Luisignacio13
Miembro muy activo
La pequeña sala de cine de exhibición condicionada estaba sumida en una penumbra densa, con el resplandor de la pantalla vacía arrojando sombras sobre las butacas. Diego, era un casi adolescente tímido y callado, algo gordito, su camiseta ajustada marcaba sus redondeces y su cuerpo aniñado, el cabello oscuro le tapaba los ojos. Era espectador habitual del cine y desde chico habia vencido la verguenza de pagar una coima para entrar: su presencia en las sesiones nocturnas era casi una rutina: llegaba, sacaba su entrada y se escondía en las últimas filas a masturbarse mirando la película, pero también a otros hombres de la sala, y el morbo lo excitaba tanto como las películas. Su aire confiado rozaba la provocación del resto de hombres que lo merodeaban sin avanzar. El dueño de la sala, Javier, de 73 años, era la encarnación de una autoridad astuta y manipuladora. Su cabello blanco y su traje oscuro contrastaban con las arrugas que marcaban una vida de control. Proveía drogas y alcohol a escondidas a los espectadores que lo solicitaban y alquilaba un par de oficinas devenidas en cuartos para aquellos que tenían sexo a escondidas dentro del cine. Sus ojos castaños, profundos y calculadores, escondían un destello de malicia que Diego subestimó. No quedaba nadie en la sala, tan solo el acomodador revisaba las primeras butacas.
Javier se acercó a Diego, que estaba solo en la última fila, sosteniendo una linterna con un brillo tenue. —La película ya terminó hace rato, muchacho —dijo, su voz grave y deliberadamente pausada, aunque un matiz astuto en su tono delataba segundas intenciones—. ¿Qué hacés quedándote tan tarde, pibe? —Diego, recostado en la butaca, con cierta vergüenza y acomodándose el pantalón hasta recién bajo, lo miró tímidamente y le dijo—: Estoy aburrido, ¿ya van a cerrar? Mi entrada dice que la sala cierra a las 23. —Javier lo recorrió con la luz amarillenta de la vieja linterna y pudo ver su cuerpo algo aniñado, incómodo y a la vez desafiante. Iba a echarlo sin más cuando una pulsión en su propio pantalón le llamó la atención. Su pija se había despertado. Sin quitar la linterna del rostro de Diego, metió su mano en el pantalón y comenzó a sobarse la pija. Sus viejos 24 cm de carne estaban respondiendo como hacía largo tiempo no pasaba. Dejó que Diego se diera cuenta de la situación y lo miró fijo para calibrar su reacción. Los ojos de Diego no podían mentir, su mirada estaba clavada en el bulto de su pantalón y, aun en la penumbra, no había dudas del gusto que la situación le generaba. Dirigió la linterna al acomodador que seguía limpiando en las primeras filas y le indicó—: El pibe se va a quedar hasta el final. Poné la película nueva y subí la calefacción que esto parece una heladera. —El empleado, callado y algo encorvado, asintió y salió por el fondo. Javier se sobó la pija por todo el largo una vez más y sacó su mano del bolsillo, blandiendo un cigarro armado, corto, grueso, con punta cerrada como un caramelo. Lo colocó en su boca y lo prendió. La luz de la proyección de la película ya iluminaba el lugar y dejó ver una pitada rápida y una gruesa brasa en la punta del cigarro. Miró a Diego y le dijo, apoyando su mano en su hombro—: Tomá, pibe, te lo ganaste haciendo valer tu entrada —y agregó—: Está nevado, así que entrale despacio. Quedate el tiempo que quieras, voy a estar en mi oficina. —Javier lo volvió a mirar de arriba abajo y se fue, con su ya prominente bulto precediéndolo, golpeando la puerta de vaivén al salir de la sala.
