La fiesta

imaginarla gozando y gimiendo sin pudor debe ser super excitante
 
La Fiesta VIII

La fiesta seguía, tórrida y placentera para todos –para el cornudo no sé si decir que no tanto, porque él también disfrutaba sus cuernos a su manera–, emparejados como estábamos cada cual con quien le parecía adecuado/a para darse placer mutuo. Yo cedí del todo a los requerimientos de mi afeminado, que me besaba con pasión.

Todo iba perfecto: mi esposa estaba siendo follada por el coño y por el ano por su lesbiana, la esposa del marica. El dildo le iba a medida, aunque a mí me parecía demasiado grande. La preñada estaba en posesión del amo, con el cornudo siempre a su alrededor sin perderse ninguno de sus suspiros de amor y sus gemidos de placer.

El pobre estaba deseando tocar a su mujer, pero no se atrevía. La miraba con admiración cuando ella lanzada sus ayes de gusto si el amo la embestía de pronto muy fuerte con su poderosa verga. Me extrañaba que no se hubiera sacado el miembro viril ni un momento. Se le veía jodido. Debía sufrir mucho, aunque fuese con gozo.

En cierto momento, el amo y la preñada se fueron al dormitorio, para estar más cómodos, y el cornudo, siempre empalmado, se fue con ellos como un perro fiel. Les destapó la cama matrimonial, se ofreció a ponerles videos de acompañamiento y les preguntó, muy servil, si querían otra copa de champán o una toallita o algo.

El afeminado me pedía que lo penetrara, por lo que nos fuimos a otro cuarto, uno color rosa que había en la casa, decorado con motivos adolescentes: un precioso nidito para nuestro amor. Recuerdo al excitado lector que los huevos del marica seguían atados sobre su polla como si le hubieran crecido en el pubis y no colgando.

Decidí mostrarme agresivo/a con él/ella, aunque mi natural no es ese. Pero sentí que ambos lo necesitábamos en nuestra calentura extrema. Sobre la cama, le propiné un sopapo en los testículos que él agradeció dolorido, pero sometido a mi voluntad. Me lo agradeció poniéndose de rodillas para chuparme el pito.

Mi pito, no sé si lo he dicho ya, es pequeño, unos 10 cms en total erección, por eso le llamo pito y no polla, ni siquiera picha. Siempre me he sentido humillado porque la naturaleza no me dotó virilmente como a todos los machos. Algunos se han reído de mi a lo largo de mi vida por el tamaño exiguo de mi miembro.

Quizá por eso siempre he sido bisex y no me he sentido jamás macho ni masculino. Mi pito no me enorgullecía como a todos los hombres, que más o menos se muestran ufanos de su miembro viril. De ahí a los cuernos solo había un paso. Y mi esposa me ha acompañado siempre muy deseosa de obsequiarme sus corridas.

Por eso, cuando nos casamos, acordamos mi puta y yo obtener placer de los machos que se nos pusiesen a tiro, un placer que para mí pronto consistió en verla retorcerse de gusto penetrada por el macho de turno, lo que me reportaba un gustazo tremendo siempre. Si mi pito no era suficiente, obtendríamos pollas de verdad fuera.

Le metí cuatro dedos en el ano al maricón, en venganza porque él tenía una hermosa polla y yo no. Le hice daño a propósito, y lo abofeteaba cuando gemía demasiado y lo oía su esposa desde el salón, donde se follaba a mi mujer con el hermoso arnés. Él me la chupaba con fruición, gimiendo sin cesar, pidiéndome mi leche.

No quería yo descargar mi semen todavía. El amo ya se había corrido, pero su miembro seguía duro, porque se oían sus movimientos sobre la preñada –o debajo de ella, no los veía–, es decir, se pensaba correr otra vez. Yo no me sentía capaz de dos corridas a pesar del viagra. El cornudo no se había corrido. O sí, son tocarse, no sabía.

Sentado a los pies de la cama, sufría el pobre marido el crecimiento de sus cuernos mientras el amo se follaba a su esposa, que mostraba sobre su soberbia barriga unos pechazos grandes, llenos y pesados, moviéndolos con gracia arriba y abajo en la follada. Él miraba envidioso al macho alfa que se disfrutaba a su mujer.

