mikel76
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- 10 Jul 2024
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Mi mujer Verónica y yo estábamos empezando a levantar cabeza. La adolescencia de nuestra hija, había sido complicada; chicos (y chicas), fiestas, borracheras... De todo lo divertido, mucho. De estudiar, nada. Parecía que eso cambió cuando repitió su último año de instituto. Ese verano aprobó y entró en la universidad.
Fue el primer verano tranquilo en años. Verónica y yo queríamos aprovecharlo. Hasta empezamos a plantearnos dar un paso más en nuestra relación. Nos apuntamos a grupos de intercambio en internet y comenzamos a curiosear locales swingers.
Pero todo era un espejismo. Durante los primeros meses de universidad de Sonia, mi hija, habían sido un desastre. Apenas aparecía por casa, podía salir un viernes por la tarde y no sabíamos nada de ella hasta el lunes que aparecía para coger los libros y volver a irse a la universidad (o eso decía ella)
Un viernes por la tarde, cuando Sonia iba a salir de casa la cogí por banda y la advertí. Estaba a un par de semanas de los exámenes, no había abierto un libro desde que comenzó el curso y debía ponerse las pilas. Me dijo que no me preocupara, que lo sabía y, dándome un beso, se marchó.
Iba vestida con una faldita negra y un jersey sin nada debajo más que el sostén. Se cubría con un abrigo largo. Sonia medía mas de 170. Era delgada y estilizada. Sus piernas, largas y suaves, eran más bien tirando a flaquitas. Tenía un culo pequeño, redondo, respingón, duro como una piedra. El tamaño de sus tetas lo había heredado de su madre. Dos pechos grandes, redonditos y perfectamente turgentes, desafiaban a la gravedad cuando se quitaba el sujetador. Tenía unos pezones pequeñitos, duros, marroncitos y en uno de ellos lucía un pircing. A mi me parecían preciosas y cuando ella, con naturalidad, andaba desnuda por la casa, a mi se me caía la baba pese a que en el fondo pensaba, que joder, era mi hija. Tenía un pelo rojizo rizado cortado a media melena, rodeando una carita angelical, con ojos verdes, una monas pequitas en las mejillas, de por sí un poco enrojecidas y unos labios grandes, rojos y jugosos. No es porque sea mi hija, pero estaba buena que te cagas.
Esa noche Vero y yo no salimos. Vimos una peli en casa, nos tomamos unas copas de vino y echamos un polvazo en el sofá. Verónica era un mujerón con todas las letras. A sus cincuenta, tenía un cuerpazo de infarto. quien tuvo, retuvo. Casi metro ochenta de altura, con una piernas largas, grandes, fuertes y prietas. Un culazo que era una maravilla y un pecho que... bueno, tenía unos tetones con unos pezones rosas gigantes que me volvían loco. Su cara no reflejaba para nada su edad salvo por unos mechones blancos de su pelo que antaño fue pelirrojo aunque ya le había oscurecido. Conservaba sus pequitas y tenía una sonrisa enorme con unos labios grandes y jugosos.
Verónica se fue a la cama y yo me quedé viendo la tele... Las 2:30 y la niña sin venir. Tenía un cabreo de la leche. Apagué la luz, baje el volumen de la tele y me senté a esperar. Irremediablemente, me quedé dormido. Me despertó el ruido de la puerta. Era la niña, miré el reloj. Las 6 de la mañana... Cagüenlaniña... pensé.
De manera inocente asomó la cabeza por la puerta. Encendí la luz pequeña y ella preguntó:
- ¿Papá....? ¿Qué haces ahí a estas horas?
Su tono balbuceante indicaba que venía como una peonza.
- Pero que... ¡¿Qué?! ¿Qué qué hago aqui? ¿Yo? ¿Qué pollas haces tú llegando a estas horas de la calle? ¿Qué coño hemos hablado hace menos de 12 horas?
- Es que a Amaia le ha dejado el novio y la pobr...
- ¡Ni Amaia ni cristo en bote, joder!
Yo intentaba susurrar para no despertar a Vero y que se liara más la cosa pero me era casi imposible no gritar. Así que Vero se levantó desnuda, encendió la luz y se quedó en la puerta del salón medio dormida aún. La niña se había quedado petrificada mirando a su madre. Con la boca abierta como una pasmarote sus ojos se clavaron en el pecho de mi mujer y después en el pequeño triangulito de vello justo encima de aquellas labios carnosos, evidentes y depilados. No sé el por qué de aquella reacción. Era normal vernos a los tres desnudos por la casa.
Verónica se encorvó y se acerco a mirar a Sonia con los ojos medio guiñados. La olfateó un par de veces. Empezó la tormenta.
- joder, que pestuzo a alcohol... ¡¿Y que más has tomado?! ¡Responde!
- ¿Qué dices, mamá? Me he tomado un par de cer...
- ¡Y de whisky! ¡Te apesta el aliento a whisky! ¡Y dime qué más has tomado! ¡Tienes las pupilas como platos!
- ¡¡¡Que no he tomado nada, puta paranoica!!!
Como un resorte, me levanté y agarré del brazo a la niña. Desprevenida, me senté en el sillón y me la puse sobre mis rodillas, boca abajo para darle una buena azotaina.
- ¡Así no hablas tú a tu madre y mucho menos, delante de mi, niñata!
No quería hacerla daño, solo bajarle los humos (también descargar mi frustración). La comencé a azotar con firmeza pero sin mucha fuerza. Ella no dejaba de forcejear, lo que unido a mis palmadas, hizo que la faldita empezara a subirse. Sonia empezó a llorar y a gritar pidiendo perdón a su madre. Yo pare y su madre se lanzó con lágrimas en los ojos al culo de nuestra hija, le besaba y le acariciaba con ternura mientras le decía, "pobre... Ya pasó, cariño... No pasa nada..."
