Quiero probar las tetas de mi hija

Tiravallas

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13 Jul 2024
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Cuando era pequeño me explicaban en el colegio de monjas cosas de buen cristiano, como que los sodomitas arden eternamente en el infierno y que el sexo solo se podía hacer dentro del matrimonio y con fines reproductivos. En aquel momento me parecía que tenía todo el sentido del mundo, hasta que tuve la oportunidad de follarme por primera vez a una hembra y mi visión cambió por completo.


No me veía capacitado para rebatirles a las monjas todas esas creencias a las que habían dedicado su vida entera, pero me parecía evidente que ese Dios en el que tanto creían no había hecho que el sexo fuera tan placentero sin ningún motivo. Es más, estaba convencido de que la única posible prueba de su existencia era que hubiese puesto a nuestra disposición esa maravilla.


Como suele suceder, ese intento de adoctrinamiento se les volvió en contra y me convertí en una especie de estandarte del amor libre. Ya desde muy joven todo el que me conocía sabía que no se podía contar conmigo si no era para follar. Se convirtió en una obsesión, aunque nunca lo vi como algo malo, ya que solo quería divertirme.


Nunca sabré si fue ese supuesto Dios el que me dio la gracia natural con la que solía conquistar a la gente, si le debía el haber heredado la belleza de mi madre y que mi padre estuviera forrado. En cualquier caso, todas esas virtudes facilitaron mucho que pudiera dar rienda suelta a ese impulso sexual que me dominaba.


Siempre tuve claro que me gustaban las mujeres, cosa que agradecía, porque me parecía que la mayoría estaban buenísimas, pero tenía la espinita clavada de no poder disfrutar de la experiencia el sexo por completo, ya que las pollas no me atraían nada. Aunque respetaba todo tipo de práctica, la homosexualidad no iba conmigo.


Fue el dinero de mi padre lo que me permitió no dedicarme a nada en concreto una vez que terminé el instituto. Simplemente iba de un lado para otro, tratando de divertirme lo máximo posible, conociendo a gente, sobre todo chicas, con mis mismos intereses. Fueron años espectaculares, de no parar de meterla casi en ningún momento.


El desfase llegó hasta tal punto que, sin llegar a aburrirme, empezaba a necesitar cosas distintas. Fue entonces cuando conocí a Gema, que era, con total seguridad, la muchacha más guapa que había visto en mi vida. No me enamoré de ella, ya que yo no estaba hecho para eso, pero necesitaba que fuese mía como nunca antes lo había deseado con otra mujer.


- ¿Puedo invitarte a cenar?


- Tenemos amigos en común, Bernabé, sé el tipo de persona que eres.


- ¿A qué te refieres?


- Solo buscas sexo, pero a mí eso no me va.


- ¿Y qué es lo que te va? Yo me adapto si así me permites gozar de tu compañía.


- Soy una chica formal.


- Las chicas formales también follan, te lo aseguro.


- No en la primera cita... ni en las diez siguientes.


- ¿Por qué te privas voluntariamente de lo mejor que tenemos?


- Ni de coña es eso lo mejor.


- Dime otra cosa que sea tan placentera o buena para la salud y encima sea gratis.


- Así no me vas a convencer en la vida.


- ¿Eso quiere decir que existe un modo de convencerte?


- Invítame a esa cena y veremos cómo te comportas.


Es de un rincón de mi cabeza una voz ni gritaba que no merecía la pena perder el tiempo, que podía estar con la que ve diera la gana, pero gema me ponía muchísimo, tanto como el reto de llevarme a la cama a cualquiera que se hiciese la duda. Sabía por experiencia que para mí no había imposibles, que todas acababan claudicando.


Probablemente fue eso lo que desencadenó algunos de los acontecimientos más importantes de mi vida. Si Gema hubiese aceptado follar esa misma noche lo más seguro era que me hubiese cansado de ella al momento y ya no la quisiese volver a ver. Pero sus insistentes negativas fueron clave para que me comenzara a interesar más allá de lo sexual.


Para cuando al fin aceptó abrirse de piernas yo ya había desarrollado hacia ella lo más parecido al amor que podía sentir. Sabía que seguía sin estar enamorado, ya que veía al resto de mujeres aún con deseo, pero el miedo a perderla a ella consiguió que durante bastante tiempo mantuviera la polla guardada en su sitio.


Con Gema estaba descartada cualquier posibilidad de mantener una relación abierta, de vernos de vez en cuando con otras personas o de hacer tríos. Eso me quemaba bastante. Tanto, que pasado un año ya no me compensaba el estar con ella. Hasta que mi insistencia en no utilizar preservativo tuvo serias consecuencias.


- Bernabé, estoy embarazada.


- Vaya... te va a tocar abortar.


- De eso nada, mis creencias me lo impiden.


- ¿Qué creencias?


- Sabes que yo también fui a un colegio de monjas.


- Ya, pero todo el mundo sabe que eso es un engañabobos.


- Pensaba que habías cambiado.


- Y lo he hecho, pero no tanto como para ser padre.


- Pues lo vas a ser, y más vale que cumplas con tu responsabilidad.


De haber dependido de mis sentimientos hacia Gema, la hubiese abandonado sin dudarlo, pero decidí que ya había llegado el momento de mostrarme responsable por una vez en mi vida. No solo acepté el reto de ser padre, sino que me vi obligado a casarme con ella por presiones familiares.


Increíble, pero cierto. Pese a mi trayectoria, a los veinticinco años ya estaba casado y era padre de un bebé al que Gema se empeñó en llamar Alonso. He de decir que, al contrario que a su madre, al niño sí que lo quería. Ese fue el único motivo por el que no me fui de casa, aunque no era tan poderoso como para que no empezara a hacer de las mías.


