La Ilumi y la Toñi

Hot_Velvet

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Eso de poner a los nombre de la gente un artículo es muy de pueblo. Iluminada y Antonia eran de pueblo, bueno, más bien es que nacieron en uno y sus padres emigraron a otro, donde vivían. Hablamos de los años 70. El pueblo en el que vivíamos en Vizcaya era uno de esos pueblos antes rurales, luego industriales. Allí, en aquel pueblo, discurrió mi adolescencia.

Aprendí a besar con La Ilumi. Ilumi y Toñi siempre iban juntas. Ilumi era una chica muy alta, de cabello color castaño y un tanto feucha. Toñi era morena, regordita y baja y con unas tetas que nos tenían a todos los chavales de la zona hipnotizados y además era muy… cómo decirlo… asequible, accesible, fácil…

Por aquel entonces yo era muy amigo de Iñaki, un compañero de clase que andaba siempre muy salido y que estaba obsesionado con La Toñi. Se rumoreaba en el pueblo que si te la camelabas era fácil hacerlo con ella. “Hacerlo”, aquella extraña forma de llamar a ese objeto del deseo que era lo que nos ocupaba a todos en aquellos años, más hambrientos que un perro en un mercadillo.

Iñaki me comentó que iba a invitar a Toñi a ir al cine el domingo por la tarde y claro, necesitaba que alguien le entretuviera a la carabina, a La Ilumi. Así que allí estábamos, fieles a la cita, en la cola de uno de los cines que había en el pueblo. Había dos, pero era uno el que ponía las películas más apropiadas para los jóvenes que íbamos al cine los domingos por la tarde. Allí vimos toda la saga de Bud Spencer y Terence Hill y algunas de Luis de Funes. Vamos, un cine muy selecto. Si no había más remedio veíamos la película pero lo que a nosotros no obsesionaba era ir con una chica y poder robarle un beso y ya ni te cuento si te dejaba acariciarle una teta por encima de la ropa.

No se cómo se las ingenió pero mi amigo Iñaki realizó la invitación formal a las dos amigas. Nos vimos en la cola, entramos por separado pero nos sentamos con ellas. Iñaki a la izquierda con La Toñi, a su lado y como no podía ser de otra forma, La Ilumi, y a la derecha del grupo, yo. Durante toda la película la miraba de reojo y llegó a gustarme ver cómo los colores de las luces de la pantalla se reflejaban en su pálida cara. No me atreví a nada más. Si acaso comentar alguna cosa de la película, ofrecerle alguna golosina y poco más que un roce de nuestras manos.

Al salir Iñaki, que también era muy pálido, tenía la cara como un tomate, totalmente acalorado. Según me comentó luego se pasó la película morreando con La Toñi y acariciándole las tetas, eso si, por encima de la ropa.

Desde ese día todos los domingos quedábamos con las dos amigas. Solo nos veíamos los domingos, entre semana cada cual hacía su vida. Iñaki y yo en un colegio de pago y ellas en la escuela pública. Iñaki, en alguna ocasión lucía orgulloso en su cuello algún chupetón que le propiciaba La Toñi mientras éste se afanaba por meterle mano por debajo de la ropa. La segunda vez que quedamos ya pudo sobarle las tetas por debajo del sujetador. Lo mío con La Ilumi iba mucho más lento. Tardé un par de domingos en robarle un beso en la boca a aquella rubia delgaducha. Bueno, fue en los labios y ella apenas pudo reaccionar. Yo me sentí ridículamente orgulloso de mi proeza.

Según pasaron las semanas íbamos avanzando en nuestro descubrimiento sexual. Bueno, al menos en nuestro caso. La Toñi tenía ya un largo recorrido. El día que Iñaki pudo tocarle el coño fue marcado en el calendario y tuve que soportarle toda la semana contándome lo que sintió y cómo era “aquello”. Yo quería hacer lo mismo con La Ilumi pero solo había conseguido poder besarla, ya con su consentimiento y apretarle un poco las tetas, eso sí, por encima de la ropa.

Mientras yo estaba estancado, Iñaki me iba poniendo al corriente de sus avances con aquella ninfa salida. Cómo le tocaba las tetas, cómo le metía los dedos en el coño y cómo ella le masajeaba la polla hasta que se corría en su mano. Lógico que siempre saliera del cine con una sonrisa de gilipollas dibujada en su cara, enrojecida como siempre. Yo me moría de ganas de catar lo mismo con mi compañera, pero no había forma o yo no sabía cómo hacer avanzar aquella situación.

