La invitación de mi jefe

agratefuldude

Miembro muy activo
Desde
26 Mar 2025
Mensajes
160
Reputación
4,872
Antes de nada tengo que decir que para mi era un gran paso adelante en mi carrera ser invitado a pasar el fin de semana en familia en casa de mi jefe. Y si, la política de “nada de ropa” fue un poco chocante al principio pero antes de que empecéis a pensar que esto va de mi mujer follándose a mi jefe para conseguirme una promoción… lo siento, no es así.

Reconozco que en ningún momento del fin de semana me sentí en mi elemento. Nunca he estado cómodo desnudo delante de otra gente. Me recuerda ciertos episodios de mi adolescencia que preferiría olvidar. Pero la razón de mi incomodidad iba un poco más allá de intentar esconder un pene del que nunca me he sentido especialmente orgulloso detrás de cualquier cosa que pudiera encontrar: sillas, el sofá, un delantal… También me horrorizaba excitarme de ver a mi mujer Silvia desnuda delante de mi jefe y que mis 12 centímetros fueran objeto de comentarios. Así que intenté huir de situaciones comprometidas, empezando por verla desnudarse delante de todos y que, por algún motivo, que mi jefe le dijera que se dejase las medias puestas, que le quedaban muy bien.

working_679.eng.jpg


En lo que respecta a mi jefe y su mujer… bueno, Alicia es el estereotipo de mujer de ejecutivo con éxito de hoy en día. Tendrá unos 60 y pocos años, pelo largo y negrísimo, cuerpo de hacer fitness y cuidarse mucho, pechos relativamente pequeños y cero pelos allí abajo. Me relajó notar que no me sentía especialmente atraído por ella. Hubiera sido el doble de difícil tener que esconder también mi trempera de mi mujer. Demasiados problemas a la vez.

Mi jefe Roberto, por otro lado, es el paradigma de la autoconfianza. Supongo que esa es la razón de su éxito en los negocios. Se pasea por la oficina sabiendo que es el dueño y por su casa de igual manera. Tiene 65 años (lo sé porque el día de su cumpleaños en la oficina se rumoreaba si se jubilaría pronto), mide casi dos metros, cabello blanco con corte militar, cuello ancho como su cabeza, mandíbula cuadrada y unas manos que hacen empequeñecer las mías con cada apretón. Su secretaria me comentó que le hacen los trajes a medida porque no hay nada en el mercado de su talla. Definitivamente no es un hombre que pase desapercibido pero verle desnudo fue… inesperado. Tiene la constitución de un toro, con músculos que aunque no se marcan como los de un culturista se dejan ver en cada movimiento. Incluso su panza ligeramente abultada parece dura como una roca. Da la sensación que me podría tumbar de una bofetada en cualquier momento.

Pero el detalle más perturbador era su polla. Si yo intentaba esconder mi -ahora ridículo- pene detrás de cualquier cosa él lo mostraba orgulloso. Y puedo llegar a entender el porqué. Era como una morcilla blanca y gorda, sonrojada y descapullada que colgaba entre sus piernas acompañada por un par de testículos del tamaño de pelotas de tenis. Y todo, absolutamente todo, perfectamente rasurado. No estoy diciendo que fuera pelándosela por ahí pero, joder, esa cosa estaba en todas partes.

Se paseaba con su miembro flácido balanceándose a derecha e izquierda y se paraba delante de mi esposa a hablarle de su pasión por el arte mientras esa cosa pulsaba como si tuviera vida propia. Y mientras hablaba su polla empezaba a crecer justo en frente de mi mujer que luchaba por no mirar fijamente ese cañón que la apuntaba directo a la cara y seguir el hilo de la conversación.

En ese momento yo no tenía la impresión de que eso fuera algún tipo de comportamiento impropio por parte de mi jefe. Realmente parecía algo natural y genuinamente suyo. De la misma forma que cuando hablaba conmigo de mi futuro en la compañía se masajeaba las pelotas con su mano derecha. Y si su mano era grande sus testículos aún lo parecían más.

Pero hubo un par de episodios que casi me hacen perder la calma si no hubiera sido por mi mujer. Primero, durante la cena, mi jefe se levantó para servirnos un pavo que tenía una pinta estupenda. “Primero las damas” dijo y empezó por su propia mujer, supongo por ser la de más edad, no lo sé. Mientras le servía ella le miraba y sonreía y de pronto su polla empezó de nuevo a crecer… Era asombroso la velocidad con la que podía bombear sangre a su miembro. Para cuando fue el turno de mi mujer yo no podía creer lo que estaba viendo.

La polla de Roberto ya estaba plenamente erecta. Un jodido palmo de carne que se balanceaba sobre los platos a escasos centímetros de la cara de Silvia. Ella estaba completamente hechizada por la visión, con la boca abierta de asombro. Él se tomó su tiempo para servirle rebanadas de pavo, ciruelas y salsa en su plato mientras esa cosa continuaba pulsando desvergonzada. Cuando acabó de servir mi jefe dió la vuelta a la mesa y ella siguió su miembro con la mirada con los pezones exageradamente erectos y el pecho subiendo y bajando al ritmo de su excitada respiración. De alguna manera me alegré que la polla de mi jefe se alejase de mi mujer sin darme mucha cuenta de que ahora me tocaba a mi.

Así que, dado que yo estaba sentado y que él mide lo que mide, ahí tenía su monstruoso pene a la altura de mi cara. Intenté no mirar mientras también me servía mi porción de pavo y por eso no me fijé que perdía pié ni que para evitar caerse girase la cadera rápidamente. Su polla rebotó en su muslo y barrió el aire hasta chocar con mi mejilla. Sonó como una bofetada que nos dejó a todos en silencio. Al cabo de unos segundos dijo “Lo siento” y las mujeres empezaron a reír. Yo estaba rojo de vergüenza.

Tuve que esforzarme por mantener la calma y no salir corriendo. Notaba algo resbalando por mi cara y me llevé la mano a la mejilla para notar algo líquido y ligeramente pegajoso. Mi mente iba a mil. Con el rabillo del ojo vi que la polla de mi jefe goteaba ostentosamente sobre la mesa sin ningún pudor. Mi mujer cambió de tema pero a mí me llevó unos minutos recuperarme de ese episodio. Use la servilleta para secarme la cara del líquido preseminal de mi jefe e intenté calmarme.

La cena siguió sin ningún nuevo “accidente” humillante. Después tomamos unas copas hasta bien entrada la noche cuando mi mujer dijo que se retiraba a dormir un poco. Todos nos levantamos. Le di un beso de buenas noches a Alicia y apreté la mano de mi jefe intentando mantener las distancias en ambos casos. Pero por supuesto él no es tan mojigato como yo y después de besar a mi mujer la abrazó sin mayor problema.

A pesar de la copiosa comida noté un vacío en el estómago al verlo engullir el cuerpo de mi mujer con ese abrazo de oso. La cabeza de ella quedaba por debajo de su cuello, su vientre aplastando sus pechos y el infatigable miembro erguido prácticamente acababa en su escote. El hombre mantuvo el abrazo, o debería decir “la presa”, por más tiempo del estrictamente necesario mientras le decía que estaba disfrutando del fin de semana con nosotros. Y casi de una cubana me atrevería a decir yo… Mi mujer no pudo sinó devolverle el abrazo y esperar a que la dejara escapar mientras decía que ella también estaba teniendo un agradable fin de semana.

