Mi hermana melliza y yo

Me pasé todo el día siguiente evitando a Ana. No podía dejar de pensar lo cerca que había estado de cagarla. Si hubiera llegado a pringar su pie con mi semen, si ella se hubiera despertado en ese momento, incluso si ella sólo hubiese visto la carga que vacié sobre mi barriga, las consecuencias para mí, para mi reputación, podrían haber sido terribles. Pero, ¿cómo podía ser tan egoísta de pensar sólo en mí, cuando los verdaderos perjudicados habrían sido los miembros de mi familia? Podía visualizar la decepción en la cara de mis padres, la mella en la autoestima y el bienestar emocional de mi hermana. Sí, mi hermana, mi mejor amiga y también mi mayor deseo sexual me retiraría la palabra, me juzgaría como un enfermo y seguramente se lo diría a nuestros padres, pero lo peor sería que ella se sentiría como una basura, utilizada, decepcionada. Decepcionada. Quizás mis padres me sugerirían ir a un psiquiatra o quizás Ana me pondría una denuncia. ¿Cómo me tratarían en la cárcel? Había escuchado que los reclusos se ensañaban con los condenados por delitos sexuales. Y lo peor es que yo sentía que si tomaban esas medidas contra mí, tendrían razón. Pero al mismo tiempo mi polla no paraba de palpitar cuando recordaba la suavidad de los pies de Ana, sus delicados dedos con las uñitas pintadas de rojo y la dulce visión de aquel coño depilado y húmedo mientras dormía. Me habría encantado que las cosas fueran diferentes, que ella fuese mi pareja, poder besarla, poder acariciarla, poder estirar mis manos acariciando sus pantorrillas y sus muslos hasta contactar con la humedad de sus labios y llevármelas a la nariz para embriagarme de su aroma. Poder hacer la cucharita con ella sin miedo a que notara que se me ponía dura al sentir su piel contra la mía. Tocarle un pecho, arrimar la punta a la entrada de su coño y que me dejase penetrarla lentamente. Joder, Jose, para ya, estás enfermo. Es tu hermana.

La cuestión era que, por mucho que hiciera tiempo, no iba a escapar eternamente y en algún momento tenía que volver a casa. Decidí que lo mejor era llegar con la mente fría por lo que me hice una paja vacía en el garaje, dentro del coche, intentando mantener la mente en blanco. Saqué unos pañuelos de papel de la guantera y comencé a machacármela. Por momentos parecía imposible terminar de forma aséptica porque cada poco me venían imágenes inapropiadas, pero al final lo conseguí y eché una cantidad considerable de lefa semitransparente. Teniendo en cuenta que había sido una paja completamente fría, como recetada por el sanitario que iba camino de ser, no había estado del todo mal. Me limpié, me subí los pantalones, y me dirigí al piso de mis padres.

Cuando abrí la puerta, allí estaba Ana. Otra vez con el pijama de verano. Otra vez sin sujetador, marcando pezones, piel morenita, pelo rizado en un moño alto, descalza. Me di cuenta de que cojeaba ostensiblemente.

- Josín, vas a tener que mirarme el pie de nuevo... después del masaje de ayer genial, pero hoy desde que comencé a apoyar, me mata de dolor.

Quise protegerme, protegernos, y le tuve que convencer de que la lesión superaba mis conocimientos y que, si no se la había solucionado el día anterior con masaje, poco podría hacer hoy. Lo conveniente sería ir al hospital y que la explorara un verdadero profesional, porque probablemente lo más adecuado sería hacerle una radiografía. Bien, Jose, te ha quedado convincente.

- Pues me vas a tener que llevar... yo así no puedo conducir.
- Venga, vístete y vamos.

Se puso una camiseta gris, unos shorts vaqueros y unas sandalias hawaianas, porque decía que no aguantaba unas zapatillas cerradas por el dolor. Se notaban los pezones bajo la camiseta y aunque intentaba no mirárselos descaradamente, a veces era difícil resistirse. Le ofrecí mi brazo para ayudarla a caminar mejor y avanzamos hasta el ascensor. Me debió ver bastante desencajado, entre mis guerras internas y la falta de sueño, y la luz fría y directa del ascensor tampoco ayudaba.

- Tienes mala cara, Josín.
- Ya... Te acuerdas como dormiste ayer? Pues lo que dormiste tú no lo dormí yo... - y me reí como pude.
- Ya siento tenerte de taxista -su mirada dulce y su manita en mi mejilla me derritió-. Seguro que no es nada y volvemos pronto, podrás descansar.

Le abrí la puerta del copiloto y nada más abrirla, allí estaban los restos de mi paja anterior. Un par de pañuelos hechos una bola, acartonados, uno sobre el asiento, el otro sobre la alfombrilla. Mierda. Antes de que pudiera hacer nada, Ana ya los había cogido en su mano.

- Eres un desastre Josín, cómo tienes el coche - me dijo, mientras el iris de sus ojos desaparecia por detrás de su párpado superior, en claro gesto de resignación. - ¿Qué has estado haciendo aquí?
- Estoy un poco resfriado, solo es eso. Será por el poco descanso. Trae.

Alargué la mano para recoger mis restos biológicos, pero Ana se retiró un poco hacia atrás y no alcancé a agarrar los papeles.

- Este olor... - acercó uno de los pañuelos a su nariz - Josín, eres un cerdo tío. JAJAJAJA.
- ¿Qué dices Ana? No me toques las narices.
- ¿Te has hecho una paja en el coche? Qué tío, ¡ni que no te dejara intimidad en casa!

La verdad es que nuestra relación, desde muy jóvenes, siempre había sido así. Siempre tuvimos esa complicidad para hablar de sexo, de pajas, de todo, aunque los últimos años cada uno hubiese seguido su camino.

- Pues mira, un descuido, te lo voy a contar ¿Te acuerdas de Julia Santamaría, aquella chica gordita del cole? Quedamos hoy para tomar un café, sabíamos que tú estabas en casa y no queríamos que nadie se enterase, así que lo hicimos aquí, en mi coche. - mentí.
- Qué bien, Jose! Me alegro por tí, que se te estaba haciendo queso ahí dentro... hay que darle salida!! Pero no lo dejes tirado por ahí hombre, tio cerdo!!

Nos reímos, arranqué el coche y salimos dirección al hospital. Le conté algún detalle del polvo inventado con Julia. Me encantaba cómo se movían las tetitas de Ana con cada risa, apuntando con sus pezones al frente, ligeramente en diagonal. Entre la risa, la historia, sus tetas, sacar el coche de la plaza y salir del garaje me despisté, y cuando me quise dar cuenta miré alrededor y no vi los pañuelos. Como tampoco quería ser tan descarado de preguntar, supuse que se habrían deslizado debajo del asiento. No le di mayor importancia. Llegamos al hospital con tan buena suerte que en aquel momento apenas había gente esperando en urgencias. El breve rato que estuvimos en la sala de espera, Ana se mantuvo con la pierna en alto, sobre mi regazo. Hoy al menos tenía bragas. Pronto la pasaron a consulta con el traumatólogo de guardia, y 45 minutos después ya estábamos en casa con un aparatoso vendaje, una caja de antiinflamatorios y ganas de acostarnos y descansar. Al menos yo caí rendido en cuanto tome contacto con mi cama. Necesitaba dormir.

