La Vanidad de Ana

Una verdadera contradicción vital es leerte tanatos12, lo haces tan jodidamente bien, que es imposible no tentar la suerte. :cool:
 
CAPÍTULO 13


Jueves, 5 de agosto.
22.20 de la noche.


Recién encontrada Casiopea, casi completamente seguro de que aquel punto de luz era Antares, disfrutaba desde mi silla, en el jardín, de la penumbra, de la paz y de la soledad. Y ni siquiera era una soledad especialmente buscada o pretendida, sino que así se había dado prácticamente desde que había dejado a Ana en el trabajo.

No había sabido mucho más de ella, ni ella de mí y de mi tortuoso y cansado viaje en autobús. Tampoco le había dado demasiadas vueltas todo aquello de David, ni a que pudiera estar enfadado conmigo. Había estado sesteando, descansando, escapando de mi propia mente; tampoco la fantasía de mi mujer con aquel alemán me había trastocado; estaba convencido de que había sido algo puntual, casi una chiquillada, una tímida e inofensiva rebelión contra la monotonía inevitable de un matrimonio. Yo también había fantaseado alguna vez con alguna clienta que había venido a mi estudio, o con alguna compañera; algún homenaje puntual y olvidable.

Había incluso cenado solo en la casa. Sabía que Albert y Lucía habían salido con unos amigos de ella. De David y Belén no sabía nada.

Miré mi teléfono, no dejaba de ser extraño que Ana llevase tanto tiempo sin dar señales, así que le escribí un escueto “¿dónde te metes?”, simultáneamente a escuchar y sentir movimiento en la casa, y después pude ver cómo se encendía la luz del porche.

No tardó mi cuñado en hacer acto de presencia, con su casi tan clásico y añejo como la propia casa, pantalón azul de deporte, y con una camiseta gris. Caminaba hacia mí, bordeando la piscina, iluminado por aquella luz artificial, blanquecina, con una cerveza en la mano. Y no hizo falta que dijera nada, era curioso, pero solo por su caminar sabía que no tenía nada contra mí, a pesar de la evidencia de que me había ido de la lengua.

Me hizo un gesto, señalando su botellín, y alzó la voz:

—¿Quieres una?

—¡Sí, vale! —respondí, tras aclararme mi garganta seca.

Mi cuñado daba media vuelta y volvía a la casa, cruzándose con su mujer, que, vestida con un bañador blanco que se le ajustaba al cuerpo de manera impecable, venía con unas gafas de natación en una mano y con una toalla amarilla en la otra.

—¿Estuviste durmiendo por la tarde? —casi gritó ella entonces, para que pudiera escucharla.

—¡Sí, un rato! —respondí, mientras ella posaba su toalla sobre la verja que delimitaba la piscina y hacía por ponerse las gafas de nadar.

—¡Te íbamos a avisar para ir a la playa y tomar algo! ¡No estaba segura…! ¡Estaba la puerta cerrada…!

—¡Sí, bueno… durmiendo no sé! ¡Descansando seguro! —alzaba la voz desde mi posición, dudando si ponerme de pie.

Belén me preguntó después por Ana y le dije que vendría al día siguiente, a pasar el fin de semana, y después entró en el agua, y comenzó a nadar con una pericia peculiar, entrenada, que llegó a sorprenderme primero, y a relajarme después.

Escuchaba sus brazadas y su tenue pataleo, hasta que aquellos sonidos hipnóticos fueron solapados por el sonido de las chanclas de David, el cual rebasaba la piscina y llegaba hasta mí. Me ofreció la cerveza, se la agradecí, y después se sentó a mi lado y dijo en voz baja:

—Joder, cada año estoy más vago, este verano aún ni he subido la nevera del sótano.

Y se hizo el silencio. Simplemente mirábamos cómo nadaba Belén. Mi cuñado venía calmado, y con unas mejillas que delataban ardor y sonrojo. Le pregunté entonces por su tarde y me dijo que habían ido a la playa y que después habían tomado unas cervezas con un matrimonio. Deduje que él habría tomado cuatro por cada una que habría tomado Belén.

Lo conocía. No se guardaba nada. Sabía que querría sacarlo cuanto antes. Y así fue:

—Oye, Sergio. ¿Por qué coño se lo has contado?

