La lección

xhinin

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25 Jun 2023
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Montar una empresa con la persona a la que amas es muy bonito, pero cuando el amor se termina se puede convertir en tu peor pesadilla. Por eso, en cuanto él me propuso comprar mi parte no lo dudé: tendría dinero para sobrevivir y buscar un nuevo empleo, sin las dificultades de un autónomo. No tardé en comenzar con entrevistas para puestos de responsabilidad en otras asesorías tras cambiar de localidad, pues nada me ataba ya a la que había estado compartiendo con él.

Cuando llegué a aquella entrevista había preguntado e investigado todo lo que necesitaba saber: empresa familiar, pequeña, con necesidad de expansión y con un jefe frío y calculador que necesitaba un relevo, ya que su hijo había buscado otra profesión y su hija, que trabajaba con él, no parecía tener las cualidades necesarias.

Era un hombre cercano a los 60, si no los había cumplido ya, alto y atractivo con algo de barriguita. La forma de vestir quería acercarse a las tendencias más actuales de la moda (camisa estampada, ajustada, con cuello mao, y pantalón de color llamativo), lo que hacía que no pegara en aquel entorno y, mucho menos, en alguien de su edad. Además, la mezcla de colores destilaba cierto aire de perullez.

A pesar de que en otras ocasiones hubiera utilizado mis encantos para adelantar al resto de candidatos, tenía la seguridad de que en esa ocasión no lo necesitaría: siendo un tío tendría el respeto de mis congéneres, pero siendo una chica, utilizar esas armas no me convertiría más que en una zorra ligera de cascos, aunque no me importara que me pusieran esa etiqueta.

No pasó mucho tiempo en que el dueño de la oficina, Pablo, me llamara para confirmar que había conseguido el trabajo.

El día que me incorporé al trabajo fue el mismo jefe quien me presentó al equipo:

Comenzó por su hija, Sara, una niña de unos 30 años. Sería quien heredaría la oficina, así que, mi principal función era controlar su trabajo y tratar de prepararla para asumir la dirección de la empresa. Su padre hablaba maravillas de ella, de su preparación, aunque su currículo incluyera poco más que una formación básica, pero pensaba que sólo necesitaba tiempo y experiencia.

Fue en mi primera reunión con ella donde descubrí sus aspectos menos positivos: lo de ser hija del jefe se le había subido a la cabeza, tratando a todo el mundo (incluida a mi) con una superioridad que, en realidad, sólo destilaba inseguridad.

Frani era la chica de recepción. Conectamos desde el principio: era natural, simpática y daba una confianza que el jefe también sentía. No sólo se ocupaba de recibir y gestionar las reuniones con los clientes, que, tal como explicó Pablo, no eran muchos, sino que ayudaba a elaborar informes, preparar documentaciones, etc.

Salva era el único chico del equipo. A primera vista tenía un atractivo interesante. Ya en la foto de la ficha se le veía guapete: ojos achinados, nariz pequeña y boca y barbilla bastante definidas. Su cabello, castaño claro, peinado con ralla a un lado, le hacía parecer algo más joven de lo que era, pues a pesar de estar cercano a los 40, no se apreciaban entradas ni calvas. Sinceramente, destilaba masculinidad.

El jefe confiaba bastante en él, insinuando, incluso, que había puesto grandes esperanzas en su trabajo, pero la frase “hay que darle una oportunidad para apreciarlo como merece” no me dio buena espina. Funcionaba muy bien con determinados tipos de clientes, habitualmente hombres de una cierta edad, lo que no daba realmente mucho juego en la empresa.

Aprecié un aire viejuno en él: la ropa que vestía estaba algo anticuada y su discurso era excesivamente formal. Aquello mezclado con su atractivo, a pesar de unos kilitos de más y el vello que asomaba en el cuello de su camisa y que parecía recorrer todo su torso, crearon una ambivalencia, un quiero y no quiero, que desataría mi lujuria y mi malicia, como os contaré más adelante.

Salva era habitualmente el primero en llegar. Se sorprendió al verme allí el primer día, pero, sinceramente, no mostró mucho interés en tener una conversación conmigo. No fue maleducado, pero, se notaba que, en aquel momento, su prioridad era el periódico.