Un domingo estaba dispuesto a todo y le acaricié las tetas por debajo de la ropa. Eran pequeñitas pero muy firmes, calientes y suaves como nunca hubiera imaginado. Traté de bajar la mano hacia su entrepierna y lo único que conseguí es que me diera un manotazo. Estaba claro cuáles eran los límites.

La semana siguiente, una tarde, fui a una sala de billar donde había varias mesas y muchas maquinitas recreativas. Me gustaba jugar al billar y era una forma de librarme de Iñaki, al que no le gustaba y además me tenía harto contándome lo bien que lo pasaba con La Toñi. En esa sala de juego solía echar unas partidas con una cuadrilla de chavales que no eran de nuestro colegio, eran un poco quinquis pero eran majos, compartíamos cigarros y jugábamos “pierdepagas” al billar. Uno de ellos, el que controlaba al grupo, se llamaba Juan Luis y no se por qué razón congeniamos bastante. Estábamos jugando una partida cuando se acercó y me dijo:

¿Qué tal con La Toñi y la Ilumi? Se que vais todos los domingos al cine con ellas.

No supe qué contestar y me sentí avergonzado.

Dile a tu compañero que te deje estar con La Toñi alguna vez porque con su amiga no tienes nada que hacer, es un estrecha.

En cierta forma me alivió saber que no es que yo fuera un torpe seductor sino que ella no estaba por la labor ni conmigo ni con nadie. No sabía que añadir.

Tranquilo, un día de estos te llevo donde La Toñi para que sepas lo que es bueno.

Aquella extraña invitación me dejó ciertamente descolocado y no negaré que ilusionado hasta el punto de que esa semana no me enteraba de nada. No le dije nada a Iñaki.

El siguiente domingo La Ilumi no me dejó ni acercarme a ella. Me miró con desprecio y tuve que ver la película sin más aliciente. Y claro, al lado veía a La Toñi y a Iñaki dándose el lote y yo muerto de envidia.

Pasaron los días, era un jueves por la tarde, hacía ya calor. Era primavera y el curso estaba a su fin. Terminé los deberes y fui con intención de jugar unas partidas el billar. Antes de llegar a la sala de juegos, en la esquina, se encontraba Juan Luís fumando de forma convulsiva. Tenía un par de años más que nosotros, se notaba mucho; no por la estatura pues era más bajo que nosotros, sino por su forma de hacer las cosas. Trabajaba en un taller de coches de aprendiz y por las tardes iba a clases en la escuela de oficios, aunque me da la impresión de que se las saltaba con bastante frecuencia.

¿A dónde vas capullo?

Me dijo al tiempo que dejaba salir una bocanada de humo.

¡Hoy no vas a jugar al billar! Venga, ven conmigo.

Y me agarró del hombro mientras en voz baja me contó su plan:

Mira chaval, hoy vas a aprender otra cosa gracias a tu amigo Juan Luis. Vamos a casa de La Toñi que está sola, sus padres se han ido. Si te portas bien… te dejo mirar lo que hacen los mayores. Ja, ja, ja…

Juan Luis tenía fama de tener muy mala leche. Por suerte conmigo nunca la había sacado, siempre recibí un trato cordial de él pero por miedo, no lo negaré, nunca me atreví a contradecirle. Así que me dejé llevar a casa de La Toñi.

Nos estaba esperando. Pasamos dentro de la casa sin hacer ruido para que los vecinos no cotillearan. Entramos en una sala de las de la época, con sofás de skay rojo, una tele barata y poco más.

  • A este ya le conoces. Está desesperado porque tu amiga La Ilumi lo tiene seco. Lo he traído para que vaya aprendiendo. Pobre chaval, me da pena.
  • Es un crío muy majo.- Respondió la Toñi. Me alegró saber que tenía ese concepto de mí.
Juan Luis se sentó en el sofá como quien lo ha hecho muchas veces antes. La Toñi se sentó a su lado y me hicieron gestos para que me acomodara en un sillón frente a ellos. Comenzaron a besarse. Me sentí incómodo. Ya había visto cómo ella se besaba con mi amigo Iñaki pero no era tan directo ni con tanta luz. Juan Luis, sin separar sus labios de la boca de La Toñi, comenzó a soltarle los botones de la camisa de cuadros. Una vez sueltos le bajó la camisa que quedó hecha un gurruño en el sofá. Era cierto que La Toñi tenía unas tetas espectaculares. No entendía mucho pero yo creo que aquel sujetador no le quedaba muy bien porque se las apretaba mucho, se juntaban formando un canalillo muy largo y parecían pelear por querer escaparse de la presión de la prenda.

