Lo que queda de mí después de un día entero...

mostoles

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24 Jun 2023
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No sé cómo llegué a casa. Ni en qué momento me quité el sujetador en el baño del hospital porque me apretaba demasiado… o si fue antes, en la planta cuatro, mientras firmaba el último informe. Solo sé que volví como se vuelve de la guerra: reventada, con la camiseta pegada al cuerpo, oliendo a sudor, y la piel marcada por el día.
Nada más abrir la puerta, la vi: mi hija, dos años, coleta torcida, sonrisa infinita. Me pidió brazos. Me pidió atención. Me pidió todo.
Y yo… sin tiempo ni para cambiarme, sin bragas, con el pantalón a medio abrochar y la camiseta que olía a mí, me agaché, la alcé, y la abracé tan fuerte como si con eso pudiera lavarme el cansancio.
En el salón, él estaba viendo el partido. Con ellos. Con sus amigos. Me vio pasar de reojo… y gritó:
—¡Cariño! ¡Tráete unas cervezas!
No fue una pregunta. Fue una orden. Una flecha lanzada al cuerpo sin escudo. Como si mi día entero no pesara. Como si mis pies no dolieran. Como si yo no existiera más allá de esa función.
No dije nada. Fui a la cocina. La niña lloraba. Él reía con la pantalla. Y yo me deslicé por la encimera, con esa camiseta vieja que ya no cubre nada… y sin embargo lo esconde todo. Aún oliendo a pasillos, a esfuerzo, a mí.
El móvil vibraba en el bolsillo. WhatsApp: mi amiga del alma, esa que siempre sabe leer entre las ojeras. “¿Sobreviviste?” —me ponía—. Y sí, pero solo por inercia.
Y el foro… claro. Siempre ahí. Como una ventana que se abre cuando la casa aprieta. Algunos comentarios intentando insultar, menospreciar, apagarme. Pero otros… otros que me dan ganas de responder. Porque lo merecen. Porque tocan justo donde no me duele, sino donde aún me vibra.
 
Última edición:
—Haz unas pizzas para cenar, que hay hambre…

Lo dijo con voz alta, segura, de macho que presume.
Para que lo oyeran desde el salón, entre cervezas abiertas con las manos y risas de fondo.
Para seguir interpretando su papel de hombre servido, de dueño del territorio.

—Que si no, esta noche no rendimos, ¿eh?

Y entonces empezó la función de los otros.
La de siempre.
La de los hombres cuando creen que una puerta cerrada los vuelve invisibles.

—A ella ya la darás de comer salchichón después del partido…
ya no chupa, ¿no? ¡Jajajaja!

Y las carcajadas fueron más fuertes.
Más sucias.
Más crueles.
Como si mi cuerpo fuera parte del menú.
Como si yo, con la niña dormida encima y la leche seca marcándome el pecho, pudiera seguir jugando al deseo que ellos entienden.

—Tío, antes sí que estaba buena… cuando era tu novia.
Ahora… mírala.

—No te flipes —añadió otro—, aún es follable.

—Bah, una vez que las follas por detrás, ya no interesan… ¡jajajaja!

Yo no pestañeé.
Ni un movimiento.
Pero me rompí en silencio.
Un crujido interno, sordo, como una tabla de madera vieja al pisarla.

Me olí.
Sudor.
Urgencias.
Leche agria.
Tiempo vencido.

Y me di asco.
Asco por no reaccionar.
Por seguir ahí.
Por tragarme cada frase como si no fuera conmigo.
Y justo entonces, el móvil vibró.
No era el foro.
Era ella.
Mi amiga.

"Joder, tía… no me has contado nada de qué pasó en las fiestas. Yo no triunfé… ¿y tú?"
 
"Joder, tía… no me has contado nada de qué pasó en las fiestas. Yo no triunfé… ¿y tú?"

Y yo solo respondí:

"No pasó nada. Me fui pronto a la cama."

Mentira.
Pero no tenía fuerzas para explicar otra verdad.
Una más.