Más tarde, ya en la habitación, exploté. Silvia intentó calmarme mientras me decía que bajara la voz o nos oirían. Lo intenté pero me sentía humillado, avergonzado y sobre todo muy enfadado. Discutimos durante unos minutos y me sorprendió comprobar que ella creía que no había habido malas intenciones en el comportamiento de mi jefe, ni en el pollazo ni en el abrazo/sobada con el que nos habíamos despedido.

Entonces, empezamos a oír ruidos desde la habitación de al lado. Era tan obvio que parecía increíble. El crujido de una cama, los golpes rítmicos contra la pared que separaba nuestras habitaciones… Pronto empezamos a oír a Alicia gimiendo en crescendo en lo que parecía un increíble orgasmo. Pero los ruidos no acabaron. Por momentos pensé que la pared se agrietaba bajo el martilleo constante. Alicia se corrió una segunda vez. Y después una tercera antes de que empezáramos a oír a Roberto gruñir. Realmente parecía un oso. La cadencia subió y Alicia volvió a gemir, aunque debería decir gritar. Y entonces les oímos claramente:
  • Sí!!! Aquí viene!! Voy a descargar todo dentro Silvia!!
  • Oh, sí, Roberto!!! Córrete dentro!! Lléname de esperma!!! No me he sentido tan llena en toda mi puta vida!!! - Respondió Alicia.
  • Te lo mereces puta!! Una mujer como tú merece mucho más de lo que tiene en casa!! Te voy a preñar!!!
Seguido de un interminable orgasmo de ambos que hizo temblar toda la casa…

Los dos nos quedamos en shock. Sin palabras. ¿Habían estado realmente jugando a que mi jefe se follaba a mi mujer en vez de a Alicia? Cuando los sonidos acabaron no nos podíamos mover, cada una a un lado de la cama. Después Silvia se giró aparentando querer dormir un poco. Yo no pude. Era obvio que sabían que nosotros les oiríamos. Era eso lo que mi jefe realmente pensaba de mí: que no me merecía a mi mujer? Me había abofeteado con su polla a propósito? No podía dejar de pensar en ello.

Incluso con los ojos cerrados no podía quitarme su polla de la cabeza. Y entonces, horas más tarde, oí el inconfundible sonido de mi mujer masturbándose, su respiración entrecortada y un orgasmo ahogado en el cojín. ¿También había fantaseado que Roberto la follaba? La llenaba como nunca nadie la había llenado antes? ¿Había fantaseado con notar su corrida en lo más profundo de su ser?
 
Antes de nada tengo que decir que para mi era un gran paso adelante en mi carrera ser invitado a pasar el fin de semana en familia en casa de mi jefe. Y si, la política de “nada de ropa” fue un poco chocante al principio pero antes de que empecéis a pensar que esto va de mi mujer follándose a mi jefe para conseguirme una promoción… lo siento, no es así.

Reconozco que en ningún momento del fin de semana me sentí en mi elemento. Nunca he estado cómodo desnudo delante de otra gente. Me recuerda ciertos episodios de mi adolescencia que preferiría olvidar. Pero la razón de mi incomodidad iba un poco más allá de intentar esconder un pene del que nunca me he sentido especialmente orgulloso detrás de cualquier cosa que pudiera encontrar: sillas, el sofá, un delantal… También me horrorizaba excitarme de ver a mi mujer Silvia desnuda delante de mi jefe y que mis 12 centímetros fueran objeto de comentarios. Así que intenté huir de situaciones comprometidas, empezando por verla desnudarse delante de todos y que, por algún motivo, que mi jefe le dijera que se dejase las medias puestas, que le quedaban muy bien.

working_679.eng.jpg


En lo que respecta a mi jefe y su mujer… bueno, Alicia es el estereotipo de mujer de ejecutivo con éxito de hoy en día. Tendrá unos 60 y pocos años, pelo largo y negrísimo, cuerpo de hacer fitness y cuidarse mucho, pechos relativamente pequeños y cero pelos allí abajo. Me relajó notar que no me sentía especialmente atraído por ella. Hubiera sido el doble de difícil tener que esconder también mi trempera de mi mujer. Demasiados problemas a la vez.

Mi jefe Roberto, por otro lado, es el paradigma de la autoconfianza. Supongo que esa es la razón de su éxito en los negocios. Se pasea por la oficina sabiendo que es el dueño y por su casa de igual manera. Tiene 65 años (lo sé porque el día de su cumpleaños en la oficina se rumoreaba si se jubilaría pronto), mide casi dos metros, cabello blanco con corte militar, cuello ancho como su cabeza, mandíbula cuadrada y unas manos que hacen empequeñecer las mías con cada apretón. Su secretaria me comentó que le hacen los trajes a medida porque no hay nada en el mercado de su talla. Definitivamente no es un hombre que pase desapercibido pero verle desnudo fue… inesperado. Tiene la constitución de un toro, con músculos que aunque no se marcan como los de un culturista se dejan ver en cada movimiento. Incluso su panza ligeramente abultada parece dura como una roca. Da la sensación que me podría tumbar de una bofetada en cualquier momento.

Pero el detalle más perturbador era su polla. Si yo intentaba esconder mi -ahora ridículo- pene detrás de cualquier cosa él lo mostraba orgulloso. Y puedo llegar a entender el porqué. Era como una morcilla blanca y gorda, sonrojada y descapullada que colgaba entre sus piernas acompañada por un par de testículos del tamaño de pelotas de tenis. Y todo, absolutamente todo, perfectamente rasurado. No estoy diciendo que fuera pelándosela por ahí pero, joder, esa cosa estaba en todas partes.

Se paseaba con su miembro flácido balanceándose a derecha e izquierda y se paraba delante de mi esposa a hablarle de su pasión por el arte mientras esa cosa pulsaba como si tuviera vida propia. Y mientras hablaba su polla empezaba a crecer justo en frente de mi mujer que luchaba por no mirar fijamente ese cañón que la apuntaba directo a la cara y seguir el hilo de la conversación.

En ese momento yo no tenía la impresión de que eso fuera algún tipo de comportamiento impropio por parte de mi jefe. Realmente parecía algo natural y genuinamente suyo. De la misma forma que cuando hablaba conmigo de mi futuro en la compañía se masajeaba las pelotas con su mano derecha. Y si su mano era grande sus testículos aún lo parecían más.

Pero hubo un par de episodios que casi me hacen perder la calma si no hubiera sido por mi mujer. Primero, durante la cena, mi jefe se levantó para servirnos un pavo que tenía una pinta estupenda. “Primero las damas” dijo y empezó por su propia mujer, supongo por ser la de más edad, no lo sé. Mientras le servía ella le miraba y sonreía y de pronto su polla empezó de nuevo a crecer… Era asombroso la velocidad con la que podía bombear sangre a su miembro. Para cuando fue el turno de mi mujer yo no podía creer lo que estaba viendo.

La polla de Roberto ya estaba plenamente erecta. Un jodido palmo de carne que se balanceaba sobre los platos a escasos centímetros de la cara de Silvia. Ella estaba completamente hechizada por la visión, con la boca abierta de asombro. Él se tomó su tiempo para servirle rebanadas de pavo, ciruelas y salsa en su plato mientras esa cosa continuaba pulsando desvergonzada. Cuando acabó de servir mi jefe dió la vuelta a la mesa y ella siguió su miembro con la mirada con los pezones exageradamente erectos y el pecho subiendo y bajando al ritmo de su excitada respiración. De alguna manera me alegré que la polla de mi jefe se alejase de mi mujer sin darme mucha cuenta de que ahora me tocaba a mi.