Solo de ver el culo de mi hija mientras mi mujer, desnuda, inclinada sobre ella, le besaba las nalgas, con sus grandes melones colgando, me puso muy palote. Yo seguía con la mano apoyada en su culo cuando me percate que notaba algo raro. Mi mano rozaba unos pelillos e, inmediatamente me di cuenta que no llevaba bragas.
- ¿No llevas bragas?
- ¡No lleva bragas! - respondió su madre.
- ¡¿También te las has dejado en casa de Amaia?! ¡Cacho de...!
Reanudé la azotaina pero esta vez más flojo, más rápido e intentando rozar ligeramente ese papito que asomaba entre sus piernas. Su madre, de rodillas en el suelo, miraba la escena. No pude continuar mucho. Mi pene duro estaba aprisionado bajo el brazo de Sonia y con sus movimientos, me lo meneaba, hasta el punto de sentir que me iba a correr... Solté a la niña, salió corriendo y se encerró en su cuarto con un porrazo.
Vero seguía de rodillas en el suelo, desnuda, sentada sobre sus tobillos. Yo, sentado en el sofá. Tenía el nabo medio fuera del calzoncillo por la erección. Nos miramos a los ojos y pensamos lo mismo, "¿Qué ha pasado aquí?" En eso que bajó la mirada y, cuando vio mi falo, la expresión de sus ojos cambió. Se acerco a cuatro patas y me empezó la lamer el escroto. Su lengua húmeda y caliente daba largas y lentas pasadas por mis pelotas y me mordisqueaba mientras con la mano subía y bajaba mi pellejo. De vez en cuando, se metía el glande en la boca. Lo mojaba para seguir pajeándome mientras se metía mis pelotas en la boca. Ella sabía que así, me corría en dos minutos y disminuiría mi cabreo casi del todo. Y además, estaba aún cachondo de la masturbación involuntaria que me había proporcionado Sonia.
Y así fue. En un suspiro eyaculé sobre mi barriga mientras Vero seguía masajeando con una mano mis pelotas y con la otra mi tranca. Me lavé y nos fuimos a dormir.
Al día siguiente no me creía lo que estaba viendo. A las 11 de la mañana Sonia estaba en su habitación sentada en su escritorio estudiando. Su cuarto estaba perfectamente recogido y con la cama hecha. A partir de ahí se centró y se puso kas pilas a estudiar.
Las siguientes semanas fueron tranquilas, salvo una noche. No solíamos tener grandes sesiones de sexo en casa. Esas las guardábamos para las escapadas, algún parque, la playa... Pero sí echábamos 2 o 3 polvetes a la semana. Esa noche estábamos dándole. En esos momentos tenía a Vero a cuatro patas en el borde de la cama. Yo, de pie frente a su culo, me la follaba con ganas. De repente, vi algo moverse por el rabillo del ojo. Sin parar de embestir aquel culazo, gire disimuladamente la cabeza. Allí estaba Sonia, medio camuflada tras la puerta, observando con detenimiento el espectáculo. - Vaya. - pensé - la ratita tiene curiosidad. Pues vamos a satisfacerla...
Le pedí a Vero cambiar de postura. Se dio la vuelta y se tumbó boca arriba con la cabeza colgando al borde del colchón. Le metí la polla en la boca y comencé a follármela. Ya no me cortaba y de vez en cuando, giraba la cabeza y dirigía la mirada directamente a aquella silueta agazapada tras la puerta. En un momento dado, quise que viera mejor como se la clavaba a su madre. Levanté la pierna y la apoyé en la cama. Así quedaba todo mucho más expuesto desde el punto de vista de Sonia. Me estiré y comencé a masturbar a Vero, yo también la tenía tomada la medida y sabia como hacerlo para que se derritiera entre mis dedos.
Avisé a Vero entre susurros:
- me corro, estoy a punto
- yo también, dame más...
Aumenté el ritmo de mis dedos, y empezó a gemir sin sacar mi miembro de su boca. Un torrente de líquidos salieron de su chochete. Inmediatamente, comencé a correrme yo también dentro de su boca. Cuando terminé me incorporé y me puse de lado para que me viera bien como le pasaba la polla y las bolas por la cara a su madre, aún pringada de todo el esperma que no llegó a tragarse. Me dirigí al WC y vi como desaparecía instantáneamente.
Al día siguiente, cuando me levanté, estaba en la cocina desayunando.
- Buenos días, - la dije - ¿Qué tal has dormido? Creo que te oí paseando a las tantas...
Sin levantar la vista del café, contestó casi susurrando.
- Es que oí ruidos y me desvelé. Tengo que irme a llevar a la uni un trabajo para el último examen de mañana. Adiós, papi. - me dio un beso, cogió sus cosas y se marchó. Cuando me dió el beso pude ver que estaba colorada como un tomate. Vaaaale, ya sé que te da vergüenza porque sabes que lo sé. Además, esa forma de llamarme "papi" tan típica, desde pequeña, de querer pedirme algo.
Terminaron los exámenes y las cosas volvieron a torcerse. Otra vez borracheras, fiestas y demás. Una tarde de viernes su madre y yo tuvimos una cita y llegamos más tarde del trabajo. Entramos en casa, Sonia estaba en la ducha. Vero se quedó en la cocina. Yo me fui a la habitación a quitarme la ropa. Cuando pasé por la habitación de Sonia, casi sin mirar pensé, "joder, es que no hace ni su cama..." Pero algo no me acababa de cuadrar, di un paso atrás y volví a mirar. ¡Uno de los consoladores de su madre y un bote mío de lubricante estaban encima de su cama! Era uno de los primeros que le regalé , nos encantaban los juguetes. Era azul, muy cantoso, de unos 22 cm, gordo, venoso, con testículos, ventosa y mando a distancia. Era uno de los preferidos de Verónica.