Diego no lo pensó mucho y pitó profundamente el cigarro. Un aire dulzón invadió el ambiente y, entre las volutas de humo, pudo ver la escena de la película, donde un joven estaba en el medio de una pareja de más de 40: ella le daba de sobar una teta y lo acariciaba maternalmente, mientras el hombre lo masturbaba lentamente, sobándose su propia pija. Volvió a pitar profundamente y una tos de principiante lo atacó brevemente; pensó en tirarlo, pero su cuerpo empezó a dar otras órdenes. Una excitación invadió todo su cuerpo y, con el cigarro en la boca, comenzó a acariciarse como nunca, sintiendo cada centímetro de su cuerpo, especialmente todas sus zonas erógenas. Su pequeña pija, ya erecta, gozaba de su mano derecha, pero su mano izquierda acariciaba sus pezones y luego su ano, deteniéndose en sus testículos, y parecía que nada podía detenerlo.
En la pantalla, el hombre mayor tenía ahora de rodillas delante de él a la mujer y al pibe, y la mujer guiaba la cabeza del pibe para que mamara esa pija descomunal, por el tronco, por los huevos y más. Diego estaba desbordado de sensaciones y comenzó a desvestirse, pellizcándose los pezones y tocando su cola una y otra vez, mientras su pijita seguía rígida y ridícula. Completamente desnudo, se sentó en la butaca y apoyó las piernas en el respaldo de la butaca de adelante, accediendo al resto de su cuerpo. Aspiró profundamente la última pitada del cigarro y lo tiró. Ya fuera de sí, vio cómo en la película, de evidente manufactura casera, el viejo se dejaba mamar por el joven mientras le acariciaba el pelo, y la mujer jugaba con el pequeño pene del joven en la boca. Cerró los ojos y su mente y cuerpo volaron a esa imagen: imaginó a alguien mamando su pene por primera vez (nunca había podido sentir eso) mientras su propia boca besaba los testículos de una pija de verdad grande, monstruosa, como la de la pantalla.
En eso estaba cuando abrió los ojos y, sin dejar de mirar la pantalla, vio cómo el acomodador, un flaco desgarbado y algo tullido, se sentaba a su lado sin dejar de mirarlo por un segundo, como si la pantalla no existiera. En cambio, Diego apenas podía dejar de tocar todo su cuerpo y no podía quitar la mirada de la pantalla. El acomodador comenzó a acariciar sus piernas sin mediar palabra mientras le decía—: ¿Te agrada la temperatura de la sala ahora, pendejo? —Diego asintió como autómata mientras sentía las manos rugosas y sucias del acomodador pasear por su cuerpo sin ninguna barrera, y las oleadas de placer eran cada vez más intensas.
—Le gustaste al jefe, pendejo, y eso tiene premio para todos… Miralo en la pantalla… De joven fue una gran estrella del porno y tiene una pija increíble… Si la probás, no vas a poder soltarla… A mí cada tanto me deja que se la chupe… —Y mientras decía eso, comenzó a lamerle los pezones y masajearle los testículos. Diego, entregado a su propio placer, acariciaba su pija y estaba empezando a convulsionar de placer.
El acomodador quitó la mano de Diego de su micropene y comenzó a mamarlo, llevando a Diego al cielo del placer. Se detuvo un instante, lo miró y le dijo—: Mirá bien la pantalla, el actor es Javier y esa pija puede ser tuya si querés… —Luego volvió a hundir su cabeza en la oscuridad entre las piernas y comenzó a mamarlo mientras metía dos dedos en su boca y los llevaba y traía a la cola de Diego, que se retorcía de placer en la butaca.
Diego abrió nuevamente los ojos y miró la pantalla. No había dudas de que el actor era Javier y su pija era realmente descomunal. Ahora el pibe cabalgaba lentamente sobre esa pija y la mujer lo mamaba y pellizcaba sus pezones. La imagen fue demasiado y la mamada del acomodador, junto con su urgueteo en la cola, fueron demasiado para Diego, que empezó a convulsionar y acabar durante un tiempo indeterminado y larguísimo, mientras sentía que su cuerpo y su alma se iban por su pija en un éxtasis que no creería que podía existir. Su cuerpo se relajó de tal manera que, al abrir los ojos, vio la sonrisa del acomodador, que urgaba dentro de su propia boca y llevaba sus dedos llenos de semen a la boca de Diego para que saboreara su propio sabor, mientras sonreía. Lo último que alcanzó a escuchar fue—: ¿Te gusta, bebé? ¿Querés más?
