Mi chica siendo ella

Enhorabuena, me está encantando. Genial, espero que no tardes mucho en publicar la continuación.
 
Enhorabuena, me está encantando. Genial, espero que no tardes mucho en publicar la continuación.
Ya la tengo hecha. Normalmente escribo del tirón lo equivalente a dos o tres partes, y en cuanto las tengo las divido y las voy subiendo casi seguido. Esta tarde corregiré el siguiente episodio. Gracias!!!!
 
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Inspiró con fuerza, y tras llevarlo a cabo, ella misma intentó hundir sin su ayuda la cara contra la pelvis de aquel señor. Esta vez, consiguiendo albergar en su garganta un tramo más de polla que la vez anterior, pero sin que arcada o espasmo alguno apareciera de pronto para interrumpir su hacer.
Aquel miembro era especialmente ancho, por lo que si pretendía introducírselo entero, o al menos tener alguna posibilidad de terminar en el podio tras cruzar la meta, debía concentrarse mucho y relajarse, además de desempolvar completamente aquel inaudito afán por degustar aquellos placeres que, a la postre, resultaban tan impúdicos como embriagadores para ella.

Repitió el proceso varias veces. Al cabo de unos quince minutos de haber dado pábulo a tal tarea, ya había logrado que medio pene de aquel hombre desapareciera a ojos de todos, siendo ella la única que realmente sabía donde se ubicaba ahora.
El siguiente empujón lo hizo ayudada por Mateo, que gracias a valerse de sus inabarcables manos pudieron cruzar juntos el umbral de la mitad de su largura, viéndose a punto de chocar su barbilla con los testículos.

-Esa ha estado muy cerca. Ya te queda poquito para lograrlo. Dijo José Antonio, dirigiéndose expresamente a ella.

-Así es. Sigue intentándolo. Pues hasta que no te hayas metido todas dentro, no vas a salir de aquí. ¿Verdad, José Antonio?. Afirmó Mateo, mientras intercedía en la mirada que ambos acababan de compartir.

-Además, otros estamos esperando nuestro turno. Añadío el que faltaba, Luis Alberto.

Simultáneamente a haber expresado su aguda ocurrencia, se levantó del sofá.
Tambaleándose un poco, se colocó de espaldas a Isa, sentándose sobre el borde de la mesa con la intención de acompañar su mamada desde un palco más exclusivo.
Desde donde se encontraba ahora, no solo podía observar más de cerca, también podía extender sus manos y acariciar su cuerpo, acción que no tardó demasiado en comenzar a realizar.

La siguiente acometida sobre aquel pene no solo vendría patrocinada por su propia voluntad, además de por el propósito adquirido de lograr alojarla en su interior. También contaría con colaboradores de la talla de Mateo y sus zarpas de oso grizzly. Como segundo invitado a tal evento, se unía también ahora Luis Alberto, que desde su privilegiada posición contribuía aplicando presión sobre su ya más que concurrida nuca.

Fue entre todos, pero gracias principalmente a ella, a su determinación y al deseo por concluir aquella misión, que finalmente lograron que su nariz hiciese contacto con el pliegue inferior del vientre, mientras que su frente, algunos centímetros más arriba, terminaba estampándose contra la totalidad de su barriga.
No se había creído capaz de lograrlo; incluso habría jurado ante cualquier instancia que no alcanzaría a conseguirlo, por lo que sentir toda esa polla palpitando a lo largo de su garganta no solo la atiborraba de su miembro; también lo hacía de un profuso orgullo que la invadía más que el propio acto que acababa de consumar.

Aguantó con ella dentro durante apenas un par de minutos, pero solo eso bastó para que todos estallasen en vítores y en un regocijo que no dudaron en trasladarle.

-¡Olé!. Que bien traga esta chica. Estoy impresionado. No muchas han sido capaces de metérsela entera como tú. Eso sí, te ha llevado lo tuyo. ¿Eh?. Dijo Mateo, aunque con más intención de comunicarse con ellos que con Isa.

-Así estás de gordita, de tragar pollas. ¿Verdad?. Verbalizó Luis Alberto, una vez más, pretendiendo ser quien diera la puntilla humorística a todas las situaciones.

-Es una buena zorrita. ¿A que sí, cielo?. Comentó José Antonio mientras llevaba su mano derecha a su mejilla y se la acariciaba con más alborozo del que siente un padre al conocer a su nieto por primera vez.

-Me ha costado un montón. Estoy sorprendida de haber podido hacerlo.

-Pués ahora solo te queda una. Esta te será más fácil. Dijo José Antonio de manera jocosa.

-¡Anda, calla!. Que mi polla engaña. Replicó el aludido, Luis Alberto.

Inmediatamente luego de acabar su oración, se acomodó también sobre el mullido sofá, separando las piernas para, a continuación, indicarle con su dedo donde debía presentarse ahora.

-Me gustaría ir a enjuagarme la boca, que tengo la garganta un poco seca. Manifestó Isa.

-Dale un tiento al vaso, no te muevas de aquí. Le replicó Mateo, acercándole su propia copa en la cual todavía quedaba una pizca de contenido.

Tras acometer la ingesta, se giró de nuevo hacia el sofá, siendo ipso facto agarrada del pelo por Luis Alberto, para acto seguido depositar la polla sobre su rostro.
Estuvo dándole golpecitos con ella hasta que se cansó, momento en el cual, y tras dejar caer un pequeño escupitajo en la zona del capullo, dispuso este frente a sus labios y procedió a empujarlo con solemnidad.
Se la hincó de primeras hasta sobrepasar el ecuador de su longitud, algo que fue posible en parte por las dimensiones que aquel miembro poseía, y desde luego, también influyó que su garganta se hubiera estado acostumbrando durante un buen rato a contener en su interior un cuerpo todavía más masivo que el que le asaltaba en esa ocasión.

Aun así, no era un pene pequeño ni mucho menos. Pero haber probado el más voluminoso antes facilitaba las cosas. Mientras contenía la polla de Luis Alberto en su boca, era capaz de avistar por el rabillo del ojo como el resto de aquellos hombres se masturbaban en su presencia.
Como si de un destello se tratara, una provocadora idea comenzó a germinar en su mente, convergiendo en el acto que poco después ejecutaría sin que ninguno de esos señores hubiera estado cerca de pronosticarlo

Estiró su brazo derecho hasta que este estuvo a la altura del pene de Mateo, el cual no dudó en agarrar con elegante refinamiento. En ese instante, prosiguió acariciándolo como segundos antes lo había estado haciendo el mismo, alumbrando una más que competente coordinación entre los movimientos que realizaba con su boca y los que acababa de emprender con su mano derecha.

Nada más advertir aquel arranque de espontaneidad por su parte, José Antonio se separó como un resorte del asiento del sofá, para rápidamente dejarse caer al otro lado de Luis Alberto, que pasaba a situarse convenientemente en medio de los tres.
Isa dedujo enseguida las razones que habían motivado aquel cambio de sitio, ante lo cual no dio lugar a que ninguno de ellos tuviese tiempo de advertirla. Ella misma alargó su brazo izquierdo y tomó la polla de José Antonio, completando así el tríptico y, finalmente, yaciendo todos unidos por medio de aquella chica.