Pronto observé que todo informe que caía en su mesa era derivado a cualquier compañera, con la excusa de que algún punto no le correspondía o que necesitaba que alguien lo revisara antes. Las compañeras respondían sus exigencias con rapidez, tratando de evitar comentarios que valoraban sus pocas ganas de trabajar o su falta de valía y que, habitualmente, llegaban a Pablo, quien hablaba con ellas con una preocupación real, ya que no era consciente de la realidad de su oficina.

Días más tarde descubrí otro de los secretos del compañero. Quedé temprano para tomarme un café con Frani, básicamente por gusto, para hablar de todo y de nada. Él ya estaba por allí y Sara, sorprendentemente, llegó poco después de él.

Frani y yo nos quedamos en la cocina de las oficinas que estaba cerca del baño de los empleados (Pablo tenía su propio baño en su oficina, aprovechando la disposición del piso) y, tras una larga conversación y aprovechando que Sara pasaba, intuyendo que había salido de allí, decidí ir al baño antes de comenzar el trabajo.

No entendí la sonrisilla pícara de Frani hasta que abrí la puerta del baño para encontrarme a Salva poniéndose la camisa. Él se giró abotonándosela sin prisa alguna, mientras su pene, al descubierto, se zarandeaba de un lado a otro. Me invitó a pasar, pero yo, sin darle más importancia al encuentro, le dije que esperaba a que terminara, observándole desde la puerta.

No se apresuró en vestirse. Comentó, pícaramente, que estaba aseándose un poco. Después cogió sus slips claros y estampados de mercadillo, para ponérselos lentamente, levantando y separando las piernas y dejando que se vieran totalmente sus testículos: eran redondeados, con menos vello que el resto, ya que se notaba que no se depilaba, y la piel que los recubría parecía ser bastante prieta. Una vez colocó la cintura de la ropa interior en su sitio, introdujo su mano en su paquete para colocar cómodamente su miembro, que estaba gordo, aunque no parecía nada del otro mundo. Tuvo que girarse ligeramente para coger el pantalón y se lo puso de espaldas a mí. Su ropa interior permitía que se adivinaran los glúteos y la rajilla entre ellos, asomando ligeramente por encima algo de vello.

Salió una vez que terminó de vestirse, dedicándome una media sonrisa pícara y anticuada, tras lo que entré finalmente al baño, cerrando la puerta con pestillo, por si acaso. Lógicamente, cuando salí, me fui directamente a Frani:

Es algo que pasa de vez en cuando -dijo riendo-, de hecho, ella, cuando bebe más de la cuenta, comenta que perdió su virginidad con él, como si hubiera ganado algún trofeo o algo. Entre algunos clientes se comenta que Pablo, por la confianza que tenía con él, se lo pidió para suavizar un poco a la fierecilla.

Mientras me informaba no era capaz de cerrar mi boca, sinceramente. Por un lado, sentía lástima por “la niña” que era como todos la llamábamos en la oficina. No era fea, a pesar de su cuerpo grandón y sus rudas maneras, pero su carácter echaba para atrás a casi todo el mundo.

Fue en una reunión, en la que estábamos Frani, él y yo, cuando todo comenzó: Pablo quería que le diéramos otro aire a la sala de reuniones, que fuera seria y funcional, pero algo más moderna, teniendo en cuenta nuestras opiniones. Fue allí, mientras nosotras opinábamos cuando soltó una de sus perlas:

Lo que aquí hace falta es un buen rabo -lo dijo casi susurrando, como si hablara para él solo, pero Frani lo escuchó y le pidió que lo repitiera, ante lo cual se hizo el remolón, creo que sabiendo que había metido la pata-.

Frani comentó lo que había pasado. Una vez que se sintió pillado, no tuvo otra que justificarse, diciendo que eso de la decoración no era tan importante y que le estábamos haciendo perder el tiempo (el jefe no estaba, por supuesto) y que sí, que pensaba que necesitábamos darnos una “alegría” para no dar importancia a lo que no lo tiene.

Una alegría con un buen rabo, supongo. -dije yo, tratando que repitiera, de alguna forma, el comentario que había hecho-.

