Quiero probar las tetas de mi hija

Tiravallas

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13 Jul 2024
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Cuando era pequeño me explicaban en el colegio de monjas cosas de buen cristiano, como que los sodomitas arden eternamente en el infierno y que el sexo solo se podía hacer dentro del matrimonio y con fines reproductivos. En aquel momento me parecía que tenía todo el sentido del mundo, hasta que tuve la oportunidad de follarme por primera vez a una hembra y mi visión cambió por completo.


No me veía capacitado para rebatirles a las monjas todas esas creencias a las que habían dedicado su vida entera, pero me parecía evidente que ese Dios en el que tanto creían no había hecho que el sexo fuera tan placentero sin ningún motivo. Es más, estaba convencido de que la única posible prueba de su existencia era que hubiese puesto a nuestra disposición esa maravilla.


Como suele suceder, ese intento de adoctrinamiento se les volvió en contra y me convertí en una especie de estandarte del amor libre. Ya desde muy joven todo el que me conocía sabía que no se podía contar conmigo si no era para follar. Se convirtió en una obsesión, aunque nunca lo vi como algo malo, ya que solo quería divertirme.


Nunca sabré si fue ese supuesto Dios el que me dio la gracia natural con la que solía conquistar a la gente, si le debía el haber heredado la belleza de mi madre y que mi padre estuviera forrado. En cualquier caso, todas esas virtudes facilitaron mucho que pudiera dar rienda suelta a ese impulso sexual que me dominaba.


Siempre tuve claro que me gustaban las mujeres, cosa que agradecía, porque me parecía que la mayoría estaban buenísimas, pero tenía la espinita clavada de no poder disfrutar de la experiencia el sexo por completo, ya que las pollas no me atraían nada. Aunque respetaba todo tipo de práctica, la homosexualidad no iba conmigo.


Fue el dinero de mi padre lo que me permitió no dedicarme a nada en concreto una vez que terminé el instituto. Simplemente iba de un lado para otro, tratando de divertirme lo máximo posible, conociendo a gente, sobre todo chicas, con mis mismos intereses. Fueron años espectaculares, de no parar de meterla casi en ningún momento.


El desfase llegó hasta tal punto que, sin llegar a aburrirme, empezaba a necesitar cosas distintas. Fue entonces cuando conocí a Gema, que era, con total seguridad, la muchacha más guapa que había visto en mi vida. No me enamoré de ella, ya que yo no estaba hecho para eso, pero necesitaba que fuese mía como nunca antes lo había deseado con otra mujer.


- ¿Puedo invitarte a cenar?


- Tenemos amigos en común, Bernabé, sé el tipo de persona que eres.


- ¿A qué te refieres?


- Solo buscas sexo, pero a mí eso no me va.


- ¿Y qué es lo que te va? Yo me adapto si así me permites gozar de tu compañía.


- Soy una chica formal.


- Las chicas formales también follan, te lo aseguro.


- No en la primera cita... ni en las diez siguientes.


- ¿Por qué te privas voluntariamente de lo mejor que tenemos?


- Ni de coña es eso lo mejor.


- Dime otra cosa que sea tan placentera o buena para la salud y encima sea gratis.


- Así no me vas a convencer en la vida.


- ¿Eso quiere decir que existe un modo de convencerte?


- Invítame a esa cena y veremos cómo te comportas.


Es de un rincón de mi cabeza una voz ni gritaba que no merecía la pena perder el tiempo, que podía estar con la que ve diera la gana, pero gema me ponía muchísimo, tanto como el reto de llevarme a la cama a cualquiera que se hiciese la duda. Sabía por experiencia que para mí no había imposibles, que todas acababan claudicando.


Probablemente fue eso lo que desencadenó algunos de los acontecimientos más importantes de mi vida. Si Gema hubiese aceptado follar esa misma noche lo más seguro era que me hubiese cansado de ella al momento y ya no la quisiese volver a ver. Pero sus insistentes negativas fueron clave para que me comenzara a interesar más allá de lo sexual.


Para cuando al fin aceptó abrirse de piernas yo ya había desarrollado hacia ella lo más parecido al amor que podía sentir. Sabía que seguía sin estar enamorado, ya que veía al resto de mujeres aún con deseo, pero el miedo a perderla a ella consiguió que durante bastante tiempo mantuviera la polla guardada en su sitio.


Con Gema estaba descartada cualquier posibilidad de mantener una relación abierta, de vernos de vez en cuando con otras personas o de hacer tríos. Eso me quemaba bastante. Tanto, que pasado un año ya no me compensaba el estar con ella. Hasta que mi insistencia en no utilizar preservativo tuvo serias consecuencias.


- Bernabé, estoy embarazada.


- Vaya... te va a tocar abortar.


- De eso nada, mis creencias me lo impiden.


- ¿Qué creencias?


- Sabes que yo también fui a un colegio de monjas.


- Ya, pero todo el mundo sabe que eso es un engañabobos.


- Pensaba que habías cambiado.


- Y lo he hecho, pero no tanto como para ser padre.


- Pues lo vas a ser, y más vale que cumplas con tu responsabilidad.


De haber dependido de mis sentimientos hacia Gema, la hubiese abandonado sin dudarlo, pero decidí que ya había llegado el momento de mostrarme responsable por una vez en mi vida. No solo acepté el reto de ser padre, sino que me vi obligado a casarme con ella por presiones familiares.


Increíble, pero cierto. Pese a mi trayectoria, a los veinticinco años ya estaba casado y era padre de un bebé al que Gema se empeñó en llamar Alonso. He de decir que, al contrario que a su madre, al niño sí que lo quería. Ese fue el único motivo por el que no me fui de casa, aunque no era tan poderoso como para que no empezara a hacer de las mías.


Dos años con una única mujer era mucho más de lo que pensaba que iba a aguantar. Tratando de descuidar lo menos posible mis labores como padre, empecé a salir de casa con poniendo excusas y acababa en la cama de cualquier tía que quisiera un buen revolcón. Fue todo un desahogo, como si volviera a nacer.


Pero Gema de tonta no tenía nada y sabía lo que hacía cada vez que me ausentaba. En aquel momento ya no quedaba nada de lo que ella hubiera podido sentir por mí, solo le interesaba el dinero que, gracias a mi padre, aportaba a ese hogar. Tratando de asegurarse de que no me fuera de manera definitiva, decidió aumentar la frecuencia de nuestras relaciones.


Yo nunca le decía que no a un polvo, aunque el embarazo había causado estragos en el cuerpo de Gema. Aun así, me la follaba siempre que tenía ocasión y nuestra relación se convirtió en una especie de partida de ajedrez. Ella me daba sexo para retenerme y yo lo aceptaba, porque seguía sin querer irme de esa casa para no alejarme del niño.


Mi primer movimiento táctico fue imponer el preservativo, lo último que quería era tener más ataduras. Pero ella, que, como ya he dicho, era muy inteligente, encontró la manera de volver a quedarse embarazada. Que me la jugara de esa manera solo hizo que empezase a despreciarla, que viera claro que mi futuro no podía seguir ligado al de ella de ninguna manera.


Esperé a que volviera a dar a luz, en esa ocasión, a una niña a la que me empeñé en llamar Valentina como mi abuela, únicamente para que se impusiera mi criterio. Fue entonces, al asegurarse una buena pensión, cuando Gema me dijo que no podíamos seguir juntos. Separarme de mis hijos fue lo único que realmente me costó, aunque llegamos a un buen acuerdo.


- Durante los primeros años no te los puedes llevar contigo.


- Pero tengo derecho a verlos, son mis hijos.


- Mientras pagues la manutención y la casa, puedes venir siempre que quieras.


- A ti solo te importa el dinero.


- Menos mal que no tienes que sudar para ganarlo.


- Estás muy amargada, Gema.


- Ya, ¿por qué será?


- Búscate pronto a otro que te dé lo tuyo.


- Te sorprenderá saber que no todas las personas piensan con la entrepierna.


- Así va el mundo.


Liberado ya de Gema, decidí volver a mi vida anterior, aunque de una manera más sosegada. Encontré a pocos kilómetros un camping nudista que era como una especie de comuna hippie. Allí se predicaba con el amor libre, se acostaban todos con todos sin la molestia de tener que buscar constantemente a alguien con quien follar.


Durante los siguientes años traté de mantener el equilibrio entre mi faceta de padre y la de follador empedernido. Cuando Alonso y Valentina ya tuvieron edad suficiente, iba a buscarlos cada dos fines de semana y nos quedábamos en casa de mis padres. Obviamente, ese camping no era el mejor sitio para ellos, al menos mientras fuesen niños.


Esos fines de semana con ellos me servían para desconectar, para darme cuenta de que había algo más que el sexo, aunque siguiese siendo el centro de mi vida. Contra todo pronóstico, al menos para Gema, los niños me querían y se lo pasaban bien conmigo. De hecho, estaban deseando que fuese a buscarlos, algo que daba mucha rabia a su madre.


A pesar de ser la pequeña, siempre me dio la sensación de que Valentina estaba mucho más espabilada que su hermano. Desde muy niña ya me hablaba de sus novios, cosa que me preocupaba y me enorgullecía a partes iguales. Yo no era el típico padre que hacía distinciones entre sus hijas y sus hijos, para mí ella tenía el mismo derecho a divertirse cuando le llegara la edad.


En un abrir y cerrar de ojos el tiempo pasó y mis hijos ya eran adolescentes. Nunca les di demasiada información sobre mi vida, ni siquiera sabían que vivía en el camping, pero, quizás por una cuestión genética, Valentina parecía estar siguiendo mis pasos. Según su madre, ya había cambiado de novio varias veces, aunque desconocía lo que hacía con ellos.


En cambio, de as aficiones o gustos de Alonso no sabíamos demasiado. Solía pasar mucho tiempo en casa, ya que decía que quería estudiar para sacar las mejores notas posibles y acceder a la carrera de medicina. A veces tenía la tentación de contarle cosas de mi vida, pero temía que aquello, de alguna manera, los pudiera descentrar.


Esperé pacientemente a que crecieran, y cuando la pequeña llegó a la mayoría de edad decidí que había llegado el momento de que supieran algo más de su padre. En cuanto abrí la boca Alonso huyó despavorido, no tenía el más mínimo interés en saber lo pervertido que era su padre. Pero Valentina me escuchó con muchísima atención.


- ¿Qué es eso del amor libre?


- Pues acostarte con quien te dé la gana, sin ataduras.


- Pero estuviste casado con mamá.


- Ese fue un episodio oscuro de mi vida, pero gracias a eso llegasteis vosotros.


- ¿También mantienes relaciones sexuales con hombres?


- Me gustaría, pero no soy capaz, me gustan demasiado las mujeres.


- Jolín, qué vida tan interesante la tuya.


- ¿De verdad lo crees?


- A mí también me encanta el sexo, ojalá no tuviera nada más que hacer.


- ¿Has estado con muchos?


- Con menos de los que me gustaría, mamá me obliga a estudiar demasiado.


- ¿Esos cuántos son?


- Ocho. No, nueve, que se me olvidaba el de ayer.


- No está mal, teniendo en cuenta que acabas de cumplir los dieciocho.


- Parece que he salido a ti.


- Entonces toma siempre precauciones.


- Sí, papi.


- Y recuerda que el sexo debe ser siempre consentido.


- Lo sé.


- Va en serio, Valentina, no te dejes presionar por alguien que no te gusta.


- ¿Podemos ir al camping ese en el que vives?


- ¿Te gustaría?


- Sí, tiene que molar un montón.


- Ya sois mayores de edad, podéis pasar allí el verano conmigo.


Quizás otro padre podría tener reparo en mostrarse desnudo ante sus hijos o al tener que verlos a ellos sin ropa, pero a mí el nudismo me parecía de lo más natural. Había visto tantos cuerpos que estaba convencido de que nada me podía impresionar. En ese momento desconocía lo cerca que estaba de cambiar de opinión.


El verano junto a mis hijos comenzó con luces y sombras. Valentina estaba deseando llegar al camping y despelotarse, pero Alonso no tenía ni idea de hacia donde nos dirigíamos. Su hermana me había dicho que ella se lo contaría, pero no lo hizo, a sabiendas de que se hubiese negado a venir de haber sabido la verdad.


La cara de mi hijo fue un poema al llegar y ver que allí todo el mundo aireaba sus zonas más íntimas sin ningún tipo de pudor. Me pidió que lo devolviera de inmediato a su casa, pero Valentina me dijo que no lee y fiera ningún caso, que siempre estaba protestando por todo. Aunque quería que Alonso se abriera, no me gustaba que lo pasara mal por mi culpa.


Sin embargo, nada más poner un pie en la caravana en la que solía dormir y copular, Valentina se quitó toda la ropa y se quedó tal y como su madre la trajo al mundo. Huelga decir que a lo largo de mi vida había visto a muchísimas chicas desnudas, pero en ninguna había encontrado unas tetas tan perfectas como las de mi hija.


Sus pechos poseían todo lo que siempre me había excitado, lo que más me impulsaba a seguir en esa vida de vicio y depravación. No solo eran grandes, sino que parecía que flotaban, como si la gravedad no les afectara en absoluto. Sus pezones rosados apuntaban hacia arriba, parecían dos gominolas que cualquier hombre querría degustar.


- Papá.


- ¿Qué?


- ¿Me estás mirando las tetas?


- Pues sí, hija, ¿para qué te voy a mentir?


- Las tengo bien puestas, ¿eh?


- Creo que nunca he visto unas así de perfectas.


- ¿En serio? Mamá dice que las suyas eran iguales.


- Ya le hubiese gustado a ella. Bueno... y a mí.


- Me voy a dar una vuelta para ir haciéndome con el camping.


- Ponte crema para no quemarte.


- A ver si encuentro a alguien por aquí para que me la ponga.


Alonso nos miraba como si acabara de ver a dos marcianos dialogando, como si no comprendiera nada de lo que acabábamos de decir. Prometo que intenté comprenderle, darle conversación para ver de qué manera podía ayudarle a soltarse un poco, pero no hubo manera. Se quedó en la caravana con una pila de apuntes que se había traído.


Sabía que mi hijo iba a ser un hueso duro de roer, por eso tenía todas mis esperanzas depositadas en Valentina, en que ella me ayudara a pasar el mejor verano posible. Contaba con que esa complicidad que habíamos desarrollado se siguiera extendiendo y que me permitiera darle más consejos para que disfrutara de su sexualidad con precaución.


Todavía no había decidido cómo me iba a comportar mientras mis hijos estuvieran presentes. Podía seguir con mi vida, lo que incluía sexo a diario, o centrarme solo en ellos, darles toda mi atención. Quizás debía esperar a ver cómo se desarrollaban los primeros días. Pensaba que iría bien, hasta que Valentina volvió de su vuelta de reconocimiento.


- ¿Aquí cuando se despierta la juventud?


- ¿Qué quieres decir?


- Supongo que las orgías duran hasta el amanecer, pero ya es mediodía.


- ¿Y qué?


- Pues que solo me he cruzado con viejos de tu edad.


- ¿Viejos de mi edad?


- Bueno, ya me entiendes.


- Lamento decirte que aquí no hay gente joven.


- Vale, no habrá chicos de dieciocho, pero algún veinteañero seguro que sí.


- Creo que no, salvo que hayan llegado recientemente.


- Entonces, ¿para qué me has traído?


- Para que disfrutes de la libertad que da el nudismo.


- O sea, que tú te hartas de follar y yo no.


- No seré yo el que te empuje en brazos de nadie, pero hombres hay.


- Las pollas flácidas no me van.


- ¿A ti te parece que esto está flácido?


Valentina había llegado tan cabreada que ni siquiera se fijó en que yo ya estaba desnudo. Al mirarme la entrepierna puso cara de asombro, incluso diría de satisfacción, la misma que yo cuando vi sus tetas. Lo cierto era que yo también había sido bendecido con un buen aparato. De Alonso no podía opinar, ya que no había manera de que se quitara la ropa.


Al cabo de un par de días ya se había establecido cierta normalidad. Valentina ya había aceptado que aquello no era un parque de atracciones del sexo y trataba de convencer a su hermano para que la acompañara a la piscina o pasear por el camping. El chaval aceptaba a regañadientes, siempre poniendo el bañador como límite a su desnudez.


Entre charlas nocturnas, paseos y juegos de mesa, logramos entretenernos y pasar buenos ratos. Pero solo necesitaba mirar a los ojos de mi hija para saber que, en el fondo, pensaba lo mismo que yo. A ambos nos faltaba el placentero desahogo que proporciona el sexo. Ella no tenía con quien hacerlo y yo prefería dedicarles todo mi tiempo a ellos.


Llevaban una semana allí cuando ocurrió algo que no esperaba: Alonso comenzó a desaparecer por las noches. Se levantaba de la cama cuando creía que estaba dormido y se iba, no volviendo hasta varias horas después. Mi firme intención de no ser un padre controlador me impedía preguntarle a dónde iba, pero me preocupaba.


Si algo me dejaba mínimamente tranquilo era que por las mañanas lo veía contento, al menos mucho más que antes. Podría haberle interrogado, al menos de manera sutil, pero tenía la esperanza de que él viniera a contármelo. No era tonto, sabía lo que ocurría en ese camping por las noches, aunque no me lo imaginaba con ninguna de las mujeres que allí había.


Al ritmo que aumentaba la alegría de Alonso iba disminuyendo la de Valentina. Mi hija comenzaba a estar harta de no tener nada que hacer, de saber que otros, incluido su hermano, se estaban divirtiendo a su alrededor mientras ella se pasaba el día tomando el sol en nuestra parcela. Al principio disfrutaba con nuestras charlas, pero hasta eso empezaba a aburrirle.


- ¿Todavía tenemos que estar una semana más aquí?


- Pues en principio sí.


- Preferiría que fuésemos a casa de los abuelos.


- ¿Ahora que tu hermano empieza a divertirse?


- Creo que justo eso es lo que más me molesta.


- Parece que él no le hace ascos a las mujeres maduras.


- Joder, papá, no te enteras de nada.


- ¿Qué? ¿Hay chicas jóvenes y no me he enterado?


- A tu hijo lo tienen prácticamente de mascota los homosexuales.


- ¿Alonso es maricón? Quiero decir ¿gay?


- ¿Te molesta?


- Claro que no, hija... amor libre, ¿lo recuerdas?


- Eso me parece un cuento chino.


- ¿Por qué?


- Hombres y mujeres que follan como se ha hecho toda la vida, ¿qué tiene de libre?


- No tenemos ataduras.


- Hoy en día nadie te obliga a casarte para echar un polvo.


- Ya, pero...


- ¿A que te parecería una burrada que te propusiese tener sexo?


- Pues sí.


- ¿Lo ves? No eres tan libre como te crees.


- Es que eres mi hija.


- ¿Y qué? A mí me gusta follar, a ti también...


- ¿Qué me estás queriendo decir?


- Que esto se animaría un poco si me muestras hasta dónde llega tu experiencia.


No podía creerme que Valentina me estuviera proponiendo eso. Es cierto que en alguna ocasión me había imaginado probando sus tetas, quería hacerlo, porque nunca había tenido delante unas así, pero ni se me pasaba por la cabeza llevar esa fantasía a la realidad. Sin embargo, parecía que mi hija estaba hablando totalmente en serio.


Logré escapar de esa conversación, pero Valentina no estaba dispuesta a olvidarla como si nada. Esa noche, cuando Alonso volvió a escaparse a hurtadillas, mi hija se acercó a mi cama y me pregunto si me había pensado lo de divertirnos un poco. No quería responderle, porque sabía que se habría la boca no sería capaz de decirle que no.


- Demuéstrame que todo eso que dices no es palabrería.


- No puede ser, Valentina.


- Entiendo que no quieras metérmela, pero hay otras formas de divertirnos.


- ¿Como cuáles?


- Puedes jugar con estas y ver si te vas animando.


Mi hija apretó sus enormes pechos justo delante de mi cara, acercándome cada vez más a la boca sus apetecibles pezones. Traté de contenerme, hasta que no pude más y comencé a lamerlos. Valentina soltó una carcajada de satisfacción y se colocó sobre mí en la cama, poniendo sus tetas a mi disposición para que me las siguiera comiendo.


Conseguí apartar la culpabilidad levemente durante al menos media hora, que fue el tiempo que estuve degustando esos perfectos manjares sin llegar nunca a saciarme. No solo se los chupaba con ansia, también los estrujaba entre mis manos, palpaba la suave y tersa piel de mi hija pequeña mientras me iba poniendo cada vez más cachondo.


Ella no paraba de menearse, me golpeaba la cara con sus jugosos melones, pero no era la única parte de su cuerpo que movía. Tenía una de sus piernas colocada sobre mi polla y no paraba de agitarla, provocando una fricción que me tenía exageradamente cachondo. No podía más, llegaba incluso a lavarle los dientes en los pezones.


Por si eso fuera poco, su joven coñito, colocado a la altura de mi abdomen, no paraba de chorrear. Se suponía que aquello era como un juego, que nos estábamos divirtiendo, pero cada vez necesitaba más levantarla, ponerla a cuatro patas y follármela para demostrarle lo que era en realidad eso del amor auténticamente libre.


Mientras seguía succionando sus duros pitones, no pude evitar que una mano se me fuera hasta su culo. No era tan espectacular como las tetas, pero también lo tenía muy bien. Aunque mi objetivo no era ese, sino ir descendiendo disimuladamente hasta llegar a su empapada vagina. En cuanto la rocé, Valentina dejó escapar un gemido, pero me apartó la mano de inmediato.