Me quedé pensativo un instante. No había prueba alguna, por lo que dudé en hacerme el loco. Y fue él quien prosiguió:

—A ver. Y no me lo niegues. Porque no fue normal. Que a Ana le gusta gustar, cada vez que… aparece alguien nuevo tiene que dar la nota… pero fue exagerado.

—Qué quieres que te diga… —dije finalmente, tras un pequeño trago—. Si da igual. Total, no se lo ha creído.

Se hizo otro silencio. David miró su cerveza y la hizo bailar un poco dentro de su botellín. Belén tocaba un borde y volvía a impulsarse para hacer otro recorrido, en aquella piscina de no más de doce o trece metros de largo.

—A ver —continuó—. Que a mí me da igual, mientras todo esto no dé toda la vuelta y acabe en Belén. Que si Belén se entera que lo he largado sí que me la monta.

—Ana no va a decir nada, porque directamente no se lo cree.

—Que no se lo crea… qué quieres que te diga… me tira de un pie —dijo súbitamente, y con su habitual inquina hacia ella.

—Bueno, tampoco te pases —protesté por su tono.

—¿Qué pasa? ¿Me tiene que importar que se lo crea o no? —se revolvía, pero entre susurros, sin alzar la voz.

Sabía que era una batalla perdida la de su reconciliación. No encajaban, no había nada que hacer. Pero sí me molestaba que pretendiera hablar de ella con tono despectivo, sobre todo, estando yo presente.

—Está obsesionada con el deporte. Qué tía… —susurró entonces David, refiriéndose a su mujer, que nadaba, en un bucle perfecto, como un metrónomo que nos mecía.

Y yo pensé en Belén, y en él. Y era todo tan absurdo, y tan imposible, y a la vez tan posible, que acabé susurrando:

—¿Pero cómo es?

—¿El qué?

—Eso. O sea. A ver. Vais a un hotel con un tío… ¿va a vuestra casa? —pregunté, en tono muy bajo.

—¿Te quieres poner palote o qué? —rio—. No te lo voy a contar.

—No, joer. No me refiero al… acto en sí… sino a…

—¿La logística?

—Sí, eso es.

—No sé, tío. Es irrelevante el sitio. Y la logística más sencilla no puede ser —dijo, también entre susurros, y bebía de su cerveza, y no contaba nada más, pero yo sabía que le estaba costando contenerse.

—Pues yo la verdad… es que no le veo mucho la gracia. ¿Y con Albert cómo os va? —pregunté.

—¿Que no le ves la gracia, dices? —preguntó, casi más molesto que extrañado. Y yo asentí.

—Mira —dijo, acomodándose más en su silla, y mirando fugazmente cómo nadaba su mujer antes de mirarme a mí— te lo voy a explicar de una forma muy sencilla. Lo vas a entender muy fácil.

—A ver.

—Mira. ¿Tu primera paja cuando fue? ¿A qué edad? —me preguntó, sorprendiéndome un poco.

—Pues… Mmm… No sé. Sería… a los… doce… Por ahí.

—Vale. Pues recuerda ese momento. El de la primera. O de las primeras, me da igual.

—Vale. Sí. Más o menos lo recuerdo —respondí.

—¿Qué recuerdas?

—¿Físicamente?

—No, no. A ver. Tú, y todo el mundo… La sensación que tiene en esos momentos es la de… “coño, vaya descubrimiento, así que puedo hacer esto cuando quiera”, ¿no? O sea: “tengo la capacidad, yo solo, de sentir, de darme, este placer”.

—Vale. Sí. Cierto. Es verdad que pensé algo parecido —respondí, embaucado por él, como era costumbre cuando se ponía a teorizar.

—Como un descubrimiento podríamos decir, ¿no? —matizó.

—Sí.

—Vale. ¿Cuándo perdiste la virginidad?

—Pues… primer año de carrera.

—¿Diecisiete? ¿Dieciocho?

—Dieciocho ya.

—Vale. Pues similar. Es como subir el nivel. Otro estadio. Dices: “vale, a partir de ahora, el resto de mi vida, haré esto, y sentiré esto, que es la hostia, ¿no?”. Van dos niveles.

—Sí, vale. Ya veo por donde vas.

—¿Sí? Pues así de sencillo —dijo, recolocándose sobre su silla de nuevo, y después dio otro trago largo a su cerveza, finiquitándola, y yo intuía que estaba a punto de soltarse definitivamente.

—¿Así de sencillo? ¿Tercer nivel? —provoqué.