No sé si lo pensé antes, pero me dirigí a él, que había estado toda la reunión con los brazos cruzados, demostrando que aquello no le iba ni le venía, y le enganché el paquete. Él en un principio se sobresaltó, pero después se dejó sobar, sonriendo, y yo no paré hasta notar que su pene comenzaba a excitarse, apretando con fuerza para dejar claro quién mandaba allí.

Fue cuando dejé de manosearle el bulto y me aparté de él cuando solté el tiro de gracia:

Una pena que no haya buen rabo por aquí.

Mi compañera, que había observado la escena con la boca abierta, sonrió ligeramente, casi sin que se notara. Él, sin embargo, dándose cuenta de la ofensa, se sonrojó y, aunque tardó un poco, contestó, con una media sonrisa pícara, que, lo reconozco, le daba un atractivo interesante:

No es el tamaño, sino el uso que se le da...

Me giré justo en la puerta, reconociendo que el tipo era un buen tocacojones, y me acerqué a él, sin dejar de mirarle.

Eso hay que demostrarlo -dije susurrando a su oreja, para morderla ligeramente, provocando un leve quejido en él, que, acercando su mano a su cinturón, dejó claro que no tenía problema en hacerlo-.

Cogí sus manos para pararle y salir, dejando claro que ese no era el mejor momento.

Frani, que salió poco después de mí, no conseguía salir del asombro, repetía una y otra vez que aquello no había estado bien, que nos iba a salir caro, pero yo la tranquilicé mientras mi cabeza fraguaba una buena lección para el machote.
 
Al día siguiente el tipo llegó temprano, como era habitual, con vaquero y un polo blanco que se pegaba a su barriga y sus pectorales, marcando sus pezones a través de la tela. Sinceramente, sus brazos, aunque bien formados y fuertes, eran delgados en comparación a la robustez y redondez de su tronco.

Yo iba bien preparada: me puse lencería sexy que dejaba entrever abriendo una blusa de color claro, casi transparentes, con pantalón elástico que, sinceramente, me marcaba más de lo que hubiera querido, pero que atraía la mirada de aquel bribón perfectamente.

Durante aquellas primeras horas no paré de abrir la blusa, como si tuviera un calor desmesurado. Él no dejaba de mirarme y Frani, algo descolocada y avergonzada, trataba de adelantar trabajo sin conseguirlo.

Sobre las once me levanté, diciéndole a mi compañera que estaba algo acalorada y que me quitaría la ropa interior. Lo dije bajito, pero con el volumen suficiente para que él lo escuchara. Tras un gesto de complicidad, intranquila, Frani me acompañó al baño. En el camino le pedí que me siguiera el rollo. Salva, como esperaba, no tardó en seguirnos como otras veces.

Dije en voz alta que utilizaríamos el baño del despacho del jefe (no había problema en usarlo si no estaba), buscando más intimidad y yo me coloqué de forma que él pudiera vernos mientras yo, disimuladamente, confirmaba que no nos quitaba ojo.

Me quité los pantalones despacio, ya que se pegaban al cuerpo con el sudor, para quitarme después el tanga, también despacio, haciendo como que me tapaba la vulva, pero acariciándola.

Ayer me depilé: mira que suave -dije a Frani poniéndole la mano entre mis piernas-.

Ella, se quedó paralizada y, cuando comencé a gemir, retiró la mano con rapidez, totalmente ruborizada. Me di cuenta entonces de que me había pasado, pues salió del baño azorada, tropezándose con el espía en su huida. Aquello hizo que cayera al suelo, dándose un golpe contra la pared. Salva la recogió y la acompañó al baño para sentarla en el retrete hasta que se recuperara.

Salva trataba de justificar que estuviera por la zona, por supuesto, mientras atendíamos a la compañera que se había hecho una pequeña herida en la frente, cerca de la ceja, de la que comenzaba a salir un poco de sangre. Le dije que buscara algo para parar la hemorragia y él, que no se había dado cuenta de la herida, al mirar a la compañera, automáticamente cayó en el suelo, eso sí, con más fortuna que la compañera, pues no se dio ningún golpe.

Ante aquel panorama, no supe cómo reaccionar, hasta que me di cuenta de que Frani se encontraba consciente.

El machote se desmaya cuando ve sangre… -dijo levantándose para limpiar su cara-.

