No sé cómo decirte...

3

###38150###

Invitado
A ver qué os parece esta historia. Es algo diferente.


No sé como decirte...

No escribo esto para ti. Lo sé, es extraño. Lo hago para mí, para no olvidar mis pensamientos y para hacer este monólogo lo más parecido posible a un diálogo, para no volverme loco, para imaginarte, y así crear una realidad alternativa. Te pienso desde hace tres meses. Mientras tu niña y mi niño están practicando judo, hemos intercambiado a veces algunas palabras de cortesía. Mientras los otros padres charlan animadamente entre ellos, nosotros siempre nos mantenemos a una distancia prudencial, y no solemos charlar mucho con los demás. Solemos observar. No nos sabemos nuestros nombres; solo el de los niños. Miramos como entrenan con simulada atención, y nos miramos de reojo con disimulada atención. O al menos yo lo hago, y me gusta imaginar que tú lo haces también. Nunca vas acompañada, al igual que yo. ¿Separada? Quizás te preguntarás lo mismo sobre mí. Eso no importa demasiado. Lo que me importa es que no faltes ningún martes ni jueves, ver que te pones de nuevo ese vestido que te queda tan bien, esperar que llegue el calor y te pongas esa camiseta negra sin mangas y esos pantalones cortos pegados que te dibujan un precioso trasero. También me gusta cuando algunos días vienes más arreglada de lo normal (¿Irás a salir después? ¿Vendrás de un almuerzo de trabajo?) o apareces sin maquillar y con ropa cómoda. O cuando decides cortarte el pelo y cambiar de look. Me encanta cuando cambias, aunque, por supuesto, tengo mis preferencias. Los labios rojos te pegan rabiosamente, y el pelo cubriéndote media cara te aporta un plus de misterio que me gustaría resolver. O ese día caluroso que viniste con una camiseta de tirantas amarilla y sin sujetador. Estoy seguro que no lo llevabas. No vi las tiras en tu espalda y tus pezones se marcaban claramente. No lo llevabas. Seguro.
Pero lo que más me gusta, y con diferencia, el momento que espero, el instante con el que sueño, el momento cumbre que prácticamente ocurre en cada entrenamiento, es ese cruce de miradas momentáneo, rápido, avergonzado, tímido, fulgurante, enérgico, chispeante, intenso, cardíaco, inmenso, eterno. Lo espero siempre deseoso. A veces ocurre al llegar, a veces al terminar y a veces en la mitad, como aquel día que fuiste al baño o a llamar por teléfono o a tomar el aire. Pasaste delante de mi, me miraste, sonreíste y seguiste. Mi sonrisa se cruzó con la tuya y quiso decirte algo, pero no paraste. Te vi salir. Me encanta como caminas. Me gusta verte por detrás, cómo balanceas tus caderas, cómo mueves tu culo. Es hipnótico. No puedo apartar la mirada. Me gustaría perderme en él. Cogerlo con las dos manos. Masajearlo a conciencia. Relajarlo. Después insertar los pulgares con fuerza y trazar líneas presionando fuertemente, hasta escuchar algo más que un gemido. No importa un poco de dolor; en su justa medida se diluirá con el placer y producirá sensaciones nuevas en ti nunca recibidas. Y es solo el principio. Querrás saber qué viene después, ansiarás conocer cuál es mi próximo movimiento. Y te sorprenderé. No haré nada previsible. Y eso también te gusta, lo sé. Tengo muchos ases en la manga que iré sacando o no según escuche o vea tu cara. Eso me marcará el camino. Y sabré antes que tú qué cosas te gusta sentir, cómo te gusta que te toque, qué necesitas que chupe, dónde necesitas que hurgue mi lengua. Pero lo primero es tocarte con mis dedos. Necesitamos los dos ese contacto. El beso llegará, pero no tiene que ser al principio. Y cuando llegue, nos besaremos como si nos faltara vida, intercambiaremos nuestra saliva como si fuera oxígeno, nuestras lenguas se tocarán como una mano agarrándose a un risco de un precipicio. Ya llegará. Ahora estoy con tu culo. Y todo necesita su tiempo. Mis diez dedos te masajean los glúteos en oleadas. Y veo tu cabeza doblada, tus ojos cerrados y tu boca entreabierta. Te veo disfrutando. Aumento la presión, y mis dedos deciden investigar. Y les encantan