-Ummm. Pero qué zorra estás hecha. Sigue así, no pierdas el ritmo. Exclamó de repente José Antonio.

-¡Estoy a punto de correrme!. Te lo vas a tragar todo. ¿¡Verdad, zorrita!?. ¿Eh?. Vociferó Luis Alberto, el cual, por su aspecto, estaba claro que no mentía.

Un par de minutos después, sus ojos comenzaron a bizquear, a la vez que su cuerpo desencadenaba unos temblores que vaticinaban el único desenlace posible que cabía esperar.
Corrió cuanto pudo en adherir sus dos manos alrededor de la nuca de Isa, para de manera inminente descargar toda su leche en el interior de la garganta, la misma que venía alojando su polla y que ahora, además, se veía obligada a compartir espacio con su simiente.

En el momento en que su pene dejó de convulsionar y su cuerpo recobró la relajación propia de quien lo ha logrado, todo un afluente de elogios y adulaciones emanaron de sus amigos. Pero no surgían con la intención de enaltecer la labor que Isa acababa de llevar a cabo, en absoluto. Se centraban sobre todo en vanagloriar cómo su compañero acababa de eyacular, y en cómo se había desempeñado con aquella chica, en particular, durante el tramo final de la mamada.

Mientras todo eso sucedía en el exterior, el interior de su boca todavía permanecía ocupado por aquel miembro, cuyo dueño, distraído como lo estaba ante tales reconocimientos, había olvidado por completo considerar el estado en que se encontraba ella.
Cuando recalaron de nuevo en su situación, volvieron a dirigir su atención sobre Isa sin esperar un segundo más.

-¡Pues sí que la chupa bien!. Estabas en lo cierto. Comentó Luis Alberto, dirigiéndose a su compañero.

- Ya os lo dije. Aunque en mi caso, preferí correrme en su carita. ¿Verdad que sí, zorra?. Exclamó José Antonio, mientras estiraba la mano para acariciar sus mejillas.

Isa asintió, pero no pudo pronunciar palabra alguna. El pene de ese hombre seguía introducido más allá de su paladar, y una de sus manos todavía impedía que su cabeza pudiera despegarse y tomar aire lejos de la pelvis de aquel señor.

-Ummm. En cuanto te la saque ahora espero verte tragarlo todo. ¿De acuerdo?. ¿Has entendido, puta?. Exigió un Luis Alberto al que, si bien hasta ese punto de la noche el alcohol había procurado un síndrome de juglar amistoso o cordial trovador, parecía desvelarse como un ser bastante más perverso y desencajado en la actualidad.

Cumpliendo con lo prometido, extrajo su pene del interior de su boca, al tiempo que la cogía de los mofletes con su mano derecha y volvía a sugerirle que se atuviera a sus indicaciones.
En aquel preciso instante, seis ojos inyectados en sangre se disponían a presenciar cómo esa chica desnuda, de rodillas sobre el parquet y con la mirada perdida en alguna parte del salón que les cobijaba, aspiraba con fuerza, para después ocultarse tras sus párpados y emitir un característico sonido, similar al que desprende una persona cuando acaba de obligarse a deglutir algo a disgusto.

Lo había hecho.

Se había tragado la corrida de aquel hombre, al que apenas había conocido escasas horas antes. Y no solo eso... Toda una amalgama de interacciones e intercambio de pareceres entre ellos, se referían a ella como si en ese momento ya no se encontrase allí.

Sentada sobre sus piernas, notó como una arcada asomaba desde la boca de su estómago, revelándose finalmente al grupo tras provocar que las sacudidas de su diafragma reverberasen como el grave de un bafle.
Percatándose de aquello, Mateo fue el primero en reaccionar, acercándole su vaso para que pudiese beber algo y consiguiera calmarse un poco.

Ella se lo agradeció, gratitud que fue reconocida por parte de ese hombre de la mejor manera que sabía hacerlo.

-Asienta un poco el estómago, que ahora te va a tocar beberte la mía. Exclamó Mateo, mientras carcajeaba con los otros dos y se señalaba la polla al tiempo que emitía su ocurrencia.

-Jaja. No sé si voy a poder. Me ha dejado un poco revuelta, la verdad. Espetó Isa.

-Tú relajate, cielo. Bebe un poco más. Puedes ir al baño a enjuagarte un poco, si quieres. Venga, que te acompaño yo. Dijo José Antonio acudiendo en su auxilio, pero aportándole un salvavidas que, lejos de servir como rescate, conseguía hundirla con mayor presteza y agravar todavía más aquel mal estar que la acababa de avasallar.

-Vale, vamos. Respondió ella.

Al final, Luis Alberto también se sumó a la diáspora, siendo el primero tanto en entrar, como en emplear el váter para hacer pis. Mientras acometía sus necesidades, Isa y José Antonio se encontraban frente al lavado, siendo en realidad ella la única que lo utilizaba de los dos.
No lo sabían, pero la mala costumbre que tienen las horas de avanzar les descubría a punto de sobrepasar las cinco de la madrugada. Pese a ser ajenos al horario que los embaucaba, sí eran conscientes de todo el tiempo que llevaban fuera del camping y de lo tarde que debía ser, pese a no disponer de los dígitos concretos que corroborasen su apreciación.

-Deben ser ya las tantas. ¿No estás cansado?. Le preguntó Isa, nada más terminar de lavarse la cara y enjuagarse la boca repetidas veces.

-¿Por qué lo dices?. ¿No estás a gusto, cielo?. Le contestó José Antonio.

-No. O sea... No es eso. Estoy bien, pero debe ser tarde y aun tenemos que regresar andando hasta allí. Es un buen trecho.

-No pienses en eso ahora, cariño. A una mala podemos pedir un taxi. De todas formas, yo me lo estoy pasando bien, además, tampoco hace tanto rato que hemos llegado. No tengas tanta prisa por irte, pillina. Jaja. Que Mateo no te va a dejar sin que hayas hecho primero lo que te ha pedido.

-Jaja. Que bobo. Que no es por eso. Era por lo otro, porque deben ser ya por lo menos las seis de la mañana o más. Luego se nos va a hacer eterno volver.

Mientras transcurría aquella conversación circular, Luis Alberto remataba la meada, y tras haber arrimado el oído como lo haría la vecina más chismosa del portal más concurrido, se dirigió a ellos para plantearles una opción que ninguno de los dos había sido capaz de barruntar.

-¿Por qué no os quedáis a dormir en nuestro apartamento?. Isa tiene razón, debe ser tarde de narices y aquí disponemos de habitaciones de sobras. No os deis la paliza de marcharos luego para allá. Siento desgana solo de pensarlo.

-¡Oye!. Pues... No es mala idea. ¡Eh!. A mí también me estaba dando angustia pensar en tener que volver hasta allí. Expresó José Antonio, mientras le guiñaba un ojo a ella.

-Puf... No sé. Es que no me he traído nada. Ni pijama ni cepillo de dientes... No tengo nada aquí.

-Jaja. Pijama dice. Si necesitas lavarte los dientes, tengo algunos cepillos guardados de los que te dan en el tren. Son cutres, pero para la ocasión te sirven. ¡Vamos!. No seais tontos. Que además, ahora en la calle solo queda mala gente... A ver si vais a tener un disgusto o algo. Incidió Luis Alberto.

