La piscina

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Invitado
El título creo que es atractivo para unos días tan fríos como estos. Espero que la historia os caliente bien como las aguas del sur.



La piscina

A Adriana le encanta el verano en el sur. El mes de agosto en la costa le sirve para desconectar del estrés continuo que vive en la capital. El metro a tope, el ruidoso tráfico, la boina de contaminación constante, las prisas, las caras serias, los objetivos laborales, la presión del jefe; en definitiva, desengancharse de Madrid. Es necesario para su salud mental. Lo único que la mantiene atada a la cordura es saber que hay un mes al año en el que todo se va a ralentizar. Treinta días de alquiler en esa urbanización cerca de la playa en una zona no excesivamente poblada donde se dedica año tras año a desayunar tarde, leer mucho, pasear por la playa y dormir interminables siestas. Mejor que un orgasmo.
Su rutina durante este mes es precisamente no tenerla. No hace planes y simplemente hace lo que le apetece según el momento. Por supuesto, no invita a nadie y no tiene amigos. Solo está con su pareja quince días y los otros quince está sola, debido a que él viaja mucho por su trabajo. Es difícil para ella decidirse por qué quincena es la mejor: la que está sola o acompañada. Aunque si tuviera que hacerlo, ganaría por un poquito la quincena solitaria.
La única rutina que repite a diario durante varios años es la de nadar en la piscina durante una hora por la mañana temprano, cuando todavía no hay nadie, y hacer lo mismo por la tarde, cuando las familias han subido a las casas a cenar. No aguanta el ruido, las discusiones y las conversaciones vacías de los turistas como ella.
Este año está siendo igual que los anteriores. Después de levantarse a las ocho se baja a la piscina a nadar una hora sin pausa. A las nueve se tiende en la tumbona para recibir la caricia de los primeros rayos del sol y cuando se seca, sube a prepararse un copioso desayuno. Después se pone a leer en la cama y más tarde se va al paseo marítimo a pasear y curiosear. Así, día tras día. Así es feliz.
Esa mañana terminó de nadar y se tendió en la tumbona. Mario ya estaba de vuelta en Madrid, así que más que nunca disfrutaba del dolce far niente. Cuando ya estaba casi seca observó, como tantas mañanas, al jardinero que pasaba a quitar las hojas del agua y a adecentar un poco las plantas del jardín antes que llegara la jauría de niños. Esa mañana era especialmente calurosa, así que observó como el chico no llevaba puesta la camiseta. Al principio él no la vio, y siguió trabajando. Tenía un cuerpo musculoso, pero no demasiado. El sudor ya le caía por la frente, y Adriana observó como también tenía ya un hilillo de sudor corriendo por su espalda hasta desaparecer por su coxis. Estaba muy moreno, y era bastante atractivo. Durante varios años solo habían intercambiado varias frases de cortesía y saludos matutinos. A ella le encantaba su desparpajo y descaro. No se cortaba en mirar su escote, aunque ella no se sentía violenta. Contrarrestaba su atrevimiento con una hermosa sonrisa de dientes blancos que la derretía. Entonces se le ocurrió algo para cambiar su rutina. Miró alrededor y no vio a nadie cerca ni en las terrazas. Era demasiado temprano. Así que se quitó el top y se tendió con los brazos detrás de la cabeza, mostrando sus dos hermosas tetas en todo su esplendor, sabiendo que tarde o temprano él la iba a ver. Y no pasó mucho hasta que eso sucedió. Ella tenía un ojo entreabierto y observó como, de repente, él dejó de podar un seto y se quedó parado, mirándola. Estaba como a unos diez metros, pero no había duda que había caído en la trampa. Adriana luchó por aguantar la risa, pero no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en sus labios. “Estos hombres, cómo son”. Entonces el chico se acercó poco a poco cortando setos imaginarios hasta que estuvo a un par de metros. Entonces ella abrió los ojos y le dijo:
-Buenos días. Mucho calor hoy, ¿no?
El chico se quedó estupefacto. La miró a la cara, después a las tetas, y desvió la cara, como avergonzado. Y contestó:
-Sí, parece que hoy va a apretar bien. Hoy me va a sobrar la ropa.
Adriana lo miró a los ojos y le dijo, juguetona: "A mí ya me está sobrando" y soltó una risa.
El chico la miró de nuevo y se puso colorado. Ella se dio cuenta y le preguntó:
-Por cierto, ¿cómo te llamas? Llevo varios años viniendo aquí y todavía no nos hemos presentado. Yo soy Adriana. ¿Y tú?
-Yo soy Álvaro. Encantado- y le acercó la mano.
