Cjbandolero
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Este relato es la historia de un forero, es una mezcla de realidad y una fantasía que tiene, espero que guste.
Capítulo 1
El sonido del claxon de un camión reverberaba en la inmensa nave del almacén logístico. Era un espacio frío, con altos estantes metálicos que parecían tocar el techo. El movimiento de palets y carretillas elevadoras componía una sinfonía rutinaria que Dani ya apenas percibía. Había llegado temprano, como siempre, vistiendo el uniforme de la empresa, con su chaqueta azul oscura y el nombre bordado en el pecho. A sus 30 años, la rutina había dejado de ser una molestia para convertirse en algo casi reconfortante. Sabía exactamente qué esperar de cada día.
—¡Dani! —La voz ronca de Ramón resonó desde el otro extremo del pasillo—. ¿Cuántas cajas te faltan para acabar ahí? No vamos a estar aquí toda la noche.
Dani levantó la mirada de la pantalla de su PDA y sonrió. Ramón, con sus 64 años y el cabello encanecido que apenas cubría su cabeza, caminaba hacia él con la calma de alguien que sabía que el mundo no iba a cambiar si un paquete llegaba tarde.
—Tranquilo, Ramón. Apenas llevo una docena —respondió Dani, dejando la PDA sobre una caja mientras estiraba los brazos.
—Eso pasa por ser tan meticuloso. A tu edad, yo ya había terminado y estaba en el bar con una caña en la mano. —Se rió, una carcajada profunda que le hizo toser ligeramente.
—No sé cómo hacías para que no te pillaran —bromeó Dani, mientras cargaba otra caja en la cinta transportadora.
Cuando el turno terminó, Dani salió del almacén sintiéndose más cansado de lo habitual. El aire fresco de la mañana le hizo bien mientras caminaba hacia su coche, un viejo utilitario que se había convertido en su compañero fiel. El trayecto a casa era breve, pero suficiente para despejar su mente del caos del almacén. Al abrir la puerta de su apartamento, el aroma del café llenaba el ambiente. Vero estaba sentada en el sofá, con el portátil en las piernas y el cabello recogido en un moño desordenado. Llevaba una camiseta amplia que apenas cubría sus muslos y unas gafas que solo usaba cuando trabajaba. A sus 28 años, había algo en su manera de moverse, en su elegancia despreocupada, que siempre lograba desarmar a Dani. Vero es una chica morena muy delgada y sin apenas pecho pero eso a Dani le da igual, en ella encontraba no solo a una mujer con quien compartir su vida, sino toda una compañera fiel en quien apoyarse tanto en los buenos como en los malos momentos.
—¿Cómo te fue? —preguntó sin levantar la vista de la pantalla.
—Lo de siempre. Ramón se pasó media noche contándome sus batallas del trabajo. —Dani dejó las llaves sobre la mesa y se acercó a ella, besándola en la mejilla antes de desplomarse en el sillón frente a ella.
Vero soltó una risita ligera. —Ese hombre no cambia, ¿verdad? Siempre que voy al almacén, me mira como si estuviera en un concurso de belleza.
Dani notó el tono divertido en su voz, pero no pudo evitar el ligero calor que se instaló en su pecho. Había algo en cómo lo dijo, algo que despertó una punzada de celos mezclados con… ¿excitación? Sacudió la cabeza, apartando el pensamiento.
—Es Ramón. Mira a todo el mundo igual. —Intentó sonar despreocupado mientras encendía el televisor, pero no pudo evitar robarle una mirada a Vero.
Ella tenía esa habilidad de estar concentrada en su trabajo y, al mismo tiempo, irradiar una sensualidad natural. Dani nunca había dejado de desearla, aunque últimamente sentía que sus encuentros eran más predecibles, como si la chispa estuviera encerrada en la monotonía del día a día.
—¿Qué tal tu día? —preguntó él, tratando de cambiar el rumbo de sus pensamientos.
—Lleno de llamadas y correos interminables. —Cerró el portátil y lo dejó sobre la mesa—. Creo que necesito un descanso.
Se levantó del sofá y se estiró, dejando al descubierto un poco más de piel de la que su camiseta ocultaba. Dani la observó, fascinado por la naturalidad de sus movimientos, y sintió una punzada de culpabilidad. ¿Por qué su mente volvía una y otra vez a las miradas de Ramón?
