Mi chica siendo ella

Enhorabuena, me está encantando. Genial, espero que no tardes mucho en publicar la continuación.
 
Enhorabuena, me está encantando. Genial, espero que no tardes mucho en publicar la continuación.
Ya la tengo hecha. Normalmente escribo del tirón lo equivalente a dos o tres partes, y en cuanto las tengo las divido y las voy subiendo casi seguido. Esta tarde corregiré el siguiente episodio. Gracias!!!!
 
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Inspiró con fuerza, y tras llevarlo a cabo, ella misma intentó hundir sin su ayuda la cara contra la pelvis de aquel señor. Esta vez, consiguiendo albergar en su garganta un tramo más de polla que la vez anterior, pero sin que arcada o espasmo alguno apareciera de pronto para interrumpir su hacer.
Aquel miembro era especialmente ancho, por lo que si pretendía introducírselo entero, o al menos tener alguna posibilidad de terminar en el podio tras cruzar la meta, debía concentrarse mucho y relajarse, además de desempolvar completamente aquel inaudito afán por degustar aquellos placeres que, a la postre, resultaban tan impúdicos como embriagadores para ella.

Repitió el proceso varias veces. Al cabo de unos quince minutos de haber dado pábulo a tal tarea, ya había logrado que medio pene de aquel hombre desapareciera a ojos de todos, siendo ella la única que realmente sabía donde se ubicaba ahora.
El siguiente empujón lo hizo ayudada por Mateo, que gracias a valerse de sus inabarcables manos pudieron cruzar juntos el umbral de la mitad de su largura, viéndose a punto de chocar su barbilla con los testículos.

-Esa ha estado muy cerca. Ya te queda poquito para lograrlo. Dijo José Antonio, dirigiéndose expresamente a ella.

-Así es. Sigue intentándolo. Pues hasta que no te hayas metido todas dentro, no vas a salir de aquí. ¿Verdad, José Antonio?. Afirmó Mateo, mientras intercedía en la mirada que ambos acababan de compartir.

-Además, otros estamos esperando nuestro turno. Añadío el que faltaba, Luis Alberto.

Simultáneamente a haber expresado su aguda ocurrencia, se levantó del sofá.
Tambaleándose un poco, se colocó de espaldas a Isa, sentándose sobre el borde de la mesa con la intención de acompañar su mamada desde un palco más exclusivo.
Desde donde se encontraba ahora, no solo podía observar más de cerca, también podía extender sus manos y acariciar su cuerpo, acción que no tardó demasiado en comenzar a realizar.

La siguiente acometida sobre aquel pene no solo vendría patrocinada por su propia voluntad, además de por el propósito adquirido de lograr alojarla en su interior. También contaría con colaboradores de la talla de Mateo y sus zarpas de oso grizzly. Como segundo invitado a tal evento, se unía también ahora Luis Alberto, que desde su privilegiada posición contribuía aplicando presión sobre su ya más que concurrida nuca.

Fue entre todos, pero gracias principalmente a ella, a su determinación y al deseo por concluir aquella misión, que finalmente lograron que su nariz hiciese contacto con el pliegue inferior del vientre, mientras que su frente, algunos centímetros más arriba, terminaba estampándose contra la totalidad de su barriga.
No se había creído capaz de lograrlo; incluso habría jurado ante cualquier instancia que no alcanzaría a conseguirlo, por lo que sentir toda esa polla palpitando a lo largo de su garganta no solo la atiborraba de su miembro; también lo hacía de un profuso orgullo que la invadía más que el propio acto que acababa de consumar.

Aguantó con ella dentro durante apenas un par de minutos, pero solo eso bastó para que todos estallasen en vítores y en un regocijo que no dudaron en trasladarle.

-¡Olé!. Que bien traga esta chica. Estoy impresionado. No muchas han sido capaces de metérsela entera como tú. Eso sí, te ha llevado lo tuyo. ¿Eh?. Dijo Mateo, aunque con más intención de comunicarse con ellos que con Isa.

-Así estás de gordita, de tragar pollas. ¿Verdad?. Verbalizó Luis Alberto, una vez más, pretendiendo ser quien diera la puntilla humorística a todas las situaciones.

-Es una buena zorrita. ¿A que sí, cielo?. Comentó José Antonio mientras llevaba su mano derecha a su mejilla y se la acariciaba con más alborozo del que siente un padre al conocer a su nieto por primera vez.

-Me ha costado un montón. Estoy sorprendida de haber podido hacerlo.

-Pués ahora solo te queda una. Esta te será más fácil. Dijo José Antonio de manera jocosa.

-¡Anda, calla!. Que mi polla engaña. Replicó el aludido, Luis Alberto.

Inmediatamente luego de acabar su oración, se acomodó también sobre el mullido sofá, separando las piernas para, a continuación, indicarle con su dedo donde debía presentarse ahora.

-Me gustaría ir a enjuagarme la boca, que tengo la garganta un poco seca. Manifestó Isa.

-Dale un tiento al vaso, no te muevas de aquí. Le replicó Mateo, acercándole su propia copa en la cual todavía quedaba una pizca de contenido.

Tras acometer la ingesta, se giró de nuevo hacia el sofá, siendo ipso facto agarrada del pelo por Luis Alberto, para acto seguido depositar la polla sobre su rostro.
Estuvo dándole golpecitos con ella hasta que se cansó, momento en el cual, y tras dejar caer un pequeño escupitajo en la zona del capullo, dispuso este frente a sus labios y procedió a empujarlo con solemnidad.
Se la hincó de primeras hasta sobrepasar el ecuador de su longitud, algo que fue posible en parte por las dimensiones que aquel miembro poseía, y desde luego, también influyó que su garganta se hubiera estado acostumbrando durante un buen rato a contener en su interior un cuerpo todavía más masivo que el que le asaltaba en esa ocasión.

Aun así, no era un pene pequeño ni mucho menos. Pero haber probado el más voluminoso antes facilitaba las cosas. Mientras contenía la polla de Luis Alberto en su boca, era capaz de avistar por el rabillo del ojo como el resto de aquellos hombres se masturbaban en su presencia.
Como si de un destello se tratara, una provocadora idea comenzó a germinar en su mente, convergiendo en el acto que poco después ejecutaría sin que ninguno de esos señores hubiera estado cerca de pronosticarlo

Estiró su brazo derecho hasta que este estuvo a la altura del pene de Mateo, el cual no dudó en agarrar con elegante refinamiento. En ese instante, prosiguió acariciándolo como segundos antes lo había estado haciendo el mismo, alumbrando una más que competente coordinación entre los movimientos que realizaba con su boca y los que acababa de emprender con su mano derecha.

Nada más advertir aquel arranque de espontaneidad por su parte, José Antonio se separó como un resorte del asiento del sofá, para rápidamente dejarse caer al otro lado de Luis Alberto, que pasaba a situarse convenientemente en medio de los tres.
Isa dedujo enseguida las razones que habían motivado aquel cambio de sitio, ante lo cual no dio lugar a que ninguno de ellos tuviese tiempo de advertirla. Ella misma alargó su brazo izquierdo y tomó la polla de José Antonio, completando así el tríptico y, finalmente, yaciendo todos unidos por medio de aquella chica.

-Ummm. Pero qué zorra estás hecha. Sigue así, no pierdas el ritmo. Exclamó de repente José Antonio.

-¡Estoy a punto de correrme!. Te lo vas a tragar todo. ¿¡Verdad, zorrita!?. ¿Eh?. Vociferó Luis Alberto, el cual, por su aspecto, estaba claro que no mentía.

Un par de minutos después, sus ojos comenzaron a bizquear, a la vez que su cuerpo desencadenaba unos temblores que vaticinaban el único desenlace posible que cabía esperar.
Corrió cuanto pudo en adherir sus dos manos alrededor de la nuca de Isa, para de manera inminente descargar toda su leche en el interior de la garganta, la misma que venía alojando su polla y que ahora, además, se veía obligada a compartir espacio con su simiente.

En el momento en que su pene dejó de convulsionar y su cuerpo recobró la relajación propia de quien lo ha logrado, todo un afluente de elogios y adulaciones emanaron de sus amigos. Pero no surgían con la intención de enaltecer la labor que Isa acababa de llevar a cabo, en absoluto. Se centraban sobre todo en vanagloriar cómo su compañero acababa de eyacular, y en cómo se había desempeñado con aquella chica, en particular, durante el tramo final de la mamada.

Mientras todo eso sucedía en el exterior, el interior de su boca todavía permanecía ocupado por aquel miembro, cuyo dueño, distraído como lo estaba ante tales reconocimientos, había olvidado por completo considerar el estado en que se encontraba ella.
Cuando recalaron de nuevo en su situación, volvieron a dirigir su atención sobre Isa sin esperar un segundo más.

-¡Pues sí que la chupa bien!. Estabas en lo cierto. Comentó Luis Alberto, dirigiéndose a su compañero.

- Ya os lo dije. Aunque en mi caso, preferí correrme en su carita. ¿Verdad que sí, zorra?. Exclamó José Antonio, mientras estiraba la mano para acariciar sus mejillas.

Isa asintió, pero no pudo pronunciar palabra alguna. El pene de ese hombre seguía introducido más allá de su paladar, y una de sus manos todavía impedía que su cabeza pudiera despegarse y tomar aire lejos de la pelvis de aquel señor.

-Ummm. En cuanto te la saque ahora espero verte tragarlo todo. ¿De acuerdo?. ¿Has entendido, puta?. Exigió un Luis Alberto al que, si bien hasta ese punto de la noche el alcohol había procurado un síndrome de juglar amistoso o cordial trovador, parecía desvelarse como un ser bastante más perverso y desencajado en la actualidad.

Cumpliendo con lo prometido, extrajo su pene del interior de su boca, al tiempo que la cogía de los mofletes con su mano derecha y volvía a sugerirle que se atuviera a sus indicaciones.
En aquel preciso instante, seis ojos inyectados en sangre se disponían a presenciar cómo esa chica desnuda, de rodillas sobre el parquet y con la mirada perdida en alguna parte del salón que les cobijaba, aspiraba con fuerza, para después ocultarse tras sus párpados y emitir un característico sonido, similar al que desprende una persona cuando acaba de obligarse a deglutir algo a disgusto.

Lo había hecho.

Se había tragado la corrida de aquel hombre, al que apenas había conocido escasas horas antes. Y no solo eso... Toda una amalgama de interacciones e intercambio de pareceres entre ellos, se referían a ella como si en ese momento ya no se encontrase allí.

Sentada sobre sus piernas, notó como una arcada asomaba desde la boca de su estómago, revelándose finalmente al grupo tras provocar que las sacudidas de su diafragma reverberasen como el grave de un bafle.
Percatándose de aquello, Mateo fue el primero en reaccionar, acercándole su vaso para que pudiese beber algo y consiguiera calmarse un poco.

Ella se lo agradeció, gratitud que fue reconocida por parte de ese hombre de la mejor manera que sabía hacerlo.

-Asienta un poco el estómago, que ahora te va a tocar beberte la mía. Exclamó Mateo, mientras carcajeaba con los otros dos y se señalaba la polla al tiempo que emitía su ocurrencia.

-Jaja. No sé si voy a poder. Me ha dejado un poco revuelta, la verdad. Espetó Isa.

-Tú relajate, cielo. Bebe un poco más. Puedes ir al baño a enjuagarte un poco, si quieres. Venga, que te acompaño yo. Dijo José Antonio acudiendo en su auxilio, pero aportándole un salvavidas que, lejos de servir como rescate, conseguía hundirla con mayor presteza y agravar todavía más aquel mal estar que la acababa de avasallar.

-Vale, vamos. Respondió ella.

Al final, Luis Alberto también se sumó a la diáspora, siendo el primero tanto en entrar, como en emplear el váter para hacer pis. Mientras acometía sus necesidades, Isa y José Antonio se encontraban frente al lavado, siendo en realidad ella la única que lo utilizaba de los dos.
No lo sabían, pero la mala costumbre que tienen las horas de avanzar les descubría a punto de sobrepasar las cinco de la madrugada. Pese a ser ajenos al horario que los embaucaba, sí eran conscientes de todo el tiempo que llevaban fuera del camping y de lo tarde que debía ser, pese a no disponer de los dígitos concretos que corroborasen su apreciación.

-Deben ser ya las tantas. ¿No estás cansado?. Le preguntó Isa, nada más terminar de lavarse la cara y enjuagarse la boca repetidas veces.

-¿Por qué lo dices?. ¿No estás a gusto, cielo?. Le contestó José Antonio.

-No. O sea... No es eso. Estoy bien, pero debe ser tarde y aun tenemos que regresar andando hasta allí. Es un buen trecho.

-No pienses en eso ahora, cariño. A una mala podemos pedir un taxi. De todas formas, yo me lo estoy pasando bien, además, tampoco hace tanto rato que hemos llegado. No tengas tanta prisa por irte, pillina. Jaja. Que Mateo no te va a dejar sin que hayas hecho primero lo que te ha pedido.

-Jaja. Que bobo. Que no es por eso. Era por lo otro, porque deben ser ya por lo menos las seis de la mañana o más. Luego se nos va a hacer eterno volver.

Mientras transcurría aquella conversación circular, Luis Alberto remataba la meada, y tras haber arrimado el oído como lo haría la vecina más chismosa del portal más concurrido, se dirigió a ellos para plantearles una opción que ninguno de los dos había sido capaz de barruntar.

-¿Por qué no os quedáis a dormir en nuestro apartamento?. Isa tiene razón, debe ser tarde de narices y aquí disponemos de habitaciones de sobras. No os deis la paliza de marcharos luego para allá. Siento desgana solo de pensarlo.

-¡Oye!. Pues... No es mala idea. ¡Eh!. A mí también me estaba dando angustia pensar en tener que volver hasta allí. Expresó José Antonio, mientras le guiñaba un ojo a ella.

-Puf... No sé. Es que no me he traído nada. Ni pijama ni cepillo de dientes... No tengo nada aquí.

-Jaja. Pijama dice. Si necesitas lavarte los dientes, tengo algunos cepillos guardados de los que te dan en el tren. Son cutres, pero para la ocasión te sirven. ¡Vamos!. No seais tontos. Que además, ahora en la calle solo queda mala gente... A ver si vais a tener un disgusto o algo. Incidió Luis Alberto.

-Yo lo veo bien. Así mañana podemos desayunar por aquí cerca, en alguna cafetería con vistas al puerto. Será mucho mejor que el café de supermercado que ofertan en el bar del camping. Aportó José Antonio.

-Bueno, vale... Si insistís. Respondió finalmente Isa.

Superada por las circunstancias y doblegada por la presión de grupo, se resignó a adaptarse a las consecuencias de sus decisiones. Aun que, en cuanto se paró a reflexionar sobre aquello más detenidamente, no tardó mucho en llegar a la misma conclusión que el resto. En el fondo, también habitaba en ella la misma pereza que José Antonio manifestaba, y siendo franca consigo, su aspecto emocional no se había visto alterado o comprometido de ninguna forma ni por nada de lo sucedido hasta ese entonces.
Continuaba estando cachonda. Durante todo ese tiempo, anduvieron visitándola con extrema asiduidad, todas aquellas imágenes en las que yacía de rodillas, con su boca albergando una polla mientras sus manos se centraban en satisfacer a la vez los deseos de otros dos hombres.

Sin hallar razones suficientes que sostuvieran la defensa que la parte que aún se resistía a permanecer allí representaba, el semblante de su cara retomó el dibujo anterior, un aspecto calmado que proyectaba la misma serenidad que hasta ese momento había expresado.

En cuanto regresaron al salón, le comunicaron las novedades a Mateo, el cual pareció estar conforme con la decisión que habían tomado.
De hecho, lo conmemoró proponiendo otra ronda de cubatas ahogados en ginebra con lima, invitándola a acompañarle para recibir su ayuda mientras los preparaba.
Ella aceptó, desapareciendo ambos en el acto justo tras cruzar el umbral de aquella habitación.

Una vez en la cocina, armaron juntos los vasos, procurando que el de Luis Alberto fuese el menos cargado de los cuatro.
Le indicó a Isa donde guardaban las pajitas luego de que esta le preguntase si disponían de alguna, y justo cuando iba a coger dos de las copas y a encaminarse de nuevo hacia el salón, notó como la barriga de ese hombre hacía contacto con su espalda, a la vez que una de sus manos rodeaba su vientre a la altura del ombligo y comenzaba a murmurar algo al oído.

-Tengo muchas ganas de que vuelvas a comerme la polla. ¿Y tu?. ¿También te apetece repetirlo?.

-Jaja. Bueno... Si quieres. Respondió Isa, mientras volvía a entrar en materia al ritmo en que despertaban de nuevo aquellas palpitaciones evocadas por su coño, potenciadas esta vez por lo atrevido del comportamiento de aquel señor.

En cuanto terminó de oirle contestar, extendió su mano hasta dar con su barbilla, para girarla hacia él con sutileza y administrarle un beso en los labios. Nada más separarse, la cogió del culo, y tras dispensar una cordial gesticulación, la condujo valiéndose de su trasero hasta retornar de vuelta a la estancia principal, lugar donde se reencontraron de nuevo con los demás.

-¡Si que habeis tardado!. Casi morimos deshidratados. Incidió Luis Alberto nada más verles aparecer.

-Jaja. Es que Isa me estaba confesando las ganas que tenía de volver a chupármela otra vez. Vociferó Mateo, utilizando un tono sarcástico.

-¡Pero que mentira!. Jaja. Sí has sido tú el que me lo ha pedido. Aclaró ella, manteniendo una entonación que casi sonaba igual de cómica que la empleada por el otro.

Rieron un rato, aportando cada uno un vacile mayor que el anterior, hasta que llegados a un determinado momento, se detuvieron para brindar todos juntos; esta vez, sin hacerlo por nada en especial. Simplemente, elevaron sus copas, las enfrentaron y comenzaron a beber.
Cuando los ojos de Isa permanecían todavía focalizados en el interior de su vaso, se percató de una melodía que, de pronto, violaba el espacio que existía entre ellos, dirigiéndose también a invadir sus tímpanos y provocando que resonasen sin ningún tipo de consentimiento.
Luis Alberto había vuelto a hacer de las suyas, esta vez, dejando que la música sonara desde su portátil con intención de amenizar una fiesta, que, a su modo de ver, estaba decayendo sin que se dieran cuenta.

Si bien era cierto que podía concederse ese lujo por haber sido el primero en descargar tensiones con la inestimable ayuda de Isa, no lo era menos que los demás todavía seguían aguardando su turno. Detalle importante que no había abandonado sus pensamientos en momento alguno. Simplemente, yacían agazapados tras los eventos que se sucedían, a la espera de hallar la más mínima señal que les permitiera retomar el asunto donde lo habían abandonado tiempo atrás.

Tras permanecer un rato de pie, siguiendo el ritmo de las canciones e intercambiando conversaciones los unos con los otros, Mateo propuso que descansaran un poco, pues ya era hora de sentarse y reponer fuerzas, además de añadir, que para seguir levantados como lo estaban, mejor se volvían de nuevo al Pub Escocés.
El resto respondió con risotadas, al tiempo que asentían mostrando conformidad.
Pese a ello, todavía tardaron un rato en volver a reunirse, ya que fueron apareciendo de manera intermitente, como un goteo.
Cuando uno venía, la otra se iba al baño, y cuando aparecía, era el otro el que decidía salir a la terraza para fumarse un pitillo. Todos aquellos relevos fortuitos fueron disminuyendo paulatinamente, terminando con esa absurda yincana y viéndose los cuatro agrupados por fin en el mismo espacio.

El tiempo que duró su solitaria estancia en el sofá, mientras aguardaba a que ese grupo parase de diseminarse por todas partes, no cesó ni un segundo de observar a Isa.
Mientras lo hacía, procuraba evidenciar con desmedida testarudez como su pene era acariciado insolentemente, logrando excitantes recompensas cada vez que, por casualidad, la mirada de aquella chica se dejaba caer por aquel lugar, volviéndose partícipe por un instante de su embelesado obsequio.

En cuanto se encontraron todos en el mismo área del salón, se levantó de su asiento, mientras inhalaba aire antes de comenzar a hablar.

-¡Ahora que me acuerdo!. Cuando antes me pediste una pajita, no caí en ofrecerte esta, que es más gorda. Expresó Mateo, terminando la frase entre risas mientras se agarraba la polla para completar la broma.

-Jaja. Que bobo. Eso no me sirve para beber. Exclamó Isa.

-¿¡Cómo que no!?. Acercame tu vaso, ya verás.