En ese momento, salió de la ducha con una toalla enroscada al pelo, con una camiseta holgada de algodón gris que apenas cubrían sus tetas y una braguita a juego que marcaban sus labios. Tenían pinta de ser iguales que los de su madre. La metí en su habitación y, tratando de no alzar la voz la dije.
- Pero qué te pasa. ¿Te gusta tener bronca? Llévalo a guardar a su sitio ya. Como se entere tu madre que le coges eso sin permiso te vas a cagar. Ya hablaremos tú y yo de esto...
- ¿De que tenéis que hablar...? - Preguntó Vero apareciendo en ese momento.
Automáticamente miró hacia su juguete y soltó:
- ¡¿Pero que hace eso aquí?!
Y así empezó otra discusión entre madre e hija, gritándose y respondiendose de todo. Hasta que oí:
- ¡¡¡Pues lo tienes desgastado de tanto chuparlo!!!
Casi se me escapa una carcajada pero la agarré del brazo y la dije, "¿Qué te he dicho de hablar así a tu madre?" me senté en su cama y la coloqué otra vez sobre mis rodillas. Aunque esta vez, ella no opuso apenas resistencia. Después de soltarle dos azotes sin apenas fuerza, su madre me agarró el brazo y dijo:
- Espera vamos a ver cuánto le gusta el pitufo. - así llamaba ella a aquel cacharro azul.
- No sé... - balbuceé .
- ¡Ah, y que sepas que tú hija nos espía mientras follamos!
- ¿Qué me dices? - Alcancé a responder haciéndome el sorprendido.
- Pues sí, y creo que le gusta porque la he visto tocarse más de una vez.
- ¿Te gusta espiarnos, hija?
Apenas surgio un hilillo de voz de la boca de Sonia: "siiiiii..."
Ni respiraba sobre mis piernas. Su madre agarró el consolador y le empezó a frotar suavemente la punta sobre el bultito que asomaba bajo sus nalgas, tapado por sus bragas. Sentí como cambiaba su respiración. La niña se apretaba sobre mi y tenía la sensación de que intentaba buscar el tener contacto con mi pene, a estas alturas, muy excitado. Verónica le pasaba la polla de plástico de su almeja hasta el culo, despacio, volvía y lo apretaba ligeramente contra sus labios. Así estuvo unos minutos. Yo disfrutaba con la escena como un enano. Entonces, Verónica, encendió el vibrador y se lo volvió a posar en el chochete. Sonia pegó un respingo. Su respiración se hizo mucho más profunda y ya no disimulaba sus movimientos. Yo la sobaba la nalga mientras su madre le hacía vibrar el coño. Su madre llevaba la iniciativa:
- Parece que sí que le gusta... Mira, Manolo, tiene las braguitas empaladas. Te las voy a quitar, que están limpias y las vas a dejar hechas una guarrada.
Para ayudar a bajarlas, la niña se puso a cuatro en la cama. Su madre las deslizó hasta la mitad de los muslos. Se agachó y le dio por detrás un dulce beso en el chumino. Sonia apoyó la cabeza sobre mi cintura sin mover las piernas de posición. Arqueada con todo el culo expuesto, su mejilla se apoyaba sobre mi paquete. Su madre volvió a pasarle el vibrador sobre sus carnosos labios mayores. Poco a poco iba introduciendo el glande de goma entre ellos. Lo movía de arriba a abajo suavemente. Sonia apretaba y movía su mejilla sobre mi polla dura bajo el pantalón. A veces, giraba la cabeza y lo hacía con su boca.
Agarré la mano de mi mujer y se la retiré con el consolador. "Esta niña no sé merece un premio, la estaba castigando" y le volví a dar unos azotitos. Su madre acercó la cara a su culo para que parara... Besaba y acariciaba la almeja y su culo: "Noooo. Pobrecita, mira que culito tiene. Y está mojadisima. Mira, tócalo."
Estiré la mano y metí un dedo en la rajita de la niña. Después fue otro. Les frotaba entre sus labios jugosos, chorreantes y golosos. Me los llevé a la boca y los saboreé. Volví a acariciar ese conejito mientras su madre se colocaba delante de mí, de rodillas. Llevaba la blusa desabrochada, con esos enormes melones colgando por fuera del sujetador.
Con cara de vicio, Vero levantó a Sonia de mis piernas, quedando otra vez a cuatro patas sobre la cama. Le dio un dulce beso en la mejilla. La niña giró la cabeza y le dio un beso en la boca a su madre. Mi mujer me bajó los pantalones. Mi pito estaba como una estaca. La niña lo miraba, instintivamente se mordía los labios y se relamía discretamente.
- La niña no sé merece una polla de plástico. Necesita un buen rabo. ¿Te gusta el de tu padre, hija? Es grande y no vas a encontrar ninguno que te trate mejor. Dime si te gusta, amor.
Más animada, Sonia respondió:
- Sí... Es el más grande y bonito que he visto.
- Bueno, - continuó Vero - las hay más grandes pero no mejores. Jajajaaa... Pruébalo.
Verónica agarró mi polla con una mano, la dirigió hacia la cara de Sonia y con la otra agarró la cabeza de la niña y la guío hasta que las dos tenían sus lenguas sobre mi glande. Yo, por mi parte, seguía masturbando aquella rajita, metiendo los dedos cada vez más dentro y frotándome los labios y el clítoris con fuerza. Mientras, madre e hija me lamían todo lo largo de mi tranca. Cuando una se la tragaba, la otra seguía lamiendo con su lengua. Cerré los ojos. Podía adivinar quién me estaba devorando el nabo en cada momento. Verónica se lo metía en la boca despacio, profundo. Su lengua jugaba con mi glande antes de que saliera de sus labios. Sonia, por el contrario, chupaba compulsivamente. De vez en cuando, se la sacaba de la boca, cogía aire y la volvía a engullir.
