La habitación de al lado (Compartir piso con mi hermana universitaria)

No sé si estará gustando o no el relato, veo esto muy paradillo en los comentarios, ja, ja, ja. Venga, si dejáis 25 me gusta, subo dos capítulos más el viernes para que los disfrutéis el fin de semana.

Un saludo!
No te desanimes,lo que ocurre es que el relato hace que se nos ponga bien dura y ña sangre tenga dificultad para llegar al cerebro,por eso no escribimos nada. Porque la sangre nos esta llegando al otro "cerebro" y además,celebro que sea así, eso es que nos esta gustando 😜
 
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Según iba en el autobús, ya supe cómo iba a ser el verano, porque dentro de mi cuerpo, no quería estar del todo con Paula. Sí, en cierta forma lo deseaba, pero por otro lado, notar esa tensión sexual en casa de mis padres con ellos presente… era una locura.

Por lo que lo primero que hice fue sacar el móvil y avisar a unos de mis tíos si podría ir a pasar unos días. Ellos me contestaron que sí, que estarían en la costa mediterránea y habría una cama para mí en la habitación de mis primos. Antes de llegar al pueblo, ya tuve un primer plan de dos semanas y lo mejor sería, que mis primos me llevarían por ahí para desconectar.

Ese principio de vacaciones fue un tanto rocambolesco, apenas paré en casa unos días, los justos para hacer acto de presencia y que mi madre no se quejase. Pero en cuanto me fue posible, escapé de la cercanía de Paula para poner meditar con tranquilidad y no estar pensando en ella veinticuatro horas al día.

Estuve en la playa, emborrachándome con mis primos en un par de festivales e incluso, volví a la ciudad para estar dos noches con Sofía en la que follamos como si volviera de una guerra.

Sin embargo, el verano avanzaba y debía hacer algo, ya no por mi hermana, si no por mis propios padres, que era estar un tiempo con ellos, por lo que esa misma mañana que estaba en saca con Sofía, recibí la llamada de mi querida progenitora.

―¿¡Qué, David!? No se te ocurre ni pasarte por casa para estar con tus padres. ―no daba la sensación de estar enojada, pero tampoco bromeaba.

―Mamá… ―me separé de Sofía, que estaba en la cama tirada con el sexo tan penetrado como el culo― Es que no sé… quería aprovechar el verano. Luego cuando tenga que trabajar se acabó la buena vida. Es lo que tú me dices, ¿verdad?

―Una cosa es la buena vida y otra, no ver a tu madre. ―en ocasiones, creo que no metía a mi padre en la ecuación porque sabía que ella era mi prefería y mi padre, ese hombre que siempre me exigía demasiado.

―Ya, bueno… ―me acerqué a la ventana sin nada que me protegiera y vi una ciudad ardiendo por el sol― Si te hace feliz, volveré en cuanto pueda. Voy a mirar si tengo posibilidad de pillar unos billetes de autobús para esta tarde.

―¿Si me hace feliz? ―hizo una especie de pedorreta que me saco una sonrisa― No, hijo, no me hace nada feliz que estés conmigo. ―ironía de la buena, de la que gastaba ella― Después de casi un año fuera de casa, la verdad es que te echo muchísimo de menos. ¿Tú no me echas de menos o qué?

―Sí, claro. ―era cierto, extrañaba bastante a mi madre. Siempre había sido mi soporte, mi amiga…― Según cuelgue miro lo de los billetes, te lo prometo.

―Una promesa es una promesa. ―pareció que daba unos pasos y bajó el tono de voz para comentarme una confidencia― Por cierto, te quería comentar otra cosa.

―Dispara.

―Es sobre, Paula. Ya sabes que… bueno… entre ella y yo, no hay esa confianza que tengo contigo. ―eso era verdad, a Paula siempre le costó abrirse con mis padres― La cosa es que la veo más seria que de costumbre, no sé, un poco rara.

―¿Rara? ―el que estaba raro era yo con mi pasión por mi hermana, pero… ¿Ella?

―Sí, no sabría decirte el motivo, pero la noto más ausente, apagada… no sé… cosas que notamos las madres, no lo entenderías.

―¿Por qué soy tonto o porque no soy madre? ―una pequeña broma que me gustaba lanzarla siempre.

―Porque eres tonto. ―directa y al mentón, con una carcajada que seguro que estaba meciendo esas tetas grandes que portaban todas las féminas de su rama familiar.

―¡Ten madre para esto…! ―ella continuó riendo a carcajadas y aproveché para decirle lo que me quería pedir― Pues no sé, hablaré con ella y ya te contaré, pero quizá sea por el curso, al final estudia mucho y… quizá solo quiera desconectar.

―Puede ser. ―escuché el rumor de alguien, tal vez mi padre acercándose― te dejo entonces y mira lo de los billetes. Hablamos, cielo. ―después de un beso, le devolví el cariño.

Miré el teléfono meditando sobre mi hermana y sin saber que le podría ocurrir. La última vez que la había visto fue a comienzos de verano cuando entré en casa de mis padres, sin embargo, estaba igual que de costumbre. “igual me echa de menos…”, bromeé para mí mismo, porque eso era imposible.

La iba a llamar ese mismo día, no obstante, debía esperar, porque Sofía se movió un poco y quedó con las piernas abiertas enseñándome ese coño depilado que tanto adoraba. Me arrodillé en la cama, soltando el móvil y pidiéndole a Paula que esperase un poco, antes… debía comer ese coño.

―¡¡David!! ―aulló al despertar con mi lengua dentro de su vagina― Dios mío… sigue… ¡Así me gusta que me despierten!




10




Hubo suerte y encontré un billete de autobús que me llevaba directo a mi pueblo. Aquello fue un flashback del inicio del verano, puesto que allí estaba mi querida novia diciéndome adiós. En esta ocasión, no regresó a su casa con el culo dolorido, pero sí con una buena ración de semen en su vagina después de correrse en tres ocasiones. Nada mal.

Allí cogí el móvil, aprovechando que el vehículo iba bastante vacío y no había nadie a mi lado. Puse el teléfono de mi hermana en la pantalla, con esa foto tan bonita de perfil en la que mostraba sus carnosos labios en forma de beso. Simplemente, increíbles.

―¿David? ―no esperaba mi llamada.

―Exacto, has acertado. ―no escuché ni una risita, por lo que no era el momento de bromas.

―¿Qué necesitas? ―un qué quieres era más personal, eso sonó feo. No estaba bien.

―Nada, simplemente, te llamaba para ver que tal estabas. Yo ahora estoy camino del pueblo, acabo de coger el bus.

―¡Qué milagro! Ya te dignas a venir a la casa de papá y mamá. ―si fue una broma, yo no la sentí como tal.

―Eso es, ya toca. Me has echado mucho de menos por lo que veo.

―Sí… un montón… ―sarcasmo del bueno, aunque no sabía cómo tomármelo, porque era claro que no estaba bien.

―Te noto un pelín… irascible. ―meter a mamá en ese no era necesario, si no la tomaría como una chivata. Por el momento, estaba solo.

―Para nada ―respuesta que me daba la razón―. ¿Quieres algo? Estoy ocupada.

―Ya, bueno… ―seguro que no lo estaba, por lo que insistí un poco― ¿Sabes? Siempre es bueno tener a alguien con quien hablar y cuando nos pasa algo, lo de contarlo, nos quita cierto peso…

―No me pasa nada… ―me cortó con hastío.

―Seguro que no, pero solamente digo, que estaría bien compartir esos momentos en los que estamos mal, ¿no te parece? ―no hubo respuesta― Al final, si somos hermanos, no es solo para llevar el mismo apellido, también para estar en los malos ratos… ¿No? ―esperé que me colgase, pero solo hubo una pausa larga hasta que habló.

―He cortado con Fernando…

―¿¡Qué!?

Mi corazón saltó en el pecho y creo que fue por culpa de la alegría. En mi mente un esbozo de su siguiente frase nacía con fuerza, esta comentaba que lo había hecho por mí y que deseaba follarme hasta que se me cayera la polla.

―Lo que oyes… He dejado a Fernando.

―¿Y eso? No sabía nada. O sea… ¿Estabais mal? ―estaba alucinando porque era lo último que me esperaba.

―No… Es que… es un hijo de puta. ―duras palabras que me golpearon el oído.

―Dame algún detalle más, Pau. ―quería que se abriera y me contase todo.

―Nada, pues… ―su garganta se endureció, pero consiguió continuar― en verano, a comienzo, se fue de festival. No voy a aburrirte, el caso es que allí se lio con una alemana. Fueron unos besos, no hubo más, pero… me engañó.

―¡Qué me estas contando!

Estaba aluciando, no porque Fernando hubiera caído en las manos de la infidelidad, sino porque el muy estúpido había engañado a semejante obra de arte. Podría ser todo lo majo que quisiera, pero estaba claro que era tonto o tenía alguna deficiencia mental.

―Lo que oyes…

―¿Cómo te has enterado? ―necesitaba más detalles, por mí y por contárselo a mi madre.

―Por él mismo. Vino aquí después de besarse con la tía esa, me imploró perdón luego de contármelo todo, pero no… una vez que engañas, es complicado no volver a hacerlo. Para mí nuestra relación ha muerto.

No creía que eso fuera así, es más, suponía que el chaval estaba verdaderamente arrepentido y todo fue fruto de alguna alcoholizada, nada más. Fernando amaba a mi hermana eso estaba claro, como también… le encantaba que le comiera los huevos.

―¡Qué cabrón…! ―lo siento, no iba a ayudarle, porque Paula soltera… no era mala idea― ¿¡Cómo se le ocurre engañar a alguien!? Eso es lo peor…

―Ya ves, no te puedes fiar de nadie.

―Bueno, sí de tu hermano pequeño… ―en esta ocasión, sí que le saqué una leve carcajada.

―De ti el que menos. ―una broma que me gustó― Pues así ha acabado la cosa, he estado jodidilla estos días, pero bueno, todo se pasa. No quiero volver a verle, es pensar en él y se me revuelve la tripa. Incluso le he borrado de mi móvil.

―Haces bien, cuanto más lejos mejor. ―estaba siendo un cabrón, pero… es lo que hay― Ahora ya le voy a decir a mi amigo Jaime que tiene vía libre. ¿Esperamos un poco a que pases el luto o le das ya una cita?

―¡Bobo…! ―apenas fue un suspiro que me recordó a sus jadeos follando― ¿vienes hoy entonces?

―Sí, llegaré en un rato largo. Nos vemos, hermanita querida. Arriba ese ánimo, ¿vale?

―Lo intentaré. Besos, pequeño…

Escuché como sus labios carnosos me lo enviaban a través del teléfono y mi pene se activó después de un tiempo sin pensar en ella. Suspiré para la soledad que me rodeaba en el autobús y con la cabeza apoyada en la ventana solo dejé la mente en blanco y… comencé a reírme.



****​




Una vez en la casa familiar, saludé a mis padres, permitiendo que mi madre me devorase a besos y me espachurrase las tetazas familiares contra mi cuerpo. Mi hermana estuvo algo fría y lo dejé pasar, porque ya que estaba allí, pensaba aprovechar cada día.

Los siguientes días hice lo de siempre, quedar con mis amigos, ir a la piscina y empezar a preparar la peña para las fiestas, que comenzaban en breve. La verdad era que me lo pasaba de maravilla y estar con la gente de toda la vida me traía a la mejor de las infancias. Con Paula, pues… la dejé un poco apartada, ya que al estar todo el rato haciendo cosas y sin verla de continuo como en casa, mi pasión por ella estaba dominada.

Sin embargo, al cuarto día, decidí ir a la piscina con el grupo de amigos y allí, encontré a mi hermana con las chicas con las que convivió en el pueblo durante casi toda su vida.

Nos pusimos algo alejados, porque a los del pueblo no les interesaba mi hermana, no como a los salidos de la universidad que no paraban de hablar de ella. Aunque era normal, todos nos habíamos criado juntos y ya la tenían muy vista.

La saludé desde la lejanía, observándola en el agua con medio cuerpo fuera y apoyada en el lateral rodeada de sus amigas. En ese momento, sufrí un shock, como si todo el tiempo alejado de ella no hubiera servido para nada. Fue igual a un detonante, la presa que contenía mi pasión por ella se había roto y de vuelta estaba con esas ganas irrefrenables de poseerla.

―Me largo al agua ―anuncié a mis amigos y sin poder la toalla, me zambullí en ese líquido templado para serenarme un poco.

Hice unos largos, buceé hasta quedarme sin aliento y traté de pasar de esa chica tan guapa que se había sentado en el lateral de la piscina remojándose los pies. Tuve que pararme un instante debido a que no podía más, jadeaba del esfuerzo y mi pene no había bajado ni un ápice su erección, porque Paula volvía a infestar mi mente.

Allí estaba ella, sentada al sol, con las gafas de sol en la cabeza y solo a cinco metros de distancia. Me metí dentro del agua, gritando mi lujuria y sacando miles de burbujas que explotaron en la superficie. El único pensamiento que nadó por mi cerebro, fue el mismo de siempre: Mi hermana era una diosa.

Broté de nuevo a la superficie, quedándome de manera furtiva con los ojos fuera del agua y la nariz para poder respirar. Mi atención se centró en ella, en su piel bronceada y en especial, en ese bikini negro que se anudaba a los lados. Todo el mundo me podía ver, sin embargo, nadie sabía que mis ojos admiraban de forma lujuriosa a mi hermana.

Se levantó del lateral, colocándose de pie y ladeando su cabeza para escurrir las puntas de su cabello mojado. La inercia le hizo inclinarse un poco, apareciendo ante mis incestuosos ojos, unos pechos enormes que conformaban una visión celestial.

Era preciosa, perfecta, la mujer más bella de la creación, pero es que ese par de senos, era la cúspide de un cuerpo que no daba la sensación de ser mortal. Me quedé sin aliento, deteniendo el tiempo y observando a cada fracción de segundo, ese busto que me volvía loco.

No eran unos senos normales, era como si no pegasen con su cuerpo delgado, casi estuvieran desproporcionados. Se trataban de dos montes grandes, firmes, duros, calientes y pesados, el sumun de cualquier hombre que ame a las mujeres. Está mal que lo diga yo, porque pensareis que no soy objetivo, pero eso solo tenía un nombre. Tetas… las únicas e irrepetibles: TETAS.

El ansia me pudo, me devoró por dentro y tuve que salir fuera del agua con un bañador empapado y pegado a mi piel, donde se notaba la erección. Corrí hasta los vestuarios, introduciéndome en uno individual como si quisiera defecar lo más grande. No estoy muy orgulloso de lo que hice en ese momento, porque no estaba en mí, pero… no era capaz de controlar mi instinto más primario.

Con la imagen de esos pechos perfectos en mi mente, me la sacudí en silencio hasta que todo mi cuerpo se tensionó con violencia y escupí el semen al retrete. Con un aire más calmado y unos huevos que se enfriaban… pude regresar con mis amigos.




 





11




Los días continuaron muy normales, bueno… en lo que viene siendo mi normalidad, muy caliente cada vez que veía a mi hermana. Prácticamente, no es que estuviera enamorado de ella o con cierto encoñamiento que se me iría con el tiempo, creo que literalmente, estaba obsesionado.

Tuve que pasar tiempo con mi madre, porque mi padre apenas estuvo ciertos ratos con nosotros. El gran arquitecto siempre estaba ocupado con cosas más importantes que su familia, claro…

Ayudé a mi progenitora a ir a la compra, a hacer la casa, incluso nos fuimos de paseo unas cuantas veces que la otra opción, era quedarme en la sala junto a Paula y observar toda esa piel que mostraba en pleno verano.

Llegaron por fin las fiestas del pueblo, unas fechas marcadas para cualquiera que hubiera vivido allí. Es cierto que esa semana fue gloriosa, porque con todos los preparativos finales en la peña y el ansia por pasarlo bien junto a mis amigos, apenas pensé en Paula. Bueno… en mis ratos libres y privados, ya os imagináis lo que hice con ella en mente, pero… dejemos a un lado las obviedades.

Ya era de madrugada y mis pasos no iban todo lo rectos que deberían, había mandado un mensaje a Paula, puesto que esa tarde, le había comentado de pasarme por su peña para echarla un vistazo. Mirando la pantalla del móvil, observé esa respuesta que coronaba un beso con corazón que me dio un vuelco al alma.

―Ven cuando quieras.

No hace falta añadir, que según lo leí, me levanté de la misma y cogiendo a dos de mis amigos, nos encaminamos al lugar donde se encontraba mi hermana.

