Te reto

¡Te reto! - Capítulo 06 - El punto de inflexión

Después de la sesión de masaje con Tyler algunas cosas cambiaron. Por aquel entonces los retos se habían convertido en más que un excitante juego, eran casi una adicción. Conforme iban pasando los días el mono iba en aumento y ambos buscábamos situaciones comprometidas, falsos accidentes. Silvia vestía más provocativa que nunca y ya no le importaba lo que pensaran las vecinas, incluso había dado algún espectáculo privado en el ascensor a alguno de sus maridos, plantándoles los pechos justo bajo su mirada, mostrándoles un canalillo por el que se llegaba a ver el ombligo y disfrutando viendo cómo casi se les salían los ojos de las órbitas. Yo temía por los pobres hombres, porque la mayoría eran de sesenta para arriba y me preocupaba que no les diera un infarto y se nos quedaran allí mismo, pero a la vez me excitaba sobremanera la nueva y desinhibida faceta de Silvia.

Pero también empecé a notar otros cambios que afectaron a nuestra relación sexual. De pronto me dió la sensación de que yo ya no me bastaba para satisfacerla, de que no era suficiente. Cuando hacíamos el amor me reclamaba que la penetrara con fuerza, hasta el fondo, sin parar. Saltaba sobre mí y me cabalgaba sin compasión, sin importarle que me estuviera haciendo polvo la polla. Incorporamos posturas que yo no había visto en ninguna peli porno y que me obligaban a sudar la gota gorda haciendo ejercicios de equilibrio. Si me corría dentro me gritaba que no parase de follarla. Si me corría en su vientre o entre sus pechos extendía mi leche por su piel y enseguida se volvía a meter mi polla en la boca para volver a ponerla dura. Me exigía que la poseyera brutalmente por todos los agujeros disponibles una, dos, tres… tantas veces como fuera necesario hasta que yo ya no podía más y caía rendido. Más de una vez, mientras intentaba recuperar el pulso y el oxígeno, oía como Silvia se masturbaba hasta provocarse ese último orgasmo que yo no había podido darle.

Un día cuando volví del curro noté a Silvia especialmente extraña y callada. Rehuía mi mirada y me respondía con monosílabos. Después de cenar nos sentamos en el sofá y Silvia puso la TV en una cadena que daban uno de esos programas de zapping. Pasamos unos minutos en silencio hasta que me aventuré a preguntarle qué le pasaba, si todo iba bien en el curro. Me miró sin enfocar, volvió a mirar la tele y entonces se puso a llorar. Durante los siguientes minutos Silvia estuvo llorando sin consuelo y balbuceando cosas sin sentido mientras yo intentaba calmarla. Poco a poco empecé a entender algo de lo que decía, primero palabras sueltas: gimnasio, ansia,... Cuando por fin se calmó lo suficiente como para que su respiración se normalizara y su voz fuera menos entrecortada, me cogió de las manos y me pidió perdón. Después empezó a explicármelo todo, palabra a palabra, línea a línea, mientras con sus ojos vidriosos buscaba una reacción en los míos.

Esa mañana se había despertado vacía, necesitada de algo intangible, difícil de definir. Cuando yo me marché a trabajar ella se había quedado en el sofá con una taza de café con leche en las manos que se había enfriado sin siquiera haberle dado un sorbo. Se sentía ansiosa y tenía frío. Decidió llamar al trabajo con una excusa cualquiera para poder quedarse en casa, no tenía ganas de salir a la calle. Pero a media mañana cambió de idea. No sabía cuál había sido el motivo pero de pronto se encontró vestida de deporte yendo hacia el gimnasio. Una vez allí pasó por el vestidor a dejar la bolsa y quitarse la sudadera antes de dirigirse a la sala de máquinas. No tenía objetivo, no era nada consciente, pero se encontró en medio de la sala buscando a alguien entre los pocos usuarios del gimnasio a esa hora. Algunos le devolvieron la mirada sin ahorrarse también echarle un buen vistazo a su cuerpo. Pero ella pasó de todos.

Un poco decepcionada por no saber qué hacía allí se dirigió a las bicicletas estáticas con la intención de quemar un poco de la frustración que sentía. Estuvo veinte minutos corriendo hasta que un moscardón se puso en la bicicleta de al lado y empezó a darle conversación a la vez que no perdía ocasión de echarle un ojo al rebote de sus pechos. Pensó en darle un pequeño espectáculo pero no tenía ganas y optó por pasar de él y cambiar de máquina. Pasó por el contractor de pectorales y después la máquina de remo. En cada una de ellas tuvo visitas de usuarios del gimnasio que se acercaban a hablar con ella. Siempre era la misma cantinela: que si necesitaba ayuda, consejos para mejorar su técnica, piropos más o menos trabajados,... al final lo que todos querían era saber qué posibilidades tenían y cuando descubrían que ninguna la dejaban tranquila, satisfechos de haber por lo menos podido echarle un vistazo, fantaseando con su culo o lo poco que su top de deporte ocultaba a la vista.

Llevaba apenas cinco minutos en la máquina de abductores cuando otro tío se le acercó y la saludó. Ya estaba cansada, de los pesados del gimnasio pero también físicamente. Sudaba por todas partes y para más INRI el trabajo con los abductores la estaba poniendo caliente. Se giró hacia él con la intención de soltarle un moco pero entonces se paró en seco al reconocer a Tyler.

En ese momento de su narración el corazón me dió un vuelco y Silvia se calló mirándome fijamente. Hasta ese momento había seguido la explicación de Silvia como quien escucha al otro explicarle cómo había sido su día en el curro. Pero la aparición de Tyler en la historia lo cambiaba todo. Era evidente que era a él a quien Silvia, consciente o inconscientemente había ido a buscar al gimnasio. A partir de ese punto la historia se me hizo más difícil de digerir.