Fue suficiente para mojar mi dedo en ella, para cubrirme de su esencia de mujer. No dudé en apartar un segundo sus tetas de mi boca para lamer el delicioso caldo de su juventud. Eso pareció excitarle, motivo suficiente para intentar de nuevo acceder a su rajita, pero Valentina volvió a negarme el acceso. Si me lo seguía impidiendo iba a follármela directamente.


- ¿No quieres que te toque un poquito?


- Esto lo hemos planteado como un juego, ¿no?


- Sí, como lo que tú quieras, cariño.


- Pues los juegos van por turnos, así que ahora me toca comer a mí.


Continuará...
 
Cuando era pequeño me explicaban en el colegio de monjas cosas de buen cristiano, como que los sodomitas arden eternamente en el infierno y que el sexo solo se podía hacer dentro del matrimonio y con fines reproductivos. En aquel momento me parecía que tenía todo el sentido del mundo, hasta que tuve la oportunidad de follarme por primera vez a una hembra y mi visión cambió por completo.


No me veía capacitado para rebatirles a las monjas todas esas creencias a las que habían dedicado su vida entera, pero me parecía evidente que ese Dios en el que tanto creían no había hecho que el sexo fuera tan placentero sin ningún motivo. Es más, estaba convencido de que la única posible prueba de su existencia era que hubiese puesto a nuestra disposición esa maravilla.


Como suele suceder, ese intento de adoctrinamiento se les volvió en contra y me convertí en una especie de estandarte del amor libre. Ya desde muy joven todo el que me conocía sabía que no se podía contar conmigo si no era para follar. Se convirtió en una obsesión, aunque nunca lo vi como algo malo, ya que solo quería divertirme.


Nunca sabré si fue ese supuesto Dios el que me dio la gracia natural con la que solía conquistar a la gente, si le debía el haber heredado la belleza de mi madre y que mi padre estuviera forrado. En cualquier caso, todas esas virtudes facilitaron mucho que pudiera dar rienda suelta a ese impulso sexual que me dominaba.


Siempre tuve claro que me gustaban las mujeres, cosa que agradecía, porque me parecía que la mayoría estaban buenísimas, pero tenía la espinita clavada de no poder disfrutar de la experiencia el sexo por completo, ya que las pollas no me atraían nada. Aunque respetaba todo tipo de práctica, la homosexualidad no iba conmigo.


Fue el dinero de mi padre lo que me permitió no dedicarme a nada en concreto una vez que terminé el instituto. Simplemente iba de un lado para otro, tratando de divertirme lo máximo posible, conociendo a gente, sobre todo chicas, con mis mismos intereses. Fueron años espectaculares, de no parar de meterla casi en ningún momento.


El desfase llegó hasta tal punto que, sin llegar a aburrirme, empezaba a necesitar cosas distintas. Fue entonces cuando conocí a Gema, que era, con total seguridad, la muchacha más guapa que había visto en mi vida. No me enamoré de ella, ya que yo no estaba hecho para eso, pero necesitaba que fuese mía como nunca antes lo había deseado con otra mujer.


- ¿Puedo invitarte a cenar?


- Tenemos amigos en común, Bernabé, sé el tipo de persona que eres.


- ¿A qué te refieres?


- Solo buscas sexo, pero a mí eso no me va.


- ¿Y qué es lo que te va? Yo me adapto si así me permites gozar de tu compañía.


- Soy una chica formal.


- Las chicas formales también follan, te lo aseguro.


- No en la primera cita... ni en las diez siguientes.


- ¿Por qué te privas voluntariamente de lo mejor que tenemos?


- Ni de coña es eso lo mejor.


- Dime otra cosa que sea tan placentera o buena para la salud y encima sea gratis.


- Así no me vas a convencer en la vida.


- ¿Eso quiere decir que existe un modo de convencerte?


- Invítame a esa cena y veremos cómo te comportas.


Es de un rincón de mi cabeza una voz ni gritaba que no merecía la pena perder el tiempo, que podía estar con la que ve diera la gana, pero gema me ponía muchísimo, tanto como el reto de llevarme a la cama a cualquiera que se hiciese la duda. Sabía por experiencia que para mí no había imposibles, que todas acababan claudicando.


Probablemente fue eso lo que desencadenó algunos de los acontecimientos más importantes de mi vida. Si Gema hubiese aceptado follar esa misma noche lo más seguro era que me hubiese cansado de ella al momento y ya no la quisiese volver a ver. Pero sus insistentes negativas fueron clave para que me comenzara a interesar más allá de lo sexual.


Para cuando al fin aceptó abrirse de piernas yo ya había desarrollado hacia ella lo más parecido al amor que podía sentir. Sabía que seguía sin estar enamorado, ya que veía al resto de mujeres aún con deseo, pero el miedo a perderla a ella consiguió que durante bastante tiempo mantuviera la polla guardada en su sitio.


Con Gema estaba descartada cualquier posibilidad de mantener una relación abierta, de vernos de vez en cuando con otras personas o de hacer tríos. Eso me quemaba bastante. Tanto, que pasado un año ya no me compensaba el estar con ella. Hasta que mi insistencia en no utilizar preservativo tuvo serias consecuencias.


- Bernabé, estoy embarazada.


- Vaya... te va a tocar abortar.


- De eso nada, mis creencias me lo impiden.


- ¿Qué creencias?


- Sabes que yo también fui a un colegio de monjas.


- Ya, pero todo el mundo sabe que eso es un engañabobos.


- Pensaba que habías cambiado.


- Y lo he hecho, pero no tanto como para ser padre.


- Pues lo vas a ser, y más vale que cumplas con tu responsabilidad.


De haber dependido de mis sentimientos hacia Gema, la hubiese abandonado sin dudarlo, pero decidí que ya había llegado el momento de mostrarme responsable por una vez en mi vida. No solo acepté el reto de ser padre, sino que me vi obligado a casarme con ella por presiones familiares.


Increíble, pero cierto. Pese a mi trayectoria, a los veinticinco años ya estaba casado y era padre de un bebé al que Gema se empeñó en llamar Alonso. He de decir que, al contrario que a su madre, al niño sí que lo quería. Ese fue el único motivo por el que no me fui de casa, aunque no era tan poderoso como para que no empezara a hacer de las mías.


Dos años con una única mujer era mucho más de lo que pensaba que iba a aguantar. Tratando de descuidar lo menos posible mis labores como padre, empecé a salir de casa con poniendo excusas y acababa en la cama de cualquier tía que quisiera un buen revolcón. Fue todo un desahogo, como si volviera a nacer.


Pero Gema de tonta no tenía nada y sabía lo que hacía cada vez que me ausentaba. En aquel momento ya no quedaba nada de lo que ella hubiera podido sentir por mí, solo le interesaba el dinero que, gracias a mi padre, aportaba a ese hogar. Tratando de asegurarse de que no me fuera de manera definitiva, decidió aumentar la frecuencia de nuestras relaciones.


Yo nunca le decía que no a un polvo, aunque el embarazo había causado estragos en el cuerpo de Gema. Aun así, me la follaba siempre que tenía ocasión y nuestra relación se convirtió en una especie de partida de ajedrez. Ella me daba sexo para retenerme y yo lo aceptaba, porque seguía sin querer irme de esa casa para no alejarme del niño.


Mi primer movimiento táctico fue imponer el preservativo, lo último que quería era tener más ataduras. Pero ella, que, como ya he dicho, era muy inteligente, encontró la manera de volver a quedarse embarazada. Que me la jugara de esa manera solo hizo que empezase a despreciarla, que viera claro que mi futuro no podía seguir ligado al de ella de ninguna manera.


Esperé a que volviera a dar a luz, en esa ocasión, a una niña a la que me empeñé en llamar Valentina como mi abuela, únicamente para que se impusiera mi criterio. Fue entonces, al asegurarse una buena pensión, cuando Gema me dijo que no podíamos seguir juntos. Separarme de mis hijos fue lo único que realmente me costó, aunque llegamos a un buen acuerdo.


- Durante los primeros años no te los puedes llevar contigo.


- Pero tengo derecho a verlos, son mis hijos.


- Mientras pagues la manutención y la casa, puedes venir siempre que quieras.


- A ti solo te importa el dinero.


- Menos mal que no tienes que sudar para ganarlo.


- Estás muy amargada, Gema.


- Ya, ¿por qué será?


- Búscate pronto a otro que te dé lo tuyo.


- Te sorprenderá saber que no todas las personas piensan con la entrepierna.


- Así va el mundo.


Liberado ya de Gema, decidí volver a mi vida anterior, aunque de una manera más sosegada. Encontré a pocos kilómetros un camping nudista que era como una especie de comuna hippie. Allí se predicaba con el amor libre, se acostaban todos con todos sin la molestia de tener que buscar constantemente a alguien con quien follar.


Durante los siguientes años traté de mantener el equilibrio entre mi faceta de padre y la de follador empedernido. Cuando Alonso y Valentina ya tuvieron edad suficiente, iba a buscarlos cada dos fines de semana y nos quedábamos en casa de mis padres. Obviamente, ese camping no era el mejor sitio para ellos, al menos mientras fuesen niños.


Esos fines de semana con ellos me servían para desconectar, para darme cuenta de que había algo más que el sexo, aunque siguiese siendo el centro de mi vida. Contra todo pronóstico, al menos para Gema, los niños me querían y se lo pasaban bien conmigo. De hecho, estaban deseando que fuese a buscarlos, algo que daba mucha rabia a su madre.


A pesar de ser la pequeña, siempre me dio la sensación de que Valentina estaba mucho más espabilada que su hermano. Desde muy niña ya me hablaba de sus novios, cosa que me preocupaba y me enorgullecía a partes iguales. Yo no era el típico padre que hacía distinciones entre sus hijas y sus hijos, para mí ella tenía el mismo derecho a divertirse cuando le llegara la edad.


En un abrir y cerrar de ojos el tiempo pasó y mis hijos ya eran adolescentes. Nunca les di demasiada información sobre mi vida, ni siquiera sabían que vivía en el camping, pero, quizás por una cuestión genética, Valentina parecía estar siguiendo mis pasos. Según su madre, ya había cambiado de novio varias veces, aunque desconocía lo que hacía con ellos.


En cambio, de as aficiones o gustos de Alonso no sabíamos demasiado. Solía pasar mucho tiempo en casa, ya que decía que quería estudiar para sacar las mejores notas posibles y acceder a la carrera de medicina. A veces tenía la tentación de contarle cosas de mi vida, pero temía que aquello, de alguna manera, los pudiera descentrar.


Esperé pacientemente a que crecieran, y cuando la pequeña llegó a la mayoría de edad decidí que había llegado el momento de que supieran algo más de su padre. En cuanto abrí la boca Alonso huyó despavorido, no tenía el más mínimo interés en saber lo pervertido que era su padre. Pero Valentina me escuchó con muchísima atención.


- ¿Qué es eso del amor libre?


- Pues acostarte con quien te dé la gana, sin ataduras.


- Pero estuviste casado con mamá.


- Ese fue un episodio oscuro de mi vida, pero gracias a eso llegasteis vosotros.


- ¿También mantienes relaciones sexuales con hombres?


- Me gustaría, pero no soy capaz, me gustan demasiado las mujeres.


- Jolín, qué vida tan interesante la tuya.


- ¿De verdad lo crees?


- A mí también me encanta el sexo, ojalá no tuviera nada más que hacer.


- ¿Has estado con muchos?


- Con menos de los que me gustaría, mamá me obliga a estudiar demasiado.


- ¿Esos cuántos son?


- Ocho. No, nueve, que se me olvidaba el de ayer.


- No está mal, teniendo en cuenta que acabas de cumplir los dieciocho.


- Parece que he salido a ti.


- Entonces toma siempre precauciones.


- Sí, papi.


- Y recuerda que el sexo debe ser siempre consentido.


- Lo sé.


- Va en serio, Valentina, no te dejes presionar por alguien que no te gusta.


- ¿Podemos ir al camping ese en el que vives?


- ¿Te gustaría?


- Sí, tiene que molar un montón.


- Ya sois mayores de edad, podéis pasar allí el verano conmigo.


Quizás otro padre podría tener reparo en mostrarse desnudo ante sus hijos o al tener que verlos a ellos sin ropa, pero a mí el nudismo me parecía de lo más natural. Había visto tantos cuerpos que estaba convencido de que nada me podía impresionar. En ese momento desconocía lo cerca que estaba de cambiar de opinión.


El verano junto a mis hijos comenzó con luces y sombras. Valentina estaba deseando llegar al camping y despelotarse, pero Alonso no tenía ni idea de hacia donde nos dirigíamos. Su hermana me había dicho que ella se lo contaría, pero no lo hizo, a sabiendas de que se hubiese negado a venir de haber sabido la verdad.


La cara de mi hijo fue un poema al llegar y ver que allí todo el mundo aireaba sus zonas más íntimas sin ningún tipo de pudor. Me pidió que lo devolviera de inmediato a su casa, pero Valentina me dijo que no lee y fiera ningún caso, que siempre estaba protestando por todo. Aunque quería que Alonso se abriera, no me gustaba que lo pasara mal por mi culpa.


Sin embargo, nada más poner un pie en la caravana en la que solía dormir y copular, Valentina se quitó toda la ropa y se quedó tal y como su madre la trajo al mundo. Huelga decir que a lo largo de mi vida había visto a muchísimas chicas desnudas, pero en ninguna había encontrado unas tetas tan perfectas como las de mi hija.


Sus pechos poseían todo lo que siempre me había excitado, lo que más me impulsaba a seguir en esa vida de vicio y depravación. No solo eran grandes, sino que parecía que flotaban, como si la gravedad no les afectara en absoluto. Sus pezones rosados apuntaban hacia arriba, parecían dos gominolas que cualquier hombre querría degustar.


- Papá.


- ¿Qué?


- ¿Me estás mirando las tetas?


- Pues sí, hija, ¿para qué te voy a mentir?


- Las tengo bien puestas, ¿eh?


- Creo que nunca he visto unas así de perfectas.


- ¿En serio? Mamá dice que las suyas eran iguales.


- Ya le hubiese gustado a ella. Bueno... y a mí.


- Me voy a dar una vuelta para ir haciéndome con el camping.


- Ponte crema para no quemarte.


- A ver si encuentro a alguien por aquí para que me la ponga.


Alonso nos miraba como si acabara de ver a dos marcianos dialogando, como si no comprendiera nada de lo que acabábamos de decir. Prometo que intenté comprenderle, darle conversación para ver de qué manera podía ayudarle a soltarse un poco, pero no hubo manera. Se quedó en la caravana con una pila de apuntes que se había traído.


Sabía que mi hijo iba a ser un hueso duro de roer, por eso tenía todas mis esperanzas depositadas en Valentina, en que ella me ayudara a pasar el mejor verano posible. Contaba con que esa complicidad que habíamos desarrollado se siguiera extendiendo y que me permitiera darle más consejos para que disfrutara de su sexualidad con precaución.


Todavía no había decidido cómo me iba a comportar mientras mis hijos estuvieran presentes. Podía seguir con mi vida, lo que incluía sexo a diario, o centrarme solo en ellos, darles toda mi atención. Quizás debía esperar a ver cómo se desarrollaban los primeros días. Pensaba que iría bien, hasta que Valentina volvió de su vuelta de reconocimiento.


- ¿Aquí cuando se despierta la juventud?


- ¿Qué quieres decir?


- Supongo que las orgías duran hasta el amanecer, pero ya es mediodía.


- ¿Y qué?


- Pues que solo me he cruzado con viejos de tu edad.


- ¿Viejos de mi edad?


- Bueno, ya me entiendes.


- Lamento decirte que aquí no hay gente joven.


- Vale, no habrá chicos de dieciocho, pero algún veinteañero seguro que sí.


- Creo que no, salvo que hayan llegado recientemente.


- Entonces, ¿para qué me has traído?


- Para que disfrutes de la libertad que da el nudismo.


- O sea, que tú te hartas de follar y yo no.


- No seré yo el que te empuje en brazos de nadie, pero hombres hay.


- Las pollas flácidas no me van.


- ¿A ti te parece que esto está flácido?


Valentina había llegado tan cabreada que ni siquiera se fijó en que yo ya estaba desnudo. Al mirarme la entrepierna puso cara de asombro, incluso diría de satisfacción, la misma que yo cuando vi sus tetas. Lo cierto era que yo también había sido bendecido con un buen aparato. De Alonso no podía opinar, ya que no había manera de que se quitara la ropa.


Al cabo de un par de días ya se había establecido cierta normalidad. Valentina ya había aceptado que aquello no era un parque de atracciones del sexo y trataba de convencer a su hermano para que la acompañara a la piscina o pasear por el camping. El chaval aceptaba a regañadientes, siempre poniendo el bañador como límite a su desnudez.


Entre charlas nocturnas, paseos y juegos de mesa, logramos entretenernos y pasar buenos ratos. Pero solo necesitaba mirar a los ojos de mi hija para saber que, en el fondo, pensaba lo mismo que yo. A ambos nos faltaba el placentero desahogo que proporciona el sexo. Ella no tenía con quien hacerlo y yo prefería dedicarles todo mi tiempo a ellos.


Llevaban una semana allí cuando ocurrió algo que no esperaba: Alonso comenzó a desaparecer por las noches. Se levantaba de la cama cuando creía que estaba dormido y se iba, no volviendo hasta varias horas después. Mi firme intención de no ser un padre controlador me impedía preguntarle a dónde iba, pero me preocupaba.


Si algo me dejaba mínimamente tranquilo era que por las mañanas lo veía contento, al menos mucho más que antes. Podría haberle interrogado, al menos de manera sutil, pero tenía la esperanza de que él viniera a contármelo. No era tonto, sabía lo que ocurría en ese camping por las noches, aunque no me lo imaginaba con ninguna de las mujeres que allí había.


Al ritmo que aumentaba la alegría de Alonso iba disminuyendo la de Valentina. Mi hija comenzaba a estar harta de no tener nada que hacer, de saber que otros, incluido su hermano, se estaban divirtiendo a su alrededor mientras ella se pasaba el día tomando el sol en nuestra parcela. Al principio disfrutaba con nuestras charlas, pero hasta eso empezaba a aburrirle.


- ¿Todavía tenemos que estar una semana más aquí?


- Pues en principio sí.


- Preferiría que fuésemos a casa de los abuelos.


- ¿Ahora que tu hermano empieza a divertirse?


- Creo que justo eso es lo que más me molesta.


- Parece que él no le hace ascos a las mujeres maduras.


- Joder, papá, no te enteras de nada.


- ¿Qué? ¿Hay chicas jóvenes y no me he enterado?


- A tu hijo lo tienen prácticamente de mascota los homosexuales.


- ¿Alonso es maricón? Quiero decir ¿gay?


- ¿Te molesta?


- Claro que no, hija... amor libre, ¿lo recuerdas?


- Eso me parece un cuento chino.


- ¿Por qué?


- Hombres y mujeres que follan como se ha hecho toda la vida, ¿qué tiene de libre?


- No tenemos ataduras.


- Hoy en día nadie te obliga a casarte para echar un polvo.


- Ya, pero...


- ¿A que te parecería una burrada que te propusiese tener sexo?


- Pues sí.


- ¿Lo ves? No eres tan libre como te crees.


- Es que eres mi hija.


- ¿Y qué? A mí me gusta follar, a ti también...


- ¿Qué me estás queriendo decir?


- Que esto se animaría un poco si me muestras hasta dónde llega tu experiencia.


No podía creerme que Valentina me estuviera proponiendo eso. Es cierto que en alguna ocasión me había imaginado probando sus tetas, quería hacerlo, porque nunca había tenido delante unas así, pero ni se me pasaba por la cabeza llevar esa fantasía a la realidad. Sin embargo, parecía que mi hija estaba hablando totalmente en serio.


Logré escapar de esa conversación, pero Valentina no estaba dispuesta a olvidarla como si nada. Esa noche, cuando Alonso volvió a escaparse a hurtadillas, mi hija se acercó a mi cama y me pregunto si me había pensado lo de divertirnos un poco. No quería responderle, porque sabía que se habría la boca no sería capaz de decirle que no.


- Demuéstrame que todo eso que dices no es palabrería.


- No puede ser, Valentina.


- Entiendo que no quieras metérmela, pero hay otras formas de divertirnos.


- ¿Como cuáles?


- Puedes jugar con estas y ver si te vas animando.


Mi hija apretó sus enormes pechos justo delante de mi cara, acercándome cada vez más a la boca sus apetecibles pezones. Traté de contenerme, hasta que no pude más y comencé a lamerlos. Valentina soltó una carcajada de satisfacción y se colocó sobre mí en la cama, poniendo sus tetas a mi disposición para que me las siguiera comiendo.


Conseguí apartar la culpabilidad levemente durante al menos media hora, que fue el tiempo que estuve degustando esos perfectos manjares sin llegar nunca a saciarme. No solo se los chupaba con ansia, también los estrujaba entre mis manos, palpaba la suave y tersa piel de mi hija pequeña mientras me iba poniendo cada vez más cachondo.


Ella no paraba de menearse, me golpeaba la cara con sus jugosos melones, pero no era la única parte de su cuerpo que movía. Tenía una de sus piernas colocada sobre mi polla y no paraba de agitarla, provocando una fricción que me tenía exageradamente cachondo. No podía más, llegaba incluso a lavarle los dientes en los pezones.