¡Mira que tetas tiene nuestra amiga!

Dijo Juan Luis dedicándome una sonrisa pícara. Volvió a besarla en la boca y con una destreza que yo ni conocía estiró sus brazos a la espalda de la chica y le soltó el sujetador. ¡Qué clase tenía el muy cabrón! Ella, con un gesto, ayudó a que el sujetador siguiera el recorrido de la camisa y allí, ante mis atónitos ojos parecieron aquellas dos enormes tetas. Que apenas colgaban una vez liberadas de la presión del sujetador. Se expandieron hacia los lados pero permanecieron firmes. Luego, con el tiempo, descubrí que la gravedad se hace cada vez más evidente con el paso de los años. La Toñi tenía un pecho juvenil, firme y muy apetecible. Sus pezones eran muy oscuros y con grandes areolas. Juan Luís los manoseaba con violencia, los estrujaba, los lamía y mordía y yo alucinaba con semejante espectáculo. A ella parecía gustarle el asunto porque se reía y se dejaba hacer.

¡Vamos pa´dentro! – Le dijo levantándose del sofá y agarrándola de la mano.

Verla de pie, con las tetas fuera y aquella sonrisa me hizo enrojecer.

Espéranos aquí. No tardamos.- Me dijo señalándome con el dedo.- Luego quiero comentarte una cosa… Ah, mientras tanto hazte una paja con lo que has visto.- Y se fue riendo, persiguiendo a La Toñi que se metió por el pasillo imagino que hacia alguna habitación.

Me quedé en el sofá, totalmente en shock, tratando de entender lo que había visto y lo que es peor, lo que Juan Luis me había adelantado que quería comentarme. En ese momento me acordé de mi amigo Iñaki, el pobre idiota que se creía que era un portento porque le había tocado el coño a La Toñi. No sabía si contarle algo. Escuché sus voces a lo lejos que dejaron paso a respiraciones fuertes de Juan Luis y a jadeos de ella. Cada vez eran más fuertes los jadeos hasta que gritó algo que no entendí.

Juan Luis no tardó en salir. Entró en la sala con naturalidad ajustándose los pantalones y con la camisa en la mano. Se vistió y me hizo señas para salir a la calle.

Vamos a la puta calle que quiero fumar y aquí si lo hago se enteran los padres de ésta.

Y como no podía ser de otra forma, obedecí. Antes de salir La Toñi entró en la sala. Estaba en bragas, solo en bragas, con las tetas al aire y aquellos muslos regordetes y brillantes. Aquella imagen me acompañó unos cuantos días.

Nos vemos el domingo.

Asentí como el idiota que me sentía en ese momento. Ya en la calle:

A ver tú… imagino que habrás alucinao con La Toñi… es la ostia esta tía… no está muy buena, pero es que folla como una bestia.- Hizo una pausa para encender un cigarro.- ¿Tu no has follao todavía verdad? ¡Tranquilo, ya lo harás!

Decidí que en ese momento lo mejor era no decir nada y permitir que Juan Luis se explicara.

La Toñi me lo cuenta todo. Tenemos mucha confianza. A mi me gusta que tontee todo lo que quiera, incluso que folle con otros mientras a mí no me falte la oportunidad de pasarlo bien con ella. Entre ellas también se lo cuentan todo, como hacemos ahora tú y yo.

Seguía fumando como un carretero, encendió un cigarro tras otro.

Ya se que con La Ilumi no pasas del morreo y poco más. Tranquilo, le he dicho a La Toñi que hable con ella y que la anime. Ya me entiendes. Mira… este domingo, cuando vayáis al cine… tu como siempre… le das un besito… la acaricias un poco las tetas y cuando estés cachondo… te sacas la polla y comienzas a meneártela a su lado…

No quería ni imaginar la escena, solo de pensarlo me moría de vergüenza. Juan Luis pareció adivinar mi pensamiento:

Tu hazme caso que yo entiendo de esto. Demuéstrale que te pone, que no aguantas más… ya verás tú qué cambio. ¡Ya me contarás!