Su madre le dijo: - "Tranquila, no hay prisa.... Suave, así... ¿Ves cómo lo hago yo?" - Sonia bajó el ritmo. - Muy bien, mi niña, ssshhhh, no hay prisa... Así...
Sonia solo respondía alargando monosílabos, como cuando su madre le dijo: "bueno, creo que es el momento... ¿Quieres que papá esté dentro de ti?" - "Siiiiiiiii..." Respondió ella. Nos cambiamos de postura. Colocamos a Sonia boca arriba con el culo sobresaliendo del colchón. Me puse de rodillas entre sus piernas. Vero continuaba de la misma forma a nuestro lado. Me aproximé a su rajita y Verónica tomó mi tranca. La comenzó a frotar por el chochito mojado de la niña. Ella suspiraba y jadeaba. Su madre colocó mi glande en posición y yo comencé a meterla muy despacio, como con miedo a romperla. Se le escapó un gemido, un grito de placer. Mi mujer y yo nos percatamos de que se estaba corriendo. Vero le comía un pecho mientras tiraba del pircing de otro pezón. Sonia se retorcía como una culebra. Notaba cómo su vagina apretaba muy fuerte mi glande, apenas introducido. Vero soltó el pircing y comenzó a masajear su pubis, pasándome el dedo por el clítoris y rozando mi polla. "Me encanta tu pircing" le dijo, "me tienes que llevar donde te lo pusiste, quiero dos". "Claro, mamaaaa.... así luego los podré usar contigo..."
Cuando se empezó a relajar, continúe metiéndola, hasta que noté el fondo de su útero. Mi mujer seguía trabajándole esas preciosas tetas, duras, empitonadas. Las chupaba, sobaba, mordía... Subía a su boca y se la comía. Yo metía y sacaba todo mi nabo de la niña rítmicamente. Me había colocado sus piernas sobre mis hombros y las mias palmeaban contra su culo.
Nos cambiamos de postura. Sonia se puso de nuevo a cuatro, moviendo el culo deseosamente, ansioso por volver a tener mi carne caliente dentro. Vero se recostó delante de ella con las piernas abiertas. Se la inserté de golpe y dio un respingo que acabó con su cabeza sobre aquel coño por el que salió hacia 19 años. Yo seguía zumbándola y ella le metía los dedos a su madre mientras le lamía sin parar. Acabó con los cinco dedos dentro de su madre, metía y sacaba su mano velozmente hasta el pulgar. Parecía que le iba a acabar metiendo todo el brazo pero lo sacó y alcanzó el consolador azul que seguía sobre la cama. Lo chupó y lo mojó con vicio, lo encendió y lo enchufo en el coño que la parió.
Así seguimos unos minutos hasta que Vero empezó a gemir con fuerza. Su hija siguió sus pasos. Las dos gozaban como perras.
- me, me corro amor, que placer me estás dando...
- papá... Papi... Papá dame más, más, más.... Aaaaahhhh...
Mi mujer se estaba corriendo por mi hija y esta por mi rabo. Yo no podía más, y aunque las dos ya habían alcanzado el clímax, yo no. Pero estaba a punto.
- pufff... No aguanto más, chicas, me voooy...
- espera, que eso es mío. - dijo Vero. Y, saltando literalmente sobre mi pito, se lo metió en la boca un instante antes de lanzar mi primer chorro. Tragaba y tragaba mientras Sonia se había unido a la fiesta y me lamía golosa las pelotas...
Nos quedamos un rato tumbados, recuperando el aliento. Al rato propuse, "pues podríamos salir a cenar algo por ahí, para recuperar fuerzas." Les pareció una buena idea. Cuando volvimos a casa, nos metimos en la cama. Vero y yo charlamos de lo sucedido con la luz apagada. Sentimos como Sony entró de puntillas en la habitación. Se encajó entre los dos y se acurrucó a nuestro lado. A mí me frotaba con su culo mientras que a su madre le acariciaba los pezones con la yema de sus dedos y, enseguida nos pusimos con una noche maratoniana de sexo.
Desde aquel momento, la vida familiar fue muchísimo mejor. La niña pasaba más tiempo en casa y no discutíamos tanto. El sexo se convirtió en una actividad familiar más, como ver la tele o salir a cenar. A cualquier hora, en cualquier lugar, era buen momento. Nos enrollábamos juntos o por separado. Dios, qué gusto llegar del trabajo por la tarde y encontrarme a mis dos zorrillas, esperándome en el salón, desnudas y enroscadas entre ellas. Mientras saludaba desde la puerta, se acercaban a mi a cuatro patas, como mis perras, para bajarme el pantalón y atrapar su juguete. Cualquier momento era bueno para una mamada, un cunilingus o un buen masaje de tetas... Soliamos estar todo el día en pelotas y había barra libre de sexo. Incluso cenando en la mesa de cristal de la cocina mi mujer se metía debajo mientra la niña comía y se ponía a lamerle el coño o a pajearme. Ver eso por debajo de la mesa nos ponía brutísimos.
Sonia nos traía carne fresca: Compañeros de la universidad, amigas o rolletes de bar. Daba igual que fuera chico o chica o chique, disfrutábamos de nuestras jornadas de sexo sin ningún problema con nuestros invitados. Hasta se trajo a algún barrendero y algún negro zumbón con la manta de DVDs al hombro y con más rabo que el diablo. Con ellos, me animaron a tener sexo anal. Al principio era un poco reticente pero entre las dos fueron entrenando mi culo hasta que llegó el día. Sentirse empalado por una polla negra como el carbón del tamaño de mi brazo mientras mis dos zorras me ordeñaban con sus bocas es una sensación difícilmente superable.