Justo entonces lo oí venir de nuevo.
Pasos firmes, torpes, seguros.
Abrió la nevera. Sacó más cervezas.
No dijo nada al principio.
Solo me miró de arriba abajo, como si revisara una lista de supermercado.
Como si calculara cuánto quedaba de mí para esta noche.

Yo me serví una copa de vino.
No por gusto.
Por necesidad.
Por tener algo en la mano que no fuera rabia.

Y entonces lo soltó, como si hablara con su sombra:

—Acuesta a la niña, joder… no son horas.

Y sin más, como si me perteneciera, como si mi cuerpo fuera un interruptor, me apartó el pantalón con dos dedos.
Sin ternura.
Sin pausa.
Solo abrió.
Y me tocó.

La vagina seca.
Fría.
Cerrada.

Me dio un pico, rápido, sin boca.
Como un gesto aprendido, no sentido.
Y murmuró, sin soltarme:

—Apestas, cariño.
Pero hueles a mujer…

Y se llevó los dedos a la nariz.
Como si esa fuera su forma de probarme.
De recordarse que aún podía.
De marcar territorio.

—Trae las pizzas y la cerveza, anda.

Y volvió al salón.
Otra vez.
Como si no me hubiera tocado.
Como si yo no estuviera ahí, con la copa en la mano, la niña dormida, y el cuerpo entero pidiendo algo que no sabía si era un grito o una fuga.
 
Bebí dos copas de vino.
Seguidas.
Sin pensar.
Sin saborearlas siquiera.
Solo quería algo que empujara hacia abajo el asco, el temblor, el silencio que me estaba tragando por dentro.

Él ya se había ido al salón.
Otra vez.
Como si no me hubiera tocado.
Como si no me hubiera olido entre las piernas y llamado "mujer" como se dice "cosa".

Acuesté a la niña.
La cuna crujió un poco.
Ella se giró y murmuró algo entre dientes.
Le di el pecho, casi sin pensarlo, como un gesto aprendido.
Buscó el pezón con la boca caliente, y se enganchó enseguida.
El otro goteaba solo, hinchado, tenso, manchándome la camiseta ya manchada.
Pero ya me daba igual.

Con 25 años.
Y verme así.

Sola.
Sudada.
Con ojeras que ya no se borran.
Con el cuerpo abierto como una herida que nadie mira.
Sosteniendo una vida con una teta, y la mía entera con el silencio.

Volví a la cocina.
Saqué las pizzas del horno.
Corté los trozos sin ganas.
Serví las cervezas como quien rellena el depósito de un coche que no es suyo.

Y entré al salón.

Las risas ya llenaban el aire.
Ellos, estirados en el sofá, riendo fuerte.
Hablando del partido.
De otras mujeres.
De mí sin saber que hablaban de mí.

—Eso es, cariño… así sí —dijo él, sin mirarme de verdad.
 
Fui a la cocina.
Otra vez.
A por otra copa de vino.
A llenarme la boca de algo que no fuera silencio.
Y me comí un trozo de pizza fría, como quien se traga una piedra.
Por tener algo que ocupar en el estómago.
Por no quedarme tan vacía por dentro.

Y entonces… al volver.
Justo antes de cruzar la puerta del salón.
Los escuché.

Ya no era disimulo.
Ya no eran frases en voz baja.
Ya no tenían filtro.
Solo lengua, cerveza y testosterona mal digerida.

—Joder, tío… yo no me la fo-o.
Está hecha polvo.
A ver si te ligas a Ainhoa, macho…

—Eso es que está mal follada —saltó otro—. traga…O escupe ?

Risas.
Fuertes.
Nerviosas.
Cómplices.

—La mía por detrás no le cabe
¡Jajajaja!

Y otra vez esas carcajadas que no eran risas, eran ladridos.
Ruidos de hombres que creen que las mujeres somos piezas de carne con fecha de caducidad.

Me quedé ahí.
Detrás del marco de la puerta.
Sin moverme.
Con la copa en la mano.
Y el vino, por primera vez… no me ardió.
Me enfrió.
Me congeló algo por dentro.
 
