Ha pasado ya un año y lo recuerdo como si hubiese sido hoy mismo…
Tal día como hoy, tras las campanadas, me dirigía junto a mis amigos a celebrar la llegada del nuevo año como muchos jóvenes y no tan jóvenes en todo el mundo.
Era una noche bastante fría aunque en el interior de la discoteca la temperatura parecía subir por momentos, casi obligando a despojarse de los abrigos y chaquetones, dejando lucir los trajes de noche de las muchas muchachas que ya disfrutaban bailando al son de la música.
Mis amigos pronto se lanzaron a la pista, yo nunca me he considerado buen bailarín, prefiero observar desde la barra, y de paso ver las locuras de mis compañeros de correrías en un intento desesperado por llamar la atención de las chicas, un poco desinhibidas ya por el alcohol y el calor del lugar.
El local no tardó en llenarse, a penas podía alcanzar a ver a unos metros de la barra, y pronto perdí de vista a mis amigos.
El tiempo pasaba, ya casi hacia una hora que mis amigos no daban señales de vida, por lo que decidí saltar a la pista e intentar localizarles.
Entre la multitud, el ruido ensordecedor de la música, y las luces estroboscópicas, yo mismo acabé perdido, observando a las muchas siluetas, ocultas por la luz, que danzaban al ritmo de la noche.
Dos de esas siluetas no tardaron en acercarse a mí, una a mi espalda, la otra justo en frente, comenzaron a mover sus cuerpos, cada vez más cerca.
Una de las chicas me cogió de las manos, dándose la vuelta, y llevándoselas a la cintura, sentía a la otra chica apoyada en mis hombros, sus senos rozaban mi espalda, sensualmente, podía sentir su aliento en la nuca.
El son de la música avanzaba, y la excitación de las chicas era cada vez más evidente, mis manos se movían casi instintivamente, abandonando la cintura, para acercarse a sus pechos, ella se pegaba a mi, frotando sus nalgas con mi pantalón, la chica a mi espalda había deslizado sus brazos bajo la camisa y masajeaba mi espalda, dando pequeños besos en mi nuca, podía sentir la calidez de su lengua recorriendo cada centímetro de piel.
La canción no tardo en llegar a su fin, y todo quedo en silencio.
La chica a la que hasta hace un momento acariciaba con mis manos se dio la vuelta, y llevándose mi boca a sus labios comenzó a besarme, noté como unos brazos pasaban bajo mis piernas, subiendo la falda de la chica, y deslizando lentamente, casi como si de un juego se tratase, sus braguitas hacia el suelo.
Las chicas cambiaron de roles, la chica a mi espalda me giró, iniciando su encantador beso, mordiéndome los labios, noté como posaban algo en mi espalda, un objeto punzante iniciaba lo que parecía una delicada escritura, me dejé llevar.
Cuando terminó de escribir, llevó su mano a mi bolsillo, y ambas desaparecieron entre la multitud.
No recuerdo muy bien lo que ocurrió más tarde…
Encontré a mis amigos, y al cabo de las horas regresé a casa.
En mi bolsillo, oculto a mis compañeros, se hallaban unas braguitas con una dirección, una hora, y una fecha…
Pasaban los días, a mi mente venía una y otra vez la imagen de las chicas bailando, a veces como simples siluetas en la oscuridad, otras a pleno color, podía sentir el sabor de sus labios, la suavidad de su piel, la humedad de una lengua recorriendo mi espalda…
Dejé las braguitas sobre mi escritorio, la fecha se acercaba, mi mente se preparaba lentamente a sabiendas de lo que venía, los sueños me abordaban en la noche, la falta de atención era más que evidente en la mañana, solo pensaba en la cercanía del día, mirando una y otra vez ese regalo que me hicieron aquellas jovencitas…
Al fin la ansiada fecha había llegado, el primer sábado del año, día de reyes, y allí estaba, parado, ante un enorme portón de madera maciza, en un edificio señorial, en pleno casco antiguo…
Faltaban pocos minutos para que se cumpliese la hora escrita, mi deseo comenzaba a aflorar, me inquietaba, quería saber lo que me aguardaba en el interior de aquella estructura, y sin más… la puerta se abrió…
En el interior me aguardaba un pequeño recibidor con una mesa de cristal, sobre ella, un sobre y una caja cerrada. Me decanté por abrir el sobre…
“Ya has llegado hasta aquí, pronto podrás disfrutar de nuestros cuerpos.”
“Sigue las instrucciones, son sencillas, pero necesarias para conseguirnos.”
“Deja toda tu ropa en el recibidor, cruza el patio y sube las escaleras, una de nosotras te esperará en la primera habitación, entra y párate en el centro de la misma, no te muevas a no ser que te lo indiquemos.”
“No te olvides de la caja.”
La carta estaba firmada con la marca de unos labios a pie de página.
Tal y como dictaba la carta, me desnudé, cogí la caja, e inicie el trayecto hasta la habitación, atravesando el patio interior, subiendo las escaleras, pensando en el por qué de ese ritual casi sectario.
Abrí la puerta de la habitación y me precipité hacia el interior.