Dos años con una única mujer era mucho más de lo que pensaba que iba a aguantar. Tratando de descuidar lo menos posible mis labores como padre, empecé a salir de casa con poniendo excusas y acababa en la cama de cualquier tía que quisiera un buen revolcón. Fue todo un desahogo, como si volviera a nacer.


Pero Gema de tonta no tenía nada y sabía lo que hacía cada vez que me ausentaba. En aquel momento ya no quedaba nada de lo que ella hubiera podido sentir por mí, solo le interesaba el dinero que, gracias a mi padre, aportaba a ese hogar. Tratando de asegurarse de que no me fuera de manera definitiva, decidió aumentar la frecuencia de nuestras relaciones.


Yo nunca le decía que no a un polvo, aunque el embarazo había causado estragos en el cuerpo de Gema. Aun así, me la follaba siempre que tenía ocasión y nuestra relación se convirtió en una especie de partida de ajedrez. Ella me daba sexo para retenerme y yo lo aceptaba, porque seguía sin querer irme de esa casa para no alejarme del niño.


Mi primer movimiento táctico fue imponer el preservativo, lo último que quería era tener más ataduras. Pero ella, que, como ya he dicho, era muy inteligente, encontró la manera de volver a quedarse embarazada. Que me la jugara de esa manera solo hizo que empezase a despreciarla, que viera claro que mi futuro no podía seguir ligado al de ella de ninguna manera.


Esperé a que volviera a dar a luz, en esa ocasión, a una niña a la que me empeñé en llamar Valentina como mi abuela, únicamente para que se impusiera mi criterio. Fue entonces, al asegurarse una buena pensión, cuando Gema me dijo que no podíamos seguir juntos. Separarme de mis hijos fue lo único que realmente me costó, aunque llegamos a un buen acuerdo.


- Durante los primeros años no te los puedes llevar contigo.


- Pero tengo derecho a verlos, son mis hijos.


- Mientras pagues la manutención y la casa, puedes venir siempre que quieras.


- A ti solo te importa el dinero.


- Menos mal que no tienes que sudar para ganarlo.


- Estás muy amargada, Gema.


- Ya, ¿por qué será?


- Búscate pronto a otro que te dé lo tuyo.


- Te sorprenderá saber que no todas las personas piensan con la entrepierna.


- Así va el mundo.


Liberado ya de Gema, decidí volver a mi vida anterior, aunque de una manera más sosegada. Encontré a pocos kilómetros un camping nudista que era como una especie de comuna hippie. Allí se predicaba con el amor libre, se acostaban todos con todos sin la molestia de tener que buscar constantemente a alguien con quien follar.


Durante los siguientes años traté de mantener el equilibrio entre mi faceta de padre y la de follador empedernido. Cuando Alonso y Valentina ya tuvieron edad suficiente, iba a buscarlos cada dos fines de semana y nos quedábamos en casa de mis padres. Obviamente, ese camping no era el mejor sitio para ellos, al menos mientras fuesen niños.


Esos fines de semana con ellos me servían para desconectar, para darme cuenta de que había algo más que el sexo, aunque siguiese siendo el centro de mi vida. Contra todo pronóstico, al menos para Gema, los niños me querían y se lo pasaban bien conmigo. De hecho, estaban deseando que fuese a buscarlos, algo que daba mucha rabia a su madre.


A pesar de ser la pequeña, siempre me dio la sensación de que Valentina estaba mucho más espabilada que su hermano. Desde muy niña ya me hablaba de sus novios, cosa que me preocupaba y me enorgullecía a partes iguales. Yo no era el típico padre que hacía distinciones entre sus hijas y sus hijos, para mí ella tenía el mismo derecho a divertirse cuando le llegara la edad.


En un abrir y cerrar de ojos el tiempo pasó y mis hijos ya eran adolescentes. Nunca les di demasiada información sobre mi vida, ni siquiera sabían que vivía en el camping, pero, quizás por una cuestión genética, Valentina parecía estar siguiendo mis pasos. Según su madre, ya había cambiado de novio varias veces, aunque desconocía lo que hacía con ellos.


En cambio, de as aficiones o gustos de Alonso no sabíamos demasiado. Solía pasar mucho tiempo en casa, ya que decía que quería estudiar para sacar las mejores notas posibles y acceder a la carrera de medicina. A veces tenía la tentación de contarle cosas de mi vida, pero temía que aquello, de alguna manera, los pudiera descentrar.


Esperé pacientemente a que crecieran, y cuando la pequeña llegó a la mayoría de edad decidí que había llegado el momento de que supieran algo más de su padre. En cuanto abrí la boca Alonso huyó despavorido, no tenía el más mínimo interés en saber lo pervertido que era su padre. Pero Valentina me escuchó con muchísima atención.


- ¿Qué es eso del amor libre?


- Pues acostarte con quien te dé la gana, sin ataduras.


- Pero estuviste casado con mamá.


- Ese fue un episodio oscuro de mi vida, pero gracias a eso llegasteis vosotros.


- ¿También mantienes relaciones sexuales con hombres?


- Me gustaría, pero no soy capaz, me gustan demasiado las mujeres.


- Jolín, qué vida tan interesante la tuya.


- ¿De verdad lo crees?


- A mí también me encanta el sexo, ojalá no tuviera nada más que hacer.


- ¿Has estado con muchos?


- Con menos de los que me gustaría, mamá me obliga a estudiar demasiado.


- ¿Esos cuántos son?


- Ocho. No, nueve, que se me olvidaba el de ayer.


- No está mal, teniendo en cuenta que acabas de cumplir los dieciocho.


- Parece que he salido a ti.