Diego alcanzó a asentir. Sabía que nunca había experimentado ese placer y que todas sus fantasías estaban a punto de cumplirse. Las drogas y el morbo habían poseído su cuerpo, pero su mente estaba segura. Quería ir hasta el final. Dijo—: Sí, quiero —para luego caer desmayado de placer y cansancio mientras veía en la pantalla al viejo acabar en la cara del joven.
Cuando Diego despertó, estaba en un pequeño ambiente de sillones de cuero y tenue luz. El cuarto estaba iluminado por la imagen de una película porno que proyectaba un gran televisor desde la pared. En el sillón individual de enfrente, el acomodador estaba desnudo, masturbándose lentamente, mirándolo fijo. Diego estaba desnudo con la cabeza en el regazo de Javier, cuyo mástil erecto se erguía a pocos centímetros de sus ojos, con una autoridad que irradiaba poder en el lugar. Javier, también desnudo, acariciaba la cabeza de Diego, que lamía uno de sus testículos como un niño toma la teta de su madre, mientras recibía las caricias de Javier en su pelo, que le decía—: Bienvenido, bebé, lo estás haciendo bien. ¿Te gusta lo que ves? —Diego asintió, algo somnoliento y relajado de placer, mientras seguía sobando los huevos de Javier, ahora con una de sus pequeñas manos recorriendo el enorme mástil de Javier.
Javier tomó una pastilla roja triangular de una mesa desordenada, repleta de botellas semivacías, pastillas de colores y montículos de polvo blanco. —Tomá, te quiero encendido, ¿ok? —dijo, llevándola a la boca de Diego. Este, obediente, abrió la boca y tragó. El acomodador se levantó presuroso y apuró un vaso de whisky a la boca de Diego, que bebió hasta el final, ante la risa de ambos viejos. —Despacio, bebé, queremos que goces con nosotros —dijeron riendo. El acomodador separó una línea de polvo blanco con maestría y, desnudo, se inclinó sobre la mesa, aspirando con fruición una buena cantidad. Javier tomó una pastilla azul y la bebió con una lata de Speed, para volverse a reclinar en el sillón y seguir acariciando la cabeza de Diego, acurrucado en su pija, ahora solo besando sus testículos.
—No te resistas —dijo Javier, guiando la cabeza de Diego hacia su erección—. Compláceme. —Diego, abrumado, comenzó a besar la cabeza de la pija de Javier, pequeños besos como si fuera un niño que tiene su primer beso con su novia de la primaria, aceptando su virginidad ingenua y aumentando el morbo de Javier, a quien las drogas le habían encendido los ojos y ahora lo miraba con lujuria, sin dejar de acariciar su cabeza.
El acomodador se sumó al sillón grande y se ubicó en la otra punta, acariciando el cuerpo desnudo de Diego, especialmente su pequeño pene y su ano. Luego volvió sobre Diego y le preguntó—: ¿Sos virgen, bebé? —Diego negó con la cabeza, mientras su boca decía—: Sí, señor. —Ambos viejos rieron al unísono y el acomodador le espetó—: Putito, es obvio que sos virgen, la cantidad de leche que te saqué con la boca tiene muchos años ahí… —mientras le sobaba la pijita y Diego tenía una erección que lo hacía temblar.
Javier volvió a acariciar su cabeza y le dijo—: Me encantan los pendejos vírgenes como vos, la chupan como ninguno… especialmente les gusta mi pija y me encanta sentir que los hago debutar… ¿Te gustan las minas, putito? —Diego asintió mientras seguía besando la pija y los huevos de Javier, recorriendo sus 24 cm de abajo arriba una y otra vez. —Seguí así, bebé, y te voy a dar una nena para que debutes —dijo Javier. Diego, ya entregado y con las drogas mandando en su cuerpo, empezó a chuparlo cada vez más rápido. Javier le hizo una seña al acomodador, que se levantó, soltando la pijita de Diego, apagó la tele, bajó más la luz y se fue del cuarto.
Javier comenzó a guiar la cabeza de Diego, que mamaba en forma descuidada, mostrando su inexperiencia. —Más despacio, bebé —dijo, mientras lo tomaba del pelo, violentamente, firme, lento, subiendo y bajando, sosteniéndolo con casi media pija en su boca. Las arcadas de Diego no detenían a Javier, que lo obligaba a seguir chupando más de la mitad de su pija, ahora ya sin presión, con Diego gozándolo evidentemente.