Silvia sí se había dejado aconsejar por Tyler sobre cómo mejorar el esfuerzo de sus abductores. Sus manos en sus muslos, mostrándole donde se concentraba el trabajo muscular, poco habían ayudado a calmar la creciente comezón que sentía en su entrepierna. La proximidad de Tyler era a la vez natural y terriblemente excitante. Al fin y al cabo no hacía mucho que este había recorrido prácticamente todo su cuerpo con esas manos grandes y fuertes. Pero era ese “prácticamente” el origen de su agitación. Cambiaron posiciones y él se sentó en la máquina de abductores. Silvia se encontró admirando de nuevo el musculado cuerpo del masajista, sus imponentes brazos, el ancho cuello y esos pectorales aumentados. Él le estaba explicando cómo mantener la tensión en los muslos durante todo el ejercicio. Pero ella poco entendía de lo que le decía. Allí a lado, a apenas unos centímetros de donde se supone que debería estar mirando, un indiscutible bulto dejaba constancia de que él tampoco era insensible a la presencia de ella. Se sintió azorada al constatar que Tyler no llevaba nada debajo de las mallas negras que vestía. El perfil de sus huevos y de su polla dura eran perfectamente distinguibles.

La cabeza le empezó a dar vueltas, se mareó, estuvo a punto de caer. Pero Tyler la cogió a tiempo. De pronto se encontró con la cara apoyada contra su ancho pecho, cogida de su brazo para no caerse, notando la contundencia de los músculos de él contra su cuerpo. Y se dejó hacer. Tyler la llevó a la enfermería pero a esas horas no había nadie de turno. Le dijo que esperase un momento que iba a buscar al encargado para pedirle la llave del botiquín pero ella le pidió que no la dejara sola. Y así fue como pasó.

Entre sollozos Silvia me explicó que ella le había besado primero. Que después él la había abrazado y que jamás se había sentido tan completamente protegida. Entonces se abandonó. Tan solo recuerda fragmentos de la siguiente hora. Primero Tyler desnudandola, acariciándola, manipulando sus pechos y después su sexo. La cabeza de Tyler entre sus piernas, su lengua jugando con su clítoris y la tremenda sensación de libertad con el primer orgasmo. Después su polla dura brincando libre del elástico de las mallas. La recuerda pequeña comparada por el portentoso marco de su cuerpo pero la notó dura y caliente cuando la penetró. El ruido de la camilla con sus embestidas y como al final él la cogió en volandas y empezó a elevarla y dejarla caer sobre su polla con absoluta facilidad. Le rodeó el torso con brazos y piernas, abriendo de par en par su coño mientras él la cogía de los glúteos e introducía un par de dedos en su ano provocando el segundo orgasmo.

Así siguieron follando un buen rato. Él manipulándola a su antojo y ella dejándose hacer, abrumada por la potencia de su cuerpo. Hasta que finalmente, después de un par de orgasmos más de Silvia, Tyler se corrió en su interior, empalandola mientras la sostenía en el aire cogida por la cintura. Notó como su esperma le quemaba por dentro a la vez que sentía un nuevo orgasmo crecer en su interior. Después cayó rendida en la camilla.

No recuerda exactamente qué pasó a continuación pero de alguna forma llegó hasta las duchas del vestuario de mujeres y allí empezó a recuperarse. Mientras dejaba que el agua caliente templase su dolorido cuerpo comenzó a tomar conciencia de lo que había pasado. La sensación de vacío de la mañana había desaparecido. Se sentía completamente follada. Colmada de sexo. Pero en su lugar surgió un desasosiego aún mayor. Una sensación de culpabilidad que no había hecho sino crecer a lo largo del día. Hasta hacerse insoportable.

Cuando yo le pregunté se había derrumbado y supo que la única salida era confesarlo todo. Ahora me miraba buscando mi comprensión, mi perdón. Cada relación es diferente y quizá no todo el mundo lo entienda pero yo tenía la certeza de que Silvia me amaba y la única respuesta que me salía del corazón era abrazarla y besarla, tranquilizándola entre mis brazos, mientras Silvia rompía a llorar de nuevo.

Esa noche en la cama soñé que Tyler follaba a Silvia despiadadamente. Su cuerpo era una poderosa máquina de follar. Todos sus músculos piezas de un complicado engranaje orientado a penetrar más rápido y más profundamente el sexo de mi novia. Silvia estaba en un continuo orgasmo, con las manos agarrando con fuerza la camilla y la cabeza tirada para atrás. De su coño parecía salir humo. Después Tyler sacó la polla de dentro justo cuando ésta empezaba a escupir semen como si de lava de un volcán se tratase. El blanco y viscoso elemento volaba sobre el cuerpo de Silvia y caía por todas partes. Tiras blancas de esperma cubrían su cuello, sus pechos y su vientre. Empezaron a formarse pequeños charcos en las hendiduras de su cuello y en su ombligo.

Y me desperté. Silvia dormía sobre mi pecho, que subía y bajaba por la excitación. Noté la erección en mis pantalones e introduje la mano por debajo del elástico para encontrarme con lo que sospechaba: un viscoso líquido manchando el pantalón, resbalando por mi polla aún dolorosamente rígida y enredándose en mi vello púbico. Fue eso y no la infidelidad de Silvia lo que marcó un punto de inflexión en nuestra relación.

Fin del capítulo 6
 
¡Te reto! - Capítulo 06 - El punto de inflexión

Después de la sesión de masaje con Tyler algunas cosas cambiaron. Por aquel entonces los retos se habían convertido en más que un excitante juego, eran casi una adicción. Conforme iban pasando los días el mono iba en aumento y ambos buscábamos situaciones comprometidas, falsos accidentes. Silvia vestía más provocativa que nunca y ya no le importaba lo que pensaran las vecinas, incluso había dado algún espectáculo privado en el ascensor a alguno de sus maridos, plantándoles los pechos justo bajo su mirada, mostrándoles un canalillo por el que se llegaba a ver el ombligo y disfrutando viendo cómo casi se les salían los ojos de las órbitas. Yo temía por los pobres hombres, porque la mayoría eran de sesenta para arriba y me preocupaba que no les diera un infarto y se nos quedaran allí mismo, pero a la vez me excitaba sobremanera la nueva y desinhibida faceta de Silvia.

