8. El alfarero de manos de hierro y terciopelo.
"Se conocieron. Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad nunca se había conocido. Y ella lo conoció a él y a sí misma, porque aun habiéndose conocido siempre, jamás se había podido reconocer así."
Estas frases del Barón rampante le sobrevolaron su memoria, viendo a R. junto a L. en ese trayecto de tres náufragos que dejaban un rastro de hormonas de brasas humeantes en la acera camino del estudio y hogar de su amiga libertaria y pasional. Ellas conversaban cómo si se hubieran sido amigas de toda la vida. Se reian y abrazaban mientras caminaban. Eran dos yeguas retozando y dándose carantoñas en un prado verde enmedio del asfalto y el humo de la cuidad. Y J. unos pasos detrás disfrutaba de ese momento de complicidad femenina. Rememoró el beso de antes entre esas extraordinarias mujeres y le vino a la cabeza el cuadro de Joseph Granié, con la intensidad y misterio que le produjo ser el espectador de esa entrega de almas soñadoras y sensuales. Se sintió un espíritu que podía observarlas sin ser percibido, un ángel del pecado, un demonio del exceso , que se alimentaba de la consecución del placer y la lujuria de sus vigiladas amantes.
Llegaron a una casa de dos plantas muy antigua. Las paredes contaban historias de tiempos mejores en su ladrillo gastado y visto, decorado con grafitis ofensivos para la dueña. R. los observó entre el estupor y la indignación y le preguntó a L.
.- Por qué no los borras? Son una asquerosidad y un insulto.
.- Cual de ellos cielo? Puta... lo soy. Zorra.. cada día más. Boyera... a tiempo parcial. Las pollas también me gustan... Ah! este... Guarra... no saben cuánto lo soy cuando follo. Los borraría si fueran mentira. Por ejemplo que hubieran escrito hipócrita o beata. Me cabrearia mucho. Esos los hubiera borrado con lanzallamas. Frigida también lo borraría.
Y soltó una carcajada que hizo que R. se sumase a esa declaración libertaria con más risas. Sin más abrió la puerta y entraron a ese recinto dónde todo podía pasar. Desdé la entrada y sin mirar atrás, como hacen los soldados al entrar en combate L. se dirigió a J.
.- Querido, sabés dónde están las cámaras verdad?
Agarrando el culo de R. la dirigió hacia el fondo de ese pasillo lleno de libros polvorientos y fotos de sus exposiciones colgadas en un desorden aparente. Nada en la cabeza de L. era un caos. Y estaban a propósito colocadas como un guión de cine. Primero miradas encendidas. Caricias suaves la seguían. Besos salvajes continuaban ese metraje imaginario. Y ese orden lógico, aparecían penetraciones y orgasmos velados. Caras de placer intenso y manos que apretaban carne extremecida y supurante. Y finalmente semen, saliva y sudor como premio a la desbocada lucha de cuerpos controrsionados como árboles supervivientes de tormentas y huracanes que se desgarran en un gemido de un huracán de deseo. Ese pasillo era el sendero hacia un tálamo dónde la vida y la muerte podían nacer y concluir en un instante eterno.
J. conocia esa casa y una vez allí se dirigió a la habitación dónde sabía estaban las cámaras fotográficas. En una gran estantería reposaban, cómo estatuas de un jardín de las delicias, esos polifemos modernos que capturaban el alma en un batir de alas de una tormenta de luz y sombras. No dudo en la elección, y con la excitación de un niño con un juguete nuevo, agarró con suavidad y respeto ese objeto de deseo que tanto le fascinaba. Era una Leica M Monochrom, la bestia del blanco y negro. Siempre había deseado tener una, pero no era su pasión máxima la fotografía. En él eran los libros lo que realmente le llenaban y le hacían ser quien era. Pero quién no desea alguna vez conducir un Ferrari?
Se encaminó hacia la sala, dónde sabía estaban esos ángeles de fuego volando entre nubes de tacto y sabor a miel calientes. Al traspasar la puerta las vio fundidas en un abrazo en él qué ni habia separación ninguna. En su mente se formó la imagen de hiedras que se retorcían una sobre la otra, trepando por un muro de suspiros y gemidos para fundirlas en una masa de barro humano qué moldeaba la más intensa pasión de dos cuerpos hambrientos. Ellas notaron su presencia y delante del él, como dos tentaciones de piel erizada y vaporosa comenzaron a desnudarse para su mirada de barro, de un alfarero de manos de hierro y terciopelo.
Se movian como serpientes de alma de odalisca, sin desviar sus ojos de los de J , en un mensaje sin palabras que le tatuaban la palabra pecado en su vientre palpitante. Click, un instante se capturó en una nube de datos ardientes.