-Yo lo veo bien. Así mañana podemos desayunar por aquí cerca, en alguna cafetería con vistas al puerto. Será mucho mejor que el café de supermercado que ofertan en el bar del camping. Aportó José Antonio.

-Bueno, vale... Si insistís. Respondió finalmente Isa.

Superada por las circunstancias y doblegada por la presión de grupo, se resignó a adaptarse a las consecuencias de sus decisiones. Aun que, en cuanto se paró a reflexionar sobre aquello más detenidamente, no tardó mucho en llegar a la misma conclusión que el resto. En el fondo, también habitaba en ella la misma pereza que José Antonio manifestaba, y siendo franca consigo, su aspecto emocional no se había visto alterado o comprometido de ninguna forma ni por nada de lo sucedido hasta ese entonces.
Continuaba estando cachonda. Durante todo ese tiempo, anduvieron visitándola con extrema asiduidad, todas aquellas imágenes en las que yacía de rodillas, con su boca albergando una polla mientras sus manos se centraban en satisfacer a la vez los deseos de otros dos hombres.

Sin hallar razones suficientes que sostuvieran la defensa que la parte que aún se resistía a permanecer allí representaba, el semblante de su cara retomó el dibujo anterior, un aspecto calmado que proyectaba la misma serenidad que hasta ese momento había expresado.

En cuanto regresaron al salón, le comunicaron las novedades a Mateo, el cual pareció estar conforme con la decisión que habían tomado.
De hecho, lo conmemoró proponiendo otra ronda de cubatas ahogados en ginebra con lima, invitándola a acompañarle para recibir su ayuda mientras los preparaba.
Ella aceptó, desapareciendo ambos en el acto justo tras cruzar el umbral de aquella habitación.

Una vez en la cocina, armaron juntos los vasos, procurando que el de Luis Alberto fuese el menos cargado de los cuatro.
Le indicó a Isa donde guardaban las pajitas luego de que esta le preguntase si disponían de alguna, y justo cuando iba a coger dos de las copas y a encaminarse de nuevo hacia el salón, notó como la barriga de ese hombre hacía contacto con su espalda, a la vez que una de sus manos rodeaba su vientre a la altura del ombligo y comenzaba a murmurar algo al oído.

-Tengo muchas ganas de que vuelvas a comerme la polla. ¿Y tu?. ¿También te apetece repetirlo?.

-Jaja. Bueno... Si quieres. Respondió Isa, mientras volvía a entrar en materia al ritmo en que despertaban de nuevo aquellas palpitaciones evocadas por su coño, potenciadas esta vez por lo atrevido del comportamiento de aquel señor.

En cuanto terminó de oirle contestar, extendió su mano hasta dar con su barbilla, para girarla hacia él con sutileza y administrarle un beso en los labios. Nada más separarse, la cogió del culo, y tras dispensar una cordial gesticulación, la condujo valiéndose de su trasero hasta retornar de vuelta a la estancia principal, lugar donde se reencontraron de nuevo con los demás.

-¡Si que habeis tardado!. Casi morimos deshidratados. Incidió Luis Alberto nada más verles aparecer.

-Jaja. Es que Isa me estaba confesando las ganas que tenía de volver a chupármela otra vez. Vociferó Mateo, utilizando un tono sarcástico.

-¡Pero que mentira!. Jaja. Sí has sido tú el que me lo ha pedido. Aclaró ella, manteniendo una entonación que casi sonaba igual de cómica que la empleada por el otro.

Rieron un rato, aportando cada uno un vacile mayor que el anterior, hasta que llegados a un determinado momento, se detuvieron para brindar todos juntos; esta vez, sin hacerlo por nada en especial. Simplemente, elevaron sus copas, las enfrentaron y comenzaron a beber.
Cuando los ojos de Isa permanecían todavía focalizados en el interior de su vaso, se percató de una melodía que, de pronto, violaba el espacio que existía entre ellos, dirigiéndose también a invadir sus tímpanos y provocando que resonasen sin ningún tipo de consentimiento.
Luis Alberto había vuelto a hacer de las suyas, esta vez, dejando que la música sonara desde su portátil con intención de amenizar una fiesta, que, a su modo de ver, estaba decayendo sin que se dieran cuenta.

Si bien era cierto que podía concederse ese lujo por haber sido el primero en descargar tensiones con la inestimable ayuda de Isa, no lo era menos que los demás todavía seguían aguardando su turno. Detalle importante que no había abandonado sus pensamientos en momento alguno. Simplemente, yacían agazapados tras los eventos que se sucedían, a la espera de hallar la más mínima señal que les permitiera retomar el asunto donde lo habían abandonado tiempo atrás.

Tras permanecer un rato de pie, siguiendo el ritmo de las canciones e intercambiando conversaciones los unos con los otros, Mateo propuso que descansaran un poco, pues ya era hora de sentarse y reponer fuerzas, además de añadir, que para seguir levantados como lo estaban, mejor se volvían de nuevo al Pub Escocés.
El resto respondió con risotadas, al tiempo que asentían mostrando conformidad.
Pese a ello, todavía tardaron un rato en volver a reunirse, ya que fueron apareciendo de manera intermitente, como un goteo.
Cuando uno venía, la otra se iba al baño, y cuando aparecía, era el otro el que decidía salir a la terraza para fumarse un pitillo. Todos aquellos relevos fortuitos fueron disminuyendo paulatinamente, terminando con esa absurda yincana y viéndose los cuatro agrupados por fin en el mismo espacio.

El tiempo que duró su solitaria estancia en el sofá, mientras aguardaba a que ese grupo parase de diseminarse por todas partes, no cesó ni un segundo de observar a Isa.
Mientras lo hacía, procuraba evidenciar con desmedida testarudez como su pene era acariciado insolentemente, logrando excitantes recompensas cada vez que, por casualidad, la mirada de aquella chica se dejaba caer por aquel lugar, volviéndose partícipe por un instante de su embelesado obsequio.

En cuanto se encontraron todos en el mismo área del salón, se levantó de su asiento, mientras inhalaba aire antes de comenzar a hablar.

-¡Ahora que me acuerdo!. Cuando antes me pediste una pajita, no caí en ofrecerte esta, que es más gorda. Expresó Mateo, terminando la frase entre risas mientras se agarraba la polla para completar la broma.

-Jaja. Que bobo. Eso no me sirve para beber. Exclamó Isa.

-¿¡Cómo que no!?. Acercame tu vaso, ya verás.

Ella obedeció, extendiendo su mano para que lo alcanzara, pensando que solo amagaría con hacer la broma para después devolvérselo amparando el acto mediante una carcajada.

Pero nada sucedió como creía.

Él le arrebató la copa, la colocó bajo su polla, e inclinándose sutilmente logró introducir dentro la totalidad de su capullo.
Tras llevarlo a término, lo extrajo, no sin antes sacudir dentro algunas de las gotas de ginebra que se habían quedado adheridas al contorno de su piel, retornándole el vaso de vuelta una vez que hubo consumado su desvergonzada gesta.

-¿Ves cómo también valía como pajita?.

-Pero si solo la has usado para remover el líquido. Dijo ella algo desconcertada.