Luego lo tomó del cabello y lo separó de la pija, lo miró fijo y le dijo—: ¿Te gustan las minas? Nunca tuviste una mujer… —Diego, con vergüenza, muy mareado y con el cuarto dándole vueltas, dijo—: No, señor, es mi sueño. —En ese momento se abrió la puerta y entró una rubia despampanante. La oscuridad no dejaba ver mucho, pero era evidente que estaba con calzas y un top que apenas contenía sus tetas, y sus tacos sonaban contra el piso.
La mujer se acercó a Diego, que tenía su cabeza inclinada hacia el techo, tomado del pelo de la nuca por Javier, y, poniéndole sus labios gruesos en su boca, le enterró la lengua hasta la garganta. Luego se retiró y lo miró a los ojos. Diego no estaba seguro, pero creía conocerla; abrió los ojos más para dejar que la tenue luz entrara, justo a tiempo para ver cómo el acomodador, disfrazado de mujer, bajaba su calza y le metía su erección completa en la boca, diciendo a carcajadas—: Chupá, putito, hoy debutás seguro —convocando las risas ahora de Javier.
Diego se sentía más excitado aún y empezó a chupar esa pija, que no era tan grande y se podía meter entera en la boca, y ahora sentía que le gustaba. Deslizó sus manos por detrás del culo del acomodador, empezando a marcar el ritmo con el que le penetraba la boca. El acomodador empezó a gritar de goce y, sin más preámbulos, acabó en la boca de Diego, que quiso despegarse por las arcadas que los chorros de semen generaban en su garganta, pero Javier se encargó de que no fuera posible. Mientras los chorros de leche escapaban por la comisura de sus labios, la erección del acomodador empezó a bajar hasta que retiró su pija y se dejó caer en el sillón al lado de Javier, completamente relajado y con la cabeza hacia atrás, comenzando un viaje de relajación.
Javier no dejó pasar el momento y, de un tirón, sentó a Diego sobre su pierna, colocando su mano en su pija y comenzó a susurrarle perversiones al oído—: Tocame la pija, bebé —le dijo, hablando de su madre, de sus hermanas, de su maestra, evocando cada masturbación adolescente. Diego, completamente drogado, asentía y completaba las historias con detalles reales: cómo robaba ropa interior de su familia, cómo espiaba a su mamá, las fotos de su hermana, todo…
Cuando Javier sintió que Diego había tocado fondo y el nivel de perversión lo tenía entregado, tomó un frasco de popper de la mesa, lo colocó en la nariz de Diego y le dijo—: Sos mío, putito. Aspirá y prepará tu culito. —Diego lo miró con ojos de niño diabólico y, sin dudar, le dijo—: Sí, amo —y aspiró con la fuerza de un esclavo doblegado, que obedece porque el miedo y el dolor son una fuente de placer inacabable.
Javier lanzó el frasco al piso, tomó de la cintura a Diego y lo sentó en su pija y, de un solo envión, le enterró el pene completo hasta los huevos. Diego gritó en forma desgarradora y automáticamente comenzó a moverse lento y constante, mientras un pequeño chorro de sangre mojaba los huevos de Javier, que tomó la cabeza del acomodador y lo guió a la pija de Diego. El acomodador, disfrazado de mujer, comenzó a mamar a Diego, que saltaba cada vez más fuerte sobre la pija de Javier, mientras miraba a la “rubia” que lo mamaba como en sus mejores sueños, como en las películas.
Javier tomó de la cintura a Diego y lo inmovilizó y, con una estocada final, comenzó a acabar a los gritos—: Así, nene, así, tomá la leche toda. —Diego sintió un fuego en su interior, mezcla de dolor y placer, y comenzó a acabar en la boca de la “rubia”. Todos cayeron desplomados, el acomodador en el suelo, Javier con su pija aún erecta, llena de sangre, atrajo a Diego y lo acurrucó, poniéndole la pija en la boca y le dijo—: Dormí ahora un poco, bebé. Cuando te despiertes, no voy a estar. Podés volver cuando quieras, esto es solo una muestra de lo que podemos vivir juntos.