Ella obedeció, extendiendo su mano para que lo alcanzara, pensando que solo amagaría con hacer la broma para después devolvérselo amparando el acto mediante una carcajada.

Pero nada sucedió como creía.

Él le arrebató la copa, la colocó bajo su polla, e inclinándose sutilmente logró introducir dentro la totalidad de su capullo.
Tras llevarlo a término, lo extrajo, no sin antes sacudir dentro algunas de las gotas de ginebra que se habían quedado adheridas al contorno de su piel, retornándole el vaso de vuelta una vez que hubo consumado su desvergonzada gesta.

-¿Ves cómo también valía como pajita?.

-Pero si solo la has usado para remover el líquido. Dijo ella algo desconcertada.

-Jaja. Bueno, pero también sirven para eso los plásticos estos. ¿No?. Para revolver el contenido. Ahora pruébalo. Añadió Mateo, que lejos de conservar su característico aspecto afable, teñia sus formas con un talante más severo del que acostumbraba a ser habitual en él.

Isa le observaba, ocultando su incredulidad tras una sonrisa que a duras penas era capaz de sostener, resultando insuficiente por muy adorable que fuese, para traspasar aquel infranqueable muro de austeridad emocional.
Preguntó si estaba hablando en serio, obteniendo un Sí como respuesta, a la que esta vez asistieron todos, contestando casi al unísono mientras perseveraban en su insistencia para que lo hiciese, empleando para ello distintas formas, desde aludir al cachondeo más precavido hasta incurrir en una reiterada tozudez.

Aun sin estar plenamente convencida, encaró por última vez a ese hombre. Consciente de cómo aquello centraba la atención de todo el grupo, primero se acercó el vaso a la cara lo suficiente como para ser capaz de olerlo.
Supeditada por unas demandas e imposiciones que no parecían menguar en empeño ni tampoco en intensidad, extrajo de donde pudo todo el coraje que se fué capaz de infundir. Llevó aquel recipiente hasta palparlo con sus labios, para, de forma seguida, propinarle un trago de tal envergadura, que fue recibido por todos ellos con una ovación, más algunas palmaditas que no dudaron en aplicar sobre los hombros y en torno a la parte superior de su espalda.

-Jaja. ¿Estaba rico?. Le preguntó José Antonio.

-Pues... No me ha sabido diferente, la verdad.

-Espera, prueba con el mío ahora. Dijo Luis Alberto, que no perdía ocasión alguna para sobresalir.

-Jaja. A ver si ahora voy a tener que probar el de todos. No fastidies. Expresó ella, mientras se le escapaba una sonrisilla que logró encandilar a todos.

-Solo un poquito. ¡Anda!. No me hagas el feo. Dame el vaso. Replicó Luis Alberto.

Repitieron el mismo proceso de la vez anterior, solo que esta vez quiso saber si no le importaría que lo condimentase un poco, refiriéndose a soltar alguna que otra gota de pis en su interior, algo a lo que ella se negó, aclarando que ya estaba bien así y que no era necesario.
Tras dar las gracias de forma irónica, él la sonrió, y finalmente, sin llegar a dar rienda suelta a su ofrecimiento, retiró su polla del vaso y se lo entregó de vuelta.

Después de acometer aquella segunda ingesta, le volvieron a preguntar si le sabía distinto, algo que esta vez confirmó, indicando que empezaba a notar un cierto regusto, pero que en ningún caso resultaba desagradable.
En cuanto concluyó su respuesta, José Antonio la tomó del culo, la besó durante unos segundos y en cuanto se hubieron separado, la miró mientras sugería que ahora solo faltaba el suyo. Ella le sonrió, ofreciéndole el vaso de forma cariñosa, para observar como, a continuación, llevaba a cabo lo mismo que había hecho el resto, sumergir el miembro en su copa para devolvérsela inmediatamente al terminar de agitarla.

Al final del día, había sorbido el contenido de un recipiente en el que tres pollas diferentes habían yacido. Lejos de sentir repulsión o cualquier tipo de repugnancia, percibía como aquellas acciones reforzaban la actitud que más le ayudaba a enmascarar su antiguo yo, favoreciendo que tal exposición le ocasionara cada vez un menor rubor, e incluso comenzase a hallar cierto orgullo en aquello en lo que más cerca estaba de convertirse. En una puta.

En cuanto el vaso que sostenía entre sus manos fue depositado nuevamente sobre la mesa, aquellos tres hombres se aproximaron hacia ella con celeridad.
José Antonio, que se encontraba detrás de Isa con los brazos pegados a su cintura, pudo observar sin perder detalle como Mateo detenía su avance en el momento en que su barriga y el vientre de Isa hacían contacto, para, de forma seguida, apretujarla contra él y comenzar a besarla efusivamente.
Cuando decidió que ya había tenido suficiente, tomó el relevo Luis Alberto, que siguiendo los pasos de su compañero, era ahora él quien fusionaba sus labios con los de ella.

Se mantuvieron besándose intercaladamente durante un ratito, hasta que José Antonio intervino en la consecución de esos actos, colocando sus manos sobre los hombros de Isa, procurando agacharla de esa manera, y que al hacerlo, su cabeza quedase convenientemente a la altura de sus cinturas.
En cuanto sus rodillas yacieron apoyadas sobre el parquet, se vio rodeada por las pollas de esos tres señores, que disponiendo de ella en aquella posición, no pudieron resistirse a aplicar pequeños golpecitos alrededor de su rostro, empleando sus miembros para tal misión.

Solo pararon de propinarle impactos cuando Mateo, que se hallaba justo enfrente, sujetó su cara tomándola de la barbilla, con la clara intención de inclinarla hacia arriba de modo que sus ojos hicieran contacto. Nada más enfrentarse sus miradas, relajó la comisura de sus labios, concediéndole una sonrisa justo antes de referirse a ella.

-Ummm. ¿Vas a comerme la polla, puta?.

Ella asintió, pero sin pronunciar sonido alguno.

-¡Te he preguntado si vas a chupármela!.

-¡Sí!. Voy a chupártela. Contestó finalmente Isa.

Mateo le volvió a sonreír. Sin mediar más palabras, depositó su pene entre sus labios, y tomándola por la nuca con su mano derecha, acometió un empentón tan fuerte que consiguió que la mitad de su polla dejase de ser visible para el resto de los asistentes.

Mientras se la mamaba, los demás seguían golpeando sus mejillas, al mismo tiempo que incidían en lo bien que tragaba o en como se notaba lo mucho que le gustaba hacerlo.
De vez en cuando, el miembro de Mateo abandonaba su boca, aunque solo para sumarse al tumulto y participar del placer que les suscitaba golpear de esa manera el rostro de aquella chica.
Cada vez que se atragantaba o alguna arcada les interrumpía, no dudaban en atizarle con más vigor para aleccionarla, siendo especialmente contundente el pene de este último, que, por su anchura y longitud, sonaba luego de cada impacto como si acabase de efectuar una imperiosa palmada.

Tardó en sentirse satisfecho, pero en cuanto consideró que ya era suficiente, empujó la polla una última vez a través su garganta, la cual no consiguió abarcarla entera por apenas un par de centímetros... Tras aquello, se la retiró del todo, y antes de apartarse para ceder su turno a José Antonio, se refirió a ella una vez más.

-Eres una mamadora nata, cariño. ¿Nos la vas a chupar todos los días, verdad?. ¿Te gustaría comernos las pollas todas y cada una de las veces que nos veamos de aquí en adelante?. Contesta, puta.

-Sí, me gustaría. Contestó Isa.

-¡Responde bien!. ¿El que te gustaría?. Insistió Mateo.

-Me gustaría comeros la polla todos los días. Concluyó finalmente.

-Ummm. Así me gusta. Pasado mañana iremos a la playa nudista que hay aquí cerca. Con un poco de suerte igual, hasta nos encontramos con algún conocido. Te vas a hartar de mamar. Jaja. Vociferó Mateo, mientras compartía aquella carcajada con el resto de sus compañeros.

Aquellas risas dieron paso a un deleite consumado por la dedicación que Isa exhibía en su manera de proceder con cada uno de sus miembros. Tras chupársela con especial cariño a José Antonio, hizo lo propio con Luis Alberto, para volver a comenzar la ronda desde el principio y seguir así, hasta haber dado la vuelta al panel varias veces luego de aproximarse la primera hora de haber empezado a hacerlo.

La siguiente vez que Mateo se le pondría delante coincidiría también con ser la última. Estaban excitados hasta unos extremos, que ni haciendo memoria con denuedo conseguirían dar con otro episodio parecido a ese, por lo morboso que estaba resultando y por lo salvaje que se había vuelto todo.
Teniendo apenas media polla en el interior de su boca, comenzó a sentir como unos temblores se propagaban desde la parte baja de su escroto. En ese momento, supo que aquellos impulsos con los que era arremetido no tardaría mucho en hacerle culminar, por lo que se afanó con rapidez en sujetar la cabeza de esa chica, mientras empujaba su pene hacia lo más profundo de su cavidad, con intención de insertar dentro todo el tamaño que fuese capaz de albergar.

Cuando estaba a punto de enterrar su pequeña nariz contra la pelvis de Mateo, aquellos estertores se personaron con verdadera impaciencia, dejando bien claro que venían para quedarse, y que ninguna estrategia, retardante o distracción bien fundamentada iban a ser capaces de revertir el estado en el que se encontraba.

Su polla no tardó en revelar los primeros temblores, algo de lo que Isa se percató enseguida. Al dirigir sus ojos hacia arriba, pudo observar como aquel hombre mostraba la misma mirada estrábica a la que anteriormente había sucumbido Luis Alberto. En ese instante, tuvo claro a lo que se enfrentaba, periplo que empleó para prepararse mentalmente, amén de resignarse a aguardar inmóvil ante lo que estaba a punto de acontecer.

Aquel enorme pene que yacía alojado en su garganta procedió a vibrar de manera descontrolada, mientras Mateo efectuaba ciertos movimientos con su cadera, que, si cabe, favorecían que su miembro se introdujese cada vez más. Cuando un grito ensordecedor anunció a todos el comienzo de su orgasmo, Isa notaba como las primeras gotas de su esperma comenzaban a resbalar a través de su esófago, hasta que de pronto, un denso chorro de enormes proporciones salió despedido de su capullo, estrellándose directamente en lo más profundo de su tubo digestivo. Este primer envite vino acompañado por otros de similar potencia y espesor, que con la fuerza de un portazo golpearon las paredes de su garganta, haciéndola partícipe de cada emanación que aquella polla derramaba.

Por fin Mateo se había corrido.

Esta vez, no hizo falta que le pidieran que tragase nada, pues tal decisión se había visto arrastrada por las vicisitudes propias de los acontecimientos. La mayoría del semen fue deslizándose él solo hacia el interior, a medida que era expulsado sin más ayuda que la de la propia eyaculación. Por eso, en el momento en que extrajo el pene de su boca, apenas quedaba ya nada por engullir.

Percibiéndose especialmente complacido, deslizó su mano derecha a lo largo del contorno de sus mejillas, para seguidamente consagrarla mediante una pequeña cachetada.
Particular reacción que nacía con la pretensión de exteriorizar su agrado de cara al desempeño que aquella chica había llevado a cabo durante todo el encuentro, así como por su capacidad para tolerar tales demandas y cumplir apropiadamente con sus lascivos estándares de calidad.

Le sonrió una última vez, antes de dirigirse al baño y desaparecer en su interior durante un periodo de tiempo prolongado. Mientras tanto, el resto quedaron varados a su antojo, volviéndose a dispersar poco después; uno apartándose para ir a fumar, el otro en dirección a la cocina, e Isa, aguardando sola en el sofá, periodo que empleó para reflexionar y tratar de convencerse de que todo aquello había sido, sin duda, lo mejor que podía haberle ocurrido.
 
Última edición:
Intersección.

En el transcurso de aquel intervalo de soledad ininterrumpida, procuró que su placidez se mantuviera, ajena a ese revuelo de semovientes que se desperdigaba sin que ninguna razón aparente les motivara a hacerlo. Mientras les observaba, procuraba que el listón de su dignidad no sucumbiese, y se viese obligada a tener que enfrentar lo sucedido influida por un hechizo distinto al del éxtasis reciente.
El efecto del alcohol empezaba a desvanecerse, y una Isa cuerda del todo podría tener problemas para empatizar consigo misma, pudiendo desaprobar e incluso aborrecer su comportamiento, renunciando así a cualquier justificación.

Ahora tocaba ser fuerte y valerse de su convencimiento, incluso de repetirse mil veces si fuera necesario que las riendas las tenía ella, y no aquella versión de su voluntad que pretendía denostar y minar su seguridad.

Su desamparo se vio interrumpido por la inesperada llegada de José Antonio, cuya compañía vino provista de buenas nuevas que trasladarle.

-Mateo ya está preparando la cama. En breves nos iremos a descansar. Mira, gírate. Ya está amaneciendo.

Tras transigir y voltearse hacia el ventanal que se encontraba justo detrás del sofá, descubrió que no mentía, pues al contrario que la vez anterior, aquellos primeros rayos de luz que conseguían atravesar las cortinas alumbraban un nuevo día en lugar de despedirlo, jornada que iban a comenzar, por irónico que fuese, yéndose a dormir.

La espera duró escasos minutos, durante los cuales se dedicaron a trastear con sus móviles y a disfrutar del silencio que lo envolvía todo. En cuanto su amigo reapareció para anunciarles que el dormitorio estaba listo, ambos emergieron del sofá y se dispusieron a seguirle.
Para sorpresa de Isa, aunque al parecer no tanto para José Antonio, no compartirían cama únicamente ellos dos, algo que hasta cierto punto podía llegar a imaginar. Aquel cuarto albergaba un colchón de matrimonio cuyo uso habitual era el de Mateo, revelando de esa manera que no dispondrían de emplazamiento propio, y que en caso de querer pernoctar en esa casa, iban a tener que hacerlo compartiendo todos el mismo espacio.

Apenas estaba empezando a procesar esa eventualidad, cuando sin necesidad de que ninguno le preguntara, Mateo les comunicó que Luis Alberto se había retirado a su estancia, por lo que no era necesario esperarle; además les confesó que antes de irse había estado vomitando, incidiendo en que lo mejor sería dejarle solo y preocuparse por su estado al día siguiente.

Mientras le escuchaba contar todo aquello, se acordó de lo que el otro les había dicho, cuando horas antes habían coincidido los tres en el baño.
Llegó a la conclusión de que debió tratarse de alguna excusa, pues ese apartamento, lejos de disponer de dormitorios suficientes, parecía contar solo con los justos y necesarios para hospedarlos a los dos.

Se sentía algo molesta, pero el agotamiento y la pesadumbre comenzaban a hacer mella en su cuerpo, así como en un raciocinio que yacía también bañado por el alcohol.
Su estado físico prevaleció sobre el resto de consideraciones, por lo que una Isa vencida por la somnolencia, prefirió anteponer su descanso a cualquier hastío o desquite que implicase postergar su reposo.
Hablaría con Luis Alberto a la mañana siguiente, pero por ahora solo disponía de energía para cerrar los ojos y dejar que todo aquello quedase en un segundo plano.

Al ir a tumbarse en la cama, se encontró con que Mateo se había hecho ya dueño y señor del lado izquierdo del colchón, por lo que optó por dejarse caer en el lado opuesto que quedaba libre. Pero un también exhausto José Antonio intervino en su decisión, obligándola a tener que correrse hasta hallarse en el centro del mismo, de modo que se vio constreñida en medio de los dos.
Una vez que yacieron tumbados, Mateo estiró su brazo hasta dar con el interruptor que apagaba la luz, y tras pulsarlo, ambos se giraron hacia ella para abrazarla como si un primario instinto acabase de tomar el control de sus impulsos.

Viéndose encajonada entre aquellos dos tipos, no pudo más que girarse hacia el lado en el que se situaba Mateo, para poder adquirir de ese modo tanto la postura ladeada como la orientación que acostumbraba procurarse para dormir.
Sus músculos fueron relajándose a medida que los párpados sellaban su abertura, y el débil movimiento de sus pechos desvelaba como su respiración se atenuaba, para gradualmente desplomarse más allá de su profuso adormitar.


Un retumbante sonido la hizo aflorar repentinamente. Mateo, que en ese momento se encontraba con su cara apoyada en la almohada a escasos centímetros de la suya, emitía unos entrecortados ronquidos de tal resonancia, que en lugar de un hombre parecía que tuviese al lado a un contrabajista ensañándose para atormentarla.
Esto, sumado a que los de José Antonio tampoco se quedaban cortos, terminaron por desproveer a esa chica de aquel urgente y reparador descanso del que tanto anhelaba disfrutar.

No tardó demasiado en advertir cómo un fuerte dolor de cabeza acaparaba el protagonismo de toda la escena, que potenciado por el desagradable regusto que rezumaba la boca de Mateo, obligaron a que se levantara y acudiese al servicio con más celeridad de la que aquellos atronadores ronquidos tenían de concurrir.
En cuanto llegó, se arrodilló frente al inodoro, dispuso su cabeza en el interior, y debido a las arcadas y al malestar que venían acompañándola, devolvió todo lo ingerido la noche anterior sin apenas dificultad.

Aquello no impidió que la sonoridad de sus espasmos se propagase por todo el apartamento, debido en parte a la incapacidad que tuvo para cerrar la puerta y aislarse debidamente.
Buena cuenta de ello lo tuvo la aparición de Luis Alberto, el cual se personó de improviso colocándose detrás de ella, tratando de asaltar su intimidad mientras apoyaba su mano en su hombro derecho, algo que consiguió paralizarla en el acto y hacerla concluir.

-Cielo. ¿Estás bien?. ¿Te sentó algo mal de lo que bebiste ayer?.

-No te preocupes. Es que me he despertado antes de tiempo y creo que eso me ha revuelto el estómago.

-Bueno, son casi las cuatro de la tarde. Aún has podido dormir unas cuantas horas.

-¿En serio?. Pensé que sería mucho más temprano.

-Jaja. Eso es porque estarías agotada, por eso tienes la impresión de haber descansado menos. Dijo un empático Luis Alberto.

-No sé... Oye, ¿Tenéis un calmante o algo para la cabeza?. Creo que me va a estallar.

-Claro, pequeña. Ahora te preparo uno. Ven a la cocina cuando termines. Duchate si quieres, así te sentirás mejor. Tienes toallas en ese armario. Usa la que necesites.

-Vale. Muchas gracias. Si... Puede que lo haga, porque me siento como si me hubiera caído por las escaleras.

-Jaja. Es que ayer hiciste mucho ejercicio. Expresó de manera traviesa mientras sonreía.

-Ya... ¡Por cierto!. Ya te vale. ¿No nos dijiste que había habitaciones de sobras para dormir?. Hemos tenido que compartir cama los tres.

-Jaja. Y no mentía. Haberlas, haylas. Lo que ocurre es que la de invitados no tiene colchón, solo está el somier. Perdona el malentendido.

-Qué cara tienes. Jaja. Dijo Isa, percibiéndose conforme con la aclaración.

-¡Ahora que me acuerdo!. Los cepillos de dientes que te dije que teníamos, están debajo del lavado, en el segundo cajón. Coge el que quieras. Le indicó Luis Alberto.

-Gracias. Voy a asearme entonces.

Tras agradecérselo lo vio desaparecer del baño, no sin antes guiñarle un ojo que vino acompañado de un cordial aspaviento, al que ella correspondió también con otro similar. Después de todo aquello volvía a encontrarse sola, oportunidad que aprovechó para llevar a cabo el resto de sus necesidades, así como lavarse la boca y gozar de una imprescindible ducha, la cual logró purificarla hasta tal punto, que parecía que un obispo hubiese sido el encargado de accionar el monomando y bendecirla.

Aquel chorro de agua transcurriendo por su piel proporcionaba tal deleite que su mente conseguía yacer por un instante a kilómetros de allí, ausente a todo esa desazón e incómoda migraña que segundos antes la habían devastado.

Mientras era seducida por tal consecución de favorables sensaciones, perseveraba en su negativa por considerar nada que tuviese relación con lo sucedido el día anterior.
Estaba decidida en claudicar ante una nueva filosofía que le fuese capaz de incoar el hábito de centrarse en el ahora, alejándose de aquella mentalidad autodestructiva y pecaminosa que nunca corría a su amparo para auxiliarla, sino más bien para menoscabar sus conductas y recompensar sus excesos con escarnio y deshonra.