Según llegué, me di cuenta de que ese local era mejor que el nuestro, aunque no me esperaba menos, Paula y sus amigas eran unas artistas y nosotros… bueno… éramos nosotros. Habían colocado varios sillones a los lados para sentarse, con una barra al fondo para servir unas buenas copas. A los lados, las cámaras frigoríficas zumbaban con ganas y no puede más que recordar el sonido espeluznante que hacia la nuestra debido a todos los años con los que cargaba.

Parado al comienzo, busqué con la mirada a mi tesoro, esa divina hermana por la que cada célula de mi piel vivía. Allí estaba, sentada en uno de los sillones y hablando con una sonrisa en los labios con otra amiga.

No me sorprendió verla con el chándal de color verdoso y esa camiseta amarilla holgada de su peña, era el atuendo habitual, que la verdad, no hacia justicia a su cuerpo. Lo que en verdad me asombró, era que mis lujuriosos ojos la veían tan preciosa como de costumbre, igual que en la piscina cuando observé sus jugosos melones.

―Paula ―alcé la mano y me devolvió el gesto con una sonrisa y el vaso lleno en la otra mano.

Aproveché que su amiga se levantaba y me dejé caer a su lado mientras mis dos camaradas se iban a pedir algo para continuar con la borrachera. Paula me miró con esos ojos azules tan bonitos y se movió la coleta larga con su mano libre.

―¿No estás maquillada? ―pregunté de manera tonta, ella negó con cierta incredulidad.

―¡No…! ¿Cómo me voy a maquillar para salir por aquí? ―era cierto que siempre la veía con color y sombra en los ojos los fines de semana, pero claro, esto era el pueblo― ¿Te lo estás pasando bien?

―Un poco… ―agité el vaso casi vacío delante de su cara― Creo que han caído unos cuantos...

―Haces bien. ¿Te gusta nuestra peña? Ha quedado chula este año.

―¡Y tanto! ―señalé el vaso que estaba a la mitad― Tu, ¿qué? Será el primero de la noche, ¿no? ―Paula no era muy aficionada a beber, pero en esta ocasión, negó con el dedo.

―Ya voy por el cuarto.

―¡Qué! ―solté una risotada que rebotó en toda la peña― No te había visto beber tanto en mi vida.

―Una tiene que ahogar las penas, ¿no te parece…? ―su lengua seseó y llevándose el canto del vaso a la boca, bebió sin dejar de mirarme.

Fue un trago largo, sostenido en el tiempo a la par que sus ojos ni siquiera parpadeaban. Su vista estaba fija en mí y mi propio vientre sintió una punzada de nerviosismo por admirar semejante intensidad. Cuando terminó, soltó un sonido de satisfacción y observé que el vaso estaba casi terminado.

―¿Es que estás un poco borrachilla, hermanita? ―sus carnosos labios brillaban con la luz de las bombillas de su peña.

―Posiblemente… Aunque no seré el único de la familia, ¿verdad?

Me hizo un gesto con la mano, señalando ese vaso donde todavía quedaba algo del ron que me estaba metiendo al cuerpo. Sentí que era algo similar a una orden, no una proposición, sino un mandato para que hiciera lo mismo que ella. Por supuesto, lo hice y terminé el contenido en menos de tres segundos.

―Así mejor… ―suspiró ella, acomodándose con calma y comentándome― ¿Y qué tal te ha ido el verano? Sé que no has parado y me comentó mamá, que fuiste a casa de los tíos.

Hablamos durante un rato, contándole los festivales y narrándole alguna que otra fiesta con los primos. Me sentí mejor que nunca, mientras me escuchaba con atención, pero no como una hermana, si no como mi amiga. Estaba tan cómodo, que apenas me di cuenta cuando vino Carla a hablar conmigo.

―¡David, cuánto tiempo! ―me dio dos besos largos y húmedos que me sorprendieron― ¡Qué ganas tenia de volver a verte! Ahora como estás en la gran ciudad, ya pasas de nosotros.

―Para nada, siempre me acuerdo del pueblo, Carla. ―era una broma y le seguí el comentario, a la par que Paula nos miraba con curiosidad.

―Ya has hecho raíces allí o sigues como siempre. ―dudé por un momento, aunque entendí a lo que se refería.

―Estoy con unos amigos y también tengo novia desde hace casi un año. Me va bien.

―Me alegro mucho… ―no, no vi en sus ojos que se alegrara por eso ultimo― ¿Vienes conmigo, que me apetece tomar algo y así hablamos?

―Luego me acerco, que ahora estoy hablando con mi hermana. ―la señalé y ella sonrió falsamente con su impecable belleza.

―Vale, luego te mando un mensaje.

Se despidió con un guiño y supe lo que quería antes de que lo soltara con palabras, porque Carla y yo habíamos tenido una historia en el pueblo. Básicamente era una follamiga que se había enamorado de mí y tuve que cortar por lo sano antes de que se volviera una relación real.

―¿No vas con ella? ―la mueca malévola de mi hermana era increíble.

―Soy un hombre comprometido, ya lo sabes. ―eso la alegró.

―De los que no quedan… Mírame a mí, que no acerté con Fernando. ―hizo un gesto con la mano al decir el nombre, mandándole una señal a su amiga para que le trajera otro vaso lleno y cuando miró el mío, añadió en voz alta― Otro para mi hermano.

―Gracias. Lo siento por lo de tu relación, no me esperaba que fuera así, se le veía un buen tío.

―Un cabrón. ―se notaba que no le gustaba añadir más.

―A ver… en verdad se arrepintió al momento, o sea… venir hasta aquí para pedirte perdón no es moco de pavo. No creo que lo hiciera cualquiera.

―¡Oye…! ―cogió el vaso que le daba su amiga e hice lo mismo con el otro― ¡Tú de qué lado estas, enano…!

Me levanté de mi lugar, colocándome en su sillín que era para dos plazas y acorté la distancia que nos separaba. Ella apenas se movió, sin importarle lo más mínimo que nuestras rodillas estuvieran pegadas.

―Del tuyo, Pau. Solo digo, que no es un hijo de puta como muchos otros, nada más. Pero has hecho bien dejándole, además, estás sola y ahora puedes hacer lo que quieras.

―No como tú, que estás con Sofía y además, te viene esta Carla para darte un buen meneo. ¿Qué las das, David? Estás hecho todo un ligón. ¿Quién será la próxima?

―Tú.

“¡Mierda…!”, mi subconsciente me traicionó y ese cerebro embotado en ron soltó algo que solo estaba pensando. Paula lo recibió con asombro, separando esos parpados para mostrar al mundo la preciosidad de sus ojos.

Debía reaccionar rápido, no dejar eso en el aire y que diera por cierto mi comentario. La cosa era que no sabía qué decir, porque mi mente ya divagaba en la borrachera y era complicado meditar, menos mal, que ella misma me salvó.

―¡Qué bobo…! ―soltó unas carcajadas de lo más sonoras y me pude relajar―. ¡Esa fue buena!

―Soy todo un cómico… ―añadí, dando un trago largo para serenar mi cuerpo― Pues ya ves, hermana, no les doy nada. Bueno eso no es del todo cierto, a Sofía sí que le doy algo.

―¡Idiota…! ―lo soltó con cierta melosidad en su voz y me obligué a añadir algo más, el juego se prestaba a ello.

―Es más, hace nada estuve con ella en casa y bueno, lo pasamos muy bien.

―¡Calla, anda! ―hizo un aspaviento y su mano cayó en mi muslo, era una caricia de hermana, pero lo sentí como algo más― Al final lo que me vas a dar es envidia. Fíjate que a mí no me ha venido a hablar nadie en toda la noche. ¡Qué digo en toda la noche, en este verano…!

―Normal… ―no era la respuesta que esperaba y lo vi en su mirada, incluso, se sintió un poco ofendida― Es que impones mucho.

―¿¡Qué impongo!? ¿Qué tontería estás diciendo?

―Claro que sí.

Nos miramos por un momento, en el que me di cuenta de que en verdad no entendía lo que estaba diciendo. Desde pequeño había oído cosas de mi hermana y sabía que emociones creaba en otros muchachos. No solo me refiero a las sexuales, si no a esa sensación de estar en un pedestal inalcanzable.

―Paula, ¿no te das cuenta?

―¿De qué? ―no vocalizó del todo bien, pero fue comprensible.

―Tía, les impones a casi todos en el pueblo. Eres lista y lo sabes de sobra. Date cuenta de que eres hija de Emilio, el mejor arquitecto. ―puse un poco de rintintín en mis palabras y mi hermana soltó una risita― Te has convertido en la numero uno de tu promoción en la universidad. Siempre fuiste maja y agradable, una chica popular con la que todos querían pasar el rato. Además… es una obviedad que tenemos dinero, por lo que eso también cuenta. Y por último, aunque sea tu hermano se valorar la belleza y claro tú… ―el alcohol me pedía que no me contuviera y se lo dije tal cual― ¡¡Estás buenísima!!

―¡Qué exagerado, enanol! ―rio sin contenerse y yo, admiré la manera en la que la camiseta amarilla se le pegó a un seno marcando el sujetador― Creo que te has pasado mil pueblos, no soy para tanto. Pero bueno, dejémoslo en un gracias, porque ese piropo me acaba de subir el ánimo que me bajó Fernando, aunque venga de mi hermano, claro…

―Puede venir de cualquier otro… ―no lo comprendió y con un gesto, llamé a uno de mis dos amigos― Iván, tío, ven un momento.

Este vino chocándose con otra persona y tirando la mitad de su vaso. Alcé las cejas, porque iba bien beodo, pero… pronto estaría como él. Para no quedarme muy atrás en esa carrera etílica, dio un buen trago al vaso que me trajo la amiga de mi hermana.

―¿Qué pasa? ―no se le caía la baba de milagro al muy cabrón.

―Nada, es solo una duda. Mira, sabes de sobra quien es, ¿no? ―señalé a Paula e Iván asintió.

―Claro, es tu hermana. ¿¡Cómo no la voy a conocer, estás tonto o qué!? ―aquello sacó una carcajada a la protagonista de la noche.

―Sí, sí… A ver, solo te necesito para una cosa. Mírala bien… ―puse mi mano en la zona de su rodilla y la alcé para que los vidriosos ojos de Iván la siguieran, cuando llegué a su coleta morena, terminé por decir― ¿Qué te parece?

―¿Qué me parece… de qué?

―¡Joder, chico…! ―igual no era el candidato ideal, pero perseveré― Si te parece guapa, que está bien.

―¡Aaahhh, eso! ―Iván asintió como si hubiera entendido el sentido de la vida― ¡Joder, Paula, si estás buenísima de siempre!

Mi hermana se giró hacia mí, tapándose los ojos con una vergüenza infinita mientras nuestro invitado oscilaba de lado a lado. Lo vi gracioso y también, con una vulnerabilidad que la hacía todavía más preciosa. Tuve que azuzar al muñeco que era mi amigo para que dijera algo más.

―¿Lo mejor de ella?

―¡Todo! ―no se cortó y quizá debería haber medido su borrachera, porque soltó sin contenerse― Tienes unos melones que quitan el hipo.

―¡La hostia, Iván…! ―pese a ello, la risa salió disparaba de mis labios y se pegó en Paula― ¡Anda…! Ve con los demás, que ahora voy.

―Y gracias por los cumplidos, cariño… ―le despidió Paula de manera irónica con un rubor que no se podía borrar― ¡Menuda sinceridad…!

―Los borrachos y los niños no mientes, Pau. ―ambos suspiramos todavía con la alegría en la boca y le añadí― Es para que sepas que cualquiera en el pueblo querría contigo, si no te dicen nada, es porque saben que no estás a su alcance.

―Puede ser… ―removía el vaso meditando, y me vi en mi derecho de hermano en continuar con la charal.

―Has tenido mala suerte con Fernando, pero tienes que levantar el ánimo. Porque un tipo así no te sepa valorar, no pasa nada. Buscas otro y a otra cosa. Uno que en verdad te valore y te tenga bien servida como mereces.

―¿Bien servida? ―su mano continuaba en mi muslo y no se iba de allí, podía notar el tacto tras la tela de mi chándal― ¿Qué quieres decir con eso? ―metí un dedo por el agujero que creé con otro dos y Paula cerró los ojos.

―¡Qué dirás, David! No sabes si yo estaba bien atendida o no, y eso suena un poco machista por tu parte…

―Pero es la realidad. A una mujer hay que tratarla bien, cuidarla, quererla, estar para ella y… satisfacer todas sus necesidades. ―por mí hubiera continuado hablando sin parar. Definitivamente, estaba borracho.

―¿Sofía lo está, no? ―se rio de forma malévola y no supe que venía a continuación― Porque incluso cuando llego a casa estáis al tema. ¡Dios, que corte!

Era la primera vez que hablamos de eso después de que pasara y no lo desaproveché. Era una oportunidad entre un millón, además, en un sitio donde la intimidad nos beneficiaba pese a que muchos pasasen a nuestro lado, con la música y el jolgorio nadie nos escuchaba.

Paula tenía las defensas bajas debido al alcohol y yo, me había convertido en ese delantero que iba a aprovechar los resquicios para tratar de meter un gol.

―¡Menuda pillada! Nos cortaste el rollo de forma total. Cuando estoy con Sofía, todavía a día de hoy lo comentamos.

―¡Menudo conquistador estás hecho…! ―la ironía se notó hasta en Galicia― Vaya momento para una hermana…

―Es que es culpa de las hormonas, ya sabes que con dieciocho años, estamos como motos. No podemos parar. ―tomé un poco del vaso porque me estaba calentando. Paula hizo lo propio.

―Lo sé, no hace falta que lo jures. Este año en el piso, lo he comprobado con creces. ―para dar más intimidad a sus palabras, se inclinó un poco para susurrarme al oído― A ver si este año te cortas un poquito que ya son varias veces las que te he pillado... No es algo que debería ver…

―¿Cómo que varias veces?

La miré con todo el asombro, porque mis cálculos no eran esos. Solamente fue una única vez, esa primera que lo cambió todo. Cierto que con Sofía, me había observando en pleno coito, terminando con una ráfaga de semen en su trasero, pero… nada más.

―Claro, han sido tres. ―me quedé helado y su rostro no cambiaba― La primera fue la que te pillé en el portátil. La segunda en la ducha, un día que entré al baño. Estabas de espaldas y no vi nada, pero lo escuché. La tercera, en una ocasión que estabas estudiando en tu cuarto. Aunque cuando pasé rápidamente, vi por el resquicio de la puerta que menos estudiar…

El mundo dejó de girar y toda mi atención se podía en ese azul de sus ojos que parecía ahogarme. Estaba atónito, realmente congelado ante esa declaración, ya no solo por la información que me soltaba, si no por el tono tan normal con el que lo decía.

―¿¡Cómo!? ¿¡Por qué no me dijiste que me habías pillado!?

―¿Para qué te voy a decir eso? ―fingió que escribía en una lista invisible y continuó― Hola, David, hoy te pillé en la paja número cuatro del mes… ¿¡Estás tonto!? Si quieres ya añadimos también cuando te pillé con Sofía a cuatro patas en el sofá. ¿Lo comentamos durante la comida?

―Bueno… por seguro que Fernando también te ponía así a ti, no seré el único. ―me reí de lleno, con una notable erección bajo el chándal.

―¡Lo que me faltaba…! Hablar de cosas sexuales con mi hermano pequeño, a ti te voy a contar como me ponía o me dejaba de poner Fernando. ¡Anda!

―Eso es porque eres una cortada. ―puse un gesto extraño y la mejor voz de niña pequeña― La chica pija que no se puede ni romper una uña. ¡Uy, no puedo hablar de coitos con mi familiar…!

―¡Eres un imbécil de campeonato! ―su carcajada me llenó y alzando un puño, lo descendió con fuerza en mi brazo― Ese es el cariño de tu hermana la pija.

―Pues ha picado un poco… ―me acaricié la zona, era cierto― Que sepas que no voy a dejar de tocarme en casa y tampoco, dejaré de llevar a Sofía. ―era una provocación en tono de broma que ella sostuvo.

―Haz lo que te apetezca, pero en privado. No es necesario que yo vaya viéndolo por ahí todos los días.

―Que sepas que…

Tiré mi carta, porque no tenia nada que perder, estábamos de broma y borrachos, era el momento para comentarle una barbaridad en la cara. Mi mano libre se apoyó en su muslo, muy cerca de la suya e inclinándome levemente, llegué hasta su oído.

Mi aire caliente y muy etílico golpeó en su oreja, metiéndose por el conducto hasta calentarla el cuerpo. Su cuerpo se tensó, pude notarlo bajo la palma de mi mano y justo, antes de hablar, nuestros dedos se rozaron.