Pero también empecé a notar otros cambios que afectaron a nuestra relación sexual. De pronto me dió la sensación de que yo ya no me bastaba para satisfacerla, de que no era suficiente. Cuando hacíamos el amor me reclamaba que la penetrara con fuerza, hasta el fondo, sin parar. Saltaba sobre mí y me cabalgaba sin compasión, sin importarle que me estuviera haciendo polvo la polla. Incorporamos posturas que yo no había visto en ninguna peli porno y que me obligaban a sudar la gota gorda haciendo ejercicios de equilibrio. Si me corría dentro me gritaba que no parase de follarla. Si me corría en su vientre o entre sus pechos extendía mi leche por su piel y enseguida se volvía a meter mi polla en la boca para volver a ponerla dura. Me exigía que la poseyera brutalmente por todos los agujeros disponibles una, dos, tres… tantas veces como fuera necesario hasta que yo ya no podía más y caía rendido. Más de una vez, mientras intentaba recuperar el pulso y el oxígeno, oía como Silvia se masturbaba hasta provocarse ese último orgasmo que yo no había podido darle.

Un día cuando volví del curro noté a Silvia especialmente extraña y callada. Rehuía mi mirada y me respondía con monosílabos. Después de cenar nos sentamos en el sofá y Silvia puso la TV en una cadena que daban uno de esos programas de zapping. Pasamos unos minutos en silencio hasta que me aventuré a preguntarle qué le pasaba, si todo iba bien en el curro. Me miró sin enfocar, volvió a mirar la tele y entonces se puso a llorar. Durante los siguientes minutos Silvia estuvo llorando sin consuelo y balbuceando cosas sin sentido mientras yo intentaba calmarla. Poco a poco empecé a entender algo de lo que decía, primero palabras sueltas: gimnasio, ansia,... Cuando por fin se calmó lo suficiente como para que su respiración se normalizara y su voz fuera menos entrecortada, me cogió de las manos y me pidió perdón. Después empezó a explicármelo todo, palabra a palabra, línea a línea, mientras con sus ojos vidriosos buscaba una reacción en los míos.

Esa mañana se había despertado vacía, necesitada de algo intangible, difícil de definir. Cuando yo me marché a trabajar ella se había quedado en el sofá con una taza de café con leche en las manos que se había enfriado sin siquiera haberle dado un sorbo. Se sentía ansiosa y tenía frío. Decidió llamar al trabajo con una excusa cualquiera para poder quedarse en casa, no tenía ganas de salir a la calle. Pero a media mañana cambió de idea. No sabía cuál había sido el motivo pero de pronto se encontró vestida de deporte yendo hacia el gimnasio. Una vez allí pasó por el vestidor a dejar la bolsa y quitarse la sudadera antes de dirigirse a la sala de máquinas. No tenía objetivo, no era nada consciente, pero se encontró en medio de la sala buscando a alguien entre los pocos usuarios del gimnasio a esa hora. Algunos le devolvieron la mirada sin ahorrarse también echarle un buen vistazo a su cuerpo. Pero ella pasó de todos.

Un poco decepcionada por no saber qué hacía allí se dirigió a las bicicletas estáticas con la intención de quemar un poco de la frustración que sentía. Estuvo veinte minutos corriendo hasta que un moscardón se puso en la bicicleta de al lado y empezó a darle conversación a la vez que no perdía ocasión de echarle un ojo al rebote de sus pechos. Pensó en darle un pequeño espectáculo pero no tenía ganas y optó por pasar de él y cambiar de máquina. Pasó por el contractor de pectorales y después la máquina de remo. En cada una de ellas tuvo visitas de usuarios del gimnasio que se acercaban a hablar con ella. Siempre era la misma cantinela: que si necesitaba ayuda, consejos para mejorar su técnica, piropos más o menos trabajados,... al final lo que todos querían era saber qué posibilidades tenían y cuando descubrían que ninguna la dejaban tranquila, satisfechos de haber por lo menos podido echarle un vistazo, fantaseando con su culo o lo poco que su top de deporte ocultaba a la vista.

Llevaba apenas cinco minutos en la máquina de abductores cuando otro tío se le acercó y la saludó. Ya estaba cansada, de los pesados del gimnasio pero también físicamente. Sudaba por todas partes y para más INRI el trabajo con los abductores la estaba poniendo caliente. Se giró hacia él con la intención de soltarle un moco pero entonces se paró en seco al reconocer a Tyler.

En ese momento de su narración el corazón me dió un vuelco y Silvia se calló mirándome fijamente. Hasta ese momento había seguido la explicación de Silvia como quien escucha al otro explicarle cómo había sido su día en el curro. Pero la aparición de Tyler en la historia lo cambiaba todo. Era evidente que era a él a quien Silvia, consciente o inconscientemente había ido a buscar al gimnasio. A partir de ese punto la historia se me hizo más difícil de digerir.

Silvia sí se había dejado aconsejar por Tyler sobre cómo mejorar el esfuerzo de sus abductores. Sus manos en sus muslos, mostrándole donde se concentraba el trabajo muscular, poco habían ayudado a calmar la creciente comezón que sentía en su entrepierna. La proximidad de Tyler era a la vez natural y terriblemente excitante. Al fin y al cabo no hacía mucho que este había recorrido prácticamente todo su cuerpo con esas manos grandes y fuertes. Pero era ese “prácticamente” el origen de su agitación. Cambiaron posiciones y él se sentó en la máquina de abductores. Silvia se encontró admirando de nuevo el musculado cuerpo del masajista, sus imponentes brazos, el ancho cuello y esos pectorales aumentados. Él le estaba explicando cómo mantener la tensión en los muslos durante todo el ejercicio. Pero ella poco entendía de lo que le decía. Allí a lado, a apenas unos centímetros de donde se supone que debería estar mirando, un indiscutible bulto dejaba constancia de que él tampoco era insensible a la presencia de ella. Se sintió azorada al constatar que Tyler no llevaba nada debajo de las mallas negras que vestía. El perfil de sus huevos y de su polla dura eran perfectamente distinguibles.