- Entonces toma siempre precauciones.


- Sí, papi.


- Y recuerda que el sexo debe ser siempre consentido.


- Lo sé.


- Va en serio, Valentina, no te dejes presionar por alguien que no te gusta.


- ¿Podemos ir al camping ese en el que vives?


- ¿Te gustaría?


- Sí, tiene que molar un montón.


- Ya sois mayores de edad, podéis pasar allí el verano conmigo.


Quizás otro padre podría tener reparo en mostrarse desnudo ante sus hijos o al tener que verlos a ellos sin ropa, pero a mí el nudismo me parecía de lo más natural. Había visto tantos cuerpos que estaba convencido de que nada me podía impresionar. En ese momento desconocía lo cerca que estaba de cambiar de opinión.


El verano junto a mis hijos comenzó con luces y sombras. Valentina estaba deseando llegar al camping y despelotarse, pero Alonso no tenía ni idea de hacia donde nos dirigíamos. Su hermana me había dicho que ella se lo contaría, pero no lo hizo, a sabiendas de que se hubiese negado a venir de haber sabido la verdad.


La cara de mi hijo fue un poema al llegar y ver que allí todo el mundo aireaba sus zonas más íntimas sin ningún tipo de pudor. Me pidió que lo devolviera de inmediato a su casa, pero Valentina me dijo que no lee y fiera ningún caso, que siempre estaba protestando por todo. Aunque quería que Alonso se abriera, no me gustaba que lo pasara mal por mi culpa.


Sin embargo, nada más poner un pie en la caravana en la que solía dormir y copular, Valentina se quitó toda la ropa y se quedó tal y como su madre la trajo al mundo. Huelga decir que a lo largo de mi vida había visto a muchísimas chicas desnudas, pero en ninguna había encontrado unas tetas tan perfectas como las de mi hija.


Sus pechos poseían todo lo que siempre me había excitado, lo que más me impulsaba a seguir en esa vida de vicio y depravación. No solo eran grandes, sino que parecía que flotaban, como si la gravedad no les afectara en absoluto. Sus pezones rosados apuntaban hacia arriba, parecían dos gominolas que cualquier hombre querría degustar.


- Papá.


- ¿Qué?


- ¿Me estás mirando las tetas?


- Pues sí, hija, ¿para qué te voy a mentir?


- Las tengo bien puestas, ¿eh?


- Creo que nunca he visto unas así de perfectas.


- ¿En serio? Mamá dice que las suyas eran iguales.


- Ya le hubiese gustado a ella. Bueno... y a mí.


- Me voy a dar una vuelta para ir haciéndome con el camping.


- Ponte crema para no quemarte.


- A ver si encuentro a alguien por aquí para que me la ponga.


Alonso nos miraba como si acabara de ver a dos marcianos dialogando, como si no comprendiera nada de lo que acabábamos de decir. Prometo que intenté comprenderle, darle conversación para ver de qué manera podía ayudarle a soltarse un poco, pero no hubo manera. Se quedó en la caravana con una pila de apuntes que se había traído.


Sabía que mi hijo iba a ser un hueso duro de roer, por eso tenía todas mis esperanzas depositadas en Valentina, en que ella me ayudara a pasar el mejor verano posible. Contaba con que esa complicidad que habíamos desarrollado se siguiera extendiendo y que me permitiera darle más consejos para que disfrutara de su sexualidad con precaución.


Todavía no había decidido cómo me iba a comportar mientras mis hijos estuvieran presentes. Podía seguir con mi vida, lo que incluía sexo a diario, o centrarme solo en ellos, darles toda mi atención. Quizás debía esperar a ver cómo se desarrollaban los primeros días. Pensaba que iría bien, hasta que Valentina volvió de su vuelta de reconocimiento.


- ¿Aquí cuando se despierta la juventud?


- ¿Qué quieres decir?


- Supongo que las orgías duran hasta el amanecer, pero ya es mediodía.


- ¿Y qué?


- Pues que solo me he cruzado con viejos de tu edad.


- ¿Viejos de mi edad?


- Bueno, ya me entiendes.


- Lamento decirte que aquí no hay gente joven.


- Vale, no habrá chicos de dieciocho, pero algún veinteañero seguro que sí.


- Creo que no, salvo que hayan llegado recientemente.


- Entonces, ¿para qué me has traído?


- Para que disfrutes de la libertad que da el nudismo.


- O sea, que tú te hartas de follar y yo no.


- No seré yo el que te empuje en brazos de nadie, pero hombres hay.


- Las pollas flácidas no me van.


- ¿A ti te parece que esto está flácido?


Valentina había llegado tan cabreada que ni siquiera se fijó en que yo ya estaba desnudo. Al mirarme la entrepierna puso cara de asombro, incluso diría de satisfacción, la misma que yo cuando vi sus tetas. Lo cierto era que yo también había sido bendecido con un buen aparato. De Alonso no podía opinar, ya que no había manera de que se quitara la ropa.


Al cabo de un par de días ya se había establecido cierta normalidad. Valentina ya había aceptado que aquello no era un parque de atracciones del sexo y trataba de convencer a su hermano para que la acompañara a la piscina o pasear por el camping. El chaval aceptaba a regañadientes, siempre poniendo el bañador como límite a su desnudez.


Entre charlas nocturnas, paseos y juegos de mesa, logramos entretenernos y pasar buenos ratos. Pero solo necesitaba mirar a los ojos de mi hija para saber que, en el fondo, pensaba lo mismo que yo. A ambos nos faltaba el placentero desahogo que proporciona el sexo. Ella no tenía con quien hacerlo y yo prefería dedicarles todo mi tiempo a ellos.