-Jaja. Bueno, pero también sirven para eso los plásticos estos. ¿No?. Para revolver el contenido. Ahora pruébalo. Añadió Mateo, que lejos de conservar su característico aspecto afable, teñia sus formas con un talante más severo del que acostumbraba a ser habitual en él.

Isa le observaba, ocultando su incredulidad tras una sonrisa que a duras penas era capaz de sostener, resultando insuficiente por muy adorable que fuese, para traspasar aquel infranqueable muro de austeridad emocional.
Preguntó si estaba hablando en serio, obteniendo un Sí como respuesta, a la que esta vez asistieron todos, contestando casi al unísono mientras perseveraban en su insistencia para que lo hiciese, empleando para ello distintas formas, desde aludir al cachondeo más precavido hasta incurrir en una reiterada tozudez.

Aun sin estar plenamente convencida, encaró por última vez a ese hombre. Consciente de cómo aquello centraba la atención de todo el grupo, primero se acercó el vaso a la cara lo suficiente como para ser capaz de olerlo.
Supeditada por unas demandas e imposiciones que no parecían menguar en empeño ni tampoco en intensidad, extrajo de donde pudo todo el coraje que se fué capaz de infundir. Llevó aquel recipiente hasta palparlo con sus labios, para, de forma seguida, propinarle un trago de tal envergadura, que fue recibido por todos ellos con una ovación, más algunas palmaditas que no dudaron en aplicar sobre los hombros y en torno a la parte superior de su espalda.

-Jaja. ¿Estaba rico?. Le preguntó José Antonio.

-Pues... No me ha sabido diferente, la verdad.

-Espera, prueba con el mío ahora. Dijo Luis Alberto, que no perdía ocasión alguna para sobresalir.

-Jaja. A ver si ahora voy a tener que probar el de todos. No fastidies. Expresó ella, mientras se le escapaba una sonrisilla que logró encandilar a todos.

-Solo un poquito. ¡Anda!. No me hagas el feo. Dame el vaso. Replicó Luis Alberto.

Repitieron el mismo proceso de la vez anterior, solo que esta vez quiso saber si no le importaría que lo condimentase un poco, refiriéndose a soltar alguna que otra gota de pis en su interior, algo a lo que ella se negó, aclarando que ya estaba bien así y que no era necesario.
Tras dar las gracias de forma irónica, él la sonrió, y finalmente, sin llegar a dar rienda suelta a su ofrecimiento, retiró su polla del vaso y se lo entregó de vuelta.

Después de acometer aquella segunda ingesta, le volvieron a preguntar si le sabía distinto, algo que esta vez confirmó, indicando que empezaba a notar un cierto regusto, pero que en ningún caso resultaba desagradable.
En cuanto concluyó su respuesta, José Antonio la tomó del culo, la besó durante unos segundos y en cuanto se hubieron separado, la miró mientras sugería que ahora solo faltaba el suyo. Ella le sonrió, ofreciéndole el vaso de forma cariñosa, para observar como, a continuación, llevaba a cabo lo mismo que había hecho el resto, sumergir el miembro en su copa para devolvérsela inmediatamente al terminar de agitarla.

Al final del día, había sorbido el contenido de un recipiente en el que tres pollas diferentes habían yacido. Lejos de sentir repulsión o cualquier tipo de repugnancia, percibía como aquellas acciones reforzaban la actitud que más le ayudaba a enmascarar su antiguo yo, favoreciendo que tal exposición le ocasionara cada vez un menor rubor, e incluso comenzase a hallar cierto orgullo en aquello en lo que más cerca estaba de convertirse. En una puta.

En cuanto el vaso que sostenía entre sus manos fue depositado nuevamente sobre la mesa, aquellos tres hombres se aproximaron hacia ella con celeridad.
José Antonio, que se encontraba detrás de Isa con los brazos pegados a su cintura, pudo observar sin perder detalle como Mateo detenía su avance en el momento en que su barriga y el vientre de Isa hacían contacto, para, de forma seguida, apretujarla contra él y comenzar a besarla efusivamente.
Cuando decidió que ya había tenido suficiente, tomó el relevo Luis Alberto, que siguiendo los pasos de su compañero, era ahora él quien fusionaba sus labios con los de ella.

Se mantuvieron besándose intercaladamente durante un ratito, hasta que José Antonio intervino en la consecución de esos actos, colocando sus manos sobre los hombros de Isa, procurando agacharla de esa manera, y que al hacerlo, su cabeza quedase convenientemente a la altura de sus cinturas.
En cuanto sus rodillas yacieron apoyadas sobre el parquet, se vio rodeada por las pollas de esos tres señores, que disponiendo de ella en aquella posición, no pudieron resistirse a aplicar pequeños golpecitos alrededor de su rostro, empleando sus miembros para tal misión.

Solo pararon de propinarle impactos cuando Mateo, que se hallaba justo enfrente, sujetó su cara tomándola de la barbilla, con la clara intención de inclinarla hacia arriba de modo que sus ojos hicieran contacto. Nada más enfrentarse sus miradas, relajó la comisura de sus labios, concediéndole una sonrisa justo antes de referirse a ella.

-Ummm. ¿Vas a comerme la polla, puta?.

Ella asintió, pero sin pronunciar sonido alguno.

-¡Te he preguntado si vas a chupármela!.

-¡Sí!. Voy a chupártela. Contestó finalmente Isa.

Mateo le volvió a sonreír. Sin mediar más palabras, depositó su pene entre sus labios, y tomándola por la nuca con su mano derecha, acometió un empentón tan fuerte que consiguió que la mitad de su polla dejase de ser visible para el resto de los asistentes.

Mientras se la mamaba, los demás seguían golpeando sus mejillas, al mismo tiempo que incidían en lo bien que tragaba o en como se notaba lo mucho que le gustaba hacerlo.
De vez en cuando, el miembro de Mateo abandonaba su boca, aunque solo para sumarse al tumulto y participar del placer que les suscitaba golpear de esa manera el rostro de aquella chica.
Cada vez que se atragantaba o alguna arcada les interrumpía, no dudaban en atizarle con más vigor para aleccionarla, siendo especialmente contundente el pene de este último, que, por su anchura y longitud, sonaba luego de cada impacto como si acabase de efectuar una imperiosa palmada.

Tardó en sentirse satisfecho, pero en cuanto consideró que ya era suficiente, empujó la polla una última vez a través su garganta, la cual no consiguió abarcarla entera por apenas un par de centímetros... Tras aquello, se la retiró del todo, y antes de apartarse para ceder su turno a José Antonio, se refirió a ella una vez más.

-Eres una mamadora nata, cariño. ¿Nos la vas a chupar todos los días, verdad?. ¿Te gustaría comernos las pollas todas y cada una de las veces que nos veamos de aquí en adelante?. Contesta, puta.

-Sí, me gustaría. Contestó Isa.

-¡Responde bien!. ¿El que te gustaría?. Insistió Mateo.

-Me gustaría comeros la polla todos los días. Concluyó finalmente.

-Ummm. Así me gusta. Pasado mañana iremos a la playa nudista que hay aquí cerca. Con un poco de suerte igual, hasta nos encontramos con algún conocido. Te vas a hartar de mamar. Jaja. Vociferó Mateo, mientras compartía aquella carcajada con el resto de sus compañeros.