Así que, dado que yo estaba sentado y que él mide lo que mide, ahí tenía su monstruoso pene a la altura de mi cara. Intenté no mirar mientras también me servía mi porción de pavo y por eso no me fijé que perdía pié ni que para evitar caerse girase la cadera rápidamente. Su polla rebotó en su muslo y barrió el aire hasta chocar con mi mejilla. Sonó como una bofetada que nos dejó a todos en silencio. Al cabo de unos segundos dijo “Lo siento” y las mujeres empezaron a reír. Yo estaba rojo de vergüenza.

Tuve que esforzarme por mantener la calma y no salir corriendo. Notaba algo resbalando por mi cara y me llevé la mano a la mejilla para notar algo líquido y ligeramente pegajoso. Mi mente iba a mil. Con el rabillo del ojo vi que la polla de mi jefe goteaba ostentosamente sobre la mesa sin ningún pudor. Mi mujer cambió de tema pero a mí me llevó unos minutos recuperarme de ese episodio. Use la servilleta para secarme la cara del líquido preseminal de mi jefe e intenté calmarme.

La cena siguió sin ningún nuevo “accidente” humillante. Después tomamos unas copas hasta bien entrada la noche cuando mi mujer dijo que se retiraba a dormir un poco. Todos nos levantamos. Le di un beso de buenas noches a Alicia y apreté la mano de mi jefe intentando mantener las distancias en ambos casos. Pero por supuesto él no es tan mojigato como yo y después de besar a mi mujer la abrazó sin mayor problema.

A pesar de la copiosa comida noté un vacío en el estómago al verlo engullir el cuerpo de mi mujer con ese abrazo de oso. La cabeza de ella quedaba por debajo de su cuello, su vientre aplastando sus pechos y el infatigable miembro erguido prácticamente acababa en su escote. El hombre mantuvo el abrazo, o debería decir “la presa”, por más tiempo del estrictamente necesario mientras le decía que estaba disfrutando del fin de semana con nosotros. Y casi de una cubana me atrevería a decir yo… Mi mujer no pudo sinó devolverle el abrazo y esperar a que la dejara escapar mientras decía que ella también estaba teniendo un agradable fin de semana.

Más tarde, ya en la habitación, exploté. Silvia intentó calmarme mientras me decía que bajara la voz o nos oirían. Lo intenté pero me sentía humillado, avergonzado y sobre todo muy enfadado. Discutimos durante unos minutos y me sorprendió comprobar que ella creía que no había habido malas intenciones en el comportamiento de mi jefe, ni en el pollazo ni en el abrazo/sobada con el que nos habíamos despedido.

Entonces, empezamos a oír ruidos desde la habitación de al lado. Era tan obvio que parecía increíble. El crujido de una cama, los golpes rítmicos contra la pared que separaba nuestras habitaciones… Pronto empezamos a oír a Alicia gimiendo en crescendo en lo que parecía un increíble orgasmo. Pero los ruidos no acabaron. Por momentos pensé que la pared se agrietaba bajo el martilleo constante. Alicia se corrió una segunda vez. Y después una tercera antes de que empezáramos a oír a Roberto gruñir. Realmente parecía un oso. La cadencia subió y Alicia volvió a gemir, aunque debería decir gritar. Y entonces les oímos claramente:
  • Sí!!! Aquí viene!! Voy a descargar todo dentro Silvia!!
  • Oh, sí, Roberto!!! Córrete dentro!! Lléname de esperma!!! No me he sentido tan llena en toda mi puta vida!!! - Respondió Alicia.
  • Te lo mereces puta!! Una mujer como tú merece mucho más de lo que tiene en casa!! Te voy a preñar!!!
Seguido de un interminable orgasmo de ambos que hizo temblar toda la casa…

Los dos nos quedamos en shock. Sin palabras. ¿Habían estado realmente jugando a que mi jefe se follaba a mi mujer en vez de a Alicia? Cuando los sonidos acabaron no nos podíamos mover, cada una a un lado de la cama. Después Silvia se giró aparentando querer dormir un poco. Yo no pude. Era obvio que sabían que nosotros les oiríamos. Era eso lo que mi jefe realmente pensaba de mí: que no me merecía a mi mujer? Me había abofeteado con su polla a propósito? No podía dejar de pensar en ello.

Incluso con los ojos cerrados no podía quitarme su polla de la cabeza. Y entonces, horas más tarde, oí el inconfundible sonido de mi mujer masturbándose, su respiración entrecortada y un orgasmo ahogado en el cojín. ¿También había fantaseado que Roberto la follaba? La llenaba como nunca nadie la había llenado antes? ¿Había fantaseado con notar su corrida en lo más profundo de su ser?
Gracias
 
Antes de nada tengo que decir que para mi era un gran paso adelante en mi carrera ser invitado a pasar el fin de semana en familia en casa de mi jefe. Y si, la política de “nada de ropa” fue un poco chocante al principio pero antes de que empecéis a pensar que esto va de mi mujer follándose a mi jefe para conseguirme una promoción… lo siento, no es así.

Reconozco que en ningún momento del fin de semana me sentí en mi elemento. Nunca he estado cómodo desnudo delante de otra gente. Me recuerda ciertos episodios de mi adolescencia que preferiría olvidar. Pero la razón de mi incomodidad iba un poco más allá de intentar esconder un pene del que nunca me he sentido especialmente orgulloso detrás de cualquier cosa que pudiera encontrar: sillas, el sofá, un delantal… También me horrorizaba excitarme de ver a mi mujer Silvia desnuda delante de mi jefe y que mis 12 centímetros fueran objeto de comentarios. Así que intenté huir de situaciones comprometidas, empezando por verla desnudarse delante de todos y que, por algún motivo, que mi jefe le dijera que se dejase las medias puestas, que le quedaban muy bien.

working_679.eng.jpg


En lo que respecta a mi jefe y su mujer… bueno, Alicia es el estereotipo de mujer de ejecutivo con éxito de hoy en día. Tendrá unos 60 y pocos años, pelo largo y negrísimo, cuerpo de hacer fitness y cuidarse mucho, pechos relativamente pequeños y cero pelos allí abajo. Me relajó notar que no me sentía especialmente atraído por ella. Hubiera sido el doble de difícil tener que esconder también mi trempera de mi mujer. Demasiados problemas a la vez.

Mi jefe Roberto, por otro lado, es el paradigma de la autoconfianza. Supongo que esa es la razón de su éxito en los negocios. Se pasea por la oficina sabiendo que es el dueño y por su casa de igual manera. Tiene 65 años (lo sé porque el día de su cumpleaños en la oficina se rumoreaba si se jubilaría pronto), mide casi dos metros, cabello blanco con corte militar, cuello ancho como su cabeza, mandíbula cuadrada y unas manos que hacen empequeñecer las mías con cada apretón. Su secretaria me comentó que le hacen los trajes a medida porque no hay nada en el mercado de su talla. Definitivamente no es un hombre que pase desapercibido pero verle desnudo fue… inesperado. Tiene la constitución de un toro, con músculos que aunque no se marcan como los de un culturista se dejan ver en cada movimiento. Incluso su panza ligeramente abultada parece dura como una roca. Da la sensación que me podría tumbar de una bofetada en cualquier momento.