Llevaban una semana allí cuando ocurrió algo que no esperaba: Alonso comenzó a desaparecer por las noches. Se levantaba de la cama cuando creía que estaba dormido y se iba, no volviendo hasta varias horas después. Mi firme intención de no ser un padre controlador me impedía preguntarle a dónde iba, pero me preocupaba.


Si algo me dejaba mínimamente tranquilo era que por las mañanas lo veía contento, al menos mucho más que antes. Podría haberle interrogado, al menos de manera sutil, pero tenía la esperanza de que él viniera a contármelo. No era tonto, sabía lo que ocurría en ese camping por las noches, aunque no me lo imaginaba con ninguna de las mujeres que allí había.


Al ritmo que aumentaba la alegría de Alonso iba disminuyendo la de Valentina. Mi hija comenzaba a estar harta de no tener nada que hacer, de saber que otros, incluido su hermano, se estaban divirtiendo a su alrededor mientras ella se pasaba el día tomando el sol en nuestra parcela. Al principio disfrutaba con nuestras charlas, pero hasta eso empezaba a aburrirle.


- ¿Todavía tenemos que estar una semana más aquí?


- Pues en principio sí.


- Preferiría que fuésemos a casa de los abuelos.


- ¿Ahora que tu hermano empieza a divertirse?


- Creo que justo eso es lo que más me molesta.


- Parece que él no le hace ascos a las mujeres maduras.


- Joder, papá, no te enteras de nada.


- ¿Qué? ¿Hay chicas jóvenes y no me he enterado?


- A tu hijo lo tienen prácticamente de mascota los homosexuales.


- ¿Alonso es maricón? Quiero decir ¿gay?


- ¿Te molesta?


- Claro que no, hija... amor libre, ¿lo recuerdas?


- Eso me parece un cuento chino.


- ¿Por qué?


- Hombres y mujeres que follan como se ha hecho toda la vida, ¿qué tiene de libre?


- No tenemos ataduras.


- Hoy en día nadie te obliga a casarte para echar un polvo.


- Ya, pero...


- ¿A que te parecería una burrada que te propusiese tener sexo?


- Pues sí.


- ¿Lo ves? No eres tan libre como te crees.


- Es que eres mi hija.


- ¿Y qué? A mí me gusta follar, a ti también...


- ¿Qué me estás queriendo decir?


- Que esto se animaría un poco si me muestras hasta dónde llega tu experiencia.


No podía creerme que Valentina me estuviera proponiendo eso. Es cierto que en alguna ocasión me había imaginado probando sus tetas, quería hacerlo, porque nunca había tenido delante unas así, pero ni se me pasaba por la cabeza llevar esa fantasía a la realidad. Sin embargo, parecía que mi hija estaba hablando totalmente en serio.


Logré escapar de esa conversación, pero Valentina no estaba dispuesta a olvidarla como si nada. Esa noche, cuando Alonso volvió a escaparse a hurtadillas, mi hija se acercó a mi cama y me pregunto si me había pensado lo de divertirnos un poco. No quería responderle, porque sabía que se habría la boca no sería capaz de decirle que no.


- Demuéstrame que todo eso que dices no es palabrería.


- No puede ser, Valentina.


- Entiendo que no quieras metérmela, pero hay otras formas de divertirnos.


- ¿Como cuáles?


- Puedes jugar con estas y ver si te vas animando.


Mi hija apretó sus enormes pechos justo delante de mi cara, acercándome cada vez más a la boca sus apetecibles pezones. Traté de contenerme, hasta que no pude más y comencé a lamerlos. Valentina soltó una carcajada de satisfacción y se colocó sobre mí en la cama, poniendo sus tetas a mi disposición para que me las siguiera comiendo.


Conseguí apartar la culpabilidad levemente durante al menos media hora, que fue el tiempo que estuve degustando esos perfectos manjares sin llegar nunca a saciarme. No solo se los chupaba con ansia, también los estrujaba entre mis manos, palpaba la suave y tersa piel de mi hija pequeña mientras me iba poniendo cada vez más cachondo.


Ella no paraba de menearse, me golpeaba la cara con sus jugosos melones, pero no era la única parte de su cuerpo que movía. Tenía una de sus piernas colocada sobre mi polla y no paraba de agitarla, provocando una fricción que me tenía exageradamente cachondo. No podía más, llegaba incluso a lavarle los dientes en los pezones.


Por si eso fuera poco, su joven coñito, colocado a la altura de mi abdomen, no paraba de chorrear. Se suponía que aquello era como un juego, que nos estábamos divirtiendo, pero cada vez necesitaba más levantarla, ponerla a cuatro patas y follármela para demostrarle lo que era en realidad eso del amor auténticamente libre.


Mientras seguía succionando sus duros pitones, no pude evitar que una mano se me fuera hasta su culo. No era tan espectacular como las tetas, pero también lo tenía muy bien. Aunque mi objetivo no era ese, sino ir descendiendo disimuladamente hasta llegar a su empapada vagina. En cuanto la rocé, Valentina dejó escapar un gemido, pero me apartó la mano de inmediato.


Fue suficiente para mojar mi dedo en ella, para cubrirme de su esencia de mujer. No dudé en apartar un segundo sus tetas de mi boca para lamer el delicioso caldo de su juventud. Eso pareció excitarle, motivo suficiente para intentar de nuevo acceder a su rajita, pero Valentina volvió a negarme el acceso. Si me lo seguía impidiendo iba a follármela directamente.


- ¿No quieres que te toque un poquito?


- Esto lo hemos planteado como un juego, ¿no?


- Sí, como lo que tú quieras, cariño.


- Pues los juegos van por turnos, así que ahora me toca comer a mí.


Continuará...
 