Entonces ella se rió y dijo: "¿Así saludan en el sur los chicos? Un beso, ¿no?" Y se levantó para besarle. Al hacerlo, se dio cuenta de lo mucho que estaba sudando el chico (¿el calor? ¿los nervios?), pero, en lugar de resultarle desagradable, le encantó. De hecho, se puso a mil. Olía a sudor, pero había algo más. Había algo atractivo en ello: su barba de tres días, su pelo bien cortado pero algo alborotado, su piel auténticamente morena, sus músculos sudorosos y marcados. Pero, sobre todo, ese olor. Ella, que siempre había pedido a los hombres con los que se iba a acostar que se ducharan antes, le entraron unas ganas irresistibles de juntar su cuerpo con el de ese chico, de frotarse con él, de acariciar esa piel lubricada, de bajar ese pantalón, de...
Todos esos pensamientos surgieron en un segundo, pero al besarle rozó con unos de sus pezones el cuerpo del chico, y automáticamente sintió algo debajo de su ombligo. “Adriana, te has puesto cachonda simplemente con el roce de una teta. Estás realmente falta de sexo”, pensó. Entonces se despidió de él y se fue al apartamento. Estaba tan cachonda que subió rápido y se saltó el desayuno. Se fue directamente a la cama, todavía húmeda, y se quitó el bañador. Cogió un poco de lubricante y el consolador de la mesita de noche, que llevaba sin usar semanas, y empezó a acariciarse. Lo primero que hizo fue acercar su lengua al pezón que había rozado el cuerpo de Álvaro. Lo chupó y el sabor le pareció como el más potente afrodisíaco. Entonces se tocó con dos dedos el clítoris mientras empezó a meterse el vibrador lubricado. No había tiempo que perder. Se chupó los dos dedos y empezó a acelerar el ritmo de la masturbación del clítoris y a apretar la punta de su consolador en su punto G. El placer que sentía era indescriptible. Pero no quería correrse todavía. Aumentó la potencia y el zumbido ya era audible. Recordó de nuevo el roce y no pudo evitar un espasmo de placer incontenible. Soltó las manos pero el vibrador seguía haciendo su función. Pero sus manos dejaron de obedecerla y se repitieron varios orgasmos continuos que la dejaron completamente exhausta. Sus mejillas estaban rosas, su cuerpo se contoneaba suavemente, y el vibrador salió por sí solo, lo que le produjo un nuevo orgasmo. Se quedó profundamente dormida, con brazos y piernas abiertas.
Se despertó al rato. Estaba tan atontada que pensó que todo había sido un sueño. Pero primero miró la hora y después sintió un hambre desmesurada. Fue al frigorífico y se preparó el desayuno más completo de sus vacaciones. Después regresó a la cama y comprobó que no había sido un sueño. Las sábanas fueron directas a la lavadora.
Estuvo todo el día pensando en Álvaro. No podía quitárselo de la cabeza. No salió de casa. Paseó un par de veces por la urbanización por si lo veía. No estaba por allí. Entonces se sintió como una tonta y salió de compras. Cuando regresó se fue directa a la piscina sobre las nueve, como hacía todos los días. En media hora se cerraba oficialmente y era un lujo refrescarse sola. Ya empezaba a oscurecer cuando escuchó a alguien acercarse.
-Hola. ¿Eres Adriana? Mira que te gusta el agua. Pues vas a tener que salir, porque tengo que echar el cloro- Dijo Álvaro.
-Vaya, pues eres un aguafiestas. Ahora es cuando mejor se está. ¿Sabes que te digo? Que no me salgo. Todavía queda media hora. Eso sí, si quieres, métete tú. Te invito.
Álvaro la miró riéndose y le contestó:
-Si alguien ve al jardinero bañándose en la piscina y además con una chica, el jardinero dejaría de serlo automáticamente y estaría en la cola del paro. Así que, me encantaría, pero no- Respondió.
-¿Y si el jardinero invitara al la chica al cobertizo de las herramientas? ¿Y si la chica invitara al jardinero a su apartamento?- Respondió Adriana con los brazos apoyados en el borde. Sus pelos mojados dejaban ver su hermosa casa con sus labios carnosos. Entonces ella bajó un brazo y sin que él se diera cuenta, se quitó las dos partes del bañador. -De todas formas, nada de eso puede pasar, porque no puedo salir de la piscina. Estoy completamente desnuda y estás aquí. Tendrías que irte.
Álvaro tragó saliva y dijo:
-De aquí no me voy. Ni loco.
-Entonces tendrás que tomar una decisión. ¿Qué hacemos? Además, está empezando a refrescar y mis pezones se están poniendo duros. Tengo que salir pronto. Decídete. Y he olvidado mi toalla.- Dijo Adriana con tono decidido.
Álvaro la miró y supo que era imposible salir de esa trampa. Sería caer en ella de forma definitiva o arrepentirse por el resto de sus días.
-En mi caseta tengo una.- Dijo-
-¿Una qué? -dijo Adriana.
-Joder, una toalla. Ven conmigo.