Al día siguiente, me desperté con una erección de campeonato, pero escuchaba a mi hermana caminar entre su habitación, el pasillo y el baño y no quería en este punto, bajo ningún concepto, dar más pie a sus bromas. Así que me relajé, sali de la cama bajando aquello como pude y me dirigí a desayunar. No se me había bajado del todo, aún morcillona, pero no me importaba que Ana me viese así. Es más, me gustaba. En este estado, el estado justo en el que no se sabe si estas a medio empalmar o simplemente la tienes grande, salí al pasillo. La verdad, si hubiera podido elegir, me habría gustado que Ana pensase que la tenía grande, que se asombrase por lo grande, que admirase lo grande. No empieces Jose, que se te vuelve a levantar. Me dirigí a la cocina.

Ana estaba, efectivamente, preparándose para salir. Estaba muy guapa con su vestidito suelto de flores con buen escote y que subía bastante por encima de la rodilla. Aunque no tenía las tetas demasiado grandes, las mujeres saben de muchos trucos para que pensemos que sí. Lo que no hacía el vestido, lo hacía el sujetador, por lo que era dificil no mirar la zona alta de su pecho. Maquillada, raya del ojo, pendientes dorados y moño alto, como el día anterior.

- Hoy soy yo la que tiene una cita, pringao!

Me alegró escucharlo, porque aunque me daba algo de celos ya estaba acostumbrado a lidiar con eso, y en contrapartida tendría una ratito para hacerme una buena paja en su ausencia. En cuanto Ana salió por la puerta, me puse algo de porno y empecé a sobarme la polla, pero pronto el porno fue insuficiente para mí y, dominado por mis instintos, me acerqué al cajón de las bragas de mi hermana. Memoricé cómo estaban dobladas y colocadas y empecé a revolverlas y enrollarme varias en mi polla erecta. Me puse uno de sus tangas y noté como el hilo se metía por mi culo y cómo me apretaba los huevos con la parte delantera, donde había un estampado de muñecos de Snoopy. Cuando mi polla estaba a punto de explotar, topé con algo duro en la parte inferior del cajón, debajo de las bragas. Parecía una caja. La saqué, y efectivamente, era la caja del satisfyer de mi hermana. Me dispuse a sacarlo, olerlo, lamerlo y pasármelo por la polla hasta correrme, cuando de repente, bajo el manual de instrucciones vi asomar algo blanco: los pañuelos de mi coche completamente acartonados con mi semen.

(Continuará...)


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Me pasé todo el día siguiente evitando a Ana. No podía dejar de pensar lo cerca que había estado de cagarla. Si hubiera llegado a pringar su pie con mi semen, si ella se hubiera despertado en ese momento, incluso si ella sólo hubiese visto la carga que vacié sobre mi barriga, las consecuencias para mí, para mi reputación, podrían haber sido terribles. Pero, ¿cómo podía ser tan egoísta de pensar sólo en mí, cuando los verdaderos perjudicados habrían sido los miembros de mi familia? Podía visualizar la decepción en la cara de mis padres, la mella en la autoestima y el bienestar emocional de mi hermana. Sí, mi hermana, mi mejor amiga y también mi mayor deseo sexual me retiraría la palabra, me juzgaría como un enfermo y seguramente se lo diría a nuestros padres, pero lo peor sería que ella se sentiría como una basura, utilizada, decepcionada. Decepcionada. Quizás mis padres me sugerirían ir a un psiquiatra o quizás Ana me pondría una denuncia. ¿Cómo me tratarían en la cárcel? Había escuchado que los reclusos se ensañaban con los condenados por delitos sexuales. Y lo peor es que yo sentía que si tomaban esas medidas contra mí, tendrían razón. Pero al mismo tiempo mi polla no paraba de palpitar cuando recordaba la suavidad de los pies de Ana, sus delicados dedos con las uñitas pintadas de rojo y la dulce visión de aquel coño depilado y húmedo mientras dormía. Me habría encantado que las cosas fueran diferentes, que ella fuese mi pareja, poder besarla, poder acariciarla, poder estirar mis manos acariciando sus pantorrillas y sus muslos hasta contactar con la humedad de sus labios y llevármelas a la nariz para embriagarme de su aroma. Poder hacer la cucharita con ella sin miedo a que notara que se me ponía dura al sentir su piel contra la mía. Tocarle un pecho, arrimar la punta a la entrada de su coño y que me dejase penetrarla lentamente. Joder, Jose, para ya, estás enfermo. Es tu hermana.

La cuestión era que, por mucho que hiciera tiempo, no iba a escapar eternamente y en algún momento tenía que volver a casa. Decidí que lo mejor era llegar con la mente fría por lo que me hice una paja vacía en el garaje, dentro del coche, intentando mantener la mente en blanco. Saqué unos pañuelos de papel de la guantera y comencé a machacármela. Por momentos parecía imposible terminar de forma aséptica porque cada poco me venían imágenes inapropiadas, pero al final lo conseguí y eché una cantidad considerable de lefa semitransparente. Teniendo en cuenta que había sido una paja completamente fría, como recetada por el sanitario que iba camino de ser, no había estado del todo mal. Me limpié, me subí los pantalones, y me dirigí al piso de mis padres.

Cuando abrí la puerta, allí estaba Ana. Otra vez con el pijama de verano. Otra vez sin sujetador, marcando pezones, piel morenita, pelo rizado en un moño alto, descalza. Me di cuenta de que cojeaba ostensiblemente.

- Josín, vas a tener que mirarme el pie de nuevo... después del masaje de ayer genial, pero hoy desde que comencé a apoyar, me mata de dolor.

Quise protegerme, protegernos, y le tuve que convencer de que la lesión superaba mis conocimientos y que, si no se la había solucionado el día anterior con masaje, poco podría hacer hoy. Lo conveniente sería ir al hospital y que la explorara un verdadero profesional, porque probablemente lo más adecuado sería hacerle una radiografía. Bien, Jose, te ha quedado convincente.

- Pues me vas a tener que llevar... yo así no puedo conducir.
- Venga, vístete y vamos.

Se puso una camiseta gris, unos shorts vaqueros y unas sandalias hawaianas, porque decía que no aguantaba unas zapatillas cerradas por el dolor. Se notaban los pezones bajo la camiseta y aunque intentaba no mirárselos descaradamente, a veces era difícil resistirse. Le ofrecí mi brazo para ayudarla a caminar mejor y avanzamos hasta el ascensor. Me debió ver bastante desencajado, entre mis guerras internas y la falta de sueño, y la luz fría y directa del ascensor tampoco ayudaba.

- Tienes mala cara, Josín.
- Ya... Te acuerdas como dormiste ayer? Pues lo que dormiste tú no lo dormí yo... - y me reí como pude.
- Ya siento tenerte de taxista -su mirada dulce y su manita en mi mejilla me derritió-. Seguro que no es nada y volvemos pronto, podrás descansar.

Le abrí la puerta del copiloto y nada más abrirla, allí estaban los restos de mi paja anterior. Un par de pañuelos hechos una bola, acartonados, uno sobre el asiento, el otro sobre la alfombrilla. Mierda. Antes de que pudiera hacer nada, Ana ya los había cogido en su mano.