Cuando era pequeño me explicaban en el colegio de monjas cosas de buen cristiano, como que los sodomitas arden eternamente en el infierno y que el sexo solo se podía hacer dentro del matrimonio y con fines reproductivos. En aquel momento me parecía que tenía todo el sentido del mundo, hasta que tuve la oportunidad de follarme por primera vez a una hembra y mi visión cambió por completo.


No me veía capacitado para rebatirles a las monjas todas esas creencias a las que habían dedicado su vida entera, pero me parecía evidente que ese Dios en el que tanto creían no había hecho que el sexo fuera tan placentero sin ningún motivo. Es más, estaba convencido de que la única posible prueba de su existencia era que hubiese puesto a nuestra disposición esa maravilla.


Como suele suceder, ese intento de adoctrinamiento se les volvió en contra y me convertí en una especie de estandarte del amor libre. Ya desde muy joven todo el que me conocía sabía que no se podía contar conmigo si no era para follar. Se convirtió en una obsesión, aunque nunca lo vi como algo malo, ya que solo quería divertirme.


Nunca sabré si fue ese supuesto Dios el que me dio la gracia natural con la que solía conquistar a la gente, si le debía el haber heredado la belleza de mi madre y que mi padre estuviera forrado. En cualquier caso, todas esas virtudes facilitaron mucho que pudiera dar rienda suelta a ese impulso sexual que me dominaba.


Siempre tuve claro que me gustaban las mujeres, cosa que agradecía, porque me parecía que la mayoría estaban buenísimas, pero tenía la espinita clavada de no poder disfrutar de la experiencia el sexo por completo, ya que las pollas no me atraían nada. Aunque respetaba todo tipo de práctica, la homosexualidad no iba conmigo.


Fue el dinero de mi padre lo que me permitió no dedicarme a nada en concreto una vez que terminé el instituto. Simplemente iba de un lado para otro, tratando de divertirme lo máximo posible, conociendo a gente, sobre todo chicas, con mis mismos intereses. Fueron años espectaculares, de no parar de meterla casi en ningún momento.


El desfase llegó hasta tal punto que, sin llegar a aburrirme, empezaba a necesitar cosas distintas. Fue entonces cuando conocí a Gema, que era, con total seguridad, la muchacha más guapa que había visto en mi vida. No me enamoré de ella, ya que yo no estaba hecho para eso, pero necesitaba que fuese mía como nunca antes lo había deseado con otra mujer.


- ¿Puedo invitarte a cenar?


- Tenemos amigos en común, Bernabé, sé el tipo de persona que eres.


- ¿A qué te refieres?


- Solo buscas sexo, pero a mí eso no me va.


- ¿Y qué es lo que te va? Yo me adapto si así me permites gozar de tu compañía.


- Soy una chica formal.


- Las chicas formales también follan, te lo aseguro.


- No en la primera cita... ni en las diez siguientes.


- ¿Por qué te privas voluntariamente de lo mejor que tenemos?


- Ni de coña es eso lo mejor.


- Dime otra cosa que sea tan placentera o buena para la salud y encima sea gratis.


- Así no me vas a convencer en la vida.


- ¿Eso quiere decir que existe un modo de convencerte?


- Invítame a esa cena y veremos cómo te comportas.


Es de un rincón de mi cabeza una voz ni gritaba que no merecía la pena perder el tiempo, que podía estar con la que ve diera la gana, pero gema me ponía muchísimo, tanto como el reto de llevarme a la cama a cualquiera que se hiciese la duda. Sabía por experiencia que para mí no había imposibles, que todas acababan claudicando.


Probablemente fue eso lo que desencadenó algunos de los acontecimientos más importantes de mi vida. Si Gema hubiese aceptado follar esa misma noche lo más seguro era que me hubiese cansado de ella al momento y ya no la quisiese volver a ver. Pero sus insistentes negativas fueron clave para que me comenzara a interesar más allá de lo sexual.


Para cuando al fin aceptó abrirse de piernas yo ya había desarrollado hacia ella lo más parecido al amor que podía sentir. Sabía que seguía sin estar enamorado, ya que veía al resto de mujeres aún con deseo, pero el miedo a perderla a ella consiguió que durante bastante tiempo mantuviera la polla guardada en su sitio.


Con Gema estaba descartada cualquier posibilidad de mantener una relación abierta, de vernos de vez en cuando con otras personas o de hacer tríos. Eso me quemaba bastante. Tanto, que pasado un año ya no me compensaba el estar con ella. Hasta que mi insistencia en no utilizar preservativo tuvo serias consecuencias.


- Bernabé, estoy embarazada.


- Vaya... te va a tocar abortar.


- De eso nada, mis creencias me lo impiden.


- ¿Qué creencias?


- Sabes que yo también fui a un colegio de monjas.


- Ya, pero todo el mundo sabe que eso es un engañabobos.


- Pensaba que habías cambiado.


- Y lo he hecho, pero no tanto como para ser padre.


- Pues lo vas a ser, y más vale que cumplas con tu responsabilidad.


De haber dependido de mis sentimientos hacia Gema, la hubiese abandonado sin dudarlo, pero decidí que ya había llegado el momento de mostrarme responsable por una vez en mi vida. No solo acepté el reto de ser padre, sino que me vi obligado a casarme con ella por presiones familiares.


Increíble, pero cierto. Pese a mi trayectoria, a los veinticinco años ya estaba casado y era padre de un bebé al que Gema se empeñó en llamar Alonso. He de decir que, al contrario que a su madre, al niño sí que lo quería. Ese fue el único motivo por el que no me fui de casa, aunque no era tan poderoso como para que no empezara a hacer de las mías.