Así seguimos durante mucho tiempo, hasta que la niña se echó un novio formal y se marchó de casa. De vez en cuando, cuando venía de visita, solía aprovechar para que su madre o yo le diéramos una ración de orgasmos mientras le preguntábamos cuándo iba a incluir a su chico en nuestras fiestas. Ella nos decía que ya veríamos, que no le quería asustar tan pronto.
Fue el primer verano tranquilo en años. Verónica y yo queríamos aprovecharlo. Hasta empezamos a plantearnos dar un paso más en nuestra relación. Nos apuntamos a grupos de intercambio en internet y comenzamos a curiosear locales swingers.
Pero todo era un espejismo. Durante los primeros meses de universidad de Sonia, mi hija, habían sido un desastre. Apenas aparecía por casa, podía salir un viernes por la tarde y no sabíamos nada de ella hasta el lunes que aparecía para coger los libros y volver a irse a la universidad (o eso decía ella)
Un viernes por la tarde, cuando Sonia iba a salir de casa la cogí por banda y la advertí. Estaba a un par de semanas de los exámenes, no había abierto un libro desde que comenzó el curso y debía ponerse las pilas. Me dijo que no me preocupara, que lo sabía y, dándome un beso, se marchó.
Iba vestida con una faldita negra y un jersey sin nada debajo más que el sostén. Se cubría con un abrigo largo. Sonia medía mas de 170. Era delgada y estilizada. Sus piernas, largas y suaves, eran más bien tirando a flaquitas. Tenía un culo pequeño, redondo, respingón, duro como una piedra. El tamaño de sus tetas lo había heredado de su madre. Dos pechos grandes, redonditos y perfectamente turgentes, desafiaban a la gravedad cuando se quitaba el sujetador. Tenía unos pezones pequeñitos, duros, marroncitos y en uno de ellos lucía un pircing. A mi me parecían preciosas y cuando ella, con naturalidad, andaba desnuda por la casa, a mi se me caía la baba pese a que en el fondo pensaba, que joder, era mi hija. Tenía un pelo rojizo rizado cortado a media melena, rodeando una carita angelical, con ojos verdes, una monas pequitas en las mejillas, de por sí un poco enrojecidas y unos labios grandes, rojos y jugosos. No es porque sea mi hija, pero estaba buena que te cagas.
Esa noche Vero y yo no salimos. Vimos una peli en casa, nos tomamos unas copas de vino y echamos un polvazo en el sofá. Verónica era un mujerón con todas las letras. A sus cincuenta, tenía un cuerpazo de infarto. quien tuvo, retuvo. Casi metro ochenta de altura, con una piernas largas, grandes, fuertes y prietas. Un culazo que era una maravilla y un pecho que... bueno, tenía unos tetones con unos pezones rosas gigantes que me volvían loco. Su cara no reflejaba para nada su edad salvo por unos mechones blancos de su pelo que antaño fue pelirrojo aunque ya le había oscurecido. Conservaba sus pequitas y tenía una sonrisa enorme con unos labios grandes y jugosos.
Verónica se fue a la cama y yo me quedé viendo la tele... Las 2:30 y la niña sin venir. Tenía un cabreo de la leche. Apagué la luz, baje el volumen de la tele y me senté a esperar. Irremediablemente, me quedé dormido. Me despertó el ruido de la puerta. Era la niña, miré el reloj. Las 6 de la mañana... Cagüenlaniña... pensé.
De manera inocente asomó la cabeza por la puerta. Encendí la luz pequeña y ella preguntó:
- ¿Papá....? ¿Qué haces ahí a estas horas?
Su tono balbuceante indicaba que venía como una peonza.
- Pero que... ¡¿Qué?! ¿Qué qué hago aqui? ¿Yo? ¿Qué pollas haces tú llegando a estas horas de la calle? ¿Qué coño hemos hablado hace menos de 12 horas?
- Es que a Amaia le ha dejado el novio y la pobr...
- ¡Ni Amaia ni cristo en bote, joder!
Yo intentaba susurrar para no despertar a Vero y que se liara más la cosa pero me era casi imposible no gritar. Así que Vero se levantó desnuda, encendió la luz y se quedó en la puerta del salón medio dormida aún. La niña se había quedado petrificada mirando a su madre. Con la boca abierta como una pasmarote sus ojos se clavaron en el pecho de mi mujer y después en el pequeño triangulito de vello justo encima de aquellas labios carnosos, evidentes y depilados. No sé el por qué de aquella reacción. Era normal vernos a los tres desnudos por la casa.
Verónica se encorvó y se acerco a mirar a Sonia con los ojos medio guiñados. La olfateó un par de veces. Empezó la tormenta.
- joder, que pestuzo a alcohol... ¡¿Y que más has tomado?! ¡Responde!
- ¿Qué dices, mamá? Me he tomado un par de cer...
- ¡Y de whisky! ¡Te apesta el aliento a whisky! ¡Y dime qué más has tomado! ¡Tienes las pupilas como platos!
- ¡¡¡Que no he tomado nada, puta paranoica!!!
Como un resorte, me levanté y agarré del brazo a la niña. Desprevenida, me senté en el sillón y me la puse sobre mis rodillas, boca abajo para darle una buena azotaina.
- ¡Así no hablas tú a tu madre y mucho menos, delante de mi, niñata!
No quería hacerla daño, solo bajarle los humos (también descargar mi frustración). La comencé a azotar con firmeza pero sin mucha fuerza. Ella no dejaba de forcejear, lo que unido a mis palmadas, hizo que la faldita empezara a subirse. Sonia empezó a llorar y a gritar pidiendo perdón a su madre. Yo pare y su madre se lanzó con lágrimas en los ojos al culo de nuestra hija, le besaba y le acariciaba con ternura mientras le decía, "pobre... Ya pasó, cariño... No pasa nada..."
Solo de ver el culo de mi hija mientras mi mujer, desnuda, inclinada sobre ella, le besaba las nalgas, con sus grandes melones colgando, me puso muy palote. Yo seguía con la mano apoyada en su culo cuando me percate que notaba algo raro. Mi mano rozaba unos pelillos e, inmediatamente me di cuenta que no llevaba bragas.