—Sí, eso es… —susurró—. Yo, cuando… vi a Belén por primera vez… con un maromo… dije: “hostia puta, esto es otro nivel”. No es ni mejor ni peor que la paja o follar. Bueno, mejor que una paja es. Pero digamos que es… otro rollo. Tan otro rollo… que después follar te sabe casi a… no sé, a poco tabú, a demasiado… normal.

—¿Sí?

—Sí… sigues follando y tal… solo faltaba, pero joder… A ver, Sergio, acércate… ¿tú sabes lo que es ver a tu mujer… espatarrada en tu cama… con la polla de un palomo… entrando y saliendo… y que te mire a la cara…? Joder… eso es tremendo, tío. Eso hay que vivirlo… Es que… lo que se siente… es como que cuando te la follas tú, sientes tú, pero cuando se la follan a ella y tú miras… te fijas más en ella… la ves más… que igual contigo lo da todo igual… pero ves como que lo da más todo, que es más… zorra… que está más buena… y la cara también del palomo, que te mira en plan… “joder… se me muere del gusto tu mujer aquí”. Joder Sergio, eso para cagarse vivo.

Yo tragué saliva. Mi mirada se iba a la piscina mientras sentía el cálido aliento a alcohol de mi cuñado en mi rostro. Y casi no daba crédito a que me contase aquello, en presencia precisamente de Belén… No daría crédito si no se tratase de David. Y miraba de nuevo a la piscina, y veía el nadar impecable de su mujer, y su culo, enfundado en aquel bañador blanco, casi sobresaliendo del agua, sugerente, duro, atractivo…

—Ya… bueno… Visto así… —alcancé a susurrar.

—Una noche… un chavalín… —prosiguió, con su rostro hacia mí—. El más joven con el que hemos estado… La mató, tío. Se les hizo de día. Yo dormía, me despertaba, dormía, me despertaba, y el chaval “pam, pam, pam”, como un puto martillo. Belén muerta. Durmió dos días seguidos después. Eso es la hostia. Y hasta la tienes más contenta... Contenta no es la palabra. Agradecida… No sé, calmada, en paz.

Yo le escuchaba, y veía nadar a Belén, e irremediablemente mi imaginación volaba a imaginarla entregada a otro hombre. Y me sentía un tanto culpable, y hasta culpable en nombre del propio David, pues veía tremendamente inadecuado, no solo lo que yo imaginaba, sino lo que estaba escuchando.

—Y con Albertito, a ver —continuó—. Es muy complicado. Siempre ha sido con alguien… a modo muy pactado. La verdad es que es un poco ida de olla lo de este chavalín… Que yo creo que Lucía pasa un huevo de él, que no acaban ni el verano, pero joder, son novios a día de hoy… quieras que no… E irle de cara… en plan “eh, fóllate a mi mujer y yo miro". No sé, igual tiene que surgir. Una noche… Si eso, mira, mañana nos podríamos pillar un pedo con el chaval a ver qué pasa.

—¿Mañana por la noche?

—Sí.

—Na, viene Ana otra vez. Estará el fin de semana —respondí, chafándole el plan.

—¿La semana que viene curra otra vez?

—Sí, sí. Los agostos… es raro que se pueda coger días.

Aquel ligero cambio de tema me daba un respiro. No es que estuviera cerca de que mi pequeña excitación derivase en una tangibilidad visible, pero sentía que prefería que aquello no fuera a mayores. Sin embargo, fue entonces la nadadora quién hizo que mi mente no tuviera que imaginar; y mi figuración dio relevo a mis ojos, que se fijaban en una Belén que salía del agua y que después se secaba su melena oscura sin hacer aspaviento alguno, pero no podía evitar ni que su culo marcase con diligencia el bañador, ni que sus pezones revelasen, marcando la tela blanca, que el agua a aquellas horas estaba suficientemente fresca.

Y se acercaba a nosotros. Y mi cuñado no parecía mostrar alteración ni culpa.

—Oye, David. Vamos mañana, entonces. A lo de los hijos de Laura —dijo Belén, plantada frente a nosotros, con su pelo, casi siempre rizado, ahora liso por la humedad, enrollándose en su toalla.

—Psss —protestaba mi cuñado—. Pero si en el pueblo no hay nada.

—No seas pesado, David. Hay una juguetería que está muy bien. Lo sabes de sobra.

