16
Nos desplazamos al pueblo para celebrar la Nochevieja, aunque en el autobús fuimos en asientos separados. Se encargó Paula de comprarlos y me imagino, que lo hizo a propósito, aunque en casa, todo estaba… “Normal”.
¿Qué era lo normal? Me hablaba con total tranquilidad, como si mi presencia no le importase, pero hasta ahí, parecía mantener las distancias, semejante a ser un desconocido. Entendía a la perfección sus dudas y me sentía un poco raro por no saber ubicarla del todo. Es que no era un enfado al uso… si no una toma de distancia.
―¡Mis niños! ―anunció mi madre nada más abrir la puerta.
Mamá estaba guapísima como siempre, con su espléndida sonrisa como buena anfitriona. Nos llevó a los dos por la casa, casi como si no la conociéramos. Tuve que fijarme en su indumentaria, una falda larga hasta el suelo donde se veían sus pies decorados con un pintauñas celeste. Arriba, una camiseta sin mangas y con un jersey rodeando su cuello.
Me vio una sonrisa a la cara, en especial, cuando se dio la vuelta y paró delante de mi cuarto. Sus ojos eran los mismos que Paula y como si viera el futuro, me fijé en cómo sería mi hermana cuando tuviera su edad. “Seguiría siendo igual de guapa…”.
―¡Ale, David! Dúchate, cámbiate y luego vienes, que están al llegar los tíos, los primos y demás familia. Te he dejado el traje en el armario.
―Perfecto, mamá.
Lo hice con calma para que todo quedase bien y que mi madre no me diera la murga con que había arrugado la camisa o algo semejante. Lo bueno, que no había cortaba y no tuvo que venir mi padre a ponerme esa cara de decepción, suficiente cuando vio mis notas.
Saludé a toda la familia cuando salí al gran salón, dando besos a diestro y siniestro y buscando con los ojos a alguien en especial. No estaba, mi hermana todavía no había salido.
―¿Paula? ―le pregunté a mi madre y ella me hizo un gesto de cabeza.
―Vete a buscarla, dila que ya estamos.
Recorrí el pasillo en soledad, escuchando las conversaciones que se sucedían en el salón antes de empezar a cenar y dar por finalizado el año. El cuarto de mi hermana estaba cerrado, y obviamente, no lo iba a abrir para descubrirla de cualquiera manera. Lo último que me faltaba era que se cabrease y airease toda mi lujuria por ella delante de la familia al completo.
Con dos toques en la madera, esperé paciente, poniendo la oreja y escuchando su voz desde el otro lado.
―¿Quién es? ―preguntó Paula en tono neutro.
―Soy David. Dice mamá que vayas terminando que está toda la familia ya. ¿Vale?
―Bien. ―pensaba en irme ya, aunque mi imaginación me la puso desnudas a expensas de ponerse la ropa. Sin embargo, su voz me detuvo― David, espera un momento.
Escuché el clic de la puerta, abriéndose a mi lado y descubriéndome una habitación que vi desde mi niñez. Paula se apartó, dando dos pasos atrás y haciendo sonar unos tacones que repiquetearon en la madera hasta topar con la alfombra.
―Mírame un momento… ―me pidió con total seriedad.
Se colocó delante de mis ojos, clavándome esa mirada tan azul y… brillando más que el sol. Decir que estaba divina no os resultará novedoso, pero la realidad es que estaba fantástica.
Llevaba un vestido largo de gala, seguramente, comprado por mi madre recientemente. Le quedaba como anillo al dedo, con la tela tan pegaba a su cuerpo que si me acercaba igual podía vislumbrar sus costillas.
―¿Me queda bien? ―esa pregunta era estúpida, aunque no pude responder―. ¿Y por detrás?
Giró sobre los tacones, centelleando en el suelo hasta casi sacar fuego. Me fijé en su espalda, en ese pelo moreno que danzaba de manera acrobática por sus hombros e incluso, noté que su fragancia me embelesaba desde la lejanía.
Mis ojos se fueron hacia abajo, justo donde reposaba un culo digno de elogio donde se podía apreciar la fina línea de un tanga que corría para bordear su cadera. No es que me pusiera esa imagen, es que me paró el corazón. Paula era la perfección.
―¿Vas a decir algo o no?