De pronto, una voz la sorprendió navegando en su peculiar mar de introspección, atrayendo su interés y regresandola de vuelta a la cotidianidad.
José Antonio se había despertado, y, al igual que ella hizo antes, corría al servicio para satisfacer las demandas que requerían su indispuesto organismo.

En cuanto hubo entrado, propinó varios golpes a la mampara de la ducha, similares a los que cualquiera emplearíamos para manifestar nuestra presencia ante la puerta de un vecino. Se saludaron afectuosamente, para acto seguido sentarse sobre el váter y ponerse a hacer lo suyo como si nadie más estuviese allí.
Durante el transcurso de su evacuación, ella continuó aclarándose tanto el pelo como el resto del cuerpo, mientras parecía abstraerse de todo lo que ocurriera más allá del plato de la ducha.
Aun así, una parte de su atención se mantenía pendiente de aquel señor, de modo que pudiera percatarse en el momento en que concluyera sus necesidades; como una forma tácita de respetar aquel espacio, que, aún compartido por ambos, asignaba intimidad a cada uno sin que hubiera habido antes pacto alguno que lo respaldara.

Mientras José Antonio se incorporaba y se dirigía al lavabo, ella golpeaba el mango de la ducha, deteniendo así el fluir de la corriente y preparándose para salir de ella, a la vez que se enrollaba con la toalla más grande que pudo encontrar en el armario.
Antes de que tan siquiera pudiese saludarle, él ya la había cogido de la cintura y depositado un beso en los labios, tras lo cual le dio por fin los buenos días, amén de preguntarle cómo se encontraba.

-¿Qué tal has pasado la noche, cielo?. ¿Has podido dormir del tirón?.

-Sí, la verdad es que sí. Estaba hecha polvo.

-Es que ayer no paraste. ¿Eh?. Jaja

-Jaja. Eso mismo me ha dicho Luis Alberto. Además se hizo tardísimo...

-Cierto. ¡Si nos fuimos a dormir ya de día!. Pues yo he descansado regular. Me he levantado en varias ocasiones, pero todas las veces que me fijé vi que descansabas muy agusto. Me alegro de no haberte incordiado mucho.

-No. No me enteré de nada. Ya te digo que caí rendida y estuve así hasta que hace un rato me desperté de repente. Eso sí, tu amigo ronca un montón. Si no llegase a estar tan muerta, no habría podido dormir. Jaja.

-¡Lo sé!. Que me vas a contar... Le conozco desde hace años y ha roncado siempre. Incluso cuando estaba más delgado que ahora.

-Jaja. Ya... Debería adelgazar un poco, por salud más que nada. Además, he amanecido con su barriga casi encima y me estaba dando un calor que no veas. No me he dado cuenta de que estaba sudando hasta que he abierto los ojos.

-Jaja. Pobrecita mía. Pero has podido recuperarte bien del todo, qué es lo importante. Oye, escucha. Desayunar ya no, porque es tarde incluso para ir a comer, pero vamos a bajar a ver si queda algún sitio que tenga la cocina abierta y pueden hacernos algo. Así que arréglate, que en que nos duchemos y nos vistamos saldremos de aquí. ¿Has entendido?.
Le espetó José Antonio, empleando un tono que, aunque solemne, no dejaba de resultar cercano y amigable.

-Vale. Solo me falta vestirme y tal. Pero me fastidia tener que llevar la misma ropa de ayer. Me siento como sucia.

-No te preocupes, cielo. Más tarde nos pasaremos por el camping, que yo también me quiero cambiar. Venga, acicálate, que en breves nos iremos.

Descalza y ataviada tan solo con la toalla, atravesó el pasillo, emprendiendo la ruta que conducía hacia el salón, lugar donde esperaba encontrar tiradas por algún lado tanto el vestido como el resto de su lencería.
En cuanto llegó, se encontró con Luis Alberto tendido sobre el sofá, con el mando de la tele en la mano y pasando canales como si el principal divertimento de aquel aparato fuese ese.
Nada más verla, le indicó que había dejado preparada en la encimera de la cocina una jarra de agua fría al lado de una pastilla efervescente deshaciéndose en una cuchara, además de incidir en lo mona que iba cubierta tan solo con una toalla, que en realidad, por su tamaño, parecía más apropiada para la cabeza que para el uso corporal.

Poco a poco su estado anímico general fue recobrando el bienestar. Aquella ducha tan restauradora, acompañada ahora por aquel calmante, estaba ayudando a que recobrase la vitalidad, así como el ánimo y el optimismo de cara a emprender ese nuevo día que se presentaba ante ella, aún que fuese de forma tardía y desfasada, entrando en escena casi al final de la primera bobina.

Nada más recuperar sus prendas, se dirigió al baño para vestirse, pero se dio de bruces al encontrarlo ocupado, pues el único que faltaba había llegado antes y robado el turno.
Mateo, desde el interior, avisó mediante un grito de que estaba usándolo, sin tampoco saber muy bien quien había al otro lado pretendiendo entrar, ante lo que Isa optó por permanecer callada e instalarse en el dormitorio, comenzando a arreglarse allí mientras esperaba a que se desalojara.

No tardó demasiado. Lo que más demora le iba a originar sería maquillarse y arreglarse el pelo; pero con el baño invadido por el otro, solo cabía aguardar hasta que se liberase y pudiera retomar su ornamento.
Cuando habían transcurrido algo así como diez minutos, durante los cuales permaneció sentada en la cama ojeando una antigua revista, escuchó abrirse la puerta, tras lo cual se apresuró en acudir lo antes posible para que nadie más se le colase.

En cuanto cumplió su objetivo y logró colocarse frente al espejo, recaló en un detalle que hasta ese momento no había tenido en cuenta. No disponía de ninguno de sus enseres, y con las pocas pinturas y abalorios que acarreaba en su bolso, tampoco podía hacer milagros.
Al final se aderezó como pudo, aplicando un poco de colorete aquí, una sutil trazada con el eyeliner por allá, y por medio de un peine que gracias a Dios pudo encontrar, olvidado en la parte más profunda del cajón más apartado, se cepilló el cabello consiguiendo que, por lo menos, su aspecto pudiera ser considerado aceptable, eso sí, bajo unos estándares de belleza bastante laxos respecto a los que estaba acostumbrada a emular.

Cuando se presentó en el salón, el resto estaban ya esperándola, engalanados con pantalones cortos y camisas de verano, que lucían medio abiertas para procurar una mejor ventilación. La jornada encaraba su máximo pico de temperatura, por lo que incluso cubrirse con lo mínimo resultaba excesivo e incómodo de llevar.

Al verla, manifestaron agrado por su apariencia, y poco después, ya estaban saliendo todos por la puerta y dirigiéndose a la calle, en busca de un establecimiento que se apiadase y les concediera sustento.

Nada más posar sus pies sobre la acera, un impenitente sol les daba la bienvenida, y no contento con ello, terminaba las presentaciones golpeándoles con una brisa abrasadora que lo penetraba todo.
Isa caminaba a la izquierda de José Antonio, el cual no dudó en agarrarla de la cintura cuando apenas se habían alejado cincuenta metros del portal.
En cuanto alcanzaron el paseo marítimo, pudieron disponer de suficiente espacio para colocarse unos al lado de los otros, quedando ahora situada en medio de los tres.

Mateo se encaramaba a ella desde el mismo lado que daba al mar, el izquierdo, mientras Luis Alberto tenía que conformarse con formar parte de un extremo, contando solo con la compañía de este último.
A la vez que paseaban, iban conversando de esto y aquello, ajenos a toda la aglomeración que se concentraba en esa zona y a la que a veces costaba esquivar por lo abarrotada que se encontraba esa avenida.

Valiéndose de un momento en el que ambos intercambiaban pareceres, Mateo aprovechó para tomarla también de la cintura, provocando que la mano de José Antonio se viese obligada a desplazarse hasta terminar hallando acomodo sobre su culo; quedando escoltada de esa manera por aquellos dos señores, acto que proclamaba su posesión a ojos de todos, haciéndola suya sin que ningún vistazo pudiera albergar siquiera una duda razonable.

A esas alturas, lejos de sentirse perturbada, pudo extraer agrado de aquel aura de custodia que la envolvía y que tanta protección le otorgaba frente a un tumulto, que ahora transitaba a su lado sin que rubor alguno se manifestara en el rostro de aquella chica.
Al shock de ir acompañada por tres hombres de avanzada edad, se sumaba ir sujeta por ellos como quien se amarra a su primer amor adolescente durante un verano en el pueblo de sus padres.

La estampa era peculiar; no hacía falta ser un curtido observador para deparar en ella. Aún así, mantuvieron esa apariencia hasta que por fin pudieron dar con una cafetería que cedió a sus ruegos y aceptó prepararles unos bocadillos.
Algo era mejor que nada, más si se tiene en cuenta que aquella resaca había desembocado en un bárbaro apetito, el cual saciar a toda cosa se había convertido en la principal prioridad.

Almorzaron dentro, al amparo de un aire acondicionado que, aún siendo escaso, satisfacía lo mínimo para que no acabaran todos empapados en sudor.
José Antonio insistió en sufragar la cuenta, pero Mateo se lo impidió, interponiéndose a su amago y endosando él su tarjeta sobre el porta cuentas, mediante una amigable sacudida de manos que por poco no provocó el derrame de varios vasos.

Ya fuera del restaurante, José Antonio se dirigió al grupo.

-Esta y yo tenemos que volver al camping, para cambiarnos de ropa y hacer control de daños. Expresó de forma sarcástica.

-¡Vale!. Os acompañamos. Pero vamos en taxi. ¡Eh!. Que eso está donde Cristo perdió la sandalia. Inquirió Mateo.

-Bien. Pero lo pago yo, que tú ya has pagado lo otro. Añadió José Antonio.

-Jaja. Ya lo veremos.

Tras alejarse un poco de la gran avenida que constituía el paseo marítimo, dieron con una parada de taxis que se hallaba justo enfrente de un hotel. Se acercaron al primero que había y, nada más montarse, partieron rumbo hacia el destino.

Mientras se dirigían hacia allí, Isa reflexionaba sobre qué talante adquirir una vez llegase y tuviese que enfrentarse a mí, luego de haber permanecido un día entero sin vernos y haberse extraviado por ahí sin dar una sola señal de vida.
Aquello sí provocaba que cierta intranquilidad le afligiera, pues desconocía qué tipo de recibimiento iba a encontrarse una vez nos reuniéramos; acogida que, de ser desagradable o desairada, no sabía si podría estar a la altura de poder soportarlo.

Tal incertidumbre la mantenía inquieta, nerviosa, hasta el extremo en el que sus manos comenzaron a sudar, percatándose de su nerviosismo incluso José Antonio, que sentado junto a ella en la parte trasera del vehículo, se preocupaba preguntándole si le ocurría algo.

Todo el resquemor y la congoja que nos causa lo desconocido, sumado a la tendencia que solemos tener de ponernos en lo peor incluso mucho antes de haber ocurrido nada, se disiparon en el mismo instante en el que su bungalow la acogió.
Enseguida se percató de que mis cosas ya no estaban. La única prueba de que yo había estado allí era un sobre firmado con mi nombre que aguardaba sobre la mesa alta de la estancia, esperando para ser abierto y leído por ella en cuanto regresara.


< Cariño.
Te escribo estas palabras con todo el pesar de mi corazón. Sé que planeamos esto juntos, aunque lo cierto es que de los dos, siempre fui yo el mayor instigador.
Sé que has conocido a alguien; os estuve observando a lo largo de la mañana hasta que, en un momento dado, os vi desaparecer a ambos en lo que, supongo, sería su alojamiento.
Tampoco has venido a dormir. Sé que pasaste anoche por aquí para arreglarte; pero después te marchaste sin siquiera llamarme o decirme que habías vuelto, para volver a irte y no saber nada más de tí.
Mira. Pensé que esto iba a ser de otra manera, que lo soportaría de una forma distinta, pero... Creo que me ha afectado un poco; verte con otro hombre no ha sido como me esperaba. ¡Por favor!. Llámame en cuanto leas esto.
Seguramente para entonces ya esté de regreso a casa, por lo que espero que tú hagas lo mismo en cuanto lo leas. Cuando estemos cara a cara hablaremos de esto.
Con mucho cariño, tu chico. >


Isa se quedó a cuadros. No podía creer que le estuviese haciendo aquello. Rápidamente extrajo su móvil del bolso, el cual sí que era cierto que había desatendido más de lo habitual, pero salvo por un par de llamadas, tampoco encontró rastro alguno que indicase que había habido una atención acérrima por su parte.
Pensaba que había actuado de ese modo para darle más autonomía, pero resulta que sin saberlo, el espacio se lo estaba dando ella. No entendía nada.

-¡Menudo imbécil inmaduro!. Verbalizó chillando sin darse cuenta, al tiempo que tiraba la carta al suelo y la arrastraba bajo el hueco del mueble de la tele con un puntapié.
-¿Cómo me hace esto?. Volvió a bramar en alto. -Con todo lo que he hecho por él, ¿¡Y ahora actúa así, como un niñato!?.

No le acuciaba apesadumbre alguna, ni siquiera sentía pesar por una relación que exhalaba sus últimos estertores, y que todo apuntaba a que iban a ser muy difíciles de revertir.
La que más dominaba sobre el resto de percepciones era la irritación, que, más allá de la decepción que suponía aquel comportamiento, le había conseguido enrabietar como nada ni nadie había estado cerca nunca de poder frustrarla.

Encontrándose todavía en ciernes de poder asimilar aquella primera fase de estupefacción, se giró hacia el enorme espejo que yacía colgado al lado de la entrada del bungalow, y mientras se retiraba una lágrima con la ayuda de su muñeca derecha, se le escapó una pequeña sonrisa, alumbrando un desahogo teñido de resarcimiento y vendetta, que poco o nada tenían que ver con lo descolorido, que, por un instante, lo había percibido todo.

Sin ser en absoluto consciente, con aquella actitud huidiza e infantil, solo había propiciado que cimentaran con mayor arraigo las bases sobre las que se alzaría una nueva Isa.
Había ayudado sin pretenderlo a crear un monstruo que ni ella, ni por supuesto yo, podríamos haber estado preparados para imaginar, y todavía menos para contener.
El tipo de reacción que se esperaría de una chica cualquiera no tenía en cuenta los parámetros de Isa, la cual se situaba muy por encima de todos los estándares, tanto en el plano sexual como en el sentimental.

Una vez que se desencorsetara tanto de la furia que la invadía como de sus inhibiciones más enraizadas, estallaría en un ímpetu tan desarraigado como impredecible, desatándose sin que condición o motivación de ningún tipo pudiesen tener la capacidad de refrenarla.


Se lavó la cara en el lavabo, para segundos después dirigirse hacia su dormitorio y cambiarse de ropa. Eligió ponerse el vestido con más escote que encontró, amén de un culote finito de color celeste que apenas cubría un porcentaje ínfimo de su culo.
Omitió llevar sujetador y, como remate, se pintó con decencia y pulcritud aprovechando que ahora disponía de todo su arsenal de maquillaje.

En cuanto estuvo perfecta, se dirigió hasta la entrada del recibidor y detuvo la carga que en ese momento estaba alimentando a su smartphone.
Antes de atravesar la puerta se paró una última vez, espera que empleó para desbloquear el móvil y abrir la lista de contactos. Buscó mi teléfono y le dio eliminar, repitiendo el mismo proceso dentro de la aplicación del WhatsApp.

Con los deberes hechos, se aventuró a acudir al bar del camping, lugar en el que habían acordado reencontrarse y donde esperaba volver a reunirse con ellos.
Grupo al que, ahora más que nunca, se sentía ligada y dispuesta a pertenecer, así como, llegado el momento adecuado, complacer como sabía que tanto les embriagaba que lo hiciera.
 
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Juegos En La Arena.

Era la primera vez que la contemplaban tan hermosa. Ya habían enaltecido su atractivo en otras ocasiones; pero ahora, la sinceridad con la que expresaban sus dictámenes emergía del rincón más hondo y noble de aquellos hombres; adulaciones que conseguían repiquetear de un modo que resultaba tan espontáneo como agradable para ella.

La recibieron como se merecía, como una reina. Actuando como un verdadero caballero, Mateo fue el primero en levantarse e ir en busca de una silla, la cual dispuso cortésmente junto a la suya, ofrecimiento que agradeció tras acomodarse.
Después de avisar al camarero para que le trajese un Aquarius de Limón, se entretuvieron conversando de sus asuntos, completamente ajenos a todo lo que acababa de ocurrirle a su última incorporación.

A pesar de encontrarse enormemente cabreada, a medida que se iban asentando las cosas y recobraba más friamente el control de sus emociones, no podía impedir que un profundo desconsuelo tomase más protagonismo del necesario.
Deseaba a todas luces distraerse con lo que fuera, así que en un afán por acudir al rescate de su propia estabilidad mental, se arrancó a hablar sin que nadie de aquel grupo se esperase que lo hiciera.

-¿De qué conversáis?. Que me tenéis abandonada. Expresó mediante el uso de una sonoridad especialmente atrayente.

-De nada. Estábamos debatiendo sobre que hacer esta semana. Dice Luis Alberto que son fiestas en un pueblecillo cercano, pero va a estar atestado de visitantes. Además, les comentaba que a estas alturas no vamos a tener donde quedarnos y regresar conduciendo a las tantas no es una opción, más si bebemos. Le contestó José Antonio.

-Aún quedan unos días para decidirlo. La pregunta es. ¿Qué vamos a hacer hoy?. Son casi las siete; todavía no es tarde si queremos ir a la nudista. Apuntó Mateo.

-¡Oye!. Pues no es mala idea. Añadió Luis Alberto.

-¿No decías de ir a la playa pasado mañana?. Preguntó Isa dirigiéndose a Mateo.

-¡Cierto!. Pero cuando lo mencioné era ya de madrugada y no sabía exactamente cómo nos íbamos a levantar. Sin embargo, ahora me encuentro bastante bien. ¿Y vosotros?.

El resto asintieron, mostrando su aprobación respecto al plan que su amigo acababa de arrojar sobre la mesa, mientras cada uno insistía con más ahínco que el anterior en lo físicamente en orden que se encontraba para acometerlo.
En esta ocasión, un veloz José Antonio lograba anteponerse a su compañero, derrochando altruismo tras poder abonar por fin la consumición de todos.

Una vez que se alzaron de sus asientos partieron rumbo a los bungalows, con la misión de proveerse de las chanclas que en aquel momento carecían todos.
La primera parada la realizaron en la estancia de Isa, donde, a parte de sustituir su calzado, también pretendió cubrirse con un biquini, acto que todos evidenciaron entre risas, instándole a que se acordara del propósito para el que se estaban preparando.

Ella sonrió, mientras se encogía de brazos y escondía su embarazoso descuido detrás de aquel leve ademán. Tras ello, continuó dando vueltas de aquí para allá, empleando ese zigzagueo para ir acumulando bártulos de todo tipo, que apilaba desordenados en su vasta bolsa de playa. Entretanto, los demás aguardaban sentados en los sofás, observando como vagaba abstraída por el salón, motivada por una inabarcable variedad de motivos en los que se abstuvieron de querer entrar.
En cuanto introdujo lo último que le faltaba por atesorar y les comunicó que había terminado, se despegaron de sus asientos como si en lugar de posarse sobre cojines, sus culos se encontrasen de repente encima de un fogón.

El paso por la morada de José Antonio fue mucho más apresurado. Les prestó un par de toallas y sandalias de piscina a cada uno, y en cuanto Mateo terminó de usar un momento el baño, partieron en dirección al coche que yacía estacionado enfrente de su mismo bungalow.

Aproximadamente media hora después de haber dado comienzo la conducción, lograron avistar la costa por primera vez, quedando tan cerca de ella como el reloj lo estaba de marcar las ocho. El calor continuaba siendo impávido e inclemente por mucho que el sol se encaminase pronto a despedir el día, y, al menos desde el coche, se descubría ante ellos una extensa bahía que apenas seguía tomada por un puñado de pobladores.

Pese a las horas que eran, sufrieron dificultades al momento de aparcar, pues aquel parking de tierra se presentaba abarrotado por todo tipo de vehículos, caravanas y toda clase de furgonetas camper que uno pudiera imaginar, lo que sugería que la playa podría encontrarse más saturada de lo que les había parecido a primera vista.
Pero se equivocaban. Gracias a Dios, la mayoría de esa gente se hacinaba en el otro extremo, en el área de los textiles, permitiendo que la atmósfera proyectada sobre el sector nudista resultase más apacible y acogedora, procurando no sólo del espacio idóneo para establecerse, sino, sobre todo, dotándolo de una apreciada y deliciosa intimidad.