Me quedé ahí.
Detrás del marco de la puerta.
Sin respirar.
Como si si no hacía ruido… no fuera real.

Tenía la copa en la mano.
Y por primera vez, no era un consuelo.
Era un ancla.
Un peso de cristal entre los dedos que evitaba que me rompiera del todo.

El vino ya no ardía.
Me enfrió.
Me congeló algo por dentro.
Una parte de mí que antes callaba…
y ahora, por primera vez, empezaba a mirar.

No entré al salón.
No fingí.
No llevé las servilletas que faltaban.
No pregunté si querían postre.
Solo me giré.
Y volví a la cocina.

Me senté en el suelo.
Sí, en el puto suelo.
Con las piernas abiertas, el culo frío sobre las baldosas, y la espalda apoyada en el armario de debajo del fregadero.

Ahí, entre migas, restos de harina seca y el zumbido lejano de su risa,
me serví otra copa.
La cuarta.
La última.
Y me la bebí como quien apaga un incendio con gasolina.

Pensé en levantarme.
Pensé en llorar.
Pensé en gritar, salir al salón y decirles uno por uno lo poco hombres que eran.

Pero no.
 
Pero no.

No grité.
No rompí ningún plato.
No les lancé la copa a la cara.
No dije ni una palabra.

Solo me levanté.
Despacio.
Con el cuerpo cansado, el vino instalado en las venas y la ropa pegada como una segunda piel marchita.

Subí las escaleras sin hacer ruido.
Sin mirar atrás.
Como si no hubiera un salón lleno de carcajadas, ni un sofá con mi nombre reducido a broma.

Me fui a la cama.
Sin ducharme.
Así.
Sucia.
Usada.
Con 25 años y el cuerpo oliendo a todo lo que no quiero ser.

Con la leche seca en el pecho.
Con el sudor del día aún vivo entre mis piernas.
Con las palabras de ellos repitiéndose como un eco sucio en la cabeza.

Me tumbé sin quitarme la camiseta.
Sin deshacer la cama.
Sin apagar el móvil.
Porque en el fondo…
necesitaba que algo brillara en medio de esa oscuridad.

Y pensé.
En mí.
En lo que era.
En lo que fui.
En lo que sigo siendo, aunque nadie lo note.

No soy una víctima.
Ni una santa.
Ni una puta.
 
Soy una mujer con el cuerpo vencido…
pero el alma aún de pie.

Y entonces, se hizo el silencio.
Se acabó el partido.
Se apagaron las risas abajo.
Y escuché sus pasos.

Esa forma de subir la escalera.
Pesado.
Seguro.
Como quien viene a reclamar algo que cree suyo.

Abrió la puerta sin llamar.
Sin mirar mucho.
Solo empujó.
Y entró.

—¿Ya estás en la cama? —murmuró, con la voz cargada de cerveza y ese tono que mezcla deseo con costumbre.

Yo no contesté.
No podía.
No quería.
Solo me giré hacia la pared.
Con la camiseta pegada, la entrepierna aún húmeda del día,
y la espalda temblando de cansancio.

Él se desnudó con torpeza.
Dejó la ropa en el suelo,
se subió a la cama como si nada,
y me buscó por detrás.

Como tantas noches.
Como si yo fuera solo temperatura.
Una carne abierta a su antojo.

Me pasó la mano por la cadera.
Y bajó.
Rozando.
Apretando.
Y susurró:

—Estás caliente, ¿no?
 
—No.
Pero haz lo que veas.

Mi voz no tembló.
No gritó.
No suplicó.
Solo salió así, seca, como una toalla olvidada en el suelo del baño.

Él se quedó quieto un segundo.
Quizá dudando.
Quizá sorprendido de que yo no jugara esta vez al “no pero sí”.

Y entonces, su voz:

—¿No me la vas a chupar?

Ni siquiera me giré.
Ni lo miré.
Solo le respondí, aún de espaldas, con la cara hundida en la almohada:

—Métela.
Córrete.
Y déjame dormir.