Por si eso fuera poco, su joven coñito, colocado a la altura de mi abdomen, no paraba de chorrear. Se suponía que aquello era como un juego, que nos estábamos divirtiendo, pero cada vez necesitaba más levantarla, ponerla a cuatro patas y follármela para demostrarle lo que era en realidad eso del amor auténticamente libre.


Mientras seguía succionando sus duros pitones, no pude evitar que una mano se me fuera hasta su culo. No era tan espectacular como las tetas, pero también lo tenía muy bien. Aunque mi objetivo no era ese, sino ir descendiendo disimuladamente hasta llegar a su empapada vagina. En cuanto la rocé, Valentina dejó escapar un gemido, pero me apartó la mano de inmediato.


Fue suficiente para mojar mi dedo en ella, para cubrirme de su esencia de mujer. No dudé en apartar un segundo sus tetas de mi boca para lamer el delicioso caldo de su juventud. Eso pareció excitarle, motivo suficiente para intentar de nuevo acceder a su rajita, pero Valentina volvió a negarme el acceso. Si me lo seguía impidiendo iba a follármela directamente.


- ¿No quieres que te toque un poquito?


- Esto lo hemos planteado como un juego, ¿no?


- Sí, como lo que tú quieras, cariño.


- Pues los juegos van por turnos, así que ahora me toca comer a mí.


Continuará...
Donde está el camping? Me voy para allá inmediatamente,mmm
 
El mejor autor de la gran página de relatos española ahora aquí. Todo un honor, maestro.
 
Qué excitado me ha dejado. Sigue con la historia
 
Una esposa corneada se venga a través de su hijo

Podría ser también sexo con maduras, y casi amor filiar. Carmen descubre que su marido le pone los cuernos con una amiga. Planea con el hijo de ésta, que su mejor amigo, que es el hijo de Carmen, se la folle. A cambio, tendrá que pagar un precio a su aliado, y acaba perdiendo el control de su plan Version para imprimir
El relato está estructurado en dos partes que se presentan juntas, para evitar que algun lector lo lea incompleto.

Parte Primera.

Todos los años, pasamos el verano en Estepona, un precioso lugar en la Costa del Sol, junto a Marbella, en una urbanización donde compramos hace veinte años un chalet con jardín y piscina, relativamente cerca de la playa, en una zona muy independiente de los vecinos, y lo más importante, tiene campo de golf, al que Alfonso, mi marido, es muy aficionado. Durante el mes de julio, él se cogía días sueltos, se quedaba trabajando en Madrid y bajaba en el AVE los fines de semana. Yo tenía la suerte de dedicarme a la enseñanza en la Universidad, y disponía de largas vacaciones estivales. Alvarito, el menor de los dos hijos que tuvo antes de enviudar, se quedaba conmigo. Nos casamos hace dieciséis años, a los tres años de morir Paz, su primera esposa, dejándole con Alfonso de ocho años, que trabajaba en Inglaterra, y Alvarito, de cuatro. Yo tenía treinta y dos cuando me llevó al altar, y él ya había cumplido los cuarenta.

He de reconocer que para sus cincuenta y seis años se conserva maravillosamente, en todos los aspectos, profesional, personal, e íntimo. En mi caso, para mis cuarenta y ocho años también mantenía un buen tipo, no era alta pero mi figura no correspondía a la típica de mi edad.

Pasamos mucho tiempo en el club de golf, él jugando y yo haciendo vida social, o jugando al pádel con amigas de la urbanización. Los fines de semana salimos en barco, de algún amigo, como Manolo, al que conocíamos de hacía tiempo en Madrid, era nuevo en esta zona. Se separó de Merche, ella se quedó con la casa que tenían en Mallorca, y ahora estaba eligiendo zona de veraneo. Alquilaron un chalet en la urbanización aconsejados por nosotros, para ver si les gustaba el sitio, antes de comprar.

Hace dos años, se casó de segundas con Alexia, una chica de treinta y cuatro años, que le estaba resultando difícil encajar con las demás esposas por la diferencia de edad, la mayoría, mayores que yo.

Su hijo Ricky era de la edad de Alvaro, diecinueve años, y amigos. Jugaban a futbol en el equipo del colegio, y ahora lo hacían en un equipo de tercera división, compaginando con hacer ambos ICADE. Julio lo pasaría en Estepona, y en agosto iría con su madre a Mallorca.

Al ser nuevos, procurábamos estar pendientes del matrimonio, porque Manolo y Alfonso eran muy amigos. A ella la incorporé al grupo de pádel, y se hizo hueco enseguida, porque jugaba muy bien. Y a Alvaro le resultó fácil integrar a Ricky a su grupo. En casa era como otro hijo, se había quedado a dormir y a comer multitud de veces. Igual que Alvaro en su casa.

Este verano me sorprendió que Alfonso venía más entre semana, que, en años anteriores, aduciendo que en el despacho había poco trabajo. Era abogado muy prestigioso y parecía raro que fuera así, porque además es un alcohólico del trabajo.

Cuando estaba aquí pasaba las tardes jugando al golf, y llegaba a veces ya cenado, aduciendo que lo hacía en el club para no molestarme. Un día, se olvidó el móvil en casa, y al oírlo, fui a responder pensando que era el mío. La llamada perdida ponía Blond. Sería un cliente. Por curiosidad vi sus llamadas y tenía varias de ese Mr Blond. Miré los mensajes y aparecían varios del tal Blond. Cuando leí uno, me quedé de piedra.

WS - Cariño estoy deseando verte, escápate hoy. Manolo no llega hasta el sábado, tenemos tiempo para nosotros.

Asustada, sabiendo que no era correcto leer sus mensajes, leí otros de esa Blond, y todos eran del mismo sentido. Y Manolo ¡era nuestro amigo!, y Blond, era Alexia, la rubia. ¡Qué hijo de puta!

La verdad es que había notado un cierto distanciamiento sexual, pero lo achaqué al stress primero, y a la distancia física después. ¡Por eso venía a menudo ahora!

Tenía que guardar la calma. Por muy cabreada que estuviera, si le montaba un número debería ser para separarme, sino debería pensarlo. Siendo abogado, con su despacho tras él, y nuestro régimen de separación de bienes, y no teniendo ningún hijo en común al que pasar pensión, no iba a salir bien parada. Pero tampoco podía consentir que se saliera con la suya gratuitamente.

Necesitaba venganza, aunque para ello tuviese que hacer daño al pobre Manolo, un inocente. Sabía que él era tan víctima al fin y al cabo como yo misma, pero sería el vehículo del que me valdría para que el castigo le llegara a la cabrona de su esposa. Quería que ella perdiera todo lo que había conseguido por su matrimonio de conveniencia, porque él ya nunca volvería a confiar en ella. Pero conocía demasiado bien a Manolo después de tantos años, y sabía que aquella noticia, le destrozaría, haciéndole aún más víctima. Tenía que pensar en algo en la que solo saliera ella perjudicada.

Estaba tomando el sol en la piscina meditando sobre qué hacer, cuando llegaron Alvaro y Ricky sudando, de haber hecho no sé cuántos kms. en la bici. Daba gusto verlos, altos y fuertes, chicos sanos y deportistas. Alvaro y yo, a cuya vida llegué con cuatro años, siempre habíamos tenido un trato de madre e hijo, aunque según se hizo mayor, acostumbrada a chicos de esa edad en la universidad, nos fuimos haciendo más colegas, sin que por eso jamás me faltara al respeto.

—Me alegro de verte Ricky ¿Qué tal lo pasas aquí?

—Muy bien Carmen. Estoy pensando alargar la estancia durante parte de agosto.

—¿No te habrás echado alguna novia?

—No, solo son rollos, no hay ninguna como tú, pero estás casada.

Siempre había tenido una palabra amable, pero no hasta ese punto.

—Si mi Alfonso la palma de tanto trabajar, serás mi primer candidato —le seguí la gracia.

No podía culparle a él de que su padre se hubiese casado con una chica veinticinco años menor. Y que no le parecería suficiente una polla sola, necesitaba repuesto, y tuvo que elegir a mi marido. Les preparé merienda porque esos chicos comían como animales, más aún después de hacer deporte. Eran dos chicos increíbles con los que cualquier jovencita caería rendida.

—Este verano vienen poco tus amigos.

Otros veranos venían con frecuencia amigos a merendar y a bañarse en la piscina; en cambio este año iban más a la de Ricky, supongo que por la novedad.

Se rieron los dos, y sonreí sin saber el origen, esperando una explicación.

—Es que les gusta más la piscina de Ricky.

—No conozco la casa, me dijo Alexia que es muy mona.

—Sí, y ella también —y se morían de risa.

—¿A que os referís? —pregunté curiosa por saber algo más de esa zorrita.

Como Alvaro tiene mucha confianza conmigo, aunque le cortaba un poco su amigo, me lo aclaró.

—Es que Alexia hace top less en la piscina, y no veas las tetas que tiene.

Y volvieron a descojonarse de risa. Yo sabía que alguno de los amigos de Alvaro, me miraban de reojo, porque se nota en las miradas. Y era una sensación agradable, de ser objeto del gusto de chicos jóvenes, y seguramente, de alguna de sus pajas. A esa edad, no paran.

—Ósea que vais por verle las tetas a su madre.

—No es mi madre. Es la mujer de mi padre.

Es diferente llegar a la vida de un niño a los cuatro años, como le pasó a Alvaro, que a los dieciocho que tenía Ricky cuando se casó su padre, y más aún, si con tu madrastra, casi podrías ir en su pandilla.

Me jodía que esta tía viniera a quitarme a mi marido, y no contenta con eso, quisiera sustituirme en los jóvenes como objeto de sus fantasías sexuales. Seguro que mis tetas no podían compararse a las de una chica de su edad, pero Alfonso me regaló una operación de pecho por mi cuarenta cumpleaños. Sin ser enormes, estaban firmes, y redondas.

Tenía que luchar contra esa zorra en todos los terrenos. Se me ocurrió una idea, que, además, dejaría momentáneamente a su marido al margen. Me fui a la piscina, me tumbé en la hamaca, y me quité el top.

Cuando llegaron a darse un baño, antes de marcharse de nuevo, Ricky fue el primero que se percató. Y noté que no le desagradaron. Dio un toque con el codo a Alvaro, que, al verme, se sorprendió, y se echó a reír.

—¡Te has picado! ¿Quieres que traiga a los chicos y hagamos de jurado a ver quién las tiene mejor de las dos?

—No quiero a más chicos, con vosotros tengo confianza.

—Pues mi voto es para ti Carmen —manifestó Ricky.

—Jajaja, que pelota —respondió Alvarito—. He de reconocer mamá que las tienes muy bonitas, pero Alexia tiene quince años menos. Serás «Miss tetas de más de cuarenta». ¿vale? —dijo antes de ir al golf, y despedirse de su amigo, que no jugaba—. Ricky, nos vemos esta noche.

Iba discurriendo una idea, para dar un escarmiento a mi marido y a esa golfa. Ricky nadaba en la piscina, y me metí en el agua con él.

—Me alegro de tener algún fan. Gracias por tu voto.

—¿Sabes que yo si he venido muchas veces por verte a ti?

—¿En serio? Que gamberros sois —le dije sonriéndole, acercándole mis tetas a su cara.

—A nuestra edad, una mujer como tú es una fantasía.

—¿Cómo yo? —seguí apretándole.

Le costó decidirse, no sabía hasta donde podía llegar.

—Tú.

—¿Más que Alexia?

—¡Mucho más! Además, ella no me cae bien.

—A mí tampoco. —Tenía que ir despacio, aunque su antipatía por ella, junto al interés que veía en mí, jugaban a mi favor. Alzando mis brazos, le dije—. ¿Me ayudas a salir?

Me sujetó de la cintura y me levantó hasta el borde. Mis cincuenta kilos, en un cuerpo de uno sesenta, en los brazos de un tío de uno ochenta y tantos, y ochenta kilos no suponían nada. Sin quitar sus manos de mi cintura se quedó parado.

—¿Estás dudando con tu voto sobre mis pechos?

Despacio, como asustado las subió y los acarició superficialmente.

—Ven más a menudo, esta es tu casa—le despedí dándole un besito sutil.

Sobre las diez apareció Alfonso, alegando que se había alargado el partido y que no me pudo avisar porque se olvidó el móvil, estaba cansado, prefería no salir. ¿Pensó en algún momento si me apetecía salir a mí? Le preparé una cena ligera, él no era de cenas copiosas. Se la dejé hecha y me fui al club, con las señoras, de cuyo grupo pensaba dar de baja como tal a Alexia.

Al día siguiente programaron una salida en barco con varios amigos entre los que iría Alexia, Manolo seguía en Madrid. Nuestros hijos se apuntaron también. Decidí no ir, no me apetecía estar todo el día pegada a esa zorrita, y nerviosa por si se cruzaba miradas con mi marido. Alegué que tenía la regla y me dolía, lo cual era cierto cuando la tenía, pero no que la tuviera.

Salí a correr por la zona, lo hacía a menudo, necesitaba descargar mi mala hostia. Cuando llegué a casa, vi merodeando a Ricky.

—¿No has salido en barco?

—Te encontrabas mal, y alguien tenía que cuidarte. Pero ya veo lo mal que estás.

Le sonreí. Mi plan funcionaba.

—Me tomé un analgésico y se alivió. ¿quieres una cerveza?

Pasó conmigo, fui a darme una ducha y a enjabonarme bien. Medité los pasos a dar, tenía que ir despacio. Salí con un bikini blanco, con braguita brasileña, que me sentaba fenomenal, y con dos cervezas.

Estaba sentado en una de las hamacas, con la mirada perdida. Cuando me vio, me miraba a los ojos como pidiendo instrucciones. Le sonreí. Iba a involucrarlo en mi plan, para castigar al putón de su madrastra.

—Gracias por el detalle de preocuparte por mí —le agradecí siguiendo mi plan.

—No es necesario, estoy encantado.

El bulto de su bañador indicaba lo encantado que estaba.

—¿Preparo un picoteo y te quedas a comer aquí? Podemos bañarnos.

Se metió de carrera, entrando de cabeza. Emergió como un león marino, resoplando agua. Yo entré por las escaleras, mi top de bikini no me permitía saltos.

—¿Hoy no te lo quitas?

Alcé mis brazos sonriéndole, invitándole a quitármelo. Se acercó a tirar de él, y juntamos tanto las caras, que creí que me iba a besar, pero no se atrevió. No sabía hasta donde le iba a permitir.

Salí de la piscina y me tumbé al sol. Él seguía en el agua, mirando. Di un paso más. Solté el nudo lateral del tanga, dejando al aire mi coñito, bien depilado como hago siempre antes de venir a la playa. ¿Qué Alexia hacía top? ¡Yo nudismo!

Salió volando, y acercó una tumbona junto a la mía. Seguía con mis ojos semicerrados, pero era capaz de verlo casi pegado. Utilicé el recurso fácil.

—¿Me das crema?

Cuando empezó a extenderla por el cuerpo, volví a descolocarlo.

—El cuerpo está moreno, las tetas son las que tengo que proteger, que están blancas.

Debió pensar que era una invitación a tocarlas. Se untó sus manos de crema, y comenzó un masajeo sobre mi pecho, como si fuera un molinillo de viento sin parar de mover sus aspas. Aunque mi única intención al iniciar mi plan, era tenderle una trampa, no podía abstraerme al placer que sentía al ver como un chico de diecinueve años me amasaba las tetas. Hasta mi mano dudó, viendo como luchaba su polla por salir al exterior, en acudir a prestarle auxilio.

—¿Te deja Alexia darle crema? —le dije sensual.

—Sabes que no. Es mi madrastra.

—Pero no es tu madre.

—¿Tú dejarías a Alvaro?

—Noooo. Pero me está gustando que lo hagas tú —le dije acercándole mi boca.

Ya no podía dudar más, cogió mi cabeza y comenzó a besarme. Su lengua era dulce e incansable, me comía la boca como nunca lo había hecho nadie.

Mi mano ya no pudo, o no quiso, contenerme más y entró a curiosear dentro de su bañador. Moví hacia adelante y hacia atrás esa polla no muy larga, pero gruesa. Seguí hablándole sensualmente. Su cara no podía negar su estado.

—¿Me imaginabas así?

—Si supieras las pajas que me he hecho imaginándote.

Desinhibido del todo, bajó su mano a mi coñito, llegando a mis labios, y sacando de mí un grito, que él creyó de dolor.

—Perdona, no quería hacerte daño.

—Vamos a reponer fuerzas y a hablar —le pedí, sin reconocerle que me había gustado tanto que, si no me alejaba, podía ceder.

Me recompuse, cogiendo mi braguita de bikini, y mi top desparramado por la piscina, nos secamos, entré a por otras dos cervezas, y nos sentamos bajo una de las sombrillas.

—¿He hecho algo mal? Dame otra oportunidad.

—Cariño, no es ese el problema. Déjame que te explique.

Seguí con mi plan. Le conté lo que yo me había sacrificado por Alfonso, por sus hijos, y como me sentía herida, al saber que me estaba poniendo los cuernos con su madre.

—¿Con Alexia? No es mi madre, que zorra. ¿Lo sabe mi padre?

—No, ni Alfonso sabe que yo estoy al tanto.

—¿Qué quieres de mí? Si era vengarte con un hombre, estoy encantado.

—En realidad pensaba darle un escarmiento a ella.

—¿Conmigo?

—En parte. Quiero que seas mi cómplice, ayudándome a conseguir que alguien se la folle, para poder ponerla en evidencia.

—¡Ostras que mente!

—Ella ha demostrado no ser fiel. Si ha podido dejar a mi marido que se la folle, podemos conseguir otra persona y obtener pruebas. Ese es mi castigo.

—¿Y yo que saco de esto?

—Castigarla. Y mi amistad.

—¿Hasta dónde llegaría esa amistad?

—¿No te estoy tratando bien?

—Quiero follar contigo.

—Estás loco. Yo no he sido infiel ni pretendo serlo. Pero he de reconocer que besas de maravilla, y aunque no pensaba llegar tan lejos, tener tu polla en mi mano me excitó.

—Si me dejas follarte, haré lo que me pidas.

—Olvídate, yo no soy infiel.

—¿Y una mamada?

Me dejó parada. ¿se consideraría infidelidad una mamada? Tenía una polla joven.

—Si me ayudas, te dejaré jugar con mis tetas cuando quieras. Si tenemos éxito, te haré una paja.

—No es mucho, pero de acuerdo. Y que la jodan también a ella —comenzó a reír estruendosamente.

—¿De qué te ríes?

—Ya sé quién se la follará.

—¿Quién?

—Alvaro, está loco por follársela. Cuando la ve en tetas, se tiene que ir al baño a pajearse.

¿Podía meter a Alvarito en ese lío? Bueno, si era él quién se la follaba, mataría dos pájaros de un tiro, la jodía a ella, y le regalaba un capricho a mi hijo. Y si encima salía a la luz, que se jodiera su padre.

—No podrás contarle lo nuestro. Tenemos que concretar un plan.

Saqué aperitivos y tinto de verano. Con la confianza que habíamos cogido, nos reíamos de sus burradas, que curiosamente, no me molestaban, mientras me besaba, y masajeaba obsesivamente mis tetas.

Cuando me lancé a la piscina desnuda, me siguió como un lazarillo. Ante su avalancha de entusiasmo, aumentado con el efecto bebidas y calor, tuve que pedirle calma, porque sin que pudiera evitarlo, me estaba alterando.

—Despacio cariño. No hay prisa.

Creí que no vendría mal involucrarlo completamente en el proyecto. Tomé su mano, la acerqué a mi coñito, y fui haciéndole un mapa topográfico de los sitios que me gustaban, marcándole el ritmo. Sin saber muy bien hasta donde quería llegar, pensé que un buen orgasmo no me vendría mal. Así que volví a requerir sus besos que sabían divinos, apoyé mi cuerpo contra el borde la piscina, y le abrí mis piernas.

Con la confianza adquirida, subió una mano a mi pecho, y con la otra fue metiendo y sacando dedos al ritmo que mis jadeos le sugerían, hasta que, sin poder aguantar más, grité mientras me corría sujetándole la mano con fuerza para que no la apartara.

Viendo el cielo, y mi coño abierto, acercó su polla a mi coño, y he de reconocer que me habría gustado que me la metiera, pero nos estábamos extralimitando del plan.

—Para, para.

—¡Estoy loco por follarte Carmen!

—Sabes que eso no entra en el acuerdo —Y ante su gesto de enfado, quise mantener su interés vivo—. ¿No te está gustando esta excursión en barco?

—¡Está siendo increíble mi capitana!

—Ahora márchate, por si acaso regresaran antes de lo previsto. Y de momento no digas nada a Alvaro.

—Ve pensando el plan. Si tardas, me cobraré un anticipo.

—De acuerdo —sonreí pensando que no me importaría ofrecerle otro anticipo.

Cuando llegaron cansados después de un día en barco, Alfonso y Alvaro, casi quemados del sol, contentos de lo bien que lo habían pasado, preguntaron interesados por mi estado, e inicialmente me sorprendieron, porque casi había olvidado la excusa que puse de la regla. Podría haberles dicho que un orgasmo me la había cortado. Pero no lo habrían entendido.

—Me encuentro mejor, pero me voy a acostar.