La cabeza le empezó a dar vueltas, se mareó, estuvo a punto de caer. Pero Tyler la cogió a tiempo. De pronto se encontró con la cara apoyada contra su ancho pecho, cogida de su brazo para no caerse, notando la contundencia de los músculos de él contra su cuerpo. Y se dejó hacer. Tyler la llevó a la enfermería pero a esas horas no había nadie de turno. Le dijo que esperase un momento que iba a buscar al encargado para pedirle la llave del botiquín pero ella le pidió que no la dejara sola. Y así fue como pasó.

Entre sollozos Silvia me explicó que ella le había besado primero. Que después él la había abrazado y que jamás se había sentido tan completamente protegida. Entonces se abandonó. Tan solo recuerda fragmentos de la siguiente hora. Primero Tyler desnudandola, acariciándola, manipulando sus pechos y después su sexo. La cabeza de Tyler entre sus piernas, su lengua jugando con su clítoris y la tremenda sensación de libertad con el primer orgasmo. Después su polla dura brincando libre del elástico de las mallas. La recuerda pequeña comparada por el portentoso marco de su cuerpo pero la notó dura y caliente cuando la penetró. El ruido de la camilla con sus embestidas y como al final él la cogió en volandas y empezó a elevarla y dejarla caer sobre su polla con absoluta facilidad. Le rodeó el torso con brazos y piernas, abriendo de par en par su coño mientras él la cogía de los glúteos e introducía un par de dedos en su ano provocando el segundo orgasmo.

Así siguieron follando un buen rato. Él manipulándola a su antojo y ella dejándose hacer, abrumada por la potencia de su cuerpo. Hasta que finalmente, después de un par de orgasmos más de Silvia, Tyler se corrió en su interior, empalandola mientras la sostenía en el aire cogida por la cintura. Notó como su esperma le quemaba por dentro a la vez que sentía un nuevo orgasmo crecer en su interior. Después cayó rendida en la camilla.

No recuerda exactamente qué pasó a continuación pero de alguna forma llegó hasta las duchas del vestuario de mujeres y allí empezó a recuperarse. Mientras dejaba que el agua caliente templase su dolorido cuerpo comenzó a tomar conciencia de lo que había pasado. La sensación de vacío de la mañana había desaparecido. Se sentía completamente follada. Colmada de sexo. Pero en su lugar surgió un desasosiego aún mayor. Una sensación de culpabilidad que no había hecho sino crecer a lo largo del día. Hasta hacerse insoportable.

Cuando yo le pregunté se había derrumbado y supo que la única salida era confesarlo todo. Ahora me miraba buscando mi comprensión, mi perdón. Cada relación es diferente y quizá no todo el mundo lo entienda pero yo tenía la certeza de que Silvia me amaba y la única respuesta que me salía del corazón era abrazarla y besarla, tranquilizándola entre mis brazos, mientras Silvia rompía a llorar de nuevo.

Esa noche en la cama soñé que Tyler follaba a Silvia despiadadamente. Su cuerpo era una poderosa máquina de follar. Todos sus músculos piezas de un complicado engranaje orientado a penetrar más rápido y más profundamente el sexo de mi novia. Silvia estaba en un continuo orgasmo, con las manos agarrando con fuerza la camilla y la cabeza tirada para atrás. De su coño parecía salir humo. Después Tyler sacó la polla de dentro justo cuando ésta empezaba a escupir semen como si de lava de un volcán se tratase. El blanco y viscoso elemento volaba sobre el cuerpo de Silvia y caía por todas partes. Tiras blancas de esperma cubrían su cuello, sus pechos y su vientre. Empezaron a formarse pequeños charcos en las hendiduras de su cuello y en su ombligo.

Y me desperté. Silvia dormía sobre mi pecho, que subía y bajaba por la excitación. Noté la erección en mis pantalones e introduje la mano por debajo del elástico para encontrarme con lo que sospechaba: un viscoso líquido manchando el pantalón, resbalando por mi polla aún dolorosamente rígida y enredándose en mi vello púbico. Fue eso y no la infidelidad de Silvia lo que marcó un punto de inflexión en nuestra relación.

Fin del capítulo 6
No he podido aguantar la mañana.. y los he encontrado en T. R. 🙈🤪🤪🤪❤️🤟
Gracias!
 
¡Te reto! - Capítulo 07 - La fiesta

Me costó mucho comprender que no me produjese rabia el hecho de que Silvia me hubiese puesto los cuernos, más bien al contrario. Como muchos en mi situación, supongo, me imaginaba a todas horas a Silvia fornicando con Tyler en la enfermería del gimnasio, y cada vez que lo hacía un tremenda trempera me llenaba los pantalones. Tuve el mismo sueño húmedo durante varias noches seguidas e incluso después de que Silvia y yo volviéramos a hacer el amor me despertaba por las noches con la entrepierna pringosa después de imaginarme a Tyler follando a mi novia por todos los orificios y corriéndose copiosamente de decenas de formas diferentes.

Pero más me costó explicárselo a Silvia.

Las palabras concretas me es imposible reproducirlas porque fue un discurso sin sentido. Pero sí recuerdo cómo fue cambiando la cara de Silvia conforme yo iba deshilando mis sensaciones. Primero la vi sentir un alivio profundo al saber que la continuaba amando y que este “incidente” no cambiaría eso. Después puso cara de estupor cuando le dije que su historia me había puesto. Le expliqué lo de mis sueños húmedos y su cara cambió por momentos a una sorpresa divertida para volver enseguida a la estupefacción por lo que le estaba explicando. Porque no supe decírselo de otra forma. Me ponía verla provocando a otros tíos, mostrando su cuerpo y poniéndoles calientes. El episodio en el metro con el pobre chaval había sido lo más excitante que había visto nunca y solo le echaba una cosa en cara con el tema del masajista: que yo no hubiera estado presente.

Silvia estaba descolocada. Se levantó e hizo un par de amagos de salir del comedor. Curiosamente ahora era yo el que deseaba sentirme reintegrado en la relación, yo quién deseaba ser aceptado no por lo que hubiera hecho sino por lo que había dicho, por cómo me sentía. Silvia me miraba con una cierta incredulidad. Me preguntó varias veces si lo que había dicho iba en serio. Le dije que sí, que me ponía caliente imaginarmela follando con Tyler. Me miró con los ojos abiertos, aún intentando calibrar el grado de verdad en mis palabras y entonces… - ¡Te reto! - me pilló en fuera de juego. - ¿Cómo? - le pregunté extrañado. Me miró fijamente y me dijo: - hoy en la fiesta vamos a probar hasta qué punto dices la verdad, hasta donde eres capaz de aguantar… - La fiesta. Esa noche habíamos quedado para celebrar el cumpleaños de un amigo en la torre que sus padres tenían en un pueblo de la costa. Quizá no fuera el mejor día para fiestas pero el reto de Silvia no podía quedar descubierto.