Cuando se corrieron los dos, le pidieron la copa de champán. Fue al salón y se quedó un poco mirando a mi esposa correrse con la lesbiana, que le daba con ímpetu mientras le mordía con apasionado fervor el cuello, los hombros y los pechos.

Cuánto hubiera dado el cornudo por ser él quien se follase a mi mujer. Qué envidia le daba la lesbiana disfrutona.

Me corrí en la boca ansiosa del afeminado, que me llamaba dulcemente cariñito y cositas así. Se embadurnó mi leche por toda la cara y se lamía lo que goteaba por sus labios. Lo despreciaba por ser tan puto, pero me dio una gran satisfacción atragantarlo con mi semen. Se lo merecía el cabrón. Y fui muy cruel con él, porque me fui.

Lo dejé sin correr, latiendo su capullo amoratado bajo sus bolas, pero no me apiadé de él, por su afeminamiento. Me siguió suplicando que lo corriera, pero no quise hacérselo. Quería que sufriera como el cornudo, no sé. Era depravado, pero me excitaba su pasión por mí y que estuviera como un esclavo a mi servicio pidiéndome amor.

Mi esposa me dijo, entre suspiros de gusto, que no le hiciera eso, que sufría mucho el pobre. Pero yo ya me había corrido y quería echar un segundo polvo con ella, sin o con la lesbiana, me daba igual.

Pero mi mujer no me dejaba follarla, prefería en ese momento a su dulce pareja, que era su macho entonces, no yo. Así que tanto el maricón como yo nos fuimos al dormitorio del amo y la preñada, a ver qué pasaba.

El cornudo se había arrodillado junto a la cama y lamía con fruición el chocho de su mujer para limpiarle el semen del amo y los propios flujos de la puta. Comía como enloquecido mientras se soltaba y abría el pantalón y se lo bajaba hasta las rodillas, loco de lujuria desenfrenada. Estaba disfrutando ahora todo lo que podía.

Pero siguió lamiendo el pubis de su mujer, la abombada barrigota tersa y brillante, llegó al abultado ombligo, donde se entretuvo un rato dándole a su lengua agilidad, y siguió hacia los pezones oscuros de los grandes pechos de la puta.

Luego, adaptándose a la voluminosa barriga y sin dejar de comerle los pezones abultados y jugosos, enfilaba su polla supererecta, muy amoratada y venosa hacia la entrada de su coño.

Solo pudo meterle la punta del capullo, porque enseguida ella le dio un bofetón y una patada, echándolo de encima de su hermosísimo cuerpo.

–¡Qué haces, cabrón, quién te ha dado permiso para eso, eh!- le gritó hecha una fiera.

Él quedó estupefacto, de pie junto a la cama: el marica y yo éramos mirones de la tensa escena, mientras el amo se lavaba los genitales en el baño contiguo.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando el afeminado se lanzó a los pies del cornudo y se puso a comerle la polla con glotonería cogiéndole los testículos y pasando la otra mano a su culo por entre los muslos. Se corrió en segundos dentro de su boca, que así obtenía el semen de un segundo macho para su placer y los flujos vaginales de la preñada junto con los restos de leche del amo que quedaran en su coño.

–¡Cómo te atreves a correrte sin mi permiso! –profirió la puta preñada poniéndose de rodillas en la cama, amenazadora y autoritaria con el puño en alto y con su enorme vientre hacia nosotros tres, sus tetones temblorosos, con los pezones intensamente empinados.

–Perdón, ama –se excusó tímidamente el reo tapándose los genitales con ambas manos, las rodillas juntas, el cuerpo empequeñecido como niño pillado en una gamberrada.

–Déjale, mujer –pidió blandamente el maricón con un gesto muy femenino–. ¡Con lo rica que es su leche! –agregó acariciándole la barbilla al acusado mientras se relamía con gusto.