El silencio que siguió duró un segundo.
O una vida.
No lo sé.
Solo sentí el colchón hundirse más.
Su cuerpo acercarse.
La erección buscándome como un perro desorientado.

Y yo…
quieta.
Fría.
Húmeda solo por dentro.
Por dentro del alma, no del cuerpo.

Entró sin ceremonia.
Sin beso.
Sin nombre.
Como quien pone una moneda en una máquina que ya no suena.

Y mientras se movía…
yo contaba las grietas del techo.
Las veces que he fingido.
Las que he callado.
Las que me he traicionado solo por no discutir.

No gemí.
No respondí.
No me moví.

Y él, cuando terminó, ni me tocó el pelo.
Ni dijo nada.
Solo se giró y empezó a roncar.
 
Esta mañana, recién duchada, bajé antes que nadie.
El pelo aún húmedo.
La piel limpia.
Esa sensación fugaz de haberme quitado la noche de encima.
El sudor, la leche seca, el semen que no pedí.

Preparé café.
Negro.
Solo.
Como mi ánimo.

Necesitaba imprimir un justificante de la guardia.
Ni ganas tenía.
Pero lo hice.
Por costumbre.
Por no detenerme demasiado en cómo me sentía.

Encendí el ordenador.
El suyo.
Porque el mío estaba sin batería.
Y ahí estaba.
WhatsApp Web.
Abierto.
Sin cerrar sesión.
Como si el universo, por una vez, quisiera que viera.

Y vi.

“Ainhoa”
Ni siquiera guardado con nombre.
Solo un corazón rojo.

19 años.
Cuerpo nuevo.
Boca sin cansancio.
Mensajes con menos ropa y más veneno.

"¿Te la has follado ya hoy? La ladilla esa seguro que ni te toca."

"Te tiene amargado, pobre…"

"Tienes que dejarla ya. Está acabada. Parece una zorra vieja."

Y él…
respondiendo con frases rápidas.
Con fotos.
Con ganas.
Con esa energía que a mí no me dedica ni cuando estoy desnuda, abierta, disponible.

"Me pongo cachonda solo de imaginarte entrando sin avisar, mientras duerme esa zorra..."

Zorra.
Ladilla.
Vieja.

Y yo ahí.
Recién lavada.
Con la piel aún tibia por el agua caliente.
Con el pecho seco.
El alma… no.

No lloré.
No dije nada.
Solo sentí que algo dentro de mí se quebró…
y no hizo ruido.

¿Alguna vez habéis estado tan limpia por fuera…
que dolía más la mugre que os dejaron por dentro?
 
Joer P. Está escrito de forma fantástica, pero me da mucha pena que esa sea tu realidad. Ahora entiendo lo cansada que estabas ayer. Si necesitas desahogarte, ya sabes donde encontrarme, cielo...Un beso enorme, cielo.
 
Esta mañana, recién duchada, bajé antes que nadie.
El pelo aún húmedo.
La piel limpia.
Esa sensación fugaz de haberme quitado la noche de encima.
El sudor, la leche seca, el semen que no pedí.

Preparé café.
Negro.
Solo.
Como mi ánimo.

Necesitaba imprimir un justificante de la guardia.
Ni ganas tenía.
Pero lo hice.
Por costumbre.
Por no detenerme demasiado en cómo me sentía.

Encendí el ordenador.
El suyo.
Porque el mío estaba sin batería.
Y ahí estaba.
WhatsApp Web.
Abierto.
Sin cerrar sesión.
Como si el universo, por una vez, quisiera que viera.

Y vi.

“Ainhoa”
Ni siquiera guardado con nombre.
Solo un corazón rojo.

19 años.
Cuerpo nuevo.
Boca sin cansancio.
Mensajes con menos ropa y más veneno.

"¿Te la has follado ya hoy? La ladilla esa seguro que ni te toca."

"Te tiene amargado, pobre…"

"Tienes que dejarla ya. Está acabada. Parece una zorra vieja."