Aquellas risas dieron paso a un deleite consumado por la dedicación que Isa exhibía en su manera de proceder con cada uno de sus miembros. Tras chupársela con especial cariño a José Antonio, hizo lo propio con Luis Alberto, para volver a comenzar la ronda desde el principio y seguir así, hasta haber dado la vuelta al panel varias veces luego de aproximarse la primera hora de haber empezado a hacerlo.

La siguiente vez que Mateo se le pondría delante coincidiría también con ser la última. Estaban excitados hasta unos extremos, que ni haciendo memoria con denuedo conseguirían dar con otro episodio parecido a ese, por lo morboso que estaba resultando y por lo salvaje que se había vuelto todo.
Teniendo apenas media polla en el interior de su boca, comenzó a sentir como unos temblores se propagaban desde la parte baja de su escroto. En ese momento, supo que aquellos impulsos con los que era arremetido no tardaría mucho en hacerle culminar, por lo que se afanó con rapidez en sujetar la cabeza de esa chica, mientras empujaba su pene hacia lo más profundo de su cavidad, con intención de insertar dentro todo el tamaño que fuese capaz de albergar.

Cuando estaba a punto de enterrar su pequeña nariz contra la pelvis de Mateo, aquellos estertores se personaron con verdadera impaciencia, dejando bien claro que venían para quedarse, y que ninguna estrategia, retardante o distracción bien fundamentada iban a ser capaces de revertir el estado en el que se encontraba.

Su polla no tardó en revelar los primeros temblores, algo de lo que Isa se percató enseguida. Al dirigir sus ojos hacia arriba, pudo observar como aquel hombre mostraba la misma mirada estrábica a la que anteriormente había sucumbido Luis Alberto. En ese instante, tuvo claro a lo que se enfrentaba, periplo que empleó para prepararse mentalmente, amén de resignarse a aguardar inmóvil ante lo que estaba a punto de acontecer.

Aquel enorme pene que yacía alojado en su garganta procedió a vibrar de manera descontrolada, mientras Mateo efectuaba ciertos movimientos con su cadera, que, si cabe, favorecían que su miembro se introdujese cada vez más. Cuando un grito ensordecedor anunció a todos el comienzo de su orgasmo, Isa notaba como las primeras gotas de su esperma comenzaban a resbalar a través de su esófago, hasta que de pronto, un denso chorro de enormes proporciones salió despedido de su capullo, estrellándose directamente en lo más profundo de su tubo digestivo. Este primer envite vino acompañado por otros de similar potencia y espesor, que con la fuerza de un portazo golpearon las paredes de su garganta, haciéndola partícipe de cada emanación que aquella polla derramaba.

Por fin Mateo se había corrido.

Esta vez, no hizo falta que le pidieran que tragase nada, pues tal decisión se había visto arrastrada por las vicisitudes propias de los acontecimientos. La mayoría del semen fue deslizándose él solo hacia el interior, a medida que era expulsado sin más ayuda que la de la propia eyaculación. Por eso, en el momento en que extrajo el pene de su boca, apenas quedaba ya nada por engullir.

Percibiéndose especialmente complacido, deslizó su mano derecha a lo largo del contorno de sus mejillas, para seguidamente consagrarla mediante una pequeña cachetada.
Particular reacción que nacía con la pretensión de exteriorizar su agrado de cara al desempeño que aquella chica había llevado a cabo durante todo el encuentro, así como por su capacidad para tolerar tales demandas y cumplir apropiadamente con sus lascivos estándares de calidad.

Le sonrió una última vez, antes de dirigirse al baño y desaparecer en su interior durante un periodo de tiempo prolongado. Mientras tanto, el resto quedaron varados a su antojo, volviéndose a dispersar poco después; uno apartándose para ir a fumar, el otro en dirección a la cocina, e Isa, aguardando sola en el sofá, periodo que empleó para reflexionar y tratar de convencerse de que todo aquello había sido, sin duda, lo mejor que podía haberle ocurrido.
 
Última edición:
Intersección.

En el transcurso de aquel intervalo de soledad ininterrumpida, procuró que su placidez se mantuviera, ajena a ese revuelo de semovientes que se desperdigaba sin que ninguna razón aparente les motivara a hacerlo. Mientras les observaba, procuraba que el listón de su dignidad no sucumbiese, y se viese obligada a tener que enfrentar lo sucedido influida por un hechizo distinto al del éxtasis reciente.
El efecto del alcohol empezaba a desvanecerse, y una Isa cuerda del todo podría tener problemas para empatizar consigo misma, pudiendo desaprobar e incluso aborrecer su comportamiento, renunciando así a cualquier justificación.

Ahora tocaba ser fuerte y valerse de su convencimiento, incluso de repetirse mil veces si fuera necesario que las riendas las tenía ella, y no aquella versión de su voluntad que pretendía denostar y minar su seguridad.

Su desamparo se vio interrumpido por la inesperada llegada de José Antonio, cuya compañía vino provista de buenas nuevas que trasladarle.

-Mateo ya está preparando la cama. En breves nos iremos a descansar. Mira, gírate. Ya está amaneciendo.

Tras transigir y voltearse hacia el ventanal que se encontraba justo detrás del sofá, descubrió que no mentía, pues al contrario que la vez anterior, aquellos primeros rayos de luz que conseguían atravesar las cortinas alumbraban un nuevo día en lugar de despedirlo, jornada que iban a comenzar, por irónico que fuese, yéndose a dormir.

La espera duró escasos minutos, durante los cuales se dedicaron a trastear con sus móviles y a disfrutar del silencio que lo envolvía todo. En cuanto su amigo reapareció para anunciarles que el dormitorio estaba listo, ambos emergieron del sofá y se dispusieron a seguirle.
Para sorpresa de Isa, aunque al parecer no tanto para José Antonio, no compartirían cama únicamente ellos dos, algo que hasta cierto punto podía llegar a imaginar. Aquel cuarto albergaba un colchón de matrimonio cuyo uso habitual era el de Mateo, revelando de esa manera que no dispondrían de emplazamiento propio, y que en caso de querer pernoctar en esa casa, iban a tener que hacerlo compartiendo todos el mismo espacio.

Apenas estaba empezando a procesar esa eventualidad, cuando sin necesidad de que ninguno le preguntara, Mateo les comunicó que Luis Alberto se había retirado a su estancia, por lo que no era necesario esperarle; además les confesó que antes de irse había estado vomitando, incidiendo en que lo mejor sería dejarle solo y preocuparse por su estado al día siguiente.

Mientras le escuchaba contar todo aquello, se acordó de lo que el otro les había dicho, cuando horas antes habían coincidido los tres en el baño.
Llegó a la conclusión de que debió tratarse de alguna excusa, pues ese apartamento, lejos de disponer de dormitorios suficientes, parecía contar solo con los justos y necesarios para hospedarlos a los dos.

Se sentía algo molesta, pero el agotamiento y la pesadumbre comenzaban a hacer mella en su cuerpo, así como en un raciocinio que yacía también bañado por el alcohol.
Su estado físico prevaleció sobre el resto de consideraciones, por lo que una Isa vencida por la somnolencia, prefirió anteponer su descanso a cualquier hastío o desquite que implicase postergar su reposo.
Hablaría con Luis Alberto a la mañana siguiente, pero por ahora solo disponía de energía para cerrar los ojos y dejar que todo aquello quedase en un segundo plano.