- Eres un desastre Josín, cómo tienes el coche - me dijo, mientras el iris de sus ojos desaparecia por detrás de su párpado superior, en claro gesto de resignación. - ¿Qué has estado haciendo aquí?
- Estoy un poco resfriado, solo es eso. Será por el poco descanso. Trae.

Alargué la mano para recoger mis restos biológicos, pero Ana se retiró un poco hacia atrás y no alcancé a agarrar los papeles.

- Este olor... - acercó uno de los pañuelos a su nariz - Josín, eres un cerdo tío. JAJAJAJA.
- ¿Qué dices Ana? No me toques las narices.
- ¿Te has hecho una paja en el coche? Qué tío, ¡ni que no te dejara intimidad en casa!

La verdad es que nuestra relación, desde muy jóvenes, siempre había sido así. Siempre tuvimos esa complicidad para hablar de sexo, de pajas, de todo, aunque los últimos años cada uno hubiese seguido su camino.

- Pues mira, un descuido, te lo voy a contar ¿Te acuerdas de Julia Santamaría, aquella chica gordita del cole? Quedamos hoy para tomar un café, sabíamos que tú estabas en casa y no queríamos que nadie se enterase, así que lo hicimos aquí, en mi coche. - mentí.
- Qué bien, Jose! Me alegro por tí, que se te estaba haciendo queso ahí dentro... hay que darle salida!! Pero no lo dejes tirado por ahí hombre, tio cerdo!!

Nos reímos, arranqué el coche y salimos dirección al hospital. Le conté algún detalle del polvo inventado con Julia. Me encantaba cómo se movían las tetitas de Ana con cada risa, apuntando con sus pezones al frente, ligeramente en diagonal. Entre la risa, la historia, sus tetas, sacar el coche de la plaza y salir del garaje me despisté, y cuando me quise dar cuenta miré alrededor y no vi los pañuelos. Como tampoco quería ser tan descarado de preguntar, supuse que se habrían deslizado debajo del asiento. No le di mayor importancia. Llegamos al hospital con tan buena suerte que en aquel momento apenas había gente esperando en urgencias. El breve rato que estuvimos en la sala de espera, Ana se mantuvo con la pierna en alto, sobre mi regazo. Hoy al menos tenía bragas. Pronto la pasaron a consulta con el traumatólogo de guardia, y 45 minutos después ya estábamos en casa con un aparatoso vendaje, una caja de antiinflamatorios y ganas de acostarnos y descansar. Al menos yo caí rendido en cuanto tome contacto con mi cama. Necesitaba dormir.

Al día siguiente, me desperté con una erección de campeonato, pero escuchaba a mi hermana caminar entre su habitación, el pasillo y el baño y no quería en este punto, bajo ningún concepto, dar más pie a sus bromas. Así que me relajé, sali de la cama bajando aquello como pude y me dirigí a desayunar. No se me había bajado del todo, aún morcillona, pero no me importaba que Ana me viese así. Es más, me gustaba. En este estado, el estado justo en el que no se sabe si estas a medio empalmar o simplemente la tienes grande, salí al pasillo. La verdad, si hubiera podido elegir, me habría gustado que Ana pensase que la tenía grande, que se asombrase por lo grande, que admirase lo grande. No empieces Jose, que se te vuelve a levantar. Me dirigí a la cocina.

Ana estaba, efectivamente, preparándose para salir. Estaba muy guapa con su vestidito suelto de flores con buen escote y que subía bastante por encima de la rodilla. Aunque no tenía las tetas demasiado grandes, las mujeres saben de muchos trucos para que pensemos que sí. Lo que no hacía el vestido, lo hacía el sujetador, por lo que era dificil no mirar la zona alta de su pecho. Maquillada, raya del ojo, pendientes dorados y moño alto, como el día anterior.

- Hoy soy yo la que tiene una cita, pringao!

Me alegró escucharlo, porque aunque me daba algo de celos ya estaba acostumbrado a lidiar con eso, y en contrapartida tendría una ratito para hacerme una buena paja en su ausencia. En cuanto Ana salió por la puerta, me puse algo de porno y empecé a sobarme la polla, pero pronto el porno fue insuficiente para mí y, dominado por mis instintos, me acerqué al cajón de las bragas de mi hermana. Memoricé cómo estaban dobladas y colocadas y empecé a revolverlas y enrollarme varias en mi polla erecta. Me puse uno de sus tangas y noté como el hilo se metía por mi culo y cómo me apretaba los huevos con la parte delantera, donde había un estampado de muñecos de Snoopy. Cuando mi polla estaba a punto de explotar, topé con algo duro en la parte inferior del cajón, debajo de las bragas. Parecía una caja. La saqué, y efectivamente, era la caja del satisfyer de mi hermana. Me dispuse a sacarlo, olerlo, lamerlo y pasármelo por la polla hasta correrme, cuando de repente, bajo el manual de instrucciones vi asomar algo blanco: los pañuelos de mi coche completamente acartonados con mi semen.

(Continuará...)
Esto está cogiendo una dinámica muuuuy morbosa. Me encanta!
 
Buen relato. Cuando algo está bien escrito y tiene morbo, se hace larga la espera entre capítulos...,😅
 
Un lefazo de campeonato. Eso es lo que había ante mis ojos. El cajón bien abierto y varios chorros de semen esparcidos por sus bragas. El satisfyer completamente pringado e incluso la parte superior del aparador regada de varias gotas de líquido blanco y viscoso. Una de sus bragas enrollada en mi polla, que aún estaba dura, temblorosa y enrojecida. Y tras la corrida, nuevamente el mazazo de realidad. Tenía que hacer algo antes de que Ana volviese a casa. Conté hasta 5 bragas manchadas, las cogí y las llevé rápido a la lavadora, junto con el resto de ropa del cesto, para disimular. Programa rápido 15 minutos, con centrifugado a máximas revoluciones. El resto de bragas podían tener algún resto, pero confiaba en que se secaran en el propio cajón. Cuantas más faltasen, más llamativo sería mi estropicio. Limpié la caja del satisfyer con papel de cocina, cogí el aparato y lo metí bajo el grifo, en el baño. Podía ver como el agua arrastraba a mis soldados. Qué desperdicio, con lo calentitos que estarían dentro del coño de mi hermana. Cogí una bayeta y sequé con esmero el mueble, cerré la caja con cuidado de dejarla como estaba, cerré el cajón y examiné la habitación desde la puerta, antes de salir. Todo parecía en orden. Eres un puto empanado, Jose, mira otra vez. El suelo. Más semen que además había estado pisando y me delataba a través de mis huellas. Lección aprendida, mirar dos veces y las que hagan falta. Fui a por más papel de cocina, limpié todo y cerré la puerta tras de mí. La lavadora, que traqueteaba mientras continuaba el centrifugado, parecía no terminar nunca. Y por fin, el pitido que anunciaba el fin. Gracias a Dios, mis padres también habían comprado secadora, de la misma marca y línea que la lavadora, aunque el programa era más lento. 50 minutos. Crucé los dedos para que terminase antes de que Ana volviese a casa.