El amo regresó del baño. Tenía el miembro semi erecto, notablemente grande aún, y nos hizo un gesto de desprecio. Nos fuimos. Ellos se volvieron a acostar y comenzaron a comerse los labios, mientras salíamos llevando el afeminado de la mano al marido ahora corrido.

–No podía aguantar más, no podía aguantar más –se quejaba el cornudo.

–Claro –contesté–, lo comprendemos, hombre.

–Ahora me castigará –siguió él sus lamentos–, no me dejará follarla nunca más, me seguirá torturando, me excitará más todavía y yo no podré correrme nunca con ella. No sé qué hacer, no sé qué hacer –decía lloroso.

Todos sabíamos lo que había entre ellos, el pecado repetido del agresor y la venganza terrible de la agredida.

–Y además –dije yo con crueldad–, vas a criar al hijo que espera, que no es tuyo, sino del amo.

–Una prueba grandiosa de tus cuernos, jajaja –agregó riéndose el marica con su voz aflautada.

–Siempre seré el desgraciado cornudo que soy con ella –concluyó su llanto el jodido marido–. Pero me conformo.

–A ti te gusta, ¿no? –le pregunté con retintín–. Te hace ilusión que la haya preñado el amo, ¿no?

–Sí –respondió recreándose en su suerte–. La verdad es que me gusta mucho, esa es la verdad.

–Te da placer que el amo haya fecundado a tu esposa –subrayé.

–Síiii –dijo con entusiasmo–. Quién mejor que él. Era el más idóneo para preñar a mi esposa. Es lo que a ella más ilusión le hace.

Llegados al salón, donde acabamos la conversación en presencia de nuestras putas, ellas nos invitaron a follarlas si teníamos más ganas de sexo. El maricón folló con mi mujer, y yo me acoplé a la suya, mientras el cornudo nos miraba complacido y otra vez empalmado.

Así acabó la fiesta, todos corridos y satisfechos, incluso, puedo decir, el marido de la preñada, que se había corrido a placer, aunque no fuese con su esposa, que era lo que él más deseaba.

Al día siguiente nos fuimos de aquel nidito de amor. Habíamos quedado para otro fin de semana, esta vez en la finca del amo, donde él tenía un caballo y dos perros muy interesantes. Pero esa será ya otra historia.

Fin

Cualquier consulta o aclaración, aquí mismo en comentarios o, mejor, por privado, estaremos encantados mi esposa y yo de satisfacer vuestra curiosidad. Besos.
 
La fiesta.

Desde luego, fue una fiesta muy, muy especial. Iba a ser en la finca del amo, como todos nuestros encuentros anteriores, pero al final una pareja de amigos se ofreció a organizarla en su casa y correr con los gastos y todos accedimos por deferencia.

La fiesta sería para el amo, claro, y tres parejas muy conocidas y seleccionadas, las tres casadas legalmente y con una vida en común ya con alguna trayectoria. Todos somos amigos y sabemos de la vida sexual de cada pareja y como es cada cual.

Tan solo puso el amo, como director de ceremonia, dos condiciones: que nadie llegara desnudo y que se utilizaran atuendos sugerentes y, por supuesto, lencería. Todos y todas teníamos claro que en esta fiesta follar sería solo el colofón de la noche, no necesario ni exclusivo. Lo importante era el juego, las situaciones, los gestos, las palabras…

La segunda condición fue que durante la fiesta los matrimonios quedaban momentáneamente disueltos y nadie podría reclamar a su pareja en exclusiva. Así el amo se aseguraba el libre acceso a las tres mujeres sin restricciones por parte de los maridos, a la vez que variedad en los juegos y actividades amorosas que tuvieren lugar.

La cita era a las diez en el sótano de la casa. La cena sería servida por los maridos, el amo quedaba exento. Los tres preparamos todo por la tarde, la mesa, la comida y la bebida, la música… Yo me encargué de seleccionar los videos porno que se pasarían en la gran pantalla que había en el sótano, y preparé los juguetes preferidos de unos y otras, las cremas, etc.

También teníamos una dosis de viagra para cada uno. Yo había decidido tomarla. Los otros no lo tenían claro.