Cuando Diego despertó, eran más de las 10 de la mañana. Estaba vestido y perfumado y, cuando bajó las escaleras desde la oficina, vio que el hall del cine estaba vacío. El acomodador estaba detrás de la boletería y lo saludó con un gesto como si nada. Diego apuró a la salida mientras palpaba su bolsillo. Un gran fajo de billetes sobresalía. Corrió hacia su casa, pensando las excusas que iba a dar por llegar tan tarde a su madre.
Si llegaste acá y tenés la pija dura, mandame un privado y acabamos juntos
Javier se acercó a Diego, que estaba solo en la última fila, sosteniendo una linterna con un brillo tenue. —La película ya terminó hace rato, muchacho —dijo, su voz grave y deliberadamente pausada, aunque un matiz astuto en su tono delataba segundas intenciones—. ¿Qué hacés quedándote tan tarde, pibe? —Diego, recostado en la butaca, con cierta vergüenza y acomodándose el pantalón hasta recién bajo, lo miró tímidamente y le dijo—: Estoy aburrido, ¿ya van a cerrar? Mi entrada dice que la sala cierra a las 23. —Javier lo recorrió con la luz amarillenta de la vieja linterna y pudo ver su cuerpo algo aniñado, incómodo y a la vez desafiante. Iba a echarlo sin más cuando una pulsión en su propio pantalón le llamó la atención. Su pija se había despertado. Sin quitar la linterna del rostro de Diego, metió su mano en el pantalón y comenzó a sobarse la pija. Sus viejos 24 cm de carne estaban respondiendo como hacía largo tiempo no pasaba. Dejó que Diego se diera cuenta de la situación y lo miró fijo para calibrar su reacción. Los ojos de Diego no podían mentir, su mirada estaba clavada en el bulto de su pantalón y, aun en la penumbra, no había dudas del gusto que la situación le generaba. Dirigió la linterna al acomodador que seguía limpiando en las primeras filas y le indicó—: El pibe se va a quedar hasta el final. Poné la película nueva y subí la calefacción que esto parece una heladera. —El empleado, callado y algo encorvado, asintió y salió por el fondo. Javier se sobó la pija por todo el largo una vez más y sacó su mano del bolsillo, blandiendo un cigarro armado, corto, grueso, con punta cerrada como un caramelo. Lo colocó en su boca y lo prendió. La luz de la proyección de la película ya iluminaba el lugar y dejó ver una pitada rápida y una gruesa brasa en la punta del cigarro. Miró a Diego y le dijo, apoyando su mano en su hombro—: Tomá, pibe, te lo ganaste haciendo valer tu entrada —y agregó—: Está nevado, así que entrale despacio. Quedate el tiempo que quieras, voy a estar en mi oficina. —Javier lo volvió a mirar de arriba abajo y se fue, con su ya prominente bulto precediéndolo, golpeando la puerta de vaivén al salir de la sala.
Diego no lo pensó mucho y pitó profundamente el cigarro. Un aire dulzón invadió el ambiente y, entre las volutas de humo, pudo ver la escena de la película, donde un joven estaba en el medio de una pareja de más de 40: ella le daba de sobar una teta y lo acariciaba maternalmente, mientras el hombre lo masturbaba lentamente, sobándose su propia pija. Volvió a pitar profundamente y una tos de principiante lo atacó brevemente; pensó en tirarlo, pero su cuerpo empezó a dar otras órdenes. Una excitación invadió todo su cuerpo y, con el cigarro en la boca, comenzó a acariciarse como nunca, sintiendo cada centímetro de su cuerpo, especialmente todas sus zonas erógenas. Su pequeña pija, ya erecta, gozaba de su mano derecha, pero su mano izquierda acariciaba sus pezones y luego su ano, deteniéndose en sus testículos, y parecía que nada podía detenerlo.