Me senté en el sofá, y no encendí ni la televisión, necesitaba pensar todo bien. ¿Por qué tenía Ana mis pañuelos junto al aparato con el que se masturbaba? La respuesta parecía obvia, pero, ¿se me escapaba algo? No se me ocurría nada razonable, los tíos nos pajeamos con olores, sabores, cuanto más guarros mejor. Podemos coger incluso un objeto aparentemente neutro como un zapato y hacernos una paja encima, sólo con saber que se lo ha puesto una tía que nos pone. Pero, ¿las mujeres? ¿qué hacía mi hermana? ¿tocarse mientras olía mi corrida? ¿rozarse el aroma de mi semen por el cuerpo, o incluso ponerlo en contacto con su coño? Quería, necesitaba, hablarlo con ella, pero no sabía como abordar el tema. "Hola, Ana, ¿Te gusta tocarte con mi lefa?". No, no, obviamente así no. Además, si le decía que sabía lo que sabía, quedaría claro que había espiado sus cajones, cosa que tampoco me convenía. Mientras le daba vueltas y vueltas a la cabeza, la secadora terminó y me dispuse a coger al menos sus braguitas para devolverlas al cajón.

Última braguita colocada y, clac, cajón cerrado, pistas borradas. Suerte por una vez. Al poco de salir al pasillo, el sonido de la puerta del ascensor delató el regreso de Ana. Entró en el piso y estaba radiante, feliz, con una sonrisa que iluminaba toda la estancia. Me pareció que el carmín de sus labios estaba algo desdibujado

- ¿Qué tal tu cita, Ani?
- Genial! Hemos ido a desayunar a un sitio muy chulo y quedamos para esta noche de nuevo - me guiñó un ojo -. Te importa que me lo traiga a casa a ver una peli?
- Claro, por qué no, es tu casa... Bueno o de papá y mamá... Bueno, quiero decir que es tan tuya como mía jaja. Aprovecho y quedo con Julia - mentira, Julia ni sabía de mí desde el colegio-, que yo también necesito descargar!
- ¡¡Tonto!! ¡Solo vamos a ver una peli!
- Ya ya...- le repliqué, mientras le atizaba un codazo de complicidad- Bueno, ¡yo no me meto! Haced lo que queráis, yo no estaré.
- ¡Dale duro a Julia! ¡Y usa condón, que nunca se sabe!

Me reí, a sabiendas de que nunca en mi vida me había puesto un condón. Las veces que me lo había intentado poner, de muy joven, entre nervios y corte de rollo, se me había bajado el tema. Y la experiencia me había enseñado que, con un poco de labia e insistencia, a casi ninguna tía le importaba que te la follaras sin. Con el tema de las ETS había tenido suerte, la verdad. Supongo que también depende con quién te juntes, y siempre había escogido chicas limpitas. Pero claro, lo de los condones, Ana no lo sabía.

A la noche, lo peor fue que tuve que hacer como que me preparaba: ducharme, ponerme camisa, echarme un poco de gomina y perfume. Aunque también era triste subir al coche a conducir en dirección indeterminada con la intención de dejar pasar el tiempo mientras mi hermana se tiraba a su nuevo novio. Me fui a por un menú para llevar al MacDonalds y subí a un mirador sobre la ciudad donde solía ir con las chicas que me ligaba cuando compré el coche. Tras la cena, me entretuve escudriñando entre la oscuridad a ver si entre los coches de alrededor podía ver algo morboso. Pero cuando la situación empezaba a calentarse, los cristales de un Audi aparcado cerca de mí se habían empañado dejándome con la sensación de ver el porno codificado en el canal plus. Aún así, había llegado a ver unos buenos morreos de la parejita, apenas cumplidos los dieciocho, con toda la pinta de haber cogido el coche prestado a los padres de él.

Tic, tac. Las dos de la madrugada. Me pareció una buena hora para volver a casa. Desde las ocho que había salido, en seis horas consideraba que habría habido tiempo para película, polvo, recena y repolvo. Pero por si acaso, para mantener la coartada me despeiné un poco y me saqué la camisa del pantalón, no fuera a ser que Ana aún estuviese despierta. Conduje de vuelta, sin prisa, y al llegar introduje sigilosamente la llave en la puerta, y penetré de la forma más discreta que pude. Al girar la cabeza desde el recibidor hacia el pasillo, percibí una luz tenue y azulada saliendo del cuarto de mi hermana, que tenía la puerta completamente abierta. Por los sonidos que me llegaban, allí dentro estaban haciendo algo bastante rico: tenía toda la pinta de que se la estaban follando, y aunque mi hermana no era muy escandalosa, se notaba que el chico tenía habilidades. Respiraciones fuertes y suspiros de ella mezcladas con gemidos sordos y más roncos de él. Sonido de chapoteo. Anlta estaba bien mojada. Madre mía.

En ese punto, tenía dos opciones, ir a la derecha y esperar en el salón a que terminaran, o ir a la izquierda y pasar frente a su puerta dirección a mi cuarto. Estaba cansado y quería ir a la cama, así que me decidí por la segunda. También por curiosidad. También por morbo. Me quité los zapatos, y de puntillas e intentando no hacer ruido, pase frente a la puerta del cuarto de mi hermana. No pude evitar girar la cabeza al pasar para intentar ver lo que estaba sucediendo. Una escena que nunca olvidaría. Mi hermana estaba completamente desnuda, boca arriba en su cama, que estaba al fondo de la habitación, bajo la ventana. Tenía las piernas abiertas y levantadas y se agarraba las rodillas con las manos para ayudarse a mantener la postura. Sus tetitas, blanquitas por la marca del bikini estaban aprisionadas entre sus dos brazos, con sus pezones erectos y rosados apuntando al techo. De espaldas a mí, su ligue arrodillado en el suelo y comiendo su coño salvaje pero delicadamente mientras con una mano agarraba una nalga y con la otra le masajeaba el agujerito del culo. Ana levantó la mirada y me vio, pero no dijo nada. Mantuvo sus ojos clavados en los míos mientras aquel chico, concentrado como estaba en hacer círculos con la lengua alrededor de su clítoris, ignoraba la situación. Con sus pupilas fijas en las más, abrió la boca y emitió un gemido. Fuerte. Agarró a su amante por el pelo y le apretó la cabeza contra su coño, para evitar que me viera.

- No pares - escuché.

Nervioso como nunca, avancé hacia mi habitación. No podía creer lo que había visto. Mi polla dolía aprisionada debajo del pantalón porque el cinturón le impedía buscar su camino al cielo. Lo veía claro, Ana era una guarra morbosa como yo, a mi hermana le daban morbo las situaciones perversas, como a mí. Con la mente absolutamente nublada como la tenía, con toda la sangre en la cabeza de mi polla y no en mi cerebro, volví a la puerta de la habitación de mi hermana. Me bajé los pantalones, mi polla salió disparada del calzoncillo. Empecé a menearme fuerte la polla mientras mi hermana me miraba a los ojos y gemía al son de la lengua de aquel chico. Justo antes de que ella se corriera, me derramé sobre el suelo del pasillo. Y en ese momento, escuché su orgasmo. Gritó como una leona en celo. Mientras yo me subía el calzoncillo, él se giró., pero antes de ver su cara desaparecí tras la puerta y me encerré en mi cuarto. El corazón no paraba de latir, me sentía vivo, me sentía orgulloso, me sentía bien, pero acababa de cruzar una línea que podía tener terribles consecuencias.