Nada más salir del coche y notar la arena entre sus dedos, Isa les preguntó que cuándo se desprenderían de la ropa, queriéndose referir en realidad a dónde lo iban a llevar a cabo, pues en aquel aparcamiento abundaban familias y personas, que en su mayoría eran jóvenes como ella, en quién seguro no tardarían en centrarse todas las miradas si decidía desnudarse en público.

Por suerte, sus respuestas la tranquilizaron. Bajarían vestidos como iban hasta terminar la pasarela que conducía a la parte naturista, para solo una vez que se encontrasen en la playa, desvestirse y permanecer en ella como se debía.
Dicho y hecho. Cerraron el coche y se aventuraron en aquella dirección.
Una vez allí, se desplazaron hacia uno de los laterales hasta terminar dando con unas rocas, entre las cuales decidieron guarecer y convertir en refugio.
El lugar era perfecto, ya que un terraplén tras ellos les flanqueaba por completo, además de disfrutar de una visión de ciento ochenta grados desde la que podían controlar todo el entorno.

La afluencia con la que otros bañistas concurrían paseando por las inmediaciones resultaba irregular, pero no alcanzaba a ser excesiva en ningún momento, y que estos transitasen a cierta distancia ayudaba a mejorar la concepción que tenía Isa de aquel emplazamiento.
No tardaron mucho en liberarse de sus prendas, ya que ir vestidos de calle en aquel paraje, sumado a la travesía que habían abordado sobre tablas de madera primero y por encima de dunas de arena después, casi logra apoderarse de su escasa robustez y producirles tal sofoco, que ni llevándolo a cabo por medio de un soplador de hojas industrial habría sido efectivo el boca a boca.

Ahora le tocaba el turno a ella, evento al que, a parte de asistir los propios, lo hacían también todos esos extraños, que bajo la pretendida apariencia de ser meros figurantes, no habían renunciado a la curiosidad suscitada por esa chica ni a los motivos que la habrían llevado a estar allí. Además, que lo hiciese acompañada por unos señores tan dispares en edad, no lograba sino añadir complejidad a un panorama que no requería más para ser perplejo, resultando difícil de descifrar incluso para los más avezados de aquel ambiente.

Al mismo tiempo que su vestido tocaba el suelo, lo hacía también la baba de los que la observaban, que ocultos tras sus gafas, gorras o simplemente bendecidos por la distancia oportuna para llevarlo a término de forma cómoda, no perdían rastro alguno de sus movimientos.
Su abultado busto volvió a generar impacto entre los presentes, tras admirar cómo se desprendía unos centímetros luego de haber sido arrastrado brevemente por su indumentaria, pues, a pesar de no ser ya desconocido para ellos, una noche sumergida en alcohol y condimentada con un poquito de longevidad impedía que los recuerdos cosechados contasen con tantos detalles como hubieran deseado conservar, y que, de encontrarse cuerdos, se verían almacenados en un lugar más conveniente y con mayor grado de perpetuidad.

La retirada del culote llegaría más adelante, pues prefirió seguir llevándolo hasta, por lo menos, familiarizarse más con aquel territorio que le acababa de acoger y al que todavía seguía aclimatándose.
En cuanto sus cuerpos dejaron de ocultar secreto alguno, dispusieron sus toallas en forma de cuadrícula, de modo que al tumbarse José Antonio y ella tenían enfrente al resto.
De esa manera, podían verse la cara e interactuar sin limitarse a hacerlo con quién tuviesen a su lado, lo que propició que enseguida plantearan divertimentos de todo tipo para distraerse.

Echaron mano de la baraja de cartas que traía en su enorme bolsa, pero ante el desconocimiento total que mostraba de cara a los juegos que proponían, optaron por emplear otro método que les ayudara a entretenerse con ellas.
En realidad, la idea surgió en el seno de Mateo, que desde el mismo momento que pudo volver a disfrutar de su figura, fue incapaz de hallar espacio en su mente para nada más.
Se estaba poniendo cachondo, algo que, llegado el caso, le sería imposible disimular tumbándose, pues su enorme barriga se lo impedía y tampoco deseaba que su bandera oteara en alto sin una justificación clara que lo disculpase.

De todas formas, parafraseando el eslogan de cualquier casino, ''Habían venido a jugar'', y si una polla erecta sin motivo era el precio por hacerlo, que así fuese.

En cuanto terminó de urdir un plan en su cabeza, se lo trasladó al resto del grupo.

-¡Ya sé que podemos hacer!. ¿Qué os parece si jugamos a retos?.

-¿Qué es eso?. ¿Qué hay que hacer?. Preguntó ella.

-Es muy sencillo, atended vosotros también. Repartimos la baraja entre todos y después ponemos el montón hacia abajo de modo que no se vea. Luego, levantamos una cada uno y el que disponga del número más bajo, pierde.

-¿Y quién decide los retos?. Inquirió Luis Alberto.

-Muy sencillo. El que tenga el naipe con la numeración más alta será el encargado de retar, y en caso de empate, elegiremos en conjunto lo que debe hacer. ¿Os animáis?.

Terminadas las explicaciones, asintieron de forma colectiva, mostrando su acuerdo con la propuesta y prestándose a efectuar una ronda de prueba.
El primero en perder fue el propio Mateo, que bajo las órdenes de José Antonio se vio obligado a correr hacia la orilla y a meterse en el agua. Petición que, pese a resultar banal por el contexto, encerraba una furtiva motivación, pues tantos años de amistad les habían permitido conocerse; por lo que empezar atacando a su punto débil, su consagrada aversión al baño, tampoco fue una sorpresa para su amigo y ahora contrincante.

Nada más regresar y acurrucarse en la toalla, enfrentó la mirada que José Antonio había depositado en él, acompañándola de un gesto amigable tras el que se resolvía dispuesto a devolvérsela en cuanto tuviera la ocasión.
Aún tratándose de un hombre rencoroso, no podían existir razones que avivasen esa inquina, pues aquel agravio venía supeditado por las normas de un juego al que él mismo había instado a que participaran.

En todo caso, tampoco tuvo que esperar mucho para el desquite. Al turno siguiente los astros se alinearon, concediendo que Mateo adquiriese el rol de verdugo, ante un decrecentado José Antonio que ahora se exhibía convertido en víctima.
Relamiéndose los labios en señal de regocijo, caviló con minucioso escrúpulo la que sería su venganza, y en cuanto fue deslumbrado por un haz de lucidez, se dirigió a su compañero.

-Jaja. Ahora te vas a enterar. Escúchame bien. Vas a ir en pelotas hasta donde tienes aparcado el coche.

-¡Qué dices!. Eso está lleno de gente. Además, esa zona no es nudista.

-¡Lo sé!. Jaja. Ya te puedes dar prisa. Y no te olvides de traerme las gafas de sol como prueba de que lo has hecho. Me las he debido dejar atrás, en un lateral de la puerta.

-Joder... Ya te vale.

Mientras le veían alejarse, procuraba evidenciar su regodeo por medio de burlas y toda clase de señas que fue capaz de mantener hasta que la lozana distancia hizo imposible distinguirlo.
Todo aquello a ojos de Isa, pese a la dureza de las pruebas que se habían ido planteando, se estaba convirtiendo en una atractiva distracción con la que ocupar su mente; lo que conseguía contener su amargura e incluso revestirla con un uniforme distinto al de agente funerario que la venía representando desde que leyó mi carta.

Entre que iba y volvía de su misión exhibicionista, continuaron jugando ellos. Después de que cada uno destapase una nueva carta, la perjudicada en aquel tercer turno fue la propia Isa, que desveló un tres de copas frente al seis de bastos de Luis Alberto y a la sota de Mateo.
Se proclamaba vencedor otra vez, algo que un desatado y calenturiento hombre como él no iba a dejar pasar.
Tras aguardar en silencio y maquinar con esmero la que sería su demanda, focalizó su mirada en ella y procedió.

-¡Ya sé que quiero que hagas!. Quiero que te acerques gateando y nos des un besito a cada uno en la punta del capullo.

-¿En serio?. Jolin... Es que hay gente mirando. Expresó Isa mostrando cobardía.

-No seas paranoica. Yo apenas veo gente y los que están van a lo suyo.

-Pues yo sí que la veo. Hay muchos grupos aquí y allá. Indicó mientras los señalaba disimuladamente.

-¡Venga!. Deja de poner excusas. Las normas son las que son; tienes que obedecer. Mira, nos giramos un poco así de lado y haces como que te acercas a coger algo. Nadie se va a dar cuenta.

A pesar de que no se fiaba de que el resto les ignorase, terminó cediendo a las presiones, y sólo cuando hubo ladeado varias veces la cabeza en busca de posibles mirones, se embarcó en cumplir el desafío.
Para ese entonces, ya se habían posicionado de modo que sus penes quedaban a la vista, de manera que podía acceder a ellos tan solo con agacharse.
Se despegó de su toalla y reptó como una culebra hasta dar con el primero, el de Mateo, al cual propinó un besito en la punta. Después, se giró hacia el cuerpo de Luis Alberto y realizó la misma acción, echándose rápido hacia atrás al terminar como si aquel retroceso pudiera servir para ocultar su atrevimiento.

Evidentemente, varios de los hombres que yacían diseminados por las cercanías habían sido testigos de tal espectáculo de perversión.
Pruebas de ello las tenían tanto el uno como el otro, pues mientras se las besaba, no habían dejado de ojear en todas direcciones en busca de algún incauto que tuviese en aquel momento sus ojos puestos en ella; pretensión que se vio satisfecha, y ante la cual, lejos de mostrarse disconformes o vulnerados, les invadía de una enorme dicha que iba en aumento cada vez que rememoraban cómo la decencia de aquella chica había sido profanada en público, que distraída como lo estuvo, se mantenía ajena a todo lo que sus actos habían suscitado.

En cuanto lo hubo hecho, no perdieron la oportunidad de valorar su hazaña, insistiendo en lo bien que la había llevado a cabo, lo valiente que fue, y sobre todo, dejando entrever lo divertido que sería volver a ver repetida tal gesta. Ante lo cual, ella se negó, aludiendo a las normas del propio juego, y dando a entender de manera un tanto inconsciente, que más adelante y en función de la partida, ya se vería.
Su forma de pegar una patada al problema y alejarlo, lejos de causar exasperación, produjo exactamente lo contrario. Estimulados como lo estaban, todo sugería que de ahora en adelante, lo inteligente iba a ser centrar el juego sobre Isa, esta vez sin paliativos ni derrochando entre ellos una energía que preferían guardar, para llegado el momento poder emplearla con esa chica.

Para cuando habían completado la siguiente ronda, José Antonio ya estaba de vuelta, reflejando un cierto bochorno por la incursión que había emprendido y con un estuche, el cual contenía las dichosas gafas de su compañero.
En este caso, Luis Alberto era proclamado como el nuevo vencedor frente a un irrisorio 2 de espadas con el que Mateo fue incapaz de sobreponerse.
Aplicando la lógica anterior, el ganador se limitó a pedirle que se animara a darle una calada al cigarro que sostenía entre sus dedos. El otro accedió, aspirando brevemente a través de la boquilla, lo que desencadenó una serie de carraspeos y desagradables contorsiones que tomaban su rostro en señal de repulsa.

Reunidos de nuevo los cuatro, volvían a ser todos los que esta vez se disponían a jugar. Si bien José Antonio había quedado al margen de aquel pacto entre caballeros, no tardaría mucho en percatarse del mismo ni tampoco en sumarse a él.
Durante los siguientes turnos se sucederían diversas victorias y sometimientos, que por azares de la probabilidad les implicaron exclusivamente a ellos. El nivel de dificultad de las sucesivas pruebas en las que se fletaron fue descendiendo paulatinamente, apiadándose de los derrotados con peticiones menos bizarras de las que aquel implacable juego había sido testigo desde su inicio.

Tendrían que esperar un par de tandas más para que Isa quedase en la última posición, lo que tuvo lugar frente a un triunfante Luis Alberto, el cual recapacitó con extraordinaria audacia lo que sería su reclamación. Cuando su corteza cerebral terminó de cargar toda su inventiva, se la trasladó.

-A ver a ver... Ya he decidido cual va a ser tu desafío. Nos vas a dar un besito a todos como hiciste antes, pero esta vez en el culo.

-Jaja. ¿Qué le tocó hacer cuando yo no estaba?. Preguntó José Antonio, conmovido por la nueva dinámica que acababa de emprender aquel divertimento.

-Mateo le mandó darnos un beso en la polla a los dos. Fue glorioso. ¿Verdad que sí, pequeña?.

-¡Estan locos!. Seguro que nos vio alguien. ¡Protégeme de ellos!. Expresó de forma satírica una Isa que en modo alguno parecía encontrarse molesta o enfrentar ningún asedio.

-Jaja. ¡Mira que sois!. ¿Eh?. Si que esperáis... Respondió José Antonio entre risotadas.

-¡Bueno!. A lo que estábamos. Cariño, te toca. Le recordó Luis Alberto.

-Pero... ¿Cómo que un beso en el culo?. ¿A qué te refieres?. Inquirió ella por medio de unas maneras algo vacilantes.

-Significa lo que oyes, un beso en el cachete, en la nalga. Vamos, cielo, que se va a pasar el turno. Volvió a insistir él.

En cuanto terminó de repetirlo se inclinaron todos hacia un lado, con la intención de dejarle el hueco necesario para que pudiese hacerlo con la menor dificultad posible. Ante aquel panorama, volvió a tantear el ambiente, rotando sobre sí misma para alcanzar a ver si más allá de los márgenes cercanos se encontraba con algún insolente observador proyectando interés sobre lo que hacían.
Llegado a su fin aquel tanteo, se embarcó en abordar el reto con más convencimiento del exhibido anteriormente, ante una playa algo más desierta de lo que había estado cuando fue pisada por ellos la primera vez, lo que en parte ayudaba a justificar su actual habituación.

Retrocedió gateando de modo que su cabeza quedase al nivel del culo de José Antonio, el cual se acababa de dar la vuelta para ofrecérselo sin ahondar demasiado en posibles admiradores.
Sin expeler demasiados reparos, acercó su cara hasta que sus labios hicieron contacto con el centro de su nalga, instante en el que depositó un dulce beso que no dudó en acompañarlo con cierta sonoridad, infundiéndole de esa forma algo de humor a su desempeño.

Tras besuquearlo, replicó la misma tarea con los otros dos. El próximo afortunado fue Mateo, al que tenía enfrente y en cuyo enorme pompis estampó su boca, profiriendo el mismo sonido con el que había obsequiado a su amigo.
Finalmente, luego de pivotar levemente hacia la izquierda, repitió el cometido con Luis Alberto, quien, a parte de ser el principal inductor de aquello, fue incapaz de resistir la tentación de propasarse como el que más.
Cuando su cara se ubicaba a escasos centímetros de chocar con su cachete, alargó la mano hasta dar con su nuca, agarrándola y valiéndose de ella para mantener su cara pegada contra él. Aquellos segundos provocaron un estallido de risas entre sus amigos, así como que un sonrojo cubriese el cutis de Isa, la cual reaccionó atizándole un manotazo y llamándole guarro mediante un meloso tono de voz que fingía desaprobación.

-¡Ya te vale!. Eso no entraba en el reto. Dijo Isa confrontando a Luis Alberto.

-Jaja. Así es el juego, cariño. Cuando ganes podrás devolvérsela. Apuntó José Antonio.

-¡No te quejes!. No te he pedido que nos besases otra parte... He sido bueno. Añadió el aludido.

-¡Qué malosos sois!. No me puedo fiar de ninguno de vosotros. Cuando me toque os vais a enterar. Exclamó ella, exhibiendo una actitud más conciliadora que la expuesta en un principio.

En el fondo, no fue el acto en sí el que consiguió desencajarla. Su reacción estaba incentivada por la imagen que irradiaba hacia el exterior y sobre la que se erigía la mayoría de sus recatos y pudores, a los cuales dotaba de una entidad mayor cuando estos quedaban expuestos cara al público. Ser juzgada por los demás seguía siendo una tarea pendiente para ella, a la que aprender a restar importancia implicaría un largo proceso.

Retomados los ánimos y devueltos a su cauce, enseguida se disipó aquella tensión malentendida, recobrando de nuevo la que era su condición habitual.
Reanudada la partida donde la habían dejado, era el momento de jugar una nueva mano, ante lo que Isa bromeó reincidiendo en su amenaza anterior: -¡Os vais a enterar!.

Para mayor regocijo de aquellos alborozados hombres, repetía otra vez como perdedora, enfrentándose a un Mateo victorioso que no demoró en mascullar su exigencia.
Le pidió que se retirase el culote, mientras señalaba de forma jocosa lo bien que se había portado y que no debía acostumbrarse porque a la siguiente podría resultar menos compasivo.
Respondió carcajeando de forma burlona, aceptando el duelo y añadiendo que la próxima vez, quizás sería ella quien desatase su furia y destacase por su falta de piedad.

Antes de nada, tenía que consumar su petición, algo que comenzó a hacer mientras yacía tumbada con la ayuda de sus manos. Aquello contrarió a Mateo, que la interrumpió inmediatamente reclamando que debía hacerlo de pie y no retorciéndose en el suelo como si fuese una croqueta.
Al retintín con el que lo expresó, se sumó un provocador movimiento de su mano que indicaba que se alzase y les mostrara de esa manera como llevaba a cabo la retirada de su prenda.
Pauta que respaldaron todos y que no dudaron en convocar al tiempo que la animaban entre risas y cachondeo.

Tras ser persuadida, o más bien distraída, por aquella actitud tan distendida y evocadora que partía de cada uno de los miembros de su grupo, terminó poniéndose en alto y aviniéndose a sus requerimientos.
Esta vez, partió de la propia Isa desprenderse de aquel culote al ritmo de un seductor contoneo con el que acompañó todo el proceso; y no contenta con ello, en cuanto ese trocito de tela se depositó sobre la arena, lo lanzó por medio de una cuidada patada contra la cara de Mateo, que, halagado por aquel presente, reaccionó sonriendo e introduciéndoselo en la boca durante un par de segundos.

Mostrándose gratamente complacidos por aquel espectáculo, no dudaron en palmearla y felicitar su actuación, mientras que al receptor de aquel regalo le faltaba tiempo para pronunciarse.

-Umm. Sabe muy bien... ¡Me encanta!. ¿Me lo regalas?.

-Jaja. ¿Te lo vas a quedar así, sin lavar ni nada?. Yo si quieres te lo doy... Pero tampoco es que me haya traído demasiada ropa. Voy bastante justa de todo, de lencería especialmente.

-Ni te preocupes por eso. ¡Mira!. Ya tenemos plan para mañana. Iremos a comprarte vestiditos, tangas... Todo lo que necesites. ¿Te gustaría?. Contestó Mateo.

-Te lo agradezco pero... No hace falta, de verdad. No es necesario que te gastes dinero.

-Jaja. A este le sobra. ¡Sácale lo que quieras!. Vociferó José Antonio con el objetivo de picar a su compañero.

-¡Más que tu seguro!. Que estás de alquilado en un camping. Le recriminó Mateo, atendiendo a su vacile con el suyo.

-Jaja. No sé... Me sabe mal. Se lamentó Isa.

-¡No digas eso ni en broma!. Con lo bien que te portaste ayer por la noche, lo mínimo es recompensarlo. Te lo has ganado, cariño. Concluyó Mateo, mientras extendía su mano y tomaba con afecto la de Isa.

Al final aceptó. Además, aunque no lo confesara en alto, las últimas palabras proferídas por aquel señor le habían hecho alcanzar un cierto grado de excitación.
Saber que iba a ser resarcida por mamar la polla de esos tres hombres, elevaba sus pulsaciones hasta apenas poder oírse pensar con claridad. Aquella parte de su ser que gozaba con cada gramo de dignidad que perdía, se encontraba aplaudiendo en alto, mientras la tomaba también del brazo y tiraba de ella hacia el lado oscuro de su magia.
 
El Apego Del Mar.

Las horas que acaecían propiciaban que la playa se encontrase casi desierta, a excepción de algún persistente morador que buscaba disfrutar como ellos de aquel bello crepúsculo vespertino.
Antes de que el sol cayese completamente, se animaron a darse un baño, al que incluso un felino como lo era Mateo se unió para chapotear un poco.