―No me importa que me pilles haciéndome pajas.

Me separé con calma, igual que si le hubiera dicho el paradero de un tesoro pirata y en realidad, era algo parecido, porque era mi secreto. Aguardé por dos segundos eternos, mientras notaba la piel bajo su chándal y el roce de su dedo meñique con el mío.

Fue entonces que alzó el brazo, lo bajó con ganas y me dio un golpe que contuvo al final. Apenas lo noté, un puñetazo más de postureo que de verdad. Negó con la cabeza y con la misma mano, hizo un par de movimientos para que me alejase de allí.

―¡Serás cerdo…! ―no lo decía en serio― ¡Anda, lárgate de aquí! Tengo cosas que hacer y ya me estás molestando.

―Te quiero, Pau. ―me erguí delante de ella y no sé si notó el bulto de mi polla.

―Ahora no me vengas con esas, enano. ¡Pírate!

Según me giré me obsequió con un azote en el culo que también me picó y eso provocó que mi polla diera un salto de alegría manchando mi calzoncillo.

La fiesta terminó unas horas más tarde, incluso me fui antes a casa de lo que tenía planeado. Aquella conversación había sido un oasis en pleno desierto y mi rabo, me exigía acordarme de mi hermana cuando me metí en la cama.

Recordé cada palabra, cada gesto y esos roces con el meñique. No era nada… quizá para otro mortal no fuera ningún indicio de nada, pero a mí, me valió para que, al primer minuto de estar sacudiéndomela, me corriera a mares.​
 
12




El despertar fue complicado, parecía que tenía una losa encima de mi cuerpo y un martillo agujereando mi cráneo. Pude llegar a la cocina a duras penas, donde Paula estaba como una flor viendo algo en la televisión y hundiendo su galleta en el ColaCao.

―Buenos días, hermanito ―aquel saludo iba con sorna por lo bien que estaba ella y el guiñapo inerte que parecía yo.

―Sí… Buenos… ―no acabé porque incluso la garganta se me cortó.

―¿Quieres desayunar algo? Puedo preparártelo si estás moribundo. ―estaba preciosa incluso con resaca y yo, me asemejaba a cadáver consumido.

―No… creo que de momento paso. Voy a ver si me ducho y recupero un poco el sentido.

―¿Sentido? Careces de ello. Menos esta madrugada.

Los recuerdos de nuestra conversación volvieron y no sé qué me dio que me acerqué a ella con paso lento, el que podía. Me incliné a su lado, mientras ella comía esa galleta, ajena a mi presencia.

Con los labios secos, le dejé un bonito beso en la mejilla y de la mejor manera que pude, la abracé por encima del vientre. Ella se dejó, porque parecía que me quería más que el día anterior, aunque no solo ocurrió eso. Al retirar la mano, pasé por debajo de sus senos y palpé uno sin querer. Aunque decir sin querer queda raro, es cierto, no era mi intención.

―Marcho a la ducha, luego nos vemos.

Caminé por el pasillo como alma que lleva el diablo, con los calzoncillos nuevos en una mano y la resaca golpeando mi mente con violencia. Sin embargo, ese regusto tan sabroso que me dejó palpar el pecho de mi hermana, fue algo que iría conmigo a la ducha.

Allí entré, observando la mano y casi notando que ese seno todavía estaba tocándome. Un escalofrío muy placentero cruzó mi espalda de golpe y supe que era el momento de darme una alegría mañanera.

El agua corría por mi cuerpo juvenil, alcanzando un pene que crecía con facilidad cuando Paula acudía a mi memoria. No me la toqué, solamente empecé a recordar esos momentos vividos en su casa.

Sus gemidos mientras Fernando se corría dentro de ella, el instante en el que me pilló con Sofía, el bikini de la piscina… todo confluía en mi mente trayéndome más y más placer.

―¡La leche…! ―confesé mirando hacia mi entrepierna― Está durísima…

Mi polla se había levantado como un coloso en medio de una llanura. La punta roja era el faro que no permitía naufragar a los barcos y de su punta, manaba una esencia que trataba de humedecer el prepucio.

La paja iba a caer, como tantas otras que me hacía cada día desde que fui a esa dichosa casa con mi hermana. La protagonista, siempre era la misma, mi amada Paula.

Sin embargo, algo sucedió cuando me la estrujé con fuerza. Mis ojos se abrieron de par en par y cuando observé que la puerta se empezaba abrir, mi imaginación voló. “¡Es Paula!”, gritó mi alma, suponiendo que venía a ver cómo me la machaba o… a terminar ella misma el trabajo.

Me giré para recibirla, aunque con la mampara apenas se veía, lo que había dentro: un adolescente con la erección más dura de su vida. Estaba listo, preparado para lo que ella quisiera, porque estaba claro que si había ido hasta allí después de nuestra conversación nocturna, era por algo.

No obstante, algo me detuvo, un mechó moreno con alguna cana que volaba esponjoso por el aire. Lo siguiente que ví fue un pijama de dos piezas, atado con botones en la parte superior que no dejaba ni una parte de piel visible. Es susto fue tremendo.

―¡Coño, mamá! ―comenté al aire, haciendo que mi madre diera un brinco.

―¡La leche, David! ¡Qué susto! ―se le había caído la toalla al suelo y la recogió, rápidamente, yo le estaba dando la espalda.

―Susto el mío que no esperaba que entrase nadie.

―¡Ay, majo! Ya no estás viviendo solo con tu hermana, aquí vivimos algunos más. ―me lanzó la toalla por encima de la mampara, dejándola colgada con cierta mañana― Solo venía a dejarte la toalla, acaba rápido que yo también me quiero duchar.

―Sí, sí, claro…

Se fue como había venido y la erección decreció de golpe debido al susto. Acabé de manera veloz y me vestí pronto para salir a la calle, debía disfrutar del verano antes de que se acabase.​

13




El verano tenía la intención de terminarse y septiembre llegó con esos días fríos que pillan a todos desprevenidos. Había tratado de obtener algún redito más con mi hermana, pero se fue a un viaje con sus amigas y durante un tiempo solo estuve pasando el tiempo con mamá y haciendo nada cuando venía papá a casa.

Ahora estábamos de vuelta en nuestro piso de estudiantes, aunque para nada era momento de volver a clase, estábamos los cuatro allí juntos y vistiéndonos para… una boda. ¿La mía con Paula? Obviamente no, pero bueno, no diré que me querría casar con ella, pero igual pasar el resto de mi vida con ella en la cama… sí.

―¿Estáis listos? ―papá y yo nos giramos cuando mi madre metió la cabeza por la puerta.

―Más o menos… tengo que terminar de hacerle el nudo de la corbata a David, que no sabe.

Me quedé en silencio, porque esa frase portaba un significado más, como si me dijera que no sabía hacer nada. Belén asintió a su marido y desapareció para perderse en la casa. Emilio terminó de ponerme la corbata y salí de allí dejándole solo para que luchara él con los zapatos.

No me esperaba lo que vi cuando llegué a la sala, pero la realidad fue, que me sorprendió. Allí estaban las dos mujeres de la casa, maquillas y peinadas en la peluquería, don dos vestidos que lucían por si solos.

Mamá estaba muy guapa, luciendo esa silueta que conservaba en buena forma junto a unas curvas que no se habían desdibujado ni con el paso del tiempo, ni por culpa del embarazo. Sería la protagonista de cualquier película, en especial, por ese cabello con ciertas canas que le llegaba a la mitad de la espalda y esos tirantes que culminaban en un escote que quitaba el hijo.

Sin embargo, a su lado estaba la reina del mundo, esa diosa que caminaba entre los mortales. Paula me lanzó un gesto alegre junto a una media sonrisa con unos labios pintados de un rojo intenso. Me tomé las décimas de segundo para contemplarla a la perfección, con ese vestido verde de tela de gasa que le llegaba a los tacones. Era algo espectacular, una prenda que se le ajustaba a la perfección con su precioso cuerpo, sobre todo, en los senos, donde el escote de palabra de honor era un balcón a la lujuria.

―¡Dios mío…! ―me salió del alma en un suspiro largo y tendido― ¡Estáis espectaculares! ―era obvio que debía meter a las dos en el saco, porque no podía atender solo a Paula. Anqué Belén, estaba preciosa.

―¿Desde cuándo este niño es tan adulador? ―preguntó mi madre a su hija señalándome.

―No sé… ―Paula se meció su divino recogido delante del espejo y continuó― Últimamente, está mucho más agradable.

―Creo que vais a tener que vivir juntos más a menudo. ―los tres reímos y mi pene… también.

Los pasos de unos zapatos pesados sonaron a mi espalda y me fastidió darme la vuelta porque no contemplar a aquellas dos reinas era un pecado. Al final, lo hice, observando que papá llegaba a nuestro encuentro con el gesto torcido del esfuerzo mientras se metía el traje por el cinturón.

―Me tendría que haber llevado el del trabajo… ―se refería al traje que solía ponerse para el trabajo, bueno… uno de tantos. Mi madre se acercó y con sus uñas de color blanco, le metió la camisa con calma.

―Tienes que llevar este, que nos costó un dineral. Los del trabajo son de medio pelo.

―¡Si son a medida…! ―se quejó mi progenitor, aunque a ninguna nos causó nada.

―Ya está, ¡lo ves que fácil! ―mi padre se miró en el espejo en el que se admiró antes Paula y Belén nos hizo un gesto dándole las llaves del coche a Emilia― Venga, que vamos a llegar tarde. Todos al coche.



****​




Paramos en la iglesia, con ese sol de septiembre que parecía quemar más que calentar. Era evidente que cuando se fuera, el día se enfriaría, pero de momento, solo me apetecía entrar a la iglesia para no quemarme.

―Hijo ―llamó mi madre desde un lado, esperaba que no fuera para saludar a cualquiera que no conociera, ya llevaba cinco personas y estaba harto―, ven a sacarnos unas fotos a tu padre y a mí.

Emilio se quejó antes de que llegara, pero agradó a su mujer posando con una mueca bastante seria. ¡Qué soso mi padre, de verdad! Con la gran dama que le acompañaba y siempre con esa cara de seta y mala hostia que parecía estar lamiendo limones. Sin más… cada uno es como es…

―Oye, David. ―un golpecito en mi espalda, haciendo que me girase para contemplar a mi hermana. La sonrisa se me colocó en el rostro de manera automática― Ya que veo que estás de fotógrafo, ¿te importa hacerme unas fotos?

―¿Cuánto me pagas? ―respondí con picardía.

―¿Eres bobo, verdad? ―alcé los hombros por no saber qué contestar― Venga, con una palmadita a la espalda será suficiente. ―comenzó a caminar con esos tacones hacia unas escaleras y antes de seguirla, vi una oportunidad.

―¿Un beso?

―¿Cómo? ―se quedó mirándome con un resplandor azul en sus ojos, se lo repetí.

―Por las fotos. Un beso por hacerte unas fotos.

―Si quieres te doy dos. Lerdo. ―un insulto gratuito, pero el trato estaba cerrado― Toma mi móvil.

―¡No, no, tranquila! Ya saco con el mío que tiene muy buena cámara.

Así fue, le tomé unas cuantas fotos de varias perspectivas, sacando todo su cuerpo iluminado por el sol igual que en un teatro. Estaba esplendida, espectacular, algo para nada extraño en ella y yo, como siempre, estaba atento a como se mecían esas tetas que eran mi anhelo.

―¡Chicos! ―nos llamó mamá desde la puerta de la iglesia― ¡hay que entrar!

―Ahora vamos ―respondió Paula, que se acercaba a mi posición― ¿A ver?

Le pasé las fotos con rapidez y las miramos con el sol quemando nuestras nucas. Yo no pude mirar mucho las instantáneas, ya lo haría más tarde y seguramente, engrosarían la colección que guardaba en el ordenador. Solamente me fijaba en lo apretados que estaban sus senos.

―¿Qué te parecen? ―me quedé mudo, imaginándome que me habría pillado.

―¿El qué?

―¡Pues las fotos, bobo! ¿Están bien? A mí me gustan, parece que no eres mal fotógrafo. Te podrías dedicar a esto y ganarte la vida con algo. ―me dio un golpe en la espalda para saber que me estaba vacilando y se dio la vuelta en dirección a la iglesia― Vamos, que ya empieza.

La ceremonia estuvo bien y la comida mucho mejor, la boda era de la hija de uno de que trabajaba con mi padre y claro, el dispendio fue importante. Traté de no mirar mucho a Paula, que estaba a la derecha de mi madre, entre ella y mi padre, y lo conseguí porque el hombre de mi izquierda me empezó a taladrar el oído con no sé qué historia del Real Madrid que no entendía, pero me entretuvo.

Al final, llegó el baile, el momento en el que los novios daban esos pasos bien ensañados que habrían practicado en alguna clase danza. Yo ya estaba achispado, no podía mentir y me senté con mi madre que observaba el móvil sin preocuparse.

Mi padre estaba hablando con cualquiera, con la chaqueta quitada y el rostro algo sonrojado debido a las copas que llevaba, estaba claro que el coche se quedaría ahí esa noche y volveremos todos en taxi para dormir en casa.

―¿Mi hermana? ―le pregunté a Belén que estaba sola en la mesa. Después de moverse un cabello negro del rostro, miró a alrededor.

―Creo que ha ido al baño. ¿Te lo estás pasando bien? ―alcé los hombros.

―No está mal. Ahora viene lo mejor, ¿no? ―no lo comprendió del todo, evidente, no estaba en la peña con mis amigos, era mi madre― Lo digo por las copas gratis.

―¡Ah, sí…! Supongo, tampoco soy de mucho beber.

―Pues cuidado con las copas que igual las carga el diablo. A ver si vas a beber demasiado y te tenemos que llevar en brazos, eh, suficiente con papá. ―ambos le miramos y sonreímos.

―Menuda noche me va a dar… ―mi cabeza adolescente pensó en una cosa y rápido cambié el rostro.

―Mejor no me comentes eso, mamá. ―un comentario jocoso que rápido recibió su respuesta cuando belén se dio cuenta de lo que hablaba.

―¡Ay, no por Dios! ―se rio a carcajada limpia provocando que sus senos se movieran como flanes― No me refería a eso, más me gustaría a mí. Lo digo porque se va a poner a roncar como un orangután. No voy a pegar ojo.

―¡Ah, vale! ―volvimos a reírnos y alzó un dedo en dirección a la multitud.

―Por ahí viene tu hermana. ¿Has visto? Está preciosa.

Lo mencionó con orgullo con ese amor que solo puede venir de quien te ha dado la vida. Asentí en silencio, observándola con calma, igual que si la película empezase a rodar en cámara lenta. A cada paso de sus tacones sus pechos bamboleaban y esa sonrisa roja, estaba un poco achispada en nuestra dirección.

No hace falta decir lo preciosa que era, sin embargo, me gustó saber que no era el único que lo pensaba, ya que mientras la parte inferior de su vestido volaba a cada paso, los hombres que estaban a su lado… se giraban para observarla.

―¿Te duelen los pies, mamá? ―belén asintió ante la pregunta de Paula, que se sentó a su lado― A ver si ponen unas sandalias o algo, que ya tengo ganas de bajarme de este pedestal.

―Dentro de nada, ahora está muy de moda.

―¿Ah, sí? ―comentó Paula con cierta ironía que resultó graciosa― ¿A cuántas bodas vas tú al año? ―Belén se rio y solo pudo contestar.

―¡Que hija más tonta!

Nos quedamos mirando a la gente que se amontonaba en la barra y en la pista de baile. No hubo nada que decir, solamente mareando el alcohol de nuestras copas hasta que me dieron ganas de divertirme. Me levanté del asiento, caminado con gesto caballeresco hasta donde mi hermana, que me miró de arriba a abajo con gesto de incomprensión total.

―Buenas tardes my lady, ¿me haría el honor de concederme este baile? ―inclinándome levemente, le tendí la mano.

―¿¡Pero qué dices!?

―No se puede decir que no le he educado bien ―agregó mamá con una risa que compartía con su hija― Iros a bailar un rato y divertíos.

Paula negó con la cabeza, cogiéndome de la mano y produciéndome una electrocución gustosa que llegó hasta mis genitales. Cerré los ojos y cuando los abrí, los cambié de destino, porque estaba belén delante y no me apetecía que me pillara mirándole las tetas a su hija.

―Vamos a tomar algo, pero a bailar no. ¡Menuda vergüenza!

―¿Vergüenza? ―parecía que mamá me quería ayudar― Si aquí no nos conoce nadie, como mucho a mí. O sea que pasarlo bien. Paula… ―señaló a esta con una uña blanca que brillaba a la luz de los faroles― como no aceptes tú el baile de ese caballero, lo aprovecho yo.