Y tal y como decía la carta, en el interior me esperaba una de las chicas, vestida con un finísimo kimono azul, en un extremo de la habitación.
Un enorme ventanal la iluminaba, tras ella una cama, preparada para éste momento.
Su rostro se iluminó, sonriente, deshizo el nudo del kimono y lo dejo caer, su cuerpo estaba desnudo, envuelto solo por lo que parecía cinta de regalo rojo, cubriendo sus senos y su sexo, con un pequeño lacito a la altura de su ombligo.
Noté la sensación de alguien a mi espalda, sujetándome la cintura, deslizando lentamente sus manos hacia mi miembro, ahora comprendía el por qué del ritual, todo estaba pensado para excitar, para seducir…
Masajeaba mi pene, haciendo pequeños movimientos arriba y abajo, apretando suavemente a medida que avanzaba. La otra chica se había sentado en la cama, abriendo sus piernas, acariciando su sexo, observando la actuación de su amiga, la cinta que lo cubría no tardó en oscurecerse, finísimas gotitas recorrían ya sus ingles, esa visión me excitaba aún más… pero tenía que cumplir con la orden…
Al ver el estado de su compañera, la chica que me masturbaba dejó sus quehaceres, cogió la caja que aún sostenía, y se sentó junto a su amiga.
Ahora podía apreciar a la chica que había permanecido a mi espalda, lucia un diminuto tanguita negro, y cubría sus pezones con dos pequeños lacitos de regalo.
Ambas me miraban sonrientes, sonrojadas, viendo lo que ya habían provocado, comenzaron a besarse, jugando con sus cuerpos, acariciándose la una a la otra, ante mi atónita mirada.
Pasaron minutos en esa situación, mi corazón trataba desesperadamente de bombear sangre hasta mi miembro, las deseaba, no podía soportarlo más… entonces… llegó una nueva orden…
- “Acércate…” – salió de los labios de la que parecía llevar la voz cantante.
Di los pasos como pude, acercándome a ellas, parándome a pocos centímetros de la cama, ambas me agarraron, abalanzándose sobre mi miembro, lanzando pequeños mordiscos, chupando poco a poco, estimulándome como nunca antes lo habían hecho.
La voz cantante abandonó el juego, abriendo la caja y sacando del interior lo que parecía un arnés, deslizó el tanguita hacia sus pies, poniéndoselo con bastante soltura, sin duda alguna ya estaba experimentada.
Una vez colocado, deshizo el lazo de su compañera, y se tumbó en la cama.
- “Ven aquí, preciosa…” – dijo, sosteniendo el apéndice del arnés.
La chica abandonó sus juegos con mi pene y acudió a la llamada, arrodillándose a la altura de su cintura, de cara a mí, orientando el apéndice hacia su ano, podía ver el vaivén de su pecho, oír el sonido del aire al entrar y salir desesperadamente de sus pulmones mientras el objeto entraba más y más en sus entrañas.
El apéndice ya había recorrido todo el trayecto hacia el interior de la chica, esta descansaba sobre el cuerpo de la otra, expectante, intentando recuperar el aliento.
- “Es toda tuya.” – dijo una vez más la voz, abriendo los labios mayores de su compañera.
Enajenado por el morbo de la situación me lancé sobre la chica, abriendo sus piernas, colocando mi pene en la entrada de su sexo, y lanzando una gran embestida, penetrándola todo lo que pude.
Ella lanzó un sofocado chillido, entrecortado por el placer y el temblor de su cuerpo, tras esto volvió a quedar inmóvil.
Juntos, comenzamos a movernos, yo penetrando su precioso chochito, estimulando su clítoris, su compañera moviendo la pelvis, tratando de mover el apéndice, masajeando sus pechos.
Podía notar como se humedecía, el ruidito de mi pene al entrar y salir, los gemidos de ambas chicas mientras disfrutaban, el clímax estaba ya cerca…
No podía soportarlo más, estaba apunto de correrme, la saqué del interior de la chica…
- Aún no, pequeñín… - dijo la chica mientras ataba un fuerte lazo en la base de mi miembro obstruyendo la circulación.
Tras atar el nudo, se dio la vuelta, inclinando su cuerpo a cuatro patas sobre la cama, la chica del arnés se levantó penetrándola de nuevo, esta vez por su otro orificio.
- Si vas a correrte, hazlo aquí… - dijo la chica del arnés, abriendo sus nalgas para dejar ver la puerta de su ano.
Sin pensarlo dos veces me puse tras ella, frotando esa diminuta entrada con mi miembro para estimular su esfínter, hasta que por fin fue entrando poco a poco…
Ella disfrutaba, agarrando la cintura de su compañera, obligándola a moverse adelante y atrás, mientras yo jugaba con su trasero.
Así permanecimos hasta que por el éxtasis, sucumbió la primera chica, estaba apunto de explotar, no podía soportarlo más, y por fin, deshizo el nudo…
Mi semen inundó rápidamente sus entrañas, al sonido de sus gemidos, agarrando sus senos, arqueando su espalda sobre mi pecho, acabando en una explosión de placer…
No hay mucho más que decir, éste, sin duda, fue el mejor regalo que los reyes podrían haberme dado.