¡Qué curvas! ¡Qué silueta…! ¡Qué belleza! Era incomparable, algo surgido de un hechizo, porque esa mujer no podía ser mi hermana.
¡No podía estar más buena!
―Pues… ―estaba en shock, sin poder analizar tanto esplendor.
―¿Bien o mal?
De pronto, sus manos subieron por encima de su cuerpo, volviendo a girarse y quedándose de cara. Sus pechos bambolearon, regresando a su lugar con un peso maquiavélico. Parecían más grandes de lo normal, inmensas, duras y perfectas, algo que podría dejarme sin conocimiento.
―¿David? ―requería mi respuesta al tiempo que sus manos se alzaban.
―Yo… Creo…
Los dedos corrieron por sus costillas, subiendo por ambos senos hasta que las palmas taparon la tela que cubría unos pezones. Las apretó con normalidad delante de mi cara, como si yo fuera un hermano normal y no un chico a sus pies.
―¿¡Hablas o qué!? ―pedía ella sabiendo muy bien lo que estaba haciéndome sentir.
―Bien.
―Suficiente ―cortó ella ante mi inmovilidad, sacándose las manos de los pechos, hizo un movimiento para que me largase― Déjame sola y dile a mamá que ya voy.
―Sí…
Cerré la puerta sin darme cuenta, casi como si estuviera en un sueño, pero no… era la realidad y… ¿Paula se sobó las tetas para mí? No podía ser cierto, sin embargo… ¿Lo era…?
****
Antes de sentarnos a cenar, saqué mi móvil por petición de mis tíos y ya que me lo pidieron, saqué unas cuantas fotos a la familia. Mi madre sonreía junto a mi padre, que posaba con su inamovible rictus de tío seco. Muchas veces me preguntaba que había visto mi madre en él, pero estaba claro que uno, era su dinero y otra, me imaginaba que de joven seria majo y apuesto.
Salí a la cocina, donde mi abuela estaba llevando algo para el salón, es curioso que nunca se pueda estar quieta incluso de invitada, parece que siempre tiene que ayudar y no dejar que la sirvan.
Después de darla un beso, puse mis ojos en otra persona, una chica que estaba con su precioso vestido de tirantes. Estaba recogiendo unas servilletas y con la cámara en la mano, tuve cierta reticencia a pedírselo, porque sabía para qué las necesitaba.
―Paula… ―llamé antes de decidir nada.
Ella se giró, haciendo que sus pechos se mecieran en el aire en un ilógico escote que mostraba demasiado, pero… que aguantaba en un limbo increíble para que no se atisbase ninguno de los dos pezones.
―¿Qué…? ―no era sequedad, pero sí que se trataba de un extraño tono.
―Nada, solo que estoy haciendo fotos a todos… ¿Quieres qué…? ―reformulé la pregunta, aunque me la jugaba a que me dijera lo guarro que era― ¿Podría sacarte una foto? Estás preciosa.
―¿Una foto…? ―preguntó apoyando el trasero en la encimera y señaló el suelo― ¿Aquí? ―asentí.
Se quedó pensativa y lo único que me vino a la mente, fue que ya estaba, había terminado, contaría todo en la cena de Nochevieja y mis padres me mandarían a un manicomio. Noté que el sudor pretendía salir por mis axilas y los cinco segundos en los que estuvo mirándome en silencio, fueron eternos.
Se alisó el vestido y posó delante de mí con el rostro serio. Os juro que se me puso dura casi de inmediato. Luego hice otra foto, y ella fue cambiando de postura, con los brazos en jarra, de perfil, media vuelta para que inmortalizara su culo y su espalda, jugaba con los pendientes, se pasó los dedos por el cuello, mirada al vacío y yo no podía parar de tirar una foto tras otra.
Diez, quince, veinte fotos. Aquella empezaba a ser un reportaje y por último, se situó por detrás de la mesa de la cocina, se inclinó un poco hacia delante y apoyó las manos. La gravedad hizo el resto. Sus pesadas tetas cayeron a plomo y a mí se me cambió la cara. La hija de puta me estaba provocando. Pude ver en su cara que aquello lo había hecho a propósito para jugar conmigo.
―¿Ya tienes suficientes? ―dijo Paula incorporándose y colocándose el escote para que todo estuviera en su sitio.