―De algún lado has sacado eso de ser tan bobo… ―comentó Paula con una falsa resignación.

Cogidos de la mano nos acercamos a la barra y me sentí el hombre más dichoso del mundo. Los demás me miraban, bueno, a mí no, a Paula, pero notaba la envidia en sus ojos, sabedores que no podrían estar cerca de ella como yo.

No bailamos de primeras, si no que comentamos la boda mientras nos tomábamos una copa y el día se iba oscureciendo. Una hora más tarde, nadie nos había molestado y ciertamente envalentonado, la cogí de la mano y la llevé al centro de la pista.

Me pegué a ella a la vez que la música estallaba en los altavoces y la novia cogía un micrófono para animar a todos y a todas para que bailasen. Mi cuerpo se unió al de Paula, que sonreía todavía con el rojo tintado en sus labios, más ese color azul tan intenso que no paraba de fijarse en mí.

Mi cintura se pegó a la suya y sus manos fueron a mis hombros. Dimos unos pasos algo compenetrados, aunque no voy a decir que fuéramos unos expertos, solo dos novatos que no nos pisábamos.

Los minutos fueron pasando y la primera canción dio paso a la segunda. Mi cuerpo estaba reaccionando a la cercanía de mi hermana y también a esos pechos que se apoyaban en el mío. Ella misma se dio la vuelta por voluntad propia, cogiendo mis manos y colocándolas sobre su vientre para empezar con la nueva danza.

Fue encantes que lo noté, mi polla se había puesto tan dura como la lanza de un espartano y Paula, acercó su culo hasta que chocó contra esta. Rozamos un poco la zona, de manera algo comedida, no como le hubiera hecho a Sofía en cualquier antro de mala muerte.

Estaba caliente… ardiendo, con el propio alcohol bullendo en mi interior debido a la temperatura de mi sangre. Allí no nos conocía nadie, solo nuestros padres y Emilio ni siquiera sabría dónde estábamos. Como mucho, mamá nos miraría desde su asiento con una copa de manera solitaria, esperando que alguien la hablase.

El tema estaba acabando y me atreví a darle un golpe con mi cadera que se estrelló contra el centro de su culo. Paula no se movió y estoy totalmente seguro de que sabía que eso que chocó contra sus nalgas, no era mi móvil.

―¡Estuvo bien! ―se dio la vuelta sonriente, dejando claro que halaba del baile y no de ese último golpe.

―Sí, no sabía que era tan buen bailarín.

―¡Sí, bueno! ―pedorreó al aire y supe que estaba vacilándome― El mejor, no veas…

―Una cosa…

Me quedé mirándola en medio de la pista, sin miedo a que me dijera nada y pasó mis ojos por todo su ser. Mi lengua etílica no se contuvo, igual que en las fiestas del pueblo tuve que ser sincero.

―Estás… ¡Estás espectacular…!

―Gracias… ―soltó una risita muy pija y añadió de manera educada― Tú también estás muy guapo, hermanito. Tengo que decir que te sienta bien el traje.

―Tengo que ser la envidia de todos. ―la conversación solo era entre nosotros, me sentí solo entre tanto gente.

―¿Por el traje? ―negué con la cabeza.

―Por estar bailando con la más bella de toda la boda.

Paula miró hacia otro lado, con una media sonrisa que trataba de esconder. Noté el nerviosismo que le provocó ese halago y se llevó la mano al rostro para retirarse uno de sus cabellos, pero no era posible, todos estaban bien sujetos en su recogido.

―No seas tonto… ―la nueva canción sonó, pero no nos movimos― Si tanta envidia tuvieran alguno me hubiera pedido para bailar.

―Lo mismo que en el pueblo, impones. ―miré a mí alrededor, donde la mayoría eran señores de la edad de nuestros padres y algún treintañero amigo del novio―. ¿Te gusta alguno?

―He visto un par de ellos que no están mal, pero la verdad que no hay muy buena cosecha.

―Cosecha añeja… ―maticé haciéndola reír― Si yo no tuviera novia y te veo sola en una boda, iría a por ti de cabeza.

―¿No te impondría?

―No… ―con media sonrisa, me aproximé un poco más― Soy bastante kamikaze. Me gustan los retos.

―Últimamente, estás muy cariñoso y me gusta, aunque te pasas, no estoy tan espectacular como dices… ―dudaba si lo decía en serio o solo tiraba de humildad.

―Sí que lo estás y lo sabes...

Quizá era mi oportunidad, una verdadera ocasión para soltar algo que la acercase más a mí. El día era cálido, la situación propicia y el alcohol que nadaba por nuestras venas incitaba a hacer locuras, si no era ese día… ¿Cuándo?

―Lo digo muy en serio.

―No tan en serio… ―añadió sin borrar el gesto feliz de sus enrojecidos labios― Al final vas a hacer que piense que estás enamorado de mí.

―Es que si no fueras mi hermana…

Paula echó la cabeza hacia atrás, torciendo un poco la mueca de su frente. Creo que la duda sobre si era todo un juego o en realidad las palabras que salían eran ciertas, la asoló por completo.

Mis manos cayeron sobre su cintura, apretándola un poco y permitiendo que nuestra distancia se cortara del todo. Paula se encontró apresada, entre mi cuerpo y los que nos rodeaban, de cierta forma, no tenía escapatoria. Después de una risita nerviosa, añadió.

―Menudo Don Juan estás hecho… Aunque, hay un problema, no me gustan los más jóvenes. Eres un pequeñín.

―Solo son tres años, te recuerdo que acabo de hacer los diecinueve. ―me creía el más mayor del mundo, aunque seguía siendo un niñato.

―Un enano… Además, no está bien que te guste… ―la música casi opaca su voz y me acerqué a su oído para preguntarla en total intimidad.

―¿Por qué?

―¿¡Por qué va a ser, bobo!? ¡Eres mi hermano! ―una dulce risita pija nació de sus labios y sus pechos se mecieron a la par.

―Yo… Yo…

Sus ojos se clavaban en los míos y algo dentro de mí me azuzó con violencia para que expresara todo lo que sentía. Quizá fuera mi alma o tal vez, esas miles de pajas en honor a Paula, que movían la boca como si fueran almas en pena.

―Yo no he conocido a una chica que esté mejor que tú ―insistí con la garganta atorada―. Hoy cuando te he visto junto a mamá, me he quedado de piedra, pensando que en verdad era una diosa lo que tenía ante mis ojos. Estás… Estás buenísima…

―¿¡Co…!? ¿¡Cómo!?

De pronto, fue como si se encendiera la luz, ese momento en el que el bar se ilumina por completo y la borrachera te golpea con violencia. Es el instante en el que te das cuenta de que no eres un superhombre, sino un zombi andante más borracho que cualquier otro.

Ese fue el caso, pero no porque me golpeara ninguna luz, sino porque Paula comprendió que no había ningún juego en mi rostro y cogiéndome de la mano, me llevó a un lado de la zona de la boda.

Caminé a su espalda, nervioso como nunca, a la par que las sandalias que se había cambiado por los tacones, aplastaban una hierba todavía caliente por el sol del día. Cuando llegamos a un lugar más alejado, se dio la vuelta, arrinconándome contra un muro de arbustos y puso cara de pocos amigos. “¡La he cagado…!”.

―Mira, Paula, yo… ―me levantó la mano y por un instante, pensé que me abofetearía, pero solo me mandó callar.

―¡Calla, David…! ―miró a los lados, no quería chillar y que se enterase todo el mundo. Nadie estaba cerca y como mucho Belén se hubiera dado cuenta de nuestra huida― No sé de qué vas, no tengo ni idea, porque no te entiendo. Hay un pase de que hablemos de ciertas cosas, incluso de que me digas ciertos halados, pero…

―Igual ha sido una confusión ―corté con cierto temor a que se enojase más.

―¿Qué confusión? ¡Si has dicho que te gusto!

―Es que me… ―me froté los ojos, de perdidos al río. Si ya la había cagado, lo mejor era meter la pata hasta el fondo― Es que me gusta, me pones. ―¡mierda! Lo segundo me salió solo. No debía de haberlo dicho.

―¡Arréglalo más, chico! ―se tapó los ojos y prosiguió― Ahora te pongo, muy bien. ¿Y qué más? Dime que también te la cascas pensando en mí, porque no sé… ―lo vio en mis ojos, creo que eran la puerta abierta a mis pensamientos― ¡Por Dios, David…!

―No he dicho nada.

―¡El que calla, otorga! ―no merecía la pena discutirla― ¿Cómo quieres que me tome esto, David? ¿Qué hago contigo?

―No sé, solo te he dicho lo que hay… ―las cartas estaban sobre la mesa y poco podía hacer.

―Estás enfermo, chico… no puedes… ¡No debo gustarte! ¿No lo entiendes? ¡Soy tu hermana! Hemos salido de la misma mujer y del mismo padre, los cuales, están aquí con nosotros. Es que no se te ocurre mejor momento para esta estupidez… ―suspiró algo enrabietaba, caminando de un lado a otro mientras yo aguardaba como un niño pequeño cabizbajo.

―Lo siento, Paula, es que no sé qué me pasa contigo, pero no lo puedo evitar.

―¡¡Aahhgg…!! ¿¡Pero que evitar!? ―después de darme un golpe con el dorso de la mano en su pecho continuó, pero antes, eché un vistazo a sus mamas que se mecían al son del brazo― Es que no tienes que evitar nada, lo que tienes que hacer es que ni se te pase por la cabeza. ¿Tengo que hablar con nuestros padres para que te lleven a algún lado?

―Solo déjame explicarme, por favor. Solo te pido esto.

―¡Pero es que no hay nada que explicar!

Posé mis manos en sus hombros, parándola con algo de fuerza y provocando que sus ojos quedaran en dirección a los míos. Gracias al ron que nadaba en mi organismo, fingí de maravilla un rostro serio y lleno de confianza. Con ganas, le dije lo siguiente.

―Por favor, déjame hablar, Pau. ―ella silenció su boca y permitió que entre nosotros, solo corriera el sonido lejano de la música― Sé de sobra que eres mi hermana y nunca había sentido nada por ti que no fuera el amor familiar. Pero desde un tiempo hasta aquí, eso es diferente, no puedo dejar de pensar en ti… sí, me he echado novia, aunque Sofía no puede evitar que estés en mi cabeza.

―¿Qué dices?

―Calla… ―exigí― Está muy mal lo que siento, es así y lo sé. Pero, ¿Qué quieres que haga? Que me lo guarde solo para mí. No es así, Paula, es imposible, porque me arde por dentro. Cuando estoy solo en mi cuarto, antes pensaba en otra mujeres, pero ahora, solo en ti, ni siquiera en mi novia…

―¡Joder, qué asco, no sigas…!

―Es que me es inevitable, no puedo tener a la mujer más espectacular del universo a mi lado y no hacer lo mismo que haría el resto de los hombres.

―¡Madre mía, David! No te escuchas, cualquier cosa que digas no puede arreglar lo que dices. De verdad, estás fatal… ―suspiró con calma, aunque no me quitó las manos de sus hombros― ¿Ahora, qué hago? ¿Me invento una excusa con papá y mamá para decirle que no vivamos juntos? ¿¡Por qué no pretenderás que hagamos como si nada…!?

―Tampoco seamos dramáticos… ¿Qué he hecho de mal? Decirte que eres una belleza y que me gustas…

―Aparte de las pajas… ―me cortó con voz autoritaria― ¿¡Te parecerá poco!?

―¡Joder, es que eso no es algo malo! Seguramente, cientos de chicos han hecho lo mismo que yo pensando en ti. Y por mucho que me vaya a otro lado… Eso no va a cambiar.

―Lo arreglas a cada palabra… ―por mucho que se quejase, no se iba y en mi cabeza, eso era bueno― Ahora que guay, vivamos juntos y cuando estés en tu cuarto, pensaré con una sonrisa: ¡Uy, mira David, que majo! ¡Ya se está pajeando pensando en mí…!

―No seas tan creída que tampoco son todas a tu salud, maja… ―eso no arreglaba nada, pero lo solté como si estuviera mi orgullo herido― ¿Te molesta que yo u otros se la hagan pensando en ti?

―¿Eso a qué viene?

―Tía, eres consciente de lo buena que estás. Medio pueblo habrá pensando en ti, casi toda la facultan, incluso mis amigos. ¿Jaime, te acuerdas de él? ¿Te crees que te agrego para conocerte y tal? ¿Solo para eso o también para…?

―¡¡Calla!! ¡Qué asco, Dios…! ―alguien pasó detrás de ella y nos callamos, cuando desapreció, Paula continuó― ¿Y por qué lo hagan los demás qué…? ¿También tienes que hacerlo tú? Los otros, bueno…, pero tú lo tienes prohibido.

―¿Sabes cómo ocurrió? ―no se movió, no hizo ni un gesto y me dio permiso para continuar― Fue el día que me pillaste en plena paja. Algo se activó en mí, quizá una emoción que estaba dormida después de tanto oír lo buena que estabas. Al comienzo solo me dio morbo la situación, que tú me pillaras en plena faena, que me mirases sin hacer nada. Pero luego eso degeneró y me imaginaba otras cosas…

―¿Por eso solo? ¿Por esa tontería?

―Así es, desde ese día, incluso miro tus fotos para tenerte más cerca… ―Paula se llevó la mano debajo de los pechos y cruzó sus brazos, aquello no hizo más que aumentar de volumen sus pechos.

Y miré… claro que miré…

―No hace falta que digas más. He escuchado suficiente por hoy. ―con una mano me asió de la muñeca, retirándome las manos de su piel sin ningún gesto de asco― Lo mejor es hacer como que no he escuchado nada. Voy a pasar del asunto porque no creo que tenga solución. Si algún día se te pasa, podremos seguir teniendo una relación de hermanos… Hasta entonces…

―¿Pasarse? Lo he meditado mucho, pero no creo que sea tan sencillo… ―no había meditado nada.

―¿Por qué?

―Esto no es tan fácil… ―negué con la cabeza, dándome un segundo para decidir porque no se había marchado ya. Si estaba allí era que quería hablar del tema.

―Sí que lo es, cuando estés otra vez con Sofía se te irá pasando. Es lo que hay…

―No… ―fui contundente― Eso pensaba yo, pero no es así. Se me pasará cuando cumpla mi fantasía, es así de fácil. Es como si quisiera algo con todo mi ser, como esos niños pequeños que montan una pataleta hasta que tienen su regalo. Solo se me pasará cuando mi anhelo sea satisfecho. Lo sé.

―¿¡Cómo!? ―hubo un momento de silencio e incluso de sus labios manó una risa de incredulidad― ¿¡Que me estás diciendo!? ¿Qué se te va a pasar cuando qué? ¿Quieres que me tire en la cama a ver cómo te masturbas mirándome o algo así? ¡¡Tú estás loco!! ―lo último casi se queda en un grito.

―Pues… ―me quedé meditando y ya que estaba ahí, me decidí a jugar― Creo que sí, esa sería la solución. Una vez visto que no es nada del otro mundo, ya estaría. ¿Sabes cuándo quedas con alguien que piensa que será la hostia en la cama y luego es una decepción? Me parece que será algo similar. Después veré que es una decepción… Suena un poco fuerte, pero…

―Suena como un enfermo… ―se giró a mirarme con todo su orgullo herido y preguntó con su altivez elevada a la máxima potencia― ¡Perdona…! ¿¡Has dicho que seré una decepción!?

―No me refiero a…

―¡Ni lo sueñes, David! ―negó con sus manos y sus tetas también se movieron, parecía que me hablasen― Ese momento nunca va a suceder. ¡Nunca! ¿Me oyes? ¡¡Nunca!!

―En cierto modo…

De nuevo seguía allí delante de mí, echando pestes por la boca de los gustos de su hermano, pero… sus pies continuaban afincados en la tierra, en esa hierba tan verde que no abandonaba. “¿Querrá esta conversación? ¿Le gustará?”, medité antes de seguir.

―En cierto modo, ya lo hemos hecho.

―¿¡Qué dices!?

―Me has dicho que me has visto pajearme, ¿no? Y tres veces ―puntualicé―. Entonces, ¿no sería lo mismo?

―No me compares, eso fue pura casualidad y coincidencia.

―Dímelo, Paula…

Me vi impulsado por la misma energía que me poseía cuando estaba pensando en ella de manera lujuria. En esas veces que me pajeaba recordándola con el bikini de la piscina o escuchando sus jadeos cuando Fernando le devoraba el coño.