(Continuará...)
 
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Un lefazo de campeonato.1 Eso es lo que había ante mis ojos. El cajón bien abierto y varios chorros de semen esparcidos por sus bragas. El satisfyer completamente pringado e incluso la parte superior del aparador regada de varias gotas de líquido blanco y viscoso. Una de sus bragas enrollada en mi polla, que aún estaba dura, temblorosa y enrojecida. Y tras la corrida, nuevamente el mazazo de realidad. Tenía que hacer algo antes de que Ana volviese a casa. Conté hasta 5 bragas manchadas, las cogí y las llevé rápido a la lavadora, junto con el resto de ropa del cesto, para disimular. Programa rápido 15 minutos, con centrifugado a máximas revoluciones. El resto de bragas podían tener algún resto, pero confiaba en que se secaran en el propio cajón. Cuantas más faltasen, más llamativo sería mi estropicio. Limpié la caja del satisfyer con papel de cocina, cogí el aparato y lo metí bajo el grifo, en el baño. Podía ver como el agua arrastraba a mis soldados. Qué desperdicio, con lo calentitos que estarían dentro del coño de mi hermana. Cogí una bayeta y sequé con esmero el mueble, cerré la caja con cuidado de dejarla como estaba, cerré el cajón y examiné la habitación desde la puerta, antes de salir. Todo parecía en orden. Eres un puto empanado, Jose, mira otra vez. El suelo. Más semen que además había estado pisando y me delataba a través de mis huellas. Lección aprendida, mirar dos veces y las que hagan falta. Fui a por más papel de cocina, limpié todo y cerré la puerta tras de mí. La lavadora, que traqueteaba mientras continuaba el centrifugado, parecía no terminar nunca. Y por fin, el pitido que anunciaba el fin. Gracias a Dios, mis padres también habían comprado secadora, de la misma marca y línea que la lavadora, aunque el programa era más lento. 50 minutos. Crucé los dedos para que terminase antes de que Ana volviese a casa.

Me senté en el sofá, y no encendí ni la televisión, necesitaba pensar todo bien. ¿Por qué tenía Ana mis pañuelos junto al aparato con el que se masturbaba? La respuesta parecía obvia, pero, ¿se me escapaba algo? No se me ocurría nada razonable, los tíos nos pajeamos con olores, sabores, cuanto más guarros mejor. Podemos coger incluso un objeto aparentemente neutro como un zapato y hacernos una paja encima, sólo con saber que se lo ha puesto una tía que nos pone. Pero, ¿las mujeres? ¿qué hacía mi hermana? ¿tocarse mientras olía mi corrida? ¿rozarse el aroma de mi semen por el cuerpo, o incluso ponerlo en contacto con su coño? Quería, necesitaba, hablarlo con ella, pero no sabía como abordar el tema. "Hola, Ana, ¿Te gusta tocarte con mi lefa?". No, no, obviamente así no. Además, si le decía que sabía lo que sabía, quedaría claro que había espiado sus cajones, cosa que tampoco me convenía. Mientras le daba vueltas y vueltas a la cabeza, la secadora terminó y me dispuse a coger al menos sus braguitas para devolverlas al cajón.

Última braguita colocada y, clac, cajón cerrado, pistas borradas. Suerte por una vez. Al poco de salir al pasillo, el sonido de la puerta del ascensor delató el regreso de Ana. Entró en el piso y estaba radiante, feliz, con una sonrisa que iluminaba toda la estancia. Me pareció que el carmín de sus labios estaba algo desdibujado

- ¿Qué tal tu cita, Ani?
- Genial! Hemos ido a desayunar a un sitio muy chulo y quedamos para esta noche de nuevo - me guiñó un ojo -. Te importa que me lo traiga a casa a ver una peli?
- Claro, por qué no, es tu casa... Bueno o de papá y mamá... Bueno, quiero decir que es tan tuya como mía jaja. Aprovecho y quedo con Julia - mentira, Julia ni sabía de mí desde el colegio-, que yo también necesito descargar!
- ¡¡Tonto!! ¡Solo vamos a ver una peli!
- Ya ya...- le repliqué, mientras le atizaba un codazo de complicidad- Bueno, ¡yo no me meto! Haced lo que queráis, yo no estaré.
- ¡Dale duro a Julia! ¡Y usa condón, que nunca se sabe!

Me reí, a sabiendas de que nunca en mi vida me había puesto un condón. Las veces que me lo había intentado poner, de muy joven, entre nervios y corte de rollo, se me había bajado el tema. Y la experiencia me había enseñado que, con un poco de labia e insistencia, a casi ninguna tía le importaba que te la follaras sin. Con el tema de las ETS había tenido suerte, la verdad. Supongo que también depende con quién te juntes, y siempre había escogido chicas limpitas. Pero claro, lo de los condones, Ana no lo sabía.

A la noche, lo peor fue que tuve que hacer como que me preparaba: ducharme, ponerme camisa, echarme un poco de gomina y perfume. Aunque también era triste subir al coche a conducir en dirección indeterminada con la intención de dejar pasar el tiempo mientras mi hermana se tiraba a su nuevo novio. Me fui a por un menú para llevar al MacDonalds y subí a un mirador sobre la ciudad donde solía ir con las chicas que me ligaba cuando compré el coche. Tras la cena, me entretuve escudriñando entre la oscuridad a ver si entre los coches de alrededor podía ver algo morboso. Pero cuando la situación empezaba a calentarse, los cristales de un Audi aparcado cerca de mí se habían empañado dejándome con la sensación de ver el porno codificado en el canal plus. Aún así, había llegado a ver unos buenos morreos de la parejita, apenas cumplidos los dieciocho, con toda la pinta de haber cogido el coche prestado a los padres de él.

Tic, tac. Las dos de la madrugada. Me pareció una buena hora para volver a casa. Desde las ocho que había salido, en seis horas consideraba que habría habido tiempo para película, polvo, recena y repolvo. Pero por si acaso, para mantener la coartada me despeiné un poco y me saqué la camisa del pantalón, no fuera a ser que Ana aún estuviese despierta. Conduje de vuelta, sin prisa, y al llegar introduje sigilosamente la llave en la puerta, y penetré de la forma más discreta que pude. Al girar la cabeza desde el recibidor hacia el pasillo, percibí una luz tenue y azulada saliendo del cuarto de mi hermana, que tenía la puerta completamente abierta. Por los sonidos que me llegaban, allí dentro estaban haciendo algo bastante rico: tenía toda la pinta de que se la estaban follando, y aunque mi hermana no era muy escandalosa, se notaba que el chico tenía habilidades. Respiraciones fuertes y suspiros de ella mezcladas con gemidos sordos y más roncos de él. Sonido de chapoteo. Anlta estaba bien mojada. Madre mía.