Pero el detalle más perturbador era su polla. Si yo intentaba esconder mi -ahora ridículo- pene detrás de cualquier cosa él lo mostraba orgulloso. Y puedo llegar a entender el porqué. Era como una morcilla blanca y gorda, sonrojada y descapullada que colgaba entre sus piernas acompañada por un par de testículos del tamaño de pelotas de tenis. Y todo, absolutamente todo, perfectamente rasurado. No estoy diciendo que fuera pelándosela por ahí pero, joder, esa cosa estaba en todas partes.

Se paseaba con su miembro flácido balanceándose a derecha e izquierda y se paraba delante de mi esposa a hablarle de su pasión por el arte mientras esa cosa pulsaba como si tuviera vida propia. Y mientras hablaba su polla empezaba a crecer justo en frente de mi mujer que luchaba por no mirar fijamente ese cañón que la apuntaba directo a la cara y seguir el hilo de la conversación.

En ese momento yo no tenía la impresión de que eso fuera algún tipo de comportamiento impropio por parte de mi jefe. Realmente parecía algo natural y genuinamente suyo. De la misma forma que cuando hablaba conmigo de mi futuro en la compañía se masajeaba las pelotas con su mano derecha. Y si su mano era grande sus testículos aún lo parecían más.

Pero hubo un par de episodios que casi me hacen perder la calma si no hubiera sido por mi mujer. Primero, durante la cena, mi jefe se levantó para servirnos un pavo que tenía una pinta estupenda. “Primero las damas” dijo y empezó por su propia mujer, supongo por ser la de más edad, no lo sé. Mientras le servía ella le miraba y sonreía y de pronto su polla empezó de nuevo a crecer… Era asombroso la velocidad con la que podía bombear sangre a su miembro. Para cuando fue el turno de mi mujer yo no podía creer lo que estaba viendo.

La polla de Roberto ya estaba plenamente erecta. Un jodido palmo de carne que se balanceaba sobre los platos a escasos centímetros de la cara de Silvia. Ella estaba completamente hechizada por la visión, con la boca abierta de asombro. Él se tomó su tiempo para servirle rebanadas de pavo, ciruelas y salsa en su plato mientras esa cosa continuaba pulsando desvergonzada. Cuando acabó de servir mi jefe dió la vuelta a la mesa y ella siguió su miembro con la mirada con los pezones exageradamente erectos y el pecho subiendo y bajando al ritmo de su excitada respiración. De alguna manera me alegré que la polla de mi jefe se alejase de mi mujer sin darme mucha cuenta de que ahora me tocaba a mi.

Así que, dado que yo estaba sentado y que él mide lo que mide, ahí tenía su monstruoso pene a la altura de mi cara. Intenté no mirar mientras también me servía mi porción de pavo y por eso no me fijé que perdía pié ni que para evitar caerse girase la cadera rápidamente. Su polla rebotó en su muslo y barrió el aire hasta chocar con mi mejilla. Sonó como una bofetada que nos dejó a todos en silencio. Al cabo de unos segundos dijo “Lo siento” y las mujeres empezaron a reír. Yo estaba rojo de vergüenza.

Tuve que esforzarme por mantener la calma y no salir corriendo. Notaba algo resbalando por mi cara y me llevé la mano a la mejilla para notar algo líquido y ligeramente pegajoso. Mi mente iba a mil. Con el rabillo del ojo vi que la polla de mi jefe goteaba ostentosamente sobre la mesa sin ningún pudor. Mi mujer cambió de tema pero a mí me llevó unos minutos recuperarme de ese episodio. Use la servilleta para secarme la cara del líquido preseminal de mi jefe e intenté calmarme.

La cena siguió sin ningún nuevo “accidente” humillante. Después tomamos unas copas hasta bien entrada la noche cuando mi mujer dijo que se retiraba a dormir un poco. Todos nos levantamos. Le di un beso de buenas noches a Alicia y apreté la mano de mi jefe intentando mantener las distancias en ambos casos. Pero por supuesto él no es tan mojigato como yo y después de besar a mi mujer la abrazó sin mayor problema.

A pesar de la copiosa comida noté un vacío en el estómago al verlo engullir el cuerpo de mi mujer con ese abrazo de oso. La cabeza de ella quedaba por debajo de su cuello, su vientre aplastando sus pechos y el infatigable miembro erguido prácticamente acababa en su escote. El hombre mantuvo el abrazo, o debería decir “la presa”, por más tiempo del estrictamente necesario mientras le decía que estaba disfrutando del fin de semana con nosotros. Y casi de una cubana me atrevería a decir yo… Mi mujer no pudo sinó devolverle el abrazo y esperar a que la dejara escapar mientras decía que ella también estaba teniendo un agradable fin de semana.

Más tarde, ya en la habitación, exploté. Silvia intentó calmarme mientras me decía que bajara la voz o nos oirían. Lo intenté pero me sentía humillado, avergonzado y sobre todo muy enfadado. Discutimos durante unos minutos y me sorprendió comprobar que ella creía que no había habido malas intenciones en el comportamiento de mi jefe, ni en el pollazo ni en el abrazo/sobada con el que nos habíamos despedido.

Entonces, empezamos a oír ruidos desde la habitación de al lado. Era tan obvio que parecía increíble. El crujido de una cama, los golpes rítmicos contra la pared que separaba nuestras habitaciones… Pronto empezamos a oír a Alicia gimiendo en crescendo en lo que parecía un increíble orgasmo. Pero los ruidos no acabaron. Por momentos pensé que la pared se agrietaba bajo el martilleo constante. Alicia se corrió una segunda vez. Y después una tercera antes de que empezáramos a oír a Roberto gruñir. Realmente parecía un oso. La cadencia subió y Alicia volvió a gemir, aunque debería decir gritar. Y entonces les oímos claramente:
  • Sí!!! Aquí viene!! Voy a descargar todo dentro Silvia!!
  • Oh, sí, Roberto!!! Córrete dentro!! Lléname de esperma!!! No me he sentido tan llena en toda mi puta vida!!! - Respondió Alicia.
  • Te lo mereces puta!! Una mujer como tú merece mucho más de lo que tiene en casa!! Te voy a preñar!!!
Seguido de un interminable orgasmo de ambos que hizo temblar toda la casa…

Los dos nos quedamos en shock. Sin palabras. ¿Habían estado realmente jugando a que mi jefe se follaba a mi mujer en vez de a Alicia? Cuando los sonidos acabaron no nos podíamos mover, cada una a un lado de la cama. Después Silvia se giró aparentando querer dormir un poco. Yo no pude. Era obvio que sabían que nosotros les oiríamos. Era eso lo que mi jefe realmente pensaba de mí: que no me merecía a mi mujer? Me había abofeteado con su polla a propósito? No podía dejar de pensar en ello.

Incluso con los ojos cerrados no podía quitarme su polla de la cabeza. Y entonces, horas más tarde, oí el inconfundible sonido de mi mujer masturbándose, su respiración entrecortada y un orgasmo ahogado en el cojín. ¿También había fantaseado que Roberto la follaba? La llenaba como nunca nadie la había llenado antes? ¿Había fantaseado con notar su corrida en lo más profundo de su ser?
Una buena historia, bien contada y mejor ilustrada por tu estupenda mujercita.
Deseando que sigas 😉
 
Antes de nada tengo que decir que para mi era un gran paso adelante en mi carrera ser invitado a pasar el fin de semana en familia en casa de mi jefe. Y si, la política de “nada de ropa” fue un poco chocante al principio pero antes de que empecéis a pensar que esto va de mi mujer follándose a mi jefe para conseguirme una promoción… lo siento, no es así.