—Cómpralos por internet. Yo mañana salgo con el barco.

Belén protestaba. David también.

—¿Juguetería? ¿Qué edades tienen? —quise mediar yo.

—Mmm… Nueve y once —respondió Belén.

—Hombre… Yo tengo experiencia —le dije.

—¿En serio? ¿Me haces el favor de venir? Este es un… jeta.

—Estoy de vacaciones, Belén —protestó David.

—¿Y yo? ¿Y él? —le interrumpía su mujer, indignada.

—Pues nada, te ha tocado chico —sonrió David, dándome un pequeño toque en el codo.

—No, en serio. Que me da igual —dije y Belén me propuso quedar a las once de la mañana para salir hacia el pueblo, y yo acepté, y en seguida ella se marchaba, envuelta en su toalla amarilla, pidiéndole a David que hiciera el favor de no despertarla cuando fuera a acostarse.

—Siempre consigue lo que quiere… Ahí donde la ves —susurraba David, mientras su mujer se alejaba—. Oye, tengo peleas grabadas.

—¿Sí? —pregunté, al tiempo que mi teléfono se iluminaba.

—Sí, de las mías… en VHS… al final como solo tengo el video viejo aquí solo las puedo ver aquí.

—Sabes que lo puedes pasar a digital, ¿no? —le decía mientras veía que Ana me había escrito, y no atendí realmente a lo que me contestaba mi cuñado, pues leí en mi teléfono:

“Madre mía Sergio… te voy a matar… estoy muy cachonda… Estuve oliendo… a semen… en la oficina todo el día. Yo creo que hasta Luís o Diana tuvieron que sospechar”.

Tragué saliva. Me la imaginé un instante en la inmobiliaria, excitada, y con la camisa aún manchada… y con las bragas con aquellas gotas… Y le dije a David:

—Otro día veo contigo las peleas esas… Creo que me acostaré ya…

Y, tras decir aquello, sin mirarle, me ponía de pie, dispuesto a irme a mi dormitorio, y tecleé:

—¿Sí? ¿Muy cachonda? ¿Y pensando en qué? Cuéntame.
 
Me parece brutal. Ya lo he leido completo a traves de amazon y es muy bueno. No se si tanatos12 interactua pero me encantaria presguntarle un par de cosas. La tematica es brutsl y la forma de plasmarla es tensa, tensa...
 
CAPÍTULO 13


Jueves, 5 de agosto.
22.20 de la noche.


Recién encontrada Casiopea, casi completamente seguro de que aquel punto de luz era Antares, disfrutaba desde mi silla, en el jardín, de la penumbra, de la paz y de la soledad. Y ni siquiera era una soledad especialmente buscada o pretendida, sino que así se había dado prácticamente desde que había dejado a Ana en el trabajo.

No había sabido mucho más de ella, ni ella de mí y de mi tortuoso y cansado viaje en autobús. Tampoco le había dado demasiadas vueltas todo aquello de David, ni a que pudiera estar enfadado conmigo. Había estado sesteando, descansando, escapando de mi propia mente; tampoco la fantasía de mi mujer con aquel alemán me había trastocado; estaba convencido de que había sido algo puntual, casi una chiquillada, una tímida e inofensiva rebelión contra la monotonía inevitable de un matrimonio. Yo también había fantaseado alguna vez con alguna clienta que había venido a mi estudio, o con alguna compañera; algún homenaje puntual y olvidable.

Había incluso cenado solo en la casa. Sabía que Albert y Lucía habían salido con unos amigos de ella. De David y Belén no sabía nada.

Miré mi teléfono, no dejaba de ser extraño que Ana llevase tanto tiempo sin dar señales, así que le escribí un escueto “¿dónde te metes?”, simultáneamente a escuchar y sentir movimiento en la casa, y después pude ver cómo se encendía la luz del porche.

No tardó mi cuñado en hacer acto de presencia, con su casi tan clásico y añejo como la propia casa, pantalón azul de deporte, y con una camiseta gris. Caminaba hacia mí, bordeando la piscina, iluminado por aquella luz artificial, blanquecina, con una cerveza en la mano. Y no hizo falta que dijera nada, era curioso, pero solo por su caminar sabía que no tenía nada contra mí, a pesar de la evidencia de que me había ido de la lengua.

Me hizo un gesto, señalando su botellín, y alzó la voz:

—¿Quieres una?