Unos días después, Vero pasó por el almacén para llevarle a Dani la cena que había olvidado en casa. Era algo que solía hacer de vez en cuando, y siempre recibía las bromas de los compañeros de trabajo, que le decían que era un hombre afortunado. Pero ese día, Dani notó algo diferente. Ramón estaba cerca, conversando con otros compañeros, cuando Vero entró. Dani la vio avanzar entre los pasillos con su vestido de verano ligero que tanto le gustaba. Ella sonrió al verlo y levantó la bolsa de papel.
—Se te olvidó esto. —Su voz sonaba ligera, como si no estuviera consciente de las miradas que atraía.
Dani la recibió con un beso en la mejilla y un “gracias”, pero no pudo evitar fijarse en Ramón, que la observaba desde la distancia. La mirada de Ramón no era lasciva, pero había algo en su intensidad que hizo que Dani sintiera una extraña mezcla de emociones. Cuando Vero se despidió y salió del almacén, Ramón se acercó con una sonrisa ladeada.
—Tu chica es un espectáculo, Dani. —El tono era amistoso, pero Dani sintió la profundidad detrás de las palabras.
—Sí, lo es. ¿Está buena eh?—Intentó sonar casual, pero algo en su interior se removía porque le encantaba que miraran a su novia.
El resto de la noche, las palabras de Ramón resonaron en su mente. Recordó las historias que le contaba, la forma en que hablaba de las mujeres de su pasado. Y, por primera vez, se permitió reconocer lo que siempre había estado latente: la idea de Vero en los ojos de otro hombre, en los ojos de Ramón, le provocaba una extraña mezcla de celos, deseo y algo que no podía nombrar. Cerró los ojos y, por un instante, dejó que su mente jugara con la idea. Ramón, con su mirada segura, sus manos experimentadas, y Vero, respondiendo a algo que él nunca había imaginado. El pensamiento lo perturbó y lo excitó al mismo tiempo. No sabía hasta dónde lo llevarían esas ideas, pero ya no podía ignorarlas. Algo había despertado en él, algo que cambiaría todo.
Esa noche del fin de semana de sus días libres después de la cena, Dani se acomodó en el sofá con el mando del televisor en la mano, mientras Vero se retiraba al dormitorio. Había algo diferente en el aire, un peso que sentía en el pecho desde que vio la mirada de Ramón hacia ella. No era la primera vez que lo notaba, pero esta vez se quedó grabada en su mente de una forma que no podía sacudir. Pasó los canales sin prestar atención, dejando que el ruido llenara el silencio del apartamento. Cerró los ojos un instante, pero en lugar de relajarse, su mente lo arrastró de vuelta al almacén. Pudo ver con claridad la escena de Vero caminando entre los pasillos, el vestido moviéndose con cada paso. Recordó la mirada de Ramón, esa mezcla de deseo contenido y admiración. Dani suspiró, apagó el televisor y se levantó. Se dirigió al baño, buscando despejarse con agua fría, pero cada vez que cerraba los ojos, la imagen volvía, más viva, más intensa. Se inclinó sobre el lavabo, dejando que el agua corriera entre sus manos, y alzó la vista hacia el espejo. Allí, en la penumbra del baño, se enfrentó a sí mismo, al calor que sentía en el cuerpo y a la maraña de pensamientos que lo envolvían. Era como si algo dentro de él, algo que había mantenido cuidadosamente bajo control, estuviera exigiendo ser liberado. La idea era absurda, se repetía. Pero en el fondo sabía que no lo era. Se secó las manos con rapidez y caminó hacia el dormitorio, con pasos silenciosos. Vero dormía profundamente, envuelta en las sábanas, con el rostro relajado y sereno. Dani la miró durante unos instantes, debatiéndose entre la culpa y el deseo.