―Sí, sí, claro... ―tartamudeé.
―Espero que no uses estas fotos para lo que ya sabes... ―me dijo antes de salir de la cocina.
Me quedé petrificado un par de segundos, mirando las impresionantes fotos que acababa de hacer con la cámara. Y de repente sentí a mi madre golpeando mi hombro.
―David.
―¡¡Coño!! ―el móvil casi se me cae de las manos y el corazón se me pudo atisbar por la garganta― ¡Qué susto! ―mi madre soltó una carcajada.
―Últimamente, estás muy asustadizo, ¡eh! La otra vez en la ducha, ahora en la cocina, ¿dónde te daré el próximo infarto? ―se acercó a mí, dándome un beso duradero en la mejilla. No es que no me gustase, pero lo sentí extraño, porque yo, continuaba empalmado― Venga, vamos a cenar. Seguro que va a ser una gran noche.
Nos pusimos a cenar y pude desconectar de la sensación con la que me impregnó mi hermana gracias a la brasa que me dio mi tío sobre unas acciones que tenía. No estaba entendiendo nada, pero le asentía y no paraba de narrarme sus peripecias en la bolsa. ¡Qué coñazo!
Lo único reseñable de la cena, fue que mi padre tuvo unas llamadas, no sé qué historias de su estudio y algún trabajo, que le hicieron levantarse de la mesa en multitud de ocasiones. Al parecer, por lo que me enteré al estar al lado de Belén, fue que al día siguiente tendría que ir a Madrid a solucionar el asunto. ¡El día uno de enero! ¡Menuda chafa…!
Nos tomamos las uvas sin ningún ahogamiento y todos reímos mientras Emilio se iba a la cama para descansar. En el caso de mi hermana y yo, nos preparamos un poco más, porque ambos saldríamos a tomar algo por la zona… bueno, quien dice a tomar algo se refiere a emborracharse, vamos a ser claros.
―¿Has visto a mi madre? ―le pregunté a mi tía, que me señaló la otra sala.
Fui a donde ella, porque no sabía si salir con corbata o no, ya veis que tontería, pero andaba con dudas. Paula se había marchado hacia unos minutos y Belén era la única que sabría hacerme el nudo.
Entré en la sala y allí estaba, con su precioso vestido y ese pelo tan esponjoso con unas cuantas canas asomando. Algunas veces se quejaba de ello, decía que la hacían más vieja, pero en mi opinión, le sentaban fantásticas.
―Mamá, era para una cosa…
Me percaté de que se giraba un poco más para no darme la cara y pasaba por sus mejillas el dorso de su mano para limpiarse algo. En la otra aún portaba un vaso de champán casi acabado y antes de llegar donde ella, torcí el rostro imaginándome que la pasaba algo.
―¿Mamá, estás bien…? ―lo pregunté con cierto temor, porque nunca la había visto llorar y… ¿Estaba llorando?
―Sí, sí, claro, cariño. Es que… ―su boca se cerró y al llegar a su altura, pude mirarla a los ojos. El azul de sus iris resplandecían con fuerza debido a la humedad que albergaba en ellos.
―¿Qué ha pasado? ―me alarmé porque igual era algo importante.
―Nada… Una tontería… No te preocupes.
―Dímelo, por favor. ―ella se rio con una lágrima cayendo por su mejilla y terminó la copa.
―¡Ay, David…! ―me acarició el rostro con suma dulzura― Nada… Tu padre… siempre de aquí para allá… Menos en casa, está en todos lados y…
―¿Te sientes sola? ―asintió a mi pregunta y soltó un sollozo que me partió el alma.
―Ahora que os habéis ido los dos de casa lo noto más y bueno… ¿Cosas que pasan, no?
―Yo… No lo sabía. ―era imposible saberlo, aunque igual hubiera notado señales si no hubiera estado tan pendiente de Paula. La boda, su soledad… normal que se sintiera así― Si yo pudiera hacer algo.
―Ya lo haces estando conmigo. Ahora marcha, tienes una fiesta de la que disfrutar. ―su mano no se iba de mi rostro y me salió lo único que pude hacerla.
La abracé con ganas, como cuando tenía cinco años y lloraba de puro dolor. Ella sintió mi amor y también, la presión en sus grandes senos debido a mi pecho. Colocó el rostro contra mi hombro y manó de su boca un sollozo de puro dolor que me dejó el alma seca. No era capaz de encontrar las palabras, por lo que la besé en la mejilla tratando de que se calmase.