Me atreví a preguntarle:

¿Tú por qué haces esto por mi?

Me miró con cara de sorpresa:

¡Joder tío… entre nosotros tenemos que ayudarnos! Para eso están los colegas.

¿Colegas? Me consideraba un colega… Pasé un par de días hecho un mar de dudas. No tenía ganas de que llegara el domingo pero luchar contra el paso del tiempo es absurdo, así que allí me vi una vez más, en la cola del cine, con mi amigo Iñaki que no sabía nada. Llegaron ellas, entraron primero, como siempre. Me pareció que La Toñi se reía más que nunca. Me senté al lado de La Ilumi y en cuanto se apagaron las luces suspiré.

Me acerqué a ella. Le di un beso en la mejilla. Ella se giró y me miró. Su cara, tan pálida como la pantalla del cine, estaba iluminada en colorines. Se me quedó mirando. Cerró los ojos y me besó en la boca. No se qué película vimos. Mis manos buscaron las suyas y así agarrados de las manos comenzamos a besarnos como nunca lo habíamos hecho. No le hice la demostración que me sugirió Juan Luis. En lugar de decirle lo mucho que me ponía balbuceé un torpe “te quiero” entre beso y beso.

La Ilumi, esa flacucha, espigada y pálida, con el paso del tiempo se convirtió en mi amiga, en mi apasionada amante, en la madre de mis dos hijos y en una compañera única y especial. Al poco tiempo de aquella tarde de domingo Iñaki dejó de salir con La Toñi, muerto de celos porque se enteró que follaba con otros menos con él. Mi colega Juan Luis se fue a trabajar a otro lugar y La Toñi se casó con uno de un pueblo cercano que tenía mucha pasta. Creo que siguen juntos aunque se rumorea que ella sigue dedicando atenciones a otros. Nunca supe si La Toñi había hablado con La Ilumi y qué se habrían dicho. No me importó.
 
Eso de poner a los nombre de la gente un artículo es muy de pueblo. Iluminada y Antonia eran de pueblo, bueno, más bien es que nacieron en uno y sus padres emigraron a otro, donde vivían. Hablamos de los años 70. El pueblo en el que vivíamos en Vizcaya era uno de esos pueblos antes rurales, luego industriales. Allí, en aquel pueblo, discurrió mi adolescencia.

Aprendí a besar con La Ilumi. Ilumi y Toñi siempre iban juntas. Ilumi era una chica muy alta, de cabello color castaño y un tanto feucha. Toñi era morena, regordita y baja y con unas tetas que nos tenían a todos los chavales de la zona hipnotizados y además era muy… cómo decirlo… asequible, accesible, fácil…

Por aquel entonces yo era muy amigo de Iñaki, un compañero de clase que andaba siempre muy salido y que estaba obsesionado con La Toñi. Se rumoreaba en el pueblo que si te la camelabas era fácil hacerlo con ella. “Hacerlo”, aquella extraña forma de llamar a ese objeto del deseo que era lo que nos ocupaba a todos en aquellos años, más hambrientos que un perro en un mercadillo.

Iñaki me comentó que iba a invitar a Toñi a ir al cine el domingo por la tarde y claro, necesitaba que alguien le entretuviera a la carabina, a La Ilumi. Así que allí estábamos, fieles a la cita, en la cola de uno de los cines que había en el pueblo. Había dos, pero era uno el que ponía las películas más apropiadas para los jóvenes que íbamos al cine los domingos por la tarde. Allí vimos toda la saga de Bud Spencer y Terence Hill y algunas de Luis de Funes. Vamos, un cine muy selecto. Si no había más remedio veíamos la película pero lo que a nosotros no obsesionaba era ir con una chica y poder robarle un beso y ya ni te cuento si te dejaba acariciarle una teta por encima de la ropa.