En la pantalla, el hombre mayor tenía ahora de rodillas delante de él a la mujer y al pibe, y la mujer guiaba la cabeza del pibe para que mamara esa pija descomunal, por el tronco, por los huevos y más. Diego estaba desbordado de sensaciones y comenzó a desvestirse, pellizcándose los pezones y tocando su cola una y otra vez, mientras su pijita seguía rígida y ridícula. Completamente desnudo, se sentó en la butaca y apoyó las piernas en el respaldo de la butaca de adelante, accediendo al resto de su cuerpo. Aspiró profundamente la última pitada del cigarro y lo tiró. Ya fuera de sí, vio cómo en la película, de evidente manufactura casera, el viejo se dejaba mamar por el joven mientras le acariciaba el pelo, y la mujer jugaba con el pequeño pene del joven en la boca. Cerró los ojos y su mente y cuerpo volaron a esa imagen: imaginó a alguien mamando su pene por primera vez (nunca había podido sentir eso) mientras su propia boca besaba los testículos de una pija de verdad grande, monstruosa, como la de la pantalla.
En eso estaba cuando abrió los ojos y, sin dejar de mirar la pantalla, vio cómo el acomodador, un flaco desgarbado y algo tullido, se sentaba a su lado sin dejar de mirarlo por un segundo, como si la pantalla no existiera. En cambio, Diego apenas podía dejar de tocar todo su cuerpo y no podía quitar la mirada de la pantalla. El acomodador comenzó a acariciar sus piernas sin mediar palabra mientras le decía—: ¿Te agrada la temperatura de la sala ahora, pendejo? —Diego asintió como autómata mientras sentía las manos rugosas y sucias del acomodador pasear por su cuerpo sin ninguna barrera, y las oleadas de placer eran cada vez más intensas.
—Le gustaste al jefe, pendejo, y eso tiene premio para todos… Miralo en la pantalla… De joven fue una gran estrella del porno y tiene una pija increíble… Si la probás, no vas a poder soltarla… A mí cada tanto me deja que se la chupe… —Y mientras decía eso, comenzó a lamerle los pezones y masajearle los testículos. Diego, entregado a su propio placer, acariciaba su pija y estaba empezando a convulsionar de placer.
El acomodador quitó la mano de Diego de su micropene y comenzó a mamarlo, llevando a Diego al cielo del placer. Se detuvo un instante, lo miró y le dijo—: Mirá bien la pantalla, el actor es Javier y esa pija puede ser tuya si querés… —Luego volvió a hundir su cabeza en la oscuridad entre las piernas y comenzó a mamarlo mientras metía dos dedos en su boca y los llevaba y traía a la cola de Diego, que se retorcía de placer en la butaca.
Diego abrió nuevamente los ojos y miró la pantalla. No había dudas de que el actor era Javier y su pija era realmente descomunal. Ahora el pibe cabalgaba lentamente sobre esa pija y la mujer lo mamaba y pellizcaba sus pezones. La imagen fue demasiado y la mamada del acomodador, junto con su urgueteo en la cola, fueron demasiado para Diego, que empezó a convulsionar y acabar durante un tiempo indeterminado y larguísimo, mientras sentía que su cuerpo y su alma se iban por su pija en un éxtasis que no creería que podía existir. Su cuerpo se relajó de tal manera que, al abrir los ojos, vio la sonrisa del acomodador, que urgaba dentro de su propia boca y llevaba sus dedos llenos de semen a la boca de Diego para que saboreara su propio sabor, mientras sonreía. Lo último que alcanzó a escuchar fue—: ¿Te gusta, bebé? ¿Querés más?
Diego alcanzó a asentir. Sabía que nunca había experimentado ese placer y que todas sus fantasías estaban a punto de cumplirse. Las drogas y el morbo habían poseído su cuerpo, pero su mente estaba segura. Quería ir hasta el final. Dijo—: Sí, quiero —para luego caer desmayado de placer y cansancio mientras veía en la pantalla al viejo acabar en la cara del joven.