El frenesí me invadió y cogiéndola de la cintura, intercambié nuestros papeles. El bajo de su vestido bailó en el aire y su boca mostró un susto que no llegó a expresar con un grito. Ahora estaba delante del muro de arbustos, conmigo enfrente y entre nosotros dos, un poco de espacio que separaba sus enormes tetas de mi pecho.

―Mira dentro de ti… Dime, Paula… Seguro que te provocó un poco de morbo saber que estaba pajeándome, mientras no sabía que me observabas.

―No. ―estuvo segura en su negación, pero algo me decía que me mentía.

―Tuviste que mirar más de un segundo para saber lo que hacía, un poco más de tiempo para verificar que no era deporte y jadeaba por el placer que me daba.

―¡David…! ―se quejó mirándome a los ojos, pero no agregó nada más.

―Piénsalo…

―No tengo que pensar nada, eres un salido de mierda, nada más. Te vi haciendo eso y solo me provocó asco, repulsa… ―la corté de pleno.

―¿Y si te digo que me haré una al llegar a casa penando en ti?

―¿¡Pero tú de que vas!? ―me dio un golpe en el pecho que no sentí y bajando la mirada me encontré con sus senos. Por primera vez, me contestó lo evidente― ¡Y deja de mirarme las tetas, puto guarro!

―No es necesario, las recuerdo a la perfección…

―Serás… ―era la antesala de un tortazo, aunque no me lo dio. Solo me miraba con gesto felino, unos ojos salvajes que querían matarme― Eres un asqueroso.

―¿Puedo hacerte una última foto? ―su rostro de ira mutó a uno de sorpresa― Para recordar este día.

―¡Ni de coña, seguro que solo me sacarías las tetas!

―¿Quién te dice que no lo hice antes cuando te saqué en la iglesia?

―Eres… Eres…

Se mordió el labio y sentí que sus tetas se hinchaban sin parar debido a la rabia. No encontraba las palabras y sin decir nada, me golpeó con una mano en mi duro pene. Me incliné en el acto, buscando un aire que se me había escapado por cada poro de mi cuerpo. Paula estaba ante mí, con una sonrisa victoriosa y ojeándome como si fuera una mísera pulga.

―Si te arrodillas para pedirme perdón, no se lo diré a papá y a mamá, pero no quiero que te acerques a mí en una buena temporada. Eres lo peor, hermanito…

Se largó de la misma, dejándome con la polla bien dolorida y una erección que no se detenía, si no que se elevaba. Pude recomponerme al de dos minutos, tomando aliento en un asiento cercado, hasta que fui capaz de volver a donde mi madre cojeando.

Belén estaba sentada, ojeando el móvil de nuevo y aburrida con un cubata hasta arriba de un líquido transparente que sería ginebra. Cuando me senté a su lado, no notó la mano que me masajeaba la polla.

―¿Va bien la boda?

Me quedé pensativo, reflexionando sobre toda la conversación con Paula, porque en verdad, ¿Qué sacaba en claro? Nada. Eso era así, aunque que no escapara cuando le dije esas barbaridades, era síntoma de algo. ¿Quizá le diera morbo la situación? ¿Tal vez le hubiera picado la curiosidad al saber que su hermano pequeño la deseaba?

Eran muchas preguntas y todavía no tenía respuesta para ellas. Había dicho que no me quería ver, pero su sonrisa maliciosa me anunciaba de qué se trataba de una mentira. Sin sacarme la mano de la polla y agarrándome pensando en mi hermana, le di una respuesta a mí madre.

―No lo sé… Mañana veremos.​
 
Esta es la portada definitiva del libro. ¿Os gusta?
A mí me parece que ha quedado chulísima y además, me gustaría saber si os está gustando la historia.
 

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14




Aquella noche casi la pasé en vela, escuchando los ronquidos de mi padre y comprobando que mi madre no dormía, era un verdadero orangután. Hubiera ido donde ella, para que viniera al sofá conmigo y me hiciera compañía, pero… en mi cabeza esperaba otra cosa.

No sabía por qué, pero aguantaba la vana esperanza de que Paula apareciera en el sofá vestida solo con la ropa interior y me confesase que ella sentía lo mismo. Aquel morbazo me mantuvo en vela hasta que salió el sol y mi madre se levantó con los pelos para arriba y con casi medio pezón asomando de su enorme pecho. Cuando me saludó, supe que no era mi día de suerte.

Los días pasaron y si os pensáis que Paula no quiso volver a compartir piso conmigo, os equivocáis. Sí que estaba más fría, algo más distante y sin tocar el tema de conversación que monopolizó la boda. Cierto que continuaba hablándome, aunque entre nosotros, había un muro que no me gustaba.

Quise contener mis pajas, al menos, cerrando la puerta o haciéndomelas cuando ella no estuviera. No quería cagarla más y que me echara a patadas de la casa, porque lo cierto era que no sabía cómo iba a reaccionar.

Ese mes fui un sumiso total, obediente a sus órdenes y cumpliendo con mis tareas del hogar, a parte de las suyas. Era mi manera de pedir que estuviéramos como antes y antes de que pasaran dos meses de ese segundo curso en la universidad, la volví a ver sonreír. Entonces, supe que podía seguir con mi plan.

A partir de ahí, quise jugar mis cartas de alguna manera. Ya sabía que no podía abordarla de manera directa, en la boda quedó claro que esa forma no me iba a llevar a nada más que insultos como enfermo o tonto. Por lo que tomé otra dirección, una que tenía que ver con Sofía.

Nuestra relación era totalmente seria y ya llevábamos casi un año juntos, conocía a sus padres y ella a mi hermana, se podría decir, que íbamos muy en serio. La invité a casa con frecuencia y empezamos a tener la costumbre, de ir al sofá a ver una película mientras Paula estudiaba.

Ella tenía que meter más horas ahora que estaba en su quinto año y los ratos que pasaba recluida en su cuarto, eran abundantes. Los primeros días que volví a invitar a Sofía, me dio por hacer ciertas guarradas en la sala. Al principio, solo fueron unos cuantos tocamientos, magreos entre ambos que no llevaban a nada porque según sus palabras, mi hermana nos podía escuchar.

Sin embargo, los días posteriores, pasaba lo mismo y creo que a mi princesita, la idea de que Paula nos pudiera escuchar, no la desagradaba.

En el lapso de un mes, pasamos la barrera de los toqueteos y bajo la misma manta que usábamos tanto mi hermana como yo, las masturbaciones se hicieron intestas. Cada vez que un jadeo brotaba de sus labios, solo podía imaginarme a mi hermana en su cuarto escuchándolo con atención y eso… me volvía loco.

No la presioné, pero es cierto que yo era el que llevaba más allá lo que pasaba en el sofá, incluso hasta que le devoré el coño con saña y Sofía tuvo que gritar todo su placer. Por poco me corro con aquel grito que no llegó a tapar con sus finos dedos, porque estaba seguro de que Paula, lo había escuchado.

Todo aquello se concentró en un único día, en el que mi hermana me contó que pasaría el domingo estudiando y yo, le contesté que vendría a la tarde mi novia para ver una película. No hubo ningún cambio en su rostro, ni un gesto de desagrado por que eso pasase y estaba seguro, que algunas veces nos tendría que haber escuchado.

La idea me ponía horrores y estaba dispuesto a que ese día, follarme a Sofía en el sofá. Mi plan era muy simple, necesitaba que Paula me escuchase, que oyera la manera en la que se la metía a mi novia mientras ella estaba recluida en el cuarto.

No sabía muy bien el motivo o que buscaba con ello, solo que me ponía a rabiar y… tendría alguna reacción por su parte, incluso si me echaba la bronca, estaba bien.

―¿Estás calentito? ―preguntó Sofía con su voz más melosa. Aquello me sorprendió, porque solía empezar yo el juego.

―¿Qué pretendes…? ―movió los hombros sin querer añadir nada y su mano, se fue bajo la manta hasta agarrar mi polla.

Nos dimos un tórrido beso, uno de esos en el que la lengua lucha contra la opuesta para ver quien contiene más saliva. Bajé el volumen con el mando y la mano libre, la usé para meter los dedos bajo la falda.

Me asombró notar lo caliente que estaba, parecía lista para la acción desde hacía minutos atrás. Eso me dejó pensativo, porque igual mi princesita que era tan buena de cara a todos, cuando follaba era una guarra que le encantaba saber que Paula nos podía pillar. ¡Dios, cuanto me ponía!

Aparté su braga al momento, metiéndola un dedo y sin que dejase de masajéamela. Su pelo rubio bien peinado y liso, daba la sensación de ni siquiera moverse ni un apice, pese a que su boca, ya jadeaba contra la mía.

―¡Lo que te voy a hacer hoy, Sofía…! ―solté a buen volumen, incluso sobrepasando el de la televisión.

Me arrodillé en el sofá y ella se abrió de piernas cuando la quité la braga. Metí mi boca con ansia y recibí el mismo efecto con su mano, ya que me ahogó contra un coño que rezumaba líquidos. Comenzó a sollozar a un volumen considerable que no se asemejaba nada al de las ocasiones anteriores.

Me estaba poniendo como una moto y sorbiéndole el clítoris, metí de golpe dos dedos para acompañar una masturbación que chapoteaba en la sala.

―¡Así, así, así…! ¡David, haz que me corra como tanto me gusta! ―pidió en un tono normal.

―¿Estás muy cachonda hoy? ―asintió con una rojez palpable en su rostro, a la vez que sus pendientes de perlas brillaban en sus orejas― ¡Buuuf…! Creo que hoy te la voy a meter en el culo.

―¡Sí! ¡Lo que quieras!

Con ese permiso en sus labios, dejé que mi boca bajase un poco más, metiendo la lengua en su vagina y cambiando los dedos de lugar. El ano se abrió como nunca, dejando pasar dos extremidades untadas en sus propios jugos hasta el fondo.

Estuve así por unos minutos, dándola una buena masturbación mientras ella pasaba una mano por mi pelo y la otra, se agarraba por encima de su jersey clarito los menudos pechos.

Estaba vestida de pija, de niña buena, de chica que no ha roto nunca un plato, sin embargo, esos gemidas eran de puta callejera y que cada vez fueran más elevados, no hacían más que confirmarme, que le ponía cachonda que Paula nos pudiera estuchar.

―¡Aaahhh…! ―gimió arqueando el cuerpo― ¡¡Aaahhh…!! ¡¡Me corro!!

―¿Cómo? ―no solía correrse tan rápido, pero hoy… era diferente.

―¡Sigue, sigue, sigue…! ¡¡Aaahhh…!!

Eso fue un gemido considerable, uno que seguro que habría recorrido el pasillo hasta mi habitación y la de Paula. La mía daba lo mismo, porque estaba vacía, pero en el caso de la de mi hermana… si no llevaba los cascos de música puestos, nos había escuchado.

Sentí el torrente golpear mi boca, esa cantidad enorme de flujo que quedó en mi lengua para mi degustación. Mis ojos se abrieron como platos y mi polla dio unos brincos feroces por saltarse la espera y salir ya a jugar.

Continué comiéndose más pausadamente, sacando los dedos del culo y solamente masajeándola con mi lengua. Me había puesto el corazón a mil por hora y se merecía, que le limpiara la zona hasta la última gota.

―David… ―soltó con una voz entrecortada y la rojez bien clara en su rostro. Cuando tomó aire, añadió con salvajismo― Fóllame…

―¡Ahora mismo, nena!

Me bajé el pantalón de pijama de la misma, sacando una rugiente polla por la que palpitaban varias venas como si tuvieran vida propia. Me encanta que me la chupe antes del coito, pero en ese momento, yo estaba poseído por mi novia, haría lo que quisiera.

Tumbada en la zona de la L del chaislonge, abrió sus piernas y con una mano, separó los labios vaginales para que me adentrase en ella. Sus ojos me lo pedían, casi me rogaban que se la metiera hasta el fondo y yo, lo hice.

―¡Amor! ―gimió para toda la sala cuando mis huevos quedaron contra ese ano que le había abierto― Tu polla es la mejor del mundo.

―Ya verás ahora…

Arremetí contra ella con toda la potencia que atesoraba mi cuerpo, cogiéndola de los muslos y pegándolos a su cuerpo para que no tuviera ni un impedimento al meterla. Ella misma se cogió de los gemelos, abriéndose para su hombre y que yo, solo tuviera que embestirla con la cadera para hacerla ver el cielo.

Era increíble, Sofía se estaba soltando como nunca y me bramaba al aire todo su poder. Daba igual que Paula tuviera los cascos puestos, esto ya había sobrepasado los anteriores días con pajas bajo la manta, ahora… nos estaba escuchando como si estuviera al lado.

―¡Más, más, más…! ¡David, más…! ―pidió sin parar.

Se la metí tanto como pude, a una velocidad de escándalo que hacia chocar el sofá contra la pared. Los golpes acolchados del mueble, iban al unísono con mi polla, que no paraba de sacudirla sus intestinos.

En ese instante, se quedó quieta y yo, se la clavé hasta el fondo. Sus ojos se pusieron en blanco, las piernas se le movieron inquietas y por un segundo, creí que le estaba dando un ataque epiléptico.

Abrió la boca, con la garganta marcando una infinidad de venas y entonces, gritó su placer.

―¡¡¡David, me corro, aaaaah, me corro, aaaah, aaaaah, aaaaah!!!

Cuando terminé me senté en el sofá, sacándola de su agujero con una liana densa cayendo de la punta, la recogí con los dedos y me la unté en el tronco de la polla para que hiciera lo mismo que las otras, proporcionarme un lubricante natural.

Eché la cabeza hacia atrás, tratando de calmar un poco mi agitado corazón, pero no era capaz, porque el polvo estaba siendo glorioso y en mi cabeza, solo había un pensamiento: “Paula nos está escuchando…”.

―¿Ya te has cansado?

Era Sofía, que volvía a estar activa con una sonrisa que mostraba unos dientes afilados listos para morderme. De un salto, se colocó a ahorcajadas encima de mi pene y antes de que pudiera darme cuenta, estaba botando encima de mí con un gesto salvaje.

La dejé que ella tomara el mando, mientras mis diez dedos sostenían su culo hasta casi arrancarle la piel. Sofía no decía nada, solamente gemía sin parar y me montaba como buena amazona. Así estuvimos por más de cinco minutos, en los que mis dedos reptaron hasta su cavidad más oscuros y los mimos dos de antes, traspasaron su ano.

―Tienes ganas de follarme el culo, ¿verdad? ―que hablara de esa forma tan guarra me ponía mucho.

―Va a ser mío, de nadie más. Ese ano tiene dueño y hoy, lo voy a volver a usar como quiera.

―¡Es tuyo! ¡Mi culo te pertenece! ―elevó el ritmo y yo, sacudí mis dedos en su interior― ¡Me voy a correr! ¡Me voy a correr demasiado sobre tu dura polla!

―¿¡Otro más!? ―era increíble jamás había pasado de dos orgasmos y ahora… iba a por el tercero.

―¡Sí, sí, sí…! ―mirándola a esa cara de gata salvaje, solo pude pensar “¿Paula, oyes lo bien que follo?”. Me reí para mis adentros, mientras la cadera de Sofía se volvía loca― ¡Ya, ya, ya…! ¡Eres el mejor! ¡No hay otro como tú! ¡¡Aaahhh…!!

De nuevo esas convulsiones violentas, haciendo que su pelo tan pulcramente peinado, se moviera de manera loca debido al orgasmo. Sus uñas se aferraron a mis hombros, con ese blanco impoluto casi traspasando el pijama para clavarse en mi carne.

Fueron unos diez segundos de contracciones, en las que su cadera parecía tener vida propia y notaba que salían de ella los líquidos que mantenía allí desde su primera comunión.

―¿Qué pasa hoy…? ―pude preguntar con asombro y picardía. Ella me respondió con un ojo medio cerrado.

―Estoy… Muy cachonda…

Me dio un casto beso, algo que no se asemejaba al polvo que estábamos teniendo. Casi no vi como saltó al sofá, colocándose a cuatro patas y levantándose la falda de color blanco para mostrarme sus nalgas.

Allí estaban esos dos agujeros, tan mojados y bonitos que no pude resistirme. Me puse a su espalda, dándole también la espalda a la puerta sin importarme quien apareciera, porque en verdad… ojalá Paula viniera a vernos.

¡Mmm…! ―gimió cuando se la metí, pero mirándome por encima del hombro, aclaró sus dudas― ¿Por qué no me la metes en el culo?