Reconozco que en ningún momento del fin de semana me sentí en mi elemento. Nunca he estado cómodo desnudo delante de otra gente. Me recuerda ciertos episodios de mi adolescencia que preferiría olvidar. Pero la razón de mi incomodidad iba un poco más allá de intentar esconder un pene del que nunca me he sentido especialmente orgulloso detrás de cualquier cosa que pudiera encontrar: sillas, el sofá, un delantal… También me horrorizaba excitarme de ver a mi mujer Silvia desnuda delante de mi jefe y que mis 12 centímetros fueran objeto de comentarios. Así que intenté huir de situaciones comprometidas, empezando por verla desnudarse delante de todos y que, por algún motivo, que mi jefe le dijera que se dejase las medias puestas, que le quedaban muy bien.

working_679.eng.jpg


En lo que respecta a mi jefe y su mujer… bueno, Alicia es el estereotipo de mujer de ejecutivo con éxito de hoy en día. Tendrá unos 60 y pocos años, pelo largo y negrísimo, cuerpo de hacer fitness y cuidarse mucho, pechos relativamente pequeños y cero pelos allí abajo. Me relajó notar que no me sentía especialmente atraído por ella. Hubiera sido el doble de difícil tener que esconder también mi trempera de mi mujer. Demasiados problemas a la vez.

Mi jefe Roberto, por otro lado, es el paradigma de la autoconfianza. Supongo que esa es la razón de su éxito en los negocios. Se pasea por la oficina sabiendo que es el dueño y por su casa de igual manera. Tiene 65 años (lo sé porque el día de su cumpleaños en la oficina se rumoreaba si se jubilaría pronto), mide casi dos metros, cabello blanco con corte militar, cuello ancho como su cabeza, mandíbula cuadrada y unas manos que hacen empequeñecer las mías con cada apretón. Su secretaria me comentó que le hacen los trajes a medida porque no hay nada en el mercado de su talla. Definitivamente no es un hombre que pase desapercibido pero verle desnudo fue… inesperado. Tiene la constitución de un toro, con músculos que aunque no se marcan como los de un culturista se dejan ver en cada movimiento. Incluso su panza ligeramente abultada parece dura como una roca. Da la sensación que me podría tumbar de una bofetada en cualquier momento.

Pero el detalle más perturbador era su polla. Si yo intentaba esconder mi -ahora ridículo- pene detrás de cualquier cosa él lo mostraba orgulloso. Y puedo llegar a entender el porqué. Era como una morcilla blanca y gorda, sonrojada y descapullada que colgaba entre sus piernas acompañada por un par de testículos del tamaño de pelotas de tenis. Y todo, absolutamente todo, perfectamente rasurado. No estoy diciendo que fuera pelándosela por ahí pero, joder, esa cosa estaba en todas partes.

Se paseaba con su miembro flácido balanceándose a derecha e izquierda y se paraba delante de mi esposa a hablarle de su pasión por el arte mientras esa cosa pulsaba como si tuviera vida propia. Y mientras hablaba su polla empezaba a crecer justo en frente de mi mujer que luchaba por no mirar fijamente ese cañón que la apuntaba directo a la cara y seguir el hilo de la conversación.

En ese momento yo no tenía la impresión de que eso fuera algún tipo de comportamiento impropio por parte de mi jefe. Realmente parecía algo natural y genuinamente suyo. De la misma forma que cuando hablaba conmigo de mi futuro en la compañía se masajeaba las pelotas con su mano derecha. Y si su mano era grande sus testículos aún lo parecían más.

Pero hubo un par de episodios que casi me hacen perder la calma si no hubiera sido por mi mujer. Primero, durante la cena, mi jefe se levantó para servirnos un pavo que tenía una pinta estupenda. “Primero las damas” dijo y empezó por su propia mujer, supongo por ser la de más edad, no lo sé. Mientras le servía ella le miraba y sonreía y de pronto su polla empezó de nuevo a crecer… Era asombroso la velocidad con la que podía bombear sangre a su miembro. Para cuando fue el turno de mi mujer yo no podía creer lo que estaba viendo.

La polla de Roberto ya estaba plenamente erecta. Un jodido palmo de carne que se balanceaba sobre los platos a escasos centímetros de la cara de Silvia. Ella estaba completamente hechizada por la visión, con la boca abierta de asombro. Él se tomó su tiempo para servirle rebanadas de pavo, ciruelas y salsa en su plato mientras esa cosa continuaba pulsando desvergonzada. Cuando acabó de servir mi jefe dió la vuelta a la mesa y ella siguió su miembro con la mirada con los pezones exageradamente erectos y el pecho subiendo y bajando al ritmo de su excitada respiración. De alguna manera me alegré que la polla de mi jefe se alejase de mi mujer sin darme mucha cuenta de que ahora me tocaba a mi.

Así que, dado que yo estaba sentado y que él mide lo que mide, ahí tenía su monstruoso pene a la altura de mi cara. Intenté no mirar mientras también me servía mi porción de pavo y por eso no me fijé que perdía pié ni que para evitar caerse girase la cadera rápidamente. Su polla rebotó en su muslo y barrió el aire hasta chocar con mi mejilla. Sonó como una bofetada que nos dejó a todos en silencio. Al cabo de unos segundos dijo “Lo siento” y las mujeres empezaron a reír. Yo estaba rojo de vergüenza.

Tuve que esforzarme por mantener la calma y no salir corriendo. Notaba algo resbalando por mi cara y me llevé la mano a la mejilla para notar algo líquido y ligeramente pegajoso. Mi mente iba a mil. Con el rabillo del ojo vi que la polla de mi jefe goteaba ostentosamente sobre la mesa sin ningún pudor. Mi mujer cambió de tema pero a mí me llevó unos minutos recuperarme de ese episodio. Use la servilleta para secarme la cara del líquido preseminal de mi jefe e intenté calmarme.

La cena siguió sin ningún nuevo “accidente” humillante. Después tomamos unas copas hasta bien entrada la noche cuando mi mujer dijo que se retiraba a dormir un poco. Todos nos levantamos. Le di un beso de buenas noches a Alicia y apreté la mano de mi jefe intentando mantener las distancias en ambos casos. Pero por supuesto él no es tan mojigato como yo y después de besar a mi mujer la abrazó sin mayor problema.

A pesar de la copiosa comida noté un vacío en el estómago al verlo engullir el cuerpo de mi mujer con ese abrazo de oso. La cabeza de ella quedaba por debajo de su cuello, su vientre aplastando sus pechos y el infatigable miembro erguido prácticamente acababa en su escote. El hombre mantuvo el abrazo, o debería decir “la presa”, por más tiempo del estrictamente necesario mientras le decía que estaba disfrutando del fin de semana con nosotros. Y casi de una cubana me atrevería a decir yo… Mi mujer no pudo sinó devolverle el abrazo y esperar a que la dejara escapar mientras decía que ella también estaba teniendo un agradable fin de semana.

Más tarde, ya en la habitación, exploté. Silvia intentó calmarme mientras me decía que bajara la voz o nos oirían. Lo intenté pero me sentía humillado, avergonzado y sobre todo muy enfadado. Discutimos durante unos minutos y me sorprendió comprobar que ella creía que no había habido malas intenciones en el comportamiento de mi jefe, ni en el pollazo ni en el abrazo/sobada con el que nos habíamos despedido.