En ese punto, tenía dos opciones, ir a la derecha y esperar en el salón a que terminaran, o ir a la izquierda y pasar frente a su puerta dirección a mi cuarto. Estaba cansado y quería ir a la cama, así que me decidí por la segunda. También por curiosidad. También por morbo. Me quité los zapatos, y de puntillas e intentando no hacer ruido, pase frente a la puerta del cuarto de mi hermana. No pude evitar girar la cabeza al pasar para intentar ver lo que estaba sucediendo. Una escena que nunca olvidaría. Mi hermana estaba completamente desnuda, boca arriba en su cama, que estaba al fondo de la habitación, bajo la ventana. Tenía las piernas abiertas y levantadas y se agarraba las rodillas con las manos para ayudarse a mantener la postura. Sus tetitas, blanquitas por la marca del bikini estaban aprisionadas entre sus dos brazos, con sus pezones erectos y rosados apuntando al techo. De espaldas a mí, su ligue arrodillado en el suelo y comiendo su coño salvaje pero delicadamente mientras con una mano agarraba una nalga y con la otra le masajeaba el agujerito del culo. Ana levantó la mirada y me vio, pero no dijo nada. Mantuvo sus ojos clavados en los míos mientras aquel chico, concentrado como estaba en hacer círculos con la lengua alrededor de su clítoris, ignoraba la situación. Con sus pupilas fijas en las más, abrió la boca y emitió un gemido. Fuerte. Agarró a su amante por el pelo y le apretó la cabeza contra su coño, para evitar que me viera.

- No pares - escuché.

Nervioso como nunca, avancé hacia mi habitación. No podía creer lo que había visto. Mi polla dolía aprisionada debajo del pantalón porque el cinturón le impedía buscar su camino al cielo. Lo veía claro, Ana era una guarra morbosa como yo, a mi hermana le daban morbo las situaciones perversas, como a mí. Con la mente absolutamente nublada como la tenía, con toda la sangre en la cabeza de mi polla y no en mi cerebro, volví a la puerta de la habitación de mi hermana. Me bajé los pantalones, mi polla salió disparada del calzoncillo. Empecé a menearme fuerte la polla mientras mi hermana me miraba a los ojos y gemía al son de la lengua de aquel chico. Justo antes de que ella se corriera, me derramé sobre el suelo del pasillo. Y en ese momento, escuché su orgasmo. Gritó como una leona en celo. Mientras yo me subía el calzoncillo, él se giró., pero antes de ver su cara desaparecí tras la puerta y me encerré en mi cuarto. El corazón no paraba de latir, me sentía vivo, me sentía orgulloso, me sentía bien, pero acababa de cruzar una línea que podía tener terribles consecuencias.

(Continuará...)
Espectacular.... Morbo a raudales y me pone mogollón la historia...🔥🔥
 
Un lefazo de campeonato. Eso es lo que había ante mis ojos. El cajón bien abierto y varios chorros de semen esparcidos por sus bragas. El satisfyer completamente pringado e incluso la parte superior del aparador regada de varias gotas de líquido blanco y viscoso. Una de sus bragas enrollada en mi polla, que aún estaba dura, temblorosa y enrojecida. Y tras la corrida, nuevamente el mazazo de realidad. Tenía que hacer algo antes de que Ana volviese a casa. Conté hasta 5 bragas manchadas, las cogí y las llevé rápido a la lavadora, junto con el resto de ropa del cesto, para disimular. Programa rápido 15 minutos, con centrifugado a máximas revoluciones. El resto de bragas podían tener algún resto, pero confiaba en que se secaran en el propio cajón. Cuantas más faltasen, más llamativo sería mi estropicio. Limpié la caja del satisfyer con papel de cocina, cogí el aparato y lo metí bajo el grifo, en el baño. Podía ver como el agua arrastraba a mis soldados. Qué desperdicio, con lo calentitos que estarían dentro del coño de mi hermana. Cogí una bayeta y sequé con esmero el mueble, cerré la caja con cuidado de dejarla como estaba, cerré el cajón y examiné la habitación desde la puerta, antes de salir. Todo parecía en orden. Eres un puto empanado, Jose, mira otra vez. El suelo. Más semen que además había estado pisando y me delataba a través de mis huellas. Lección aprendida, mirar dos veces y las que hagan falta. Fui a por más papel de cocina, limpié todo y cerré la puerta tras de mí. La lavadora, que traqueteaba mientras continuaba el centrifugado, parecía no terminar nunca. Y por fin, el pitido que anunciaba el fin. Gracias a Dios, mis padres también habían comprado secadora, de la misma marca y línea que la lavadora, aunque el programa era más lento. 50 minutos. Crucé los dedos para que terminase antes de que Ana volviese a casa.

Me senté en el sofá, y no encendí ni la televisión, necesitaba pensar todo bien. ¿Por qué tenía Ana mis pañuelos junto al aparato con el que se masturbaba? La respuesta parecía obvia, pero, ¿se me escapaba algo? No se me ocurría nada razonable, los tíos nos pajeamos con olores, sabores, cuanto más guarros mejor. Podemos coger incluso un objeto aparentemente neutro como un zapato y hacernos una paja encima, sólo con saber que se lo ha puesto una tía que nos pone. Pero, ¿las mujeres? ¿qué hacía mi hermana? ¿tocarse mientras olía mi corrida? ¿rozarse el aroma de mi semen por el cuerpo, o incluso ponerlo en contacto con su coño? Quería, necesitaba, hablarlo con ella, pero no sabía como abordar el tema. "Hola, Ana, ¿Te gusta tocarte con mi lefa?". No, no, obviamente así no. Además, si le decía que sabía lo que sabía, quedaría claro que había espiado sus cajones, cosa que tampoco me convenía. Mientras le daba vueltas y vueltas a la cabeza, la secadora terminó y me dispuse a coger al menos sus braguitas para devolverlas al cajón.

Última braguita colocada y, clac, cajón cerrado, pistas borradas. Suerte por una vez. Al poco de salir al pasillo, el sonido de la puerta del ascensor delató el regreso de Ana. Entró en el piso y estaba radiante, feliz, con una sonrisa que iluminaba toda la estancia. Me pareció que el carmín de sus labios estaba algo desdibujado

- ¿Qué tal tu cita, Ani?
- Genial! Hemos ido a desayunar a un sitio muy chulo y quedamos para esta noche de nuevo - me guiñó un ojo -. Te importa que me lo traiga a casa a ver una peli?
- Claro, por qué no, es tu casa... Bueno o de papá y mamá... Bueno, quiero decir que es tan tuya como mía jaja. Aprovecho y quedo con Julia - mentira, Julia ni sabía de mí desde el colegio-, que yo también necesito descargar!
- ¡¡Tonto!! ¡Solo vamos a ver una peli!
- Ya ya...- le repliqué, mientras le atizaba un codazo de complicidad- Bueno, ¡yo no me meto! Haced lo que queráis, yo no estaré.
- ¡Dale duro a Julia! ¡Y usa condón, que nunca se sabe!

Me reí, a sabiendas de que nunca en mi vida me había puesto un condón. Las veces que me lo había intentado poner, de muy joven, entre nervios y corte de rollo, se me había bajado el tema. Y la experiencia me había enseñado que, con un poco de labia e insistencia, a casi ninguna tía le importaba que te la follaras sin. Con el tema de las ETS había tenido suerte, la verdad. Supongo que también depende con quién te juntes, y siempre había escogido chicas limpitas. Pero claro, lo de los condones, Ana no lo sabía.