Llegamos a casa de Juan pasadas las nueve. Aparcar no fue ningún problema. La casa quedaba ligeramente apartada del centro del pueblo y había aparcamientos de sobra. El sol ya se había puesto y recorrimos los pocos metros hasta la puerta de la casa iluminados por una farola de la calle. En el trayecto había intentado adivinar cuáles eran sus planes pero ella se había limitado a explicar que tan solo era comprobar si lo que le había explicado era verdad. Cuando insistí en saber con quien pensaba liarse, me soltó muy seria que la víctima la escogía ella. De nuevo noté esa mezcla de excitación y desasosiego en mi interior. Por como iba vestida Silvia parecía ir muy en serio. Llevaba un ajustado vestido azul cobalto de fiesta y unos zapatos negros con un ligero tacón. El vestido era de manga larga, pero aun así conseguía dibujar un amplio escote que mostraba un canalillo que paraba el corazón, la tela se ajustaba a su vientre y sus caderas, dibujaba perfectamente la redondez de su culo y la cubría hasta la mitad de sus muslos. Pero lo que más me ponía del vestidito es que se ajustaba tanto a su piel que la falta de pliegues o marcas permitía adivinar que Silvia no llevaba ni sostenes ni bragas debajo.

A pesar de lo tranquila que estaba la calle, la casa por dentro era un bullicio. A parte de Juan, el homenajeado, estaban Pedro, Ricardo y Andrea acompañados de sus parejas y Núria y Miguel sin acompañante. Los siete éramos antiguos compañeros de trabajo y a menudo quedábamos para salir o celebrar lo que fuera. En total éramos 11 personas muy bien avenidas. La mayoría.

Se supone que tengo que hablar de Miguel porque es protagonista de esta historia. Miguel había formado parte del grupo desde el principio, pero a mí y a alguno más nos caía bastante gordo. Era el típico pavo que cree saber de todo, que se mete en todas las conversaciones y se cree el centro de la fiesta. El lote se completa con una exagerada autoestima que le hace ir de guaperas y perdonavidas. Había tenido alguna pareja a lo largo de los últimos años pero nunca le duraban mucho porque “se cansaba pronto de ellas”. Físicamente se cuidaba mucho, corría, iba al gimnasio. Decía que las tías se le tiraban encima en las discotecas pero yo no lo había visto nunca. Lo que sí podía corroborar es que estaba bien dotado. En la intimidad fardaba de polla describiendo las caras que habían puesto algunos de sus ligues al verla por primera vez y quizá fuera verdad por lo que me había fijado en el vestuario después de alguna pachanga futbolera.

Una vez con Silvia había comentado lo ortopédico que era cambiarse y ducharse en los minúsculos vestuarios de los campos de fútbol con siete tíos más. En medio de las risas de la conversación yo había añadido que si además tenías que ir esquivando los pollazos de Miguel, que iba de aquí a allá echando pestes del árbitro, la cosa se ponía fea. A Silvia le había interesado ese último punto y me hizo explicarle qué era eso de los “pollazos”. Yo le describí con pelos y señales cómo era la polla de Miguel. Incluso flácida le colgaba pesada y penduleaba desvergonzada a derecha e izquierda golpeando sonoramente sus muslos, con el capullo asomando descarado mientras el mío, frío y compungido, apenas asomaba entre pliegues y pliegues de piel. Además el tío no paraba de tocarse como si quisiera dejar claro quién la tenía más grande. Visto en perspectiva quizá aquella conversación con Silvia no fue buena idea.

La cena transcurrió muy agradable entre risas y cachondeo. La cerveza y el vino iban pasando e hicimos numerosos brindis en honor de Juan. Con el pastel y las velas llegaron los regalos. Después alguien puso música y abrimos las puertas a la terraza para que entrara el aire. Algunos nos levantamos de la mesa para que Juan nos mostrara su colección de Whiskies. Después él y Pedro se pusieron a jugar al Super Mario Bros en la consola. Yo nunca fui bueno en juegos de ordenador pero me quedé a animar junto con Ricardo e Aitor, la pareja de Andrea. Pasado un rato busqué a Silvia con la mirada. En el sofá Núria hablaba animadamente con Andrea. En la mesa las parejas de Pedro y Ricardo se contaban secretitos. Me costó un poco contar a los presentes antes de darme cuenta que faltaban Silvia y Miguel. Una gota de sudor frío cayó por mi espalda.

“Yo escojo la víctima”, me había dicho. Por un momento tuve la sensación de que esto había sido un grave error. No era lo mismo provocar a completos desconocidos, aunque fueran vecinos de escalera, que a amigos. Pero que además fuera Miguel el objetivo rozaba la humillación. Me puse nervioso y fui a mirar si les veía en el jardín. Fuera estaba oscuro, la luz del porche apenas iluminaba los primeros cinco metros, después el jardín caía en suave pendiente hasta la calle unos veinte metros más allá, donde las luces del ayuntamiento volvían a iluminar la valla de seguridad. Entre medio había árboles y arbustos. Si quisieran esconderse podían estar en cualquier sitio.

Intenté calmarme y volví al lado de la TV donde Juan le estaba dando una paliza a Pedro pero ya no tenía ganas de seguir las bromas del resto. Un par de minutos más tarde vi a Silvia bajar del piso de arriba seguida de Miguel. Silvia parecía excitada, con las mejillas sonrosadas y los labios hinchados. La mano de Miguel cogiéndola por la cintura mientras bajaban me dejó helado. Se separaron y él fue hacia el lavabo mientras Silvia vino hacia mí. Me acerqué a ella con cara de pregunta pero no me dejó hablar: - Escóndete tras los arbustos de la cuneta, al final del jardín. En cinco minutos. - Intenté articular un “pero” pero me tapó la boca con un beso húmedo y profundo mientras apretaba su cuerpo contra el mío. Después se fue a buscar una copa y me dejó tieso y con el corazón galopando.