Entonces, empezamos a oír ruidos desde la habitación de al lado. Era tan obvio que parecía increíble. El crujido de una cama, los golpes rítmicos contra la pared que separaba nuestras habitaciones… Pronto empezamos a oír a Alicia gimiendo en crescendo en lo que parecía un increíble orgasmo. Pero los ruidos no acabaron. Por momentos pensé que la pared se agrietaba bajo el martilleo constante. Alicia se corrió una segunda vez. Y después una tercera antes de que empezáramos a oír a Roberto gruñir. Realmente parecía un oso. La cadencia subió y Alicia volvió a gemir, aunque debería decir gritar. Y entonces les oímos claramente:
  • Sí!!! Aquí viene!! Voy a descargar todo dentro Silvia!!
  • Oh, sí, Roberto!!! Córrete dentro!! Lléname de esperma!!! No me he sentido tan llena en toda mi puta vida!!! - Respondió Alicia.
  • Te lo mereces puta!! Una mujer como tú merece mucho más de lo que tiene en casa!! Te voy a preñar!!!
Seguido de un interminable orgasmo de ambos que hizo temblar toda la casa…

Los dos nos quedamos en shock. Sin palabras. ¿Habían estado realmente jugando a que mi jefe se follaba a mi mujer en vez de a Alicia? Cuando los sonidos acabaron no nos podíamos mover, cada una a un lado de la cama. Después Silvia se giró aparentando querer dormir un poco. Yo no pude. Era obvio que sabían que nosotros les oiríamos. Era eso lo que mi jefe realmente pensaba de mí: que no me merecía a mi mujer? Me había abofeteado con su polla a propósito? No podía dejar de pensar en ello.

Incluso con los ojos cerrados no podía quitarme su polla de la cabeza. Y entonces, horas más tarde, oí el inconfundible sonido de mi mujer masturbándose, su respiración entrecortada y un orgasmo ahogado en el cojín. ¿También había fantaseado que Roberto la follaba? La llenaba como nunca nadie la había llenado antes? ¿Había fantaseado con notar su corrida en lo más profundo de su ser?
Encantadisimo de ser tu jefe y poder cerrar el relato como se debe con tu mujer... incluso con la mia a la vez
 
Segunda parte de la historia.

AVISO A NAVEGANTES: en esta parte de la historia no hay personajes femeninos implicados directamente en la trama.

La invitación de mi jefe II

En el anterior capítulo expliqué el chocante fin de semana que pasamos mi mujer y yo invitados por mi jefe en su casa de campo. Inicialmente parecía una gran oportunidad profesional para ascender en la firma pero reconozco que después de ese fin de semana yo ya no las tenía todas. De todas formas, vuelvo a avisar al lector despistado que ésto no va de que mi mujer se acueste con mi jefe para conseguir un ascenso. Eso sería poco menos que vergonzoso. Vaya por delante.

Pues como decía, la semana después del bochornoso fin de semana con mi jefe yo no sabía donde meterme en la oficina. Es cierto que yo no tenía porqué esconderme, al menos desde mi punto de vista - no compartido con Silvia - era mi jefe el que había tenido un comportamiento fuera de lugar. Aún así me pasé toda la semana evitándole.

Hasta que…
  • ¡Hombre, José! ¡Pensaba que te habías tomado la semana de vacaciones!
  • ¡Señor Roberto! No, no, en absoluto, he estado muy ocupado con la cuenta Barceló… es una gran oportunidad…
  • Ya lo creo que lo es! Así que mejor no la cagues - y me guiñó un ojo intentando hacer pasar su amenaza por una broma sin acabar de conseguirlo y enseguida soltó una carcajada… - Escucha, pásate por mi oficina a última hora, que tenemos un tema a tratar…
Y claro, me pasé el resto del día preocupado por saber lo que me querría decir… Más trabajo que no podría asumir. O quizá no le gustaba cómo lo estaba haciendo y era un aviso… o peor aún, un “lo siento pero debemos prescindir de ti”... ¡Dios mío! ¿Y si quería hablar del fin de semana? No sabría dónde meterme. Fuera lo que fuera no sería nada bueno… seguro.

“A última hora” es un concepto difícil en mi trabajo. A menudo toca quedarse haciendo extras para cumplir con las entregas. Así que eran las 7 y media cuando la oficina por fin se vació. Yo aún aproveché para enviar unos correos, recogí mis cosas y me dirigí a la oficina de Roberto no sin un cierto mal de cuerpo.
  • José! Hombre, pasa, pasa, siéntate.
Pero en un primer momento no puede pasar de la puerta. El despacho era igual de lujoso aunque más moderno que la casa de campo en la que habíamos pasado el fin de semana. Una mesa de madera oscura, sofá y un par de butacas a juego de color gris claro con marcos también en madera y un pequeño mueble bajo donde sabía que escodía los licores para las visitas especiales. La pared del fondo era un enorme ventanal con vistas sobre la ciudad que quedaba allí abajo. Mi jefe estaba sentado tras el escritorio repasando un documento y tomando notas en los márgenes, con un cuadro pseudo-modernista en la pared detrás suyo. Sobre el escritorio, a un lado tenía el portátil cerrado con otra pila de documentos encima y al otro una foto de su esposa y una taza que aún humeaba. Pero lo que me había dejado de piedra es que Roberto parecía estar desnudo tras la mesa. Aunque desde la puerta solo veía su corpulento torso, los pantalones que colgaban del perchero en la esquina indicaban que no solo se había deshecho de la camisa.
  • ¡Pero hombre! ¿Qué haces en la puerta? ¡Pasa! - e inmediatamente, imaginando el motivo de mi estupor - No te preocupes. A estas horas acostumbro a ponerme cómodo para trabajar un par de horas más antes de irme a casa. No es algo que haga cuando hay más gente en la oficina, por supuesto, pero entre nosotros ya hay confianza, ¿no? Ponte cómodo y dame 5 minutos.
Avancé poco a poco hasta sentarme en la mesa en frente de su escritorio. Era una situación bastante bizarra estar frente a mi jefe en pelotas en la oficina pero desde la silla no podía ver más que su pecho y los brazos que dejaban ver unos bíceps importantes. Al cabo de un rato pareció darse por satisfecho con las notas del documento y lo añadió a la pila que había sobre el portátil.
  • ¡Listo! - Me miró - Pero hombre José, ¡que hay confianza!
Le miré con estupor pero su expresión era tan determinada que no pude encontrar escapatoria.
  • Por supuesto, señor Roberto…
Y me puse en pié para quitarme la camisa… los pantalones… Era cierto que ya habíamos estado desnudos uno frente al otro pero creo que en mi vida me he sentido tan extraño como esa tarde desnudándome en frente de mi jefe. Pensé en dejarme los calzoncillos pero Roberto esperó pacientemente sin decir una palabra así que no tuve más remedio que quitármelos rápido y lanzarlos sobre el sofá antes de sentarme de nuevo cruzando las piernas en una pose que quedaba ciertamente poco masculina.
  • ¡Bien! - Continuó Roberto - A lo que iba. Quiero que sepas que llevo tiempo fijándome en tu trabajo y que estoy muy satisfecho.
  • Muchas gracias señor.
  • Gracias a ti! Sabes que tenemos por delante un reto importante para la historia de la firma. La fusión con Futures nos llevará a ser una de las principales empresas del sector y necesitamos gente que pueda pilotar esta etapa. Creo que tu puedes ser esa persona.
¡Dios mío! Por un momento noté como se me erizaba el vello desde los testículos hasta la nuca.
  • Me halaga señor Roberto.
  • Bueno. Quiero que sepas que he propuesto tu nombre a la comisión para VP para el merge. Aún no está aprobado pero dudo que propongan a alguien alternativo. Mientras tanto…
Y se paró a abrir uno de los cajones de la mesa y sacó un documento que puso sobre la mesa frente a mi.
  • Mientras tanto quiero que aceptes una mejora en tu contrato.
Le miré sorprendido por la velocidad a la que estaban pasando las cosas. He de decir que la sorpresa y la excitación por las notícias había hecho que olvidase toda la vergüenza previa y me lancé sobre el documento a leerlo ávidamente (deformación profesional).
  • Léelo, por supuesto. Verás que supone una importante mejora en tu sueldo, participaciones, coche de empresa… por supuesto también implica tomar la responsabilidad de la fusión como tu prioridad número uno.
Hizo una pausa mientras yo leía el documento.
  • Quiero que sepas que no he tomado esta decisión únicamente por tu rendimiento profesional. El fin de semana tuve la oportunidad de conocerte más como persona, fuera de la oficina. Y de conocer a tu esposa y comprender en qué términos se mueve vuestra relación. Me fío mucho de mis instintos y creo que nos entenderemos. Sin tonterías. Sin secretos. Sin tabúes. Con un objetivo claro. ¿Estás de acuerdo?
Había seguido a medias la diatriba de mi jefe pero por su tono de voz entendí que esa era una pregunta clave.
  • Por supuesto señor Roberto. Me tiene a su absoluta disposición. No le defraudaré.
No sé como puedo llegar a ser tan pomposo y rimbombante, pero en ese momento solo pensaba en la palabra “éxito”. Tenía delante mío algo en lo que llevaba soñando años. Estaba a una firma de distancia y nadie me lo podría arrebatar. Si pensarlo me pellizqué un testículo solo para saber si estaba soñando o no…
  • ¡Celebrémoslo entonces!
Y se levantó para dirigirse al mueble bar al fondo del despacho. Nuevamente, como durante todo el fin de semana, pude ver el cimbreo de su miembro mientras rodeaba la mesa y pasaba a mi lado. Pensé que cómo era posible que siempre estuviera “contento”... Sin querer le seguí con la mirada hasta que se inclinó para coger la botella de whisky mostrando dos pelotas imponentes y el agujero del culo. Me giré inmediatamente ruborizado por haber visto más de lo necesario.