A la noche, lo peor fue que tuve que hacer como que me preparaba: ducharme, ponerme camisa, echarme un poco de gomina y perfume. Aunque también era triste subir al coche a conducir en dirección indeterminada con la intención de dejar pasar el tiempo mientras mi hermana se tiraba a su nuevo novio. Me fui a por un menú para llevar al MacDonalds y subí a un mirador sobre la ciudad donde solía ir con las chicas que me ligaba cuando compré el coche. Tras la cena, me entretuve escudriñando entre la oscuridad a ver si entre los coches de alrededor podía ver algo morboso. Pero cuando la situación empezaba a calentarse, los cristales de un Audi aparcado cerca de mí se habían empañado dejándome con la sensación de ver el porno codificado en el canal plus. Aún así, había llegado a ver unos buenos morreos de la parejita, apenas cumplidos los dieciocho, con toda la pinta de haber cogido el coche prestado a los padres de él.

Tic, tac. Las dos de la madrugada. Me pareció una buena hora para volver a casa. Desde las ocho que había salido, en seis horas consideraba que habría habido tiempo para película, polvo, recena y repolvo. Pero por si acaso, para mantener la coartada me despeiné un poco y me saqué la camisa del pantalón, no fuera a ser que Ana aún estuviese despierta. Conduje de vuelta, sin prisa, y al llegar introduje sigilosamente la llave en la puerta, y penetré de la forma más discreta que pude. Al girar la cabeza desde el recibidor hacia el pasillo, percibí una luz tenue y azulada saliendo del cuarto de mi hermana, que tenía la puerta completamente abierta. Por los sonidos que me llegaban, allí dentro estaban haciendo algo bastante rico: tenía toda la pinta de que se la estaban follando, y aunque mi hermana no era muy escandalosa, se notaba que el chico tenía habilidades. Respiraciones fuertes y suspiros de ella mezcladas con gemidos sordos y más roncos de él. Sonido de chapoteo. Anlta estaba bien mojada. Madre mía.

En ese punto, tenía dos opciones, ir a la derecha y esperar en el salón a que terminaran, o ir a la izquierda y pasar frente a su puerta dirección a mi cuarto. Estaba cansado y quería ir a la cama, así que me decidí por la segunda. También por curiosidad. También por morbo. Me quité los zapatos, y de puntillas e intentando no hacer ruido, pase frente a la puerta del cuarto de mi hermana. No pude evitar girar la cabeza al pasar para intentar ver lo que estaba sucediendo. Una escena que nunca olvidaría. Mi hermana estaba completamente desnuda, boca arriba en su cama, que estaba al fondo de la habitación, bajo la ventana. Tenía las piernas abiertas y levantadas y se agarraba las rodillas con las manos para ayudarse a mantener la postura. Sus tetitas, blanquitas por la marca del bikini estaban aprisionadas entre sus dos brazos, con sus pezones erectos y rosados apuntando al techo. De espaldas a mí, su ligue arrodillado en el suelo y comiendo su coño salvaje pero delicadamente mientras con una mano agarraba una nalga y con la otra le masajeaba el agujerito del culo. Ana levantó la mirada y me vio, pero no dijo nada. Mantuvo sus ojos clavados en los míos mientras aquel chico, concentrado como estaba en hacer círculos con la lengua alrededor de su clítoris, ignoraba la situación. Con sus pupilas fijas en las más, abrió la boca y emitió un gemido. Fuerte. Agarró a su amante por el pelo y le apretó la cabeza contra su coño, para evitar que me viera.

- No pares - escuché.

Nervioso como nunca, avancé hacia mi habitación. No podía creer lo que había visto. Mi polla dolía aprisionada debajo del pantalón porque el cinturón le impedía buscar su camino al cielo. Lo veía claro, Ana era una guarra morbosa como yo, a mi hermana le daban morbo las situaciones perversas, como a mí. Con la mente absolutamente nublada como la tenía, con toda la sangre en la cabeza de mi polla y no en mi cerebro, volví a la puerta de la habitación de mi hermana. Me bajé los pantalones, mi polla salió disparada del calzoncillo. Empecé a menearme fuerte la polla mientras mi hermana me miraba a los ojos y gemía al son de la lengua de aquel chico. Justo antes de que ella se corriera, me derramé sobre el suelo del pasillo. Y en ese momento, escuché su orgasmo. Gritó como una leona en celo. Mientras yo me subía el calzoncillo, él se giró., pero antes de ver su cara desaparecí tras la puerta y me encerré en mi cuarto. El corazón no paraba de latir, me sentía vivo, me sentía orgulloso, me sentía bien, pero acababa de cruzar una línea que podía tener terribles consecuencias.

(Continuará...)
Cuando sigue!!!???
 
Un lefazo de campeonato. Eso es lo que había ante mis ojos. El cajón bien abierto y varios chorros de semen esparcidos por sus bragas. El satisfyer completamente pringado e incluso la parte superior del aparador regada de varias gotas de líquido blanco y viscoso. Una de sus bragas enrollada en mi polla, que aún estaba dura, temblorosa y enrojecida. Y tras la corrida, nuevamente el mazazo de realidad. Tenía que hacer algo antes de que Ana volviese a casa. Conté hasta 5 bragas manchadas, las cogí y las llevé rápido a la lavadora, junto con el resto de ropa del cesto, para disimular. Programa rápido 15 minutos, con centrifugado a máximas revoluciones. El resto de bragas podían tener algún resto, pero confiaba en que se secaran en el propio cajón. Cuantas más faltasen, más llamativo sería mi estropicio. Limpié la caja del satisfyer con papel de cocina, cogí el aparato y lo metí bajo el grifo, en el baño. Podía ver como el agua arrastraba a mis soldados. Qué desperdicio, con lo calentitos que estarían dentro del coño de mi hermana. Cogí una bayeta y sequé con esmero el mueble, cerré la caja con cuidado de dejarla como estaba, cerré el cajón y examiné la habitación desde la puerta, antes de salir. Todo parecía en orden. Eres un puto empanado, Jose, mira otra vez. El suelo. Más semen que además había estado pisando y me delataba a través de mis huellas. Lección aprendida, mirar dos veces y las que hagan falta. Fui a por más papel de cocina, limpié todo y cerré la puerta tras de mí. La lavadora, que traqueteaba mientras continuaba el centrifugado, parecía no terminar nunca. Y por fin, el pitido que anunciaba el fin. Gracias a Dios, mis padres también habían comprado secadora, de la misma marca y línea que la lavadora, aunque el programa era más lento. 50 minutos. Crucé los dedos para que terminase antes de que Ana volviese a casa.

