David777
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Nunca me interesó la Ibiza de las drogas de diseño. Pero su luz, el salitre en la piel y las vibraciones de sensualidad que entonces había en la isla me embriagaban y me llenaban de paz.
Por eso acepté enseguida la oferta que me hizo mi tía de pasar en su chalé de San José el mes de mayo de aquel año con el objetivo de llevar y montar los muebles nuevos que habían comprado en Madrid, y que todo estuviera preparado y decorado para el siguiente mes, junio, en que la casa empezaría a estar habitada por los nuevos alquilados de verano. Podría teletrabajar desde allí en los nuevos programas para gestión de hoteles que teníamos ya casi terminados. Acababa de cumplir treinta años y no sabía si volvería a tener una oportunidad así de pasar un mes entero en Ibiza gratis. No lo dudé un segundo.
La casa era un sueño para mí. Tenía una gran terraza, un pequeño jardín bien cuidado y una piscina con barbacoa donde disfrutar de los cálidos atardeceres de Ibiza. La vivienda estaba al final de una calle ancha donde había otros chalés, todos muy parecidos, blancos y encalados.
El primer día conocí a lo vecinos de la casa de al lado. Liam y Mary, un matrimonio en la cincuentena de irlandeses. Habían hecho mucho dinero en los mercados financieros de Londres y se habían venido a la isla a vivir a cuerpo de rey su pronta jubilación. Tuve que pedirle ayuda Liam y a su jardinero para poder subir un armario de madera tallada a la casa. A cambio le propuse a Liam a que me mostrara su pub favorito para invitarles a él y a su mujer a una cerveza. Lo pasamos bien y me dieron buenos consejos sobre dónde hacer la compra, qué gasolinera era más barata, o qué playa era más agradable para pasar una mañana de sol y mar.
Al día siguiente me levanté con mucho ánimo, y como hacía un día estupendo decidí ir a conocer la playa de Es Cavallet en la punta sur de la isla, que era la primera recomendación que me hizo Liam.
Me encantó la playa, enorme y salvaje, donde apenas había algunas personas, la mayoría desnudas, disfrutando de toda esa paz. Me quité la poca ropa que llevaba y me metí en cueros al mar. Al salir vi a Liam. Había venido en bicicleta y llegaba ahora a la playa. Le saludé desde mi toalla y cuando él me vio me saludó con la mano y se acerco a mí. Dejó el macuto, se desató el pareo, que era la única prenda que llevaba y lo puso a modo de toalla para sentarse. Fue entonces cuando vi su cuerpo desnudo, atlético, completamente depilado, con un pene grande y uno hermosos testículos de los que me costaba quitar la vista.
-Ponte crema, que te vas a quemar – me dijo en inglés, mientras me tendía la crema que había sacado de su mochila – tienes una piel preciosa pero muy blanca. No pases mucho tiempo al sol el primer día, y date una crema hidratante esta tarde en casa.
Por eso acepté enseguida la oferta que me hizo mi tía de pasar en su chalé de San José el mes de mayo de aquel año con el objetivo de llevar y montar los muebles nuevos que habían comprado en Madrid, y que todo estuviera preparado y decorado para el siguiente mes, junio, en que la casa empezaría a estar habitada por los nuevos alquilados de verano. Podría teletrabajar desde allí en los nuevos programas para gestión de hoteles que teníamos ya casi terminados. Acababa de cumplir treinta años y no sabía si volvería a tener una oportunidad así de pasar un mes entero en Ibiza gratis. No lo dudé un segundo.
La casa era un sueño para mí. Tenía una gran terraza, un pequeño jardín bien cuidado y una piscina con barbacoa donde disfrutar de los cálidos atardeceres de Ibiza. La vivienda estaba al final de una calle ancha donde había otros chalés, todos muy parecidos, blancos y encalados.
El primer día conocí a lo vecinos de la casa de al lado. Liam y Mary, un matrimonio en la cincuentena de irlandeses. Habían hecho mucho dinero en los mercados financieros de Londres y se habían venido a la isla a vivir a cuerpo de rey su pronta jubilación. Tuve que pedirle ayuda Liam y a su jardinero para poder subir un armario de madera tallada a la casa. A cambio le propuse a Liam a que me mostrara su pub favorito para invitarles a él y a su mujer a una cerveza. Lo pasamos bien y me dieron buenos consejos sobre dónde hacer la compra, qué gasolinera era más barata, o qué playa era más agradable para pasar una mañana de sol y mar.
Al día siguiente me levanté con mucho ánimo, y como hacía un día estupendo decidí ir a conocer la playa de Es Cavallet en la punta sur de la isla, que era la primera recomendación que me hizo Liam.
Me encantó la playa, enorme y salvaje, donde apenas había algunas personas, la mayoría desnudas, disfrutando de toda esa paz. Me quité la poca ropa que llevaba y me metí en cueros al mar. Al salir vi a Liam. Había venido en bicicleta y llegaba ahora a la playa. Le saludé desde mi toalla y cuando él me vio me saludó con la mano y se acerco a mí. Dejó el macuto, se desató el pareo, que era la única prenda que llevaba y lo puso a modo de toalla para sentarse. Fue entonces cuando vi su cuerpo desnudo, atlético, completamente depilado, con un pene grande y uno hermosos testículos de los que me costaba quitar la vista.
-Ponte crema, que te vas a quemar – me dijo en inglés, mientras me tendía la crema que había sacado de su mochila – tienes una piel preciosa pero muy blanca. No pases mucho tiempo al sol el primer día, y date una crema hidratante esta tarde en casa.