Sus manos recorrieron sus intimidades con la serenidad de un arroyo de grumosas aguas del manatial de sus lujurias mientras caían como hojas de extrañas flores, sobre unas sábanas con el color de la excitación de las diosas del sexo que ahora encarnaban. Click.
Sus babosas salieron de la concha de sus bocas, e iniciaron el camino para calmar la sed en los recovecos ocultos del deseo de ser penetradas, por una corriente de lava que las convertian en fumarolas de un volcán de lascivia erupcionando. Click.
Sus grutas delicadas se acariciaban en una ritmica danza de vulvas que se besaban y frotaban como una mucama sacando brillo a la plata. Y la danza primero lenta, se aceleró para convertir el roce en un manatial de agua chapoteando en una cascada de vapor. Click.
Sus manos eran tenazas acarciando sus pezones, convertidos en desafiantes fresas que desafiaban la gravedad en un estallido de color y poros extenuados por el tacto del horno de sus gemidos apagados. Click.
Los garfios de sus falanges se introducian en la humedad, buscando tocar la tecla exacta dónde la realidad se volvía la fantasía estremecida de un salto al vacío, sabiendo no había red que las salvara de morir un instante eterno. Click. Click.
L. se incorporó asiendo un cetro doble, rugoso y grueso, un tronco iniesto de latex para poseer y poseerse cómo victima y verdugo. Primero asentó ese dilatador en su vientre, con los labios canibales mordiendo su dolor y placer. Y acomodada al extremo de sus músculos vaginales, cómo un tapón de un vino antiguo cierra la esencia de su aroma y sabor, comenzó a usurpar el cuerpo arqueado de R. Gimió con el grito de una martir orando. Click. Click.
Un alud atronador las poseyó. Un alud de sonidos arcanos, de una lengua perdida, salia de todos los huecos de sus cuerpos. Y las dos danzaron y saltaron sin importar la cadencia del chapoteo que se oia en cada embite de sus sexos. Eran dos luchadoras envueltas en sudor y flujo, con sabor al exceso de sus hormonas bullendo en una olla a presión. Click. Click. Click.
Exhaustas de tantas pequeñas muertes se abrazaron como dos trémulas flores flotando entre el agua y el cielo que habían tomado por asalto. Se quedaron insertadas aún y sólo podian mirarse la una a la otra, sólo podían besarse con el mimo de una madre, de un amante lejano, sólo podian acariciarse para sentir la seda de sus pieles rasgadas por miles de espasmos que parecían no parar nunca, y las hacia apretar más sus cuerpos para exprimir hasta la última descarga eléctrica que recorría su espina dorsal que habia transmutado en una antorcha de fuego blanco. Click. Click. Click. Clik.
Pero aún habia energía en esas devoradoras del placer. Despacio, con la suavidad de una gota de rocío deslizándose por una hoja de parra, se fueron sacando ese mástil que la hizo girar en un huracán de espasmódicos temblores. Avanzaron como gatas en celo hacía J. Click. Click. Clik
De rodillas, con la fe de los conversos, acariciaron las piernas, el trasero y vientre de él. J. no dejó el ojo de cíclope en reposo y apretaba el disparador preso de la embriaguez del qué es adicto a un exceso existencial. Le desabrocharon el cinturón, lamieron sus piernas, bajaron su boxer y dos gargantuas sincronizadas vestian de aliento y saliva de dragonas rameras el palonmayor que desafiaban el viento de Levante. Click. Click. Click....
Se turnaban en engullir y cuidar cada vena hinchada, cada pliegue de su glande carmesí. A duo compartieron la primera gota de nácar que brotó del tallo de lirio que deseaban exprimir. Sus lenguas saboreaban ese preludio de nevada y sus manos no dejaban de amasar los músculos tensos de ese creador de instantes inovidables. J. no pudo contener la tromba nivea que se avecinaba llegar.
Un geiser brotó con la fuerza y cantidad de una presa colapsada. Abrieron sus bocas como gárgolas y se maquillaron con la esencia jabonosa de un siervo de sus perversiones. El botón se atascó y lanzaba ráfagas mientras se limpiaban una otra, y a él, con sus lenguas relamiendo cada espeso reguero de el alimento de los dioses. Hilos de un fulgor caliente las unía y ellas las succionaban como se come spaghettis en un restaurante italiano.
Y no paraban de mirarlo, con la alegría del que sabe qué la felicidad es un ahora. Con la seguridad de que se conocían y descubrían. Y a la vez se desconocian. Era una espiral de almas entrelazadas en unas sábanas mojadas. Click. Click. Click. Click.Click...
Batería baja. Off.
J. cayó encima de sus vampiras amadas y se fundió en un ósculo tripartito con sabor a su interior liberado. Un sonido impreciso les alertó, y girando sus cabezas vieron dos ojos encendidos que les miraba con la sorpresa del arqueólogo de una nuevo hallazgo increíble.
.- Hola Gotti, ven con nosotros.