―¡Anda…! Vete ya.
Se separó con dulzura y me dio un beso en los labios del todo improvisado. No los recibía desde que superé los doce años de edad y lo sentí extraño, con ese sabor salado de las lágrimas, era… diferente.
―Te quiero mucho ―confesó dándome la vuelta a mi propio cuerpo. Cuando estuvo a tiro, me sacudió un azote muy leve que, prácticamente, fue una caricia en mi culo― ¡Venga, arrea a la calle! Seguro que hay chicas esperándote…
―Hablamos cuando quieras, mamá.
―Claro, bebé.
Un beso voló entre nosotros y pude notarlo que volvía a impactar en mis labios de manera fantasmal. Ella me dio la espalda, mostrándome una figura delgada que había cuidado con los años y un trasero que se mantenía alto.
Un sentimiento me golpeó con rudeza, esas ganas de quedarme con ella y consolarla toda la noche, me hubiera metido en su cama si era necesario y la daría un masaje en el cabello como tanto la gustaba. Sin embargo, la noche me llamaba y una de esas voces, provenía del ser que tenía mi alma apresada… Paula.
17
Las altas horas de la noche llegaron entre copazos de todo tipo de alcohol y para cuando los demás bares cerraron, los sobrevivientes del pueblo nos dirigimos a uno. El que quedaba abierto.
Allí estábamos los últimos jóvenes y casi podía intuir, a quien me encontraría entre esas cuatro paredes, porque no era la primera vez que nos veíamos allí.
En el fondo del antro, rodeada por todas sus amigas, estaba Paula que no había perdido ni un ápice de su belleza y sobresalía por encima de cualquier otro ser que osara entrar a ese bar.
No perdí el tiempo, porque todos los cubatas de mi interior me lo pedían a gritos. Me acerqué con cierto dolor en los pies debido a los zapatos y con la imagen de mi madre llorando totalmente olvidada. Seguramente, tendría que preocuparme de eso en otro momento, sin embargo, ahora la que importaba era Paula.
―Hola, Pau. ¿Qué tal la noche? ―el grupo se abrió para dejarme entrar a su lado, todas me conocían.
―¡Vaya…! Eres tú… ―que frase más extraña.
―¿Vas a irte pronto?
―Puede ser, estoy destrozada de bailar, los pies me están matando. ―se acercó un poco más, casi a mi altura con los tacones que calzaba― ¿Por qué?
―Por saberlo…
―¿Estás borracho? ―me cortó con una pregunta tonta, era evidente que sí.
―Un poco.
―Yo también, me he tomado alguna copa de más esta noche y eso no me gusta. ¿Sabes lo que menos me gusta? Que hoy sí que me han entrado dos feos y los he rechazado. ¡Que poco me gusta que me molesten!
―Es lo que te dije… impones.
―A ti no ―aquello me fulminó, creando un vórtice en mi interior que no devoraba, si no que expulsaba lujuria.
―¿Volvemos juntos a casa? ―después de esa frase, sonó un tanto indecente esa pregunta. No sería la primera vez que regresaríamos juntos.
―Sí. ―dio un trago y dejó el cubata con un tercio sin beber― Vámonos ya, estoy cansada.
Salimos a la carrera, casi sin darme tiempo de despedirme de mis amigos. Seguí su estela, hasta que la alcancé en la calle y me pidió mi chaqueta para protegerse del frío nocturno. Se la di, ¡claro que se la di! Y si me hubiera dicho que me desnudase, lo haría.
―¿Estuvo bien la noche? ―la pregunté por no estar callados, el silencio de la ciudad me mataba.
―La foto.
―¿Qué pasa con la foto? ―estaba demasiado seca y eso me volvía loco. Era ira o desinterés lo que le causaba.
―La foto que me has hecho en la cocina, enséñamela. ―en menos de cinco segundos la tenía delante de su cara― Salgo guapa.
―Es que con ese vestido vas impresionante. Es normal que se hayan acercado a ligar.
―¿Tú no has ligado? ―era una pregunta que no venía al caso, sabia de sobra que tenía novia.
―No creo que a Sofía le gustase mucho.