―Espera un poco, que creo que te vas a correr otra vez…

¡Dios…! Decir que la follé se quedaría corto. La embestí con todas mis ganas, casi de manera irracional, mi polla entraba a sacudirla los intestinos y salía hasta la punta para iniciar de nuevo la lucha.

Sofía no jadeaba, si no que gritaba palabras inconexas al aire, permitiendo no solo que Paula las escuchara, si no medio edificio. Estaba desatada, más cachonda que en toda su vida y yo, no iba a perder la oportunidad.

La saqué de golpe, viendo que la cadera de mi amada continuaba moviéndose sola como si tuviera una polla invisible en sus profundidades. Mi destino era otro y con el prepucio en su lugar, le perforé el culo de una sentada.

―¡¡TODA!! ―gritó ella en una mezcla de dolor y mucho placer― ¡¡Me la has clavado entera en el culo!!

¡Buuaa…! ¡Córrete, Sofía! ¡Estoy a punto!

―¡Sí, más, más, sigue que me corro…!

Mis embistes los aguantó de maravilla, hasta que se tumbó en el sofá y yo tuve que hacerlo encima de ella. Estaba acorralada, nunca mejor dicho… entre la espada y la pared, aunque en esta ocasión, era una polla bien gorda y el sofá.

―¡¡Dios, sí!! ―aulló a una luna creciente que nos miraba a través de la ventana― ¡¡Sí, cabrón!! ¡¡Sííí!! ―no era muy dada a insultarme, mejor dicho, nunca lo hacía, pero… qué bien oírla.

―¡Córrete! ¡Hazlo!

―¡David, David, David…! ―clamó mi nombre al cielo como si fuera un rezo y entonces, bramó con fuerza― ¡¡¡AAAHHH!!!

Noté que su culo se contraía y que me la apretaba hasta el extremo. Su vida se iba por la boca y yo, estaba temblando para soportar en mi interior el gusto que me había provocado y el morbo de saber que mi hermana estaba escuchándolo todo a unos metros.

Me puse en pie con las piernas temblorosas, en medio del salón, apoderándome del centro de la zona como si eso fuera un juego. Le di un golpe en la pierna a Sofía, para que espabilara y se diera cuenta de que no había acabado.

―Ven aquí… arrodíllate… ―pedí con el gesto roto de una lujuria incontenible.

Sofía lo hizo y sin pedirle nada, parecía que me leyó los pensamientos a la perfección. Me la sacudí en dos ocasiones, ella colocó su divino y aniñado rostro delante de mi polla, un poco más debajo de mi prepucio. Cuando estuve listo y detuve mi mano, ella abrió la boca y sacó la lengua.

―¡Joderrr! ―le grité corriéndome como un loco.

El semen salió disparado contra su cara, tres lianas espesas que se posaron en su delicada piel y una de ellas, cruzando una lengua que lo recibió con gusto. Mi princesa me la chupó cuando paré, dejándome con los muslos temblorosos y unas ganas de morirme después de semejante coito.

Cuando se sintió satisfecha de limpiarme, me miró con un único ojo abierto, porque el otro, estaba cubierto de espesa leche blanca. Me sonrió con su dulce mueca, esa que les pondría a sus padres o a los profesores, siempre perfecta, pero… con el brillo de mi semen aun presente.

―Vete al baño a limpiarte… ―pude decirla entre jadeos.

―Espero que no me vea tu hermana. ―antes de que se pusiera de pie, solo le dije medio adormilado.

―Ojalá que sí… ―no, lamentablemente, no hubo suerte.



15​




Cuando se fue Sofía con una impresionante sonrisa en los labios, me senté en el sofá y no sé por qué o… quizá sí esperaba que mi hermana llegara en cualquier momento a hablar conmigo.

Tardó veinte minutos, en los que oí la puerta de su cuarto abriéndose y esos pasos acolchados debido a unos calcetines o a las zapatillas de casa. Me puse tenso, no por miedo, pero si con cierta duda de lo que pasaría, era evidente lo que habíamos hecho, no era como las veces anteriores en las que podría dudarlo, esto fue claro.

Medité sobre esas pajas que me hacía en mi cuarto, si también las habría escuchado, porque no me cortaba a la hora de manejar mis orgasmos, pero lo dudé, por mucho que estuviéramos cerca, con un poco de música, ya lo opacaría.

Sin embargo, no era momento de hablar de eso, porque Paula estaba en la puerta, de brazos cruzados, con los antebrazos bajo esas imponentes mamas. Me miró con el ceño fruncido y tragué saliva, esa cara no traía buenas intenciones.

―David, tenemos que hablar.

―Dime. ―no me salió muy seguro, pero al menos, no mostré mi nerviosismo.

―Ven, no quiero hacerlo en la sala.

No esperó a que me levantara, si no que se giró y emprendió un viaje que era obligatorio que siguiera. La alcancé en el pasillo, observando esos short que todavía llevaba con el buen clima que reinaba en el ambiente y ese culo que se movía de manera hipnótica.

Llegamos a mi cuarto, quedándose ella en medio como hice yo cuando me corrí en la cara de mi novia y me señaló mi cama. Casi no había que decir nada más, entendía muy bien lo que me quería ordenar, de todas formas, habló con sus carnosos labios.

―Siéntate. ―por supuesto, lo hice― ¿Te parece normal?

―¿El qué…? ―no era el momento para discutir, mejor acatar.

―¿Cómo qué el qué? ¿Creerás que es normal la fiesta que has montado en la sala mientras yo estudiaba, no?

―¿Nos has escuchado? ―quedó como si no supiera nada.

―¿¡Yo!? ―se señaló un pecho y el dedo se hundió en esa rica carne― Yo, sí, pero es que me imagino que también lo hizo el resto del edificio. ¡A ti te parece lógico!

―No sabía que estábamos hablando tan alto… ―me cortó.

―¿¡Que no lo sabias!? ¡No me vengas con tonterías, David! Te puedo detallar con lujo de detalles lo que habéis hecho y el del bar de debajo de casa, también. ¡Menuda educación, chico! ¿Qué dirían papá y mamá si se enteran de algo así?

―No les vas a decir… ―era una pregunta, pero no me dejaba acabar.

―¡Claro que no! No soy una chivata, pero en ocasiones me gustaría. Estás muy raro, chico, desde la boda no pareces el mismo.

Claramente, no habíamos sacado ese tema desde entonces, sumergiéndolo en una alfombra como si de la mierda se tratase. Pero claro, eso no era un asunto que podríamos dejar aparcado. Le había confesado que me gustaba e incluso, que me la machaba pensando en ella… no era algo que se pudiera dejar pasar.

Ella se llevó los dedos a los ojos, apretándose los párpados por semejante hermano que tenía. No debía ser fácil ser mi familiar, lo tengo que decir.

―Escucha… ―bajó el tono, quizá recordando que no tenía mucho remedio― Las paredes son muy finas, ¿vale? Cuando estés con Sofía, pues… más bajo o mejor… directamente no hagáis nada si estoy en casa. ¿Bien?

―Pero eso no es justo… ―me miró con los ojos entrecerrados, aunque antes de que movía su boca, lo hice yo― Lo siento Paula, de verdad, pero es que tampoco tenemos otro sitio donde hacerlo. Por la mañana estamos en clase, en casa de Sofía siempre hay gente y no nos podemos permitir ir a un hotel. Bueno, alguna vez sí… aunque eso en ocasiones muy puntuales. Luego aquí estás tú en casa, siempre estudiando… entiende que es nuestro único nidito de amor, Pau… ―esperaba que el diminutivo la ablandase como siempre.

―No te he dicho que no hagas nada en casa. Oye, es tu casa también y mientras no estoy, no me importa. Pero cuando esté… ya no es solo respetar mis momentos de estudio, si no que no quiero oír como folláis…

―Es que… ―alzó las manos, no quería escucharme, solo hablar.

―Mira, te digo. Yo voy a spinning dos tardes a la semana, algún sábado o viernes podéis quedaros por aquí que yo estoy trabajando o de fiesta. Así, la casa para vosotros solos y hacéis lo que os dé la gana.

―Es que los viernes y sábado yo también salgo… solo me quedarían esas dos tardes y en una de ella, Sofía tiene que ir a clases de piano. ―puse cara de conejito herido― No es suficiente.

―¿¡Qué no es suficiente…!? ―expulsó el aire de sus pulmones en claro síntoma de incredulidad― Pues te aguantas, chico, no se puede todo. Yo tampoco me voy a ir de casa para que le deis al tema. ¿Quieres que vaya un fía más al gimnasio? Mira te lo compro, pero nada más. Como mucho algún sábado puedo irme a la tarde con las amigas y venís vosotros. ¿Entiendes?

―Sí, eso está muy bien, pero no va a poder ser… ―me miró con el ceño fruncido, aunque llevarla la contraria no era buena idea, podría haber un resquicio por el que meterme― Piénsalo. Tengo esos días y ya, casi polvos por agenda. ¿Los otros días que hago? Si estoy con Sofía en el cuarto y me viene el calentón… ¿Me quedo duro y ya?

―No si eso del calentón me lo creo… pareces un simio cachondo, todo el día con la bandera levantada. ―observé lo que señalaba con su dedo y era mi entrepierna. Con ese único gesto, la bandera del simio cachondo, se empezó a levantar― Te quedas duro y ya. Punto.

―No es justo. ―quise tirarme un triple, porque podría ser una buena opción― ¿Tú con Fernando qué?

―¿Qué? ―respondió ella sin saber de lo que hablaba.

―También hacíais cosas en el sofá y en el cuarto cuando estaba yo en casa… ―nunca les escuché, pero de pronto, noté cierta coloración en su rostro.

―Eso… ―dudó por un instante, era mi oportunidad― Eso no es verdad.

―Díselo a mis oídos, que lo escucharon bien.

¡Baah…! ―movió la mano con desdén.

―Yo no, pero tú sí… ¿Es así? ―ella fue a negar, pero con mis ojos fijos en el azul de los suyos, la reté― No será que tienes un poco de envidia, ¿no?

―¿¿¡¡YO!!?? ―otra vez el dedo aplastándose el seno, ¡dios qué ricura!― Lo que me faltaba… tener envidia de mi hermano pequeño. Pues no, chico, no es así.

―¿Llamo a Fernando y le pregunto cuántos polvos echabais conmigo en casa? ―ni tenía su número, ni le iba a llamar, solo era una frase hecha que entendió a la perfección.

―¡Niñato…! ―masculló las palabras, sabiendo que por ese lado no podía vencer.

―Veo envidia, hermanita… ―las tornas se habían cambiado y eso no solo me gustaba, me ponía.

―Para nada es envidia y mucho menos, de ti. Yo al menos no me la sacudo como un enfermo. ¡Que no es solo los polvos con Sofía! ¡Que se te oye a las noches antes de dormir…! ―me recriminó para cambiar de tema― Ni con novia paras, eres insaciable.

―Es algo necesario para el hombre, no lo entenderías. Tenemos que vaciar los huevos. ―muy directo, pero no vi un cambio en su rostro. Ni con novia paras, eres insaciable.

―¡Qué asco…! Y para eso usas a cualquiera, ¿no?

Aquello… no había duda, era una clara alusión a nuestra conversación en la boda. Quería retomar el tema o… ¿Lo había dicho sin más? No iba a esperar a averiguarlo, ya que la puerta se habría de nuevo.

―Una paja es una paja y no es con cualquiera… ―mis ojos delataron lo que no había dicho y ella, retiró el rostro por un segundo.

―¡Repugnante…! ―suspiró casi sin que pudiera escucharlo.

―No he dicho nada…

―Ya lo dejaste claro en la boda. ¿Sigues con ese vicio de psicópata? ―me quedé en silencio, como si no supiera de qué estaba hablándome― Haciéndote pajas pensando en tu hermana.

―¿Quieres la respuesta? ―me alcé de la cama, poniéndome a su altura y mirándola con esos centímetros de más que poseía― Si te digo una cosa te vas a enfadar y si te digo otra, también. Será mejor no contestar, ¿verdad?

―Eres un capullo, un completo imbécil… ―sus ojos me miraban muy de cerca y el aroma que destilaba podía golpearme la nariz. ¡Joder era increíble! Preciosa hasta la medula.

―¿Qué te molesta de todo? ¿Qué es lo que más te jode? ―si daba un paso más sus tetas se chocharían contra mi pecho como en la boda.

―Todo. ―no era una respuesta y ella lo sabía― Haz lo que quieras, paso de ti, estás loco. Simplemente, eres un chalado.

―Ya… por eso has vuelto a sacar el tema de las pajas y por eso… sigo en esta casa. No me echas, Pau… ―sonreí y eso la debió joder porque su rostro se ruborizó de rabia.

―¿Quieres que te largue de aquí?

―No. Quiero vivir contigo. ―apretó los labios hasta formar una fina línea blanca y me dejó seguir. ¿Lo mejor? Que no se iba― ¿Sabes? En verdad, no me masturbo pensando en ti, eso quedó en el pasado. ―no entendió― ¿Quieres saber lo que hago ahora?

Por supuesto, mi hermana no iba a responder a eso, su curiosidad era implícita con quedarse allí parada observándome sin parpadear. No la dije nada más, si no que me senté en mi portátil y lo encendí moviendo el ratón. Con un gesto, le indiqué que se acercara y ella… lo hizo.

―¿Qué tienes ahí, David…? ―el enfado se diluyó en gran medida y solo quedaba la curiosidad.

―Ahora lo verás… ―pulsé una carpeta y de la nada, aparecieron unas cuantas fotos de Paula. Mi preciosa y amada colección― Solo necesito esto, ya no es necesario imaginarte.

Mi mano se pasó por la pantalla, donde todas esas imágenes sacadas de diferentes lugares estaban a mi completa disposición. Paula se colocó a mi lado y me levanté de la silla para estar a su altura. Sus ojos miraban con fijación la computadora, sin creerse lo que estaba observando.

―¿Eso son… fotos mías? ―asentí a su duda.

―Sacadas de las redes sociales, solo las mejores. Alguna te la he sacado yo, como las de la boda. No te pienses que hay alguna robada en tus momentos íntimos o algo así…

―¿¡Eso debería reconfortarme!?

―¿Quieres verlas? ―frunció el ceño y dio un paso atrás apoyando el trasero en la mesa de madera.

―Yo… no… ―apenas podía reaccionar, eso le había dejado perpleja.

Rápido puse la mano en el ratón, accediendo al archivo y pulsando en una que le hice durante la boda. Allí estaba ella, sonriente y posando de manera perfecta con el sol bronceando su piel. La señalé con una mueca casi orgullosa, mi hermana era perfecta.

―Ese vestido te quedaba fenomenal, estabas deslumbrante el día de la boda. Creo que es la vez que más bella te he visto, me… puse muy caliente…

―¿Cuántas tienes? ―la pregunta nació de sus carnosos labios como un disparo.

―Entre ochenta y noventa, creo que son ochenta y siete.

Bajó la mano hasta el teclado, pulsando una de las flechas y haciendo que la foto cambiase. Era la misma, en la iglesia, pero con su cuerpo algo inclinado hacia delante. En ella se podía atisbar esos melones que eran un verdadero desafío para la lógica.

―No estoy desnuda, ¿verdad? ―quiso corroborarlo y me miró a los ojos.

―Ninguna. No te he espiado, Paula, si es eso lo que te preocupa, respeto mucho tu intimidad. ―como cuando follaba con Fernando en la cama. Puto mentiroso que soy.

―¿Qué quieres que diga? ―su tono había descendido, no estaba más tranquila, pero creo que lo que le pasaba era que alucinaba en colores― No entiendo porque tienes esto…

―¿Por qué? ¿Tú te has visto? ―pasé el dedo por la pantalla, aunque no cambié la foto― Estás bellísima en todas, ¡en todas! No sales mal nunca, eres una autentica belleza. Tienes unos ojos que son la envidia de cualquiera y un cuerpo por el que muchas matarían. Además… ―apreté los puños, no debía decirlo, pero me salió― tienes unos pechos que ya los querría cualquiera en el mundo.

―¡Ja! ―una única carcajada que sonó igual que un graznido de pájaro. Sonrió de pleno, pero no porque le gustase mi comentario, si no de incredulidad― Esto ya es lo más, mi hermano pequeño hablando de mis tetas. ¡Es la leche!

―Si te molestan… puedo borrarlas si tú me lo pides.

Paula negó con la cabeza, sin saber qué más añadir ante el hermano más extraño del mundo. Ya había oído todo lo que opinaba de ella en la boda, sin embargo, parecía como si estaba vez fuera la primera ocasión. Quizá lo hubiera olvidado a propósito, corriendo un velo largo y denso en ese recuerdo, pero ya estaba yo para recordárselo.