Dos años con una única mujer era mucho más de lo que pensaba que iba a aguantar. Tratando de descuidar lo menos posible mis labores como padre, empecé a salir de casa con poniendo excusas y acababa en la cama de cualquier tía que quisiera un buen revolcón. Fue todo un desahogo, como si volviera a nacer.


Pero Gema de tonta no tenía nada y sabía lo que hacía cada vez que me ausentaba. En aquel momento ya no quedaba nada de lo que ella hubiera podido sentir por mí, solo le interesaba el dinero que, gracias a mi padre, aportaba a ese hogar. Tratando de asegurarse de que no me fuera de manera definitiva, decidió aumentar la frecuencia de nuestras relaciones.


Yo nunca le decía que no a un polvo, aunque el embarazo había causado estragos en el cuerpo de Gema. Aun así, me la follaba siempre que tenía ocasión y nuestra relación se convirtió en una especie de partida de ajedrez. Ella me daba sexo para retenerme y yo lo aceptaba, porque seguía sin querer irme de esa casa para no alejarme del niño.


Mi primer movimiento táctico fue imponer el preservativo, lo último que quería era tener más ataduras. Pero ella, que, como ya he dicho, era muy inteligente, encontró la manera de volver a quedarse embarazada. Que me la jugara de esa manera solo hizo que empezase a despreciarla, que viera claro que mi futuro no podía seguir ligado al de ella de ninguna manera.


Esperé a que volviera a dar a luz, en esa ocasión, a una niña a la que me empeñé en llamar Valentina como mi abuela, únicamente para que se impusiera mi criterio. Fue entonces, al asegurarse una buena pensión, cuando Gema me dijo que no podíamos seguir juntos. Separarme de mis hijos fue lo único que realmente me costó, aunque llegamos a un buen acuerdo.


- Durante los primeros años no te los puedes llevar contigo.


- Pero tengo derecho a verlos, son mis hijos.


- Mientras pagues la manutención y la casa, puedes venir siempre que quieras.


- A ti solo te importa el dinero.


- Menos mal que no tienes que sudar para ganarlo.


- Estás muy amargada, Gema.


- Ya, ¿por qué será?


- Búscate pronto a otro que te dé lo tuyo.


- Te sorprenderá saber que no todas las personas piensan con la entrepierna.


- Así va el mundo.


Liberado ya de Gema, decidí volver a mi vida anterior, aunque de una manera más sosegada. Encontré a pocos kilómetros un camping nudista que era como una especie de comuna hippie. Allí se predicaba con el amor libre, se acostaban todos con todos sin la molestia de tener que buscar constantemente a alguien con quien follar.


Durante los siguientes años traté de mantener el equilibrio entre mi faceta de padre y la de follador empedernido. Cuando Alonso y Valentina ya tuvieron edad suficiente, iba a buscarlos cada dos fines de semana y nos quedábamos en casa de mis padres. Obviamente, ese camping no era el mejor sitio para ellos, al menos mientras fuesen niños.


Esos fines de semana con ellos me servían para desconectar, para darme cuenta de que había algo más que el sexo, aunque siguiese siendo el centro de mi vida. Contra todo pronóstico, al menos para Gema, los niños me querían y se lo pasaban bien conmigo. De hecho, estaban deseando que fuese a buscarlos, algo que daba mucha rabia a su madre.


A pesar de ser la pequeña, siempre me dio la sensación de que Valentina estaba mucho más espabilada que su hermano. Desde muy niña ya me hablaba de sus novios, cosa que me preocupaba y me enorgullecía a partes iguales. Yo no era el típico padre que hacía distinciones entre sus hijas y sus hijos, para mí ella tenía el mismo derecho a divertirse cuando le llegara la edad.


En un abrir y cerrar de ojos el tiempo pasó y mis hijos ya eran adolescentes. Nunca les di demasiada información sobre mi vida, ni siquiera sabían que vivía en el camping, pero, quizás por una cuestión genética, Valentina parecía estar siguiendo mis pasos. Según su madre, ya había cambiado de novio varias veces, aunque desconocía lo que hacía con ellos.


En cambio, de as aficiones o gustos de Alonso no sabíamos demasiado. Solía pasar mucho tiempo en casa, ya que decía que quería estudiar para sacar las mejores notas posibles y acceder a la carrera de medicina. A veces tenía la tentación de contarle cosas de mi vida, pero temía que aquello, de alguna manera, los pudiera descentrar.


Esperé pacientemente a que crecieran, y cuando la pequeña llegó a la mayoría de edad decidí que había llegado el momento de que supieran algo más de su padre. En cuanto abrí la boca Alonso huyó despavorido, no tenía el más mínimo interés en saber lo pervertido que era su padre. Pero Valentina me escuchó con muchísima atención.


- ¿Qué es eso del amor libre?


- Pues acostarte con quien te dé la gana, sin ataduras.


- Pero estuviste casado con mamá.


- Ese fue un episodio oscuro de mi vida, pero gracias a eso llegasteis vosotros.


- ¿También mantienes relaciones sexuales con hombres?


- Me gustaría, pero no soy capaz, me gustan demasiado las mujeres.


- Jolín, qué vida tan interesante la tuya.


- ¿De verdad lo crees?


- A mí también me encanta el sexo, ojalá no tuviera nada más que hacer.


- ¿Has estado con muchos?


- Con menos de los que me gustaría, mamá me obliga a estudiar demasiado.


- ¿Esos cuántos son?


- Ocho. No, nueve, que se me olvidaba el de ayer.


- No está mal, teniendo en cuenta que acabas de cumplir los dieciocho.


- Parece que he salido a ti.


- Entonces toma siempre precauciones.


- Sí, papi.


- Y recuerda que el sexo debe ser siempre consentido.


- Lo sé.