los pliegues de tu cuerpo. Y sé que te gusta porque abres las piernas. Pero los dedos solo rozan las zonas sensibles y se retiran. Eso te gusta, pero después te desespera. Me gusta hacerte sufrir. De vez en cuando, te sorprendo. Y finalmente una mano se ocupa de tu coño y otra de tu culo. Me chupo los dedos y froto suavemente los labios. Tú levantas el culo para que la mano pueda moverse libremente ahí abajo. Y la otra acaricia todo tu perineo muy suavemente, muy superficialmente. Después un dedo de esa mano entra dentro de ti. Tú te bajas y te gusta esa presión, rozar tu clítoris con mis dedos, presionarlos contra las sábanas. Entra otro dedo dentro de ti. Tus caderas se mueven de lado a lado casi imperceptiblemente. Mis dos dedos de acomodan cada vez mejor, se mueven cada vez más fácilmente. Y tu respiración se acelera y casi hace que te marees. Estoy preparado para follarte. No necesito que me toques. Pero creo que hoy es día de trabajos manuales. Estás más que preparada. Te doy la vuelta. Entonces me preparo para mi especialidad: ralentizar y acelerar. Cuando te vas a ir, bajo el ritmo y escucho a tu cuerpo. Me dice que siga, y más rápido. Y yo le doy exactamente lo contrario. Y me odias por eso. Pero yo sé que me hago. Merecerá la pena. Después de subir y bajar la montaña varias veces, estás loca por hacer cumbre. Y te doy el último empujón para que lo consigas. Y vaya si lo haces. Mi boca se ocupa ahora de tu clítoris, una mano te pellizca un pezón y un dedo busca con ahínco tu punto G. Y lo encuentra. El volcán entra en erupción. Y me encanta lamer tu lava. Toda. Se derrama por tus ingles. No se me escapa ni una gota. Tu cuerpo entra en conexión con el universo. Y a mi me encanta verlo. Tus ojos me miran y veo belleza pura, unión, satisfacción. Somos uno.
Estás sentada. Te veo de perfil. Una mano apoyada en tu barbilla. Mirando a los niños pero pensando en quién sabe qué. No lo sabes, pero acabas de tener uno de los orgasmos de tu vida.
Algunas tardes de entrenamiento te veo llegar con un café de la máquina. Un día que estaba de pie lo vi. Café solo. Y hoy traigo dos. Uno solo descafeinado, y otro normal, para acertar seguro. Entonces te veo sentarte. Me acerco y te digo si quieres un café. Me dices que soy muy amable. Un solo. Te lo doy. Me miras sorprendida. Sonrío mientras yo le doy un sorbo al mío. “He visto que te gusta el café solo, como a mí”. Me encantó ver tu cara de sorpresa.
Nos tomamos el café juntos, mirando a los niños desde la grada. No hablamos mucho. Creo que los dos nos sentimos un poco tensos. Tienes las piernas cruzadas. Hablamos de cosas intrascendentes, y me interesa tanto lo que dices como cómo lo dices. Tus labios me hechizan. La lengua a veces pasa por ellos como un limpiaparabrisas lamiendo el café. Y yo quiero hacer lo mismo. Te imagino ahora fuera, en los jardines, mientras los niños entrenan. Hay muchas zonas solitarias, con luz tenue. En una de ellas te acorralo contra la pared. Acerco mi cara a la tuya y abres la boca. Rozo mis labios contra los tuyos, y tu lengua busca la mía. Nos encontramos. Las puntas se acarician. Entonces yo te atrapo con mis labios y te chupo. Eso te pone, y mucho. Coges mi culo con tus manos y lo atraes para ti. Quieres notarme. Y no te decepcionas. Nuestras salivas se entremezclan. Salen de nuestras bocas. Las rescatamos. Las sorbemos. Todo muy sucio. Todo salvaje. Me encanta. Te encanta. Te quito el botón del pantalón. Me apartas la mano. Y me acaricias el miembro encima de mi pantalón. Quieres saber qué te puedo ofrecer. Y parece que te convence. Mi mano hace lo mismo con tu coño. Vamos a explotar. Mi boca desconecta de la tuya y se dirige a tu oreja. Y eso te desarbola. Encontré la llave para abrir la puerta. Tú misma te bajas el pantalón. Y haces lo propio con el mío. Sin abrir los ojos. Y te das la vuelta apoyándote en la pared. Mensaje captado. Cojo mi miembro erecto, lo rozo contra tu coño húmedo y te lo introduzco poco a poco. Gimes a cada centímetro. Quieres que te folle fuerte, y en