Salva había perdido el color de la cara y sudaba, por lo que me acerqué para abrirle el cuello del polo blanco, comprobando que sería mejor quitárselo. Necesité que mi compañera me ayudara para incorporarlo ligeramente, no sin esfuerzo, al llevarlo tan ajustado.

Lo tendimos en el suelo, con el torso desnudo. Sus pezones, prietos y colorados, destacaban en su piel blanca y peluda. Mi compañera cogió una toalla para humedecerla ligeramente y comenzar a pasarla por su frente y su cuello, comprobando que el color de los labios, al menos, parecía ir volviendo. La verdad es que, mientras ella trabajaba en refrescarle, yo me fijaba en el hoyuelo de su barbilla, en sus ojos achinados, en su perfecta nariz, mientras le hacía aire con alguna revista que había encontrado por ahí y sintiéndome algo zorra al hacerlo ante esa situación al ver lo atraída que me sentía.

-¡Qué barbaridad! -exclamó de repente Frani, que, aunque había empezado a humedecer su torso, miraba hacia otro lado-.

Al principio, sinceramente, no me dí cuenta de que el paquete del compañero había crecido: su pene, endurecido, parecía querer romper la bragueta de su pantalón vaquero, que, tal como me había dado cuenta al verle por la mañana, apretaba su anatomía. Dejé la revista y, sin pensarlo, desabotoné la cintura del pantalón. Poco tardó el crecido miembro en lograr que la bragueta se abriera buscando una ligera libertad, aunque siguiera bajo unos slips de algodón blanco algo más elásticos.

Salva, que había recobrado ligeramente la consciencia y el color, no le dio importancia al sentirse semidesnudo en el suelo, agradeciendo, supongo, el frescor del piso. Se pasaba las manos por la cara, como intentando despertar con más rapidez, mirando a un lado y a otro, cuando, de repente, sonrió con picardía:

-Muy bonito -dijo dirigiendo su mirada a mi entrepierna, recordando entonces yo que mi sexo estaba desnudo -.

Aproveché para acercar mi mano a sus pectorales, húmedos, para acariciar sus pezones, bajar por su tronco y acariciar su paquete, que parecía algo más relajado. Aquello hizo que se mirara para comprobar que tenía el pantalón abierto y que su polla estaba morcillona.

-Se me empina cuando me desmayo -dijo volviendo a mirarme, notándose por su voz que aún no estaba totalmente recuperado-.

La compañera, viendo que volvía en sí, se levantó para curar y tapar la herida, quizá para no provocar otro desmayo en el semental. Mientras, él ponía su mano entre mis piernas. Sabía lo que hacía, sin prisas, procurando que mi sexo aceptara sus dedos.

Su polla, henchida de nuevo, comenzó a manchar ligeramente su ropa interior. Fue entonces cuando decidí que debía dejarle claro quien mandaba, levantándome para ponerme sobre él, con las piernas abiertas, ofreciéndole por un breve momento una nueva vista de mi chochete.

-Vamos, levanta, que estás hecho un flojeras.

Su mirada se deleitó en mí poco tiempo, para después colocarse de lado y, lentamente, poner manos y rodillas en el suelo, antes de intentar incorporarse. Desde mi posición, con las piernas abiertas a cada lado de su cuerpo, observaba su espalda, que comenzaba a sudar de nuevo, por lo que decidí ayudarle, cogiéndole bajo los brazos, mientras él jadeaba por el esfuerzo.

-Necesito una ducha…

Él mismo bajó su ropa interior, haciendo que su miembro se meneara como un trampolín al sentirse libre, acompasado por los torpes movimientos que él iba haciendo.

-Espera -Frani se acercó a uno de los móviles y, abriendo el vídeo, comenzó a grabarle-. ¿Aceptas que te ayudemos a ducharte tras el desmayo que has tenido?

La miré algo descolocada, pero, sinceramente, era una buena idea: una cosa era que nosotras fuéramos a darle una lección y otra, muy distinta, que él no fuera después diciendo lo que le diera la gana y que tuviéramos algún otro problema.

-¿Aceptas o no?