Con sus cuerpos cubiertos por el agua hasta la cintura, se emplazaron de modo que Isa quedó rodeada por medio de los tres, teniendo enfrente a Mateo, a Luis Alberto en un costado y adherido a su espalda, como siempre hacía, a José Antonio.
Tomándola con sus brazos desde atrás, la abrazó fuertemente hasta tenerla bien adherida contra su vientre. Acto seguido, comenzó a profanar su cuello por medio de delicados besos, cuyo modo de cautivarla no era ya desconocido para él, además de haber sido los responsables de los primeros jadeos que escuchó provenir de ella, oyéndolos emerger aquella noche desde lo más hondo de su alma.

Mateo, totalmente subyugado por su propio libertinaje, se sintió arrastrado a extender su mano derecha hasta poder palpar la parte baja de su vientre, momento en el que ella le sujetó la mano con brusquedad, mientras volvía a emitir un comentario que aludía a su preocupación por los mirones.

-¡Mira!. No nos está vigilando nadie, no seas tan obsesa con ese tema. Le espetó Mateo, mientras llevaba la mano que tenía libre hasta su cara y se la viraba hacia la playa con intención de que la observase.

-Ya... Pero no sé. Balbuceó Isa.

-Cariño, relájate. Los pocos que hay están lejos y no pueden distinguir lo que hacemos, aparte de que en estos lugares nadie está pendiente del resto. No me digas que ahora te nos has vuelto vergonzosa, con lo bien que lo pasamos ayer por la noche. ¿O ya no te acuerdas?.

-Claro que lo recuerdo. Si no es eso... Lo que ocurre es que me da mucho corte que me puedan ver haciendo estas...

Su frase se detuvo de forma súbita en cuanto apreció cómo la mano de ese hombre, que hasta ese instante se había hallado alrededor de la parte baja de su tripa, se desplazaba con decisión hasta cubrir con ella el contorno de su vagina. Tal atrevimiento vino escoltado por unas palabras que lograron interferir en su razón, aunque más por el tono y la contundencia de las mismas que por la estructura propia de la gramática que empleó.

-Cierra los ojos, zorrita. Así te será más fácil.

Aquellos rudos y directos vocablos provocaron que un recital de sensaciones rebasase todo límite de contención posible.
Isa cerró los ojos, consintiendo que los acontecimientos se desarrollasen mientras la secuencia de esos actos alumbraba a una chica cuyo interés se reflejaba tan sólo en ellos, abstraída del escenario por vez primera e interpretando su mejor papel al margen de los posibles espectadores que concurrieran.

Percatado de cómo su entereza comenzaba a desembarazarse, Luis Alberto la tomó de la muñeca, acercándola hasta aquel lugar del agua bajo el que se ocultaba su polla.
Nada más notarla entre sus dedos, se la agarró con cuidado, apreciando al instante cómo de erecta se encontraba.
Mateo, quien había sido el instigador de todo, se apresuró a frotarle el coño con el loable propósito de aumentar su excitación, ante lo que Isa, cuyas reticencias daban ya muestras de haber alcanzado el borde de un precipicio, respondió atrapando también su pene sin que hubiera habido antes insinuación alguna de que fuese a hacerlo.

Contener una polla en cada mano sólo podía terminar de una manera, que después de acariciarlas con mimo durante un rato, se desveló.
Se aventuró a masturbarles a los dos, a ojos de un José Antonio que seguía pegado a su retaguardia y que no dejaba de admirar con excelso agrado el devenir de su desempeño.
Su rígido miembro chocaba directamente contra su culo, sobre el que lo restregaba aplicando para ello suaves movimientos de cadera.

Transcurridos varios minutos desde que hubo empezado a meneárselas, Mateo intercedió en medio de aquel silencio.

-Ummm. Menudo talento tienes para hacer pajas. Es increíble lo bien que mantienes la coordinación.

-Es toda una experta. ¿Verdad que sí, cielo?. Expresó José Antonio, interpelándola.

-Jaja. No sé si tanto... Tampoco es que tenga tanta experiencia. Se disculpó Isa.

-¡Uf!. Pues menos mal. No me quiero imaginar si la llegas a tener. Exclamó Luis Alberto.

-¡Oye!. Hagámoslo más entretenido. ¿Por qué, mientras buceas, no nos la intentas besar a cada uno de nosotros?. A ver si aguantas. Planteó Mateo.

-Jaja. ¿En serio?. ¿Quieres que me moje el pelo?.

-Por supuesto. Hoy te vamos a mojar enterita. Contestó Mateo, respuesta que vino subrayada con un embriagador doble sentido que advirtieron todos.

En cuanto terminó de escucharle, una sonrisilla tomó el mando de unos labios que, pocos segundos después, se encontraban ya adentrándose en las profundidades y desplazándose de un pene a otro con afán de besar sus capullos, como había sugerido que lo hiciera.
El primero en recibirla nada más emerger del agua fue el propio Mateo, llevando sus manos hacia su culo y sosteniéndolo de modo que quedó aupada en sus brazos, a lo que ella reaccionó abrazándolo con sus piernas, quedando así adherida a sus anchas caderas y bien encajada entre su barriga y la pelvis. Lo mismo ocurrió con sus brazos, los cuales, casi por inercia, acabaron rodeando el cuello de aquel señor.

Nada más tenerla así, despegó una de las manos que tenía alojadas en su culo y se la colocó en la nuca, para inmediatamente rematar el momento besándola con ansiedad.
Mientras tanto, Luis Alberto no perdía la oportunidad de comenzar a tocarla con todo el descaro que fue capaz de reunir. José Antonio hizo lo propio, centrándose sobre todo en el trasero y en acariciar su espalda, pues sus pechos ya habían sido tomados por sus dos amigos, por lo que intentar sumarse a ello habría derivado casi seguro en una situación de overbooking.

La anduvieron magreando durante un buen rato, ausentes a todo lo que no tuviese a Isa como su principal protagonista.
La polla de Mateo palpitaba como si en su superficie fuera a surgir un accidente sísmico, por lo que, sin poder contener más su deseo, procedió a emplear la mano que aún radicaba en su nuca y a trasladarla hasta dar con la base de su miembro. En el instante en que lo tuvo bien sujeto, comenzó a frotarlo sobre aquel coño que ahora se disponía tan próximo a él.
Una vez que el tanteo dio sus frutos, aplicó presión con la misma mano que empleaba para tenerla aupada, consiguiendo así que su vagina pudiera albergar por primera vez la punta de su pene.

No tardaron en manifestarse en ella los primeros gemidos que alertaban de la presencia de aquel cuerpo en su interior. Aun teniendo colocada la cabeza en el hombro derecho de Mateo, se podía advertir cómo en su rostro se revelaba un semblante fértil en placer, acompañado por una mirada entrecortada que presumía de ser la receptora de un bienestar mayor del que cualquiera en esa playa pudiese anhelar.
El coño de Isa parecía no tener fin, pues le daba la impresión de que cuanto más se lo introducía, con mayor espacio se encontraba y más hueco le faltaba aún por ocupar.
Algo como aquello le fascinaba, ya que un hombre de buen pollón como lo era él se desencantaba a menudo por no poder ofrecerla en toda su extensión, lo que sucedía con más frecuencia de la que le gustaría reconocer.

En un momento dado, Luis Alberto le arrebató la posición a José Antonio, pasando de ese modo a situarse detrás de ella.
Valiéndose de su altura y propiciado en parte por el hechizo que había opacado sus voluntades y extenuado su contención, se dispuso a golpear el culo de Isa con su pene, para poco después asaltar su cavidad con la punta del capullo.
A pesar de lo que parecía, no había planeado llegar hasta allí con el fin de introducírsela, por lo que, en cuanto la tuvo apretujada entre sus cachetes, los apretó con fuerza y precedió a satisfacerse realizando leves sacudidas de las que lograba extraer gozo por medio del roce que se producía.

Desde el exterior, daba la impresión de estar yaciendo con dos hombres a la vez, apariencia de la que eran conscientes y que les lograba dispensar tal grado de deleite, que el propio José Antonio no dudó en apartarse del medio y echarse a un lado, favoreciendo de esa manera que aquella escena pudiese ser percibida sin que estorbo alguno lo impidiera.
En cualquier caso, Isa no pudo percatarse de eso. Seguía embaucada por el clímax que la abultada polla de Mateo le estaba proporcionando, abstraída de todo lo que no tuviese relación con lo que estaba viviendo.

Embriagado por el éxtasis que aquel trance engendraba en él, Mateo le arremetía con empentones cada vez más poderosos, provocando que tal balanceo se tradujera en un regio chasquear que atendía a la colisión de sus cuerpos.
La hacía rebotar tanto que, debido a uno de esos zarandeos, su polla llegó a desprenderse de su interior, ocasionando que quedase a la vista durante un breve paréntesis. Sin dejar pasar más tiempo del que ella empleaba en pestañear, la regresó al mismo lugar del que había partido, retomando el mismo ímpetu que mantenía antes de sufrir aquel revés.

Frente a tal ceremonia de complacencia y extroversión, un impotente Luis Alberto convertido en mero espectador mostraba resignación desde su palco ante la pérdida total de dominio sobre sus impulsos, que desde hacía un buen rato ya vagaban a la deriva y al albur de un oleaje, cuya bravura distaba de parecerse a las calmadas aguas del mar que les acogía.
Falto de cualquier recurso útil que le sirviera para recuperar las riendas, claudicó; sin poder siquiera manifestar un simple indicio de lo que estaba a punto de sobrevenir.

Devorado por aquellos estímulos tan melifluos, se apreció estrechando las nalgas de aquella chica con toda la robustez que pudo reunir, mientras atestiguaba cómo su miembro carecía de cualquier incentivo para dejar de desoír sus súplicas.
Luego de ver reclinada su cabeza hacia atrás y de haber empezado a difundir toda clase de rechinantes berridos, su polla procedió a emanar todo el jugo entre los cachetes que le daban aposento. Una violenta eyaculación que estuvo arropada en todo momento por unos fuertes temblores que nacían en la parte inferior de su abdomen, y que lograron ser transferidos hasta Isa por medio de sus vibrantes manos, las cuales habían conseguido adherirse a sus pechos justo al borde de la implosión.

De repente, un culo de buen tamaño como lo era el de ella se encontraba dando cobijo a la corrida de su compañero, la misma que no demoró demasiado en comenzar a brotar nada más asistir a la retirada de su miembro.
Advertir cómo su amigo acababa de disfrutar de aquel orgasmo sedujo a Mateo de una forma singular. Hallándose no muy lejos del estado que segundos antes había poseído a Luis Alberto, volvió a centrar toda su atención en ella con el propósito de emularle.
Habría estado follándosela durante una eternidad, pero tal nivel de excitación era tan responsable de sugerir aquello como de acotar sus límites, lo que imposibilitaba que pudiera cumplir un sueño que estribaba vedado por sus propias contradicciones.

Sea como fuere, intensificó los aventones con los que hacía moverse a Isa, algo que multiplicó la frecuencia con la que aquellas gotas de semen alojadas en su culo se diseminaban por todo el agua. Para ese entonces, tanto José Antonio como Luis Alberto se arremolinaban en torno a ellos, a la espera de ver estallar a Mateo, cuya expresión facial auguraba cuán cerca se encontraba la mecha del detonador.
Se advertía focalizado en capitular, pertrechado con el coraje necesario y dispuesto a embarcarse en aquello con toda la energía que aún le quedase por consumir.
De pronto, una de sus manos se despegó de su culo, solo para retornar a él segundos después de un golpe seco, trayendo consigo una atronadora estridencia derivada del impacto. A aquel primer bofetón le siguieron otros tantos de idéntica magnitud, que, si cabe, alentaron todavía más su estimulación, algo que solo sería superado por los gemidos que profería Isa, que se daban cada vez que estampaba la palma de la mano en sus ya encarnados cachetes.

El último guantazo quedaría sellado por su enorme zarpa, que dejó de apartarse de su pompis para valerse de ella en una encomienda que reportase un bien mayor.

Una mirada entrecortada supervisada por la intensa rigidez que detentaba su aparato muscular, dio luz verde a un desbordante cúmulo de sensaciones que se desparramaron desde la base de su pene hasta cubrir por completo su anatomía, interfiriendo en todas y cada una de las funciones que en su distraído organismo se llevaban a cabo justo al albor de aquel satisfactorio apogeo.
Casi en el mismo instante, aquel coño se convertía en una funda para su pene, tras haber arremetido un último empujón que permitió a todo su volumen contar con acomodo en su cavidad, temblequeando con idéntico vigor al que empleaban sus cuerdas vocales para anunciar lo que estaba a punto de acontecer.

Inmediatamente, su colapso se materializó, valiéndose de una serie de restregones que reemplazaron la brusquedad con la que había estado penetrándola, y que ahora, mucho más delicados y concienzudos, se acompasaban con sumisa fidelidad al ímpetu que requería la particularidad de sus nuevas inquietudes.
Las primera réplicas provenientes del falo de Mateo fueron recepcionadas por una Isa que, para ese entonces, gemía descontrolada con su cabeza acomodada a centímetros de su oído.
Mientras los primeros torrentes de esperma colmaban la intimidad de su vagina, aquellos exabruptos se fusionaban para dar cabida a una única entonación, procurando que sus orgasmos se entrelazaran de un modo tan enmarañado, que resultaba imposible discernir quién era o dejaba de ser el verdadero causante del génesis de dichas sensaciones.

En cuanto terminaron de oírse aquellos escandalosos estertores, quedó engarzada a su tronco como si fuese un koala, permaneciendo así hasta que Mateo la hizo deslizarse de nuevo hacia el agua, debido al período refractario del que enseguida comenzó a ser presa.
Nada más separarse del cuerpo de aquel hombre, volvió a descansar nuevamente sobre sus piernas, enterrando los pies entre la arena del fondo marino.

No había recobrado todavía el equilibrio cuando de pronto era increpada por medio de un tono casi tan áspero como lo fue el contenido de su perorata.

-¡Qué maravilla de coño tienes, hija mía!. Me ha encantado follártelo. ¿A ti te ha gustado?.

-Bueno... Ya lo has visto. ¿No?. Dijo ella, a la vez que rellenaba nuevamente sus pulmones de oxígeno.

-¡Lo hemos comprobado todos!. Daba gusto verte tan entregada. Nunca te había visto así. Aseveró José Antonio.

-Cómo se nota lo necesitada que estabas de recibir un buen meneo. Añadió Luis Alberto.

-Jaja. ¡Ah!. Quién sabe... Contestó ella, pretendiendo restarle importancia a ese tema.

-Ha sido espectacular. Me quedo sobre todo con cómo has chillado. Además, estabas tan distraída disfrutando que ni te has percatado de cuando esos tíos han pasado andando por aquí al lado. Expresó Mateo, exhibiendo un notable gozo por lo aportado y por el hecho mismo de haberlo dado a conocer.

-¡¿Cómo?!. ¿Quiénes?. ¿Dónde están?. Exclamó Isa, mostrándose algo alterada.

-Jaja. Tranquila. Ya se han ido. ¿Pero ves cómo no ha pasado nada?. Tienes que aprender a relajarte más y a vivir el momento sin tantos tabúes. Aquí nadie te conoce, cariño. Le respondió él.

-Eso mismo te dije ayer cuando nos conocimos. ¿Te acuerdas, Isa?. Apuntó José Antonio.

-Lo sé... Estoy en ello. Os lo prometo. Reveló ella, mediante una actitud ligeramente más suavizada.

Poco tiempo después abandonaban el mar para dirigirse a sus toallas, en las que se dejaron caer al cobijo tanto de aquellas rocas que les escoltaban como de la última circunferencia que formaría el sol sobre el horizonte. Desaparición que alumbraría el adiós de aquel día para reaparecer más adelante con más fuerza y esplendor, del que tuvo el culo de Isa al palmotear contra el vientre de Mateo.
Tal acontecimiento quedaría grabado en su memoria, esta vez, para perdurar sin que nada pudiera impedir que la llave que daba acceso yaciese a buen recaudo, en algún lugar comprendido entre los sentimientos más reflexivos y su más libidinosa sensatez.

Contar con una débil disposición de luz los obligó de alguna manera a tener que ir recogiendo, pues a pesar de que estando a nivel de playa todavía se distinguiera cierta claridad, el camino que conducía hasta el parking transcurría por una arboleda que carecía de cualquier tipo de iluminación, por lo que evitar enfrentarlo en penumbra era una máxima a la que todos parecían allegar.
Solo les faltaba vestirse, momento en el que Mateo aprovechó para recordarle a Isa lo agradecido que estaba por aquel regalo, mientras se acercaba el culote a la cara y volvía a olisquearlo, apretujándolo después con una de sus manos para poder introducirlo con facilidad en el bolsillo derecho de su pantalón.

Y así, desposeída de sujetador y bragas, tan solo cubierta por la tela de un fino vestido más el abrigo que otorgaba aquel decadente resplandor, se dirigió hacia el coche ante el atento resguardo de aquellos hombres, que no dejaron de comentar a viva voz lo fantástico que había sido presenciarla follar de esa manera, amén de otras declaraciones de las que se sirvieron para expresar cuántas eran sus ganas de repetir una experiencia similar.
Asistir en primera persona a esa tertulia tan peculiar que mantenían, en la que, sin embargo, muchas veces parecía ser tratada como si estuviera ausente, le provocaba cada vez un menor sonrojo. No sentía ese agravio que quizás pudo embargarle las primeras veces, cuando todavía era una novedad que hablasen de ella en esos términos teniéndola presente.

Poco a poco se estaba acostumbrando a ser tratada como una puta, a hallar acomodo en ello y, sobre todo, a aprender a extraer la delicada savia que desprendían momentos como ese, en los que incluso tomaban su cuerpo como si ya no le perteneciera, poseyéndolo a su antojo para ser palpado o, en ocasiones, ser obligada a adoptar el ritmo de sus caminares con la ayuda de cualquiera de sus manos, que alojar en aquella parte ubicada entre las caderas y su culo se había convertido en una rutina imposible de deshacer.
Cuando vislumbraron el parking y se dispusieron a atravesarlo, apenas quedaban ya coches o furgonetas de ningún tipo que esquivar ni tras las que ocultarse hasta haber alcanzado el vehículo de José Antonio.

Enfrentaron todo ese tramo adhiriéndose bien a ella, siendo agarrada de la cintura tanto por José Antonio como por Mateo, los cuales no consintieron que se despegara de ellos aun cuando en el transcurso de su caminata se cruzaran con varias chavalas de su edad, que no tardaron en fijar sus ojos en ella y en cuchichear sin muchos miramientos lo que aquello les parecía. Por mucha vergüenza que a Isa le reportara, ahora les pertenecía a ellos, y eso era algo que debía aprender a interiorizar, ya fuera por las buenas o, como acababa de darse el caso, a la fuerza y sin la menor conmiseración.

Antes de recalar de nuevo en el camping, dejaron a Mateo y a Luis Alberto cerca de su apartamento, a los que un día tan repleto de emociones como había sido, sumado al malestar aun enquistado por los excesos provenientes de la noche anterior, pesaba como si ambos se llevasen en brazos el uno al otro, insistiendo por ello en finalizar el encuentro y en postergarlo para más adelante, para cuando se encontrasen recuperados del todo y pudieran seguir con aquello donde lo estaban dejando.

Lo cierto es que tanto ella como José Antonio también estaban faltos de sueño y reposo, por lo que acogieron sus palabras con beneplácito. Tras bajarse los dos del coche, se aproximaron a la ventanilla del copiloto, y luego de propinarle un breve morreo cada uno y de despedirse con un dulce adiós, desaparecieron de su vista al amparo del arranque del motor.

En cuanto llegaron al camping, le propuso venirse a dormir con él, pero ella reusó, aludiendo al cansancio y a que debía, al menos, personarse para saludar y preocuparse un poco por su amigo, del que le contó no saber nada desde la mañana anterior.
José Antonio accedió, no sin antes acompañarla hasta la entrada de su alojamiento y despedirse como se lo merecía.

Tomándola primero del culo y después de la nuca, le suministró un beso que se prolongó durante varios minutos, para despacharla finalmente de un cachete en el trasero al que le siguió un adiós y la promesa de verse pronto.
Ella aceptó, y en cuanto atinó a introducir la llave en la cerradura, la vio desvanecerse en el interior de su bungalow. Aquel espacio había sido el primero en recibirla, el mismo que pudo conocerla cuando sus rasgos contaban todavía con su brillo primigenio, y que ahora, ante esas mismas paredes, brillaba con una luz que resultaba tan particular como dispar lo era en semejanza.
 
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Tengo escritos varios capítulos más, pero los dejé de subir porque pensé que la historia ya no generaba interés.
 
