pesar de que ya el semen del amo no era necesario, pues su cometido ya lo había cumplido: estaba preñada y bien preñada.
Ahora, en la fiesta, ella estaba embarazada de 8 meses, su vientre era muy voluminoso y sus pechos se habían desarrollado enormemente, ensanchando sus areolas y endureciendo el pezón. Sus labios rojísimos y brillantes se mostraban esplendorosos, dispuestos, parecía, a la chupada.
Vino con un negligée semitransparente blanco atado con un lacito rosa bajo los pechos, que lucían turgentes y redondos por el gran escote, y dejando su barriga a la vista de todos. Su largo pelo, casi hasta el culo, hermoseaba su figura.
Un tanga negro dejaba ver el vello rojizo de su monte de venus perfumado de Chanel entre sus hermosas ingles brasileñas. Los altos tacones rojos la hacían moverse ondulante y provocativa, las caderas a un lado y a otro, los tetones votando en su reducido espacio.
El esposo, por el contrario, lucía en su cabeza una diadema con cuernos vikingos por imposición de su hermosa mujer. Había tomado por orden de ella la viagra, y pronto sus efectos se notarían en sus pantalones, para diversión de todos. Era un cornudo en toda regla, consentidor y enamorado de su esposa hasta el punto de que se disponía a criar el fruto de su cornamenta.
Continuará.
Desde luego, fue una fiesta muy, muy especial. Iba a ser en la finca del amo, como todos nuestros encuentros anteriores, pero al final una pareja de amigos se ofreció a organizarla en su casa y correr con los gastos y todos accedimos por deferencia.
La fiesta sería para el amo, claro, y tres parejas muy conocidas y seleccionadas, las tres casadas legalmente y con una vida en común ya con alguna trayectoria. Todos somos amigos y sabemos de la vida sexual de cada pareja y como es cada cual.
Tan solo puso el amo, como director de ceremonia, dos condiciones: que nadie llegara desnudo y que se utilizaran atuendos sugerentes y, por supuesto, lencería. Todos y todas teníamos claro que en esta fiesta follar sería solo el colofón de la noche, no necesario ni exclusivo. Lo importante era el juego, las situaciones, los gestos, las palabras…
La segunda condición fue que durante la fiesta los matrimonios quedaban momentáneamente disueltos y nadie podría reclamar a su pareja en exclusiva. Así el amo se aseguraba el libre acceso a las tres mujeres sin restricciones por parte de los maridos, a la vez que variedad en los juegos y actividades amorosas que tuvieren lugar.
La cita era a las diez en el sótano de la casa. La cena sería servida por los maridos, el amo quedaba exento. Los tres preparamos todo por la tarde, la mesa, la comida y la bebida, la música… Yo me encargué de seleccionar los videos porno que se pasarían en la gran pantalla que había en el sótano, y preparé los juguetes preferidos de unos y otras, las cremas, etc.
También teníamos una dosis de viagra para cada uno. Yo había decidido tomarla. Los otros no lo tenían claro.
Pero he de poner al lector en antecedentes sobre cada uno de los asistentes a la fiesta que se preparaba. En primer lugar, hablaré de la pareja anfitriona, los dueños de la casa.
Ella estaba preñada por propia decisión, aunque tardía –teníamos todos alrededor de los 40–. Según le fue contando a mi mujer toda aquella época, la preñó el amo. La pareja andaba mal desde que ella descubrió que el marido frecuentaba un chat porno. Una noche lo descubrió hablando con una mujer por video llamada y masturbándose en el sótano de su casa.
Aunque él le quiso dar explicaciones, ella no se las aceptó. Y maquinó una venganza. Consistiría en que no lo dejaría tocarla, ni siquiera rozarla, pero seguirían durmiendo juntos. Siempre iría en lencería o batas cortas o transparentes por casa cuando él estaba, hablaría con sus amigas –con mi esposa especialmente– por móvil de forma obscena y descarada, sugerente y provocativa, sucia y pornográfica, pero no lo dejaría tocarla ni gozar un mínimo del contacto con su cuerpo.
Todas las noches, cuando se acostaban, se ponía un video porno de los que le gustaban, de jovencitos con grandes pollones, cornudos presenciando la entrega de sus esposas a hermosos bbc, etc. y se masturbaba sonoramente con gemidos y grititos de placer con su estupefacto esposo al lado en la cama sin atreverse ni a respirar.
Pero no le permitiría a él tocarla ni tocarse. Debería quedar cargado de tensión sexual todas las noches, obligándole a estar siempre pendiente de ella. Si se tocaba, se lo recriminaba agriamente y durante ese día, hasta la noche, no le permitía verla con su lencería sexy ni se paseaba delante de él moviendo las caderas y haciendo mover sus hermosas tetas al ritmo de sus altos tacones.
Lo dejaba estar presente cuando se duchaba o se arreglaba las uñas de los pies, cuando se cepillaba su hermosa cabellera en el espejo del dormitorio o seleccionaba la lencería que se iba a poner para salir o estar por casa. Incluso le pedía su opinión sobre cierto tanga o cierto liguero ensañándose con él, excitándolo hasta que el bulto bajo su pantalón lo delataba, pero negándole el acceso a su espléndido cuerpo.
Se compró mucha ropa, toda sugerente, falditas muy cortas, prendas con grandes escotes, tacones altísimos, transparencias, bodys, corsés… Se lo enseñaba todo, solo para que él se la imaginara así vestida en la calle, a la vista de todos los machos que seguramente la mirarían deseando tocarla y besarla.