- ¿No llevas bragas?
- ¡No lleva bragas! - respondió su madre.
- ¡¿También te las has dejado en casa de Amaia?! ¡Cacho de...!
Reanudé la azotaina pero esta vez más flojo, más rápido e intentando rozar ligeramente ese papito que asomaba entre sus piernas. Su madre, de rodillas en el suelo, miraba la escena. No pude continuar mucho. Mi pene duro estaba aprisionado bajo el brazo de Sonia y con sus movimientos, me lo meneaba, hasta el punto de sentir que me iba a correr... Solté a la niña, salió corriendo y se encerró en su cuarto con un porrazo.
Vero seguía de rodillas en el suelo, desnuda, sentada sobre sus tobillos. Yo, sentado en el sofá. Tenía el nabo medio fuera del calzoncillo por la erección. Nos miramos a los ojos y pensamos lo mismo, "¿Qué ha pasado aquí?" En eso que bajó la mirada y, cuando vio mi falo, la expresión de sus ojos cambió. Se acerco a cuatro patas y me empezó la lamer el escroto. Su lengua húmeda y caliente daba largas y lentas pasadas por mis pelotas y me mordisqueaba mientras con la mano subía y bajaba mi pellejo. De vez en cuando, se metía el glande en la boca. Lo mojaba para seguir pajeándome mientras se metía mis pelotas en la boca. Ella sabía que así, me corría en dos minutos y disminuiría mi cabreo casi del todo. Y además, estaba aún cachondo de la masturbación involuntaria que me había proporcionado Sonia.
Y así fue. En un suspiro eyaculé sobre mi barriga mientras Vero seguía masajeando con una mano mis pelotas y con la otra mi tranca. Me lavé y nos fuimos a dormir.
Al día siguiente no me creía lo que estaba viendo. A las 11 de la mañana Sonia estaba en su habitación sentada en su escritorio estudiando. Su cuarto estaba perfectamente recogido y con la cama hecha. A partir de ahí se centró y se puso kas pilas a estudiar.
Las siguientes semanas fueron tranquilas, salvo una noche. No solíamos tener grandes sesiones de sexo en casa. Esas las guardábamos para las escapadas, algún parque, la playa... Pero sí echábamos 2 o 3 polvetes a la semana. Esa noche estábamos dándole. En esos momentos tenía a Vero a cuatro patas en el borde de la cama. Yo, de pie frente a su culo, me la follaba con ganas. De repente, vi algo moverse por el rabillo del ojo. Sin parar de embestir aquel culazo, gire disimuladamente la cabeza. Allí estaba Sonia, medio camuflada tras la puerta, observando con detenimiento el espectáculo. - Vaya. - pensé - la ratita tiene curiosidad. Pues vamos a satisfacerla...
Le pedí a Vero cambiar de postura. Se dio la vuelta y se tumbó boca arriba con la cabeza colgando al borde del colchón. Le metí la polla en la boca y comencé a follármela. Ya no me cortaba y de vez en cuando, giraba la cabeza y dirigía la mirada directamente a aquella silueta agazapada tras la puerta. En un momento dado, quise que viera mejor como se la clavaba a su madre. Levanté la pierna y la apoyé en la cama. Así quedaba todo mucho más expuesto desde el punto de vista de Sonia. Me estiré y comencé a masturbar a Vero, yo también la tenía tomada la medida y sabia como hacerlo para que se derritiera entre mis dedos.
Avisé a Vero entre susurros:
- me corro, estoy a punto
- yo también, dame más...
Aumenté el ritmo de mis dedos, y empezó a gemir sin sacar mi miembro de su boca. Un torrente de líquidos salieron de su chochete. Inmediatamente, comencé a correrme yo también dentro de su boca. Cuando terminé me incorporé y me puse de lado para que me viera bien como le pasaba la polla y las bolas por la cara a su madre, aún pringada de todo el esperma que no llegó a tragarse. Me dirigí al WC y vi como desaparecía instantáneamente.
Al día siguiente, cuando me levanté, estaba en la cocina desayunando.
- Buenos días, - la dije - ¿Qué tal has dormido? Creo que te oí paseando a las tantas...
Sin levantar la vista del café, contestó casi susurrando.
- Es que oí ruidos y me desvelé. Tengo que irme a llevar a la uni un trabajo para el último examen de mañana. Adiós, papi. - me dio un beso, cogió sus cosas y se marchó. Cuando me dió el beso pude ver que estaba colorada como un tomate. Vaaaale, ya sé que te da vergüenza porque sabes que lo sé. Además, esa forma de llamarme "papi" tan típica, desde pequeña, de querer pedirme algo.
Terminaron los exámenes y las cosas volvieron a torcerse. Otra vez borracheras, fiestas y demás. Una tarde de viernes su madre y yo tuvimos una cita y llegamos más tarde del trabajo. Entramos en casa, Sonia estaba en la ducha. Vero se quedó en la cocina. Yo me fui a la habitación a quitarme la ropa. Cuando pasé por la habitación de Sonia, casi sin mirar pensé, "joder, es que no hace ni su cama..." Pero algo no me acababa de cuadrar, di un paso atrás y volví a mirar. ¡Uno de los consoladores de su madre y un bote mío de lubricante estaban encima de su cama! Era uno de los primeros que le regalé , nos encantaban los juguetes. Era azul, muy cantoso, de unos 22 cm, gordo, venoso, con testículos, ventosa y mando a distancia. Era uno de los preferidos de Verónica.
En ese momento, salió de la ducha con una toalla enroscada al pelo, con una camiseta holgada de algodón gris que apenas cubrían sus tetas y una braguita a juego que marcaban sus labios. Tenían pinta de ser iguales que los de su madre. La metí en su habitación y, tratando de no alzar la voz la dije.