Se dirigió al salón, cerrando la puerta del dormitorio con cuidado. En la oscuridad, se dejó caer en el sofá, el corazón latiendo con fuerza. Permitió que las imágenes volvieran a su mente, esta vez sin luchar contra ellas. Imaginó a Ramón, su mirada recorriendo cada curva de Vero mientras ella, segura y provocativa, se entregaba al juego. La escena se dibujaba con una claridad que lo asustaba y lo excitaba al mismo tiempo. Dani bajó una mano, deslizando los dedos por el borde de su pantalón mientras dejaba que la fantasía se desplegara por completo. Vero, con su vestido sonriendo con picardía; Ramón, acercándose con una mezcla de urgencia y control. Se imaginaba que Ramón se acercaba su novia y metía sin reparo la mano por debajo del vestido para tocar su culo y ella en vez de reprochárselo se dejaba, pero no solo eso, se imaginaba a su novia subida encima de Ramón con su polla metida en su coño gimiendo mientras él lamía sus pequeñas tetas y la follaba con deseo. Cada detalle era vívido: el brillo en los ojos de ella, la forma en que su cabello caía sobre sus hombros, la respiración pesada de Ramón. La sensación lo invadió con una intensidad que lo dejó sin aliento. Dani se entregó al momento, dejando que el deseo lo dominara. Se masturbaba con calma disfrutando del momento hasta que se corrió. Cuando finalmente se detuvo, apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá, intentando recuperar el aliento. El silencio de la habitación era ensordecedor. El remordimiento llegó como una ola inesperada. Se cubrió el rostro con las manos, susurrando para sí mismo:
—¿Qué coño estoy haciendo?
Pero aunque se sintiera culpable, no podía negar que algo había cambiado en él. La fantasía, que antes parecía una idea lejana e inofensiva, ahora tenía un peso real. Era como si, al darle vida en su mente, hubiera abierto una puerta que no sabía cómo cerrar. Regresó al dormitorio con pasos pesados, cuidando de no hacer ruido. Se deslizó bajo las sábanas junto a Vero, que se movió ligeramente, murmurando algo en sueños antes de acomodarse nuevamente. Dani se quedó despierto por un rato, observando cómo la luz de la luna iluminaba su rostro. Pensó en lo que significaba todo esto, en cómo afectaría su relación si alguna vez confesaba lo que sentía. Pero en ese momento, no tenía respuestas. Solo sabía que no podía ignorar lo que había comenzado a desear.
El reloj marcaba las dos de la madrugada. Dani seguía despierto, mirando al techo como si pudiera encontrar ahí las respuestas a las preguntas que lo atormentaban. La respiración tranquila de Vero a su lado era un recordatorio constante de lo que tenía y, al mismo tiempo, de lo que podía perder. Su mente volvía una y otra vez a las imágenes que lo habían consumido en el salón. No se trataba solo del deseo. Había algo más profundo, algo que le costaba admitir incluso en la soledad de sus pensamientos: la necesidad de romper con la monotonía, de descubrir hasta dónde podían llegar sus propios límites.
“¿Y si todo esto es solo una fantasía pasajera?” se preguntó. Pero no podía convencerse. La intensidad con la que lo había vivido, la forma en que su cuerpo había reaccionado, le decía que había algo más, algo que no podía ignorar. Miró a Vero, a su rostro tranquilo y perfecto bajo la luz tenue que se filtraba por las cortinas. Ella era todo lo que había deseado alguna vez: inteligente, hermosa, apasionada. Pero ahora, su imaginación había empezado a llevarla a lugares que nunca antes habría considerado. ¿Qué diría ella si supiera lo que pasaba por su mente? Dani cerró los ojos, tratando de acallar el torbellino de pensamientos. “Esto no tiene que significar nada”, se dijo, aunque sabía que se estaba engañando. Ya significaba algo. Lo sentía en cada fibra de su cuerpo, en cada susurro de su conciencia que le recordaba lo lejos que había llegado con sus propios deseos.
“Mañana será otro día”, se repitió, aunque no estaba seguro de cuánto podría cambiar el amanecer. La rutina volvería, claro, con sus horarios y su previsibilidad. Pero algo había cambiado dentro de él, algo que no sabía si podía deshacer. Mientras el sueño finalmente lo vencía, una última imagen cruzó su mente: Ramón, con su sonrisa confiada, y Vero, entregándose a algo más grande que ellos dos. Y en el fondo, la certeza de que ese pensamiento, por más que intentara ignorarlo, ya no lo abandonaría.
Continuará….