Durante esos días hasta el domingo que se marchaba a Madrid, traté de mantener un ambiente familiar agradable, salvo un día en el que comimos con el grupo de amigos en el que se encontraba Alexia y me costó mantener la calma, dado que nunca había sabido fingir. Tenía que reconocer que con el color del verano la zorra estaba atractiva. Quiso abrir conversación conmigo un par de veces, pero le respondí de una manera seca, sin ser cortante, y no le di opción a continuarla. Cuando veía a su marido, Manolo, mayor que Alfonso, y en peor estado físico, pensaba que se merecía la cornamenta, por buscarse una jovencita que no le correspondía, y que por su gilipollez, me hizo una víctima involuntaria.

Uno de esos días, Alvaro y Ricky pasaron por casa, mostrándose de lo más natural, sin dar pie a que mi hijo sospechara nada extraño entre nosotros. Cuando entré en la cocina a sacarles unas cervezas, aprovechando que Alvaro se tiró a la piscina, entró rápidamente, y me cogió las tetas por detrás, sorprendiéndome. Cuando me giré para recriminarle, me comió la boca, y no pude evitar abrirla. Salió dándome un palo en el culo.

—El tiempo corre —soltó como exigiendo—. Llevo a Alvaro al club y vuelvo para ver como llevas el plan.

Y salió sin más. ¿que se habría creído este cabrón? Pero tenía razón, debíamos avanzar la estrategia. La dificultad estaba en que Alvaro quedara fuera del plan general, no quería que supiera lo que estaba haciendo su padre.

Al llegar, le plantee el esquema que estaba trazando: Ricky tenía que atreverse a enfrentarse a su madre, y amenazarla con contárselo a su padre. Alexia sabía que se quedaría en la calle, y vivía muy bien para arriesgarse a perderlo. El éxito dependería de comprobar hasta donde estaba dispuesta a llegar por mantener oculta su infidelidad. A Alvaro, había que hacerle creer que estaría dispuesto a tener sexo con él, con alguna excusa creíble, por ejemplo, a cambio de mil euros, achacable a que Alexia debía dinero del juego y no podía pedírselo a su marido. Alvaro no tenía problema de dinero, porque ahorraba todo el que ingresaba del equipo de futbol, ya que su padre le seguía pagando todos sus gastos.

—¡Me encanta la idea! Anda, vamos —me besó de nuevo, metiendo la mano por dentro del bikini, queriendo volverme a oír gritar. Retiré su mano, sabiendo que si le dejaba continuar, lo conseguiría.

—¿Dónde vamos?

—A una habitación? Estoy deseando que me la chupes.

—Quedamos que podrías jugar con las tetas que tanto te gustan, y cuando tuvieras éxito, te haría una paja. No hemos conseguido nada aún.

—Eso no vale. Lo voy a hacer, pero cómemela por favor.

—No me la voy a comer.

Pensando en que no se desanimara, y reconociendo que me excitaba jugar con el chico, le ofrecí un anticipo. Sin saber que recibiría, pensaría que más valía pájaro en mano que paja volando. Lo llevé a la habitación de invitados, lo tumbé en la cama. Me quité mi top ante sus ojos extasiados, me eché a su lado, y le ofrecí disfrutar de mis tetas, a la vez que yo lo hacía con sus caricias. Me sentía tan dentro de mi papel de provocarlo, que deslicé su bañador de entre sus piernas, admirando su joven polla en posición de firme al quedar al descubierto. Despacio, muy despacio, fui acariciando esa preciosa polla. Cerré los ojos y pensé que, si no tuviera un sentido de la fidelidad tan firme, después de joder a la zorra, en todo el sentido de la palabra, me gustaría recibir esa polla de premio, dentro de mí. Alfonso se merecía que le pusiera los cuernos. Imaginarme ese pollón dentro, fue excitándome de tal forma, que, con la mano libre, deslicé mi tanga, y llevé mi mano libre a tocarme. Al verme totalmente desnuda, y masturbándome, su polla se estiró aún más si eso era posible, y acompañó su mano a la mía, masajeándome en un concierto a dos, piano, piano, recordando las instrucciones que le di en la piscina el día anterior.

Con toda su ternura, acercó su boca a la que me estaba aficionando, y percibiendo mi excitación, aceleró el movimiento de su mano en mi coñito, a la vez que yo aceleré el movimiento de la mía deslizándose por su polla, que empezó a expulsar petróleo blanco, y siguió haciéndolo a la vez que yo disfrutaba del orgasmo, sin dejar que nuestras bocas se separaran. ¡Qué dulce era este niño!

—¿Te ha gustado? —le pregunté con mi voz entrecortada.

—Eres divina, haré lo que me pidas.

Pasaron algunos días y el domingo, después de desayunar, Alfonso y Alvaro fueron a jugar al golf, estarían fuera hasta la hora de comer. Daba gusto verlos juntos, aunque había fallado como marido, como padre era ideal.

Debía avanzar. Llamé a Ricky para ponerle al corriente, y por qué no, esperar que me reclamara otro anticipo. En media hora llamaba a la puerta, que le abrí desde la cocina. Entró sonriente, pensando que ya estaba todo conseguido.

—¿No me das un beso? —se rió al entrar, mostrando ya mucha confianza.

Le besé en la boca, dejándole un mordisco en sus labios al separarnos, para que se acordara de mí. Quería mantener su interés.

—Vamos a repasar el plan, que no tenemos todo el día.

Era clave que fuera capaz de transmitirle el riesgo a su madre, para que ella sintiera el miedo. Propusimos varias opciones y finalmente sugirió que le diría que me encontró llorando. Cuando quiso consolarme, acabé hundida, confesando que sabía lo que mantenían Alfonso y ella, enseñándole mensajes de móvil y multitud de llamadas. Él consiguió convencerme de que me calmara, porque estaba dispuesta a montar un escándalo. No quería que su padre sufriera al enterarse. La solución estaba en que Alvaro accediera a mi móvil, y eliminara las pruebas. Conseguiría que Álvaro lo hiciera, si ella accedía a follárselo, porque era el sueño de su vida. Podría pensar que era una ampliación de follarse a su padre. Y para Ricky sería la forma de devolver un favor tremendo a Alvaro, que se la había jugado por él en un examen de la carrera.

—Me parece muy bien, si lo explicas bien, puede funcionar —reconocí la brillantez de su idea.

—Me alegro. Creo que me he ganado otro anticipo.

No podía negar que se lo había ganado. Y yo también, porque sin serle totalmente infiel, me encantaba recibir las caricias de este chico. Volvimos al dormitorio de invitados, nuestro nido de amor. En la cama, procedimos de la misma manera, todo marchaba bien, según indicaban nuestros jadeos. Cuando la tenía bien dura, y pensé que vería salir petróleo blanco de nuevo, se rebeló.

—Quiero que te la metas en la boca —susurró.

—Habíamos quedado en …

Sin dejarme terminar, con una cierta violencia, llevó mi cabeza a su polla, y me la metió entera. Tuve que pedir que aflojara porque me hacía daño en el cuello, y en la garganta. Soltó y me dijo con un tono que había pasado, de suplicar a ordenar.

—Hazlo a tu ritmo, ¡pero cómetela!

Noté un cambio en su carácter, que no quise averiguar hasta donde estaría dispuesto a llegar. Y pensándolo bien, estrategias al margen, me apetecía mucho metérmela en la boca y jugar con ella.

Mostré sumisión, me subí sobre él, que yacía en la cama, a la vez que le miraba con su polla en mi boca, suplicándole que yo también quería otro anticipo. Llevé su mano a mi coño, abriéndole dos deditos, e introduciéndomelos. Estaba tan ausente disfrutando de su masaje en mi clítoris, que no vi llegar el chorro de leche que me obsequió y que, por primera vez en mi vida, me tragué. Retiré la boca sorprendida, pero comprobé que no me desagradó. Cuando acabó de expulsar líquido, la volví a meter en mi boca, y la repelé con la lengua mientras con mis manos apretaba sus huevos, como si de esa manera acabara con lo que quedara dentro.

—Ya no habrá más anticipos hasta que no vea una foto de ellos follando.

Durante la comida con mi esposo e hijo, previa a la marcha de Alfonso a Madrid, charlamos distraídamente de las cosas que íbamos viviendo, y me comentaron sobre un campeonato de golf que haría Alvaro esa semana, y para el que quería estar presente. Cuando le pregunté sobre su regreso, respondió.

—Si consigo resolver todo, seguramente el jueves. Así podré seguir toda la competición de Alvaro, está jugando muy bien, y tiene posibilidades.

El lunes me llamó Ricky para ponerme al día. Su madre, tras discutir acaloradamente más de una hora, asustada seriamente, había consentido finalmente en tener sexo sin penetración.

Ya lo había hablado con Alvaro, a quién le puso la excusa de sus deudas del juego, y le pareció genial poder follársela. El martes, lo invitaron a comer, para ir intimando un poco antes de hacerlo, y que no resultara tan frio. Después de la comida Ricky recibiría una llamada mía, y él alegaría que se había olvidado que tenía que estar en un sitio sin falta y se marcharía. Al quedar solos, ella se lo llevaría a la habitación de Ricky, donde había colocado una micro cámara IP que podríamos seguir por el móvil, porque él le pidió a su madre que lo hiciera en su habitación, quería imaginársela a ella con él, cuando durmiera allí.

¡Por fin iba a tener pillada a esa hija de puta! Y Alvaro, sin esperárselo, se llevaría el premio que soñaba, gracias al cabrón de su padre, y a la habilidad de su madre. Después tendría que hacer cuentas con Ricky. Me iba a dar pena, finalizar nuestra relación profesional, porque ese niño conseguía excitarme. Hasta había fantaseado con que, en uno de esos anticipos, en la cama de la habitación, volviera a enfadarse, y me obligara a dejarme follar.

Parte segunda

El martes se despidió Alvaro cariñoso y simpático, avisó de que se quedaba a comer en casa de su amigo, y le di recuerdos para su madre. «Y también le das bien fuerte».

A la hora convenida, llamé a Ricky como habíamos quedado, y me respondió alterado, diciendo que se le había olvidado y que salía inmediatamente, la excusa convenida para que no sospecharan nada. Se estaba comportando como un magnífico actor. En diez minutos estaba en mi casa, excitado. Cuando me senté para ver el espectáculo me dijo que ahí no.

—Es una escena íntima, vamos al dormitorio.

En el fondo tenía razón. Nos fuimos dentro, donde colocó un soporte en el que dejar el móvil, a través del cual vimos que ellos aún no habían entrado a la habitación de Ricky. Se desnudó, me pidió con la mirada que también lo hiciera, y recordando su genio del último día, no necesitó más. Me abrazó como si fuéramos a ver una película, y me dio un beso de cariño. Parecíamos una pareja que iba a ver una peli el domingo por la tarde. Con la mano que tenía más cercana, fue acariciándome mi coñito, que se estaba acostumbrando al tacto de sus dedos. De repente, los vimos entrar en la habitación. No teníamos sonido. Pero vimos como ella se detenía ante él, y se quitaba primero el top, y se acostaba reclamando que se acercara.

Mi Alvaro estaba casi bloqueado. Me habría encantado decirle al oído, vamos hijo, que tu puedes. Llevaba puesto solo el bañador. Al acercarse, ella se lo bajó dejando a la vista una polla que no imaginaba, mayor que la de Ricky. Ella sonrió y le dijo algo que no oímos. Comenzó a jugar con ella, mientras él le tocaba extasiado las tetas. De repente el enorme trancazo de Alvaro desapareció en la boca de Alexia, que, por su pericia, debía llevar muchas pollas comidas. Mi pobre Alvaro temblaba, y su cara hacía todo tipo de gestos de placer.

Mientras contemplábamos extasiados la escena, Ricky y yo nos íbamos a su vez acelerando. Él, viendo a su madre comerse la polla de su amigo, y yo viendo como la misma boca que se comía la polla de mi marido, ahora se comía la de mi hijo. Los dedos de Ricky iban introduciéndose cada vez más en mi coño que los recibía tembloroso. Yo pajeaba con más fuerza su polla, a la que le estaba cogiendo gusto.

Nos sobresaltó ver que Alvaro le quiso quitar la braguita y ella se negó. Discutieron un poco hasta que ella se las bajó, Alvaro se giró sobre sí, y comenzó a comerle el coño, mientras ella la metía y la sacaba de su boca como estuviera comiéndose un helado. Joder que cabrón, no se la quería follar todavía.

Ricky me miró, como diciendo. ¿Les imitamos? Yo callé, pero mis ojos no. Se giró y dejó su polla al alcance de mi boca, y la suya quedó a las puertas de mi coño. La primera sensación que sentí al desplazar su lengua por mis labios fue eléctrica. Acerqué mi coño a su boca, me cogió con las dos manos, y me apretó contra él. Yo casi muerdo su polla del calentón que me estaba dando. Nos olvidamos de la cámara, de todas formas, lo estaba grabando, y nos concentramos en nosotros.

—Si, si, cómemelo cabroncete. Chupa fuerte.

Al terminar, le urgí a que se marchara rápido por si venía Alvaro.

—Alvaro tenía que ir al club, a ver algo del campeonato, pero lo voy a llamar, para asegurarme.

Efectivamente hablaron unos minutos y colgó.

—Ha ido a dar unos golpes.

Pusimos el video donde nos habíamos «desconectado». Se estaban marcando un sesenta y nueve de manual. Y Alexia, parecía disfrutar de «verse obligada» a hacerlo. Se despidieron cariñosos y al salir de la habitación, Alvaro miró a la cámara, sonrió, y mandó un beso.

—¿Qué ha sido eso? ¿Sabía que le grababas?

Sin responder, cogió el móvil, lo manipuló un poco y me mostró unas imágenes.

—Nooo. Cabrón ¡nos has grabado a nosotros también!

—Mira y disfruta.

Vi pasar las imágenes que podrían destrozar mi vida. Y no reconocí mi cara cuando me metía su polla en la boca, y menos cuando me comía el coño. Qué cara de golfa. Me debió ver asustada.

—Tranquila. No va a ocurrir nada. Mi madre me dijo que accedía, pero con una condición. Que no hubiera penetración, esa fue la discusión que mantuvieron. Alvarito no sabía esa condición, porque a lo mejor no habría accedido. Pero sí está al tanto de nuestro plan. Tenía tantas ganas de follarse a mi madre que accedió.

—¡Qué cabrón!

—Cree que su padre se lo tiene merecido.

—¿Y ahora que pensáis hacer con los vídeos?

—Son nuestro seguro. Mi madre tendrá que follárselo de verdad.

—¿Y yo?

—Tendrás que dejarte de pajas y mamadas, y follar de verdad. He visto que progresas, pero no acabo de confiar en ti.

Tenía razón que dudaba. Alfonso se merecía que me dejara follar por ese chico, pero nunca le había sido infiel. Nos tenían pilladas por los mismos. Había dado la vuelta a mi plan, y ahora era su plan. Cuando llegó Alvaro a cenar, casi no me atrevía a mirarle a los ojos.

—Mamá, no te voy a negar que me sorprendió todo. Pero sé que solo querías darle un escarmiento a Alexia. Y papá, al que sabes que adoro, se lo merece por jugar a casanova.

—No calculé las consecuencias.

—Yo me alegro de tu plan, tenía unas ganas tremendas de follarme a Alexia.

—¿A cambio de entregar a tu madre?

—No te entregué yo, te ofreciste tu sola. Pero me alegro. Mañana he invitado a Ricky y a su madre a comer aquí.

—¡No la quiero ver en mi casa!

—Relájate, vamos a pasar un bonito día de piscina, los cuatro.

Esa noche me costó conciliar el sueño. Había metido a mi hijo en una situación de la que no podría sentirme orgullosa. Y no sabía si Ricky sería de fiar, con el uso de los vídeos, con tantas historias de videos circulando por las redes sociales. Quería creer siendo sus madres, no se atreverían.

Álvaro me ayudó a preparar todo. Hice una ensalada y saqué una carne para pasar a la plancha sobre la marcha. No quería estar metida en la cocina, cuando ellos vinieran. Llegaron a la una, él sonriente, triunfante, ella con semblante serio. Después de enfrentarse a su hijo, ahora tenía que sostener la mirada ante mí. Si bien era cierto que, si ella se había cepillado a mi marido y comido la polla de mi hijo, yo no era totalmente inocente. Respetaba a su marido al que no quería ni regalado, pero también le había comido la polla a su hijo.

Ellos trataban de que pareciera una reunión de amigos. Pusieron música, sacaron cerveza, hablaban, trataban de animarnos. Era evidente que dominaban la situación.

—Venga animaros, hace un día precioso —decía Ricky en voz alta—. Y quitaros ya esa camiseta Alexia, y tú Carmen, quítate ese pareo.

Como corderitos las dos obedecimos. El bikini que lucía ella no se lo había visto. ¿Quería estrenar encima bikini? Tenía un cuerpo bonito, claro que yo a su edad también estaba así.

—Venga, vamos todos a darnos un baño —reclamó Alvaro desde el agua.

Entramos las dos juntas, en ese momento habíamos dejado de ser rivales. El azar, y nuestros hijos, nos habían hecho victimas simultáneas de su chantaje, lo que nos hacía sentirnos unidas.

—Os vamos a enseñar una peli.

Ricky me separó a mí y en un lateral de la piscina, tomó su móvil y me mostró nuestro vídeo. Alvaro le mostró a ella, el de ellos.

—¿Qué queréis?

—Creemos que habéis salido un poco nerviosas, podéis dar mucha mejor imagen ante la cámara. Queremos repetir la toma.

—¿Y ya está? —respondí aliviada.

—Con un pequeño cambio en el guión.

Las dos nos miramos sabiendo lo que estaban queriendo decir.

—Dadnos un momento —les pedí, llevando la voz cantante de las dos.

Me llevé a Alexia a una esquina de la piscina, hablamos, no tenía sentido negarnos. Al menos, trataríamos que poner un límite.

—De acuerdo. Con una condición: no hay más vídeos, y nos juráis que estos se destruyen.

—¿Y qué ofrecéis? Os escuchamos.

—Lo que queréis … podréis follarnos —respondí yo.

—¿Un polvo y ya está? El acuerdo debe ser válido por todo el día de hoy.

Nos miramos las dos. Asentimos.

—Todo el día —respondió Alexia regalando una sonrisa por primera vez.

—Pues empecemos a celebrarlo. Voy por cervezas. No quiero ver ningún top a mi vuelta—gritó Alvaro, que se había venido arriba.

Total, ya nos habían visto los dos las tetas. Empezó ella, y la seguí yo, lanzamos al aire los tops riéndonos. Cuando llegó Alvaro con las cervezas, del movimiento generaron presión, y al abrir la suya Ricky, enfocó el chorro sobre mí, llenándome de cerveza la barriga.

—Ahora me la voy a beber a morro —dijo saltando sobre mí y chupándome toda la barriga y subiendo a las tetas.

Alvaro agitó repetidas veces su bote, y lo abrió contra Alexia procediendo con el mismo ritual. Le comía sus tetas delante de mí. Se había roto el hielo, nos hacíamos aguadillas, Ricky me subió sobre sus hombros y me lanzó contra Alvaro, que no pudo evitar al sujetarme, cogerme las tetas. Nos miramos sonrientes.

—Hay límites ¿eh? —le dije sin enfadarme.

—Fue sin querer.

Alexia también estaba ya relajada, seguramente pensaría que había ganado en el cambio, de un cincuentón, a un potro incansable.

Salimos del agua para picar algo, el ambiente ya era distendido, nos habían llevado a su terreno, con la música, las guarradas que decían, sus risas y la naturalidad con la que se lo tomaban.

Alvaro comenzó a comer carne cruda de los morros de Alexia, mientras Ricky y yo pasábamos la carne por el fuego, recibiendo toques en el culo, como anticipo de una siesta de escándalo me susurraba, a la que no solo no veía reparos, sino que la esperaba excitada.

Abrimos una botellita de vino Verdejo, muy frío que cayó antes de empezar la ensalada. Lo pasábamos fenomenal, abrimos una segunda botella, que entraba tan fácil que la terminamos antes de empezar con la carne. En casa nunca faltaban bebidas, y con la carne que estaba tan tierna, abrimos la tercera. Ya nadie hubiera dicho que estábamos «obligadas». Eran unos chicos gamberros pero divertidos, disfrutando de lo que para ellos era solo una travesura. Alexia y yo habíamos alcanzado en dos horas la complicidad, que en un año anterior no conseguimos.

Cuando saqué una tarta de helado, que a Alvaro le chiflaba, Ricky esparció con los dedos lo que pudo coger, sobre mis pechos, y acto seguido me los lamió. Alexia que andaba bajo los efectos del vino, cogió a su vez con los dedos otra porción y se lo restregó ella misma por sus pechos, invitando a mi Alvarito a que se comiera el helado sin manchar plato.

Álvaro sacó unos chupitos de orujo, que sirvió en cuatro vasitos. Brindamos los cuatro, bebiéndolos de un trago.

—¡Por nosotros! —gritó Ricky—. Y por el polvo que le voy a echar a Carmen. Vamos —me dijo, y dándome la mano, nos metimos a la casa, y nos dirigimos a la habitación que habíamos ocupado siempre.

Anestesiada por el efecto del vino, y del chupito, no entré nada preocupada. Parecía todo natural.: que me comiera las tetas delante de Alvaro, y ahora decirles, hasta luego, que voy a echarle un polvo a tu madre. Ya no era el momento de pensar en nada, sino de disfrutar lo que había.

Me senté en la cama, le bajé su bañador, y jugando con su polla, también anestesiada por el alcohol, le hablé.

—Pollita, tienes que espabilar si quieres que la tita Carmen te lleve dentro de ella.