No se cómo se las ingenió pero mi amigo Iñaki realizó la invitación formal a las dos amigas. Nos vimos en la cola, entramos por separado pero nos sentamos con ellas. Iñaki a la izquierda con La Toñi, a su lado y como no podía ser de otra forma, La Ilumi, y a la derecha del grupo, yo. Durante toda la película la miraba de reojo y llegó a gustarme ver cómo los colores de las luces de la pantalla se reflejaban en su pálida cara. No me atreví a nada más. Si acaso comentar alguna cosa de la película, ofrecerle alguna golosina y poco más que un roce de nuestras manos.

Al salir Iñaki, que también era muy pálido, tenía la cara como un tomate, totalmente acalorado. Según me comentó luego se pasó la película morreando con La Toñi y acariciándole las tetas, eso si, por encima de la ropa.

Desde ese día todos los domingos quedábamos con las dos amigas. Solo nos veíamos los domingos, entre semana cada cual hacía su vida. Iñaki y yo en un colegio de pago y ellas en la escuela pública. Iñaki, en alguna ocasión lucía orgulloso en su cuello algún chupetón que le propiciaba La Toñi mientras éste se afanaba por meterle mano por debajo de la ropa. La segunda vez que quedamos ya pudo sobarle las tetas por debajo del sujetador. Lo mío con La Ilumi iba mucho más lento. Tardé un par de domingos en robarle un beso en la boca a aquella rubia delgaducha. Bueno, fue en los labios y ella apenas pudo reaccionar. Yo me sentí ridículamente orgulloso de mi proeza.

Según pasaron las semanas íbamos avanzando en nuestro descubrimiento sexual. Bueno, al menos en nuestro caso. La Toñi tenía ya un largo recorrido. El día que Iñaki pudo tocarle el coño fue marcado en el calendario y tuve que soportarle toda la semana contándome lo que sintió y cómo era “aquello”. Yo quería hacer lo mismo con La Ilumi pero solo había conseguido poder besarla, ya con su consentimiento y apretarle un poco las tetas, eso sí, por encima de la ropa.

Mientras yo estaba estancado, Iñaki me iba poniendo al corriente de sus avances con aquella ninfa salida. Cómo le tocaba las tetas, cómo le metía los dedos en el coño y cómo ella le masajeaba la polla hasta que se corría en su mano. Lógico que siempre saliera del cine con una sonrisa de gilipollas dibujada en su cara, enrojecida como siempre. Yo me moría de ganas de catar lo mismo con mi compañera, pero no había forma o yo no sabía cómo hacer avanzar aquella situación.

Un domingo estaba dispuesto a todo y le acaricié las tetas por debajo de la ropa. Eran pequeñitas pero muy firmes, calientes y suaves como nunca hubiera imaginado. Traté de bajar la mano hacia su entrepierna y lo único que conseguí es que me diera un manotazo. Estaba claro cuáles eran los límites.

La semana siguiente, una tarde, fui a una sala de billar donde había varias mesas y muchas maquinitas recreativas. Me gustaba jugar al billar y era una forma de librarme de Iñaki, al que no le gustaba y además me tenía harto contándome lo bien que lo pasaba con La Toñi. En esa sala de juego solía echar unas partidas con una cuadrilla de chavales que no eran de nuestro colegio, eran un poco quinquis pero eran majos, compartíamos cigarros y jugábamos “pierdepagas” al billar. Uno de ellos, el que controlaba al grupo, se llamaba Juan Luis y no se por qué razón congeniamos bastante. Estábamos jugando una partida cuando se acercó y me dijo:

¿Qué tal con La Toñi y la Ilumi? Se que vais todos los domingos al cine con ellas.

No supe qué contestar y me sentí avergonzado.

Dile a tu compañero que te deje estar con La Toñi alguna vez porque con su amiga no tienes nada que hacer, es un estrecha.

En cierta forma me alivió saber que no es que yo fuera un torpe seductor sino que ella no estaba por la labor ni conmigo ni con nadie. No sabía que añadir.

Tranquilo, un día de estos te llevo donde La Toñi para que sepas lo que es bueno.

Aquella extraña invitación me dejó ciertamente descolocado y no negaré que ilusionado hasta el punto de que esa semana no me enteraba de nada. No le dije nada a Iñaki.

El siguiente domingo La Ilumi no me dejó ni acercarme a ella. Me miró con desprecio y tuve que ver la película sin más aliciente. Y claro, al lado veía a La Toñi y a Iñaki dándose el lote y yo muerto de envidia.