Y él…
respondiendo con frases rápidas.
Con fotos.
Con ganas.
Con esa energía que a mí no me dedica ni cuando estoy desnuda, abierta, disponible.

"Me pongo cachonda solo de imaginarte entrando sin avisar, mientras duerme esa zorra..."

Zorra.
Ladilla.
Vieja.

Y yo ahí.
Recién lavada.
Con la piel aún tibia por el agua caliente.
Con el pecho seco.
El alma… no.

No lloré.
No dije nada.
Solo sentí que algo dentro de mí se quebró…
y no hizo ruido.

¿Alguna vez habéis estado tan limpia por fuera…
que dolía más la mugre que os dejaron por dentro?
Apetece pensar que es solo literatura. Solo una licencia de tu imaginación. Porque encoge un poco (bastante) el alma. Pero el sol vuelve a salir. Lo mismo que el deseo. Y el afecto. Cuídate. Seguro que sabes hacerlo. Y lo necesitas. Y por aquí tienes hombros donde apoyarte. Y seguro que en más sitios. No escatimes tiempo ni esfuerzos en buscarlos.
 
Busca apoyo emocional, y calibra tu situación y la de tu pareja. Tenéis una persona externa buscando la discordia dentro.
 
No sé qué nos ha impactado más, si la tremenda calidad literaria, o la terrible realidad que describe.
No te conocemos de nada, pero ante la posibilidad de que pueda contener siquiera una pequeña parte de autobiografía, te mandamos un fuerte abrazo.
 
Esta mañana, recién duchada, bajé antes que nadie.
El pelo aún húmedo.
La piel limpia.
Esa sensación fugaz de haberme quitado la noche de encima.
El sudor, la leche seca, el semen que no pedí.

Preparé café.
Negro.
Solo.
Como mi ánimo.

Necesitaba imprimir un justificante de la guardia.
Ni ganas tenía.
Pero lo hice.
Por costumbre.
Por no detenerme demasiado en cómo me sentía.

Encendí el ordenador.
El suyo.
Porque el mío estaba sin batería.
Y ahí estaba.
WhatsApp Web.
Abierto.
Sin cerrar sesión.
Como si el universo, por una vez, quisiera que viera.

Y vi.

“Ainhoa”
Ni siquiera guardado con nombre.
Solo un corazón rojo.

19 años.
Cuerpo nuevo.
Boca sin cansancio.
Mensajes con menos ropa y más veneno.

"¿Te la has follado ya hoy? La ladilla esa seguro que ni te toca."

"Te tiene amargado, pobre…"

"Tienes que dejarla ya. Está acabada. Parece una zorra vieja."

Y él…
respondiendo con frases rápidas.
Con fotos.
Con ganas.
Con esa energía que a mí no me dedica ni cuando estoy desnuda, abierta, disponible.

"Me pongo cachonda solo de imaginarte entrando sin avisar, mientras duerme esa zorra..."

Zorra.
Ladilla.
Vieja.

Y yo ahí.
Recién lavada.
Con la piel aún tibia por el agua caliente.
Con el pecho seco.
El alma… no.

No lloré.
No dije nada.
Solo sentí que algo dentro de mí se quebró…
y no hizo ruido.

¿Alguna vez habéis estado tan limpia por fuera…
que dolía más la mugre que os dejaron por dentro?
Brutal lo q estas escribiendo. Como lo estás describiendo... te estás desnudando ante el foro, pero no de la manera q todos creíamos, es un relato digno de seguir con el, sin necesidad de lo q todos siempre piden, una foto o lo q sea... te estamos viendo el alma, sea la tuya o la de una chica como muchas en su casa con un marido así...
A mi también me duele lo q leo, pero no te voy a decir q me tienes para lo q necesites, porque algo me dice q seas tu, o una chica... vas a hacer cosas... liberación con todo el estilo... darte a ti misma lo q ninguno de ese salón ni la tal ahinoa cree q tengas.
 
poesía hiperrealista, cruda, brutal, contundente, desgarradora. Una obra literaria que debería trascender este foro, obligadamente.
 

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