―Haz lo que quieras, David… es tu vida… ―comentó solamente, observando esas fotos y volviendo a pasar otra de la boda.

―¿Te parece bien que las tenga? ―alzó los hombros, sin llegar a añadir nada y se dio la vuelta para caminar con calma a la puerta, no supe descifrar sus pensamientos. ¿Le habría gustado o me hubiera dado por un caso perdido?

Paula continuó caminando, moviendo ese trasero tan divino que me hacía olvidar a mi novia, y eso que hacia escasas horas tenía un sexo anal suculento. Daba lo mismo, ella era mi diosa y ahora que había visto mis fotos, sabía que la veneraba.

Se detuvo en la puerta, colocando una mano en el marco y volteando su vista con la intención de mirarme, pero se quedó a medio camino. Yo solamente pude admirar su silueta, que se marcaba de maravilla con la luz que le golpeaba desde el pasillo, dejando su parte trasera en un tono muy oscuro que era una delicia.

Pau…

La voz me tembló y ella continuó esperando por saber lo que quería. No sé dónde encontré el valor, pero apretando el puño hasta dejarme marcadas las uñas en la palma… logré solicitar mi mayor deseo.

―¿Quieres…? ¿Quieres ver lo que hago y cumplir mi fantasía?

No respondió al momento, si no que quedó en silencio tamborileando con los dedos en la madera. Aquel sonido me ponía de los nervios y que se mantuviera calla, solo me animaba a que sacase mi polla allí misma y me la tocara alocadamente.

―Nos vemos mañana, hermanito…

Desapareció en su cuarto, arrimando la puerta, aunque dejando la mía abierta. No supe leer las señales, lo que me quería decir con esa frase. Estaba temblando completamente anegado en una lujuria desconocida que no era capaz de calificar.

¿Quería algo o le asqueaba? Solo había dos opciones y esa noche, ni siquiera pude hacerme una paja. Estaba totalmente bloqueado, parado en ese otoño que consumía los días calientes y los cambiaba por el frío. No me atrevía a hacer anda, como si el tiempo lo manejase Paula y… tuviera que dar ella el paso.

Con la mente puesta en mi hermana, me dormí sabiendo que no hablaríamos del tema hasta que ella quisiera y yo… esperaría. Mi paciencia tendría sus frutos, porque el treinta y uno de diciembre, lo recordaría para siempre.​

 
16




Nos desplazamos al pueblo para celebrar la Nochevieja, aunque en el autobús fuimos en asientos separados. Se encargó Paula de comprarlos y me imagino, que lo hizo a propósito, aunque en casa, todo estaba… “Normal”.

¿Qué era lo normal? Me hablaba con total tranquilidad, como si mi presencia no le importase, pero hasta ahí, parecía mantener las distancias, semejante a ser un desconocido. Entendía a la perfección sus dudas y me sentía un poco raro por no saber ubicarla del todo. Es que no era un enfado al uso… si no una toma de distancia.

―¡Mis niños! ―anunció mi madre nada más abrir la puerta.

Mamá estaba guapísima como siempre, con su espléndida sonrisa como buena anfitriona. Nos llevó a los dos por la casa, casi como si no la conociéramos. Tuve que fijarme en su indumentaria, una falda larga hasta el suelo donde se veían sus pies decorados con un pintauñas celeste. Arriba, una camiseta sin mangas y con un jersey rodeando su cuello.

Me vio una sonrisa a la cara, en especial, cuando se dio la vuelta y paró delante de mi cuarto. Sus ojos eran los mismos que Paula y como si viera el futuro, me fijé en cómo sería mi hermana cuando tuviera su edad. “Seguiría siendo igual de guapa…”.

―¡Ale, David! Dúchate, cámbiate y luego vienes, que están al llegar los tíos, los primos y demás familia. Te he dejado el traje en el armario.

―Perfecto, mamá.

Lo hice con calma para que todo quedase bien y que mi madre no me diera la murga con que había arrugado la camisa o algo semejante. Lo bueno, que no había cortaba y no tuvo que venir mi padre a ponerme esa cara de decepción, suficiente cuando vio mis notas.

Saludé a toda la familia cuando salí al gran salón, dando besos a diestro y siniestro y buscando con los ojos a alguien en especial. No estaba, mi hermana todavía no había salido.

―¿Paula? ―le pregunté a mi madre y ella me hizo un gesto de cabeza.

―Vete a buscarla, dila que ya estamos.

Recorrí el pasillo en soledad, escuchando las conversaciones que se sucedían en el salón antes de empezar a cenar y dar por finalizado el año. El cuarto de mi hermana estaba cerrado, y obviamente, no lo iba a abrir para descubrirla de cualquiera manera. Lo último que me faltaba era que se cabrease y airease toda mi lujuria por ella delante de la familia al completo.

Con dos toques en la madera, esperé paciente, poniendo la oreja y escuchando su voz desde el otro lado.

―¿Quién es? ―preguntó Paula en tono neutro.

―Soy David. Dice mamá que vayas terminando que está toda la familia ya. ¿Vale?

―Bien. ―pensaba en irme ya, aunque mi imaginación me la puso desnudas a expensas de ponerse la ropa. Sin embargo, su voz me detuvo― David, espera un momento.

Escuché el clic de la puerta, abriéndose a mi lado y descubriéndome una habitación que vi desde mi niñez. Paula se apartó, dando dos pasos atrás y haciendo sonar unos tacones que repiquetearon en la madera hasta topar con la alfombra.

―Mírame un momento… ―me pidió con total seriedad.

Se colocó delante de mis ojos, clavándome esa mirada tan azul y… brillando más que el sol. Decir que estaba divina no os resultará novedoso, pero la realidad es que estaba fantástica.

Llevaba un vestido largo de gala, seguramente, comprado por mi madre recientemente. Le quedaba como anillo al dedo, con la tela tan pegaba a su cuerpo que si me acercaba igual podía vislumbrar sus costillas.

―¿Me queda bien? ―esa pregunta era estúpida, aunque no pude responder―. ¿Y por detrás?

Giró sobre los tacones, centelleando en el suelo hasta casi sacar fuego. Me fijé en su espalda, en ese pelo moreno que danzaba de manera acrobática por sus hombros e incluso, noté que su fragancia me embelesaba desde la lejanía.

Mis ojos se fueron hacia abajo, justo donde reposaba un culo digno de elogio donde se podía apreciar la fina línea de un tanga que corría para bordear su cadera. No es que me pusiera esa imagen, es que me paró el corazón. Paula era la perfección.

―¿Vas a decir algo o no?

¡Qué curvas! ¡Qué silueta…! ¡Qué belleza! Era incomparable, algo surgido de un hechizo, porque esa mujer no podía ser mi hermana.

¡No podía estar más buena!

―Pues… ―estaba en shock, sin poder analizar tanto esplendor.

―¿Bien o mal?

De pronto, sus manos subieron por encima de su cuerpo, volviendo a girarse y quedándose de cara. Sus pechos bambolearon, regresando a su lugar con un peso maquiavélico. Parecían más grandes de lo normal, inmensas, duras y perfectas, algo que podría dejarme sin conocimiento.

―¿David? ―requería mi respuesta al tiempo que sus manos se alzaban.

―Yo… Creo…

Los dedos corrieron por sus costillas, subiendo por ambos senos hasta que las palmas taparon la tela que cubría unos pezones. Las apretó con normalidad delante de mi cara, como si yo fuera un hermano normal y no un chico a sus pies.

―¿¡Hablas o qué!? ―pedía ella sabiendo muy bien lo que estaba haciéndome sentir.

―Bien.

―Suficiente ―cortó ella ante mi inmovilidad, sacándose las manos de los pechos, hizo un movimiento para que me largase― Déjame sola y dile a mamá que ya voy.

―Sí…

Cerré la puerta sin darme cuenta, casi como si estuviera en un sueño, pero no… era la realidad y… ¿Paula se sobó las tetas para mí? No podía ser cierto, sin embargo… ¿Lo era…?



****​




Antes de sentarnos a cenar, saqué mi móvil por petición de mis tíos y ya que me lo pidieron, saqué unas cuantas fotos a la familia. Mi madre sonreía junto a mi padre, que posaba con su inamovible rictus de tío seco. Muchas veces me preguntaba que había visto mi madre en él, pero estaba claro que uno, era su dinero y otra, me imaginaba que de joven seria majo y apuesto.

Salí a la cocina, donde mi abuela estaba llevando algo para el salón, es curioso que nunca se pueda estar quieta incluso de invitada, parece que siempre tiene que ayudar y no dejar que la sirvan.

Después de darla un beso, puse mis ojos en otra persona, una chica que estaba con su precioso vestido de tirantes. Estaba recogiendo unas servilletas y con la cámara en la mano, tuve cierta reticencia a pedírselo, porque sabía para qué las necesitaba.

―Paula… ―llamé antes de decidir nada.

Ella se giró, haciendo que sus pechos se mecieran en el aire en un ilógico escote que mostraba demasiado, pero… que aguantaba en un limbo increíble para que no se atisbase ninguno de los dos pezones.

―¿Qué…? ―no era sequedad, pero sí que se trataba de un extraño tono.

―Nada, solo que estoy haciendo fotos a todos… ¿Quieres qué…? ―reformulé la pregunta, aunque me la jugaba a que me dijera lo guarro que era― ¿Podría sacarte una foto? Estás preciosa.

―¿Una foto…? ―preguntó apoyando el trasero en la encimera y señaló el suelo― ¿Aquí? ―asentí.

Se quedó pensativa y lo único que me vino a la mente, fue que ya estaba, había terminado, contaría todo en la cena de Nochevieja y mis padres me mandarían a un manicomio. Noté que el sudor pretendía salir por mis axilas y los cinco segundos en los que estuvo mirándome en silencio, fueron eternos.​

Se alisó el vestido y posó delante de mí con el rostro serio. Os juro que se me puso dura casi de inmediato. Luego hice otra foto, y ella fue cambiando de postura, con los brazos en jarra, de perfil, media vuelta para que inmortalizara su culo y su espalda, jugaba con los pendientes, se pasó los dedos por el cuello, mirada al vacío y yo no podía parar de tirar una foto tras otra.



Diez, quince, veinte fotos. Aquella empezaba a ser un reportaje y por último, se situó por detrás de la mesa de la cocina, se inclinó un poco hacia delante y apoyó las manos. La gravedad hizo el resto. Sus pesadas tetas cayeron a plomo y a mí se me cambió la cara. La hija de puta me estaba provocando. Pude ver en su cara que aquello lo había hecho a propósito para jugar conmigo.



―¿Ya tienes suficientes? ―dijo Paula incorporándose y colocándose el escote para que todo estuviera en su sitio.

―Sí, sí, claro... ―tartamudeé.

―Espero que no uses estas fotos para lo que ya sabes... ―me dijo antes de salir de la cocina.



Me quedé petrificado un par de segundos, mirando las impresionantes fotos que acababa de hacer con la cámara. Y de repente sentí a mi madre golpeando mi hombro.



―David.

―¡¡Coño!! ―el móvil casi se me cae de las manos y el corazón se me pudo atisbar por la garganta― ¡Qué susto! ―mi madre soltó una carcajada.

―Últimamente, estás muy asustadizo, ¡eh! La otra vez en la ducha, ahora en la cocina, ¿dónde te daré el próximo infarto? ―se acercó a mí, dándome un beso duradero en la mejilla. No es que no me gustase, pero lo sentí extraño, porque yo, continuaba empalmado― Venga, vamos a cenar. Seguro que va a ser una gran noche.

Nos pusimos a cenar y pude desconectar de la sensación con la que me impregnó mi hermana gracias a la brasa que me dio mi tío sobre unas acciones que tenía. No estaba entendiendo nada, pero le asentía y no paraba de narrarme sus peripecias en la bolsa. ¡Qué coñazo!

Lo único reseñable de la cena, fue que mi padre tuvo unas llamadas, no sé qué historias de su estudio y algún trabajo, que le hicieron levantarse de la mesa en multitud de ocasiones. Al parecer, por lo que me enteré al estar al lado de Belén, fue que al día siguiente tendría que ir a Madrid a solucionar el asunto. ¡El día uno de enero! ¡Menuda chafa…!

Nos tomamos las uvas sin ningún ahogamiento y todos reímos mientras Emilio se iba a la cama para descansar. En el caso de mi hermana y yo, nos preparamos un poco más, porque ambos saldríamos a tomar algo por la zona… bueno, quien dice a tomar algo se refiere a emborracharse, vamos a ser claros.

―¿Has visto a mi madre? ―le pregunté a mi tía, que me señaló la otra sala.

Fui a donde ella, porque no sabía si salir con corbata o no, ya veis que tontería, pero andaba con dudas. Paula se había marchado hacia unos minutos y Belén era la única que sabría hacerme el nudo.

Entré en la sala y allí estaba, con su precioso vestido y ese pelo tan esponjoso con unas cuantas canas asomando. Algunas veces se quejaba de ello, decía que la hacían más vieja, pero en mi opinión, le sentaban fantásticas.

―Mamá, era para una cosa…

Me percaté de que se giraba un poco más para no darme la cara y pasaba por sus mejillas el dorso de su mano para limpiarse algo. En la otra aún portaba un vaso de champán casi acabado y antes de llegar donde ella, torcí el rostro imaginándome que la pasaba algo.

―¿Mamá, estás bien…? ―lo pregunté con cierto temor, porque nunca la había visto llorar y… ¿Estaba llorando?

―Sí, sí, claro, cariño. Es que… ―su boca se cerró y al llegar a su altura, pude mirarla a los ojos. El azul de sus iris resplandecían con fuerza debido a la humedad que albergaba en ellos.

―¿Qué ha pasado? ―me alarmé porque igual era algo importante.

―Nada… Una tontería… No te preocupes.

―Dímelo, por favor. ―ella se rio con una lágrima cayendo por su mejilla y terminó la copa.

―¡Ay, David…! ―me acarició el rostro con suma dulzura― Nada… Tu padre… siempre de aquí para allá… Menos en casa, está en todos lados y…

―¿Te sientes sola? ―asintió a mi pregunta y soltó un sollozo que me partió el alma.

―Ahora que os habéis ido los dos de casa lo noto más y bueno… ¿Cosas que pasan, no?

―Yo… No lo sabía. ―era imposible saberlo, aunque igual hubiera notado señales si no hubiera estado tan pendiente de Paula. La boda, su soledad… normal que se sintiera así― Si yo pudiera hacer algo.

―Ya lo haces estando conmigo. Ahora marcha, tienes una fiesta de la que disfrutar. ―su mano no se iba de mi rostro y me salió lo único que pude hacerla.

La abracé con ganas, como cuando tenía cinco años y lloraba de puro dolor. Ella sintió mi amor y también, la presión en sus grandes senos debido a mi pecho. Colocó el rostro contra mi hombro y manó de su boca un sollozo de puro dolor que me dejó el alma seca. No era capaz de encontrar las palabras, por lo que la besé en la mejilla tratando de que se calmase.

―¡Anda…! Vete ya.

Se separó con dulzura y me dio un beso en los labios del todo improvisado. No los recibía desde que superé los doce años de edad y lo sentí extraño, con ese sabor salado de las lágrimas, era… diferente.

―Te quiero mucho ―confesó dándome la vuelta a mi propio cuerpo. Cuando estuvo a tiro, me sacudió un azote muy leve que, prácticamente, fue una caricia en mi culo― ¡Venga, arrea a la calle! Seguro que hay chicas esperándote…

―Hablamos cuando quieras, mamá.

―Claro, bebé.

Un beso voló entre nosotros y pude notarlo que volvía a impactar en mis labios de manera fantasmal. Ella me dio la espalda, mostrándome una figura delgada que había cuidado con los años y un trasero que se mantenía alto.

Un sentimiento me golpeó con rudeza, esas ganas de quedarme con ella y consolarla toda la noche, me hubiera metido en su cama si era necesario y la daría un masaje en el cabello como tanto la gustaba. Sin embargo, la noche me llamaba y una de esas voces, provenía del ser que tenía mi alma apresada… Paula.



17




Las altas horas de la noche llegaron entre copazos de todo tipo de alcohol y para cuando los demás bares cerraron, los sobrevivientes del pueblo nos dirigimos a uno. El que quedaba abierto.

Allí estábamos los últimos jóvenes y casi podía intuir, a quien me encontraría entre esas cuatro paredes, porque no era la primera vez que nos veíamos allí.

En el fondo del antro, rodeada por todas sus amigas, estaba Paula que no había perdido ni un ápice de su belleza y sobresalía por encima de cualquier otro ser que osara entrar a ese bar.