Con la confianza que le tenía, comencé a acariciarla, besarla, agitarla mientras le hablaba, y ella, toda solícita, reaccionó elevando su tamaño, y su firmeza.

Me desnudé, me tumbé y lo esperé. Se montó sobre mí, y ahora que tenía su polla bien tiesa, le fue fácil encontrar la entrada. Abrí mis piernas, y al sentir, que se deslizaba por entre mis muslos como un torpedo listo para ser expulsado, le apreté contra mí, para encajarla entera.

—Ya tienes lo que querías, cabrón. A ver lo que sabes hacer.

—Tú también lo querías, cuando cogiste mi polla por primera vez.

—Sí, me habría dejado follar sin extorsión.

—Ahora disfruta. Tengo que aprovechar mi bono de veinticuatro horas.

Aunque he de reconocer que no parecía muy experimentado, si era potente. Con un movimiento único y sencillo, subía su pelvis, metiendo y sacando su polla de mi cofre. Si había un tesoro lo iba a encontrar, porque no paraba. Supuse que el alcohol le hacía retrasar su eyaculación, lo que me hacía disfrutarlo más. Oí unos gritos en la habitación de Alvaro, un cabecero contra la pared, y a ella gemir a lo bestia. Así me gustaba hijo, tenías que dejar en buen lugar a la familia. Después de mil embestidas, y dos orgasmos míos, Ricky consiguió correrse, quedando tendido con un dolor de huevos de tanto retener.

—Te ha costado ¿eh?

—No quería correrme, quería aguantar. Que bien follas Carmen.

—El primero nunca es el mejor, pero te has portado bien. Ahora descansa, podemos mejorarlo.

El mejor invento del verano es una siesta. Dormir abrazada a un semental joven tiene la ventaja de que no ronca, y que, tras un ligero descanso, vuelve a estar preparado. Desperté sintiendo la presión de su polla en mi culo. El angelito aún dormido, había cargado su arma. Tenía que cumplir las órdenes de nuestros chantajeadores para no enfadarlos. Lo giré boca arriba y comencé a jugar con su polla en mi boca. No teníamos prisa, ya habíamos puesto las cartas sobre la mesa, solo se trataba de disfrutar. Cuando supe que la tenía «al punto» me monté sobre él, la dejé en la boca de mi puerto, e inicié un lento trote sobre mi potro. Conforme avanzaba el ritmo de mi paso, mi vagina se iba humedeciendo, su polla se iba introduciendo más y más, hasta que debí disparar un resorte y el muerto abrió los ojos. Lo había resucitado a la vida.

—¿Qué haces? —preguntó entre risas aun dormido

—Cumplir el pacto. Follar sin parar durante todo el día —le dije sin dejar de follármelo.

—El término sin parar, no figuraba.

—Porque no leíste la letra pequeña —sonreí. Si era infiel, que más daba una vez, que ciento.

Estaba tan excitado como yo, y dejó de divagar, apuntándose a la fiesta, empujando a la vez, y besándome la boca como solo él sabía hacer. Que placer correrse con ese animal, mientras me besaba.

Salimos a la cocina a merendar, y preparé unos zumos de fruta que sabía que a los dos les encantaban. Al ruido de la Thermomix, apareció la otra parejita somnolientos, con cara de felicidad.

A esa hora, en un lado de la piscina ya no daba el sol, y se estaba muy fresquito. Nos sentamos los cuatro charlando como dos parejas convencionales, sin discusiones, riendo. Son dos chicos muy cultos y con buen criterio para opinar. Respetuosos con la gente, y de una mentalidad muy abierta. ¿será nuestra generación la equivocada? Alexia estaba muy cerca de ellos en gustos musicales, y en experiencias vividas por su edad, aunque por su responsabilidad de familia se encontraba más próxima a mí, pero los cuatro aceptábamos las opiniones de los demás con respeto.

Sobre las ocho, pusieron música caribeña, y Alvaro demostró con Alexia que sabía bailarlas muy bien. Yo me quedé en la época del baile rockero.

—Ven conmigo, déjate llevar —me dijo Ricky sacándome a bailar.

Tardé muy poco en perder la vergüenza e intentar seguirlos, y reconozco que me pareció divertido. A Alexia, muy metida a esas alturas en el papel de víctima, se le ocurrió una idea.

—Chicos, aunque os habéis aprovechado de nosotras, por mi parte reconozco que después os estáis portando fenomenal. Incluso más que fenomenal —interrumpió riendo mirando a Alvaro—. Qué os parece si aprovechamos que nuestros maridos no nos sacan nunca, nos arreglamos todos bien guapos, nos vamos a cenar a un sitio bonito, tomamos una copa, bailamos, y luego dormimos cada una de nosotras en su casa con su pareja agradeciéndoos que nos hayáis llevado de fiesta, haciendo una despedida de este precioso día con broche de oro.

A las nueve pasamos en mi BMW 320 a recogerlos. Alvaro y Ricky se habían puesto pantalones chinos, que les quedaban como un guante, y Alvaro una camisa de lino blanca preciosa. Ricky un Polo Ralph Loren azul claro. Alexia llevaba un vestido de flores muy veraniego con cinturón, con un escote atrevido. Subida en diez centímetros de tacón. Preciosa. Yo elegí un top negro que me permitía no llevar sujetador, y un pantalón negro ceñido que remarcaba mi culito, y zapato oculto por el pantalón tan alto como el de ella.

Reservamos en una terraza de Puerto Banús, queríamos presumir de hombres. Cada uno estaba con su hijo, proporcionándonos una coartada familiar perfecta.

Nos sentíamos felices los cuatro, consciente a esas alturas de que no hacíamos nada malo, porque Manolo, el padre de Ricky se lo había buscado por casarse con una chica tan joven, y Alfonso, mi marido, se lo merecía por ponerme los cuernos. Y dentro de lo que cabe, todo quedaba en familia.

Aunque insistimos en invitarles, se empeñaron en pagar ellos, porque no se sentían gigolos. Después fuimos a bailar a Seven, un ambiente glamuroso, internacional e intergeneracional, donde podíamos pasar por parejas, sin que nadie se inmutara.

Tenían ritmo bailando, y estaban eufóricos, ni en sus mejores sueños imaginaban que este verano se iban a follar a dos mujeres como nosotras. Como suele ocurrir en estas ocasiones, aparecieron unos amigos suyos, uno de ellos Marcos, de la de la urbanización, al que conocía de otros veranos, un poco mayor que ellos.

Nos saludaron, piropeando lo guapas que lucíamos, ensalzando que tuviéramos un ánimo tan marchoso para salir con nuestros hijos de fiesta.

—No te conocía de esta forma, eres la más mujer más atractiva de la disco —Me dijo Marcos.

Estuvieron bailando alrededor nuestro un rato, pensando que quizás querríamos pasar de nuestras parejas, sin saber que estábamos encantados con ellos, y que esta noche nos iban a follar.

Sobre las dos, les propuse retirada, quería llegar con tiempo de disfrutar de mi última noche.

Dejamos primero a Alvaro y a Alexia, dándonos los cuatro abrazos y besos. Nos dirigimos a mi casa nosotros, con Ricky jugando con mi entre pierna, como si necesitara de juegos cuando llegáramos.

Desde el garaje nos dirigimos a mi dormitorio. Esa noche era mi hombre, el hombre de la casa. Quería que me follara en el mismo lecho que el hijo de puta de Alfonso lo hacía. Salí sin nada del baño, él ya estaba completamente desnudo y con una erección interesante, aunque la había visto en mejor estado. Empezó un acercamiento por el cuello, sabiendo lo que me excitaba. Mientras recorría con sus manos todo mi perímetro. Mis pechos liberados del top opresor de la noche, disfrutaban de su libertad, y de la humedad de su lengua. Cuando esperaba que me tumbara en la cama, me cogió por los muslos y me levantó contra la pared del baño. Joder Ricky me vas a traspasar pensé, pero no pares. ¡Qué manera de empujar!

—Cabrón, vas cogiendo confianza

—Y tú, estás ya liberada.

—Del todo. Deseando que me empotres.

Cuando sus piernas no podían aguantar más, sin dejarme tocar el suelo me lanzó a la cama, me cogió por detrás forzándome a subir las rodillas, dejando mi culo a su merced.

—Por detrás no, Ricky. Me da miedo.

—No pensaba hacerlo, solo quería entrar en tu coñito por la puerta de abajo, y apretarte el clítoris hasta que grites de placer.

No había nadie en casa, podía gritar lo que quisiera, y ese cabrón me hacía vibrar hasta la campanilla de la garganta. Sentir su polla empujando, rozando mi clítoris, mientras me sujetaba por las dos tetas, era algo que no había vivido nunca.

—No te corras todavía mi vida, quiero que me tengas así toda la noche.

Incluso para una máquina de diecinueve años, toda la noche es un espacio de tiempo demasiado alargado. Lo que no recuerdo es en que momento me quedé dormida.

La mañana sonaba a despedida, después de desayunar, nos besamos, con un abrazo sentido. Llevaba solo un camisón de verano, sin nada más. Al notar su pecho apretando mi pecho, su mano se deslizó abajo y encontró la gruta sin llave, se me había olvidado cerrarla con bragas.

—¿Me dejas echarte el último?

—Supongo que estamos dentro de las veinticuatro del acuerdo. Date prisa antes de que venza.

Me subí sobre el borde de la mesa de la cocina, me abrí bien, para que mi Ricky no sufriera, y me dejé tomar por él. Le ofrecí mi boca, me volvía loca que me besara mientras me empotraba. Iba a echar de menos sus besos.

—No quiero que sea el último —me dijo sincero—. Ni que te sientas obligada.

—No me he sentido obligada. Dejemos pasar un tiempo ¿vale?

Pasados unos días, Alexia, que ya había terminado con Alfonso, y yo, que nos habíamos terminado de hacer «íntimas» amigas, coincidimos en el club, con Marcos, el chico que nos encontramos en la disco Seven, con dos amigos, y se paró a saludarnos.

—¿Dónde está Alvaro? Hace tiempo que no lo veo —me preguntó.

—Se fue a Mallorca con Ricky a pasar unos días.

—¿Habéis vuelto a bailar a Seven?

—Ya no tenemos quién nos lleve, nuestros maridos no son de bailar—le dije con toda la intención.

—Pues se os veía muy divertidas bailando. Cuando queráis volver, me encantaría.

Nos miramos Alexia y yo, riéndonos. Me habló al oído.

—Dice Alexia si tu amigo el rubito, también baila.

Habló con él, un momento, un chico al igual que Marcos, algo mayor que mi hijo, pero de complexión similar. Vino directamente, a presentarse.

—Soy Rubén. Y me encantaría unirme al grupo —sonrió.

Se me ocurrió una idea, estábamos preparando un torneo en el que íbamos a jugar de pareja Alexia y yo. No llamaría la atención que jugáramos juntos, y así los tanteábamos como personas.

—¿Jugáis al pádel?

—Yo soy buenísimo. Rubén también juega.

—Tenemos un campeonato la semana próxima. Podemos quedar para un partido de entrenamiento ¿Qué os parece?

Se marchó dejándome su número de teléfono, y guiñándome un ojo. Ricky y Alvaro habían abierto un melón, y ahora alguien se lo tenía que comer.
 
Cuando era pequeño me explicaban en el colegio de monjas cosas de buen cristiano, como que los sodomitas arden eternamente en el infierno y que el sexo solo se podía hacer dentro del matrimonio y con fines reproductivos. En aquel momento me parecía que tenía todo el sentido del mundo, hasta que tuve la oportunidad de follarme por primera vez a una hembra y mi visión cambió por completo.


No me veía capacitado para rebatirles a las monjas todas esas creencias a las que habían dedicado su vida entera, pero me parecía evidente que ese Dios en el que tanto creían no había hecho que el sexo fuera tan placentero sin ningún motivo. Es más, estaba convencido de que la única posible prueba de su existencia era que hubiese puesto a nuestra disposición esa maravilla.


Como suele suceder, ese intento de adoctrinamiento se les volvió en contra y me convertí en una especie de estandarte del amor libre. Ya desde muy joven todo el que me conocía sabía que no se podía contar conmigo si no era para follar. Se convirtió en una obsesión, aunque nunca lo vi como algo malo, ya que solo quería divertirme.


Nunca sabré si fue ese supuesto Dios el que me dio la gracia natural con la que solía conquistar a la gente, si le debía el haber heredado la belleza de mi madre y que mi padre estuviera forrado. En cualquier caso, todas esas virtudes facilitaron mucho que pudiera dar rienda suelta a ese impulso sexual que me dominaba.


Siempre tuve claro que me gustaban las mujeres, cosa que agradecía, porque me parecía que la mayoría estaban buenísimas, pero tenía la espinita clavada de no poder disfrutar de la experiencia el sexo por completo, ya que las pollas no me atraían nada. Aunque respetaba todo tipo de práctica, la homosexualidad no iba conmigo.


Fue el dinero de mi padre lo que me permitió no dedicarme a nada en concreto una vez que terminé el instituto. Simplemente iba de un lado para otro, tratando de divertirme lo máximo posible, conociendo a gente, sobre todo chicas, con mis mismos intereses. Fueron años espectaculares, de no parar de meterla casi en ningún momento.


El desfase llegó hasta tal punto que, sin llegar a aburrirme, empezaba a necesitar cosas distintas. Fue entonces cuando conocí a Gema, que era, con total seguridad, la muchacha más guapa que había visto en mi vida. No me enamoré de ella, ya que yo no estaba hecho para eso, pero necesitaba que fuese mía como nunca antes lo había deseado con otra mujer.


- ¿Puedo invitarte a cenar?


- Tenemos amigos en común, Bernabé, sé el tipo de persona que eres.


- ¿A qué te refieres?


- Solo buscas sexo, pero a mí eso no me va.


- ¿Y qué es lo que te va? Yo me adapto si así me permites gozar de tu compañía.


- Soy una chica formal.


- Las chicas formales también follan, te lo aseguro.


- No en la primera cita... ni en las diez siguientes.


- ¿Por qué te privas voluntariamente de lo mejor que tenemos?


- Ni de coña es eso lo mejor.


- Dime otra cosa que sea tan placentera o buena para la salud y encima sea gratis.


- Así no me vas a convencer en la vida.


- ¿Eso quiere decir que existe un modo de convencerte?


- Invítame a esa cena y veremos cómo te comportas.


Es de un rincón de mi cabeza una voz ni gritaba que no merecía la pena perder el tiempo, que podía estar con la que ve diera la gana, pero gema me ponía muchísimo, tanto como el reto de llevarme a la cama a cualquiera que se hiciese la duda. Sabía por experiencia que para mí no había imposibles, que todas acababan claudicando.


Probablemente fue eso lo que desencadenó algunos de los acontecimientos más importantes de mi vida. Si Gema hubiese aceptado follar esa misma noche lo más seguro era que me hubiese cansado de ella al momento y ya no la quisiese volver a ver. Pero sus insistentes negativas fueron clave para que me comenzara a interesar más allá de lo sexual.


Para cuando al fin aceptó abrirse de piernas yo ya había desarrollado hacia ella lo más parecido al amor que podía sentir. Sabía que seguía sin estar enamorado, ya que veía al resto de mujeres aún con deseo, pero el miedo a perderla a ella consiguió que durante bastante tiempo mantuviera la polla guardada en su sitio.


Con Gema estaba descartada cualquier posibilidad de mantener una relación abierta, de vernos de vez en cuando con otras personas o de hacer tríos. Eso me quemaba bastante. Tanto, que pasado un año ya no me compensaba el estar con ella. Hasta que mi insistencia en no utilizar preservativo tuvo serias consecuencias.


- Bernabé, estoy embarazada.


- Vaya... te va a tocar abortar.


- De eso nada, mis creencias me lo impiden.


- ¿Qué creencias?


- Sabes que yo también fui a un colegio de monjas.


- Ya, pero todo el mundo sabe que eso es un engañabobos.


- Pensaba que habías cambiado.


- Y lo he hecho, pero no tanto como para ser padre.


- Pues lo vas a ser, y más vale que cumplas con tu responsabilidad.


De haber dependido de mis sentimientos hacia Gema, la hubiese abandonado sin dudarlo, pero decidí que ya había llegado el momento de mostrarme responsable por una vez en mi vida. No solo acepté el reto de ser padre, sino que me vi obligado a casarme con ella por presiones familiares.


Increíble, pero cierto. Pese a mi trayectoria, a los veinticinco años ya estaba casado y era padre de un bebé al que Gema se empeñó en llamar Alonso. He de decir que, al contrario que a su madre, al niño sí que lo quería. Ese fue el único motivo por el que no me fui de casa, aunque no era tan poderoso como para que no empezara a hacer de las mías.


Dos años con una única mujer era mucho más de lo que pensaba que iba a aguantar. Tratando de descuidar lo menos posible mis labores como padre, empecé a salir de casa con poniendo excusas y acababa en la cama de cualquier tía que quisiera un buen revolcón. Fue todo un desahogo, como si volviera a nacer.


Pero Gema de tonta no tenía nada y sabía lo que hacía cada vez que me ausentaba. En aquel momento ya no quedaba nada de lo que ella hubiera podido sentir por mí, solo le interesaba el dinero que, gracias a mi padre, aportaba a ese hogar. Tratando de asegurarse de que no me fuera de manera definitiva, decidió aumentar la frecuencia de nuestras relaciones.


Yo nunca le decía que no a un polvo, aunque el embarazo había causado estragos en el cuerpo de Gema. Aun así, me la follaba siempre que tenía ocasión y nuestra relación se convirtió en una especie de partida de ajedrez. Ella me daba sexo para retenerme y yo lo aceptaba, porque seguía sin querer irme de esa casa para no alejarme del niño.


Mi primer movimiento táctico fue imponer el preservativo, lo último que quería era tener más ataduras. Pero ella, que, como ya he dicho, era muy inteligente, encontró la manera de volver a quedarse embarazada. Que me la jugara de esa manera solo hizo que empezase a despreciarla, que viera claro que mi futuro no podía seguir ligado al de ella de ninguna manera.


Esperé a que volviera a dar a luz, en esa ocasión, a una niña a la que me empeñé en llamar Valentina como mi abuela, únicamente para que se impusiera mi criterio. Fue entonces, al asegurarse una buena pensión, cuando Gema me dijo que no podíamos seguir juntos. Separarme de mis hijos fue lo único que realmente me costó, aunque llegamos a un buen acuerdo.


- Durante los primeros años no te los puedes llevar contigo.


- Pero tengo derecho a verlos, son mis hijos.


- Mientras pagues la manutención y la casa, puedes venir siempre que quieras.


- A ti solo te importa el dinero.


- Menos mal que no tienes que sudar para ganarlo.


- Estás muy amargada, Gema.


- Ya, ¿por qué será?


- Búscate pronto a otro que te dé lo tuyo.


- Te sorprenderá saber que no todas las personas piensan con la entrepierna.


- Así va el mundo.


Liberado ya de Gema, decidí volver a mi vida anterior, aunque de una manera más sosegada. Encontré a pocos kilómetros un camping nudista que era como una especie de comuna hippie. Allí se predicaba con el amor libre, se acostaban todos con todos sin la molestia de tener que buscar constantemente a alguien con quien follar.


Durante los siguientes años traté de mantener el equilibrio entre mi faceta de padre y la de follador empedernido. Cuando Alonso y Valentina ya tuvieron edad suficiente, iba a buscarlos cada dos fines de semana y nos quedábamos en casa de mis padres. Obviamente, ese camping no era el mejor sitio para ellos, al menos mientras fuesen niños.


Esos fines de semana con ellos me servían para desconectar, para darme cuenta de que había algo más que el sexo, aunque siguiese siendo el centro de mi vida. Contra todo pronóstico, al menos para Gema, los niños me querían y se lo pasaban bien conmigo. De hecho, estaban deseando que fuese a buscarlos, algo que daba mucha rabia a su madre.


A pesar de ser la pequeña, siempre me dio la sensación de que Valentina estaba mucho más espabilada que su hermano. Desde muy niña ya me hablaba de sus novios, cosa que me preocupaba y me enorgullecía a partes iguales. Yo no era el típico padre que hacía distinciones entre sus hijas y sus hijos, para mí ella tenía el mismo derecho a divertirse cuando le llegara la edad.


En un abrir y cerrar de ojos el tiempo pasó y mis hijos ya eran adolescentes. Nunca les di demasiada información sobre mi vida, ni siquiera sabían que vivía en el camping, pero, quizás por una cuestión genética, Valentina parecía estar siguiendo mis pasos. Según su madre, ya había cambiado de novio varias veces, aunque desconocía lo que hacía con ellos.


En cambio, de as aficiones o gustos de Alonso no sabíamos demasiado. Solía pasar mucho tiempo en casa, ya que decía que quería estudiar para sacar las mejores notas posibles y acceder a la carrera de medicina. A veces tenía la tentación de contarle cosas de mi vida, pero temía que aquello, de alguna manera, los pudiera descentrar.


Esperé pacientemente a que crecieran, y cuando la pequeña llegó a la mayoría de edad decidí que había llegado el momento de que supieran algo más de su padre. En cuanto abrí la boca Alonso huyó despavorido, no tenía el más mínimo interés en saber lo pervertido que era su padre. Pero Valentina me escuchó con muchísima atención.


- ¿Qué es eso del amor libre?


- Pues acostarte con quien te dé la gana, sin ataduras.


- Pero estuviste casado con mamá.


- Ese fue un episodio oscuro de mi vida, pero gracias a eso llegasteis vosotros.


- ¿También mantienes relaciones sexuales con hombres?