Salva, como si un letrado fuera, dijo su nombre completo y su DNI, indicando que aceptaba que le ayudáramos a ducharse y que le hiciéramos lo que nos diera la gana, así que, mi compañera, aprovechando la ocasión, volvió a preguntarle.

-¿Quieres libremente tener sexo con nosotras? -su respuesta no se hizo esperar: un sí, acompañado de vamos a follar en cuanto me recupere, quedó grabado por si hubiera algún problema después-. Si quieres que paremos en algún momento dí “porompompero”.

Aquello me parecía algo rebuscado, pero, sinceramente, la chica había estado acertada.

Frani, tras eso, abrió la ducha, mojó sus manos y comenzó a acariciar su torso, mientras yo le sostenía por la espalda. Sus pectorales, no muy grandes, estaban bien marcados y, en ellos, sus pequeños pezones se mostraban endurecidos. Me obnubilé en ellos de tal forma que no fui consciente de que ella le meneaba la picha con tranquilidad.

Él, jadeando y moviéndose, pedía que siguiera, repitiendo una y otra vez que nos daba permiso, mientras sus piernas parecían no lograr la suficiente fuerza para que se pudiera sostener por sí solo. Mis brazos, que seguían agarrándole, sentían su respiración acelerada, y, cada vez, con más intensidad, le deseaba.

Frani se separó de nosotros y se desnudó con rapidez, para comenzar, frente a él, a acariciarse los pechos, los pezones, mientras mordía sus labios mirándole con deseo, diciendo que ella también daba permiso, mientras él se meneaba la polla despacio.

Yo no me atreví a dejar de sostenerle, pero utilicé una de mis manos para comenzar a acariciar su espalda y sus glúteos: me encantaba sentir como los tíos los contraían excitados, intentar agarrarlos, pellizcarlos, sintiendo su piel sudorosa.

Frani bajó una de sus manos hasta su sexo, acercándose a nosotros, que ya estábamos dentro de la ducha, para coger la alcachofa de la ducha y apuntársela directamente ahí, comenzando a gemir, sin que nosotros, al estar ahora más pegados a ella, pudiéramos deleitarnos con esa visión.

Después apuntó con la alcachofa a su picha, mientras nuestro hombre la ofrecía al líquido elemento, aflojando la velocidad de sus meneos, hasta que ella le retiró la mano. Yo, para ayudarla, le cogí los brazos fuertemente, mientras él movía su pelvis, bailando según los chorros de agua excitaban la cabeza de su miembro según ella acercara o separara la ducha.
 
En uno de esos momentos él aprovechó para buscar mi sexo con sus dedos, húmedo no sólo por el agua que nos caía. Intentaba acariciarme con suavidad, pero la excitación que estaba sintiendo en polla y huevos a veces le hacía ser brusco conmigo, provocándome gemidos reales que yo misma mezclaba con otros con los que buscaba, simplemente, excitarle. Ella, mientras tanto, seguía excitándole con el agua mientras miraba con picardía.

Fue entonces cuando decidí recrear mis manos en sus glúteos, que se encogían y relajaban según su cuerpo se excitaba, según se movía. Al principio me dediqué, simplemente, a acariciar los cachetes, pero, conforme él se movía, mis dedos caían entre ellos, abriéndose paso unas veces con delicadeza, otras con más fuerza.

Él puso sus manos sobre su cabeza, mientras seguía ofreciendo su pene al juego de mi compañera que, apagando la alcachofa, había pasado a acariciar su pene erecto con la cabeza totalmente expuesta.

Su cuerpo, sudoroso y húmedo, se reflejaba en el espejo frente a la ducha: disfrutaba viendo su tronco redondeado, de musculatura prieta, y su picha morcillona. Me ponía cachonda que me rozara con su espalda mientras le observaba sin que el pareciera darse cuenta, que gimiera acompañando las manos de Frani...

Fue entonces cuando pensé que estaba demasiado cómodo, disfrutando, recordándome que teníamos que darle una lección, así que salí de la ducha, dejándole apoyado sobre la pared ahora que ya parecía poder valerse por sí mismo, pareciendo que ninguno de los dos se había dado cuenta.

Volví al baño con un antifaz y unas cuerdas en la mano, habiendo dejado otras cosas en el despacho del jefe, para hacer que Frani parara antes de que Salva, que había demostrado bastante aguante por el momento, se corriera. Le saqué de la ducha y, sin secarle, se puse el antifaz, mientras él sonreía con picardía sin imaginar lo que tenía preparado.