Adriana salió del agua sonriendo y Álvaro la vio en todo su esplendor. Tenía una silueta esbelta. Un coño totalmente depilado, y unas piernas bien moldeadas que terminaban en un culo terso y respingón, justo como a él le gustaba. Sentía crecer su miembro por segundos. Así que aceleró el paso, aunque ella lo seguía tranquilamente detrás con el bañador mojado en una mano y simplemente vestida con un vestido blanco ibicenco que se puso que no dejaba absolutamente nada a la imaginación.
Álvaro abrió la puerta de la caseta y ella entró detrás, cerrando tras de sí. Él se dio la vuelta y la agarró por la cintura, besándola en la boca. Sus lenguas peleaban por ser la que dominaba la boca del otro. La pasión se podía cortar. Y oler. Ese olor. Adriana perdió absolutamente el control. Le quitó la camiseta a Álvaro y ella se quitó el vestido. Rozó sus tetas con los pectorales de él y le sobrevino un ligero orgasmo, preludio de lo que estaba por llegar. Él le agarraba fuertemente la cabeza besándola y ella luchó para deshacerse de su abrazo y se agachó para quitarle los pantalones. Parecían dos animales en celo. Una vez que él se quedó también completamente desnudo, ella empezó a chuparle la polla. Ya estaba completamente empalmado, pero le faltaba el toque final. Y ella sabía como dárselo. Primero pasó su lengua desde la base de los testículos hasta el glande, y allí lamió en círculos la punta. Estaba en cuclillas y notó su coño totalmente mojado. Entonces él la cogió con sus fuertes brazos y la levantó en el aire. Ella se metió la polla con una mano y él empezó a levantarla y bajarla con las manos agarrando fuertemente sus glúteos. Cada vez que bajaba, la enorme polla entraba completamente, lo que le producía tal sensación de placer que pensaba que se iba a desmayar de un momento a otro. Entonces la bajó y la apoyó en una mesa. Ella puso sus manos estiradas allí y él la embistió con fuerza por la retaguardia. No era un polvo romántico. Era animal. Y los gemidos así lo atestiguaban. Le agarró una teta con una mano y con la otra le frotaba el clítoris, lo que hizo que le viniera el primer orgasmo.
-Cabrón, ¡me estás matando! ¡Me estoy corriendo, sigue, así, no pares, más fuerte, fóllame más fuerte, sigue, más rápido con tu mano, la polla más profunda, métemela más dentro, quiero que te corras en mi coño, en mi cara, en mis tetas, en mi boca, quiero que me folles sin parar, hasta que yo te lo diga, estoy a punto, sigue, no pares, más fuerte, qué pedazo de polla tienes, quiero chuparla, haz que me corra otra vez!
Entonces Álvaro dio un grito de placer y sacó su polla. Se corrió en la espalda y el culo de una jadeante Adriana, a la que le faltaba el aire, como a él. Entonces los dos se derrumbaron en el suelo. Había sido el mejor polvo de sus vidas, pero no sería el último.
Al día siguiente, Álvaro entró a trabajar media hora antes, y le hizo una visita a su amiga en su apartamento. Después se vieron en la piscina, y actuaron como si nada hubiera pasado. Por la noche follaron en los servicios comunes. A la mañana siguiente ella le masturbó detrás de un seto en un lugar escondido. Por la tarde él la visitó en casa durante su hora de comida y le devolvió el presente, masturbándola con su lengua y el consolador hasta el éxtasis total. Al final de la semana media urbanización sabía lo que estaba pasando, pero nadie comentaba nada. Solo servía para instalar un ambiente sexual del que todo el mundo se benefició, haciendo de aquel verano uno de los más satisfactorios para la mayoría de las parejas que allí se alojaban.
El día anterior a su partida, los dos decidieron hacer algo especial. Cenaron en casa de ella y bebieron un par de botellas de champán. Entonces bajaron a medianoche y se metieron desnudos en la piscina, silenciosamente. Se besaron tiernamente primero y apasionadamente después. Ella pasó su lengua por los labios carnosos de Álvaro, lo que le excitó sobremanera. Él le metió la mano en la entrepierna y jugó con su coño, metiendo y sacando dos dedos. Con la otra mano le acariciaba los glúteos y las ingles. Adriana se retorcía de placer, abriendo la boca y cerrando los ojos. Entonces cogió con su mano la polla y lo masturbó con el mismo ritmo que estaba marcando él. El aprovechó la ayuda del agua y se la folló como la primera noche, suspendiéndola con sus brazos. No necesitó mucho tiempo: Los dos se corrieron con un pequeño grito al unísono, el mismo que escucharon todos los que estaban disfrutando de la escena desde sus terrazas.
 
Por este lado del charco hace un calor de ptm
 
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