- Me gustaría, pero no soy capaz, me gustan demasiado las mujeres.


- Jolín, qué vida tan interesante la tuya.


- ¿De verdad lo crees?


- A mí también me encanta el sexo, ojalá no tuviera nada más que hacer.


- ¿Has estado con muchos?


- Con menos de los que me gustaría, mamá me obliga a estudiar demasiado.


- ¿Esos cuántos son?


- Ocho. No, nueve, que se me olvidaba el de ayer.


- No está mal, teniendo en cuenta que acabas de cumplir los dieciocho.


- Parece que he salido a ti.


- Entonces toma siempre precauciones.


- Sí, papi.


- Y recuerda que el sexo debe ser siempre consentido.


- Lo sé.


- Va en serio, Valentina, no te dejes presionar por alguien que no te gusta.


- ¿Podemos ir al camping ese en el que vives?


- ¿Te gustaría?


- Sí, tiene que molar un montón.


- Ya sois mayores de edad, podéis pasar allí el verano conmigo.


Quizás otro padre podría tener reparo en mostrarse desnudo ante sus hijos o al tener que verlos a ellos sin ropa, pero a mí el nudismo me parecía de lo más natural. Había visto tantos cuerpos que estaba convencido de que nada me podía impresionar. En ese momento desconocía lo cerca que estaba de cambiar de opinión.


El verano junto a mis hijos comenzó con luces y sombras. Valentina estaba deseando llegar al camping y despelotarse, pero Alonso no tenía ni idea de hacia donde nos dirigíamos. Su hermana me había dicho que ella se lo contaría, pero no lo hizo, a sabiendas de que se hubiese negado a venir de haber sabido la verdad.


La cara de mi hijo fue un poema al llegar y ver que allí todo el mundo aireaba sus zonas más íntimas sin ningún tipo de pudor. Me pidió que lo devolviera de inmediato a su casa, pero Valentina me dijo que no lee y fiera ningún caso, que siempre estaba protestando por todo. Aunque quería que Alonso se abriera, no me gustaba que lo pasara mal por mi culpa.


Sin embargo, nada más poner un pie en la caravana en la que solía dormir y copular, Valentina se quitó toda la ropa y se quedó tal y como su madre la trajo al mundo. Huelga decir que a lo largo de mi vida había visto a muchísimas chicas desnudas, pero en ninguna había encontrado unas tetas tan perfectas como las de mi hija.


Sus pechos poseían todo lo que siempre me había excitado, lo que más me impulsaba a seguir en esa vida de vicio y depravación. No solo eran grandes, sino que parecía que flotaban, como si la gravedad no les afectara en absoluto. Sus pezones rosados apuntaban hacia arriba, parecían dos gominolas que cualquier hombre querría degustar.


- Papá.


- ¿Qué?


- ¿Me estás mirando las tetas?


- Pues sí, hija, ¿para qué te voy a mentir?


- Las tengo bien puestas, ¿eh?


- Creo que nunca he visto unas así de perfectas.


- ¿En serio? Mamá dice que las suyas eran iguales.


- Ya le hubiese gustado a ella. Bueno... y a mí.


- Me voy a dar una vuelta para ir haciéndome con el camping.


- Ponte crema para no quemarte.


- A ver si encuentro a alguien por aquí para que me la ponga.


Alonso nos miraba como si acabara de ver a dos marcianos dialogando, como si no comprendiera nada de lo que acabábamos de decir. Prometo que intenté comprenderle, darle conversación para ver de qué manera podía ayudarle a soltarse un poco, pero no hubo manera. Se quedó en la caravana con una pila de apuntes que se había traído.


Sabía que mi hijo iba a ser un hueso duro de roer, por eso tenía todas mis esperanzas depositadas en Valentina, en que ella me ayudara a pasar el mejor verano posible. Contaba con que esa complicidad que habíamos desarrollado se siguiera extendiendo y que me permitiera darle más consejos para que disfrutara de su sexualidad con precaución.


Todavía no había decidido cómo me iba a comportar mientras mis hijos estuvieran presentes. Podía seguir con mi vida, lo que incluía sexo a diario, o centrarme solo en ellos, darles toda mi atención. Quizás debía esperar a ver cómo se desarrollaban los primeros días. Pensaba que iría bien, hasta que Valentina volvió de su vuelta de reconocimiento.


- ¿Aquí cuando se despierta la juventud?


- ¿Qué quieres decir?


- Supongo que las orgías duran hasta el amanecer, pero ya es mediodía.


- ¿Y qué?


- Pues que solo me he cruzado con viejos de tu edad.


- ¿Viejos de mi edad?


- Bueno, ya me entiendes.


- Lamento decirte que aquí no hay gente joven.


- Vale, no habrá chicos de dieciocho, pero algún veinteañero seguro que sí.


- Creo que no, salvo que hayan llegado recientemente.


- Entonces, ¿para qué me has traído?


- Para que disfrutes de la libertad que da el nudismo.


- O sea, que tú te hartas de follar y yo no.


- No seré yo el que te empuje en brazos de nadie, pero hombres hay.


- Las pollas flácidas no me van.


- ¿A ti te parece que esto está flácido?


Valentina había llegado tan cabreada que ni siquiera se fijó en que yo ya estaba desnudo. Al mirarme la entrepierna puso cara de asombro, incluso diría de satisfacción, la misma que yo cuando vi sus tetas. Lo cierto era que yo también había sido bendecido con un buen aparato. De Alonso no podía opinar, ya que no había manera de que se quitara la ropa.


Al cabo de un par de días ya se había establecido cierta normalidad. Valentina ya había aceptado que aquello no era un parque de atracciones del sexo y trataba de convencer a su hermano para que la acompañara a la piscina o pasear por el camping. El chaval aceptaba a regañadientes, siempre poniendo el bañador como límite a su desnudez.


Entre charlas nocturnas, paseos y juegos de mesa, logramos entretenernos y pasar buenos ratos. Pero solo necesitaba mirar a los ojos de mi hija para saber que, en el fondo, pensaba lo mismo que yo. A ambos nos faltaba el placentero desahogo que proporciona el sexo. Ella no tenía con quien hacerlo y yo prefería dedicarles todo mi tiempo a ellos.


Llevaban una semana allí cuando ocurrió algo que no esperaba: Alonso comenzó a desaparecer por las noches. Se levantaba de la cama cuando creía que estaba dormido y se iba, no volviendo hasta varias horas después. Mi firme intención de no ser un padre controlador me impedía preguntarle a dónde iba, pero me preocupaba.


Si algo me dejaba mínimamente tranquilo era que por las mañanas lo veía contento, al menos mucho más que antes. Podría haberle interrogado, al menos de manera sutil, pero tenía la esperanza de que él viniera a contármelo. No era tonto, sabía lo que ocurría en ese camping por las noches, aunque no me lo imaginaba con ninguna de las mujeres que allí había.


Al ritmo que aumentaba la alegría de Alonso iba disminuyendo la de Valentina. Mi hija comenzaba a estar harta de no tener nada que hacer, de saber que otros, incluido su hermano, se estaban divirtiendo a su alrededor mientras ella se pasaba el día tomando el sol en nuestra parcela. Al principio disfrutaba con nuestras charlas, pero hasta eso empezaba a aburrirle.


- ¿Todavía tenemos que estar una semana más aquí?


- Pues en principio sí.


- Preferiría que fuésemos a casa de los abuelos.


- ¿Ahora que tu hermano empieza a divertirse?


- Creo que justo eso es lo que más me molesta.


- Parece que él no le hace ascos a las mujeres maduras.


- Joder, papá, no te enteras de nada.


- ¿Qué? ¿Hay chicas jóvenes y no me he enterado?


- A tu hijo lo tienen prácticamente de mascota los homosexuales.


- ¿Alonso es maricón? Quiero decir ¿gay?


- ¿Te molesta?


- Claro que no, hija... amor libre, ¿lo recuerdas?


- Eso me parece un cuento chino.


- ¿Por qué?


- Hombres y mujeres que follan como se ha hecho toda la vida, ¿qué tiene de libre?


- No tenemos ataduras.


- Hoy en día nadie te obliga a casarte para echar un polvo.


- Ya, pero...


- ¿A que te parecería una burrada que te propusiese tener sexo?


- Pues sí.


- ¿Lo ves? No eres tan libre como te crees.


- Es que eres mi hija.


- ¿Y qué? A mí me gusta follar, a ti también...


- ¿Qué me estás queriendo decir?


- Que esto se animaría un poco si me muestras hasta dónde llega tu experiencia.


No podía creerme que Valentina me estuviera proponiendo eso. Es cierto que en alguna ocasión me había imaginado probando sus tetas, quería hacerlo, porque nunca había tenido delante unas así, pero ni se me pasaba por la cabeza llevar esa fantasía a la realidad. Sin embargo, parecía que mi hija estaba hablando totalmente en serio.


Logré escapar de esa conversación, pero Valentina no estaba dispuesta a olvidarla como si nada. Esa noche, cuando Alonso volvió a escaparse a hurtadillas, mi hija se acercó a mi cama y me pregunto si me había pensado lo de divertirnos un poco. No quería responderle, porque sabía que se habría la boca no sería capaz de decirle que no.


- Demuéstrame que todo eso que dices no es palabrería.


- No puede ser, Valentina.


- Entiendo que no quieras metérmela, pero hay otras formas de divertirnos.


- ¿Como cuáles?


- Puedes jugar con estas y ver si te vas animando.


Mi hija apretó sus enormes pechos justo delante de mi cara, acercándome cada vez más a la boca sus apetecibles pezones. Traté de contenerme, hasta que no pude más y comencé a lamerlos. Valentina soltó una carcajada de satisfacción y se colocó sobre mí en la cama, poniendo sus tetas a mi disposición para que me las siguiera comiendo.


Conseguí apartar la culpabilidad levemente durante al menos media hora, que fue el tiempo que estuve degustando esos perfectos manjares sin llegar nunca a saciarme. No solo se los chupaba con ansia, también los estrujaba entre mis manos, palpaba la suave y tersa piel de mi hija pequeña mientras me iba poniendo cada vez más cachondo.


Ella no paraba de menearse, me golpeaba la cara con sus jugosos melones, pero no era la única parte de su cuerpo que movía. Tenía una de sus piernas colocada sobre mi polla y no paraba de agitarla, provocando una fricción que me tenía exageradamente cachondo. No podía más, llegaba incluso a lavarle los dientes en los pezones.


Por si eso fuera poco, su joven coñito, colocado a la altura de mi abdomen, no paraba de chorrear. Se suponía que aquello era como un juego, que nos estábamos divirtiendo, pero cada vez necesitaba más levantarla, ponerla a cuatro patas y follármela para demostrarle lo que era en realidad eso del amor auténticamente libre.


Mientras seguía succionando sus duros pitones, no pude evitar que una mano se me fuera hasta su culo. No era tan espectacular como las tetas, pero también lo tenía muy bien. Aunque mi objetivo no era ese, sino ir descendiendo disimuladamente hasta llegar a su empapada vagina. En cuanto la rocé, Valentina dejó escapar un gemido, pero me apartó la mano de inmediato.


Fue suficiente para mojar mi dedo en ella, para cubrirme de su esencia de mujer. No dudé en apartar un segundo sus tetas de mi boca para lamer el delicioso caldo de su juventud. Eso pareció excitarle, motivo suficiente para intentar de nuevo acceder a su rajita, pero Valentina volvió a negarme el acceso. Si me lo seguía impidiendo iba a follármela directamente.


- ¿No quieres que te toque un poquito?


- Esto lo hemos planteado como un juego, ¿no?


- Sí, como lo que tú quieras, cariño.


- Pues los juegos van por turnos, así que ahora me toca comer a mí.


Continuará...
Es realmente bueno, el relato. Una pena que no hayas seguido.
 
Una esposa corneada se venga a través de su hijo

Podría ser también sexo con maduras, y casi amor filiar. Carmen descubre que su marido le pone los cuernos con una amiga. Planea con el hijo de ésta, que su mejor amigo, que es el hijo de Carmen, se la folle. A cambio, tendrá que pagar un precio a su aliado, y acaba perdiendo el control de su plan Version para imprimir
El relato está estructurado en dos partes que se presentan juntas, para evitar que algun lector lo lea incompleto.

Parte Primera.

Todos los años, pasamos el verano en Estepona, un precioso lugar en la Costa del Sol, junto a Marbella, en una urbanización donde compramos hace veinte años un chalet con jardín y piscina, relativamente cerca de la playa, en una zona muy independiente de los vecinos, y lo más importante, tiene campo de golf, al que Alfonso, mi marido, es muy aficionado. Durante el mes de julio, él se cogía días sueltos, se quedaba trabajando en Madrid y bajaba en el AVE los fines de semana. Yo tenía la suerte de dedicarme a la enseñanza en la Universidad, y disponía de largas vacaciones estivales. Alvarito, el menor de los dos hijos que tuvo antes de enviudar, se quedaba conmigo. Nos casamos hace dieciséis años, a los tres años de morir Paz, su primera esposa, dejándole con Alfonso de ocho años, que trabajaba en Inglaterra, y Alvarito, de cuatro. Yo tenía treinta y dos cuando me llevó al altar, y él ya había cumplido los cuarenta.

He de reconocer que para sus cincuenta y seis años se conserva maravillosamente, en todos los aspectos, profesional, personal, e íntimo. En mi caso, para mis cuarenta y ocho años también mantenía un buen tipo, no era alta pero mi figura no correspondía a la típica de mi edad.

Pasamos mucho tiempo en el club de golf, él jugando y yo haciendo vida social, o jugando al pádel con amigas de la urbanización. Los fines de semana salimos en barco, de algún amigo, como Manolo, al que conocíamos de hacía tiempo en Madrid, era nuevo en esta zona. Se separó de Merche, ella se quedó con la casa que tenían en Mallorca, y ahora estaba eligiendo zona de veraneo. Alquilaron un chalet en la urbanización aconsejados por nosotros, para ver si les gustaba el sitio, antes de comprar.

Hace dos años, se casó de segundas con Alexia, una chica de treinta y cuatro años, que le estaba resultando difícil encajar con las demás esposas por la diferencia de edad, la mayoría, mayores que yo.

Su hijo Ricky era de la edad de Alvaro, diecinueve años, y amigos. Jugaban a futbol en el equipo del colegio, y ahora lo hacían en un equipo de tercera división, compaginando con hacer ambos ICADE. Julio lo pasaría en Estepona, y en agosto iría con su madre a Mallorca.

Al ser nuevos, procurábamos estar pendientes del matrimonio, porque Manolo y Alfonso eran muy amigos. A ella la incorporé al grupo de pádel, y se hizo hueco enseguida, porque jugaba muy bien. Y a Alvaro le resultó fácil integrar a Ricky a su grupo. En casa era como otro hijo, se había quedado a dormir y a comer multitud de veces. Igual que Alvaro en su casa.

Este verano me sorprendió que Alfonso venía más entre semana, que, en años anteriores, aduciendo que en el despacho había poco trabajo. Era abogado muy prestigioso y parecía raro que fuera así, porque además es un alcohólico del trabajo.

Cuando estaba aquí pasaba las tardes jugando al golf, y llegaba a veces ya cenado, aduciendo que lo hacía en el club para no molestarme. Un día, se olvidó el móvil en casa, y al oírlo, fui a responder pensando que era el mío. La llamada perdida ponía Blond. Sería un cliente. Por curiosidad vi sus llamadas y tenía varias de ese Mr Blond. Miré los mensajes y aparecían varios del tal Blond. Cuando leí uno, me quedé de piedra.

WS - Cariño estoy deseando verte, escápate hoy. Manolo no llega hasta el sábado, tenemos tiempo para nosotros.

Asustada, sabiendo que no era correcto leer sus mensajes, leí otros de esa Blond, y todos eran del mismo sentido. Y Manolo ¡era nuestro amigo!, y Blond, era Alexia, la rubia. ¡Qué hijo de puta!

La verdad es que había notado un cierto distanciamiento sexual, pero lo achaqué al stress primero, y a la distancia física después. ¡Por eso venía a menudo ahora!

Tenía que guardar la calma. Por muy cabreada que estuviera, si le montaba un número debería ser para separarme, sino debería pensarlo. Siendo abogado, con su despacho tras él, y nuestro régimen de separación de bienes, y no teniendo ningún hijo en común al que pasar pensión, no iba a salir bien parada. Pero tampoco podía consentir que se saliera con la suya gratuitamente.

Necesitaba venganza, aunque para ello tuviese que hacer daño al pobre Manolo, un inocente. Sabía que él era tan víctima al fin y al cabo como yo misma, pero sería el vehículo del que me valdría para que el castigo le llegara a la cabrona de su esposa. Quería que ella perdiera todo lo que había conseguido por su matrimonio de conveniencia, porque él ya nunca volvería a confiar en ella. Pero conocía demasiado bien a Manolo después de tantos años, y sabía que aquella noticia, le destrozaría, haciéndole aún más víctima. Tenía que pensar en algo en la que solo saliera ella perjudicada.

Estaba tomando el sol en la piscina meditando sobre qué hacer, cuando llegaron Alvaro y Ricky sudando, de haber hecho no sé cuántos kms. en la bici. Daba gusto verlos, altos y fuertes, chicos sanos y deportistas. Alvaro y yo, a cuya vida llegué con cuatro años, siempre habíamos tenido un trato de madre e hijo, aunque según se hizo mayor, acostumbrada a chicos de esa edad en la universidad, nos fuimos haciendo más colegas, sin que por eso jamás me faltara al respeto.

—Me alegro de verte Ricky ¿Qué tal lo pasas aquí?

—Muy bien Carmen. Estoy pensando alargar la estancia durante parte de agosto.

—¿No te habrás echado alguna novia?

—No, solo son rollos, no hay ninguna como tú, pero estás casada.

Siempre había tenido una palabra amable, pero no hasta ese punto.

—Si mi Alfonso la palma de tanto trabajar, serás mi primer candidato —le seguí la gracia.

No podía culparle a él de que su padre se hubiese casado con una chica veinticinco años menor. Y que no le parecería suficiente una polla sola, necesitaba repuesto, y tuvo que elegir a mi marido. Les preparé merienda porque esos chicos comían como animales, más aún después de hacer deporte. Eran dos chicos increíbles con los que cualquier jovencita caería rendida.

—Este verano vienen poco tus amigos.

Otros veranos venían con frecuencia amigos a merendar y a bañarse en la piscina; en cambio este año iban más a la de Ricky, supongo que por la novedad.

Se rieron los dos, y sonreí sin saber el origen, esperando una explicación.

—Es que les gusta más la piscina de Ricky.

—No conozco la casa, me dijo Alexia que es muy mona.

—Sí, y ella también —y se morían de risa.

—¿A que os referís? —pregunté curiosa por saber algo más de esa zorrita.

Como Alvaro tiene mucha confianza conmigo, aunque le cortaba un poco su amigo, me lo aclaró.

—Es que Alexia hace top less en la piscina, y no veas las tetas que tiene.

Y volvieron a descojonarse de risa. Yo sabía que alguno de los amigos de Alvaro, me miraban de reojo, porque se nota en las miradas. Y era una sensación agradable, de ser objeto del gusto de chicos jóvenes, y seguramente, de alguna de sus pajas. A esa edad, no paran.

—Ósea que vais por verle las tetas a su madre.

—No es mi madre. Es la mujer de mi padre.

Es diferente llegar a la vida de un niño a los cuatro años, como le pasó a Alvaro, que a los dieciocho que tenía Ricky cuando se casó su padre, y más aún, si con tu madrastra, casi podrías ir en su pandilla.

Me jodía que esta tía viniera a quitarme a mi marido, y no contenta con eso, quisiera sustituirme en los jóvenes como objeto de sus fantasías sexuales. Seguro que mis tetas no podían compararse a las de una chica de su edad, pero Alfonso me regaló una operación de pecho por mi cuarenta cumpleaños. Sin ser enormes, estaban firmes, y redondas.

Tenía que luchar contra esa zorra en todos los terrenos. Se me ocurrió una idea, que, además, dejaría momentáneamente a su marido al margen. Me fui a la piscina, me tumbé en la hamaca, y me quité el top.

Cuando llegaron a darse un baño, antes de marcharse de nuevo, Ricky fue el primero que se percató. Y noté que no le desagradaron. Dio un toque con el codo a Alvaro, que, al verme, se sorprendió, y se echó a reír.

—¡Te has picado! ¿Quieres que traiga a los chicos y hagamos de jurado a ver quién las tiene mejor de las dos?

—No quiero a más chicos, con vosotros tengo confianza.

—Pues mi voto es para ti Carmen —manifestó Ricky.

—Jajaja, que pelota —respondió Alvarito—. He de reconocer mamá que las tienes muy bonitas, pero Alexia tiene quince años menos. Serás «Miss tetas de más de cuarenta». ¿vale? —dijo antes de ir al golf, y despedirse de su amigo, que no jugaba—. Ricky, nos vemos esta noche.

Iba discurriendo una idea, para dar un escarmiento a mi marido y a esa golfa. Ricky nadaba en la piscina, y me metí en el agua con él.

—Me alegro de tener algún fan. Gracias por tu voto.

—¿Sabes que yo si he venido muchas veces por verte a ti?

—¿En serio? Que gamberros sois —le dije sonriéndole, acercándole mis tetas a su cara.

—A nuestra edad, una mujer como tú es una fantasía.

—¿Cómo yo? —seguí apretándole.

Le costó decidirse, no sabía hasta donde podía llegar.