Al ir a tumbarse en la cama, se encontró con que Mateo se había hecho ya dueño y señor del lado izquierdo del colchón, por lo que optó por dejarse caer en el lado opuesto que quedaba libre. Pero un también exhausto José Antonio intervino en su decisión, obligándola a tener que correrse hasta hallarse en el centro del mismo, de modo que se vio constreñida en medio de los dos.
Una vez que yacieron tumbados, Mateo estiró su brazo hasta dar con el interruptor que apagaba la luz, y tras pulsarlo, ambos se giraron hacia ella para abrazarla como si un primario instinto acabase de tomar el control de sus impulsos.

Viéndose encajonada entre aquellos dos tipos, no pudo más que girarse hacia el lado en el que se situaba Mateo, para poder adquirir de ese modo tanto la postura ladeada como la orientación que acostumbraba procurarse para dormir.
Sus músculos fueron relajándose a medida que los párpados sellaban su abertura, y el débil movimiento de sus pechos desvelaba como su respiración se atenuaba, para gradualmente desplomarse más allá de su profuso adormitar.


Un retumbante sonido la hizo aflorar repentinamente. Mateo, que en ese momento se encontraba con su cara apoyada en la almohada a escasos centímetros de la suya, emitía unos entrecortados ronquidos de tal resonancia, que en lugar de un hombre parecía que tuviese al lado a un contrabajista ensañándose para atormentarla.
Esto, sumado a que los de José Antonio tampoco se quedaban cortos, terminaron por desproveer a esa chica de aquel urgente y reparador descanso del que tanto anhelaba disfrutar.

No tardó demasiado en advertir cómo un fuerte dolor de cabeza acaparaba el protagonismo de toda la escena, que potenciado por el desagradable regusto que rezumaba la boca de Mateo, obligaron a que se levantara y acudiese al servicio con más celeridad de la que aquellos atronadores ronquidos tenían de concurrir.
En cuanto llegó, se arrodilló frente al inodoro, dispuso su cabeza en el interior, y debido a las arcadas y al malestar que venían acompañándola, devolvió todo lo ingerido la noche anterior sin apenas dificultad.

Aquello no impidió que la sonoridad de sus espasmos se propagase por todo el apartamento, debido en parte a la incapacidad que tuvo para cerrar la puerta y aislarse debidamente.
Buena cuenta de ello lo tuvo la aparición de Luis Alberto, el cual se personó de improviso colocándose detrás de ella, tratando de asaltar su intimidad mientras apoyaba su mano en su hombro derecho, algo que consiguió paralizarla en el acto y hacerla concluir.

-Cielo. ¿Estás bien?. ¿Te sentó algo mal de lo que bebiste ayer?.

-No te preocupes. Es que me he despertado antes de tiempo y creo que eso me ha revuelto el estómago.

-Bueno, son casi las cuatro de la tarde. Aún has podido dormir unas cuantas horas.

-¿En serio?. Pensé que sería mucho más temprano.

-Jaja. Eso es porque estarías agotada, por eso tienes la impresión de haber descansado menos. Dijo un empático Luis Alberto.

-No sé... Oye, ¿Tenéis un calmante o algo para la cabeza?. Creo que me va a estallar.

-Claro, pequeña. Ahora te preparo uno. Ven a la cocina cuando termines. Duchate si quieres, así te sentirás mejor. Tienes toallas en ese armario. Usa la que necesites.

-Vale. Muchas gracias. Si... Puede que lo haga, porque me siento como si me hubiera caído por las escaleras.

-Jaja. Es que ayer hiciste mucho ejercicio. Expresó de manera traviesa mientras sonreía.

-Ya... ¡Por cierto!. Ya te vale. ¿No nos dijiste que había habitaciones de sobras para dormir?. Hemos tenido que compartir cama los tres.

-Jaja. Y no mentía. Haberlas, haylas. Lo que ocurre es que la de invitados no tiene colchón, solo está el somier. Perdona el malentendido.

-Qué cara tienes. Jaja. Dijo Isa, percibiéndose conforme con la aclaración.

-¡Ahora que me acuerdo!. Los cepillos de dientes que te dije que teníamos, están debajo del lavado, en el segundo cajón. Coge el que quieras. Le indicó Luis Alberto.

-Gracias. Voy a asearme entonces.

Tras agradecérselo lo vio desaparecer del baño, no sin antes guiñarle un ojo que vino acompañado de un cordial aspaviento, al que ella correspondió también con otro similar. Después de todo aquello volvía a encontrarse sola, oportunidad que aprovechó para llevar a cabo el resto de sus necesidades, así como lavarse la boca y gozar de una imprescindible ducha, la cual logró purificarla hasta tal punto, que parecía que un obispo hubiese sido el encargado de accionar el monomando y bendecirla.

Aquel chorro de agua transcurriendo por su piel proporcionaba tal deleite que su mente conseguía yacer por un instante a kilómetros de allí, ausente a todo esa desazón e incómoda migraña que segundos antes la habían devastado.

Mientras era seducida por tal consecución de favorables sensaciones, perseveraba en su negativa por considerar nada que tuviese relación con lo sucedido el día anterior.
Estaba decidida en claudicar ante una nueva filosofía que le fuese capaz de incoar el hábito de centrarse en el ahora, alejándose de aquella mentalidad autodestructiva y pecaminosa que nunca corría a su amparo para auxiliarla, sino más bien para menoscabar sus conductas y recompensar sus excesos con escarnio y deshonra.

De pronto, una voz la sorprendió navegando en su peculiar mar de introspección, atrayendo su interés y regresandola de vuelta a la cotidianidad.
José Antonio se había despertado, y, al igual que ella hizo antes, corría al servicio para satisfacer las demandas que requerían su indispuesto organismo.

En cuanto hubo entrado, propinó varios golpes a la mampara de la ducha, similares a los que cualquiera emplearíamos para manifestar nuestra presencia ante la puerta de un vecino. Se saludaron afectuosamente, para acto seguido sentarse sobre el váter y ponerse a hacer lo suyo como si nadie más estuviese allí.
Durante el transcurso de su evacuación, ella continuó aclarándose tanto el pelo como el resto del cuerpo, mientras parecía abstraerse de todo lo que ocurriera más allá del plato de la ducha.
Aun así, una parte de su atención se mantenía pendiente de aquel señor, de modo que pudiera percatarse en el momento en que concluyera sus necesidades; como una forma tácita de respetar aquel espacio, que, aún compartido por ambos, asignaba intimidad a cada uno sin que hubiera habido antes pacto alguno que lo respaldara.

Mientras José Antonio se incorporaba y se dirigía al lavabo, ella golpeaba el mango de la ducha, deteniendo así el fluir de la corriente y preparándose para salir de ella, a la vez que se enrollaba con la toalla más grande que pudo encontrar en el armario.
Antes de que tan siquiera pudiese saludarle, él ya la había cogido de la cintura y depositado un beso en los labios, tras lo cual le dio por fin los buenos días, amén de preguntarle cómo se encontraba.