Me senté en el sofá, y no encendí ni la televisión, necesitaba pensar todo bien. ¿Por qué tenía Ana mis pañuelos junto al aparato con el que se masturbaba? La respuesta parecía obvia, pero, ¿se me escapaba algo? No se me ocurría nada razonable, los tíos nos pajeamos con olores, sabores, cuanto más guarros mejor. Podemos coger incluso un objeto aparentemente neutro como un zapato y hacernos una paja encima, sólo con saber que se lo ha puesto una tía que nos pone. Pero, ¿las mujeres? ¿qué hacía mi hermana? ¿tocarse mientras olía mi corrida? ¿rozarse el aroma de mi semen por el cuerpo, o incluso ponerlo en contacto con su coño? Quería, necesitaba, hablarlo con ella, pero no sabía como abordar el tema. "Hola, Ana, ¿Te gusta tocarte con mi lefa?". No, no, obviamente así no. Además, si le decía que sabía lo que sabía, quedaría claro que había espiado sus cajones, cosa que tampoco me convenía. Mientras le daba vueltas y vueltas a la cabeza, la secadora terminó y me dispuse a coger al menos sus braguitas para devolverlas al cajón.

Última braguita colocada y, clac, cajón cerrado, pistas borradas. Suerte por una vez. Al poco de salir al pasillo, el sonido de la puerta del ascensor delató el regreso de Ana. Entró en el piso y estaba radiante, feliz, con una sonrisa que iluminaba toda la estancia. Me pareció que el carmín de sus labios estaba algo desdibujado

- ¿Qué tal tu cita, Ani?
- Genial! Hemos ido a desayunar a un sitio muy chulo y quedamos para esta noche de nuevo - me guiñó un ojo -. Te importa que me lo traiga a casa a ver una peli?
- Claro, por qué no, es tu casa... Bueno o de papá y mamá... Bueno, quiero decir que es tan tuya como mía jaja. Aprovecho y quedo con Julia - mentira, Julia ni sabía de mí desde el colegio-, que yo también necesito descargar!
- ¡¡Tonto!! ¡Solo vamos a ver una peli!
- Ya ya...- le repliqué, mientras le atizaba un codazo de complicidad- Bueno, ¡yo no me meto! Haced lo que queráis, yo no estaré.
- ¡Dale duro a Julia! ¡Y usa condón, que nunca se sabe!

Me reí, a sabiendas de que nunca en mi vida me había puesto un condón. Las veces que me lo había intentado poner, de muy joven, entre nervios y corte de rollo, se me había bajado el tema. Y la experiencia me había enseñado que, con un poco de labia e insistencia, a casi ninguna tía le importaba que te la follaras sin. Con el tema de las ETS había tenido suerte, la verdad. Supongo que también depende con quién te juntes, y siempre había escogido chicas limpitas. Pero claro, lo de los condones, Ana no lo sabía.

A la noche, lo peor fue que tuve que hacer como que me preparaba: ducharme, ponerme camisa, echarme un poco de gomina y perfume. Aunque también era triste subir al coche a conducir en dirección indeterminada con la intención de dejar pasar el tiempo mientras mi hermana se tiraba a su nuevo novio. Me fui a por un menú para llevar al MacDonalds y subí a un mirador sobre la ciudad donde solía ir con las chicas que me ligaba cuando compré el coche. Tras la cena, me entretuve escudriñando entre la oscuridad a ver si entre los coches de alrededor podía ver algo morboso. Pero cuando la situación empezaba a calentarse, los cristales de un Audi aparcado cerca de mí se habían empañado dejándome con la sensación de ver el porno codificado en el canal plus. Aún así, había llegado a ver unos buenos morreos de la parejita, apenas cumplidos los dieciocho, con toda la pinta de haber cogido el coche prestado a los padres de él.

Tic, tac. Las dos de la madrugada. Me pareció una buena hora para volver a casa. Desde las ocho que había salido, en seis horas consideraba que habría habido tiempo para película, polvo, recena y repolvo. Pero por si acaso, para mantener la coartada me despeiné un poco y me saqué la camisa del pantalón, no fuera a ser que Ana aún estuviese despierta. Conduje de vuelta, sin prisa, y al llegar introduje sigilosamente la llave en la puerta, y penetré de la forma más discreta que pude. Al girar la cabeza desde el recibidor hacia el pasillo, percibí una luz tenue y azulada saliendo del cuarto de mi hermana, que tenía la puerta completamente abierta. Por los sonidos que me llegaban, allí dentro estaban haciendo algo bastante rico: tenía toda la pinta de que se la estaban follando, y aunque mi hermana no era muy escandalosa, se notaba que el chico tenía habilidades. Respiraciones fuertes y suspiros de ella mezcladas con gemidos sordos y más roncos de él. Sonido de chapoteo. Anlta estaba bien mojada. Madre mía.

En ese punto, tenía dos opciones, ir a la derecha y esperar en el salón a que terminaran, o ir a la izquierda y pasar frente a su puerta dirección a mi cuarto. Estaba cansado y quería ir a la cama, así que me decidí por la segunda. También por curiosidad. También por morbo. Me quité los zapatos, y de puntillas e intentando no hacer ruido, pase frente a la puerta del cuarto de mi hermana. No pude evitar girar la cabeza al pasar para intentar ver lo que estaba sucediendo. Una escena que nunca olvidaría. Mi hermana estaba completamente desnuda, boca arriba en su cama, que estaba al fondo de la habitación, bajo la ventana. Tenía las piernas abiertas y levantadas y se agarraba las rodillas con las manos para ayudarse a mantener la postura. Sus tetitas, blanquitas por la marca del bikini estaban aprisionadas entre sus dos brazos, con sus pezones erectos y rosados apuntando al techo. De espaldas a mí, su ligue arrodillado en el suelo y comiendo su coño salvaje pero delicadamente mientras con una mano agarraba una nalga y con la otra le masajeaba el agujerito del culo. Ana levantó la mirada y me vio, pero no dijo nada. Mantuvo sus ojos clavados en los míos mientras aquel chico, concentrado como estaba en hacer círculos con la lengua alrededor de su clítoris, ignoraba la situación. Con sus pupilas fijas en las más, abrió la boca y emitió un gemido. Fuerte. Agarró a su amante por el pelo y le apretó la cabeza contra su coño, para evitar que me viera.

- No pares - escuché.

Nervioso como nunca, avancé hacia mi habitación. No podía creer lo que había visto. Mi polla dolía aprisionada debajo del pantalón porque el cinturón le impedía buscar su camino al cielo. Lo veía claro, Ana era una guarra morbosa como yo, a mi hermana le daban morbo las situaciones perversas, como a mí. Con la mente absolutamente nublada como la tenía, con toda la sangre en la cabeza de mi polla y no en mi cerebro, volví a la puerta de la habitación de mi hermana. Me bajé los pantalones, mi polla salió disparada del calzoncillo. Empecé a menearme fuerte la polla mientras mi hermana me miraba a los ojos y gemía al son de la lengua de aquel chico. Justo antes de que ella se corriera, me derramé sobre el suelo del pasillo. Y en ese momento, escuché su orgasmo. Gritó como una leona en celo. Mientras yo me subía el calzoncillo, él se giró., pero antes de ver su cara desaparecí tras la puerta y me encerré en mi cuarto. El corazón no paraba de latir, me sentía vivo, me sentía orgulloso, me sentía bien, pero acababa de cruzar una línea que podía tener terribles consecuencias.

(Continuará...)
Este final es brutal, pero como no espabile José se quedará seco a base de tantas pajas 😂😂
 

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