—Tú.

—¿Más que Alexia?

—¡Mucho más! Además, ella no me cae bien.

—A mí tampoco. —Tenía que ir despacio, aunque su antipatía por ella, junto al interés que veía en mí, jugaban a mi favor. Alzando mis brazos, le dije—. ¿Me ayudas a salir?

Me sujetó de la cintura y me levantó hasta el borde. Mis cincuenta kilos, en un cuerpo de uno sesenta, en los brazos de un tío de uno ochenta y tantos, y ochenta kilos no suponían nada. Sin quitar sus manos de mi cintura se quedó parado.

—¿Estás dudando con tu voto sobre mis pechos?

Despacio, como asustado las subió y los acarició superficialmente.

—Ven más a menudo, esta es tu casa—le despedí dándole un besito sutil.

Sobre las diez apareció Alfonso, alegando que se había alargado el partido y que no me pudo avisar porque se olvidó el móvil, estaba cansado, prefería no salir. ¿Pensó en algún momento si me apetecía salir a mí? Le preparé una cena ligera, él no era de cenas copiosas. Se la dejé hecha y me fui al club, con las señoras, de cuyo grupo pensaba dar de baja como tal a Alexia.

Al día siguiente programaron una salida en barco con varios amigos entre los que iría Alexia, Manolo seguía en Madrid. Nuestros hijos se apuntaron también. Decidí no ir, no me apetecía estar todo el día pegada a esa zorrita, y nerviosa por si se cruzaba miradas con mi marido. Alegué que tenía la regla y me dolía, lo cual era cierto cuando la tenía, pero no que la tuviera.

Salí a correr por la zona, lo hacía a menudo, necesitaba descargar mi mala hostia. Cuando llegué a casa, vi merodeando a Ricky.

—¿No has salido en barco?

—Te encontrabas mal, y alguien tenía que cuidarte. Pero ya veo lo mal que estás.

Le sonreí. Mi plan funcionaba.

—Me tomé un analgésico y se alivió. ¿quieres una cerveza?

Pasó conmigo, fui a darme una ducha y a enjabonarme bien. Medité los pasos a dar, tenía que ir despacio. Salí con un bikini blanco, con braguita brasileña, que me sentaba fenomenal, y con dos cervezas.

Estaba sentado en una de las hamacas, con la mirada perdida. Cuando me vio, me miraba a los ojos como pidiendo instrucciones. Le sonreí. Iba a involucrarlo en mi plan, para castigar al putón de su madrastra.

—Gracias por el detalle de preocuparte por mí —le agradecí siguiendo mi plan.

—No es necesario, estoy encantado.

El bulto de su bañador indicaba lo encantado que estaba.

—¿Preparo un picoteo y te quedas a comer aquí? Podemos bañarnos.

Se metió de carrera, entrando de cabeza. Emergió como un león marino, resoplando agua. Yo entré por las escaleras, mi top de bikini no me permitía saltos.

—¿Hoy no te lo quitas?

Alcé mis brazos sonriéndole, invitándole a quitármelo. Se acercó a tirar de él, y juntamos tanto las caras, que creí que me iba a besar, pero no se atrevió. No sabía hasta donde le iba a permitir.

Salí de la piscina y me tumbé al sol. Él seguía en el agua, mirando. Di un paso más. Solté el nudo lateral del tanga, dejando al aire mi coñito, bien depilado como hago siempre antes de venir a la playa. ¿Qué Alexia hacía top? ¡Yo nudismo!

Salió volando, y acercó una tumbona junto a la mía. Seguía con mis ojos semicerrados, pero era capaz de verlo casi pegado. Utilicé el recurso fácil.

—¿Me das crema?

Cuando empezó a extenderla por el cuerpo, volví a descolocarlo.

—El cuerpo está moreno, las tetas son las que tengo que proteger, que están blancas.

Debió pensar que era una invitación a tocarlas. Se untó sus manos de crema, y comenzó un masajeo sobre mi pecho, como si fuera un molinillo de viento sin parar de mover sus aspas. Aunque mi única intención al iniciar mi plan, era tenderle una trampa, no podía abstraerme al placer que sentía al ver como un chico de diecinueve años me amasaba las tetas. Hasta mi mano dudó, viendo como luchaba su polla por salir al exterior, en acudir a prestarle auxilio.

—¿Te deja Alexia darle crema? —le dije sensual.

—Sabes que no. Es mi madrastra.

—Pero no es tu madre.

—¿Tú dejarías a Alvaro?

—Noooo. Pero me está gustando que lo hagas tú —le dije acercándole mi boca.

Ya no podía dudar más, cogió mi cabeza y comenzó a besarme. Su lengua era dulce e incansable, me comía la boca como nunca lo había hecho nadie.

Mi mano ya no pudo, o no quiso, contenerme más y entró a curiosear dentro de su bañador. Moví hacia adelante y hacia atrás esa polla no muy larga, pero gruesa. Seguí hablándole sensualmente. Su cara no podía negar su estado.

—¿Me imaginabas así?

—Si supieras las pajas que me he hecho imaginándote.

Desinhibido del todo, bajó su mano a mi coñito, llegando a mis labios, y sacando de mí un grito, que él creyó de dolor.

—Perdona, no quería hacerte daño.

—Vamos a reponer fuerzas y a hablar —le pedí, sin reconocerle que me había gustado tanto que, si no me alejaba, podía ceder.

Me recompuse, cogiendo mi braguita de bikini, y mi top desparramado por la piscina, nos secamos, entré a por otras dos cervezas, y nos sentamos bajo una de las sombrillas.

—¿He hecho algo mal? Dame otra oportunidad.

—Cariño, no es ese el problema. Déjame que te explique.

Seguí con mi plan. Le conté lo que yo me había sacrificado por Alfonso, por sus hijos, y como me sentía herida, al saber que me estaba poniendo los cuernos con su madre.

—¿Con Alexia? No es mi madre, que zorra. ¿Lo sabe mi padre?

—No, ni Alfonso sabe que yo estoy al tanto.

—¿Qué quieres de mí? Si era vengarte con un hombre, estoy encantado.

—En realidad pensaba darle un escarmiento a ella.

—¿Conmigo?

—En parte. Quiero que seas mi cómplice, ayudándome a conseguir que alguien se la folle, para poder ponerla en evidencia.

—¡Ostras que mente!

—Ella ha demostrado no ser fiel. Si ha podido dejar a mi marido que se la folle, podemos conseguir otra persona y obtener pruebas. Ese es mi castigo.

—¿Y yo que saco de esto?

—Castigarla. Y mi amistad.

—¿Hasta dónde llegaría esa amistad?

—¿No te estoy tratando bien?

—Quiero follar contigo.

—Estás loco. Yo no he sido infiel ni pretendo serlo. Pero he de reconocer que besas de maravilla, y aunque no pensaba llegar tan lejos, tener tu polla en mi mano me excitó.

—Si me dejas follarte, haré lo que me pidas.

—Olvídate, yo no soy infiel.

—¿Y una mamada?

Me dejó parada. ¿se consideraría infidelidad una mamada? Tenía una polla joven.

—Si me ayudas, te dejaré jugar con mis tetas cuando quieras. Si tenemos éxito, te haré una paja.

—No es mucho, pero de acuerdo. Y que la jodan también a ella —comenzó a reír estruendosamente.

—¿De qué te ríes?

—Ya sé quién se la follará.

—¿Quién?

—Alvaro, está loco por follársela. Cuando la ve en tetas, se tiene que ir al baño a pajearse.

¿Podía meter a Alvarito en ese lío? Bueno, si era él quién se la follaba, mataría dos pájaros de un tiro, la jodía a ella, y le regalaba un capricho a mi hijo. Y si encima salía a la luz, que se jodiera su padre.

—No podrás contarle lo nuestro. Tenemos que concretar un plan.

Saqué aperitivos y tinto de verano. Con la confianza que habíamos cogido, nos reíamos de sus burradas, que curiosamente, no me molestaban, mientras me besaba, y masajeaba obsesivamente mis tetas.

Cuando me lancé a la piscina desnuda, me siguió como un lazarillo. Ante su avalancha de entusiasmo, aumentado con el efecto bebidas y calor, tuve que pedirle calma, porque sin que pudiera evitarlo, me estaba alterando.

—Despacio cariño. No hay prisa.

Creí que no vendría mal involucrarlo completamente en el proyecto. Tomé su mano, la acerqué a mi coñito, y fui haciéndole un mapa topográfico de los sitios que me gustaban, marcándole el ritmo. Sin saber muy bien hasta donde quería llegar, pensé que un buen orgasmo no me vendría mal. Así que volví a requerir sus besos que sabían divinos, apoyé mi cuerpo contra el borde la piscina, y le abrí mis piernas.

Con la confianza adquirida, subió una mano a mi pecho, y con la otra fue metiendo y sacando dedos al ritmo que mis jadeos le sugerían, hasta que, sin poder aguantar más, grité mientras me corría sujetándole la mano con fuerza para que no la apartara.

Viendo el cielo, y mi coño abierto, acercó su polla a mi coño, y he de reconocer que me habría gustado que me la metiera, pero nos estábamos extralimitando del plan.

—Para, para.

—¡Estoy loco por follarte Carmen!

—Sabes que eso no entra en el acuerdo —Y ante su gesto de enfado, quise mantener su interés vivo—. ¿No te está gustando esta excursión en barco?

—¡Está siendo increíble mi capitana!

—Ahora márchate, por si acaso regresaran antes de lo previsto. Y de momento no digas nada a Alvaro.

—Ve pensando el plan. Si tardas, me cobraré un anticipo.

—De acuerdo —sonreí pensando que no me importaría ofrecerle otro anticipo.

Cuando llegaron cansados después de un día en barco, Alfonso y Alvaro, casi quemados del sol, contentos de lo bien que lo habían pasado, preguntaron interesados por mi estado, e inicialmente me sorprendieron, porque casi había olvidado la excusa que puse de la regla. Podría haberles dicho que un orgasmo me la había cortado. Pero no lo habrían entendido.

—Me encuentro mejor, pero me voy a acostar.

Durante esos días hasta el domingo que se marchaba a Madrid, traté de mantener un ambiente familiar agradable, salvo un día en el que comimos con el grupo de amigos en el que se encontraba Alexia y me costó mantener la calma, dado que nunca había sabido fingir. Tenía que reconocer que con el color del verano la zorra estaba atractiva. Quiso abrir conversación conmigo un par de veces, pero le respondí de una manera seca, sin ser cortante, y no le di opción a continuarla. Cuando veía a su marido, Manolo, mayor que Alfonso, y en peor estado físico, pensaba que se merecía la cornamenta, por buscarse una jovencita que no le correspondía, y que por su gilipollez, me hizo una víctima involuntaria.

Uno de esos días, Alvaro y Ricky pasaron por casa, mostrándose de lo más natural, sin dar pie a que mi hijo sospechara nada extraño entre nosotros. Cuando entré en la cocina a sacarles unas cervezas, aprovechando que Alvaro se tiró a la piscina, entró rápidamente, y me cogió las tetas por detrás, sorprendiéndome. Cuando me giré para recriminarle, me comió la boca, y no pude evitar abrirla. Salió dándome un palo en el culo.

—El tiempo corre —soltó como exigiendo—. Llevo a Alvaro al club y vuelvo para ver como llevas el plan.

Y salió sin más. ¿que se habría creído este cabrón? Pero tenía razón, debíamos avanzar la estrategia. La dificultad estaba en que Alvaro quedara fuera del plan general, no quería que supiera lo que estaba haciendo su padre.

Al llegar, le plantee el esquema que estaba trazando: Ricky tenía que atreverse a enfrentarse a su madre, y amenazarla con contárselo a su padre. Alexia sabía que se quedaría en la calle, y vivía muy bien para arriesgarse a perderlo. El éxito dependería de comprobar hasta donde estaba dispuesta a llegar por mantener oculta su infidelidad. A Alvaro, había que hacerle creer que estaría dispuesto a tener sexo con él, con alguna excusa creíble, por ejemplo, a cambio de mil euros, achacable a que Alexia debía dinero del juego y no podía pedírselo a su marido. Alvaro no tenía problema de dinero, porque ahorraba todo el que ingresaba del equipo de futbol, ya que su padre le seguía pagando todos sus gastos.

—¡Me encanta la idea! Anda, vamos —me besó de nuevo, metiendo la mano por dentro del bikini, queriendo volverme a oír gritar. Retiré su mano, sabiendo que si le dejaba continuar, lo conseguiría.

—¿Dónde vamos?

—A una habitación? Estoy deseando que me la chupes.

—Quedamos que podrías jugar con las tetas que tanto te gustan, y cuando tuvieras éxito, te haría una paja. No hemos conseguido nada aún.

—Eso no vale. Lo voy a hacer, pero cómemela por favor.

—No me la voy a comer.

Pensando en que no se desanimara, y reconociendo que me excitaba jugar con el chico, le ofrecí un anticipo. Sin saber que recibiría, pensaría que más valía pájaro en mano que paja volando. Lo llevé a la habitación de invitados, lo tumbé en la cama. Me quité mi top ante sus ojos extasiados, me eché a su lado, y le ofrecí disfrutar de mis tetas, a la vez que yo lo hacía con sus caricias. Me sentía tan dentro de mi papel de provocarlo, que deslicé su bañador de entre sus piernas, admirando su joven polla en posición de firme al quedar al descubierto. Despacio, muy despacio, fui acariciando esa preciosa polla. Cerré los ojos y pensé que, si no tuviera un sentido de la fidelidad tan firme, después de joder a la zorra, en todo el sentido de la palabra, me gustaría recibir esa polla de premio, dentro de mí. Alfonso se merecía que le pusiera los cuernos. Imaginarme ese pollón dentro, fue excitándome de tal forma, que, con la mano libre, deslicé mi tanga, y llevé mi mano libre a tocarme. Al verme totalmente desnuda, y masturbándome, su polla se estiró aún más si eso era posible, y acompañó su mano a la mía, masajeándome en un concierto a dos, piano, piano, recordando las instrucciones que le di en la piscina el día anterior.

Con toda su ternura, acercó su boca a la que me estaba aficionando, y percibiendo mi excitación, aceleró el movimiento de su mano en mi coñito, a la vez que yo aceleré el movimiento de la mía deslizándose por su polla, que empezó a expulsar petróleo blanco, y siguió haciéndolo a la vez que yo disfrutaba del orgasmo, sin dejar que nuestras bocas se separaran. ¡Qué dulce era este niño!

—¿Te ha gustado? —le pregunté con mi voz entrecortada.

—Eres divina, haré lo que me pidas.

Pasaron algunos días y el domingo, después de desayunar, Alfonso y Alvaro fueron a jugar al golf, estarían fuera hasta la hora de comer. Daba gusto verlos juntos, aunque había fallado como marido, como padre era ideal.

Debía avanzar. Llamé a Ricky para ponerle al corriente, y por qué no, esperar que me reclamara otro anticipo. En media hora llamaba a la puerta, que le abrí desde la cocina. Entró sonriente, pensando que ya estaba todo conseguido.

—¿No me das un beso? —se rió al entrar, mostrando ya mucha confianza.

Le besé en la boca, dejándole un mordisco en sus labios al separarnos, para que se acordara de mí. Quería mantener su interés.

—Vamos a repasar el plan, que no tenemos todo el día.

Era clave que fuera capaz de transmitirle el riesgo a su madre, para que ella sintiera el miedo. Propusimos varias opciones y finalmente sugirió que le diría que me encontró llorando. Cuando quiso consolarme, acabé hundida, confesando que sabía lo que mantenían Alfonso y ella, enseñándole mensajes de móvil y multitud de llamadas. Él consiguió convencerme de que me calmara, porque estaba dispuesta a montar un escándalo. No quería que su padre sufriera al enterarse. La solución estaba en que Alvaro accediera a mi móvil, y eliminara las pruebas. Conseguiría que Álvaro lo hiciera, si ella accedía a follárselo, porque era el sueño de su vida. Podría pensar que era una ampliación de follarse a su padre. Y para Ricky sería la forma de devolver un favor tremendo a Alvaro, que se la había jugado por él en un examen de la carrera.

—Me parece muy bien, si lo explicas bien, puede funcionar —reconocí la brillantez de su idea.

—Me alegro. Creo que me he ganado otro anticipo.

No podía negar que se lo había ganado. Y yo también, porque sin serle totalmente infiel, me encantaba recibir las caricias de este chico. Volvimos al dormitorio de invitados, nuestro nido de amor. En la cama, procedimos de la misma manera, todo marchaba bien, según indicaban nuestros jadeos. Cuando la tenía bien dura, y pensé que vería salir petróleo blanco de nuevo, se rebeló.

—Quiero que te la metas en la boca —susurró.

—Habíamos quedado en …

Sin dejarme terminar, con una cierta violencia, llevó mi cabeza a su polla, y me la metió entera. Tuve que pedir que aflojara porque me hacía daño en el cuello, y en la garganta. Soltó y me dijo con un tono que había pasado, de suplicar a ordenar.

—Hazlo a tu ritmo, ¡pero cómetela!

Noté un cambio en su carácter, que no quise averiguar hasta donde estaría dispuesto a llegar. Y pensándolo bien, estrategias al margen, me apetecía mucho metérmela en la boca y jugar con ella.

Mostré sumisión, me subí sobre él, que yacía en la cama, a la vez que le miraba con su polla en mi boca, suplicándole que yo también quería otro anticipo. Llevé su mano a mi coño, abriéndole dos deditos, e introduciéndomelos. Estaba tan ausente disfrutando de su masaje en mi clítoris, que no vi llegar el chorro de leche que me obsequió y que, por primera vez en mi vida, me tragué. Retiré la boca sorprendida, pero comprobé que no me desagradó. Cuando acabó de expulsar líquido, la volví a meter en mi boca, y la repelé con la lengua mientras con mis manos apretaba sus huevos, como si de esa manera acabara con lo que quedara dentro.

—Ya no habrá más anticipos hasta que no vea una foto de ellos follando.

Durante la comida con mi esposo e hijo, previa a la marcha de Alfonso a Madrid, charlamos distraídamente de las cosas que íbamos viviendo, y me comentaron sobre un campeonato de golf que haría Alvaro esa semana, y para el que quería estar presente. Cuando le pregunté sobre su regreso, respondió.

—Si consigo resolver todo, seguramente el jueves. Así podré seguir toda la competición de Alvaro, está jugando muy bien, y tiene posibilidades.

El lunes me llamó Ricky para ponerme al día. Su madre, tras discutir acaloradamente más de una hora, asustada seriamente, había consentido finalmente en tener sexo sin penetración.

Ya lo había hablado con Alvaro, a quién le puso la excusa de sus deudas del juego, y le pareció genial poder follársela. El martes, lo invitaron a comer, para ir intimando un poco antes de hacerlo, y que no resultara tan frio. Después de la comida Ricky recibiría una llamada mía, y él alegaría que se había olvidado que tenía que estar en un sitio sin falta y se marcharía. Al quedar solos, ella se lo llevaría a la habitación de Ricky, donde había colocado una micro cámara IP que podríamos seguir por el móvil, porque él le pidió a su madre que lo hiciera en su habitación, quería imaginársela a ella con él, cuando durmiera allí.

¡Por fin iba a tener pillada a esa hija de puta! Y Alvaro, sin esperárselo, se llevaría el premio que soñaba, gracias al cabrón de su padre, y a la habilidad de su madre. Después tendría que hacer cuentas con Ricky. Me iba a dar pena, finalizar nuestra relación profesional, porque ese niño conseguía excitarme. Hasta había fantaseado con que, en uno de esos anticipos, en la cama de la habitación, volviera a enfadarse, y me obligara a dejarme follar.

Parte segunda

El martes se despidió Alvaro cariñoso y simpático, avisó de que se quedaba a comer en casa de su amigo, y le di recuerdos para su madre. «Y también le das bien fuerte».

A la hora convenida, llamé a Ricky como habíamos quedado, y me respondió alterado, diciendo que se le había olvidado y que salía inmediatamente, la excusa convenida para que no sospecharan nada. Se estaba comportando como un magnífico actor. En diez minutos estaba en mi casa, excitado. Cuando me senté para ver el espectáculo me dijo que ahí no.

—Es una escena íntima, vamos al dormitorio.

En el fondo tenía razón. Nos fuimos dentro, donde colocó un soporte en el que dejar el móvil, a través del cual vimos que ellos aún no habían entrado a la habitación de Ricky. Se desnudó, me pidió con la mirada que también lo hiciera, y recordando su genio del último día, no necesitó más. Me abrazó como si fuéramos a ver una película, y me dio un beso de cariño. Parecíamos una pareja que iba a ver una peli el domingo por la tarde. Con la mano que tenía más cercana, fue acariciándome mi coñito, que se estaba acostumbrando al tacto de sus dedos. De repente, los vimos entrar en la habitación. No teníamos sonido. Pero vimos como ella se detenía ante él, y se quitaba primero el top, y se acostaba reclamando que se acercara.

Mi Alvaro estaba casi bloqueado. Me habría encantado decirle al oído, vamos hijo, que tu puedes. Llevaba puesto solo el bañador. Al acercarse, ella se lo bajó dejando a la vista una polla que no imaginaba, mayor que la de Ricky. Ella sonrió y le dijo algo que no oímos. Comenzó a jugar con ella, mientras él le tocaba extasiado las tetas. De repente el enorme trancazo de Alvaro desapareció en la boca de Alexia, que, por su pericia, debía llevar muchas pollas comidas. Mi pobre Alvaro temblaba, y su cara hacía todo tipo de gestos de placer.