Oí cómo servía dos copas y añadía unos cubitos de hielo antes de volver hacia mi y plantarme un pesado vaso de whisky ante la cara. Me volví para agradecer el detalle solo para encontrarme de nuevo con su polla a pocos centímetros de la cara, cosa que me hizo levantarme con premura.
  • Brindemos. ¡Por todo lo que tendremos en común a partir de ahora!
  • ¡Salud!
  • ¡Salud!
Roberto vació el vaso de un trago ante mi mirada y yo no pude sino intentar lo mismo. El licor tenía un sabor agradable pero me quemó el esófago y tosí instintivamente. Roberto me palmeó el hombro riendo mientras yo intentaba mantener el licor en mi estómago. En ese momento tuve una visión difícil de olvidar. Uno frente al otro, a pesar de la brillante oportunidad que se me ofrecía, era más que evidente que no éramos iguales. Desde la auto confianza que desprendía su voz, la sensación inequívoca que sabía lo que quería, lo imponente de su estatura y musculatura y, por supuesto, ese omnipresente miembro que, mientras intentaba no vomitar el whisky, veía en primer plano en un desigual cara a cara con mi pene.

Lo primero que me sorprendió fue mi propia trempera, producto quizá de la excitación por la promoción, pienso. Lo segundo, lo insignificante que parecía junto a la descomunal polla de Roberto. He de decir que la perspectiva no ayudaba ya que el miembro de mi jefe se balanceaba un palmo por encima del mío y lo hacía parecer mucho más grande. Pero de cualquier forma me sentí pequeño. Pequeñísimo.
1762942346819.jpeg

  • Veo que no eres mucho de beber. No pasa nada. No todos somos iguales, ¿verdad? - y volvió a reír no sé sí por lo obvio que era el comentario en vista del encuentro que se daba a media altura. - Ven, hablemos un rato. - Y se dirigió a una de las butacas mientras me indicaba el sofá.
Me senté en el sofá apoyando el vaso sobre mi miembro para esconderlo de la mirada de Roberto. No se si me daba más vergüenza mi erección o lo ridícula que parecía. De todas formas el contacto con el vaso helado no ayudó a bajar mi erección, más bien al contrario.
  • ¿Estás satisfecho con la propuesta? Me ha parecido que sería un buen aliciente… para tu familia. Al fin y al cabo el rol del hombre es proveer y Silvia estará muy contenta sabiendo que se ha casado bien. Con un hombre que lleva dinero a casa. ¿No? - mi jefe se había apoltronado en la butaca con las caderas hacia delante y los brazos en los apoyabrazos. Su pene descansaba sobre su estómago como un obsceno tótem.
  • Sí, señor Roberto. La propuesta es muy satisfactoria y estoy seguro que Silvia también estará contenta.
  • Me alegro, me alegro. Esa mujer se lo merece… mmmm - dijo mientras parecía recordar algo. - ¿Te puedo hacer una pregunta?
  • Sí… claro.. Por supuesto - dije, aunque en realidad quería responder que no, por favor, nada de preguntas comprometidas.
  • ¿Crees que una mujer como Silvia se podría sentir atraída por un hombre como yo?
La pregunta me pilló completamente en fuera de juego. ¿Cómo me podía hacer una pregunta así? Roberto era un hombre de éxito, rico, alto, fuerte, seguramente guapo y excepcionalmente dotado. No parecía una mala persona aunque estoy seguro que no era un santo. Nadie llega tan arriba sin haber pisado cabezas por el camino. ¿Qué se suponía que debía contestar a esa pregunta?
  • Eh… estoy seguro que sí, señor. Es usted un hombre de éxito y con un buen… físico. No dudo que cualquier mujer se pudiera sentir atraída.
  • Ya… pero quizá no me he explicado bien. Más bien quería decir si crees que TU mujer se podría sentir atraída por mí.
Tragué saliva. Tampoco sabía cómo contestar ahora.
  • Eh… no sé.
  • ¡Te lo digo porque está muy buena! Uff.. - dijo con la vista fija en algún recuerdo mientras ponía la mano sobre su miembro - No me importaría tener algo con ella. ¿Sabes? - Y volvió la vista hacia mi - Eso siempre que a ti no te importe, claro.
  • Eh… - ¿Pero qué me estaba preguntando ese hombre? Tragué saliva. - … ¿no?
  • ¡Bien! ¡Me alegro! Jamás haría nada sin tu consentimiento, por supuesto. Pero siendo que no te importa… ¡genial! La próxima vez que nos veamos le tiraré la caña. Ufff… ¡solo de pensarlo me estoy poniendo cachondo!
Ya lo creo. Mientras hablaba había empezado a masturbarse sin pudor frente a mi desplazando su mano por la punta de su miembro estimulando el glande.
  • En serio, es que Silvia tiene un polvo de muerte. Estoy seguro que te lo pasas de muerte con ella, ¿verdad?
  • Sí… claro - dije en voz pequeña, tan pequeña como yo en ese momento…
  • Estoy seguro. - continuó ya pelándosela con ganas - Dime, ¿cómo le gusta que la folles?
  • ¿Perdone?
  • ¿Cuál es su postura favorita? ¿Cómo le gusta más que te la folles?
  • Eh… no sé… supongo que encima…
  • ¡Lo sabía! ¡Joder! Le gusta cabalgar a la zorra. Debe ser la ostia ver esas ubres botar mientras te monta, ¿no? Eso tengo que probarlo. Ya lo creo. La voy a empalar y me va a cabalgar como una loca, ya lo verás…
  • Perdone… no sé si debería…
  • ¡No sufras, José! Que ahora firmamos. Solo estamos hablando como amigos un rato…
  • Sí.. claro.
  • Pero sobretodo tengo ganas de ponerla a 4, ¿sabes? Debe ser todo un espectáculo. Tiene un culo espectacular. ¿Le gusta por detrás?
  • Pues la verdad es que no lo sé….
  • ¡No me jodas José! ¿Que nunca le has dado por culo a tu mujer? Ostia tío. Eso es imperdonable. Yo pensaba que con la polla que gastas seguro que se la metías por el culo regularmente. Pues me sabe mal pero ya te digo que yo se lo voy a romper a la primera de cambio. Va a gritar como una cerda. Ya te digo. Ya verás como la puta de tu mujer se corre como nunca con un palmo de carne por el recto.
  • Señor Roberto…
  • ¡Ah, ostia! Antes de que se me olvide. Que vaya tomando la píldora si es que no lo hace ya. No hacen condones de mi tamaño y no queremos tener un accidente, ¿verdad que no?
  • No… claro….
  • Lo dejo en tus manos. ¡Acuerdate! Porque te aseguro que si no la probabilidad de que toque bombo es del 100%.
  • La píldora… sí…
  • Uff, tío. Necesito descargar. No tendrás aquí alguna foto de Silvia, ¿no?
  • ¿Cómo?
  • Pásame el móvil, seguro que tienes fotos de la puta de tu mujer.
Le tendría que haber dicho que no. Que no le iba a enseñar ninguna foto de mi mujer. Que Silvia no es una puta y que basta ya del tema de follarse a mi mujer pero… desbloqueé mi móvil y se lo pasé.
  • A ver… galería… muy bien… ésta no está mal… te tengo que enseñar a hacer fotos tío, la mitad están movidas. La pu… ¡vaya pedazo de escote!
Me enseñó por un momento la pantalla del terminal y reconocí la foto que le había hecho hace un par de semanas en casa antes de salir a tomar algo. Ese día se había puesto el vestido negro que dejaba bien poco a la imaginación.
1762942346827.jpeg