-¿Qué tal has pasado la noche, cielo?. ¿Has podido dormir del tirón?.

-Sí, la verdad es que sí. Estaba hecha polvo.

-Es que ayer no paraste. ¿Eh?. Jaja

-Jaja. Eso mismo me ha dicho Luis Alberto. Además se hizo tardísimo...

-Cierto. ¡Si nos fuimos a dormir ya de día!. Pues yo he descansado regular. Me he levantado en varias ocasiones, pero todas las veces que me fijé vi que descansabas muy agusto. Me alegro de no haberte incordiado mucho.

-No. No me enteré de nada. Ya te digo que caí rendida y estuve así hasta que hace un rato me desperté de repente. Eso sí, tu amigo ronca un montón. Si no llegase a estar tan muerta, no habría podido dormir. Jaja.

-¡Lo sé!. Que me vas a contar... Le conozco desde hace años y ha roncado siempre. Incluso cuando estaba más delgado que ahora.

-Jaja. Ya... Debería adelgazar un poco, por salud más que nada. Además, he amanecido con su barriga casi encima y me estaba dando un calor que no veas. No me he dado cuenta de que estaba sudando hasta que he abierto los ojos.

-Jaja. Pobrecita mía. Pero has podido recuperarte bien del todo, qué es lo importante. Oye, escucha. Desayunar ya no, porque es tarde incluso para ir a comer, pero vamos a bajar a ver si queda algún sitio que tenga la cocina abierta y pueden hacernos algo. Así que arréglate, que en que nos duchemos y nos vistamos saldremos de aquí. ¿Has entendido?.
Le espetó José Antonio, empleando un tono que, aunque solemne, no dejaba de resultar cercano y amigable.

-Vale. Solo me falta vestirme y tal. Pero me fastidia tener que llevar la misma ropa de ayer. Me siento como sucia.

-No te preocupes, cielo. Más tarde nos pasaremos por el camping, que yo también me quiero cambiar. Venga, acicálate, que en breves nos iremos.

Descalza y ataviada tan solo con la toalla, atravesó el pasillo, emprendiendo la ruta que conducía hacia el salón, lugar donde esperaba encontrar tiradas por algún lado tanto el vestido como el resto de su lencería.
En cuanto llegó, se encontró con Luis Alberto tendido sobre el sofá, con el mando de la tele en la mano y pasando canales como si el principal divertimento de aquel aparato fuese ese.
Nada más verla, le indicó que había dejado preparada en la encimera de la cocina una jarra de agua fría al lado de una pastilla efervescente deshaciéndose en una cuchara, además de incidir en lo mona que iba cubierta tan solo con una toalla, que en realidad, por su tamaño, parecía más apropiada para la cabeza que para el uso corporal.

Poco a poco su estado anímico general fue recobrando el bienestar. Aquella ducha tan restauradora, acompañada ahora por aquel calmante, estaba ayudando a que recobrase la vitalidad, así como el ánimo y el optimismo de cara a emprender ese nuevo día que se presentaba ante ella, aún que fuese de forma tardía y desfasada, entrando en escena casi al final de la primera bobina.

Nada más recuperar sus prendas, se dirigió al baño para vestirse, pero se dio de bruces al encontrarlo ocupado, pues el único que faltaba había llegado antes y robado el turno.
Mateo, desde el interior, avisó mediante un grito de que estaba usándolo, sin tampoco saber muy bien quien había al otro lado pretendiendo entrar, ante lo que Isa optó por permanecer callada e instalarse en el dormitorio, comenzando a arreglarse allí mientras esperaba a que se desalojara.

No tardó demasiado. Lo que más demora le iba a originar sería maquillarse y arreglarse el pelo; pero con el baño invadido por el otro, solo cabía aguardar hasta que se liberase y pudiera retomar su ornamento.
Cuando habían transcurrido algo así como diez minutos, durante los cuales permaneció sentada en la cama ojeando una antigua revista, escuchó abrirse la puerta, tras lo cual se apresuró en acudir lo antes posible para que nadie más se le colase.

En cuanto cumplió su objetivo y logró colocarse frente al espejo, recaló en un detalle que hasta ese momento no había tenido en cuenta. No disponía de ninguno de sus enseres, y con las pocas pinturas y abalorios que acarreaba en su bolso, tampoco podía hacer milagros.
Al final se aderezó como pudo, aplicando un poco de colorete aquí, una sutil trazada con el eyeliner por allá, y por medio de un peine que gracias a Dios pudo encontrar, olvidado en la parte más profunda del cajón más apartado, se cepilló el cabello consiguiendo que, por lo menos, su aspecto pudiera ser considerado aceptable, eso sí, bajo unos estándares de belleza bastante laxos respecto a los que estaba acostumbrada a emular.

Cuando se presentó en el salón, el resto estaban ya esperándola, engalanados con pantalones cortos y camisas de verano, que lucían medio abiertas para procurar una mejor ventilación. La jornada encaraba su máximo pico de temperatura, por lo que incluso cubrirse con lo mínimo resultaba excesivo e incómodo de llevar.

Al verla, manifestaron agrado por su apariencia, y poco después, ya estaban saliendo todos por la puerta y dirigiéndose a la calle, en busca de un establecimiento que se apiadase y les concediera sustento.

Nada más posar sus pies sobre la acera, un impenitente sol les daba la bienvenida, y no contento con ello, terminaba las presentaciones golpeándoles con una brisa abrasadora que lo penetraba todo.
Isa caminaba a la izquierda de José Antonio, el cual no dudó en agarrarla de la cintura cuando apenas se habían alejado cincuenta metros del portal.
En cuanto alcanzaron el paseo marítimo, pudieron disponer de suficiente espacio para colocarse unos al lado de los otros, quedando ahora situada en medio de los tres.

Mateo se encaramaba a ella desde el mismo lado que daba al mar, el izquierdo, mientras Luis Alberto tenía que conformarse con formar parte de un extremo, contando solo con la compañía de este último.
A la vez que paseaban, iban conversando de esto y aquello, ajenos a toda la aglomeración que se concentraba en esa zona y a la que a veces costaba esquivar por lo abarrotada que se encontraba esa avenida.

Valiéndose de un momento en el que ambos intercambiaban pareceres, Mateo aprovechó para tomarla también de la cintura, provocando que la mano de José Antonio se viese obligada a desplazarse hasta terminar hallando acomodo sobre su culo; quedando escoltada de esa manera por aquellos dos señores, acto que proclamaba su posesión a ojos de todos, haciéndola suya sin que ningún vistazo pudiera albergar siquiera una duda razonable.

A esas alturas, lejos de sentirse perturbada, pudo extraer agrado de aquel aura de custodia que la envolvía y que tanta protección le otorgaba frente a un tumulto, que ahora transitaba a su lado sin que rubor alguno se manifestara en el rostro de aquella chica.
Al shock de ir acompañada por tres hombres de avanzada edad, se sumaba ir sujeta por ellos como quien se amarra a su primer amor adolescente durante un verano en el pueblo de sus padres.

La estampa era peculiar; no hacía falta ser un curtido observador para deparar en ella. Aún así, mantuvieron esa apariencia hasta que por fin pudieron dar con una cafetería que cedió a sus ruegos y aceptó prepararles unos bocadillos.
Algo era mejor que nada, más si se tiene en cuenta que aquella resaca había desembocado en un bárbaro apetito, el cual saciar a toda cosa se había convertido en la principal prioridad.