―¿Y le gusta que te hagas pajas pensando en tu hermana? ―eso me dejó de piedra, fue demasiado directa. Estuve tentado de asentir, porque aquel polvo en el sofá lo gozó demasiado.
―No lo sé…
―¿Qué vas a hacer ahora? ―nuestra casa ya se vislumbraba al final de la calle y la miré lleno de dudas― Cuando llegues al cuarto, a eso me refiero.
―Ya lo sabes… ―el labio me tembló, no del frío, si no de lo cachondo que me encontraba― Una paja.
―¿En casa? ¿Con papá y mamá en la cama y yo al otro lado?
―Creo que… ―no iba a mentirla a estas alturas― Creo que sí. Me la voy a hacer mirando tu foto.
El silencio se apoderó de nosotros, envolviéndose con las luces de las farolas en nuestras cabezas. No dijo nada más hasta llegar a casa y esperó a que yo le abriera la puerta pese a que ella también llevaba las llaves.
Llegamos al pasillo sin hacer ruido, ella con los tacones en la mano y yo, habiendo dejado los zapatos en la entrada. Me paré en mi puerta, mirando hacia atrás, donde Paula se adentraba en su habitación.
Llegué hasta mi cuarto y me senté en la cama. Dudé unos segundos, pero enseguida me puso de pie. Estaba muy excitado y al coger la cámara de fotos mis manos temblaban descontroladas. Entonces salí al pasillo decidido. La casa se encontraba a oscuras y en silencio.
Solo se veía una tenue luz en la habitación de Paula y me acerqué despacio hasta allí. Llevaba la cámara en la mano, y no tenía ninguna intención de que sucediera lo que iba a suceder, ni sé como me atreví (quizás las copas que llevaba encima ayudaron), pero el caso es que lo hice. Toqué despacio en su puerta y Paula me abrió extrañada.
―¿Qué quieres, David?
Entré en silencio en su habitación, le mostré la cámara y empezamos a hablar casi susurrando.
―¿Qué haces con eso?, ¿es que quieres hacerme más fotos?, pensé que ya tenías suficientes por hoy... ―me soltó Paula dándose media vuelta y dirigiéndose al baño.
Se quitó los pendientes y comenzó a desmaquillarse frente al espejo. Todavía llevaba puesto el vestido de fiesta.
―Muy graciosa, aunque no me importaría...
―¿Y entonces?
―Oye, Paula, lo que me dijiste antes de cenar...
―¿Ya empezamos?, era una broma, ¡solo una broma!
―A mí no me lo parecía, es más, pienso que has posado para mí, quería excitarme para que luego ya sabes...
―Solo era un juego... anda, vete a tu habitación y haz lo que tengas que hacer, estoy cansada y no tengo ganas de hablar de lo mismo otra vez...
―¿Y si me la hago aquí?
―¿El qué...?
―¿Pues qué va a ser?, ¿la paja?
―Sí, claro, anda deja de decir gilipolleces, coge tu cámara y sal...
En ese momento escuchamos como se levantaba mi madre y se acercó a la habitación donde estábamos, Paula me escondió detrás de la puerta, y se puso el dedo en la boca para que no hiciera ruido, no sé por qué lo hizo, pues no estábamos haciendo nada malo.
―¿Ha venido tu hermano?
―No, todavía no, le he visto hace poco por el pueblo y me dijo que ya se venía en poquito, así que no te preocupes.
―Teníais que venir juntos, Paula, ¡como sois!, nunca nos hacéis caso... bueno. anda me vuelvo a la cama...
―No te preocupes, mamá, David estaba bien, no creo que tarde mucho en aparecer por casa...
Y cuando se fue mi madre Paula cerró la puerta y me echó una buena bronca.
―¿Pero tú eres imbécil?, casi te pilla mamá en mi habitación.
―¿Y qué pasa porque esté en tu habitación?, solo estamos hablando...
―Ya, pero no....
―¿O es que al final quieres que me haga la paja aquí? ―le solté de repente.
―¡Venga, vete!, ¡y no hagas ruido!
―Espera, Paula, te lo digo en serio, si no es aquí va a ser en mi habitación y yo prefiero hacerlo aquí, a tu lado, te prometo que tardo poco y ya no te vuelvo a molestar con este asunto, baja un poco la persiana y deja la habitación casi a oscuras, no me vas a ver, si quieres ni me la saco, solo meto la mano por dentro del pantalón..., por favor, Paula...
