El fondo del aula no es solo una zona. Es un ecosistema.
Allí no llegan las normas. Ni los sermones. Ni los profesores con autoridad.
Allí se sienta la fauna que sobrevive al sistema sin necesidad de adaptarse.
Allí estoy yo. Y con los míos.
A mi derecha, Iván, el que va en moto aunque solo tiene licencia provisional.
Camisa desabrochada, cadena al cuello y una risa que siempre suena antes de que alguien diga algo.
Tiene pinta de no leer nada… pero cuando te mira, parece que te descifra entera.
Al otro lado, Dani "el Peluca", que se ha cambiado de instituto tres veces y siempre vuelve al mismo barrio.
Pantalones caídos, tatuaje mal hecho en el antebrazo, y unos ojos que no parpadean nunca.
Calla mucho. Pero si se ríe… es porque alguien va a llorar.
Delante de ellos, Alba, pelo negro como la noche, eyeliner que parece hecho con rabia, y una chupa de cuero incluso en junio.
Fuma dentro del baño y tiene una lengua más afilada que las góticas de TikTok.
Si te mira de arriba abajo… probablemente ya te ha insultado mentalmente.
Y sí, se lía con Iván cuando le da la gana. Pero no son nada. Según ella.
Junto a Alba, Nerea, la única que aún va con uniforme… pero debajo lleva bragas con encaje rojo.
Carita de niña buena, labios rellenos, uñas largas.
Habla suave, pero si te cruzas con su ex, entenderás por qué aún no puede mear de pie sin acordarse de ella.
Es la que graba todo. Todo. Siempre. Si hay una humillación en clase, su móvil es el testigo silencioso.
Y al final, en la esquina, está Jorge "el Morro", al que nadie sabe por qué le dicen así, pero todos le tienen respeto.
Fuma en el aula si el profe es nuevo. Se lía con profesoras suplentes y nunca trae mochila.
Dice que no estudia porque la calle le da más dinero.
Y lo peor es que… es verdad.
Y en medio de todos ellos… yo.
No por decoración.
No para que me cuiden.
Estoy con ellos porque soy más peligrosa que cualquiera.
Soy la que sonríe cuando todos se tensan.
La que juega con los vaqueros rotos y la mirada afilada.
La que da un pico a Iván para calentar a Hugo.
La que puede comerse a un tío solo con decirle “ven”.
Ellos son mi ejército.
Y yo soy su guerra preferida.
En ese rincón del aula no hay buenos días.
Hay carcajadas. Frases sucias. Secretos compartidos. Y miradas que lo dicen todo sin abrir la boca.
Y cuando Hugo gira la cabeza desde su escritorio blanco, con su novia al lado y su conciencia hecha trizas…
nos ve.
Y se da cuenta de que él también querría sentarse con nosotros.
Pero en el fondo del aula no entra cualquiera.
Aquí se entra con cicatrices, con ganas… o con el alma sucia.
				
			Allí no llegan las normas. Ni los sermones. Ni los profesores con autoridad.
Allí se sienta la fauna que sobrevive al sistema sin necesidad de adaptarse.
Allí estoy yo. Y con los míos.
A mi derecha, Iván, el que va en moto aunque solo tiene licencia provisional.
Camisa desabrochada, cadena al cuello y una risa que siempre suena antes de que alguien diga algo.
Tiene pinta de no leer nada… pero cuando te mira, parece que te descifra entera.
Al otro lado, Dani "el Peluca", que se ha cambiado de instituto tres veces y siempre vuelve al mismo barrio.
Pantalones caídos, tatuaje mal hecho en el antebrazo, y unos ojos que no parpadean nunca.
Calla mucho. Pero si se ríe… es porque alguien va a llorar.
Delante de ellos, Alba, pelo negro como la noche, eyeliner que parece hecho con rabia, y una chupa de cuero incluso en junio.
Fuma dentro del baño y tiene una lengua más afilada que las góticas de TikTok.
Si te mira de arriba abajo… probablemente ya te ha insultado mentalmente.
Y sí, se lía con Iván cuando le da la gana. Pero no son nada. Según ella.
Junto a Alba, Nerea, la única que aún va con uniforme… pero debajo lleva bragas con encaje rojo.
Carita de niña buena, labios rellenos, uñas largas.
Habla suave, pero si te cruzas con su ex, entenderás por qué aún no puede mear de pie sin acordarse de ella.
Es la que graba todo. Todo. Siempre. Si hay una humillación en clase, su móvil es el testigo silencioso.
Y al final, en la esquina, está Jorge "el Morro", al que nadie sabe por qué le dicen así, pero todos le tienen respeto.
Fuma en el aula si el profe es nuevo. Se lía con profesoras suplentes y nunca trae mochila.
Dice que no estudia porque la calle le da más dinero.
Y lo peor es que… es verdad.
Y en medio de todos ellos… yo.
No por decoración.
No para que me cuiden.
Estoy con ellos porque soy más peligrosa que cualquiera.
Soy la que sonríe cuando todos se tensan.
La que juega con los vaqueros rotos y la mirada afilada.
La que da un pico a Iván para calentar a Hugo.
La que puede comerse a un tío solo con decirle “ven”.
Ellos son mi ejército.
Y yo soy su guerra preferida.
En ese rincón del aula no hay buenos días.
Hay carcajadas. Frases sucias. Secretos compartidos. Y miradas que lo dicen todo sin abrir la boca.
Y cuando Hugo gira la cabeza desde su escritorio blanco, con su novia al lado y su conciencia hecha trizas…
nos ve.
Y se da cuenta de que él también querría sentarse con nosotros.
Pero en el fondo del aula no entra cualquiera.
Aquí se entra con cicatrices, con ganas… o con el alma sucia.