- Pero qué te pasa. ¿Te gusta tener bronca? Llévalo a guardar a su sitio ya. Como se entere tu madre que le coges eso sin permiso te vas a cagar. Ya hablaremos tú y yo de esto...
- ¿De que tenéis que hablar...? - Preguntó Vero apareciendo en ese momento.
Automáticamente miró hacia su juguete y soltó:
- ¡¿Pero que hace eso aquí?!
Y así empezó otra discusión entre madre e hija, gritándose y respondiendose de todo. Hasta que oí:
- ¡¡¡Pues lo tienes desgastado de tanto chuparlo!!!
Casi se me escapa una carcajada pero la agarré del brazo y la dije, "¿Qué te he dicho de hablar así a tu madre?" me senté en su cama y la coloqué otra vez sobre mis rodillas. Aunque esta vez, ella no opuso apenas resistencia. Después de soltarle dos azotes sin apenas fuerza, su madre me agarró el brazo y dijo:
- Espera vamos a ver cuánto le gusta el pitufo. - así llamaba ella a aquel cacharro azul.
- No sé... - balbuceé .
- ¡Ah, y que sepas que tú hija nos espía mientras follamos!
- ¿Qué me dices? - Alcancé a responder haciéndome el sorprendido.
- Pues sí, y creo que le gusta porque la he visto tocarse más de una vez.
- ¿Te gusta espiarnos, hija?
Apenas surgio un hilillo de voz de la boca de Sonia: "siiiiii..."
Ni respiraba sobre mis piernas. Su madre agarró el consolador y le empezó a frotar suavemente la punta sobre el bultito que asomaba bajo sus nalgas, tapado por sus bragas. Sentí como cambiaba su respiración. La niña se apretaba sobre mi y tenía la sensación de que intentaba buscar el tener contacto con mi pene, a estas alturas, muy excitado. Verónica le pasaba la polla de plástico de su almeja hasta el culo, despacio, volvía y lo apretaba ligeramente contra sus labios. Así estuvo unos minutos. Yo disfrutaba con la escena como un enano. Entonces, Verónica, encendió el vibrador y se lo volvió a posar en el chochete. Sonia pegó un respingo. Su respiración se hizo mucho más profunda y ya no disimulaba sus movimientos. Yo la sobaba la nalga mientras su madre le hacía vibrar el coño. Su madre llevaba la iniciativa:
- Parece que sí que le gusta... Mira, Manolo, tiene las braguitas empaladas. Te las voy a quitar, que están limpias y las vas a dejar hechas una guarrada.
Para ayudar a bajarlas, la niña se puso a cuatro en la cama. Su madre las deslizó hasta la mitad de los muslos. Se agachó y le dio por detrás un dulce beso en el chumino. Sonia apoyó la cabeza sobre mi cintura sin mover las piernas de posición. Arqueada con todo el culo expuesto, su mejilla se apoyaba sobre mi paquete. Su madre volvió a pasarle el vibrador sobre sus carnosos labios mayores. Poco a poco iba introduciendo el glande de goma entre ellos. Lo movía de arriba a abajo suavemente. Sonia apretaba y movía su mejilla sobre mi polla dura bajo el pantalón. A veces, giraba la cabeza y lo hacía con su boca.
Agarré la mano de mi mujer y se la retiré con el consolador. "Esta niña no sé merece un premio, la estaba castigando" y le volví a dar unos azotitos. Su madre acercó la cara a su culo para que parara... Besaba y acariciaba la almeja y su culo: "Noooo. Pobrecita, mira que culito tiene. Y está mojadisima. Mira, tócalo."
Estiré la mano y metí un dedo en la rajita de la niña. Después fue otro. Les frotaba entre sus labios jugosos, chorreantes y golosos. Me los llevé a la boca y los saboreé. Volví a acariciar ese conejito mientras su madre se colocaba delante de mí, de rodillas. Llevaba la blusa desabrochada, con esos enormes melones colgando por fuera del sujetador.
Con cara de vicio, Vero levantó a Sonia de mis piernas, quedando otra vez a cuatro patas sobre la cama. Le dio un dulce beso en la mejilla. La niña giró la cabeza y le dio un beso en la boca a su madre. Mi mujer me bajó los pantalones. Mi pito estaba como una estaca. La niña lo miraba, instintivamente se mordía los labios y se relamía discretamente.
- La niña no sé merece una polla de plástico. Necesita un buen rabo. ¿Te gusta el de tu padre, hija? Es grande y no vas a encontrar ninguno que te trate mejor. Dime si te gusta, amor.
Más animada, Sonia respondió:
- Sí... Es el más grande y bonito que he visto.
- Bueno, - continuó Vero - las hay más grandes pero no mejores. Jajajaaa... Pruébalo.
Verónica agarró mi polla con una mano, la dirigió hacia la cara de Sonia y con la otra agarró la cabeza de la niña y la guío hasta que las dos tenían sus lenguas sobre mi glande. Yo, por mi parte, seguía masturbando aquella rajita, metiendo los dedos cada vez más dentro y frotándome los labios y el clítoris con fuerza. Mientras, madre e hija me lamían todo lo largo de mi tranca. Cuando una se la tragaba, la otra seguía lamiendo con su lengua. Cerré los ojos. Podía adivinar quién me estaba devorando el nabo en cada momento. Verónica se lo metía en la boca despacio, profundo. Su lengua jugaba con mi glande antes de que saliera de sus labios. Sonia, por el contrario, chupaba compulsivamente. De vez en cuando, se la sacaba de la boca, cogía aire y la volvía a engullir.
Su madre le dijo: - "Tranquila, no hay prisa.... Suave, así... ¿Ves cómo lo hago yo?" - Sonia bajó el ritmo. - Muy bien, mi niña, ssshhhh, no hay prisa... Así...