  • Joder como está Silvia. - Y reemprendió la paja con mayor brío y una abundante secreción lubricando el recorrido. - ¿Cuándo fue esto?
  • Eh… hace un par de semanas señor… salimos a tomar unas copas…
  • ¡La puta! ¿Sale así de copas? ¡Le gusta mostrarse! Joder como me pone. Mmmm… te la follarías esa noche, ¿no?
  • Pues no recuerdo…
  • Yo la hubiera empotrado en el lavabo entre martini y martini. Le hubiera llenado el coño de lefa y que fuera chorreando patas abajo el resto de la noche. Y después en casa le hubiera dado duro por todos los agujeros hasta reventarla. Por puta.
  • Señor, creo que…
  • No me olvido, José, ¡coño! Ahora firmamos, pero es que tengo las pelotas a punto de explotar, ¡joder!
Y se levantó salpicando de líquido seminal por todas partes. Se paró delante de mí y tuve un primer plano no deseado de su miembro aumentado, pulsante y brillante apuntando directamente a mi cara. Di un salto para ponerme en pié y mi jefe me puso una mano pringosa sobre los hombros acompañándome hacia la mesa mientras con la otra aún sostenía mi móvil con el escote de Silvia en primer plano.
  • Vamos, siéntate y firma, que veo que lo estás deseando…. - Y prácticamente me empujó en la silla frente al documento mientras él rodeaba el escritorio para plantarse en frente de mí, pero sin sentarse en su silla. - Estaba pensando que el próximo fin de semana podríamos volver a quedar en nuestra casa de campo… para celebrarlo. ¿No te parece?
  • Eh… por supuesto señor Roberto - Tragué saliva dándome cuenta que los planes de mi jefe iban más allá de celebrar mi ascenso.
  • Perfecto… mmmm… - seguía pasando fotos en el móvil y masturbándose mientras yo intentaba concentrarme para firmar el documento - me encanta ver como enseña escote Silvia aunque en estas fotos está muy vestida. El fin de semana le sacaré alguna con mucha menos ropa. ¡¡¡Jajaja!!! Ya te las pasaré, no sufras. Estoy seguro que descubriremos una faceta de tu mujercita que desconoces. Jajaja..
  • Señor Roberto, yo…
  • ¿Ya has firmado? Perfecto… dame un segundo que estoy a punto… me estoy imaginando esa boquita alrededor de mi polla… ufff.. Esto va a ser la ostia… - seguía diciendo sin dejar de masturbarse ahora ya de forma frenética mientras su polla dejaba ir un reguero constante de líquido seminal que ya formaba un charco sobre su escritorio.
Yo estaba embobado con el espectáculo, en shock. Y poco consciente de lo que estaba a punto de suceder. De pronto su mano se paró apretando la base de su polla, ésta dió un par de espasmos, Roberto lanzó un gruñido y de la punta del glande surgió un chorro de esperma que cruzó la mesa cayendo sobre el documento e incluso salpicándome las piernas. Se hizo un silencio espeso como el semen que cubría la mesa. Uno, dos, tres, cuatro segundos y un nuevo gruñido acompañó una segunda salva igual de potente que la anterior que noté como impactaba en mi barriga. Después una tercera, una cuarta, una quinta,... Después de 30 segundos de corrida Roberto se dejó caer en su silla. La mesa era un espectáculo, regueros de semen la cruzaban en diferentes direcciones, el documento estaba manchado por múltiples gotarrones y mi firma al pié empezaba a correrse en un borrón de tinta y semen.
  • Ufff.. que bueno… - dijo lanzando mi móvil sobre la mesa sin preocuparse por que cayera sobre una piscina de semen. - Y solo ha sido una paja… tu mujer me va a dejar seco…
Yo miraba anonadado la mesa, el documento y el semen que caía por mi barriga y ya cubría mi pene flácido y acojonado. Roberto se incorporó de buen humor.
  • Jajaja… bueno, nadie podrá negar que yo no he firmado el documento también, ¿no? Jajaja…
Cogió los papeles totalmente empapados y los guardó de nuevo en el cajón de su escritorio. Yo tenía serias dudas de que el documento tuviera validez legal. Me imaginé por un momento justificando la peculiar forma de firmar de mi jefe delante de un jurado.
  • Bueno… será mejor que lo dejemos por hoy, ¿no? Comentale a tu mujer lo del fin de semana, ¿de acuerdo?
Y se quedó esperando que yo me marchara… Así, sin más. Busqué sobre la mesa unos kleenex o algo similar para limpiarme pero al parecer mi jefe no gasta de eso. Pensé en limpiarme con la mano pero finalmente decidí pasar y me vestí notando la tirantez del semen secándose en mi barriga. Mientras yo me vestía Roberto había cogido otro documento de la pila y estaba leyéndolo con aparente concentración cómodamente en su silla, con su polla flácida pero aún monstruosa descansando sobre su muslo.

Ya vestido no supe qué más decir.. Me dirigí hacia la puerta y desde el marco de la misma me despedí.
  • Buenas noches, señor Roberto
  • Buenas noches, José. Dale un beso a Silvia de mi parte.
  • Por supuesto…
Y cerré la puerta.
 
Atrás
Top Abajo