Almorzaron dentro, al amparo de un aire acondicionado que, aún siendo escaso, satisfacía lo mínimo para que no acabaran todos empapados en sudor.
José Antonio insistió en sufragar la cuenta, pero Mateo se lo impidió, interponiéndose a su amago y endosando él su tarjeta sobre el porta cuentas, mediante una amigable sacudida de manos que por poco no provocó el derrame de varios vasos.

Ya fuera del restaurante, José Antonio se dirigió al grupo.

-Esta y yo tenemos que volver al camping, para cambiarnos de ropa y hacer control de daños. Expresó de forma sarcástica.

-¡Vale!. Os acompañamos. Pero vamos en taxi. ¡Eh!. Que eso está donde Cristo perdió la sandalia. Inquirió Mateo.

-Bien. Pero lo pago yo, que tú ya has pagado lo otro. Añadió José Antonio.

-Jaja. Ya lo veremos.

Tras alejarse un poco de la gran avenida que constituía el paseo marítimo, dieron con una parada de taxis que se hallaba justo enfrente de un hotel. Se acercaron al primero que había y, nada más montarse, partieron rumbo hacia el destino.

Mientras se dirigían hacia allí, Isa reflexionaba sobre qué talante adquirir una vez llegase y tuviese que enfrentarse a mí, luego de haber permanecido un día entero sin vernos y haberse extraviado por ahí sin dar una sola señal de vida.
Aquello sí provocaba que cierta intranquilidad le afligiera, pues desconocía qué tipo de recibimiento iba a encontrarse una vez nos reuniéramos; acogida que, de ser desagradable o desairada, no sabía si podría estar a la altura de poder soportarlo.

Tal incertidumbre la mantenía inquieta, nerviosa, hasta el extremo en el que sus manos comenzaron a sudar, percatándose de su nerviosismo incluso José Antonio, que sentado junto a ella en la parte trasera del vehículo, se preocupaba preguntándole si le ocurría algo.

Todo el resquemor y la congoja que nos causa lo desconocido, sumado a la tendencia que solemos tener de ponernos en lo peor incluso mucho antes de haber ocurrido nada, se disiparon en el mismo instante en el que su bungalow la acogió.
Enseguida se percató de que mis cosas ya no estaban. La única prueba de que yo había estado allí era un sobre firmado con mi nombre que aguardaba sobre la mesa alta de la estancia, esperando para ser abierto y leído por ella en cuanto regresara.


< Cariño.
Te escribo estas palabras con todo el pesar de mi corazón. Sé que planeamos esto juntos, aunque lo cierto es que de los dos, siempre fui yo el mayor instigador.
Sé que has conocido a alguien; os estuve observando a lo largo de la mañana hasta que, en un momento dado, os vi desaparecer a ambos en lo que, supongo, sería su alojamiento.
Tampoco has venido a dormir. Sé que pasaste anoche por aquí para arreglarte; pero después te marchaste sin siquiera llamarme o decirme que habías vuelto, para volver a irte y no saber nada más de tí.
Mira. Pensé que esto iba a ser de otra manera, que lo soportaría de una forma distinta, pero... Creo que me ha afectado un poco; verte con otro hombre no ha sido como me esperaba. ¡Por favor!. Llámame en cuanto leas esto.
Seguramente para entonces ya esté de regreso a casa, por lo que espero que tú hagas lo mismo en cuanto lo leas. Cuando estemos cara a cara hablaremos de esto.
Con mucho cariño, tu chico. >


Isa se quedó a cuadros. No podía creer que le estuviese haciendo aquello. Rápidamente extrajo su móvil del bolso, el cual sí que era cierto que había desatendido más de lo habitual, pero salvo por un par de llamadas, tampoco encontró rastro alguno que indicase que había habido una atención acérrima por su parte.
Pensaba que había actuado de ese modo para darle más autonomía, pero resulta que sin saberlo, el espacio se lo estaba dando ella. No entendía nada.

-¡Menudo imbécil inmaduro!. Verbalizó chillando sin darse cuenta, al tiempo que tiraba la carta al suelo y la arrastraba bajo el hueco del mueble de la tele con un puntapié.
-¿Cómo me hace esto?. Volvió a bramar en alto. -Con todo lo que he hecho por él, ¿¡Y ahora actúa así, como un niñato!?.

No le acuciaba apesadumbre alguna, ni siquiera sentía pesar por una relación que exhalaba sus últimos estertores, y que todo apuntaba a que iban a ser muy difíciles de revertir.
La que más dominaba sobre el resto de percepciones era la irritación, que, más allá de la decepción que suponía aquel comportamiento, le había conseguido enrabietar como nada ni nadie había estado cerca nunca de poder frustrarla.

Encontrándose todavía en ciernes de poder asimilar aquella primera fase de estupefacción, se giró hacia el enorme espejo que yacía colgado al lado de la entrada del bungalow, y mientras se retiraba una lágrima con la ayuda de su muñeca derecha, se le escapó una pequeña sonrisa, alumbrando un desahogo teñido de resarcimiento y vendetta, que poco o nada tenían que ver con lo descolorido, que, por un instante, lo había percibido todo.

Sin ser en absoluto consciente, con aquella actitud huidiza e infantil, solo había propiciado que cimentaran con mayor arraigo las bases sobre las que se alzaría una nueva Isa.
Había ayudado sin pretenderlo a crear un monstruo que ni ella, ni por supuesto yo, podríamos haber estado preparados para imaginar, y todavía menos para contener.
El tipo de reacción que se esperaría de una chica cualquiera no tenía en cuenta los parámetros de Isa, la cual se situaba muy por encima de todos los estándares, tanto en el plano sexual como en el sentimental.

Una vez que se desencorsetara tanto de la furia que la invadía como de sus inhibiciones más enraizadas, estallaría en un ímpetu tan desarraigado como impredecible, desatándose sin que condición o motivación de ningún tipo pudiesen tener la capacidad de refrenarla.


Se lavó la cara en el lavabo, para segundos después dirigirse hacia su dormitorio y cambiarse de ropa. Eligió ponerse el vestido con más escote que encontró, amén de un culote finito de color celeste que apenas cubría un porcentaje ínfimo de su culo.
Omitió llevar sujetador y, como remate, se pintó con decencia y pulcritud aprovechando que ahora disponía de todo su arsenal de maquillaje.

En cuanto estuvo perfecta, se dirigió hasta la entrada del recibidor y detuvo la carga que en ese momento estaba alimentando a su smartphone.
Antes de atravesar la puerta se paró una última vez, espera que empleó para desbloquear el móvil y abrir la lista de contactos. Buscó mi teléfono y le dio eliminar, repitiendo el mismo proceso dentro de la aplicación del WhatsApp.

Con los deberes hechos, se aventuró a acudir al bar del camping, lugar en el que habían acordado reencontrarse y donde esperaba volver a reunirse con ellos.
Grupo al que, ahora más que nunca, se sentía ligada y dispuesta a pertenecer, así como, llegado el momento adecuado, complacer como sabía que tanto les embriagaba que lo hiciera.
 
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