Pasaron los días, era un jueves por la tarde, hacía ya calor. Era primavera y el curso estaba a su fin. Terminé los deberes y fui con intención de jugar unas partidas el billar. Antes de llegar a la sala de juegos, en la esquina, se encontraba Juan Luís fumando de forma convulsiva. Tenía un par de años más que nosotros, se notaba mucho; no por la estatura pues era más bajo que nosotros, sino por su forma de hacer las cosas. Trabajaba en un taller de coches de aprendiz y por las tardes iba a clases en la escuela de oficios, aunque me da la impresión de que se las saltaba con bastante frecuencia.

¿A dónde vas capullo?

Me dijo al tiempo que dejaba salir una bocanada de humo.

¡Hoy no vas a jugar al billar! Venga, ven conmigo.

Y me agarró del hombro mientras en voz baja me contó su plan:

Mira chaval, hoy vas a aprender otra cosa gracias a tu amigo Juan Luis. Vamos a casa de La Toñi que está sola, sus padres se han ido. Si te portas bien… te dejo mirar lo que hacen los mayores. Ja, ja, ja…

Juan Luis tenía fama de tener muy mala leche. Por suerte conmigo nunca la había sacado, siempre recibí un trato cordial de él pero por miedo, no lo negaré, nunca me atreví a contradecirle. Así que me dejé llevar a casa de La Toñi.

Nos estaba esperando. Pasamos dentro de la casa sin hacer ruido para que los vecinos no cotillearan. Entramos en una sala de las de la época, con sofás de skay rojo, una tele barata y poco más.

  • A este ya le conoces. Está desesperado porque tu amiga La Ilumi lo tiene seco. Lo he traído para que vaya aprendiendo. Pobre chaval, me da pena.
  • Es un crío muy majo.- Respondió la Toñi. Me alegró saber que tenía ese concepto de mí.
Juan Luis se sentó en el sofá como quien lo ha hecho muchas veces antes. La Toñi se sentó a su lado y me hicieron gestos para que me acomodara en un sillón frente a ellos. Comenzaron a besarse. Me sentí incómodo. Ya había visto cómo ella se besaba con mi amigo Iñaki pero no era tan directo ni con tanta luz. Juan Luis, sin separar sus labios de la boca de La Toñi, comenzó a soltarle los botones de la camisa de cuadros. Una vez sueltos le bajó la camisa que quedó hecha un gurruño en el sofá. Era cierto que La Toñi tenía unas tetas espectaculares. No entendía mucho pero yo creo que aquel sujetador no le quedaba muy bien porque se las apretaba mucho, se juntaban formando un canalillo muy largo y parecían pelear por querer escaparse de la presión de la prenda.

¡Mira que tetas tiene nuestra amiga!

Dijo Juan Luis dedicándome una sonrisa pícara. Volvió a besarla en la boca y con una destreza que yo ni conocía estiró sus brazos a la espalda de la chica y le soltó el sujetador. ¡Qué clase tenía el muy cabrón! Ella, con un gesto, ayudó a que el sujetador siguiera el recorrido de la camisa y allí, ante mis atónitos ojos parecieron aquellas dos enormes tetas. Que apenas colgaban una vez liberadas de la presión del sujetador. Se expandieron hacia los lados pero permanecieron firmes. Luego, con el tiempo, descubrí que la gravedad se hace cada vez más evidente con el paso de los años. La Toñi tenía un pecho juvenil, firme y muy apetecible. Sus pezones eran muy oscuros y con grandes areolas. Juan Luís los manoseaba con violencia, los estrujaba, los lamía y mordía y yo alucinaba con semejante espectáculo. A ella parecía gustarle el asunto porque se reía y se dejaba hacer.

¡Vamos pa´dentro! – Le dijo levantándose del sofá y agarrándola de la mano.

Verla de pie, con las tetas fuera y aquella sonrisa me hizo enrojecer.

Espéranos aquí. No tardamos.- Me dijo señalándome con el dedo.- Luego quiero comentarte una cosa… Ah, mientras tanto hazte una paja con lo que has visto.- Y se fue riendo, persiguiendo a La Toñi que se metió por el pasillo imagino que hacia alguna habitación.