―¿Pero te estás escuchando?, no vas a hacerte ninguna paja aquí, si quieres hacértela en tu habitación mirando las fotos que me has hecho esta noche me parece bien, ¡pero aquí no!
―Por favor, por favor ―le pedí encendiendo la cámara y mirando las fotos en la pequeña pantalla―. ¡Estás impresionante con ese vestido!, ¡y cómo posabas, uf!
―¡Cállate!, ¡deja de decir bobadas!, vamos sal de aquí o grito...
―Espera, Paula, de verdad que termino rápido...
No le dejé replicar, me metí rápidamente la mano por dentro del pantalón, la habitación estaba casi a oscuras, pero veía lo suficiente a mi hermana de pie apoyada sobre la mesa escritorio de su habitación, con los brazos a ambos lados de su cuerpo y mirando hacia mí. Me agarré la polla y como por dentro del pantalón casi no podía meneármela, me la apretaba fuerte y luego soltaba y así empezó a deslizarse sobre la palma de mi mano en una masturbación muy placentera.
¡Era la hostia aquello, me estaba masturbando delante de mi hermana y mis padres durmiendo en una habitación cerca de la nuestra!
―¡¡No me puedo creer que estés haciendo esto!! ―dijo Paula apoyando el culo en la mesa.
―Me pones mucho con ese vestido, bufffff, ¡¡ni te lo imaginas!!
―Te voy a matar, David, te voy a matar...
―Me da mucho morbo acariciarme en el mismo cuarto en el que estás tú, es mi mayor fantasía, que me mires... ya lo sabes, Paula.
Ella agachó la cabeza y se alisó el vestido. No iba a darme ese gusto.
―Esto es muy fuerte, ¡vamos, termina ya y vete!
―¿No te importa que me corra en tu habitación?
―Solo quiero que te vayas...
―Antes has posado increíble, sobre todo cuando te has agachado, ¡menuda foto!, mira, ¿quieres verla? ―y me acerqué a ella con la cámara en la mano y se la mostré.
Seguía masturbándome despacio, con una mano por dentro del pantalón y Paula miró la cámara un par de segundos y luego negó con la cabeza.
―¿Por qué no te vas a tu habitación?, esto no tiene sentido...
―No me queda mucho, oye, Paula, una cosa, ¿me dejarías sacármela?, así terminaría antes...
―Si haces eso grito, ¡te lo juro que grito!, ¡vamos, termina de una vez!
Aunque Paula me estaba permitiendo que me sacudiera la polla bajo los pantalones en su habitación, yo la conocía muy bien, y esa amenaza iba en serio, si me sacaba el miembro delante de ella posiblemente gritaría y le contaría a mis padres todo lo que estaba sucediendo entre nosotros, por lo que todo el trabajo previo que había hecho se iría al traste, así que me aguanté y aunque no era fácil, tuve la cabeza fría en ese momento.
Esto tan solo era el comienzo, y si ya estaba consiguiendo masturbarme en su habitación delante de ella por primera vez, quién sabe lo que me podría deparar el futuro, lo único que tenía que hacer era ir poco a poco y no fastidiarla.
―Vale, tranquila, tranquila, no lo hago ―dije acercándome para ponerme a su lado.
Yo seguía masturbándome y cada sacudida me proporcionaba un placer como nunca había tenido, me ponía muy cachondo meneármela delante de Paula, empezaba a tener la polla empapada de mis líquidos y al estar en silencio cada vez que apretaba y me soltaba el tronco se oía el típico chapoteo de mi rabo.
Cada vez más cerca del orgasmo solté la cámara y me puse a su lado. Solo quería sentir su cuerpo, me puse de pie apoyado sobre la mesa escritorio al lado de Paula, y la rodee con mi mano libre la cintura, pero ella me apartó de un manotazo.
―¡Quita, joder, no me toques!, ¡ahora no!
Yo me incliné sobre Paula y besé su hombro, un beso casto y puro, pero que en ese momento con lo caliente que estaba, me puso mucho rozar su piel con mis labios
―Estoy a mil, Paula, no te imaginas cómo me pone esto, tendrías que verlo, estoy muy excitado, ¿no oyes lo mojada que la tengo?