Él sufría lo indecible con esta nueva táctica sexual de su esposa, de la que estaba profundamente enamorado y sentía una pasión y una excitación que ella cultivaba y acrecentaba día a día. La admiraba en su belleza, la adoraba, pero ya no se atrevía a solicitar sus servicios ni su amor.
Lo sorprendió otra vez masturbándose mirando videos en internet, esta vez en su móvil. Se fijó en que a él le gustaba la temática de embarazadas y lactantes, y comprendió que debía subir unos grados su caliente táctica de venganza:
–Carlos –le dijo una noche mientras veía cómo un negro follaba a una hermosísima esposa mientras el marido miraba al lado en la cama–, he tomado una decisión.
–Ah, sí? Tú dirás, amor mío.
Por un momento él se congratuló de que su esposa fuese a cambiar y le dejase poseerla.
–He decidido preñarme –le espetó ella de la forma más cruda.
El pobre se quedó de piedra. Luego reaccionó como ella esperaba, anteponiendo su satisfacción sexual:
–Bueno, me parece estupendo –le respondió–. Es un alivio que dejes tu desdén hacia mí y que me permitas…
–No me has entendido –cortó ella–. Quiero preñarme, pero no de ti.
Se puso pálido. Se quedó mirándola con los ojos muy abiertos mientras ella seguía observando la pantalla.
–Tú –prosiguió ella– no te mereces mi cuerpo. No serás mi preñador. Lo será…
–¿Quién? –casi gritó él con gesto de despecho e intriga.
–El amo, claro.
Siguieron unos días terribles para nuestro amigo, se sentía abandonado, fracasado, conculcados sus derechos maritales, avergonzado, humillado y sometido totalmente a los caprichos de su esposa. No quería contrariarla en nada: aún guardaba esperanzas de arreglar las cosas y ser él quien embarazara a su esposa, como era lo natural.
Se lo comían los celos cada vez que su mujer hablaba por video llamada con la mía o con el amo, lo que hizo cada vez con más frecuencia. Delante de él, una noche le dijo a mi esposa:
–No, no, él no va a ser el padre. Será el amo. ¿Te parece bien el amo, querida?
…
–Ah, me da igual lo que diga o haga. Él ya tiene quien lo satisfaga por internet, no me necesita.
…
–¿Fuerte? Claro que es fuerte. Pero no se merece fecundarme, no es digno. Lo tengo en terapia, porque prefiere desperdiciar su semen con putas por internet en vez de dármelo a mí. Y espero que no me ponga dificultades en mi propósito.
…
–No lo descarto, pero no creo que mi ira se calme tan pronto. Me tiene verdaderamente decepcionada. Podía hacer conmigo todos sus caprichos, todas sus perversiones, pero no. El señor no tenía bastante con su aburrida y ya demasiado vista esposa, quería sensaciones nuevas. Pues ahora las va a tener. Va a ser cornudo y consentido, y va a criar al hijo de su corneador.
Tuvo que ser él mismo el que preparase los encuentros de su esposa con el amo:
–Hola, amo. Sí, muy bien. Ella también, sí. Mira, que dice mi esposa si puedes visitarla esta tarde, que está en… esos… días…
No, no, que es fértil, digo. Es buen momento para… ya sabes. ¿Esta noche? De acuerdo. Sí, sí, te la tendré lista. Sí, claro, se ha comprado prendas nuevas, muy sugerentes. Ya las verás.
Las citas se sucedieron durante un mes entero siempre en casa de ellos. Cuando se duchaban él les tenía preparado todo en el baño. En el televisor del dormitorio, los videos de negros pollones que a ella tanto le gustaban últimamente.
Todos los días follaban. Empezaban en el sofá del salón con ruidosos besos de tornillo y manoseos, siempre con él como testigo directo.
Luego marchaban al dormitorio de matrimonio, pero a él lo dejaban en el salón, para que su cornudez fuese más sufrida, más dura: ella no le permitía satisfacerse ni excitarse con la visión de sus juegos en la cama con el amo, y él, escuchándolos, no se atrevía siquiera a tocarse, por más empalmado que su pene se le pusiera.
Cuando el test dio positivo, los encuentros siguieron, a pesar de que ya el semen del amo no era necesario, pues su cometido ya lo había cumplido: estaba preñada y bien preñada.
Ahora, en la fiesta, ella estaba embarazada de 8 meses, su vientre era muy voluminoso y sus pechos se habían desarrollado enormemente, ensanchando sus areolas y endureciendo el pezón. Sus labios rojísimos y brillantes se mostraban esplendorosos, dispuestos, parecía, a la chupada.
Vino con un negligée semitransparente blanco atado con un lacito rosa bajo los pechos, que lucían turgentes y redondos por el gran escote, y dejando su barriga a la vista de todos. Su largo pelo, casi hasta el culo, hermoseaba su figura.
Un tanga negro dejaba ver el vello rojizo de su monte de venus perfumado de Chanel entre sus hermosas ingles brasileñas. Los altos tacones rojos la hacían moverse ondulante y provocativa, las caderas a un lado y a otro, los tetones votando en su reducido espacio.
El esposo, por el contrario, lucía en su cabeza una diadema con cuernos vikingos por imposición de su hermosa mujer. Había tomado por orden de ella la viagra, y pronto sus efectos se notarían en sus pantalones, para diversión de todos. Era un cornudo en toda regla, consentidor y enamorado de su esposa hasta el punto de que se disponía a criar el fruto de su cornamenta.
Continuará.