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bicharraco

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Recupero un relato que ya escribí en otras webs, no creo que haya perdido vigencia.

Se trata de un relato real, con alguna pequeña licencia creativa, pero de una situación que ocurrió realmente. La situación la viví con una chica a la que no vi nunca ni creo que la vea, y a la que conocí en otra página.

Una experiencia que me gustaría repetir.

Espero que guste.
 
Por uno de los lados de la cortina del probador aparece un brazo de mujer. De sus dedos cuelga un tanga de color negro. Lo cojo, rozando intencionadamente la piel de aquel brazo, que desaparece dejando en mis manos la anhelada prenda, aún cálida, muestra de que se ha despojado de ella tan sólo unos instantes antes. Está húmedo por la zona del triángulo, y al acercármelo percibo el inconfundible aroma del coño de una hembra en celo.

Cuatro horas antes….

Una mañana de un día laborable cualquiera. A la hora acordada estoy en la puerta de la tienda, donde comenzará nuestra jornada. No nos conocemos de nada, no nos hemos visto nunca, y si todo sale según lo previsto, yo no la veré. Le he descrito de forma minuciosa cómo iría vestido, con objeto de que me reconozca. Me hago el remolón por si acaso no le ha dado tiempo a llegar, y al poco me pongo en marcha, caminando a paso lento. A partir de ese momento me sé observado, vigilado, sé que ella no anda lejos. Me dirijo a uno de los comercios que le dije visitaría, al que llego a los pocos minutos. Entro y con toda la calma del mundo comienzo a mirar ropa. Ella está por allí, lo sé. No obstante, cumpliendo mi compromiso, no haré nada por descubrirla. Así ella podrá disfrutar mejor del juego.

Cojo unos pantalones y me voy al probador, eligiendo un momento en que no hay nadie. Me tomo mi tiempo. Al cabo de unos minutos vuelvo a salir. Nada, ninguna muestra de su presencia. Sigo merodeando por la tienda, se repiten las visitas al probador.

Me he quitado mis pantalones y me dispongo a probarme los nuevos. Por debajo de la puerta del probador, alguien lanza un papel arrugado. En calzoncillos, morcillón, con la excitación propia de la situación, cojo el papel y lo abro. Tiene algo escrito a mano: “Cuando estabas en el semáforo de la calle X, yo estaba justo detrás de ti”. Mi corazón se acelera, sonrío. Yo semidesnudo, y al otro lado de la puerta la mujer que me está siguiendo y a la que no he visto nunca. Ha entrado en el juego.

Dejo pasar unos minutos antes de vestirme y salir, para darle tiempo a escabullirse. Sigo mi deambular por la tienda, procurando no alzar la vista buscándola. No obstante, me cruzo con mujeres que también están en la tienda. Lo típico, se cede el paso, se cruzan miradas….. ¿Será la que me ha sonreído agradeciendo mi cortesía? ¿Será la que ha apartado la mirada? ¿Será la que no aparta la vista de las camisas?

Más visitas al probador. En una de ellas, al instante de entrar, unos pasos y alguien entra en el probador contiguo. ¿Será ella? Me tomo mi tiempo. Al cabo de unos minutos, quienquiera que sea, sale y se va.

Abandono la tienda y lentamente me encamino a otra. Sé que me sigue. Supongo que nerviosa, puede que excitada. Yo también me excito imaginando qué pasará por su cabeza, qué sensaciones estará experimentando. Sé que si vuelvo la cabeza y miro hacia atrás puedo descubrirla, saber quién es, pero ese no es el juego. Debo seguir mi camino, debe saberse a salvo.

Llego a mi nuevo destino. Mismo proceder. Tranquilamente me muevo entre las perchas y las estanterías, sin apartar la mirada de las prendas allí expuestas. Hay gente alrededor, ella es una de esas personas, pero no se cual. Entro a un probador, no tiene puerta, sino cortina. Esta vez no tengo que esperar mucho. Otro papel arrugado que alguien lanza bajo la cortina: “Me he estado tocando en el probador junto al tuyo”. Un leve escalofrío. Era ella, quien entró en el probador en la tienda anterior. Una desconocida me ha seguido, ha entrado en un apartado a escasos centímetros de mí, ha levantado su falda, o bajado sus pantalones, y ha acariciado su sexo sabiendo que yo estaba al lado. Sólo nos separaba un panel. Me enciende imaginarlo.

Sigo mi periplo de tiendas. Ella, de tanto en tanto, me hace saber de su presencia. Es excitante.

El juego está llegando al final, la mañana está terminando. Última visita al probador. Cierta tensión. Espero el veredicto, la prueba de que ella ha disfrutado con la experiencia.

Por uno de los lados de la cortina del probador aparece un brazo de mujer. De sus dedos cuelga un tanga de color negro. Lo cojo, rozando intencionadamente la piel de aquel brazo, que desaparece dejando en mis manos la anhelada prenda, aún cálida, muestra de que se ha despojado de ella tan sólo unos instantes antes. Está húmedo por la zona del triángulo, y al acercármelo percibo el inconfundible aroma del coño de una hembra en celo. Es el tanga que ha llevado puesto durante toda la mañana, el veredicto, la prueba acordada de que lo ha disfrutado.

De vuelta a casa, con el tanga usado en uno de mis bolsillos. Huele a hembra, seguramente lo riegue recordando la excitante mañana que he vivido, imaginando cómo será el coño que lo ha mojado. Si ella ha cumplido su parte, ahora estará caminando entre la gente, sin bragas, en dirección a su casa.

El juego no ha terminado. Tengo que devolverle su prenda íntima. Pero eso es otra historia.
 