—¡Sí, vale! —respondí, tras aclararme mi garganta seca.

Mi cuñado daba media vuelta y volvía a la casa, cruzándose con su mujer, que, vestida con un bañador blanco que se le ajustaba al cuerpo de manera impecable, venía con unas gafas de natación en una mano y con una toalla amarilla en la otra.

—¿Estuviste durmiendo por la tarde? —casi gritó ella entonces, para que pudiera escucharla.

—¡Sí, un rato! —respondí, mientras ella posaba su toalla sobre la verja que delimitaba la piscina y hacía por ponerse las gafas de nadar.

—¡Te íbamos a avisar para ir a la playa y tomar algo! ¡No estaba segura…! ¡Estaba la puerta cerrada…!

—¡Sí, bueno… durmiendo no sé! ¡Descansando seguro! —alzaba la voz desde mi posición, dudando si ponerme de pie.

Belén me preguntó después por Ana y le dije que vendría al día siguiente, a pasar el fin de semana, y después entró en el agua, y comenzó a nadar con una pericia peculiar, entrenada, que llegó a sorprenderme primero, y a relajarme después.

Escuchaba sus brazadas y su tenue pataleo, hasta que aquellos sonidos hipnóticos fueron solapados por el sonido de las chanclas de David, el cual rebasaba la piscina y llegaba hasta mí. Me ofreció la cerveza, se la agradecí, y después se sentó a mi lado y dijo en voz baja:

—Joder, cada año estoy más vago, este verano aún ni he subido la nevera del sótano.

Y se hizo el silencio. Simplemente mirábamos cómo nadaba Belén. Mi cuñado venía calmado, y con unas mejillas que delataban ardor y sonrojo. Le pregunté entonces por su tarde y me dijo que habían ido a la playa y que después habían tomado unas cervezas con un matrimonio. Deduje que él habría tomado cuatro por cada una que habría tomado Belén.

Lo conocía. No se guardaba nada. Sabía que querría sacarlo cuanto antes. Y así fue:

—Oye, Sergio. ¿Por qué coño se lo has contado?

Me quedé pensativo un instante. No había prueba alguna, por lo que dudé en hacerme el loco. Y fue él quien prosiguió:

—A ver. Y no me lo niegues. Porque no fue normal. Que a Ana le gusta gustar, cada vez que… aparece alguien nuevo tiene que dar la nota… pero fue exagerado.

—Qué quieres que te diga… —dije finalmente, tras un pequeño trago—. Si da igual. Total, no se lo ha creído.

Se hizo otro silencio. David miró su cerveza y la hizo bailar un poco dentro de su botellín. Belén tocaba un borde y volvía a impulsarse para hacer otro recorrido, en aquella piscina de no más de doce o trece metros de largo.

—A ver —continuó—. Que a mí me da igual, mientras todo esto no dé toda la vuelta y acabe en Belén. Que si Belén se entera que lo he largado sí que me la monta.

—Ana no va a decir nada, porque directamente no se lo cree.

—Que no se lo crea… qué quieres que te diga… me tira de un pie —dijo súbitamente, y con su habitual inquina hacia ella.

—Bueno, tampoco te pases —protesté por su tono.

—¿Qué pasa? ¿Me tiene que importar que se lo crea o no? —se revolvía, pero entre susurros, sin alzar la voz.

Sabía que era una batalla perdida la de su reconciliación. No encajaban, no había nada que hacer. Pero sí me molestaba que pretendiera hablar de ella con tono despectivo, sobre todo, estando yo presente.

—Está obsesionada con el deporte. Qué tía… —susurró entonces David, refiriéndose a su mujer, que nadaba, en un bucle perfecto, como un metrónomo que nos mecía.

Y yo pensé en Belén, y en él. Y era todo tan absurdo, y tan imposible, y a la vez tan posible, que acabé susurrando:

—¿Pero cómo es?

—¿El qué?

—Eso. O sea. A ver. Vais a un hotel con un tío… ¿va a vuestra casa? —pregunté, en tono muy bajo.

—¿Te quieres poner palote o qué? —rio—. No te lo voy a contar.

—No, joer. No me refiero al… acto en sí… sino a…

—¿La logística?

—Sí, eso es.

—No sé, tío. Es irrelevante el sitio. Y la logística más sencilla no puede ser —dijo, también entre susurros, y bebía de su cerveza, y no contaba nada más, pero yo sabía que le estaba costando contenerse.