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Pues escribes muy bien y con detalles bastante realistas siendo hombre ( no como otros) Hacía años que no me gustaba tanto un relato y con el que me sintiera más identificada.
Isa es una afortunada 😜
 
Pues escribes muy bien y con detalles bastante realistas siendo hombre ( no como otros) Hacía años que no me gustaba tanto un relato y con el que me sintiera más identificada.
Isa es una afortunada 😜
Jaja Isa está viviendo una experiencia de tal intensidad que me cuesta aceptar que no se vea replicada en la vida real por cualquier chica. Por lo excitante que es y sobre todo, por la desinhibición que supone para quien la experimenta. Pero bueno, para eso está la imaginación. Agradezco tus palabras, así que me animaré a subir algún capítulo más. Es el primer relato serio que escribo así que estoy sujeto a consejos, indicaciones o críticas de cualquier tipo. Un saludo Justine =)
 
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El Imprevisto.

Durante los siguientes dos días permaneció sin dar más señales de vida que las proporcionadas por medio de algún WhatsApp, de los que se valió para justificar su ausencia aludiendo a un supuesto malestar estomacal.
En realidad, requería de un lapso de tiempo como ese que le permitiera reordenar sus ideas con serenidad. Mantener un delicado debate interno que no se viese alterado por sus rencores, los mismos que habían sido responsables de hacerle reaccionar de la forma tan despechada que lo hizo.

Tanto el shock que le produjo leer mi carta como descubrir que estaba sola, fueron los detonantes de un impacto tal, que a pesar de reflexionar cuidadosamente sobre todo lo ocurrido, no había sido capaz de sopesar la situación con la frialdad suficiente como para hallar en ello sosiego de ningún tipo.
Seguía profundamente disgustada, hasta el punto de que solo parecía extraer cierto apaciguamiento cada vez que llevaba a cabo aquellas prácticas, las mismas que yo tanto había manifestado repudiar en la nota que le escribí.
Sentirse usada por esos hombres le proporcionaba placer, eso era verdad, pero si a ello le sumaba lo consciente que era de cuánto podía llegar a afligirme, se convertía entonces en una válvula de escape idónea para mitigar a través de ella tales resentimientos; además de que, salvo esto, nada había logrado disuadirle de aquella desazón que se mantenía firmemente asentada en su pecho.

Por fin, una mañana del tercer día, Isa dio muestras de haber vuelto a renacer, cuando otorgó respuesta a uno de los tantos mensajes que le había enviado José Antonio.
Una contestación que resultaba ser más sociable y parecer menos distante de lo que habían sido todas las anteriores.
Intercambiaron un par de ellos, y mientras se encontraba a medias de completar el que iba a ser el siguiente, alguien golpeó a su puerta con desmedida obstinación.
Antes de abrir, se paró frente al espejo para arreglarse un poco el pelo, dando por hecho que sería el mismo José Antonio quien se había acercado hasta allí para ver cómo estaba.

Pero no fue así.

Al abrir, se encontró frente a un hombre de mediana edad, ataviado con vaqueros de color claro y una camisa gris que portaba entre sus manos una abultada carpeta, además de cargar sobre los hombros una cara adornada por un claro gesto disgustado.
Se trataba del administrador del complejo, quien se había desplazado para comunicarse personalmente con los huéspedes de aquel bungalow.
En cuanto empezó a escucharle hablar, el suelo bajo sus pies volvió a desmoronarse como una torre de Jenga.

Lo que aquel señor le estaba trasladando era que su banco les había devuelto el recibo, por lo que venía a reclamarle el pago por todo el tiempo que llevaba ocupando la estancia, además del total por adelantado si todavía pensaba quedarse lo que restaba de semana.

No podía dar crédito a nada de aquello. Era como si sus pesadillas se presentasen de repente todas juntas y no hallase forma alguna de poderse despertar.
Terminó totalmente bloqueada, apoyada contra la puerta mientras aquel hombre seguía profiriendo advertencias de todo tipo, que no hacían sino ahondar todavía más en su ya muy dañada situación emocional.
De pronto, otro individuo se sumó a la discordia, tomando los mandos de la situación y rescatando a una Isa, cuya capacidad para lidiar con tales acontecimientos se tornaba exigua.

Era José Antonio, quien aparecía como un Vengador en el momento preciso para interceder por ella y hacerse cargo de los motivos de su malestar.
Mientras presenciaba la discusión, no podía sentirse más que agradecida, pues, independientemente de cómo concluyera aquel desencuentro, haberlo enfrentado sola habría supuesto capitular ante un colapso del que tendría muy difícil recuperarse.

Por suerte, llevaba siendo cliente de aquel camping muchos años, lo que facilitó en buena medida que las aguas pudieran retomar su cauce en un tiempo menor del que hubiese sido necesario en caso contrario.

Finalmente alcanzaron un acuerdo favorable, ofreciéndose él mismo a sufragar aquel periodo durante el que había estado residiendo. En cuanto quedó libre de toda carga, otra cuestión por dilucidar se añadía a la ecuación, que no era otra que la de saber que futuro le depararía ahora después de lo sucedido.
Tras lograr aquel entendimiento, ambos hombres se despidieron amistosamente y se quedaron de vuelta solos.

Antes de entrar en otras harinas, la cogió de la mano mientras se agachaba y se dirigía a su oído, haciendo uso para ello de un tono suave que segundos después escucharía pronunciar las siguientes palabras.

-Ya ha pasado todo. No te preocupes por nada. Susurró José Antonio.

Nada más acabar de decirlo, un par de lágrimas encontraron arraigo en los ojos de aquella chica, que no tardaron en ser acompañadas por otras tantas, sucumbiendo en un llanto desconsolado que la llevó a brazos de él.
Dejó que se desahogara durante un ratito, manteniéndola adherida a su pecho al tiempo que trataba de calmarla. Cuando pudo constatar que se mostraba más relajada, le sugirió que entrasen a su bungalow para que se sentase y terminara de tranquilizarse.
Una vez que se encontraron dentro y pudo dejarla recostada sobre el sofá, se fue a la cocina para traerle un vaso de agua, que ella agradeció empleando una suave pero aún entrecortada vocecita.

-Gracias... No sé qué decir. Me he quedado sin palabras. No sé qué ha pasado. Dubitaba Isa, tratando de expresarse de la mejor forma que podía.

-No te preocupes, cariño. Ya está todo arreglado. ¿Ves?. No ha pasado nada. Reposa, cielo.

-No entiendo qué ha ocurrido. Pensé que estaba todo pagado. No entiendo nada.

-Pero... ¿Y tu amigo?. ¿Qué ha ocurrido, Isa?.

-Se enfadó. Dijo que no le prestaba atención y se fue. Perdona que no te haya dicho nada... Contestó ella, evidenciando una más que palpable muestra de arrepentimiento.

-Comprendo. Tendrías que habernos avisado. Le hubiéramos invitado también a salir con nosotros de fiesta, o podríamos haberle incluido en alguno de nuestros planes.

-Ya, ya... Murmuro Isa.

-En fin. Ni te preocupes. Creo que se ha portado fatal dejándote así, con el culo al aire y encima con deudas. Menudo pájaro. ¿Has pensado qué vas a hacer ahora?. Esto solo está pagado hasta mañana. ¿Qué harás después?.

-Me imagino que regresaré con mis padres. Ellos se iban a ir pronto de vacaciones. Simplemente, volveré a casa.

-Una cosa. Estaba pensando... ¿Y por qué no te quedas conmigo?. No quiero que te vayas. ¡Si acabas de llegar!. Podemos estar los dos juntos. Ya has visto donde me hospedo y conoces lo grande que es. Le propuso un meloso e insistente José Antonio.

-Ya has hecho mucho por mí. Es un detalle, pero... Creo que debería irme. Además, si me vuelvo a cruzar con el tío de antes me moriré de vergüenza. Se justificó Isa, mientras recurría a su propia salvedad para lograr destensarse un poco.

-Por favor. Lo que he hecho ha sido con el mayor de los agrados. Poder ayudarte con lo que necesites es lo mínimo. Es lo que hacen los amigos de verdad.

-Ya... Sí agradezco de corazón lo bien que te has portado conmigo. Lo digo de verdad. Pero no sé si me encuentro con fuerzas para seguir aquí... Encima, no he traído mucho dinero. No puedo gorronear tanto. Me sabría fatal hacerte eso.

-Mira, hacemos una cosa. Quédate por lo menos hasta mañana. Voy a llamar a estos para que vengan y lo hablamos entre todos. Seguro que se avendrán a colaborar.

-¡Qué vergüenza!. No les comentes nada de lo que ha ocurrido.

-No digas tonterías, cielo. Somos un grupo, por lo que el problema de uno lo es también del resto. Cualquiera de ellos hubiera reaccionado igual que lo he hecho yo. Es más, si Mateo te ofreció el otro día llevarte de compras, es porque va muy bien de pasta. Te prometo que en cuanto se entere de lo que ha pasado, le va a faltar tiempo para ayudarte. Te lo aseguro.

-Bueno... Me quedo por hoy, pero no prometo nada. Según como me encuentre mañana, veré qué hago. Eso sí, por fa, no les cuentes todo... Concluyó Isa.

-¡Perfecto!. No te preocupes, ya nos inventaremos algo. Voy a avisarles para que se acerquen hasta aquí.

El tiempo que tardaron en llegar, lo empleó en tratar de distraerla y procurar que aquellos labios recuperasen esas onduladas formas que adquirían cuando su tez se mostraba más afable y distendida.

En apenas media hora, tanto Mateo como Luis Alberto ya se habían personado en los albores del complejo. Cuando la puerta de Isa volvió a sonar, su mirada se dirigió hacia la entrada, conteniendo pequeñas trazas de nerviosismo que revelaban el delicado estado en el que se encontraba todavía.
Con todo el tacto en el que aquellos hombres podían deshacerse, se dirigieron a ella extremando en fineza, afirmando estar al corriente de todo lo acontecido y desplegando, ahora en palabras suyas, toda la amalgama de condolencias que anteriormente habían sido propinadas por José Antonio.

Enseguida se enfocaron en avivar su temple, restándole hierro al asunto e intentando poco a poco que su carácter volviera a endulzarse.
No les costó mucho poder verla sonreír por primera vez, gracias a todas las tonterías que Luis Alberto se había encargado de armar para su disfrute. Tenía facilidad para el humor y era capaz de desenvolverse con especial destreza incluso en ambientes tan enrarecidos como lo era aquel.
En el momento en que apreciaron mejoras en su actitud, tomaron asiento en torno a ella, quedando agazapada entre José Antonio y el propio Luis Alberto.

Esta vez, Mateo se colocó enfrente de ella, apoyándose con cuidado sobre la pequeña mesa a pies del sofá que venía de serie tanto en esa como en el resto de villas de aquel camping.
En cuanto se cercioró de que ese mueble podría soportar su peso, se llevó la mano al bolsillo y extrajo de él su cartera. Nada más abrirla y rebuscar en su interior, extendió la mano hacia Isa, llevando consigo un buen número de billetes.
Tras percatarse de aquel acto de generosidad, respondió negándose a aceptarlos, mientras agradecía sus intenciones, insistiendo en que no era necesario. Pero Mateo, lejos de amilanarse, continuó perseverando en su empeño.

-Vamos, pequeña. Sé que te hace falta, así que no te avergüences de cogerlos. Son solo quinientos euros. Para que puedas ir tirando estos días.

-¡Solo dice!. Jaja. Míralo al Jeque. Expresó Luis Alberto, recurriendo al cachondeo.

-No hace falta, en serio. Aún me queda algo de dinero. Añadió Isa.

-Pues así tienes más. Venga, quédatelo, que se me está cansando el brazo. Contestó Mateo mientras fruncía el ceño amigablemente.

-Vale... Pero que conste que pienso usarlo para invitaros a todo. Dijo ella finalmente, a la vez que los hacía suyos tomándolos con rubor.

-Jaja. Puedes intentarlo... Pero ya ves lo bien que me ha ido a mí. Exclamó José Antonio, en clara alusión al rifirrafe que mantenía con Mateo sobre ese tema.

Pasaron juntos un par de horas, haciéndole compañía y charlando sobre cuestiones que no tuvieran que ver con la mala experiencia padecida. Lo hicieron a propósito, con el encomiable afán de que pudiera liberarse de las malas vibraciones, que, como un residuo, se hacían patentes en el aspecto tan inhibido que aún detentaban sus expresiones.
Cuando el Breitling adherido a la muñeca de Mateo andaba cerca de anunciar el mediodía, recaló en la propuesta que planteó aquella tarde mientras moraban todos juntos por la playa. Nada más deparar en ello, se sobrepuso a los acontecimientos y anunció su ocurrencia.

-Pequeña, me acabo de acordar de lo que te dije el otro día cuando estábamos en la nudista. Vístete, que vamos a ir ahora mismo a comprarte cositas.

-No es necesario que hagas nada más por mí. Con el último gesto que has tenido es más que suficiente. Argumentó Isa.

-En absoluto. Además, me apetece mucho ir contigo y ver cómo te las pruebas. Seguro que nos lo pasamos genial. ¿Verdad que sí?. Replicó Mateo.

El resto del grupo hizo ver que se sumaba a la moción, a la vez que la trataban de exhortar por medio de todo tipo de fórmulas que condujesen finalmente a inculcar un sí entre sus carnosos labios.
A pesar de mostrarse contrariada en un principio, terminó dando su brazo a torcer, levantándose posteriormente para dirigirse a su dormitorio y comenzar a arreglarse allí.
No se había despojado aún ni de sus zapatillas cuando de pronto vio cómo aparecía la cabeza de Mateo asomando a través de un lateral de la puerta, con la pretendida intención no solo de disponerse a presenciar su desvestir, sino también de asesorarle sobre aquello que, a su juicio, le sentaría mejor llevar.

Isa no se inmutó, simplemente se limitó a sonreírle mientras se volvía hacia su armario y proseguía rebuscando en el interior. Él se instaló en el borde de la cama, al lado mismo del lugar donde ella comenzaba a arrojar toda clase de prendas entre las cuales pretendía escoger más adelante cuál ponerse.
Pensar en desnudarse frente a ese hombre apenas le ocasionó mayor conflicto. Poco a poco se acostumbraba a que su intimidad les perteneciera, por lo que ser asaltada precisamente por aquel señor no suponía para ella mayor inconveniente. Sabía de sobras que exhibirse ante él lo enloquecía; era evidente el inmenso regocijo que aquello le provocaba y del que disfrutaba más de lo que un perro lo hace lamiendo un hueso.

En otras circunstancias se hubiera desposeído del pijama por partes, sustituyendo la superior de este por una camiseta y repitiendo el mismo proceso más adelante con su pantalón. Pero en este caso, le nació de dentro deshacerse de toda la tela que le cubría sin siquiera haber decidido aún con qué se iba a ataviar después.
Mientras abordaban el acertijo de su indumentaria, no solo era incapaz de desprender su mirada de aquel desprovisto cuerpo; también procuraba acariciarlo cada vez que alguno de sus movimientos la llevaba a aproximarse a él. Cuando se sentaba en la cama y discernían juntos sobre tal o cual vestido, aprovechaba para tomarla de la cintura y poder notar en sus dedos el suave tacto de su tersa piel.

Aquello proveía de cierto agrado a Isa, además de que se sentía en la obligación de corresponderle de alguna forma, tanto por lo bien que se había portado como por el hecho mismo de querer llevarla de compras.
Algo así era imposible que no provocase el desvelo en la faceta que más la conseguía estimular, y que era la responsable de suscitar los cambios necesarios para ver glorificado el carácter y la aptitud propios de una puta, en la que lograba convertirse cuando todo lo anterior confluía en el mismo instante.

Cuando por fin alcanzaron un consenso respecto a qué ropa luciría, procedió a engalanarse con ella frente a la atenta observancia de Mateo.
Teniendo en cuenta que iba a estar continuamente desprendiéndose de lo que llevase puesto, habían optado por elegir un vestido que fuese fácil de retirar. El elegido fue uno largo de color amarillo que se sostenía a su cuerpo mediante dos finos tirantes que descansaban sobre sus hombros. El calzado lo escogió ella, seleccionando unas bailarinas negras que contaban con un cierre sencillo, para que, llegado el momento, no costara demasiado abrirlo de nuevo.

Acatando el consejo que aquel hombre le brindó, decidió no emplear nada de ropa interior. Algo que era evidente con tan solo fijarse un poco, pues si por algo sobresalía ese vestido era precisamente por su prominente escote de tipo cruzado, que extendía su canalillo más allá de lo conmensurable.
Cuando volvieron al salón y pudo ser vislumbrada por el resto del grupo, hasta el último de ellos quedó profundamente cautivado. Todavía le faltaba pintarse y arreglarse el pelo, pero tal y como iba bastaba para que hallasen en ella un gran atractivo, sobre todo para unos hombres cuya apreciación de la belleza se reducía a lo más banal y superficial de su aspecto. Su pecho.

Esta vez empleó menos tiempo en maquillarse del que solía dedicar normalmente, consiguiendo que pudieran verse salir por la puerta en un tiempo razonable.
De camino al coche, a pesar de su apresurada mano de pintura, no cesaron de ensalzarla y de reiterar el bombón que era, revistiéndola de una cálida acogida que se extendió hasta que estuvieron todos juntos montados en el vehículo.

Con el motor arrancado y dirigiéndose ya hacia el centro comercial, se enfrascaron en un diálogo que se centraba sobre todo en las tiendas que le gustaría visitar, en indagar en sus preferencias y aportarle ideas que, según ellos, conjuntarían mejor con su estilo.
A estas alturas, se mostraba más solazada y volcada en los eventos presentes que en todo lo que había precedido. Lejos ya de aquel momento tan acuciante y de sus consecuencias, se prestaba a hablar con más soltura, denotando una disposición más apacible y sociable de las que habían sido comunes hasta ese entonces.

Teniendo el coche estacionado en el parking, se encaminaron al ascensor y accedieron por fin al área comercial.

El primer establecimiento al que entraron fue el Stradivarius. Nada más posar una de sus bailarinas sobre el suelo de parquet, Isa se apartó de su lado para dispersarse por todo el sitio.
Verla tan entretenida y con tal lozana compostura les enterneció. Parecía una cría yendo de aquí para allá, portando prendas de un lugar a otro y acercándose de vez en cuando para que se las sostuvieran, pudiendo regresar así a su actividad mucho más ligera, para, tiempo después, volver a repetir la misma acción.

Cuando dio por terminada su selección, desfilaron todos juntos hacia el probador. Nada más llegar y proceder a entrar, se chocaron contra una pared de realidad al enterarse de que no estaba permitido que pudiese pasar como acompañante más de una persona.
Aquello que al principio supuso una desilusión, pronto se convertiría en una competición por ver quién sería el más hábil de todos en lograr colarse dentro.
Evitando montar una escena, Mateo se valió de su grandura para interponerse entre ella y el resto, obligándoles a permanecer detrás de él y, por tanto, quedando descalificados en el acto y recibiendo el gesto triunfante de su compañero como premio de consolación, mientras se internaba con Isa en el entorno de los probadores con su mano impresa a escasos centímetros de su culo.

Tras hacer una criba y escoger el que iban a usar, corrieron la cortina y se introdujeron ambos dentro. Entonces Isa procedió a desnudarse, teniendo que desplazar para ello únicamente los dos tirantes que apoyaban sobre sus clavículas.
En cuanto lo hizo y su vestido cayó al suelo, quedó totalmente privada de ningún secreto.

Tal acontecimiento hizo que en los labios de Mateo se esculpiera una revoltosa sonrisilla, iluminando su rostro de una forma similar a la del resto de las veces que la había podido contemplar así.
Como si actuase alterada por un potente imán, su mano fue a ubicarse sobre su paquete, que de manera inmediata comenzó a adquirir una protuberancia que profería cuán excitado estaba.

Sin poder hallar maneras ni motivos que le incoaran la capacidad suficiente para opacar sus impulsos más primarios, bajó su pantalón arrastrando también con él los calzoncillos, aprovechándose de un momento en el que ella se encontraba de espaldas y a punto de cubrirse con una camiseta.
En cuanto lo hubo hecho, se aproximó a ella por detrás con intención de abrazarla y de frotar su erecto miembro contra la pronunciada hendidura trazada en su pompis.
En el instante en que Isa recaló en ello, reaccionó dirigiéndose a él con cierta alteración, empleando un tono grave de voz que encerraba la voluntad de impedir que se escapase de las paredes de aquel vestidor.
 
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El probador.

-¡Para!. ¿¡Qué haces!?.

-Ummm. ¡Vamos, cariño!. Que me estás dando mucho morbo.