Me costó un par de minutos tener la energía suficiente para salir de allí. Mientras bajaba por el jardín me preguntaba hasta qué punto estaba dispuesta a llegar. Ella sabía que Miguel me caía gordo y estaba seguro que ese había sido un argumento para escogerlo como “víctima”. Era una prueba. Estaba poniendo a prueba mis celos. Y mis celos estaban allí. Aún así me escondí detrás de uno de los arbustos que quedaban a oscuras. Justo delante de mí había un pequeño terraplén que quedaba oculto desde la casa pero que estaba ligeramente iluminado por las luces de la calle.

Silvia y Miguel no tardaron en aparecer. Él estaba medio contento y no perdió el tiempo en preliminares. Agarró a Silvia por el culo y empezó a besuquearla en el cuello antes de comerle la boca con vicio. Mi primera reacción fue de furia y estuve a punto de saltar sobre él pero justo cuando iba a salir de mi escondite vi que Silvia tenía la mano metida en los pantalones de Miguel y la movía arriba y abajo ostensiblemente. Eso volvió a tumbar la balanza de mis emociones. La trempera de Miguel debía empezar a resultarle molesta y dejó un momento el culo de Silvia para poder desabotonarse los pantalones, que cayeron sobre la hierba, y bajarse los calzoncillos. Recuerdo que me sorprendió descubrir que no estaba exactamente dura, sino que estaba más bien morcillona y flexible como una manguera. Debían ser más de 20 centímetros de carne que Silvia masajeaba con energía, desplazando su mano por el tronco y rodeándola ligeramente con los dedos, haciendo que ésta culebreara por su antebrazo. Miguel tampoco estaba perdiendo el tiempo y ya había levantado el vestido por encima de la cadera, revelando el sexo desnudo de Silvia.

No pude evitar el latigazo en la rabadilla y mi polla dura casi al momento. Silvia seguía trabajando la polla de Miguel que no acababa de ponerse dura pero que ya parecía buscar el camino hacia el sexo de mi novia. Casi por azar la polla de Miguel empezó a llamar a la puerta del coño de Silvia y los labios de su vulva se abrieron rodeando y engullendo el glande mientras con las manos ella continuaba masturbando el tronco en toda su longitud. Sin esfuerzo la polla de Miguel penetró en mi novia, primero un tercio, después la mitad, mientras él no dejaba de manosear el culo de Silvia. Y por fin Silvia levantó una pierna de una forma imposible para permitir un mejor ángulo al pene de Miguel que pasó su brazo por debajo de la rodilla de Silvia y con un par de empujones hundió completamente su miembro en el sexo de mi novia.

Llegados a ese punto yo estaba tan caliente que si no fuera por el miedo a ser descubierto me hubiera sacado la polla allí mismo y me hubiera masturbado a muerte pero aguanté acurrucado, viendo como Miguel clavaba hasta el fondo su larga morcilla en Silvia con cada embestida mientras ambos se comían a besos, sus respiraciones entrecortadas. Por suerte la sesión de sexo no duró demasiado y en apenas dos minutos de toma y daca oí como él rugía y hundía su polla hasta que sus huevos se aplastaron contra el culo de Silvia, escupiendo su semilla en las profundidades de su vientre. La corrida duró un minuto largo durante el cual los dos se mantuvieron tensos en equilibrio precario, Miguel con las piernas abiertas para mejorar su estabilidad y Silvia con un solo pie en el suelo, el otro colgando sobre el brazo de él y cogida con fuerza a su culo, como intentando mantener su pene lo más dentro posible.

Cuando por fin Miguel dejó caer la pierna de Silvia y sacó la polla de su sexo, un chorretón de esperma empezó a caer por el interior de los muslos de mi novia. Aún se apretujó una vez más contra Silvia mientras le metía de nuevo la lengua en la boca, restregando su polla contra los muslos de ella ya cubiertos de un pringue viscoso. Después se volvió a subir los calzoncillos y los pantalones y se guardó la polla mientras le decía a Silvia que fuera tirando ella primero, que él se esperaba un par de minutos para no provocar sospechas. Vi como Silvia cogía una hoja del suelo y se limpiaba mínimamente antes de bajarse la falda y alejarse hacia la casa no sin antes echar un vistazo hacia donde sabía que yo estaba.

Yo también tuve que esperar agazapado entre los arbustos mientras Miguel se tocaba la entrepierna colocándose el paquete. Después encendió un pitillo y a la luz del mechero pude comprobar que sonreía maliciosamente.

Cuando volví al salón Silvia me estaba esperando con el bolso en la mano. Nos despedimos de todos, incluso de Miguel que aún tenía esa sonrisa en los labios mientras me daba la mano, y salimos de la casa. Subimos al coche en silencio y arranqué. La calle estaba pobremente iluminada y unos cien metros más adelante giré a la derecha por un pequeño callejón al que daban los jardines de unos adosados. Paré y salí. Rodeé el coche por delante y abrí la puerta del copiloto. Silvia me miraba sorprendida. Le tendí la mano para que saliera y cuando estuvo fuera la empujé contra el lateral intentando controlar la fuerza. Lanzó una débil queja que callé con un beso antes de darle la vuelta, subirle el vestido y clavarle la polla. Su vagina aún lubricada por el semen de Miguel rodeó mi polla exprimiéndola desde el primer envite. Sabía que no podría aguantar demasiado pero ella tampoco. Nos corrimos casi a la vez jadeando sonoramente, mientras los faros del coche iluminaban la calle desierta.