esta postura yo no sé hacerlo de otra manera. Hace frío, está oscuro, y no hay nadie fuera. Te agarro fuerte las caderas y te penetro hasta el fondo. Tus piernas casi no te sostienen, tus brazos tampoco. Así que te agarro fuerte y te embisto. Somos animales en celo, ansiosos, brutales, deseosos. Una mano tuya comienza a masturbar tu clítoris. Solo te apoyas en una. Y estoy a punto de correrme. Te aviso y aceleras con tu mano. Salgo de ti y me derramo en tu culo, y tú te contoneas placenteramente. Te giras y me coges la cabeza. Me besas. Regresamos a la grada. Seguro alguien se da cuenta. Olemos a sexo.
En cada entrenamiento vas al baño. No fallas. Pero este jueves ha sido diferente. Después de dejar a tu niña abajo, te has subido a la grada, has mirado tu móvil unos minutos y me has mirado. Querías decirme algo con los ojos. Te has levantado y me has mirado de nuevo. Te he seguido. Has entrado en el baño de chicas. Me he quedado en la puerta esperando unos segundos, me he armado de valor y he entrado. No había nadie. Entonces he ido abriendo las puertas de una en una hasta que te he encontrado. Lo que he visto supera cualquiera de mis sueños más calenturientos. Estás sentada en el wc y tus piernas están abiertas. Tu hermoso coño afeitado brilla, totalmente mojado. Te estás masturbando y esperándome. Pues aquí estoy. Me acerco y me desnudo cintura hacia abajo. Me coges la polla y empiezas a chuparla, y no dejas de masturbarte. Paras un momento y te subes la camiseta. Tus hermosos pechos surgen, y me llaman a gritos. Tu lengua presiona la polla dentro de tu boca tanto que siento como si te estuviera follando el culo. Me pongo duro tan rápido que te levantas y me sientas a mí. Te subes encima e introduces con tu mano mi pene en tu vagina. Subes y bajas lentamente dos o tres veces y enseguida coges velocidad de crucero. Me pones las tetas a la altura de la cara y capto el mensaje. Mi boca y una mano van alternando los pezones, mientras un dedo de la otra entra en tu boca. Lo chupas con la misma fuerza con la que me chupaste la polla. Noto como tu coño me presiona y mis manos hacen lo mismo con tus tetas y mis dedos con tus pezones. Me noto grandísimo dentro de ti y me notas inmenso en tu interior. Alguien entra en el baño. Los dos escuchamos. Yo cierro la boca. Tú haces lo mismo, pero tus gemidos se escuchan igualmente. Veo como aprietas tus labios con fuerza, pero no sirve de nada. Estás a punto, yo también. No hay vuelta atrás. Los dos aceleramos. No se escucha ningún grifo, ni puerta, ni cisterna. Pero hay alguien. Nos corremos y los dos exhalamos un suspiro de tremenda satisfacción. Pasados unos segundos, se escucha una puerta.
Sales tú primera y a los cinco minutos regreso yo a la grada. La madre de Teresa nos observa a los dos concienzudamente. Nos miramos de reojo. La sonrisa nos termina de delatar.
Llegó el último día de entrenamiento antes de las vacaciones de verano. Los niños recibieron una medalla y todos nos retiramos, despidiéndonos. Me acerqué finalmente a ti y te dije:
-¿Te apetece un café?
Y respondiste:
-Claro. Creí que no ibas a pedírmelo nunca.
 
A ver si lo he entendido bien.
Todo el relato es lo que él protagonista quisiera que pasase y no sé si es real, si hay opciones o solo es un pensamiento.
Pero la última parte me ha parecido que sí que ha sucedido. Que el se ha atrevido a invitarla a un café, con lo cual la sensación es que hay atracción entre los dos.
 
A ver si lo he entendido bien.
Todo el relato es lo que él protagonista quisiera que pasase y no sé si es real, si hay opciones o solo es un pensamiento.
Pero la última parte me ha parecido que sí que ha sucedido. Que el se ha atrevido a invitarla a un café, con lo cual la sensación es que hay atracción entre los dos.
Exacto, Carlos. Todo estaba en la cabeza del protagonista. Es como un amor platónico, que no se decide a mostrar. Pero imagina que conectan y llegan más allá. Pero todo es imaginado. Hasta que él se decide a dar el paso real y ella lo estaba esperando
 
Atrás
Top Abajo