Mi compañera me ayudó a sentarlo en una de las sillas del despacho, y entre las dos le atamos las manos en las patas traseras y los pies en las delanteras. Él nos ofrecía sus genitales, separando sus piernas, mostrando sus gordas pelotas, que se veían redondas y duras.

Preparé el ordenador con la cámara que había dejado en el despacho a primera hora de la mañana frente él, que sonreía algo nervioso:

-¿Vamos a grabar?
-No, vamos a emitir-me volví, mostrándole una polla de goma-.
-¿Para quién es eso? -ver aquel miembro de juguete hizo que su gesto se pusiera tenso-
-¿La emisión? Para mis seguidores: tengo una cuenta para hacerlo -hice una parada dramática-. No te preocupes, no te quitaremos el antifaz. Si te portas bien, claro.

Acerqué el ordenador, dejando que comprobara que sólo se le veía desde el cuello para abajo. No obstante, él estaba más preocupado por el juguete que por otra cosa.

Le mostré cómo lubricaba la picha de juguete.

Esto es para nosotras -se la acerqué a Frani, abriéndole las piernas e introduciendo la punta de aquel pito, mientras ella le miraba lascivamente -. Para ti tengo otra cosa -dejé que ella siguiera penetrándose, mientras le mostraba una mordaza para colocársela en la boca-.

Salva se relajó un poco, mientras Frani, follándose con el pene que había sujetado con la ventosa sobre la mesa, jadeaba. Dejé que él se distrajera mirándola, mientras, de rodillas, entre sus piernas, embadurné sus partes con lubricante, acariciando la parte más baja de sus pelotas, metiéndome entre sus glúteos, buscando su ojete. Él jadeaba, dejándose hacer, pensando que sería igual que antes: un inocente juego en su agujerito.

Acerqué mi boca a su miembro y comencé a chupárselo con tranquilidad. Salva no dejaba de mirar a mi compañera que se follaba sin descanso mientras yo me afanaba por pasar mi lengua, mis labios, por la cabeza descapullada de su falo erecto. Los dos gemían de placer mirándose con lujuria, deseándose.

Me levanté, mostrándole una mordaza que le puse mientras le preguntaba si quería follársela. Con la boca ya tapada afirmó con la cabeza.

-Tendrás que ganártelo, machote -le mostré entonces su juguete. Sus ojos confirmaron que no sabía qué era-. Es un vibrador con el que excitaremos tu próstata: te lo pondremos y tendrás que aguantar sin correrte al menos 5 minutos para que puedas follarnos.

Sus piernas se cerraron instintivamente, encogiendo sus glúteos, mientras yo imaginaba la otra opción que había barajado: seguir provocándole para que la erección continuara y dejarle con las bolas llenas de leche un buen rato, hasta que el calentón se le bajara, para que comprendiera que, de una forma u otra, no tenía más que obedecer.

Le pregunté si aceptaba el juego mientras lubricaba la parte más gruesa del estimulador, que sería la que le introduciríamos. Mientras, Frani, le animaba, mostrando su deseo. Creo que fue aquello lo que le hizo separar sus piernas, moviendo su cadera hacia delante, dejando claro que aceptaba. Le acerqué el juguete lubricado, jugando con mis dedos antes para comprobar que estaba preparado. Costó un poco que se relajara, pero, en cuanto lo hizo, entró sin problemas.
 
Me acerqué de nuevo al ordenador, para comprobar cuántas personas estaban ya listas para el show. Ya había puesto la descripción: folladle 5 minutos y, si no se corre, nos follará a nosotras. Aquello había atraído a conocidos y desconocidos. Preparé el cronómetro y le avisé justo cuando lo puse en marcha: si quieres parar chasca los dedos.

Al principio no hubo muchas reacciones, una en 1 minuto y de las flojitas, lo que, después de su expectación, quizá nerviosismo, inicial, le hizo confiarse. Su polla no se aflojaba, disfrutando de los movimientos que nosotras dos íbamos haciendo desnudas frente a él.