-¡No!. ¡Aquí no!. Que alguien nos puede oír.

-Shhh. ¡Calla!. No se va a enterar nadie. ¿No ves todo el ruido que hay?.

Tras pronunciar esto último, introdujo el brazo entre sus piernas, de modo que la palma de su mano quedase amarrada a su coño luego de haber atravesado el perineo. Mientras llevaba esto a cabo, la empotró contra uno de los tabiques del probador, hasta que vio como sus tetas se estampaban contra el inmenso cristal que lo presenciaba todo.
Ella continuaba rechazándole, aludiendo tanto al hecho de que podrían descubrirles como a una ristra de evasivas que poco distaban de parecerse todas entre sí.
Cuanto más se resistía, mayor era su insistencia y el aplomo con el que perseveraban sus intentos. Tan solo en el momento en que decidió inclinarse y proceder a aplicar suaves besos en la superficie de uno de sus hombros, consiguió que dejara por fin de quejarse y patalear.

Había dado con su punto débil, con ese rincón que resultaba tan erógeno para ella y tras el que se escondía la llave que servía para liberar el flujo de su ingente libertinaje.
Recorrió con sus labios cada milímetro de su piel hasta sobrepasar el área del cuello y ser acogido por su oído izquierdo, instante en el que se embarcó a emitir intensos susurros que la lograron disuadir de toda duda o sensación de acecho que pudiese albergar aún.

-Ummm. ¿Te gustan los besitos, verdad?.

-Sí... Respondió Isa, escapándose de su boca tanto aquella afirmación como un gemido involuntario.

-A mí también me gustan los besitos. ¿Sabes?. Venga, vamos. Exclamó Mateo, mientras aplicaba presión en sus hombros con intención de que se agachase.

Se giró hacia Mateo, y en cuanto lo hizo, pudo percatarse de cómo aquel vigoroso pene apuntaba directamente hacia ella, mientras era sostenido por una de sus ingentes manos. Se miraron unos segundos, durante los cuales el sonido ambiente les envolvió.

Había muchísima gente fuera; de hecho, habían coincidido con el inicio de las rebajas, que acababan de dar comienzo tan solo un par de días antes.
La afluencia con la que otras personas, chicas jóvenes en su mayoría, deambulaban por los alrededores era frenética. Por eso, presenciar cómo se agachaba y llevaba las manos hacia su polla luego de tal nimia insinuación, le causó un nivel de excitación tan exacerbado que no pudo evitar que se le escapara un jadeo, que a punto estuvo de extenderse al resto de los habitáculos adyacentes.

Recuperado de aquella primera impresión tan deliciosa, le apartó las manos de su pene para emplazarlas en el acto detrás de la espalda, y como era costumbre en él, dispuso las suyas en su nuca, que no tardaron en comenzar a aplicar presión hasta que su capullo entró totalmente en el interior de la boca de Isa.
Se vio tentado a sentarse en uno de los salientes de los que disponía el vestidor, pero no quiso arriesgarse a que pudiera ceder por su peso, así que ante la duda decidió permanecer de pie.
Aquello le otorgaba una visión pornográfica de la situación, pues, mientras que él permanecía de espaldas a la cortina que les cobijaba, ella lo estaba del cristal, lo que permitía que le fuese devuelta una imagen maravillosa de esa chica, la cual yacía de rodillas, con su culo en pompa y realizando tiernos movimientos con el cuello.

El morbo era absoluto. Le encantaba admirarla en esa posición, notar cómo ella misma se recolocaba hasta dar con la mejor postura, presenciar su desempeño con la boca, enfrentar sus miradas y conectarse mediante estas... Todo era perfecto.
De vez en cuando y a medida que engullía más centímetros de polla, su cara dejaba de ser visible desde su perspectiva durante unos instantes, pues su voluminosa barriga irrumpía en medio, generando un punto ciego entre los dos.
La imagen reflejada por el espejo no otorgaba una buena solución, pues tampoco le remitía la panorámica que más interés le suscitaba. Deseaba disfrutar viéndola tragar sin que estorbo alguno lo impidiera, por lo que optó por girar noventa grados de modo que su cuerpo quedase situado de perfil respecto al cristal.

Isa se allegó a su particular rotación, incorporándose de nuevo frente a él y regresando la polla de nuevo al interior de su boca.

Para ese entonces, ya habían sobrepasado las primeras fases de la mamada, y una garganta sensiblemente más relajada estaba cerca de poder contener más de la mitad de aquel miembro en lo más hondo de su cavidad.
Mostrándose ahora de lado, no solo podía recrearse en la felación como tanto ansiaba, también le concedía poder saborear la figura ladeada de Isa. Le apasionaba atisbarla así, la curva que adquiría su culo debido a la pose tan singular que mantenía, el contorno de sus pechos, su tripita descansando sobre la base de sus piernas, pero ante todo, lo que más ardor proveía a la escena era su polla, abandonando y volviéndose a adentrar a través de su húmeda abertura.

El mismo hueco del que ella se valía para hablar y respirar, servía ahora para abastecerle de un placer tal, que no existía edén o lugar en las alturas donde desease estar antes que allí.
Diez minutos después de haber emprendido la felación en aquel emplazamiento, más de medio pene había dejado de poderse observar desde el exterior. Su boca rezumaba babas que, luego de caer, quedaban alojadas en medio de sus piernas. A veces, no podía impedir que se le escapase alguna arcada, que retumbaba más allá del probador donde se encontraban. Un sonido que, por suerte para ella, terminaba deslucido por el resto de estridencias que aquella algarabía producía en el ambiente.

Tampoco eran audibles los comentarios que expedía Mateo, en los que hacía especial énfasis cada vez que era abordado por un oleaje de exaltación.

-Ummm. ¿Te gusta mamármela, eh?. ¿Te gusta comerme la polla, zorrita?. ¿Vas a tragártela entera, verdad?.

Ella respondía asintiendo, interactuando con sus ojos o simplemente alterando el ritmo con el que se la chupaba, para hacer ver que de alguna manera estaba procurando satisfacer su pregunta.
En un momento dado, mientras se aproximaban a la recta final de la mamada, en el sentido de no andar muy lejos de poder introducirse ese miembro completamente en la boca, la cortina del vestidor de repente se abrió.

Eran unas chicas jóvenes, un grupo de tres o cuatro, que pretendían hacer uso de ese espacio pensando que estaría desocupado.
En cuanto eludieron el shock del primer impacto, Mateo se apresuró a correr el visillo, al tiempo que aplicaba aquel mismo instinto para todo; pues a esa reacción tan veloz que tuvo, se le sumó presionar con más fuerza la cabeza de Isa contra su polla. No lo hizo buscando satisfacerse ni por ningún motivo de corte morboso, aunque bien pudiera parecerlo. En realidad, se trató de un acto involuntario, fruto de la tensión y del susto que a ambos les había ocasionado aquel encontronazo tan sorpresivo.

Las chicas se fueron, pero se les pudo escuchar reírse y carcajear con desmesurado descaro, mientras percibían cómo se alejaban hacia el fondo de los vestidores.
Pasados unos segundos, por fin relajó el brazo que venía sosteniendo la cabeza de Isa, la cual se apartó con celeridad al abrigo del cuerpo de Mateo, tras el que pretendió ocultarse por si acaso aquella cortina volvía a deslizarse.
Ese periplo también sirvió para que él se tranquilizara un poco. En cuanto recobró la compostura, una risilla gamberra empezó a despedirse de sus labios, motivada en parte por el sobresalto y la aún latente conmoción que todo aquello le había causado.

Con los ánimos restaurados, quiso agarrarla de la nuca y meterle la polla de nuevo, pero ella se echó para atrás.

-¿Estás loco?. ¡Nos han visto!. ¡Me han visto con todo eso en la boca!. Dios mío... Ahora se lo contarán a todo el mundo.

-Jaja. ¿Ya vuelves otra vez con tus paranoias?. No se lo dirán a nadie. Como mucho lo hablarán entre ellas y ya está. ¿O es que te crees que esas no les harán mamadas a sus novios?.

-Pero que nos han visto hacerlo aquí. ¿Y si se lo mencionan a toda la gente que hay en la tienda?. ¿Qué hacemos?.

-No seas obsesiva. ¡Cómo le van a contar nada a nadie!. O... ¿Acaso crees que se van a acercar a todos los desconocidos que vean a avisarles?. No digas tonterías. Relájate. Con lo bien que ibas hasta ahora... Tienes que trabajar esos miedos, cariño.

-Lo intento, pero me da tanta vergüenza que me vean haciendo estas cosas... Y si encima son de mi edad, aún me da más.

-No te preocupes por nada, Isabel. Estás con nosotros, no estás sola. Si alguien te dijese algo, te defenderíamos, como hemos hecho esta mañana. ¿O ya no te acuerdas?.

-Sí... Sí que me acuerdo... Y os lo agradezco en el alma, de verdad. Ya lo sabes.

-Pues ala, venga, acaba. Que ya llevamos un buen rato aquí y deben estar estos subiéndose por las paredes.

-No, no. Por favor. Vámonos ya. Que me muero si a esas chicas les da por volver o algo.

-Jaja. No van a regresar, créeme. ¡Va!. Acaba de chupármela. Que termino enseguida y después nos iremos. Te lo prometo. Venga.

Todavía se encontraba algo paralizada por lo sucedido, por lo que aún no había llevado a cabo amago alguno por levantarse. Coyuntura de la que se aprovechó Mateo para acercarse hacia la esquina junto al cristal sobre la que yacía agazapada y colocarle la polla en la cara con el fin de incentivarla.
Ella seguía negando con la cabeza, mientras su rostro exhibía una mirada de mil yardas incapaz de apartarse del cortinaje que les distanciaba del resto de la civilización.

Sus intentos se prolongaron hasta que un singular chispazo prendió algo en el interior de la cabeza de aquella chica.

Fuese o no motivado por la tremenda sacudida que acababan de experimentar, por la coacción que imprimía en ella la porfiada insistencia de Mateo o por haber claudicado ante la ramera que coexistía en ella y que algunas veces conseguía suplantar a su cotidiana identidad.
El hecho es que, contra todo pronóstico, su desempeño se vio alineado con el estándar que debería respetar el tipo de puta que más enloquecía a ese señor.

Una zorra que, ante un evento tan inusitado como había sido aquel, se crecería e imprimaría de todos esos estímulos hasta hacerlos suyos, para después ser volcados sobre él de la manera más dedicada y arrebatadora que una mente carente de cualquier control fuese capaz de ofrecer.
Inducida o no por tal metamorfosis, actuó agarrando su pene y aproximándolo al contorno de sus labios, no sin antes expresar lo último que aquellos tabiques le escucharían pronunciar.

-Está bien. Pero, por favor. Termina rápido. ¿Vale?.

-Descuida, pequeña. No me llevará mucho dártelo.

Su boca se abrió, permitiendo que más de media polla entrase en su orificio de una sola vez.
En cuanto lo hubo llevado a cabo, sus manos regresaron al mismo lugar donde ya venía siendo una tradición que lo estuvieran, en su espalda, mientras las de él buscaban acomodo en la parte posterior de su cabeza.
La promesa de acabar pronto era legítima o, al menos, la voluntad por ceñirse a lo dictado había llegado a residir en su seno. Pero admirarla mamar de nuevo le originaba un morbo de tal desorbitada magnitud, que cualquier incentivo por asistir a aquel propósito quedaba anulado bajo la fútil condición de sus egoístas necesidades.

Lo que en un principio iba a resolverse en cuestión de un corto impasse se prolongó hasta completar la primera decena en su reloj. Diez minutos después, seguía sin materializarse el final de aquello. Mateo continuaba empujándole la cabeza contra su pelvis, aparentemente ajeno a todo el tiempo que llevaba transcurrido.
Le fascinaba ver cómo se mantenía dócilmente colocada en el mismo sitio, sin apenas moverse de aquel lugar en el parquet sobre el que su cuerpo reposaba, haciendo suyos nuevos tramos de polla cada vez que tragaba con fruición, mientras atendía obedientemente a cada uno de los arrebatos que sucumbían en él, actuando con diligencia ante ellos y prestándose a adaptar a cada cambio de compás o grado de penetración que le apeteciera imponer.

Tarde o temprano debía darse una conclusión, la cual no andaba lejos de presentarse, por muy esquivos que hubiesen sido los esfuerzos de aquel señor por evitar que ningún desenlace les descubriera.
La reacción de su miembro no se haría esperar demasiado, comenzando a convulsionar en un momento en el que la totalidad de su longitud iba a ver rebasados los límites de los dilatados labios de Isa.
Poco después, el tempo de los temblores que se sucedían adquiriría una armonía tan característica para ella, que no haría falta mucho más para advertirle de que aquello que percibía se ceñía a lo que estaba a punto de suceder.

Cuando las primeras gotas de esperma empezaron a fluir, las manos de Mateo se amarraron con corpulencia a los pelos de su nuca, obligando a que su cabeza se desplazara a un ritmo concreto; el mismo que su placer requería para poderse prolongar al máximo sin que interrupción alguna pudiera restarle un ápice de intensidad.
Su forma de correrse resultó especialmente escandalosa, lo que ocasionó que ella le tuviese que propinar varios golpecitos en la pierna, con la pretensión de menguar el entusiasmo de un hombre al que parecía habérsele olvidado el lugar donde se encontraban.

Pero no sirvió de nada. Pues solo cuando hubo terminado de expulsar la dosis completa de simiente en el entorno de su paladar, pudo ser capaz de recobrar la consciencia de nuevo y volver en sí.
Todavía no se había asentado totalmente aquel chorro en el interior de su boca, cuando aquella polla decidió emerger de las profundidades y apoyarse sobre su cara. No pasó mucho tiempo así, ya que, casi en el acto, comenzó a golpear sus mofletes, procurando que el rastro residual de corrida que yacía todavía en su punta se desperdigara a lo largo y ancho de toda su tez.

Isa quiso manifestarse sobre aquello, pero el fruto de la eyaculación permanecía aún en sus fauces. Entonces, ladeó su cuerpo hacia una de las esquinas, con la idea de verter el contenido que portaba entre su lengua y los dientes. Pero aquel movimiento fue interceptado por Mateo, que aceleradamente tomó su cara por la barbilla, deteniendo ipso facto tales pretensiones.
Con sus dedos adhiriéndose a sus mejillas, mataba dos pájaros de un tiro. Por un lado, había cortado de raíz su deseo de expulsarlo y, por otro, podía ahora incoarle su voluntad para que lo ingiriera.

-¡No lo escupas!. Trágalo, cariño. Quiero que lo lleves dentro de ti todo el día. Vamos, traga.

Isa balbuceó algo que, aunque inteligible, le causó mucha ternura que intentase pronunciarlo.
Él siguió reincidiendo en su petición, mientras mantenía bien sujeta su cabeza, tanto por medio del mentón como también ahora desde la nuca.
Solo tras insinuar que no se irían hasta vérselo deglutir, y de hacer varias veces el ademán de ir a abrir la cortina, pareció verse dispuesta a absorber su néctar tal y como le estaba exigiendo.
Para ello, entrecerró levemente los párpados, inclinó un poco el cuello y, ayudada en parte por la acción de la gravedad, permitió que aquella corrida descendiera a través de su garganta, pudiendo alcanzar finalmente la boca de su estómago.

Acababa de ser capaz de tragar una buena cantidad de semen. Ella no podía saberlo, pero desde aquella tarde en la que habían follado en el mar, a los pies de la playa nudista, no había vuelto a tocarse la polla ni una sola vez.
Tanto él como el resto esperaban haberla podido ver mucho antes luego de haberse dado aquella primera unión, pero no contaban con que iba a estar desaparecida durante tantos días, por lo que la abstinencia que se había autoimpuesto se extendió por más tiempo del que en un principio tenía planeado.
Sea como fuere, el resultado de aquello había conseguido arribar a buen puerto, nada menos que al de la boquita de Isa.

Después de todo el sainete que se había producido, de lo que menos ganas tenía era de seguir probándose ropa allí. Por lo que, sin haber llegado a ponerse una sola prenda, se atavió con su vestido lo más velozmente que pudo y salieron del probador, percibiéndose dos gestos muy diferentes en cada uno de sus rostros.
Atravesó la tienda como si la estuviese persiguiendo el Mr. Frundles, dejando atrás a un Mateo que caminaba a un paso mucho más pausado y que se regocijaba abiertamente de la despavorida huida que aquella chica había emprendido.
 
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Planes.

Cuando abandonaron el establecimiento, se encontraron al resto fuera, apoyados sobre las barandillas que les aislaban del profundo foso que recorría todo el centro del área peatonal del complejo.
En cuanto les vieron aparecer, les recibieron con una ristra de preguntas que atendían al hecho mismo de su tardanza, a las que Mateo asistió mediante una serie de insinuaciones que no tardaron en despejar sus incógnitas, lo que desembocó en que sus complacientes y orgullosas miradas fuesen a recalar encima de la propia Isa.

Como era lógico, lo primero que hizo fue intentar tirar de ellos para alejarse cuanto antes de la entrada, debido al temor que le acuciaba poderse reencontrar de nuevo con aquellas chicas que les habían visto.
Después de estirar repetidas veces del brazo de José Antonio, pudo por fin moverles de aquel lugar en el que se habían hecho fuertes y comenzar a desplazarse.
Enseguida Mateo alcanzó su caminar, situándose a su lado y aprovechando para cogerla de la cintura. Ella intentó zafarse echándose hacia un lado, para cerciorarse inmediatamente de cómo Luis Alberto albergaba la misma voluntad que su compañero.

Sin poder impedir que aquellos señores le terminasen abrazando, se resignó a ser sometida, apreciándose tanto guiada por ellos como solapada a esos dos cuerpos tan provectos que ahora se empecinaban en constreñir el suyo.
Su mirada cabizbaja llamó la atención de ambos; pero solo en apariencia, pues en el fondo, conocían de sobras los motivos que la provocaban. Para ese entonces, ya eran sabedores del tipo de complejos que tenía y de cómo llegaban a afectarla, y si bien su relación con ellos en espacios abiertos se había ido tornando más fluida, en un contexto como aquel en el que se encontraban, constantemente rodeados de gente tan joven como ella, su intranquilidad y agitación la estremecían hasta volverse algo difícil de disimular.

Con idea de distraer un poco su atención y de apartarla de su propio boicoteo, decidieron conversar con ella.

-¿Qué tal te lo has pasado ahí dentro?. Ha estado bien... ¿No?. Expresó Mateo, dirigiéndose a Isa.

-¡Uf, calla!. Que lo pasé de mal cuando abrieron la cortina... Pensé que me iba a dar un infarto o algo.

-¿A qué te refieres?. ¿Qué os pasó?. Dijo José Antonio, mostrando interés.

-Pues Nada, que mientras me la estaba chupando, unas crías quisieron entrar y pillaron a esta con toda mi polla dentro de la boca. Contestó un enorgullecido Mateo.

-Jaja.¡No puede ser!. ¿Te pillaron mamándosela?. ¿Os dijeron algo?. Preguntó un entusiasmado Luis Alberto.

-No tiene gracia. Se fueron riendo y cuchicheando sobre eso. Apuntó ella.

-No comentaron nada. Simplemente se alejaron de allí y poco más pasó. Siempre te pasa lo mismo. Les das más importancia a estas cosas de la que tienen. La gente va a su bola. Así que deja de estar tan pendiente de todo; si no, nunca disfrutarás del todo en la vida.

-Lo sé. Pero es algo que me cuesta mucho. No sé por qué, pero... Me influye demasiado lo que otros puedan pensar de mí... Confesó Isa.

La charla se prolongó durante el tiempo que les tomó llegar hasta otra zona de tiendas, por las que también había manifestado interés mientras habían ido en el coche.
Durante todo ese periodo, siguieron abordando el mismo tema, logrando que por lo menos pudiera volver a erigir su cabeza y a enfocar su vista al frente.
Trataban de demostrarle cómo toda esa multitud de su alrededor se mantenía centrada en sus propios asuntos, haciéndole ver que, en realidad, nadie estaba deparando en ella.
Cuando apreciaron que su estado se tornaba más calmado, aprovecharon para detener su paseo e invitarla a acceder a otro local, bajo la promesa de que, esta vez, solo se dedicarían a lo que previamente habían acordado. A comprar.

Solían jugar con ella al despiste, y la verdad es que les funcionaba bastante bien.