Fin del capítulo 7
 
¡Te reto! - Capítulo 07 - La fiesta

Me costó mucho comprender que no me produjese rabia el hecho de que Silvia me hubiese puesto los cuernos, más bien al contrario. Como muchos en mi situación, supongo, me imaginaba a todas horas a Silvia fornicando con Tyler en la enfermería del gimnasio, y cada vez que lo hacía un tremenda trempera me llenaba los pantalones. Tuve el mismo sueño húmedo durante varias noches seguidas e incluso después de que Silvia y yo volviéramos a hacer el amor me despertaba por las noches con la entrepierna pringosa después de imaginarme a Tyler follando a mi novia por todos los orificios y corriéndose copiosamente de decenas de formas diferentes.

Pero más me costó explicárselo a Silvia.

Las palabras concretas me es imposible reproducirlas porque fue un discurso sin sentido. Pero sí recuerdo cómo fue cambiando la cara de Silvia conforme yo iba deshilando mis sensaciones. Primero la vi sentir un alivio profundo al saber que la continuaba amando y que este “incidente” no cambiaría eso. Después puso cara de estupor cuando le dije que su historia me había puesto. Le expliqué lo de mis sueños húmedos y su cara cambió por momentos a una sorpresa divertida para volver enseguida a la estupefacción por lo que le estaba explicando. Porque no supe decírselo de otra forma. Me ponía verla provocando a otros tíos, mostrando su cuerpo y poniéndoles calientes. El episodio en el metro con el pobre chaval había sido lo más excitante que había visto nunca y solo le echaba una cosa en cara con el tema del masajista: que yo no hubiera estado presente.

Silvia estaba descolocada. Se levantó e hizo un par de amagos de salir del comedor. Curiosamente ahora era yo el que deseaba sentirme reintegrado en la relación, yo quién deseaba ser aceptado no por lo que hubiera hecho sino por lo que había dicho, por cómo me sentía. Silvia me miraba con una cierta incredulidad. Me preguntó varias veces si lo que había dicho iba en serio. Le dije que sí, que me ponía caliente imaginarmela follando con Tyler. Me miró con los ojos abiertos, aún intentando calibrar el grado de verdad en mis palabras y entonces… - ¡Te reto! - me pilló en fuera de juego. - ¿Cómo? - le pregunté extrañado. Me miró fijamente y me dijo: - hoy en la fiesta vamos a probar hasta qué punto dices la verdad, hasta donde eres capaz de aguantar… - La fiesta. Esa noche habíamos quedado para celebrar el cumpleaños de un amigo en la torre que sus padres tenían en un pueblo de la costa. Quizá no fuera el mejor día para fiestas pero el reto de Silvia no podía quedar descubierto.

Llegamos a casa de Juan pasadas las nueve. Aparcar no fue ningún problema. La casa quedaba ligeramente apartada del centro del pueblo y había aparcamientos de sobra. El sol ya se había puesto y recorrimos los pocos metros hasta la puerta de la casa iluminados por una farola de la calle. En el trayecto había intentado adivinar cuáles eran sus planes pero ella se había limitado a explicar que tan solo era comprobar si lo que le había explicado era verdad. Cuando insistí en saber con quien pensaba liarse, me soltó muy seria que la víctima la escogía ella. De nuevo noté esa mezcla de excitación y desasosiego en mi interior. Por como iba vestida Silvia parecía ir muy en serio. Llevaba un ajustado vestido azul cobalto de fiesta y unos zapatos negros con un ligero tacón. El vestido era de manga larga, pero aun así conseguía dibujar un amplio escote que mostraba un canalillo que paraba el corazón, la tela se ajustaba a su vientre y sus caderas, dibujaba perfectamente la redondez de su culo y la cubría hasta la mitad de sus muslos. Pero lo que más me ponía del vestidito es que se ajustaba tanto a su piel que la falta de pliegues o marcas permitía adivinar que Silvia no llevaba ni sostenes ni bragas debajo.

A pesar de lo tranquila que estaba la calle, la casa por dentro era un bullicio. A parte de Juan, el homenajeado, estaban Pedro, Ricardo y Andrea acompañados de sus parejas y Núria y Miguel sin acompañante. Los siete éramos antiguos compañeros de trabajo y a menudo quedábamos para salir o celebrar lo que fuera. En total éramos 11 personas muy bien avenidas. La mayoría.

Se supone que tengo que hablar de Miguel porque es protagonista de esta historia. Miguel había formado parte del grupo desde el principio, pero a mí y a alguno más nos caía bastante gordo. Era el típico pavo que cree saber de todo, que se mete en todas las conversaciones y se cree el centro de la fiesta. El lote se completa con una exagerada autoestima que le hace ir de guaperas y perdonavidas. Había tenido alguna pareja a lo largo de los últimos años pero nunca le duraban mucho porque “se cansaba pronto de ellas”. Físicamente se cuidaba mucho, corría, iba al gimnasio. Decía que las tías se le tiraban encima en las discotecas pero yo no lo había visto nunca. Lo que sí podía corroborar es que estaba bien dotado. En la intimidad fardaba de polla describiendo las caras que habían puesto algunos de sus ligues al verla por primera vez y quizá fuera verdad por lo que me había fijado en el vestuario después de alguna pachanga futbolera.

Una vez con Silvia había comentado lo ortopédico que era cambiarse y ducharse en los minúsculos vestuarios de los campos de fútbol con siete tíos más. En medio de las risas de la conversación yo había añadido que si además tenías que ir esquivando los pollazos de Miguel, que iba de aquí a allá echando pestes del árbitro, la cosa se ponía fea. A Silvia le había interesado ese último punto y me hizo explicarle qué era eso de los “pollazos”. Yo le describí con pelos y señales cómo era la polla de Miguel. Incluso flácida le colgaba pesada y penduleaba desvergonzada a derecha e izquierda golpeando sonoramente sus muslos, con el capullo asomando descarado mientras el mío, frío y compungido, apenas asomaba entre pliegues y pliegues de piel. Además el tío no paraba de tocarse como si quisiera dejar claro quién la tenía más grande. Visto en perspectiva quizá aquella conversación con Silvia no fue buena idea.