—Pues yo la verdad… es que no le veo mucho la gracia. ¿Y con Albert cómo os va? —pregunté.

—¿Que no le ves la gracia, dices? —preguntó, casi más molesto que extrañado. Y yo asentí.

—Mira —dijo, acomodándose más en su silla, y mirando fugazmente cómo nadaba su mujer antes de mirarme a mí— te lo voy a explicar de una forma muy sencilla. Lo vas a entender muy fácil.

—A ver.

—Mira. ¿Tu primera paja cuando fue? ¿A qué edad? —me preguntó, sorprendiéndome un poco.

—Pues… Mmm… No sé. Sería… a los… doce… Por ahí.

—Vale. Pues recuerda ese momento. El de la primera. O de las primeras, me da igual.

—Vale. Sí. Más o menos lo recuerdo —respondí.

—¿Qué recuerdas?

—¿Físicamente?

—No, no. A ver. Tú, y todo el mundo… La sensación que tiene en esos momentos es la de… “coño, vaya descubrimiento, así que puedo hacer esto cuando quiera”, ¿no? O sea: “tengo la capacidad, yo solo, de sentir, de darme, este placer”.

—Vale. Sí. Cierto. Es verdad que pensé algo parecido —respondí, embaucado por él, como era costumbre cuando se ponía a teorizar.

—Como un descubrimiento podríamos decir, ¿no? —matizó.

—Sí.

—Vale. ¿Cuándo perdiste la virginidad?

—Pues… primer año de carrera.

—¿Diecisiete? ¿Dieciocho?

—Dieciocho ya.

—Vale. Pues similar. Es como subir el nivel. Otro estadio. Dices: “vale, a partir de ahora, el resto de mi vida, haré esto, y sentiré esto, que es la hostia, ¿no?”. Van dos niveles.

—Sí, vale. Ya veo por donde vas.

—¿Sí? Pues así de sencillo —dijo, recolocándose sobre su silla de nuevo, y después dio otro trago largo a su cerveza, finiquitándola, y yo intuía que estaba a punto de soltarse definitivamente.

—¿Así de sencillo? ¿Tercer nivel? —provoqué.

—Sí, eso es… —susurró—. Yo, cuando… vi a Belén por primera vez… con un maromo… dije: “hostia puta, esto es otro nivel”. No es ni mejor ni peor que la paja o follar. Bueno, mejor que una paja es. Pero digamos que es… otro rollo. Tan otro rollo… que después follar te sabe casi a… no sé, a poco tabú, a demasiado… normal.

—¿Sí?

—Sí… sigues follando y tal… solo faltaba, pero joder… A ver, Sergio, acércate… ¿tú sabes lo que es ver a tu mujer… espatarrada en tu cama… con la polla de un palomo… entrando y saliendo… y que te mire a la cara…? Joder… eso es tremendo, tío. Eso hay que vivirlo… Es que… lo que se siente… es como que cuando te la follas tú, sientes tú, pero cuando se la follan a ella y tú miras… te fijas más en ella… la ves más… que igual contigo lo da todo igual… pero ves como que lo da más todo, que es más… zorra… que está más buena… y la cara también del palomo, que te mira en plan… “joder… se me muere del gusto tu mujer aquí”. Joder Sergio, eso para cagarse vivo.

Yo tragué saliva. Mi mirada se iba a la piscina mientras sentía el cálido aliento a alcohol de mi cuñado en mi rostro. Y casi no daba crédito a que me contase aquello, en presencia precisamente de Belén… No daría crédito si no se tratase de David. Y miraba de nuevo a la piscina, y veía el nadar impecable de su mujer, y su culo, enfundado en aquel bañador blanco, casi sobresaliendo del agua, sugerente, duro, atractivo…

—Ya… bueno… Visto así… —alcancé a susurrar.

—Una noche… un chavalín… —prosiguió, con su rostro hacia mí—. El más joven con el que hemos estado… La mató, tío. Se les hizo de día. Yo dormía, me despertaba, dormía, me despertaba, y el chaval “pam, pam, pam”, como un puto martillo. Belén muerta. Durmió dos días seguidos después. Eso es la hostia. Y hasta la tienes más contenta... Contenta no es la palabra. Agradecida… No sé, calmada, en paz.