Me quedé en el sofá, totalmente en shock, tratando de entender lo que había visto y lo que es peor, lo que Juan Luis me había adelantado que quería comentarme. En ese momento me acordé de mi amigo Iñaki, el pobre idiota que se creía que era un portento porque le había tocado el coño a La Toñi. No sabía si contarle algo. Escuché sus voces a lo lejos que dejaron paso a respiraciones fuertes de Juan Luis y a jadeos de ella. Cada vez eran más fuertes los jadeos hasta que gritó algo que no entendí.

Juan Luis no tardó en salir. Entró en la sala con naturalidad ajustándose los pantalones y con la camisa en la mano. Se vistió y me hizo señas para salir a la calle.

Vamos a la puta calle que quiero fumar y aquí si lo hago se enteran los padres de ésta.

Y como no podía ser de otra forma, obedecí. Antes de salir La Toñi entró en la sala. Estaba en bragas, solo en bragas, con las tetas al aire y aquellos muslos regordetes y brillantes. Aquella imagen me acompañó unos cuantos días.

Nos vemos el domingo.

Asentí como el idiota que me sentía en ese momento. Ya en la calle:

A ver tú… imagino que habrás alucinao con La Toñi… es la ostia esta tía… no está muy buena, pero es que folla como una bestia.- Hizo una pausa para encender un cigarro.- ¿Tu no has follao todavía verdad? ¡Tranquilo, ya lo harás!

Decidí que en ese momento lo mejor era no decir nada y permitir que Juan Luis se explicara.

La Toñi me lo cuenta todo. Tenemos mucha confianza. A mi me gusta que tontee todo lo que quiera, incluso que folle con otros mientras a mí no me falte la oportunidad de pasarlo bien con ella. Entre ellas también se lo cuentan todo, como hacemos ahora tú y yo.

Seguía fumando como un carretero, encendió un cigarro tras otro.

Ya se que con La Ilumi no pasas del morreo y poco más. Tranquilo, le he dicho a La Toñi que hable con ella y que la anime. Ya me entiendes. Mira… este domingo, cuando vayáis al cine… tu como siempre… le das un besito… la acaricias un poco las tetas y cuando estés cachondo… te sacas la polla y comienzas a meneártela a su lado…

No quería ni imaginar la escena, solo de pensarlo me moría de vergüenza. Juan Luis pareció adivinar mi pensamiento:

Tu hazme caso que yo entiendo de esto. Demuéstrale que te pone, que no aguantas más… ya verás tú qué cambio. ¡Ya me contarás!

Me atreví a preguntarle:

¿Tú por qué haces esto por mi?

Me miró con cara de sorpresa:

¡Joder tío… entre nosotros tenemos que ayudarnos! Para eso están los colegas.

¿Colegas? Me consideraba un colega… Pasé un par de días hecho un mar de dudas. No tenía ganas de que llegara el domingo pero luchar contra el paso del tiempo es absurdo, así que allí me vi una vez más, en la cola del cine, con mi amigo Iñaki que no sabía nada. Llegaron ellas, entraron primero, como siempre. Me pareció que La Toñi se reía más que nunca. Me senté al lado de La Ilumi y en cuanto se apagaron las luces suspiré.

Me acerqué a ella. Le di un beso en la mejilla. Ella se giró y me miró. Su cara, tan pálida como la pantalla del cine, estaba iluminada en colorines. Se me quedó mirando. Cerró los ojos y me besó en la boca. No se qué película vimos. Mis manos buscaron las suyas y así agarrados de las manos comenzamos a besarnos como nunca lo habíamos hecho. No le hice la demostración que me sugirió Juan Luis. En lugar de decirle lo mucho que me ponía balbuceé un torpe “te quiero” entre beso y beso.

La Ilumi, esa flacucha, espigada y pálida, con el paso del tiempo se convirtió en mi amiga, en mi apasionada amante, en la madre de mis dos hijos y en una compañera única y especial. Al poco tiempo de aquella tarde de domingo Iñaki dejó de salir con La Toñi, muerto de celos porque se enteró que follaba con otros menos con él. Mi colega Juan Luis se fue a trabajar a otro lugar y La Toñi se casó con uno de un pueblo cercano que tenía mucha pasta. Creo que siguen juntos aunque se rumorea que ella sigue dedicando atenciones a otros. Nunca supe si La Toñi había hablado con La Ilumi y qué se habrían dicho. No me importó.
Ese pueblo era Sestao,no?...
 
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