Cuando Diego despertó, estaba en un pequeño ambiente de sillones de cuero y tenue luz. El cuarto estaba iluminado por la imagen de una película porno que proyectaba un gran televisor desde la pared. En el sillón individual de enfrente, el acomodador estaba desnudo, masturbándose lentamente, mirándolo fijo. Diego estaba desnudo con la cabeza en el regazo de Javier, cuyo mástil erecto se erguía a pocos centímetros de sus ojos, con una autoridad que irradiaba poder en el lugar. Javier, también desnudo, acariciaba la cabeza de Diego, que lamía uno de sus testículos como un niño toma la teta de su madre, mientras recibía las caricias de Javier en su pelo, que le decía—: Bienvenido, bebé, lo estás haciendo bien. ¿Te gusta lo que ves? —Diego asintió, algo somnoliento y relajado de placer, mientras seguía sobando los huevos de Javier, ahora con una de sus pequeñas manos recorriendo el enorme mástil de Javier.
Javier tomó una pastilla roja triangular de una mesa desordenada, repleta de botellas semivacías, pastillas de colores y montículos de polvo blanco. —Tomá, te quiero encendido, ¿ok? —dijo, llevándola a la boca de Diego. Este, obediente, abrió la boca y tragó. El acomodador se levantó presuroso y apuró un vaso de whisky a la boca de Diego, que bebió hasta el final, ante la risa de ambos viejos. —Despacio, bebé, queremos que goces con nosotros —dijeron riendo. El acomodador separó una línea de polvo blanco con maestría y, desnudo, se inclinó sobre la mesa, aspirando con fruición una buena cantidad. Javier tomó una pastilla azul y la bebió con una lata de Speed, para volverse a reclinar en el sillón y seguir acariciando la cabeza de Diego, acurrucado en su pija, ahora solo besando sus testículos.
—No te resistas —dijo Javier, guiando la cabeza de Diego hacia su erección—. Compláceme. —Diego, abrumado, comenzó a besar la cabeza de la pija de Javier, pequeños besos como si fuera un niño que tiene su primer beso con su novia de la primaria, aceptando su virginidad ingenua y aumentando el morbo de Javier, a quien las drogas le habían encendido los ojos y ahora lo miraba con lujuria, sin dejar de acariciar su cabeza.
El acomodador se sumó al sillón grande y se ubicó en la otra punta, acariciando el cuerpo desnudo de Diego, especialmente su pequeño pene y su ano. Luego volvió sobre Diego y le preguntó—: ¿Sos virgen, bebé? —Diego negó con la cabeza, mientras su boca decía—: Sí, señor. —Ambos viejos rieron al unísono y el acomodador le espetó—: Putito, es obvio que sos virgen, la cantidad de leche que te saqué con la boca tiene muchos años ahí… —mientras le sobaba la pijita y Diego tenía una erección que lo hacía temblar.
Javier volvió a acariciar su cabeza y le dijo—: Me encantan los pendejos vírgenes como vos, la chupan como ninguno… especialmente les gusta mi pija y me encanta sentir que los hago debutar… ¿Te gustan las minas, putito? —Diego asintió mientras seguía besando la pija y los huevos de Javier, recorriendo sus 24 cm de abajo arriba una y otra vez. —Seguí así, bebé, y te voy a dar una nena para que debutes —dijo Javier. Diego, ya entregado y con las drogas mandando en su cuerpo, empezó a chuparlo cada vez más rápido. Javier le hizo una seña al acomodador, que se levantó, soltando la pijita de Diego, apagó la tele, bajó más la luz y se fue del cuarto.
Javier comenzó a guiar la cabeza de Diego, que mamaba en forma descuidada, mostrando su inexperiencia. —Más despacio, bebé —dijo, mientras lo tomaba del pelo, violentamente, firme, lento, subiendo y bajando, sosteniéndolo con casi media pija en su boca. Las arcadas de Diego no detenían a Javier, que lo obligaba a seguir chupando más de la mitad de su pija, ahora ya sin presión, con Diego gozándolo evidentemente.
Luego lo tomó del cabello y lo separó de la pija, lo miró fijo y le dijo—: ¿Te gustan las minas? Nunca tuviste una mujer… —Diego, con vergüenza, muy mareado y con el cuarto dándole vueltas, dijo—: No, señor, es mi sueño. —En ese momento se abrió la puerta y entró una rubia despampanante. La oscuridad no dejaba ver mucho, pero era evidente que estaba con calzas y un top que apenas contenía sus tetas, y sus tacos sonaban contra el piso.
