Serie — “Mañana de travesuras”

carlos96

Miembro muy activo
Desde
2 Mar 2025
Mensajes
77
Reputación
1,461
Ubicación
Lejos
1001285060.jpg


Capitulo I

A veces los sábados se despiertan con un calor distinto,
sobre todo cuando una amiga de toda la vida,
esa morena de sonrisa pícara y curvas imposibles,
decide ser tu despertador humano.

Ella siempre había tenido esa costumbre de lanzarse sobre mí.
Era como un juego secreto entre los dos:
ella me zarandeaba entre risas, yo la sujetaba a medias,
fingía que dormía más de la cuenta,
sólo para sentir el roce de su cuerpo sobre el mío.

Pero esa mañana el destino —y mi ropa interior suelta—
hicieron de las suyas.
El accidente fue tan breve como intenso:
un segundo en que mi erección, tan natural como descarada,
se coló justo entre sus piernas,
apenas separados por la tela fina de su vestido corto.

Nos quedamos congelados.
Ella, tan cerca que podía sentir su respiración;
yo, con el corazón estallándome en el pecho.
Y entonces la tensión se rompió en carcajadas.
No hubo reproche. No hubo vergüenza.
Sólo esa risa que compartíamos desde niños,
pero ahora cargada de una electricidad que nunca se apagó.

Aún con el rubor en la cara, intenté cubrirme,
pero ella no dejó pasar la oportunidad para bromear,
para hacerme sentir más expuesto y más vivo que nunca.
Me dijo, como si fuera la cosa más simple del mundo,
que éramos amigos, que nada la incomodaba,
que ella siempre supo lo que yo callaba con tanto cuidado:
que su cuerpo era la fantasía de todos,
y especialmente la mía.

Lo admití. Sin rodeos.
Se rio de nuevo, esa risa de boca llena, traviesa,
y me sugirió que fuera al baño a “resolver”.
Yo, a mis 19, sólo podía mirarla con el deseo a punto de explotar.
Así que, entre broma y broma, solté lo que nunca me había atrevido:
“Si somos tan amigos, ¿por qué no me ayudas?
Prometo no tocarte, ni moverme.”

Ella me miró como quien juega con fuego.
Sus ojos recorrieron la habitación, como buscando testigos.
No había nadie.
Solo estábamos nosotros, la mañana, y esa tensión guardada por años.

“Queda entre nosotros”, me dijo,
su voz un susurro cargado de picardía.
Se quitó la pequeña barrera de tela interior,
de un tirón, como si fuera lo más natural.
Se montó sobre mí, rozando mis muslos con la suavidad de su piel,
me ordenó mirarla a los ojos,
nada de caricias indebidas, nada de manos inquietas.

Obedecí.
Cuando sentí el calor de su centro buscándome,
creí que explotaría sin tocar nada.
Fue lento, delicioso, real.
Tres minutos.
Tres minutos en que mi respiración se mezclaba con la suya,
en que nuestras risas nerviosas se convirtieron en jadeos cortos,
en que la amistad se volvió deseo sin promesas.

Cuando terminó, sólo se acomodó la ropa,
me miró con esa mirada suya de niña traviesa y mujer hecha,
y dijo: “Ahora sí, vamos a desayunar.”
 
Última edición:
1001285060.jpg


Serie: Mañanas de Travesuras

Capítulo I — Ella lo cuenta


Si cierro los ojos todavía puedo sentirlo…
Aquel sábado de mañana, con la brisa tibia colándose por la ventana de su cuarto
y ese aroma a ropa limpia mezclado con el leve perfume de su piel.

Éramos amigos desde siempre.
Él y yo, los niños que crecieron en la misma calle, que jugaban a las escondidas,
que nos reíamos de todo…
y que, poco a poco, fuimos descubriendo qué pasaba cuando las miradas se alargaban más de la cuenta.

Yo siempre supe que lo volvía loco.
Era imposible no notarlo: su forma de mirarme cuando me tiraba sobre su cama
para despertarlo, sus manos dudando entre empujarme o sostenerme más cerca.
Me gustaba provocarlo. Era mi pequeño secreto.
Pero nunca fui cruel: nunca quise romper lo que teníamos.

Ese sábado llegué temprano, lo escuché roncar desde la puerta,
y no pude resistirme: salté sobre él, riéndome como una niña.
Pero esta vez algo cambió.
Su cuerpo, casi desnudo bajo esa ropa floja, su calor, su dureza…
Todo quedó justo, perfectamente alineado entre mis piernas.

Fue tan rápido que ninguno de los dos supo qué hacer.
Sentí su erección, firme, rebelde, colándose entre la tela de mi vestido.
Y por un segundo pensé en moverme más, en dejarlo sentirme mejor…
Pero su expresión —mitad deseo, mitad susto— me hizo reír.
Reímos juntos. Nos reímos de nosotros mismos, de lo obvio que era todo.

Lo vi avergonzado, tratando de cubrirse.
Qué tierno.
Y qué excitante, también.

Me encantaba saber que yo podía desarmarlo con solo una broma,
con solo dejar que su imaginación hiciera el resto.
Nos dijimos cosas, cosas que ya sabíamos,
pero que nunca habíamos dicho así, con las palabras justas.

Y entonces soltó esa frase:
“¿Por qué no me ayudas? Solo una vez, solo para descargar…”

Recuerdo que lo miré y pensé: ¿De verdad quiere eso?
Me reí por dentro, porque yo también tenía curiosidad.
Porque sabía que sería nuestro secreto.
Porque estaba segura de que él jamás me haría daño, ni rompería lo que teníamos.
Y porque, aunque siempre fui cariñosa, nunca había sentido ese fuego tan cerca.

Así que sí, decidí ayudarlo.
Le puse mis reglas: “No te muevas, no me toques…”
Quería que se sintiera completamente rendido a mí.
Sentí su cuerpo temblar cuando me quité la ropa interior.
Cuando me acomodé sobre él, podía notar su respiración cortada.
Y cuando lo sentí entrar en mí, incluso con mi vestido arremangado,
fue como una chispa que encendió toda la mañana.

No fue largo, pero fue delicioso.
El secreto mejor guardado entre dos amigos que siempre supieron
que en el fondo, algo así podía pasar.
Al terminar, me levanté, lo miré con esa sonrisa que sé que no olvida
y le dije: “Vamos a desayunar…”

Como si nada.
Como si todo.

Y hoy, tantos años después,
todavía sonrío cada vez que recuerdo cómo su cuerpo se tensaba,
cómo intentaba obedecer mis reglas,
y cómo, sin decirlo, ambos supimos que aquel juego era solo el primero.
 
Última edición:

📢 Webcam con más espectadores ahora 🔥

Atrás
Top Abajo