Era evidente que atraían toda clase de miradas, tanto de jóvenes como de adultos cuyas edades eran a veces muy similares a las suyas. Era imposible que no lo hicieran, pues además del mencionado contraste generacional que existía, su empeño por propiciar que eso ocurriera resultaba palpable para el resto de la sociedad. Por eso, cogerla de la cintura o procurarse emplazar siempre en el entorno de su cercanía se había convertido en una costumbre tan arraigada. Aquello les nutría de un sibilino placer que condimentaba muy bien con su pasión por el exhibicionismo, sin olvidar sobre qué eje estribaba la segunda piedra angular de todo. La propia Isa.

Querer penetrar en sus confines de la manera en que lo hacían y descubrir en cuántos pedazos serían capaces de romperla, casaba muy bien con la forma tan particular que tenían de interpretar el mundo. Para los cuales conceptos como el amor, la admiración o incluso el respeto discurrían desenfocados en cuanto atravesaban los cristales de sus lascivas lentes. Aquel prisma era el único medio tras el cual podían verla, y aquel tono tan obsceno e indecoroso con el que solían manipularla se desvelaba como su particular modo de expresar adoración por ella.

Esa segunda vez decidió entrar en un Zara, volviéndose a repetir la misma escena que había acontecido en la tienda anterior. Isa se separó de ellos, dispuesta a recorrer sus pasillos y a incorporar a su peso toda clase de prendas, que parecían adherirse a ella como si su propio vestido estuviese recubierto de una fina capa de velcro.
En cuanto consideró que ya era suficiente el volumen de ropa que había escogido, cargó con ella hacia el probador, sin dar más señales de ello que las reveladas por su propia ausencia.

Media hora después aproximadamente, los atentos ojos de esos hombres lograban distinguir su presencia entre la multitud, dirigiéndose hacia la fila que conducía a las cajas registradoras. Una vez que estuvo colocada, hizo una seña para indicarles a dónde iba, momento en el que se acercaron con intención de sufragar el coste de todas sus elecciones.
Tras salir de Zara, entraron en varios pares de tiendas más, entre las que se incluyeron H&M, Oysho, Tezenis y alguna que otra perfumería como Sephora o Primor.
No eran partidarios de que comprase ropa interior; en concreto Mateo, quien había sido el mayor precursor de esa decisión, llegándose a convertir en una de las pocas líneas rojas que le había marcado como condición.

No obstante, no pudieron evitar quedarse pasmados ante el escaparate de Tezenis, donde unos maniquíes ataviados con todo tipo de lencería y seductora ropa interior cautivaron sus sentidos hasta lograr corromper sus propias ataduras.
En este caso, se trataba de una boutique de menor tamaño, más discreta y menos sometida al constante fluir de la turba que adolecía a otros locales.
Gracias a eso, tuvieron vía libre para poder acompañarla al vestidor, donde esta vez pudieron asistir todos a su delicioso desvestir.

Luego de probarse una larga lista de conjuntos de todo tipo, los cuales le iban siendo proveídos por aquellos señores mientras ella aguardaba desnuda en el habitáculo, volvió a cubrirse con su vestido y a dirigirse de nuevo hacia el mostrador, con el fin de adquirir todo lo que ellos mismos habían seleccionado.
Salieron de allí con muchas bolsas, repletas de varios juegos de sujetadores tipo Top Balconette, algunos corsés y dos bodys lenceros de color negro con exquisitas transparencias que potenciaban tanto la turgencia como el vislumbrar de sus pechos.
En varias ocasiones, Mateo insinuó lo mona que se vería bajando a la calle con algo de aquello puesto, comentario que quedó tan difuminado en el aire como lo hacían sus constantes suspiros, los cuales se propagaban cada vez que presenciaban cómo su piel era decorada por medio de esos tejidos.

La última parada que llevaron a cabo resultó ser en una joyería. Surgió como mera coincidencia, en un momento en el que ya se dirigían a la zona de recreo a sentarse y tomar algo para descansar.
Ver aquellos ojitos atravesar los cristales del escaparate de la manera en que lo hacían llevó a un irrefrenable Mateo a acompañarla al interior, quien tampoco tardó demasiado en desvelar la premisa bajo la cual se justificaba aquel emotivo arranque de desinterés.

-¿Seguro que quieres comprar algo aquí?. Es caro... Mencionó Isa, mostrándose algo alarmada.

-Ni te preocupes por eso. Además, te lo has ganado. Esto es por la mamada tan rica que me has hecho antes. Contestó Mateo, sin deparar mucho en el volumen ni en quienes pudieran ser testigos de su voz.

-Shhh. ¡Calla, bobo!. No lo digas tan alto. Dijo ella, mientras giraba su cabeza hacia los lados buscando a posibles entrometidos.

Tras un rato mirando vitrinas, se decidió por una cadenita de oro de veinticuatro quilates, cuya contundente anchura y peso hipnotizaron a una Isa para la cual el concepto de orfebrería se ceñía a la plata de Pandora y a los pendientes de su primera comunión.
Lo único que pidió a cambio de comprárselo fue que le diese un besito en la mejilla, al que ella asistió embargada de timidez, proporcionándoselo con sutileza en uno de sus mofletes.
Finalmente, se refugiaron en el comedor de un restaurante italiano, donde compartieron entre todos diferentes clases de pizzas y platos de pasta de mil sabores.

Terminados los postres y el café de sobremesa, debatieron entre ellos sobre cuál sería el plan que les ocuparía el resto de la tarde. Conversación a la que Isa asistió como mera espectadora, pues en ningún momento tuvieron muy en cuenta las pocas opciones que ella se animó a plantear.
Luis Alberto proponía que echasen una siesta en el bungalow de José Antonio, para así reponer fuerzas y salir esa noche otra vez de marcha.
Por el contrario, a este último le resultaba más atractivo que, en lugar de desconectarse hasta la noche, empleasen ese tiempo en pasear por el pueblo o, incluso, en hacer algo de turismo rural por la zona y conocer algunas de las localidades aledañas.

Al final, la puntilla, como casi siempre, la acabó dando Mateo, quien, quizás por el tipo de trabajo que tenía, estaba acostumbrado a librar conflictos y asentar consensos.

-Escuchad. Vamos a hacer lo siguiente. Primero podemos ir a descansar un rato al camping, como dijo el otro. Así, los que se quieran echar una siesta podrán hacerlo, y mientras tanto los demás aguardaremos en la piscina. Luego, paseamos un rato hasta la hora de cenar y después, según cómo nos encontremos, valoraremos lo de salir. ¿Qué os parece?.

En cuanto acabó de hablar, todos parecieron avenirse al itinerario que había trazado, por lo que, concluida la charla, pagaron la comida y se dirigieron hacia el coche.

Al momento de llegar, Luis Alberto y José Antonio se disculparon del resto tras ocultarse cada uno en una habitación distinta, dispuestos a echarse una cabezada que les permitiera reponer energía.
Aquello dejaba solos a Mateo e Isa, a los que la opción de la piscina seducía más que la de tumbarse y pernoctar. Al no disponer de ninguno de los enseres básicos requeridos para tal fin, propuso que se acercaran un segundo al que aún seguía siendo su hospedaje, para que de esa manera pudiera surtirse de todo lo necesario para estar a gusto.

A ella le pareció una buena idea, así aprovecharía de paso para usar su baño, donde sentía que podía hacer sus cosas con más comodidad de la hallada en cualquier otro lugar.
Antes de marcharse del bungalow de su compañero y de encaminarse hacia el de Isa, Mateo procedió a desnudarse, mientras la incitaba a que siguiese también sus pasos. Pero ella se negó, alegando que lo iba a posponer hasta haber pasado primero por su estancia.
Después de coger prestadas tanto la toalla como las chanclas de José Antonio, Mateo hizo una seña para avisarla de que ya estaba listo. Acto seguido, abandonaron juntos aquel espacio, cerrando la puerta con cuidado al salir para no despertar a ninguno de los otros dos.

En cuanto entraron, él se sentó en uno de los sofás del salón. Antes de disponerse a guardar en su dormitorio las bolsas de ropa que habían comprado, le ofreció algo de beber. Pero tras ser incapaz de satisfacer ninguna de sus peticiones, terminó invitándole tan solo a un modesto vaso de agua.
Nada más entregárselo, volvió a excusarse, esta vez empleando esa ausencia para acudir al lavado, algo que dejó caer sin ahondar en más detalles.
Cuando estaba a punto de girar la esquina y de desaparecer a ojos de él, le oyó decir si necesitaba ayuda en algo, a lo que ella respondió que no, por medio de unos labios cuya negación vino acompañada por una cándida sonrisilla.

Por si acaso, en cuanto entró al servicio, se apresuró a cerrar la puerta con el pestillo. Aquel hombre ya había dejado de ser un total desconocido, y poco a poco empezaba a familiarizarse con sus manías y sobre todo con aquellas actitudes a las que más propenso solía ser.
Allanar su intimidad se había vuelto una costumbre en la que todos parecían incurrir, por lo que no era inverosímil que pudiera aparecer de repente y pillarla aún a medio hacer sentada sobre el inodoro.
Aquello que una vez consintió pensando que no tendería a más se había ido convirtiendo en la nueva normalidad que enfrentaba ahora. Una en la que su privacidad se veía supeditada a la decisión de unos señores y al antojo de su concupiscente y obscena manera de jugar con su sexualidad.

Todavía bailaban en su cabeza esos pensamientos, cuando de pronto el pomo de la puerta comenzó a girar, escuchándose después un par de portazos ante la imposibilidad que tuvo de poder entrar.

-¡Estoy en el váter!. Ahora salgo, espera.

-¡A vale!. Quería usar también el servicio. Avísame cuando acabes.

Lo dicho. Ya lo iba conociendo.

Cuando terminó de hacer sus necesidades, tiró de la cadena y se lavó las manos, acordándose de perfumar el baño antes de salir para intentar mitigar el olor y que pasase más desapercibido.
En cuanto retiró el pestillo y abrió la puerta, se encontró a Mateo apoyado en una de las paredes del pasillo, donde había permanecido todo ese tiempo esperando a que acabase.
Antes de que tomase el relevo, insistió en que si quería usarlo, lo mejor sería que esperase un rato, algo que provocó que profiriese una breve risa y apuntase a continuación que no era necesario, que no era escrupuloso, además de añadir de una forma un tanto extraña pero tierna que nada suyo podría resultar nunca desagradable para él. Tras ello, volvió la puerta sin dejar que se cerrara del todo y se dispuso también a emplear el inodoro.

Durante ese tiempo, aprovechó para terminar de sacar de sus bolsas todos los conjuntos y prendas que habían adquirido para ella, preocupándose de dejarlas bien extendidas sobre la cama para evitar que se arrugaran.
Poco después de escuchar la cisterna, Mateo irrumpió en su cuarto, para avisarle de que ya estaba preparado e interesándose por cuanto le demoraría completar sus tareas.
A Isa solo le faltaba desnudarse, algo que empezó a hacer nada más contestar que ya las había concluido.

Un segundo después, los tirantes que a su cuerpo se adherían fueron retirados por ella misma, favoreciendo así que este cayera hasta el suelo, para posteriormente, y por medio de una sutil patadita, conseguir posarlo sobre el borde de su lecho.
Esta vez, los ojos de Mateo no parecían brillar de la misma forma que lo habían hecho en otras ocasiones. Se limitó a apartarse hacia un lado para dejarle espacio y a seguirla hacia la entrada respetando una cierta distancia.

De camino a la piscina, se mostró poco conversador, interactuando menos de lo que solía hacerlo. Llegados a este punto, aquella situación le comenzó a mosquear, pues no era habitual en él que actuase de esa manera.

Con la pretendida intención de romper un hielo que, en lugar de fundirse, parecía endurecerse por momentos, pivotó la cabeza hacia él y, por medio de la voz más dulce que pudo llegar a aparentar, empezó a hablarle.
Pero fue en vano, pues no había logrado articular dos palabras seguidas cuando estas se vieron interrumpidas de inmediato por el chorro de voz de aquel señor.

-No me ha gustado nada lo que has hecho antes, Isabel.

-¿Qué quieres decir?.

-Me refiero a que te hayas encerrado en el baño.

-Es que estaba usando el váter. No sabía que también lo ibas a necesitar.

-No es eso. Se trata de tener confianza. Detesto la idea de que pueda existir entre nosotros cualquier tipo de secreto. Porque, si los hay, se vuelve imposible que ninguna relación pueda funcionar de forma duradera. Por eso ese gesto que has tenido no me ha parecido bien.

-Lo siento... No lo he hecho con mala intención, de verdad. Solo quería un poco de intimidad. Me daba vergüenza que pudieras verme haciendo eso.

-No se trata de lo que estés haciendo o dejando de hacer, sino de que te oprimas así. El hecho de querer aislarte de mí de esa manera, sin importar cuáles fueran los motivos, me ha dolido.

-Lo lamento mucho, de verdad... Te prometo que de ahora en adelante procuraré no hacerlo. ¿Vale?.

-Eso espero. Creo que me he portado lo suficientemente bien contigo como para merecer que por lo menos empatices con esto que te estoy contando.

Poco a poco iba logrando hacer mella en la psicología de aquella chica, quebrando su voluntad y alterando la concepción que parecía tener de la realidad que la rodeaba.

Su molestia era fingida, pues en el fondo solo albergaba algo de rabia y frustración por no haber podido disponer de su privacidad a libre antojo. Su pretensión, como la del resto, se definía con claridad. Querían que su albedrío les perteneciera a ellos. La necesitaban moldear a su gusto para así poder arrastrarla todo lo lejos que urgía su degenerada obscenidad.
Aquella ardua tarea se iría replicando con asiduidad, hasta conseguir mermar unas defensas que poco podían hacer para evitar el asalto que tarde o temprano volvería a acontecer.

Antes de alcanzar la piscina, Mateo se paró a hablar con unos conocidos que, tras haber deparado en su presencia, tuvieron a bien acercarse a saludar.
Mientras yacía colocada al lado suyo, notaba la curiosidad con la que esos hombres la observaban. En cuanto el protocolo dictó que era menester y les fue presentada por fin, sus mejillas fueron las receptoras de dos agudos besos por parte de cada uno, que, seguido de una cálida sonrisa, establecieron el inicio de su toma de contacto.
Se llamaban Carlos y Alfredo. De lo poco que pudo extraer de la conversación que mantenían, dedujo que su amistad se remontaba tiempo atrás, además de compartir predilección por aquel tipo de ambientes, lo cual adquiría sentido si tenía en cuenta el lugar donde se habían reencontrado.

Calculó a vuela pluma que sus edades hallarían comprensión en algún punto entre los cuarenta y muchos o los cincuenta y pocos, lo que les situaba en una órbita más cercana a la de Mateo y Luis Alberto que a la de José Antonio.
Descubrirse desnudos favorecía que el innegable afán por admirar o discriminar a todo aquel que les rodease surgiese de una forma casi espontánea, incontrolable y, en ocasiones, algo descarada si el sujeto en cuestión carecía de las más mínimas habilidades para no resultar impúdico.
Por eso, no le llevó mucho deparar en el grado de conservación tan pobre que lucían sus cuerpos. Ambos parecían presumir de su marcado sobrepeso, que, sin alcanzar el nivel de Mateo, resultaba palpable tan solo con fijarse en la postura que adquirían, la cual parecía favorecer que toda atención recalada en ellos deparase en sus abultadas barrigas.

Sus fisonomías no destacaban por albergar ningún rasgo distintivo. Alfredo era el único que difería algo en ese aspecto, pues una anatomía desproveída de vello como lo era la suya, permitía que se exhibieran con claridad toda una constelación de lunares de gran tamaño, que adornaban su piel desde las caderas hasta el contorno de su rostro.
La coronilla de los dos comenzaba a clarear, aunque sus cabellos todavía contaban con el esplendor que les otorgaba su color original.

Mientras Isa les evaluaba, ellos hacían también lo propio, por medio de unas miradas que escondían tras el afecto su perversa apreciación. Les costaba encubrir lo deliciosa que aquella chica tan joven les parecía, amén de la inabarcable curiosidad que les suscitaba verla con su amigo, motivada por la evidente distancia generacional que existía.
A pesar de que procuraran evitar que se percibiera, ella notaba cómo su cuerpo estaba siendo examinado por esos hombres, pues cada vez que depositaba la vista en ellos, sus ojos emergían con rapidez de aquel lugar bajo su rostro por el que mostraban más deseo. Sus pechos.
Cuando la conversación estaba cerca de exceder los diez minutos de duración, Mateo se giró hacia ella y, tras asestarle un suave cachete en el culo, sugirió que lo mejor sería que se fuera adelantando y le esperase en la zona de las tumbonas.

Sonriendo con timidez e inclinando un poco la cabeza, se alejó de allí, desplazándose hacia la piscina y acostándose al llegar sobre una de las hamacas más apartadas que pudo encontrar.
Debido a la hora que acaecía, el sol permeaba con elevada intensidad, lo que, sumado a su afición por ponerse morena, propició que se embadurnara de crema y yaciera tumbada a la espera de que el otro osase regresar.
Durante ese espacio de tiempo y de lugar del que pudo disponer en soledad, procuró no divagar en exceso. No quería entrar a valorar nada de lo ocurrido, ni tan siquiera analizar la deriva a la que sus actos le estaban conduciendo. Estaba decidida a inhalar por medio del presente y a considerar toda aquella experiencia como si fuese un viaje, cuyo destino resultara tan desconocido como irrelevante.

Su consciencia lucía tan limpia como su propia piel, y nada de lo acontecido hasta ese entonces había sido suficiente como para malograr su convencimiento.
Tanto el despertar de sus motivaciones como el posterior trabajo de emersión y reconciliación con la puta que cohabitaba en ella habían trascendido ya a la labor que comenzamos juntos, y que ahora, tras mi marcha, obedecía tan sólo a sus propias pretensiones, las cuales a su vez se veían sometidas al propósito y al deseo de aquellos hombres, que por azar de la exposición y sin conocimiento alguno de todo lo anterior, se habían arrogado el derecho de dirigir sus designios y continuar una misión que, tiempo atrás, empezó conmigo.
 
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Gracias por subir más partes. Ojalá fuera telenovela diaria.
Tenía la idea de que Isa se iría pillando de Jose Antonio y seguiría obedeciéndole en todo pero no, ya ni caso le hace. Además de que este ni se pone celoso ni nada de Mateo.

Pensé que en la joyería le iba a comprar algo más tipo choker, pero mejor la cadenita buena que algo de Pandora desde luego 😜
 
Gracias por subir más partes. Ojalá fuera telenovela diaria.
Tenía la idea de que Isa se iría pillando de Jose Antonio y seguiría obedeciéndole en todo pero no, ya ni caso le hace. Además de que este ni se pone celoso ni nada de Mateo.

Pensé que en la joyería le iba a comprar algo más tipo choker, pero mejor la cadenita buena que algo de Pandora desde luego 😜
Jaja si molaria, porque es muy lineal, va contando un poco lo que le va sucediendo cada dia, con pequeños impasses de tiempo.

Luego mas adelante se pican, por que uno ve que pasa mas tiempo con el otro, les da envidia, pero al final pertenece al grupo, que acaba siendo mas un ente que supera a la suma de sus partes, pero si, claro! en las siguientes partes ya tengo escrito alguna que otra picada de Jose Antonio. Y mas cosas que irán sucediendo, porque al final como hombres que son, con caprichosos.

Luego con el tema del collar tipo choker, como ya habían ido a Tezeni y le habían comprado montón de cosas de todo tipo, no se me ocurrio jeje. Pero quizás en el futuro empiezen a marcarla de alguna forma, pero vamos, mayor marca que ir siempre pegada a 3 cincuentones.. no se me ocurre una mejor o más vejatoria jaja pero bueno ya se ira viendo =)
 
Jaja si molaria, porque es muy lineal, va contando un poco lo que le va sucediendo cada dia, con pequeños impasses de tiempo.

Luego mas adelante se pican, por que uno ve que pasa mas tiempo con el otro, les da envidia, pero al final pertenece al grupo, que acaba siendo mas un ente que supera a la suma de sus partes, pero si, claro! en las siguientes partes ya tengo escrito alguna que otra picada de Jose Antonio. Y mas cosas que irán sucediendo, porque al final como hombres que son, con caprichosos.

Luego con el tema del collar tipo choker, como ya habían ido a Tezeni y le habían comprado montón de cosas de todo tipo, no se me ocurrio jeje. Pero quizás en el futuro empiezen a marcarla de alguna forma, pero vamos, mayor marca que ir siempre pegada a 3 cincuentones.. no se me ocurre una mejor o más vejatoria jaja pero bueno ya se ira viendo =)
pero no nos hagas spoilerssssss 😂😂😂
 
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