- Va en serio, Valentina, no te dejes presionar por alguien que no te gusta.


- ¿Podemos ir al camping ese en el que vives?


- ¿Te gustaría?


- Sí, tiene que molar un montón.


- Ya sois mayores de edad, podéis pasar allí el verano conmigo.


Quizás otro padre podría tener reparo en mostrarse desnudo ante sus hijos o al tener que verlos a ellos sin ropa, pero a mí el nudismo me parecía de lo más natural. Había visto tantos cuerpos que estaba convencido de que nada me podía impresionar. En ese momento desconocía lo cerca que estaba de cambiar de opinión.


El verano junto a mis hijos comenzó con luces y sombras. Valentina estaba deseando llegar al camping y despelotarse, pero Alonso no tenía ni idea de hacia donde nos dirigíamos. Su hermana me había dicho que ella se lo contaría, pero no lo hizo, a sabiendas de que se hubiese negado a venir de haber sabido la verdad.


La cara de mi hijo fue un poema al llegar y ver que allí todo el mundo aireaba sus zonas más íntimas sin ningún tipo de pudor. Me pidió que lo devolviera de inmediato a su casa, pero Valentina me dijo que no lee y fiera ningún caso, que siempre estaba protestando por todo. Aunque quería que Alonso se abriera, no me gustaba que lo pasara mal por mi culpa.


Sin embargo, nada más poner un pie en la caravana en la que solía dormir y copular, Valentina se quitó toda la ropa y se quedó tal y como su madre la trajo al mundo. Huelga decir que a lo largo de mi vida había visto a muchísimas chicas desnudas, pero en ninguna había encontrado unas tetas tan perfectas como las de mi hija.


Sus pechos poseían todo lo que siempre me había excitado, lo que más me impulsaba a seguir en esa vida de vicio y depravación. No solo eran grandes, sino que parecía que flotaban, como si la gravedad no les afectara en absoluto. Sus pezones rosados apuntaban hacia arriba, parecían dos gominolas que cualquier hombre querría degustar.


- Papá.


- ¿Qué?


- ¿Me estás mirando las tetas?


- Pues sí, hija, ¿para qué te voy a mentir?


- Las tengo bien puestas, ¿eh?


- Creo que nunca he visto unas así de perfectas.


- ¿En serio? Mamá dice que las suyas eran iguales.


- Ya le hubiese gustado a ella. Bueno... y a mí.


- Me voy a dar una vuelta para ir haciéndome con el camping.


- Ponte crema para no quemarte.


- A ver si encuentro a alguien por aquí para que me la ponga.


Alonso nos miraba como si acabara de ver a dos marcianos dialogando, como si no comprendiera nada de lo que acabábamos de decir. Prometo que intenté comprenderle, darle conversación para ver de qué manera podía ayudarle a soltarse un poco, pero no hubo manera. Se quedó en la caravana con una pila de apuntes que se había traído.


Sabía que mi hijo iba a ser un hueso duro de roer, por eso tenía todas mis esperanzas depositadas en Valentina, en que ella me ayudara a pasar el mejor verano posible. Contaba con que esa complicidad que habíamos desarrollado se siguiera extendiendo y que me permitiera darle más consejos para que disfrutara de su sexualidad con precaución.


Todavía no había decidido cómo me iba a comportar mientras mis hijos estuvieran presentes. Podía seguir con mi vida, lo que incluía sexo a diario, o centrarme solo en ellos, darles toda mi atención. Quizás debía esperar a ver cómo se desarrollaban los primeros días. Pensaba que iría bien, hasta que Valentina volvió de su vuelta de reconocimiento.


- ¿Aquí cuando se despierta la juventud?


- ¿Qué quieres decir?


- Supongo que las orgías duran hasta el amanecer, pero ya es mediodía.


- ¿Y qué?


- Pues que solo me he cruzado con viejos de tu edad.


- ¿Viejos de mi edad?


- Bueno, ya me entiendes.


- Lamento decirte que aquí no hay gente joven.


- Vale, no habrá chicos de dieciocho, pero algún veinteañero seguro que sí.


- Creo que no, salvo que hayan llegado recientemente.


- Entonces, ¿para qué me has traído?


- Para que disfrutes de la libertad que da el nudismo.


- O sea, que tú te hartas de follar y yo no.


- No seré yo el que te empuje en brazos de nadie, pero hombres hay.


- Las pollas flácidas no me van.


- ¿A ti te parece que esto está flácido?


Valentina había llegado tan cabreada que ni siquiera se fijó en que yo ya estaba desnudo. Al mirarme la entrepierna puso cara de asombro, incluso diría de satisfacción, la misma que yo cuando vi sus tetas. Lo cierto era que yo también había sido bendecido con un buen aparato. De Alonso no podía opinar, ya que no había manera de que se quitara la ropa.


Al cabo de un par de días ya se había establecido cierta normalidad. Valentina ya había aceptado que aquello no era un parque de atracciones del sexo y trataba de convencer a su hermano para que la acompañara a la piscina o pasear por el camping. El chaval aceptaba a regañadientes, siempre poniendo el bañador como límite a su desnudez.


Entre charlas nocturnas, paseos y juegos de mesa, logramos entretenernos y pasar buenos ratos. Pero solo necesitaba mirar a los ojos de mi hija para saber que, en el fondo, pensaba lo mismo que yo. A ambos nos faltaba el placentero desahogo que proporciona el sexo. Ella no tenía con quien hacerlo y yo prefería dedicarles todo mi tiempo a ellos.


Llevaban una semana allí cuando ocurrió algo que no esperaba: Alonso comenzó a desaparecer por las noches. Se levantaba de la cama cuando creía que estaba dormido y se iba, no volviendo hasta varias horas después. Mi firme intención de no ser un padre controlador me impedía preguntarle a dónde iba, pero me preocupaba.