Por uno de los lados de la cortina del probador aparece un brazo de mujer. De sus dedos cuelga un tanga de color negro. Lo cojo, rozando intencionadamente la piel de aquel brazo, que desaparece dejando en mis manos la anhelada prenda, aún cálida, muestra de que se ha despojado de ella tan sólo unos instantes antes. Está húmedo por la zona del triángulo, y al acercármelo percibo el inconfundible aroma del coño de una hembra en celo.

Cuatro horas antes….

Una mañana de un día laborable cualquiera. A la hora acordada estoy en la puerta de la tienda, donde comenzará nuestra jornada. No nos conocemos de nada, no nos hemos visto nunca, y si todo sale según lo previsto, yo no la veré. Le he descrito de forma minuciosa cómo iría vestido, con objeto de que me reconozca. Me hago el remolón por si acaso no le ha dado tiempo a llegar, y al poco me pongo en marcha, caminando a paso lento. A partir de ese momento me sé observado, vigilado, sé que ella no anda lejos. Me dirijo a uno de los comercios que le dije visitaría, al que llego a los pocos minutos. Entro y con toda la calma del mundo comienzo a mirar ropa. Ella está por allí, lo sé. No obstante, cumpliendo mi compromiso, no haré nada por descubrirla. Así ella podrá disfrutar mejor del juego.

Cojo unos pantalones y me voy al probador, eligiendo un momento en que no hay nadie. Me tomo mi tiempo. Al cabo de unos minutos vuelvo a salir. Nada, ninguna muestra de su presencia. Sigo merodeando por la tienda, se repiten las visitas al probador.

Me he quitado mis pantalones y me dispongo a probarme los nuevos. Por debajo de la puerta del probador, alguien lanza un papel arrugado. En calzoncillos, morcillón, con la excitación propia de la situación, cojo el papel y lo abro. Tiene algo escrito a mano: “Cuando estabas en el semáforo de la calle X, yo estaba justo detrás de ti”. Mi corazón se acelera, sonrío. Yo semidesnudo, y al otro lado de la puerta la mujer que me está siguiendo y a la que no he visto nunca. Ha entrado en el juego.

Dejo pasar unos minutos antes de vestirme y salir, para darle tiempo a escabullirse. Sigo mi deambular por la tienda, procurando no alzar la vista buscándola. No obstante, me cruzo con mujeres que también están en la tienda. Lo típico, se cede el paso, se cruzan miradas….. ¿Será la que me ha sonreído agradeciendo mi cortesía? ¿Será la que ha apartado la mirada? ¿Será la que no aparta la vista de las camisas?

Más visitas al probador. En una de ellas, al instante de entrar, unos pasos y alguien entra en el probador contiguo. ¿Será ella? Me tomo mi tiempo. Al cabo de unos minutos, quienquiera que sea, sale y se va.

Abandono la tienda y lentamente me encamino a otra. Sé que me sigue. Supongo que nerviosa, puede que excitada. Yo también me excito imaginando qué pasará por su cabeza, qué sensaciones estará experimentando. Sé que si vuelvo la cabeza y miro hacia atrás puedo descubrirla, saber quién es, pero ese no es el juego. Debo seguir mi camino, debe saberse a salvo.

Llego a mi nuevo destino. Mismo proceder. Tranquilamente me muevo entre las perchas y las estanterías, sin apartar la mirada de las prendas allí expuestas. Hay gente alrededor, ella es una de esas personas, pero no se cual. Entro a un probador, no tiene puerta, sino cortina. Esta vez no tengo que esperar mucho. Otro papel arrugado que alguien lanza bajo la cortina: “Me he estado tocando en el probador junto al tuyo”. Un leve escalofrío. Era ella, quien entró en el probador en la tienda anterior. Una desconocida me ha seguido, ha entrado en un apartado a escasos centímetros de mí, ha levantado su falda, o bajado sus pantalones, y ha acariciado su sexo sabiendo que yo estaba al lado. Sólo nos separaba un panel. Me enciende imaginarlo.

Sigo mi periplo de tiendas. Ella, de tanto en tanto, me hace saber de su presencia. Es excitante.

El juego está llegando al final, la mañana está terminando. Última visita al probador. Cierta tensión. Espero el veredicto, la prueba de que ella ha disfrutado con la experiencia.

Por uno de los lados de la cortina del probador aparece un brazo de mujer. De sus dedos cuelga un tanga de color negro. Lo cojo, rozando intencionadamente la piel de aquel brazo, que desaparece dejando en mis manos la anhelada prenda, aún cálida, muestra de que se ha despojado de ella tan sólo unos instantes antes. Está húmedo por la zona del triángulo, y al acercármelo percibo el inconfundible aroma del coño de una hembra en celo. Es el tanga que ha llevado puesto durante toda la mañana, el veredicto, la prueba acordada de que lo ha disfrutado.

De vuelta a casa, con el tanga usado en uno de mis bolsillos. Huele a hembra, seguramente lo riegue recordando la excitante mañana que he vivido, imaginando cómo será el coño que lo ha mojado. Si ella ha cumplido su parte, ahora estará caminando entre la gente, sin bragas, en dirección a su casa.

El juego no ha terminado. Tengo que devolverle su prenda íntima. Pero eso es otra historia.
Muy sugerente. Como ya he dicho otras veces (pero era en otro foro, jaja), me encantan las historias cortas y autoconclusivas. (Independientemente de que luego siga o no). Enhorabuena.
 
Gracias a todos por apreciar el relato. Lamentablemente la historia quedó ahí. Podría haberme inventado la continuación, pero no quiero, prefiero que lo que cuente sea real, y la realidad casi nunca es exactamente como nos gustaría. En cualquier caso, me pareció una experiencia excitante.
 
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