Sonia solo respondía alargando monosílabos, como cuando su madre le dijo: "bueno, creo que es el momento... ¿Quieres que papá esté dentro de ti?" - "Siiiiiiiii..." Respondió ella. Nos cambiamos de postura. Colocamos a Sonia boca arriba con el culo sobresaliendo del colchón. Me puse de rodillas entre sus piernas. Vero continuaba de la misma forma a nuestro lado. Me aproximé a su rajita y Verónica tomó mi tranca. La comenzó a frotar por el chochito mojado de la niña. Ella suspiraba y jadeaba. Su madre colocó mi glande en posición y yo comencé a meterla muy despacio, como con miedo a romperla. Se le escapó un gemido, un grito de placer. Mi mujer y yo nos percatamos de que se estaba corriendo. Vero le comía un pecho mientras tiraba del pircing de otro pezón. Sonia se retorcía como una culebra. Notaba cómo su vagina apretaba muy fuerte mi glande, apenas introducido. Vero soltó el pircing y comenzó a masajear su pubis, pasándome el dedo por el clítoris y rozando mi polla. "Me encanta tu pircing" le dijo, "me tienes que llevar donde te lo pusiste, quiero dos". "Claro, mamaaaa.... así luego los podré usar contigo..."
Cuando se empezó a relajar, continúe metiéndola, hasta que noté el fondo de su útero. Mi mujer seguía trabajándole esas preciosas tetas, duras, empitonadas. Las chupaba, sobaba, mordía... Subía a su boca y se la comía. Yo metía y sacaba todo mi nabo de la niña rítmicamente. Me había colocado sus piernas sobre mis hombros y las mias palmeaban contra su culo.
Nos cambiamos de postura. Sonia se puso de nuevo a cuatro, moviendo el culo deseosamente, ansioso por volver a tener mi carne caliente dentro. Vero se recostó delante de ella con las piernas abiertas. Se la inserté de golpe y dio un respingo que acabó con su cabeza sobre aquel coño por el que salió hacia 19 años. Yo seguía zumbándola y ella le metía los dedos a su madre mientras le lamía sin parar. Acabó con los cinco dedos dentro de su madre, metía y sacaba su mano velozmente hasta el pulgar. Parecía que le iba a acabar metiendo todo el brazo pero lo sacó y alcanzó el consolador azul que seguía sobre la cama. Lo chupó y lo mojó con vicio, lo encendió y lo enchufo en el coño que la parió.
Así seguimos unos minutos hasta que Vero empezó a gemir con fuerza. Su hija siguió sus pasos. Las dos gozaban como perras.
- me, me corro amor, que placer me estás dando...
- papá... Papi... Papá dame más, más, más.... Aaaaahhhh...
Mi mujer se estaba corriendo por mi hija y esta por mi rabo. Yo no podía más, y aunque las dos ya habían alcanzado el clímax, yo no. Pero estaba a punto.
- pufff... No aguanto más, chicas, me voooy...
- espera, que eso es mío. - dijo Vero. Y, saltando literalmente sobre mi pito, se lo metió en la boca un instante antes de lanzar mi primer chorro. Tragaba y tragaba mientras Sonia se había unido a la fiesta y me lamía golosa las pelotas...
Nos quedamos un rato tumbados, recuperando el aliento. Al rato propuse, "pues podríamos salir a cenar algo por ahí, para recuperar fuerzas." Les pareció una buena idea. Cuando volvimos a casa, nos metimos en la cama. Vero y yo charlamos de lo sucedido con la luz apagada. Sentimos como Sony entró de puntillas en la habitación. Se encajó entre los dos y se acurrucó a nuestro lado. A mí me frotaba con su culo mientras que a su madre le acariciaba los pezones con la yema de sus dedos y, enseguida nos pusimos con una noche maratoniana de sexo.
Desde aquel momento, la vida familiar fue muchísimo mejor. La niña pasaba más tiempo en casa y no discutíamos tanto. El sexo se convirtió en una actividad familiar más, como ver la tele o salir a cenar. A cualquier hora, en cualquier lugar, era buen momento. Nos enrollábamos juntos o por separado. Dios, qué gusto llegar del trabajo por la tarde y encontrarme a mis dos zorrillas, esperándome en el salón, desnudas y enroscadas entre ellas. Mientras saludaba desde la puerta, se acercaban a mi a cuatro patas, como mis perras, para bajarme el pantalón y atrapar su juguete. Cualquier momento era bueno para una mamada, un cunilingus o un buen masaje de tetas... Soliamos estar todo el día en pelotas y había barra libre de sexo. Incluso cenando en la mesa de cristal de la cocina mi mujer se metía debajo mientra la niña comía y se ponía a lamerle el coño o a pajearme. Ver eso por debajo de la mesa nos ponía brutísimos.
Sonia nos traía carne fresca: Compañeros de la universidad, amigas o rolletes de bar. Daba igual que fuera chico o chica o chique, disfrutábamos de nuestras jornadas de sexo sin ningún problema con nuestros invitados. Hasta se trajo a algún barrendero y algún negro zumbón con la manta de DVDs al hombro y con más rabo que el diablo. Con ellos, me animaron a tener sexo anal. Al principio era un poco reticente pero entre las dos fueron entrenando mi culo hasta que llegó el día. Sentirse empalado por una polla negra como el carbón del tamaño de mi brazo mientras mis dos zorras me ordeñaban con sus bocas es una sensación difícilmente superable.
Así seguimos durante mucho tiempo, hasta que la niña se echó un novio formal y se marchó de casa. De vez en cuando, cuando venía de visita, solía aprovechar para que su madre o yo le diéramos una ración de orgasmos mientras le preguntábamos cuándo iba a incluir a su chico en nuestras fiestas. Ella nos decía que ya veríamos, que no le quería asustar tan pronto.