Si algo me dejaba mínimamente tranquilo era que por las mañanas lo veía contento, al menos mucho más que antes. Podría haberle interrogado, al menos de manera sutil, pero tenía la esperanza de que él viniera a contármelo. No era tonto, sabía lo que ocurría en ese camping por las noches, aunque no me lo imaginaba con ninguna de las mujeres que allí había.


Al ritmo que aumentaba la alegría de Alonso iba disminuyendo la de Valentina. Mi hija comenzaba a estar harta de no tener nada que hacer, de saber que otros, incluido su hermano, se estaban divirtiendo a su alrededor mientras ella se pasaba el día tomando el sol en nuestra parcela. Al principio disfrutaba con nuestras charlas, pero hasta eso empezaba a aburrirle.


- ¿Todavía tenemos que estar una semana más aquí?


- Pues en principio sí.


- Preferiría que fuésemos a casa de los abuelos.


- ¿Ahora que tu hermano empieza a divertirse?


- Creo que justo eso es lo que más me molesta.


- Parece que él no le hace ascos a las mujeres maduras.


- Joder, papá, no te enteras de nada.


- ¿Qué? ¿Hay chicas jóvenes y no me he enterado?


- A tu hijo lo tienen prácticamente de mascota los homosexuales.


- ¿Alonso es maricón? Quiero decir ¿gay?


- ¿Te molesta?


- Claro que no, hija... amor libre, ¿lo recuerdas?


- Eso me parece un cuento chino.


- ¿Por qué?


- Hombres y mujeres que follan como se ha hecho toda la vida, ¿qué tiene de libre?


- No tenemos ataduras.


- Hoy en día nadie te obliga a casarte para echar un polvo.


- Ya, pero...


- ¿A que te parecería una burrada que te propusiese tener sexo?


- Pues sí.


- ¿Lo ves? No eres tan libre como te crees.


- Es que eres mi hija.


- ¿Y qué? A mí me gusta follar, a ti también...


- ¿Qué me estás queriendo decir?


- Que esto se animaría un poco si me muestras hasta dónde llega tu experiencia.


No podía creerme que Valentina me estuviera proponiendo eso. Es cierto que en alguna ocasión me había imaginado probando sus tetas, quería hacerlo, porque nunca había tenido delante unas así, pero ni se me pasaba por la cabeza llevar esa fantasía a la realidad. Sin embargo, parecía que mi hija estaba hablando totalmente en serio.


Logré escapar de esa conversación, pero Valentina no estaba dispuesta a olvidarla como si nada. Esa noche, cuando Alonso volvió a escaparse a hurtadillas, mi hija se acercó a mi cama y me pregunto si me había pensado lo de divertirnos un poco. No quería responderle, porque sabía que se habría la boca no sería capaz de decirle que no.


- Demuéstrame que todo eso que dices no es palabrería.


- No puede ser, Valentina.


- Entiendo que no quieras metérmela, pero hay otras formas de divertirnos.


- ¿Como cuáles?


- Puedes jugar con estas y ver si te vas animando.


Mi hija apretó sus enormes pechos justo delante de mi cara, acercándome cada vez más a la boca sus apetecibles pezones. Traté de contenerme, hasta que no pude más y comencé a lamerlos. Valentina soltó una carcajada de satisfacción y se colocó sobre mí en la cama, poniendo sus tetas a mi disposición para que me las siguiera comiendo.


Conseguí apartar la culpabilidad levemente durante al menos media hora, que fue el tiempo que estuve degustando esos perfectos manjares sin llegar nunca a saciarme. No solo se los chupaba con ansia, también los estrujaba entre mis manos, palpaba la suave y tersa piel de mi hija pequeña mientras me iba poniendo cada vez más cachondo.


Ella no paraba de menearse, me golpeaba la cara con sus jugosos melones, pero no era la única parte de su cuerpo que movía. Tenía una de sus piernas colocada sobre mi polla y no paraba de agitarla, provocando una fricción que me tenía exageradamente cachondo. No podía más, llegaba incluso a lavarle los dientes en los pezones.


Por si eso fuera poco, su joven coñito, colocado a la altura de mi abdomen, no paraba de chorrear. Se suponía que aquello era como un juego, que nos estábamos divirtiendo, pero cada vez necesitaba más levantarla, ponerla a cuatro patas y follármela para demostrarle lo que era en realidad eso del amor auténticamente libre.


Mientras seguía succionando sus duros pitones, no pude evitar que una mano se me fuera hasta su culo. No era tan espectacular como las tetas, pero también lo tenía muy bien. Aunque mi objetivo no era ese, sino ir descendiendo disimuladamente hasta llegar a su empapada vagina. En cuanto la rocé, Valentina dejó escapar un gemido, pero me apartó la mano de inmediato.


Fue suficiente para mojar mi dedo en ella, para cubrirme de su esencia de mujer. No dudé en apartar un segundo sus tetas de mi boca para lamer el delicioso caldo de su juventud. Eso pareció excitarle, motivo suficiente para intentar de nuevo acceder a su rajita, pero Valentina volvió a negarme el acceso. Si me lo seguía impidiendo iba a follármela directamente.


- ¿No quieres que te toque un poquito?


- Esto lo hemos planteado como un juego, ¿no?


- Sí, como lo que tú quieras, cariño.


- Pues los juegos van por turnos, así que ahora me toca comer a mí.


Continuará...
Donde está el camping? Me voy para allá inmediatamente,mmm
 
El mejor autor de la gran página de relatos española ahora aquí. Todo un honor, maestro.
 
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