―Mira, ya no aguanto más, esto no tiene ningún sentido, ¡¡si no te vas tú, me voy yo!!, no puedo seguir aquí...
Yo bajé mi mano libre y la puse sobre la de ella, aprisionándola encima de la mesa.
―¡No, no te vayas!, ¡¡voy a correrme!! ―suspiré aumentando el ritmo de mis caricias.
Entrelacé los dedos con los suyos y sentí que mi orgasmo se precipitaba de repente.
―¡¡Paula, aaaaah, aaaaaah, me voy a correr, aaaaah, Paula, Diossssss!! ―gimoteé mientras mi cuerpo convulsionaba.
Y mientras yo acariciaba sus dedos entrelazados con los míos, mi polla explotó como un volcán dentro de mis pantalones. Es más, incluso me pareció que Paula llegó a acariciarme con su mano. Un sensación maravillosa que me fue empapando por dentro como un torrente, en una interminable corrida.
Después levanté la vista y me encontré en la penumbra con mi hermana, no sabría muy bien cómo describir su mirada, en una mezcla de enfado, incredulidad, morbo y un poco de lujuria. Incluso me parecía que Paula estaba temblando.
Solo sé que sus pezones se habían puesto tan duros que amenazaban con rasgar su vestido.
A mí se me pasó el calentón de golpe y no quise decir nada más.
―Muchas gracias, Paula, ha sido increíble ―y le besé el hombro antes de darme media vuelta.
No quise forzar más la situación y salí de su habitación con una sonrisa de oreja a oreja, con la mano por dentro de los pantalones, apretándome la polla para que mi corrida no se me empezara a escurrir entre las piernas.
Había cumplido mi primer objetivo con relativa facilidad. Y ahora ya no me iba a conformar solo con esa paja en la clandestinidad. Esto era solo el comienzo, el siguiente paso tenía que ser sacarme la polla delante de ella y hacerme una paja como Dios manda. Quería que Paula me viera. Y no solo eso, también quería ver cómo se tocaba, contemplar sus tetas, sus inmensas y pesadas tetas, chupárselas, lamer su coño, comérmela entera y por último follármela.
¿Por qué no?
Ese día lo decidí nada más salir de su habitación. Quería follarme a mi hermana Paula, ya no me iba a quedar solo en esa paja de mierda en su habitación. Iba a intentar hacer todas las cerdadas posibles con ella, quería tener una relación sucia, impúdica e incestuosa con mi hermana. Y lo iba a intentar con todas mis fuerzas. Paula me había permitido que me masturbara en la penumbra de su habitación y acababa de despertar a la bestia.
Me dormí debatiendo todos esos asuntos y creo que el breve sueño que tuve, fue yo en una mesa, con miles de papeles de cómo dirigir la siguiente jugada. Cuando abrí los ojos por culpa de mi madre, que me despertaba para desayunar, Paula, ya que se había marchado a dar una vuelta con las amigas. No importaba, tenía una semana de vacaciones en casa de mis padres y no iba a hacer nada, solo… aguardar agazapado mi momento.
Pregunté a mi madre si se encontraba mejor y aprovechando la soledad, salimos a dar una vuelta por el pueblo para que se quitase la tristeza de la noche de encima. Me lo agradeció con un dulce beso y no pude ser más feliz. Mi madre estaba bien y mi hermana, me había dado la mejor paja de mi vida.
Solo pude mirar al futuro, donde se encontraba nuestro piso de estudiantes. Allí… solo los dos… Paula y David… nadie más. El vello se me puso de punta y la carne de gallina. Únicamente me sacó de mis pensamientos la frase de mi madre, que mirando la naturaleza en aquel banco en la campiña, me preguntó.
―¿Tienes ganas de regresar con Paula y dejar el pueblo?
―Pues… ―el regusto a penas se notaba en su boca y solo pude mentirla― No tengo ninguna gana. Me quedaría aquí para siempre con mi madre favorita.
Ella sonrió y no me sentí mal, porque en el pensamiento, solamente estaba nuestra casa, una cama y… Paula y yo retozando como animales.
Una semana más tarde terminaron las vacaciones navideñas y mi hermana y yo regresamos a nuestro piso de estudiante.