Pero he de poner al lector en antecedentes sobre cada uno de los asistentes a la fiesta que se preparaba. En primer lugar, hablaré de la pareja anfitriona, los dueños de la casa.

Ella estaba preñada por propia decisión, aunque tardía –teníamos todos alrededor de los 40–. Según le fue contando a mi mujer toda aquella época, la preñó el amo. La pareja andaba mal desde que ella descubrió que el marido frecuentaba un chat porno. Una noche lo descubrió hablando con una mujer por video llamada y masturbándose en el sótano de su casa.

Aunque él le quiso dar explicaciones, ella no se las aceptó. Y maquinó una venganza. Consistiría en que no lo dejaría tocarla, ni siquiera rozarla, pero seguirían durmiendo juntos. Siempre iría en lencería o batas cortas o transparentes por casa cuando él estaba, hablaría con sus amigas –con mi esposa especialmente– por móvil de forma obscena y descarada, sugerente y provocativa, sucia y pornográfica, pero no lo dejaría tocarla ni gozar un mínimo del contacto con su cuerpo.

Todas las noches, cuando se acostaban, se ponía un video porno de los que le gustaban, de jovencitos con grandes pollones, cornudos presenciando la entrega de sus esposas a hermosos bbc, etc. y se masturbaba sonoramente con gemidos y grititos de placer con su estupefacto esposo al lado en la cama sin atreverse ni a respirar.

Pero no le permitiría a él tocarla ni tocarse. Debería quedar cargado de tensión sexual todas las noches, obligándole a estar siempre pendiente de ella. Si se tocaba, se lo recriminaba agriamente y durante ese día, hasta la noche, no le permitía verla con su lencería sexy ni se paseaba delante de él moviendo las caderas y haciendo mover sus hermosas tetas al ritmo de sus altos tacones.

Lo dejaba estar presente cuando se duchaba o se arreglaba las uñas de los pies, cuando se cepillaba su hermosa cabellera en el espejo del dormitorio o seleccionaba la lencería que se iba a poner para salir o estar por casa. Incluso le pedía su opinión sobre cierto tanga o cierto liguero ensañándose con él, excitándolo hasta que el bulto bajo su pantalón lo delataba, pero negándole el acceso a su espléndido cuerpo.

Se compró mucha ropa, toda sugerente, falditas muy cortas, prendas con grandes escotes, tacones altísimos, transparencias, bodys, corsés… Se lo enseñaba todo, solo para que él se la imaginara así vestida en la calle, a la vista de todos los machos que seguramente la mirarían deseando tocarla y besarla.

Él sufría lo indecible con esta nueva táctica sexual de su esposa, de la que estaba profundamente enamorado y sentía una pasión y una excitación que ella cultivaba y acrecentaba día a día. La admiraba en su belleza, la adoraba, pero ya no se atrevía a solicitar sus servicios ni su amor.

Lo sorprendió otra vez masturbándose mirando videos en internet, esta vez en su móvil. Se fijó en que a él le gustaba la temática de embarazadas y lactantes, y comprendió que debía subir unos grados su caliente táctica de venganza:

–Carlos –le dijo una noche mientras veía cómo un negro follaba a una hermosísima esposa mientras el marido miraba al lado en la cama–, he tomado una decisión.

–Ah, sí? Tú dirás, amor mío.

Por un momento él se congratuló de que su esposa fuese a cambiar y le dejase poseerla.

–He decidido preñarme –le espetó ella de la forma más cruda.

El pobre se quedó de piedra. Luego reaccionó como ella esperaba, anteponiendo su satisfacción sexual:

–Bueno, me parece estupendo –le respondió–. Es un alivio que dejes tu desdén hacia mí y que me permitas…

–No me has entendido –cortó ella–. Quiero preñarme, pero no de ti.

Se puso pálido. Se quedó mirándola con los ojos muy abiertos mientras ella seguía observando la pantalla.

–Tú –prosiguió ella– no te mereces mi cuerpo. No serás mi preñador. Lo será…

–¿Quién? –casi gritó él con gesto de despecho e intriga.