A partir del minuto y medio la cosa comenzó a animarse: pequeñas tandas de reacciones, variando la intensidad, hacían que se moviera en la silla, que su polla y sus huevos saltaran con la excitación, a veces se encogía, otras estiraba su cuerpo, sudando y perlando su piel, con los pezones erectos,…

Su cara iba poniéndose colorada y sus ojos, a veces, sonreían, quedándose en blanco en otras ocasiones. Entretanto, su polla se movía como un trampolín, cada vez más erecta, mientras nosotras gemíamos y le avanzábamos las ganas que teníamos de follar con él, pidiéndole que aguantara. Sus cojones saltaban, subían y bajaban, según el vibrador se movía en su interior, encendiendo su lucecita de placer.

Fue en la cuenta atrás, justo cuando quedaban 7 segundos para superar la prueba, cuando su corrida llegó, mientras él, encogido, trataba de apretar sus piernas para evitar que su leche se le escapara: comenzó lentamente a salir, cayendo por su pene erecto hasta su escroto, blanca, densa, cortándose gracias a los esfuerzos del tío que se encogía sobre sí mismo, mirándosela, hasta que un nuevo zumbido en su interior hizo que un disparo de néctar, mientras apuntaba hacia arriba mirándose, cayera directamente sobre su cara haciéndole temblar intensamente, mientras gemía.

Se estiró cuando aquellas vibraciones terminaron, dejando ver que el semen había caído en la bola que llevaba en la boca. Tenía los ojos blancos, por el placer, mientras su escroto, encogido, apretaba sus pelotas. El resto de corridas, acompañadas de pequeños temblores, lanzaron su leche por todo su cuerpo sudado, sobre todo en la zona del abdomen.

Dejé el vibrador poco más, hasta que dejó de correrse, por si alguien quería enviar más zumbidos, y fue entonces cuando me acerqué, quitándole la bola de la boca mientras recogía la leche de su cuerpo, para metérsela después en su boca.

Mi compañera, cachonda perdida, también se acercó, para chuparle la polla, que él le ofreció encantado, volviendo a temblar por la excitación. Un nuevo gemido me indicó que había vuelto a correrse, esta vez, supuse, con menos semen. Ella, tras recibirlo, acercó su cara a la de Salva para abrir la boca y mostrarle cómo se tragaba sus jugos.

Aquello, le expliqué, era su premio de consolación.

Comenzamos, entonces, a recoger el ordenador, la cámara y el teléfono que le había grabado con cara, aunque en la emisión lo hubiéramos evitado. Después le desatamos.

Estaba sudado. La piel de sus pectorales seguía sonrosada por la excitación. Seguía cachondo, aunque la polla ya no estaba tan dura como antes, por lo que trató de acercarse para tocarnos:

La próxima vez, ya veremos. Ahora sé bueno, dúchate.

Obedeció nuestras órdenes, mientras nos vestíamos, y, cuando salió para vestirse, nosotras mismas lo hicimos, por supuesto, sin permitirle usar ropa interior (que siempre hay que llevarse algún trofeo). Estaba claro que el jueguecito le había gustado y que le encantaría repetir.

Aquel día, entre unas cosas y otras, no nos quedó mucho más tiempo para trabajar. Él se marchó antes que nosotras, no sin pedirnos sus slips y que no compartiéramos el vídeo con nadie, ante lo que dejamos claro que se lo tendría que ganar: Frani le recitó el teléfono de su mujer (que había llamado avisando que se había dejado el móvil en casa) y le dejamos claro que el vídeo podría llegar a su mujer si no se portaba como debía.

Salió, excitado y avergonzado a partes iguales: estaba claro que quería más. Una vez que salió Frani le mandó el vídeo en que se le veía la cara mientras le estábamos exponiendo por whatsapp. Al haberse olvidado el teléfono, su mujer podía verlo antes que él.

Nosotras marchamos poco después, pensando que una posibilidad sería que quisiera dejar el trabajo (lo que podría suponer un alivio, siempre y cuando el jefe no se pusiera tonto), aunque sabíamos que, en aquel machirulo, realmente se escondía un tío sumiso.

La respuesta no se hizo de esperar. Un “Gracias, amas” fue la respuesta, acompañada de una foto de su polla morcillona.
 
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