Yo le escuchaba, y veía nadar a Belén, e irremediablemente mi imaginación volaba a imaginarla entregada a otro hombre. Y me sentía un tanto culpable, y hasta culpable en nombre del propio David, pues veía tremendamente inadecuado, no solo lo que yo imaginaba, sino lo que estaba escuchando.

—Y con Albertito, a ver —continuó—. Es muy complicado. Siempre ha sido con alguien… a modo muy pactado. La verdad es que es un poco ida de olla lo de este chavalín… Que yo creo que Lucía pasa un huevo de él, que no acaban ni el verano, pero joder, son novios a día de hoy… quieras que no… E irle de cara… en plan “eh, fóllate a mi mujer y yo miro". No sé, igual tiene que surgir. Una noche… Si eso, mira, mañana nos podríamos pillar un pedo con el chaval a ver qué pasa.

—¿Mañana por la noche?

—Sí.

—Na, viene Ana otra vez. Estará el fin de semana —respondí, chafándole el plan.

—¿La semana que viene curra otra vez?

—Sí, sí. Los agostos… es raro que se pueda coger días.

Aquel ligero cambio de tema me daba un respiro. No es que estuviera cerca de que mi pequeña excitación derivase en una tangibilidad visible, pero sentía que prefería que aquello no fuera a mayores. Sin embargo, fue entonces la nadadora quién hizo que mi mente no tuviera que imaginar; y mi figuración dio relevo a mis ojos, que se fijaban en una Belén que salía del agua y que después se secaba su melena oscura sin hacer aspaviento alguno, pero no podía evitar ni que su culo marcase con diligencia el bañador, ni que sus pezones revelasen, marcando la tela blanca, que el agua a aquellas horas estaba suficientemente fresca.

Y se acercaba a nosotros. Y mi cuñado no parecía mostrar alteración ni culpa.

—Oye, David. Vamos mañana, entonces. A lo de los hijos de Laura —dijo Belén, plantada frente a nosotros, con su pelo, casi siempre rizado, ahora liso por la humedad, enrollándose en su toalla.

—Psss —protestaba mi cuñado—. Pero si en el pueblo no hay nada.

—No seas pesado, David. Hay una juguetería que está muy bien. Lo sabes de sobra.

—Cómpralos por internet. Yo mañana salgo con el barco.

Belén protestaba. David también.

—¿Juguetería? ¿Qué edades tienen? —quise mediar yo.

—Mmm… Nueve y once —respondió Belén.

—Hombre… Yo tengo experiencia —le dije.

—¿En serio? ¿Me haces el favor de venir? Este es un… jeta.

—Estoy de vacaciones, Belén —protestó David.

—¿Y yo? ¿Y él? —le interrumpía su mujer, indignada.

—Pues nada, te ha tocado chico —sonrió David, dándome un pequeño toque en el codo.

—No, en serio. Que me da igual —dije y Belén me propuso quedar a las once de la mañana para salir hacia el pueblo, y yo acepté, y en seguida ella se marchaba, envuelta en su toalla amarilla, pidiéndole a David que hiciera el favor de no despertarla cuando fuera a acostarse.

—Siempre consigue lo que quiere… Ahí donde la ves —susurraba David, mientras su mujer se alejaba—. Oye, tengo peleas grabadas.

—¿Sí? —pregunté, al tiempo que mi teléfono se iluminaba.

—Sí, de las mías… en VHS… al final como solo tengo el video viejo aquí solo las puedo ver aquí.

—Sabes que lo puedes pasar a digital, ¿no? —le decía mientras veía que Ana me había escrito, y no atendí realmente a lo que me contestaba mi cuñado, pues leí en mi teléfono:

“Madre mía Sergio… te voy a matar… estoy muy cachonda… Estuve oliendo… a semen… en la oficina todo el día. Yo creo que hasta Luís o Diana tuvieron que sospechar”.

Tragué saliva. Me la imaginé un instante en la inmobiliaria, excitada, y con la camisa aún manchada… y con las bragas con aquellas gotas… Y le dije a David:

—Otro día veo contigo las peleas esas… Creo que me acostaré ya…

Y, tras decir aquello, sin mirarle, me ponía de pie, dispuesto a irme a mi dormitorio, y tecleé:

—¿Sí? ¿Muy cachonda? ¿Y pensando en qué? Cuéntame.
En el canal de Aurigas también han un chico llamado tanatos. Curioso.
 
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