La mujer se acercó a Diego, que tenía su cabeza inclinada hacia el techo, tomado del pelo de la nuca por Javier, y, poniéndole sus labios gruesos en su boca, le enterró la lengua hasta la garganta. Luego se retiró y lo miró a los ojos. Diego no estaba seguro, pero creía conocerla; abrió los ojos más para dejar que la tenue luz entrara, justo a tiempo para ver cómo el acomodador, disfrazado de mujer, bajaba su calza y le metía su erección completa en la boca, diciendo a carcajadas—: Chupá, putito, hoy debutás seguro —convocando las risas ahora de Javier.
Diego se sentía más excitado aún y empezó a chupar esa pija, que no era tan grande y se podía meter entera en la boca, y ahora sentía que le gustaba. Deslizó sus manos por detrás del culo del acomodador, empezando a marcar el ritmo con el que le penetraba la boca. El acomodador empezó a gritar de goce y, sin más preámbulos, acabó en la boca de Diego, que quiso despegarse por las arcadas que los chorros de semen generaban en su garganta, pero Javier se encargó de que no fuera posible. Mientras los chorros de leche escapaban por la comisura de sus labios, la erección del acomodador empezó a bajar hasta que retiró su pija y se dejó caer en el sillón al lado de Javier, completamente relajado y con la cabeza hacia atrás, comenzando un viaje de relajación.
Javier no dejó pasar el momento y, de un tirón, sentó a Diego sobre su pierna, colocando su mano en su pija y comenzó a susurrarle perversiones al oído—: Tocame la pija, bebé —le dijo, hablando de su madre, de sus hermanas, de su maestra, evocando cada masturbación adolescente. Diego, completamente drogado, asentía y completaba las historias con detalles reales: cómo robaba ropa interior de su familia, cómo espiaba a su mamá, las fotos de su hermana, todo…
Cuando Javier sintió que Diego había tocado fondo y el nivel de perversión lo tenía entregado, tomó un frasco de popper de la mesa, lo colocó en la nariz de Diego y le dijo—: Sos mío, putito. Aspirá y prepará tu culito. —Diego lo miró con ojos de niño diabólico y, sin dudar, le dijo—: Sí, amo —y aspiró con la fuerza de un esclavo doblegado, que obedece porque el miedo y el dolor son una fuente de placer inacabable.
Javier lanzó el frasco al piso, tomó de la cintura a Diego y lo sentó en su pija y, de un solo envión, le enterró el pene completo hasta los huevos. Diego gritó en forma desgarradora y automáticamente comenzó a moverse lento y constante, mientras un pequeño chorro de sangre mojaba los huevos de Javier, que tomó la cabeza del acomodador y lo guió a la pija de Diego. El acomodador, disfrazado de mujer, comenzó a mamar a Diego, que saltaba cada vez más fuerte sobre la pija de Javier, mientras miraba a la “rubia” que lo mamaba como en sus mejores sueños, como en las películas.
Javier tomó de la cintura a Diego y lo inmovilizó y, con una estocada final, comenzó a acabar a los gritos—: Así, nene, así, tomá la leche toda. —Diego sintió un fuego en su interior, mezcla de dolor y placer, y comenzó a acabar en la boca de la “rubia”. Todos cayeron desplomados, el acomodador en el suelo, Javier con su pija aún erecta, llena de sangre, atrajo a Diego y lo acurrucó, poniéndole la pija en la boca y le dijo—: Dormí ahora un poco, bebé. Cuando te despiertes, no voy a estar. Podés volver cuando quieras, esto es solo una muestra de lo que podemos vivir juntos.
Cuando Diego despertó, eran más de las 10 de la mañana. Estaba vestido y perfumado y, cuando bajó las escaleras desde la oficina, vio que el hall del cine estaba vacío. El acomodador estaba detrás de la boletería y lo saludó con un gesto como si nada. Diego apuró a la salida mientras palpaba su bolsillo. Un gran fajo de billetes sobresalía. Corrió hacia su casa, pensando las excusas que iba a dar por llegar tan tarde a su madre.
Si llegaste acá y tenés la pija dura, mandame un privado y acabamos juntos
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