No perdí el tiempo, porque todos los cubatas de mi interior me lo pedían a gritos. Me acerqué con cierto dolor en los pies debido a los zapatos y con la imagen de mi madre llorando totalmente olvidada. Seguramente, tendría que preocuparme de eso en otro momento, sin embargo, ahora la que importaba era Paula.

―Hola, Pau. ¿Qué tal la noche? ―el grupo se abrió para dejarme entrar a su lado, todas me conocían.

―¡Vaya…! Eres tú… ―que frase más extraña.

―¿Vas a irte pronto?

―Puede ser, estoy destrozada de bailar, los pies me están matando. ―se acercó un poco más, casi a mi altura con los tacones que calzaba― ¿Por qué?

―Por saberlo…

―¿Estás borracho? ―me cortó con una pregunta tonta, era evidente que sí.

―Un poco.

―Yo también, me he tomado alguna copa de más esta noche y eso no me gusta. ¿Sabes lo que menos me gusta? Que hoy sí que me han entrado dos feos y los he rechazado. ¡Que poco me gusta que me molesten!

―Es lo que te dije… impones.

―A ti no ―aquello me fulminó, creando un vórtice en mi interior que no devoraba, si no que expulsaba lujuria.

―¿Volvemos juntos a casa? ―después de esa frase, sonó un tanto indecente esa pregunta. No sería la primera vez que regresaríamos juntos.

―Sí. ―dio un trago y dejó el cubata con un tercio sin beber― Vámonos ya, estoy cansada.

Salimos a la carrera, casi sin darme tiempo de despedirme de mis amigos. Seguí su estela, hasta que la alcancé en la calle y me pidió mi chaqueta para protegerse del frío nocturno. Se la di, ¡claro que se la di! Y si me hubiera dicho que me desnudase, lo haría.

―¿Estuvo bien la noche? ―la pregunté por no estar callados, el silencio de la ciudad me mataba.

―La foto.

―¿Qué pasa con la foto? ―estaba demasiado seca y eso me volvía loco. Era ira o desinterés lo que le causaba.

―La foto que me has hecho en la cocina, enséñamela. ―en menos de cinco segundos la tenía delante de su cara― Salgo guapa.

―Es que con ese vestido vas impresionante. Es normal que se hayan acercado a ligar.

―¿Tú no has ligado? ―era una pregunta que no venía al caso, sabia de sobra que tenía novia.

―No creo que a Sofía le gustase mucho.

―¿Y le gusta que te hagas pajas pensando en tu hermana? ―eso me dejó de piedra, fue demasiado directa. Estuve tentado de asentir, porque aquel polvo en el sofá lo gozó demasiado.

―No lo sé…

―¿Qué vas a hacer ahora? ―nuestra casa ya se vislumbraba al final de la calle y la miré lleno de dudas― Cuando llegues al cuarto, a eso me refiero.

―Ya lo sabes… ―el labio me tembló, no del frío, si no de lo cachondo que me encontraba― Una paja.

―¿En casa? ¿Con papá y mamá en la cama y yo al otro lado?

―Creo que… ―no iba a mentirla a estas alturas― Creo que sí. Me la voy a hacer mirando tu foto.

El silencio se apoderó de nosotros, envolviéndose con las luces de las farolas en nuestras cabezas. No dijo nada más hasta llegar a casa y esperó a que yo le abriera la puerta pese a que ella también llevaba las llaves.

Llegamos al pasillo sin hacer ruido, ella con los tacones en la mano y yo, habiendo dejado los zapatos en la entrada. Me paré en mi puerta, mirando hacia atrás, donde Paula se adentraba en su habitación.

Llegué hasta mi cuarto y me senté en la cama. Dudé unos segundos, pero enseguida me puso de pie. Estaba muy excitado y al coger la cámara de fotos mis manos temblaban descontroladas. Entonces salí al pasillo decidido. La casa se encontraba a oscuras y en silencio.

Solo se veía una tenue luz en la habitación de Paula y me acerqué despacio hasta allí. Llevaba la cámara en la mano, y no tenía ninguna intención de que sucediera lo que iba a suceder, ni sé como me atreví (quizás las copas que llevaba encima ayudaron), pero el caso es que lo hice. Toqué despacio en su puerta y Paula me abrió extrañada.​



―¿Qué quieres, David?



Entré en silencio en su habitación, le mostré la cámara y empezamos a hablar casi susurrando.



―¿Qué haces con eso?, ¿es que quieres hacerme más fotos?, pensé que ya tenías suficientes por hoy... ―me soltó Paula dándose media vuelta y dirigiéndose al baño.



Se quitó los pendientes y comenzó a desmaquillarse frente al espejo. Todavía llevaba puesto el vestido de fiesta.



―Muy graciosa, aunque no me importaría...

―¿Y entonces?

―Oye, Paula, lo que me dijiste antes de cenar...

―¿Ya empezamos?, era una broma, ¡solo una broma!

―A mí no me lo parecía, es más, pienso que has posado para mí, quería excitarme para que luego ya sabes...

―Solo era un juego... anda, vete a tu habitación y haz lo que tengas que hacer, estoy cansada y no tengo ganas de hablar de lo mismo otra vez...

―¿Y si me la hago aquí?

―¿El qué...?

―¿Pues qué va a ser?, ¿la paja?

―Sí, claro, anda deja de decir gilipolleces, coge tu cámara y sal...



En ese momento escuchamos como se levantaba mi madre y se acercó a la habitación donde estábamos, Paula me escondió detrás de la puerta, y se puso el dedo en la boca para que no hiciera ruido, no sé por qué lo hizo, pues no estábamos haciendo nada malo.



―¿Ha venido tu hermano?

―No, todavía no, le he visto hace poco por el pueblo y me dijo que ya se venía en poquito, así que no te preocupes.

―Teníais que venir juntos, Paula, ¡como sois!, nunca nos hacéis caso... bueno. anda me vuelvo a la cama...

―No te preocupes, mamá, David estaba bien, no creo que tarde mucho en aparecer por casa...



Y cuando se fue mi madre Paula cerró la puerta y me echó una buena bronca.



―¿Pero tú eres imbécil?, casi te pilla mamá en mi habitación.

―¿Y qué pasa porque esté en tu habitación?, solo estamos hablando...

―Ya, pero no....

―¿O es que al final quieres que me haga la paja aquí? ―le solté de repente.

―¡Venga, vete!, ¡y no hagas ruido!

―Espera, Paula, te lo digo en serio, si no es aquí va a ser en mi habitación y yo prefiero hacerlo aquí, a tu lado, te prometo que tardo poco y ya no te vuelvo a molestar con este asunto, baja un poco la persiana y deja la habitación casi a oscuras, no me vas a ver, si quieres ni me la saco, solo meto la mano por dentro del pantalón..., por favor, Paula...

―¿Pero te estás escuchando?, no vas a hacerte ninguna paja aquí, si quieres hacértela en tu habitación mirando las fotos que me has hecho esta noche me parece bien, ¡pero aquí no!

―Por favor, por favor ―le pedí encendiendo la cámara y mirando las fotos en la pequeña pantalla―. ¡Estás impresionante con ese vestido!, ¡y cómo posabas, uf!

―¡Cállate!, ¡deja de decir bobadas!, vamos sal de aquí o grito...

―Espera, Paula, de verdad que termino rápido...



No le dejé replicar, me metí rápidamente la mano por dentro del pantalón, la habitación estaba casi a oscuras, pero veía lo suficiente a mi hermana de pie apoyada sobre la mesa escritorio de su habitación, con los brazos a ambos lados de su cuerpo y mirando hacia mí. Me agarré la polla y como por dentro del pantalón casi no podía meneármela, me la apretaba fuerte y luego soltaba y así empezó a deslizarse sobre la palma de mi mano en una masturbación muy placentera.



¡Era la hostia aquello, me estaba masturbando delante de mi hermana y mis padres durmiendo en una habitación cerca de la nuestra!



―¡¡No me puedo creer que estés haciendo esto!! ―dijo Paula apoyando el culo en la mesa.

―Me pones mucho con ese vestido, bufffff, ¡¡ni te lo imaginas!!

―Te voy a matar, David, te voy a matar...

―Me da mucho morbo acariciarme en el mismo cuarto en el que estás tú, es mi mayor fantasía, que me mires... ya lo sabes, Paula.



Ella agachó la cabeza y se alisó el vestido. No iba a darme ese gusto.



―Esto es muy fuerte, ¡vamos, termina ya y vete!

―¿No te importa que me corra en tu habitación?

―Solo quiero que te vayas...

―Antes has posado increíble, sobre todo cuando te has agachado, ¡menuda foto!, mira, ¿quieres verla? ―y me acerqué a ella con la cámara en la mano y se la mostré.



Seguía masturbándome despacio, con una mano por dentro del pantalón y Paula miró la cámara un par de segundos y luego negó con la cabeza.



―¿Por qué no te vas a tu habitación?, esto no tiene sentido...

―No me queda mucho, oye, Paula, una cosa, ¿me dejarías sacármela?, así terminaría antes...

―Si haces eso grito, ¡te lo juro que grito!, ¡vamos, termina de una vez!



Aunque Paula me estaba permitiendo que me sacudiera la polla bajo los pantalones en su habitación, yo la conocía muy bien, y esa amenaza iba en serio, si me sacaba el miembro delante de ella posiblemente gritaría y le contaría a mis padres todo lo que estaba sucediendo entre nosotros, por lo que todo el trabajo previo que había hecho se iría al traste, así que me aguanté y aunque no era fácil, tuve la cabeza fría en ese momento.



Esto tan solo era el comienzo, y si ya estaba consiguiendo masturbarme en su habitación delante de ella por primera vez, quién sabe lo que me podría deparar el futuro, lo único que tenía que hacer era ir poco a poco y no fastidiarla.



―Vale, tranquila, tranquila, no lo hago ―dije acercándome para ponerme a su lado.



Yo seguía masturbándome y cada sacudida me proporcionaba un placer como nunca había tenido, me ponía muy cachondo meneármela delante de Paula, empezaba a tener la polla empapada de mis líquidos y al estar en silencio cada vez que apretaba y me soltaba el tronco se oía el típico chapoteo de mi rabo.



Cada vez más cerca del orgasmo solté la cámara y me puse a su lado. Solo quería sentir su cuerpo, me puse de pie apoyado sobre la mesa escritorio al lado de Paula, y la rodee con mi mano libre la cintura, pero ella me apartó de un manotazo.



―¡Quita, joder, no me toques!, ¡ahora no!



Yo me incliné sobre Paula y besé su hombro, un beso casto y puro, pero que en ese momento con lo caliente que estaba, me puso mucho rozar su piel con mis labios



―Estoy a mil, Paula, no te imaginas cómo me pone esto, tendrías que verlo, estoy muy excitado, ¿no oyes lo mojada que la tengo?

―Mira, ya no aguanto más, esto no tiene ningún sentido, ¡¡si no te vas tú, me voy yo!!, no puedo seguir aquí...



Yo bajé mi mano libre y la puse sobre la de ella, aprisionándola encima de la mesa.



―¡No, no te vayas!, ¡¡voy a correrme!! ―suspiré aumentando el ritmo de mis caricias.



Entrelacé los dedos con los suyos y sentí que mi orgasmo se precipitaba de repente.



―¡¡Paula, aaaaah, aaaaaah, me voy a correr, aaaaah, Paula, Diossssss!! ―gimoteé mientras mi cuerpo convulsionaba.



Y mientras yo acariciaba sus dedos entrelazados con los míos, mi polla explotó como un volcán dentro de mis pantalones. Es más, incluso me pareció que Paula llegó a acariciarme con su mano. Un sensación maravillosa que me fue empapando por dentro como un torrente, en una interminable corrida.



Después levanté la vista y me encontré en la penumbra con mi hermana, no sabría muy bien cómo describir su mirada, en una mezcla de enfado, incredulidad, morbo y un poco de lujuria. Incluso me parecía que Paula estaba temblando.



Solo sé que sus pezones se habían puesto tan duros que amenazaban con rasgar su vestido.



A mí se me pasó el calentón de golpe y no quise decir nada más.



―Muchas gracias, Paula, ha sido increíble ―y le besé el hombro antes de darme media vuelta.



No quise forzar más la situación y salí de su habitación con una sonrisa de oreja a oreja, con la mano por dentro de los pantalones, apretándome la polla para que mi corrida no se me empezara a escurrir entre las piernas.



Había cumplido mi primer objetivo con relativa facilidad. Y ahora ya no me iba a conformar solo con esa paja en la clandestinidad. Esto era solo el comienzo, el siguiente paso tenía que ser sacarme la polla delante de ella y hacerme una paja como Dios manda. Quería que Paula me viera. Y no solo eso, también quería ver cómo se tocaba, contemplar sus tetas, sus inmensas y pesadas tetas, chupárselas, lamer su coño, comérmela entera y por último follármela.



¿Por qué no?



Ese día lo decidí nada más salir de su habitación. Quería follarme a mi hermana Paula, ya no me iba a quedar solo en esa paja de mierda en su habitación. Iba a intentar hacer todas las cerdadas posibles con ella, quería tener una relación sucia, impúdica e incestuosa con mi hermana. Y lo iba a intentar con todas mis fuerzas. Paula me había permitido que me masturbara en la penumbra de su habitación y acababa de despertar a la bestia.



Me dormí debatiendo todos esos asuntos y creo que el breve sueño que tuve, fue yo en una mesa, con miles de papeles de cómo dirigir la siguiente jugada. Cuando abrí los ojos por culpa de mi madre, que me despertaba para desayunar, Paula, ya que se había marchado a dar una vuelta con las amigas. No importaba, tenía una semana de vacaciones en casa de mis padres y no iba a hacer nada, solo… aguardar agazapado mi momento.

Pregunté a mi madre si se encontraba mejor y aprovechando la soledad, salimos a dar una vuelta por el pueblo para que se quitase la tristeza de la noche de encima. Me lo agradeció con un dulce beso y no pude ser más feliz. Mi madre estaba bien y mi hermana, me había dado la mejor paja de mi vida.

Solo pude mirar al futuro, donde se encontraba nuestro piso de estudiantes. Allí… solo los dos… Paula y David… nadie más. El vello se me puso de punta y la carne de gallina. Únicamente me sacó de mis pensamientos la frase de mi madre, que mirando la naturaleza en aquel banco en la campiña, me preguntó.

―¿Tienes ganas de regresar con Paula y dejar el pueblo?

―Pues… ―el regusto a penas se notaba en su boca y solo pude mentirla― No tengo ninguna gana. Me quedaría aquí para siempre con mi madre favorita.

Ella sonrió y no me sentí mal, porque en el pensamiento, solamente estaba nuestra casa, una cama y… Paula y yo retozando como animales.​

Una semana más tarde terminaron las vacaciones navideñas y mi hermana y yo regresamos a nuestro piso de estudiante.
 
Y aquí termina la primera parte del libro, que consta de 4 partes en total. El relato original eran 45000 palabras y al final se nos ha ido a más de 120000 palabras, por lo que ha quedado todo una novela bien extensa para disfrutar esta historia.

Por cierto, ¡¡¡desde hoy ya está disponible y la podéis disfrutar entera!!!

La habitación de al lado, de Lilith Durán.

Espero que la disfrutéis.
 

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Y aquí termina la primera parte del libro, que consta de 4 partes en total. El relato original eran 45000 palabras y al final se nos ha ido a más de 120000 palabras, por lo que ha quedado todo una novela bien extensa para disfrutar esta historia.

Por cierto, ¡¡¡desde hoy ya está disponible y la podéis disfrutar entera!!!

La habitación de al lado, de Lilith Durán.

Espero que la disfrutéis.
Vas a seguir subiendo por aquí? Me gusta ver la trama poco a poco
 
Y aquí termina la primera parte del libro, que consta de 4 partes en total. El relato original eran 45000 palabras y al final se nos ha ido a más de 120000 palabras, por lo que ha quedado todo una novela bien extensa para disfrutar esta historia.

Por cierto, ¡¡¡desde hoy ya está disponible y la podéis disfrutar entera!!!

La habitación de al lado, de Lilith Durán.

Espero que la disfrutéis.
Pues ya me la he leído y muy bien. Claro que la original antigua era top. Felicidades porque ya está en el top5 de las más vendidas.
 
Última edición:
Me está encantando el relato. Me gusta mucho cómo describes cómo va aumentando la tensión sexual entre los dos hermanos. Estoy deseando saber qué más pasa entre ellos. ¿Con la madre habrá algo? Demasiadas dudas sin respuesta.
Espero que continúe pronto.
Un saludo, enhorabuena y gracias.
 
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