–El amo, claro.

Siguieron unos días terribles para nuestro amigo, se sentía abandonado, fracasado, conculcados sus derechos maritales, avergonzado, humillado y sometido totalmente a los caprichos de su esposa. No quería contrariarla en nada: aún guardaba esperanzas de arreglar las cosas y ser él quien embarazara a su esposa, como era lo natural.

Se lo comían los celos cada vez que su mujer hablaba por video llamada con la mía o con el amo, lo que hizo cada vez con más frecuencia. Delante de él, una noche le dijo a mi esposa:

–No, no, él no va a ser el padre. Será el amo. ¿Te parece bien el amo, querida?



–Ah, me da igual lo que diga o haga. Él ya tiene quien lo satisfaga por internet, no me necesita.



–¿Fuerte? Claro que es fuerte. Pero no se merece fecundarme, no es digno. Lo tengo en terapia, porque prefiere desperdiciar su semen con putas por internet en vez de dármelo a mí. Y espero que no me ponga dificultades en mi propósito.



–No lo descarto, pero no creo que mi ira se calme tan pronto. Me tiene verdaderamente decepcionada. Podía hacer conmigo todos sus caprichos, todas sus perversiones, pero no. El señor no tenía bastante con su aburrida y ya demasiado vista esposa, quería sensaciones nuevas. Pues ahora las va a tener. Va a ser cornudo y consentido, y va a criar al hijo de su corneador.

Tuvo que ser él mismo el que preparase los encuentros de su esposa con el amo:

–Hola, amo. Sí, muy bien. Ella también, sí. Mira, que dice mi esposa si puedes visitarla esta tarde, que está en… esos… días…
No, no, que es fértil, digo. Es buen momento para… ya sabes. ¿Esta noche? De acuerdo. Sí, sí, te la tendré lista. Sí, claro, se ha comprado prendas nuevas, muy sugerentes. Ya las verás.

Las citas se sucedieron durante un mes entero siempre en casa de ellos. Cuando se duchaban él les tenía preparado todo en el baño. En el televisor del dormitorio, los videos de negros pollones que a ella tanto le gustaban últimamente.

Todos los días follaban. Empezaban en el sofá del salón con ruidosos besos de tornillo y manoseos, siempre con él como testigo directo.

Luego marchaban al dormitorio de matrimonio, pero a él lo dejaban en el salón, para que su cornudez fuese más sufrida, más dura: ella no le permitía satisfacerse ni excitarse con la visión de sus juegos en la cama con el amo, y él, escuchándolos, no se atrevía siquiera a tocarse, por más empalmado que su pene se le pusiera.

Cuando el test dio positivo, los encuentros siguieron, a pesar de que ya el semen del amo no era necesario, pues su cometido ya lo había cumplido: estaba preñada y bien preñada.

Ahora, en la fiesta, ella estaba embarazada de 8 meses, su vientre era muy voluminoso y sus pechos se habían desarrollado enormemente, ensanchando sus areolas y endureciendo el pezón. Sus labios rojísimos y brillantes se mostraban esplendorosos, dispuestos, parecía, a la chupada.

Vino con un negligée semitransparente blanco atado con un lacito rosa bajo los pechos, que lucían turgentes y redondos por el gran escote, y dejando su barriga a la vista de todos. Su largo pelo, casi hasta el culo, hermoseaba su figura.

Un tanga negro dejaba ver el vello rojizo de su monte de venus perfumado de Chanel entre sus hermosas ingles brasileñas. Los altos tacones rojos la hacían moverse ondulante y provocativa, las caderas a un lado y a otro, los tetones votando en su reducido espacio.

El esposo, por el contrario, lucía en su cabeza una diadema con cuernos vikingos por imposición de su hermosa mujer. Había tomado por orden de ella la viagra, y pronto sus efectos se notarían en sus pantalones, para diversión de todos. Era un cornudo en toda regla, consentidor y enamorado de su esposa hasta el punto de que se disponía a criar el fruto de su cornamenta.

Continuará.
Ufffff..... tremendo, tremendo.....la realidad supera a la fantasía.
 
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