Mientras contemplábamos extasiados la escena, Ricky y yo nos íbamos a su vez acelerando. Él, viendo a su madre comerse la polla de su amigo, y yo viendo como la misma boca que se comía la polla de mi marido, ahora se comía la de mi hijo. Los dedos de Ricky iban introduciéndose cada vez más en mi coño que los recibía tembloroso. Yo pajeaba con más fuerza su polla, a la que le estaba cogiendo gusto.

Nos sobresaltó ver que Alvaro le quiso quitar la braguita y ella se negó. Discutieron un poco hasta que ella se las bajó, Alvaro se giró sobre sí, y comenzó a comerle el coño, mientras ella la metía y la sacaba de su boca como estuviera comiéndose un helado. Joder que cabrón, no se la quería follar todavía.

Ricky me miró, como diciendo. ¿Les imitamos? Yo callé, pero mis ojos no. Se giró y dejó su polla al alcance de mi boca, y la suya quedó a las puertas de mi coño. La primera sensación que sentí al desplazar su lengua por mis labios fue eléctrica. Acerqué mi coño a su boca, me cogió con las dos manos, y me apretó contra él. Yo casi muerdo su polla del calentón que me estaba dando. Nos olvidamos de la cámara, de todas formas, lo estaba grabando, y nos concentramos en nosotros.

—Si, si, cómemelo cabroncete. Chupa fuerte.

Al terminar, le urgí a que se marchara rápido por si venía Alvaro.

—Alvaro tenía que ir al club, a ver algo del campeonato, pero lo voy a llamar, para asegurarme.

Efectivamente hablaron unos minutos y colgó.

—Ha ido a dar unos golpes.

Pusimos el video donde nos habíamos «desconectado». Se estaban marcando un sesenta y nueve de manual. Y Alexia, parecía disfrutar de «verse obligada» a hacerlo. Se despidieron cariñosos y al salir de la habitación, Alvaro miró a la cámara, sonrió, y mandó un beso.

—¿Qué ha sido eso? ¿Sabía que le grababas?

Sin responder, cogió el móvil, lo manipuló un poco y me mostró unas imágenes.

—Nooo. Cabrón ¡nos has grabado a nosotros también!

—Mira y disfruta.

Vi pasar las imágenes que podrían destrozar mi vida. Y no reconocí mi cara cuando me metía su polla en la boca, y menos cuando me comía el coño. Qué cara de golfa. Me debió ver asustada.

—Tranquila. No va a ocurrir nada. Mi madre me dijo que accedía, pero con una condición. Que no hubiera penetración, esa fue la discusión que mantuvieron. Alvarito no sabía esa condición, porque a lo mejor no habría accedido. Pero sí está al tanto de nuestro plan. Tenía tantas ganas de follarse a mi madre que accedió.

—¡Qué cabrón!

—Cree que su padre se lo tiene merecido.

—¿Y ahora que pensáis hacer con los vídeos?

—Son nuestro seguro. Mi madre tendrá que follárselo de verdad.

—¿Y yo?

—Tendrás que dejarte de pajas y mamadas, y follar de verdad. He visto que progresas, pero no acabo de confiar en ti.

Tenía razón que dudaba. Alfonso se merecía que me dejara follar por ese chico, pero nunca le había sido infiel. Nos tenían pilladas por los mismos. Había dado la vuelta a mi plan, y ahora era su plan. Cuando llegó Alvaro a cenar, casi no me atrevía a mirarle a los ojos.

—Mamá, no te voy a negar que me sorprendió todo. Pero sé que solo querías darle un escarmiento a Alexia. Y papá, al que sabes que adoro, se lo merece por jugar a casanova.

—No calculé las consecuencias.

—Yo me alegro de tu plan, tenía unas ganas tremendas de follarme a Alexia.

—¿A cambio de entregar a tu madre?

—No te entregué yo, te ofreciste tu sola. Pero me alegro. Mañana he invitado a Ricky y a su madre a comer aquí.

—¡No la quiero ver en mi casa!

—Relájate, vamos a pasar un bonito día de piscina, los cuatro.

Esa noche me costó conciliar el sueño. Había metido a mi hijo en una situación de la que no podría sentirme orgullosa. Y no sabía si Ricky sería de fiar, con el uso de los vídeos, con tantas historias de videos circulando por las redes sociales. Quería creer siendo sus madres, no se atreverían.

Álvaro me ayudó a preparar todo. Hice una ensalada y saqué una carne para pasar a la plancha sobre la marcha. No quería estar metida en la cocina, cuando ellos vinieran. Llegaron a la una, él sonriente, triunfante, ella con semblante serio. Después de enfrentarse a su hijo, ahora tenía que sostener la mirada ante mí. Si bien era cierto que, si ella se había cepillado a mi marido y comido la polla de mi hijo, yo no era totalmente inocente. Respetaba a su marido al que no quería ni regalado, pero también le había comido la polla a su hijo.

Ellos trataban de que pareciera una reunión de amigos. Pusieron música, sacaron cerveza, hablaban, trataban de animarnos. Era evidente que dominaban la situación.

—Venga animaros, hace un día precioso —decía Ricky en voz alta—. Y quitaros ya esa camiseta Alexia, y tú Carmen, quítate ese pareo.

Como corderitos las dos obedecimos. El bikini que lucía ella no se lo había visto. ¿Quería estrenar encima bikini? Tenía un cuerpo bonito, claro que yo a su edad también estaba así.

—Venga, vamos todos a darnos un baño —reclamó Alvaro desde el agua.

Entramos las dos juntas, en ese momento habíamos dejado de ser rivales. El azar, y nuestros hijos, nos habían hecho victimas simultáneas de su chantaje, lo que nos hacía sentirnos unidas.

—Os vamos a enseñar una peli.

Ricky me separó a mí y en un lateral de la piscina, tomó su móvil y me mostró nuestro vídeo. Alvaro le mostró a ella, el de ellos.

—¿Qué queréis?

—Creemos que habéis salido un poco nerviosas, podéis dar mucha mejor imagen ante la cámara. Queremos repetir la toma.

—¿Y ya está? —respondí aliviada.

—Con un pequeño cambio en el guión.

Las dos nos miramos sabiendo lo que estaban queriendo decir.

—Dadnos un momento —les pedí, llevando la voz cantante de las dos.

Me llevé a Alexia a una esquina de la piscina, hablamos, no tenía sentido negarnos. Al menos, trataríamos que poner un límite.

—De acuerdo. Con una condición: no hay más vídeos, y nos juráis que estos se destruyen.

—¿Y qué ofrecéis? Os escuchamos.

—Lo que queréis … podréis follarnos —respondí yo.

—¿Un polvo y ya está? El acuerdo debe ser válido por todo el día de hoy.

Nos miramos las dos. Asentimos.

—Todo el día —respondió Alexia regalando una sonrisa por primera vez.

—Pues empecemos a celebrarlo. Voy por cervezas. No quiero ver ningún top a mi vuelta—gritó Alvaro, que se había venido arriba.

Total, ya nos habían visto los dos las tetas. Empezó ella, y la seguí yo, lanzamos al aire los tops riéndonos. Cuando llegó Alvaro con las cervezas, del movimiento generaron presión, y al abrir la suya Ricky, enfocó el chorro sobre mí, llenándome de cerveza la barriga.

—Ahora me la voy a beber a morro —dijo saltando sobre mí y chupándome toda la barriga y subiendo a las tetas.

Alvaro agitó repetidas veces su bote, y lo abrió contra Alexia procediendo con el mismo ritual. Le comía sus tetas delante de mí. Se había roto el hielo, nos hacíamos aguadillas, Ricky me subió sobre sus hombros y me lanzó contra Alvaro, que no pudo evitar al sujetarme, cogerme las tetas. Nos miramos sonrientes.

—Hay límites ¿eh? —le dije sin enfadarme.

—Fue sin querer.

Alexia también estaba ya relajada, seguramente pensaría que había ganado en el cambio, de un cincuentón, a un potro incansable.

Salimos del agua para picar algo, el ambiente ya era distendido, nos habían llevado a su terreno, con la música, las guarradas que decían, sus risas y la naturalidad con la que se lo tomaban.

Alvaro comenzó a comer carne cruda de los morros de Alexia, mientras Ricky y yo pasábamos la carne por el fuego, recibiendo toques en el culo, como anticipo de una siesta de escándalo me susurraba, a la que no solo no veía reparos, sino que la esperaba excitada.

Abrimos una botellita de vino Verdejo, muy frío que cayó antes de empezar la ensalada. Lo pasábamos fenomenal, abrimos una segunda botella, que entraba tan fácil que la terminamos antes de empezar con la carne. En casa nunca faltaban bebidas, y con la carne que estaba tan tierna, abrimos la tercera. Ya nadie hubiera dicho que estábamos «obligadas». Eran unos chicos gamberros pero divertidos, disfrutando de lo que para ellos era solo una travesura. Alexia y yo habíamos alcanzado en dos horas la complicidad, que en un año anterior no conseguimos.

Cuando saqué una tarta de helado, que a Alvaro le chiflaba, Ricky esparció con los dedos lo que pudo coger, sobre mis pechos, y acto seguido me los lamió. Alexia que andaba bajo los efectos del vino, cogió a su vez con los dedos otra porción y se lo restregó ella misma por sus pechos, invitando a mi Alvarito a que se comiera el helado sin manchar plato.

Álvaro sacó unos chupitos de orujo, que sirvió en cuatro vasitos. Brindamos los cuatro, bebiéndolos de un trago.

—¡Por nosotros! —gritó Ricky—. Y por el polvo que le voy a echar a Carmen. Vamos —me dijo, y dándome la mano, nos metimos a la casa, y nos dirigimos a la habitación que habíamos ocupado siempre.

Anestesiada por el efecto del vino, y del chupito, no entré nada preocupada. Parecía todo natural.: que me comiera las tetas delante de Alvaro, y ahora decirles, hasta luego, que voy a echarle un polvo a tu madre. Ya no era el momento de pensar en nada, sino de disfrutar lo que había.

Me senté en la cama, le bajé su bañador, y jugando con su polla, también anestesiada por el alcohol, le hablé.

—Pollita, tienes que espabilar si quieres que la tita Carmen te lleve dentro de ella.

Con la confianza que le tenía, comencé a acariciarla, besarla, agitarla mientras le hablaba, y ella, toda solícita, reaccionó elevando su tamaño, y su firmeza.

Me desnudé, me tumbé y lo esperé. Se montó sobre mí, y ahora que tenía su polla bien tiesa, le fue fácil encontrar la entrada. Abrí mis piernas, y al sentir, que se deslizaba por entre mis muslos como un torpedo listo para ser expulsado, le apreté contra mí, para encajarla entera.

—Ya tienes lo que querías, cabrón. A ver lo que sabes hacer.

—Tú también lo querías, cuando cogiste mi polla por primera vez.

—Sí, me habría dejado follar sin extorsión.

—Ahora disfruta. Tengo que aprovechar mi bono de veinticuatro horas.

Aunque he de reconocer que no parecía muy experimentado, si era potente. Con un movimiento único y sencillo, subía su pelvis, metiendo y sacando su polla de mi cofre. Si había un tesoro lo iba a encontrar, porque no paraba. Supuse que el alcohol le hacía retrasar su eyaculación, lo que me hacía disfrutarlo más. Oí unos gritos en la habitación de Alvaro, un cabecero contra la pared, y a ella gemir a lo bestia. Así me gustaba hijo, tenías que dejar en buen lugar a la familia. Después de mil embestidas, y dos orgasmos míos, Ricky consiguió correrse, quedando tendido con un dolor de huevos de tanto retener.

—Te ha costado ¿eh?

—No quería correrme, quería aguantar. Que bien follas Carmen.

—El primero nunca es el mejor, pero te has portado bien. Ahora descansa, podemos mejorarlo.

El mejor invento del verano es una siesta. Dormir abrazada a un semental joven tiene la ventaja de que no ronca, y que, tras un ligero descanso, vuelve a estar preparado. Desperté sintiendo la presión de su polla en mi culo. El angelito aún dormido, había cargado su arma. Tenía que cumplir las órdenes de nuestros chantajeadores para no enfadarlos. Lo giré boca arriba y comencé a jugar con su polla en mi boca. No teníamos prisa, ya habíamos puesto las cartas sobre la mesa, solo se trataba de disfrutar. Cuando supe que la tenía «al punto» me monté sobre él, la dejé en la boca de mi puerto, e inicié un lento trote sobre mi potro. Conforme avanzaba el ritmo de mi paso, mi vagina se iba humedeciendo, su polla se iba introduciendo más y más, hasta que debí disparar un resorte y el muerto abrió los ojos. Lo había resucitado a la vida.

—¿Qué haces? —preguntó entre risas aun dormido

—Cumplir el pacto. Follar sin parar durante todo el día —le dije sin dejar de follármelo.

—El término sin parar, no figuraba.

—Porque no leíste la letra pequeña —sonreí. Si era infiel, que más daba una vez, que ciento.

Estaba tan excitado como yo, y dejó de divagar, apuntándose a la fiesta, empujando a la vez, y besándome la boca como solo él sabía hacer. Que placer correrse con ese animal, mientras me besaba.

Salimos a la cocina a merendar, y preparé unos zumos de fruta que sabía que a los dos les encantaban. Al ruido de la Thermomix, apareció la otra parejita somnolientos, con cara de felicidad.

A esa hora, en un lado de la piscina ya no daba el sol, y se estaba muy fresquito. Nos sentamos los cuatro charlando como dos parejas convencionales, sin discusiones, riendo. Son dos chicos muy cultos y con buen criterio para opinar. Respetuosos con la gente, y de una mentalidad muy abierta. ¿será nuestra generación la equivocada? Alexia estaba muy cerca de ellos en gustos musicales, y en experiencias vividas por su edad, aunque por su responsabilidad de familia se encontraba más próxima a mí, pero los cuatro aceptábamos las opiniones de los demás con respeto.

Sobre las ocho, pusieron música caribeña, y Alvaro demostró con Alexia que sabía bailarlas muy bien. Yo me quedé en la época del baile rockero.

—Ven conmigo, déjate llevar —me dijo Ricky sacándome a bailar.

Tardé muy poco en perder la vergüenza e intentar seguirlos, y reconozco que me pareció divertido. A Alexia, muy metida a esas alturas en el papel de víctima, se le ocurrió una idea.

—Chicos, aunque os habéis aprovechado de nosotras, por mi parte reconozco que después os estáis portando fenomenal. Incluso más que fenomenal —interrumpió riendo mirando a Alvaro—. Qué os parece si aprovechamos que nuestros maridos no nos sacan nunca, nos arreglamos todos bien guapos, nos vamos a cenar a un sitio bonito, tomamos una copa, bailamos, y luego dormimos cada una de nosotras en su casa con su pareja agradeciéndoos que nos hayáis llevado de fiesta, haciendo una despedida de este precioso día con broche de oro.

A las nueve pasamos en mi BMW 320 a recogerlos. Alvaro y Ricky se habían puesto pantalones chinos, que les quedaban como un guante, y Alvaro una camisa de lino blanca preciosa. Ricky un Polo Ralph Loren azul claro. Alexia llevaba un vestido de flores muy veraniego con cinturón, con un escote atrevido. Subida en diez centímetros de tacón. Preciosa. Yo elegí un top negro que me permitía no llevar sujetador, y un pantalón negro ceñido que remarcaba mi culito, y zapato oculto por el pantalón tan alto como el de ella.

Reservamos en una terraza de Puerto Banús, queríamos presumir de hombres. Cada uno estaba con su hijo, proporcionándonos una coartada familiar perfecta.

Nos sentíamos felices los cuatro, consciente a esas alturas de que no hacíamos nada malo, porque Manolo, el padre de Ricky se lo había buscado por casarse con una chica tan joven, y Alfonso, mi marido, se lo merecía por ponerme los cuernos. Y dentro de lo que cabe, todo quedaba en familia.

Aunque insistimos en invitarles, se empeñaron en pagar ellos, porque no se sentían gigolos. Después fuimos a bailar a Seven, un ambiente glamuroso, internacional e intergeneracional, donde podíamos pasar por parejas, sin que nadie se inmutara.

Tenían ritmo bailando, y estaban eufóricos, ni en sus mejores sueños imaginaban que este verano se iban a follar a dos mujeres como nosotras. Como suele ocurrir en estas ocasiones, aparecieron unos amigos suyos, uno de ellos Marcos, de la de la urbanización, al que conocía de otros veranos, un poco mayor que ellos.

Nos saludaron, piropeando lo guapas que lucíamos, ensalzando que tuviéramos un ánimo tan marchoso para salir con nuestros hijos de fiesta.

—No te conocía de esta forma, eres la más mujer más atractiva de la disco —Me dijo Marcos.

Estuvieron bailando alrededor nuestro un rato, pensando que quizás querríamos pasar de nuestras parejas, sin saber que estábamos encantados con ellos, y que esta noche nos iban a follar.

Sobre las dos, les propuse retirada, quería llegar con tiempo de disfrutar de mi última noche.

Dejamos primero a Alvaro y a Alexia, dándonos los cuatro abrazos y besos. Nos dirigimos a mi casa nosotros, con Ricky jugando con mi entre pierna, como si necesitara de juegos cuando llegáramos.

Desde el garaje nos dirigimos a mi dormitorio. Esa noche era mi hombre, el hombre de la casa. Quería que me follara en el mismo lecho que el hijo de puta de Alfonso lo hacía. Salí sin nada del baño, él ya estaba completamente desnudo y con una erección interesante, aunque la había visto en mejor estado. Empezó un acercamiento por el cuello, sabiendo lo que me excitaba. Mientras recorría con sus manos todo mi perímetro. Mis pechos liberados del top opresor de la noche, disfrutaban de su libertad, y de la humedad de su lengua. Cuando esperaba que me tumbara en la cama, me cogió por los muslos y me levantó contra la pared del baño. Joder Ricky me vas a traspasar pensé, pero no pares. ¡Qué manera de empujar!

—Cabrón, vas cogiendo confianza

—Y tú, estás ya liberada.

—Del todo. Deseando que me empotres.

Cuando sus piernas no podían aguantar más, sin dejarme tocar el suelo me lanzó a la cama, me cogió por detrás forzándome a subir las rodillas, dejando mi culo a su merced.

—Por detrás no, Ricky. Me da miedo.

—No pensaba hacerlo, solo quería entrar en tu coñito por la puerta de abajo, y apretarte el clítoris hasta que grites de placer.

No había nadie en casa, podía gritar lo que quisiera, y ese cabrón me hacía vibrar hasta la campanilla de la garganta. Sentir su polla empujando, rozando mi clítoris, mientras me sujetaba por las dos tetas, era algo que no había vivido nunca.

—No te corras todavía mi vida, quiero que me tengas así toda la noche.

Incluso para una máquina de diecinueve años, toda la noche es un espacio de tiempo demasiado alargado. Lo que no recuerdo es en que momento me quedé dormida.

La mañana sonaba a despedida, después de desayunar, nos besamos, con un abrazo sentido. Llevaba solo un camisón de verano, sin nada más. Al notar su pecho apretando mi pecho, su mano se deslizó abajo y encontró la gruta sin llave, se me había olvidado cerrarla con bragas.

—¿Me dejas echarte el último?

—Supongo que estamos dentro de las veinticuatro del acuerdo. Date prisa antes de que venza.

Me subí sobre el borde de la mesa de la cocina, me abrí bien, para que mi Ricky no sufriera, y me dejé tomar por él. Le ofrecí mi boca, me volvía loca que me besara mientras me empotraba. Iba a echar de menos sus besos.

—No quiero que sea el último —me dijo sincero—. Ni que te sientas obligada.

—No me he sentido obligada. Dejemos pasar un tiempo ¿vale?

Pasados unos días, Alexia, que ya había terminado con Alfonso, y yo, que nos habíamos terminado de hacer «íntimas» amigas, coincidimos en el club, con Marcos, el chico que nos encontramos en la disco Seven, con dos amigos, y se paró a saludarnos.

—¿Dónde está Alvaro? Hace tiempo que no lo veo —me preguntó.

—Se fue a Mallorca con Ricky a pasar unos días.

—¿Habéis vuelto a bailar a Seven?

—Ya no tenemos quién nos lleve, nuestros maridos no son de bailar—le dije con toda la intención.

—Pues se os veía muy divertidas bailando. Cuando queráis volver, me encantaría.

Nos miramos Alexia y yo, riéndonos. Me habló al oído.

—Dice Alexia si tu amigo el rubito, también baila.

Habló con él, un momento, un chico al igual que Marcos, algo mayor que mi hijo, pero de complexión similar. Vino directamente, a presentarse.

—Soy Rubén. Y me encantaría unirme al grupo —sonrió.

Se me ocurrió una idea, estábamos preparando un torneo en el que íbamos a jugar de pareja Alexia y yo. No llamaría la atención que jugáramos juntos, y así los tanteábamos como personas.

—¿Jugáis al pádel?

—Yo soy buenísimo. Rubén también juega.

—Tenemos un campeonato la semana próxima. Podemos quedar para un partido de entrenamiento ¿Qué os parece?

Se marchó dejándome su número de teléfono, y guiñándome un ojo. Ricky y Alvaro habían abierto un melón, y ahora alguien se lo tenía que comer.
Te felicito, me ha encantado el relato, y como no, he terminado leyéndolo con una ereccion , y escribiendo este mensaje una sola mano
 
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