La cena transcurrió muy agradable entre risas y cachondeo. La cerveza y el vino iban pasando e hicimos numerosos brindis en honor de Juan. Con el pastel y las velas llegaron los regalos. Después alguien puso música y abrimos las puertas a la terraza para que entrara el aire. Algunos nos levantamos de la mesa para que Juan nos mostrara su colección de Whiskies. Después él y Pedro se pusieron a jugar al Super Mario Bros en la consola. Yo nunca fui bueno en juegos de ordenador pero me quedé a animar junto con Ricardo e Aitor, la pareja de Andrea. Pasado un rato busqué a Silvia con la mirada. En el sofá Núria hablaba animadamente con Andrea. En la mesa las parejas de Pedro y Ricardo se contaban secretitos. Me costó un poco contar a los presentes antes de darme cuenta que faltaban Silvia y Miguel. Una gota de sudor frío cayó por mi espalda.

“Yo escojo la víctima”, me había dicho. Por un momento tuve la sensación de que esto había sido un grave error. No era lo mismo provocar a completos desconocidos, aunque fueran vecinos de escalera, que a amigos. Pero que además fuera Miguel el objetivo rozaba la humillación. Me puse nervioso y fui a mirar si les veía en el jardín. Fuera estaba oscuro, la luz del porche apenas iluminaba los primeros cinco metros, después el jardín caía en suave pendiente hasta la calle unos veinte metros más allá, donde las luces del ayuntamiento volvían a iluminar la valla de seguridad. Entre medio había árboles y arbustos. Si quisieran esconderse podían estar en cualquier sitio.

Intenté calmarme y volví al lado de la TV donde Juan le estaba dando una paliza a Pedro pero ya no tenía ganas de seguir las bromas del resto. Un par de minutos más tarde vi a Silvia bajar del piso de arriba seguida de Miguel. Silvia parecía excitada, con las mejillas sonrosadas y los labios hinchados. La mano de Miguel cogiéndola por la cintura mientras bajaban me dejó helado. Se separaron y él fue hacia el lavabo mientras Silvia vino hacia mí. Me acerqué a ella con cara de pregunta pero no me dejó hablar: - Escóndete tras los arbustos de la cuneta, al final del jardín. En cinco minutos. - Intenté articular un “pero” pero me tapó la boca con un beso húmedo y profundo mientras apretaba su cuerpo contra el mío. Después se fue a buscar una copa y me dejó tieso y con el corazón galopando.

Me costó un par de minutos tener la energía suficiente para salir de allí. Mientras bajaba por el jardín me preguntaba hasta qué punto estaba dispuesta a llegar. Ella sabía que Miguel me caía gordo y estaba seguro que ese había sido un argumento para escogerlo como “víctima”. Era una prueba. Estaba poniendo a prueba mis celos. Y mis celos estaban allí. Aún así me escondí detrás de uno de los arbustos que quedaban a oscuras. Justo delante de mí había un pequeño terraplén que quedaba oculto desde la casa pero que estaba ligeramente iluminado por las luces de la calle.

Silvia y Miguel no tardaron en aparecer. Él estaba medio contento y no perdió el tiempo en preliminares. Agarró a Silvia por el culo y empezó a besuquearla en el cuello antes de comerle la boca con vicio. Mi primera reacción fue de furia y estuve a punto de saltar sobre él pero justo cuando iba a salir de mi escondite vi que Silvia tenía la mano metida en los pantalones de Miguel y la movía arriba y abajo ostensiblemente. Eso volvió a tumbar la balanza de mis emociones. La trempera de Miguel debía empezar a resultarle molesta y dejó un momento el culo de Silvia para poder desabotonarse los pantalones, que cayeron sobre la hierba, y bajarse los calzoncillos. Recuerdo que me sorprendió descubrir que no estaba exactamente dura, sino que estaba más bien morcillona y flexible como una manguera. Debían ser más de 20 centímetros de carne que Silvia masajeaba con energía, desplazando su mano por el tronco y rodeándola ligeramente con los dedos, haciendo que ésta culebreara por su antebrazo. Miguel tampoco estaba perdiendo el tiempo y ya había levantado el vestido por encima de la cadera, revelando el sexo desnudo de Silvia.

No pude evitar el latigazo en la rabadilla y mi polla dura casi al momento. Silvia seguía trabajando la polla de Miguel que no acababa de ponerse dura pero que ya parecía buscar el camino hacia el sexo de mi novia. Casi por azar la polla de Miguel empezó a llamar a la puerta del coño de Silvia y los labios de su vulva se abrieron rodeando y engullendo el glande mientras con las manos ella continuaba masturbando el tronco en toda su longitud. Sin esfuerzo la polla de Miguel penetró en mi novia, primero un tercio, después la mitad, mientras él no dejaba de manosear el culo de Silvia. Y por fin Silvia levantó una pierna de una forma imposible para permitir un mejor ángulo al pene de Miguel que pasó su brazo por debajo de la rodilla de Silvia y con un par de empujones hundió completamente su miembro en el sexo de mi novia.

Llegados a ese punto yo estaba tan caliente que si no fuera por el miedo a ser descubierto me hubiera sacado la polla allí mismo y me hubiera masturbado a muerte pero aguanté acurrucado, viendo como Miguel clavaba hasta el fondo su larga morcilla en Silvia con cada embestida mientras ambos se comían a besos, sus respiraciones entrecortadas. Por suerte la sesión de sexo no duró demasiado y en apenas dos minutos de toma y daca oí como él rugía y hundía su polla hasta que sus huevos se aplastaron contra el culo de Silvia, escupiendo su semilla en las profundidades de su vientre. La corrida duró un minuto largo durante el cual los dos se mantuvieron tensos en equilibrio precario, Miguel con las piernas abiertas para mejorar su estabilidad y Silvia con un solo pie en el suelo, el otro colgando sobre el brazo de él y cogida con fuerza a su culo, como intentando mantener su pene lo más dentro posible.

Cuando por fin Miguel dejó caer la pierna de Silvia y sacó la polla de su sexo, un chorretón de esperma empezó a caer por el interior de los muslos de mi novia. Aún se apretujó una vez más contra Silvia mientras le metía de nuevo la lengua en la boca, restregando su polla contra los muslos de ella ya cubiertos de un pringue viscoso. Después se volvió a subir los calzoncillos y los pantalones y se guardó la polla mientras le decía a Silvia que fuera tirando ella primero, que él se esperaba un par de minutos para no provocar sospechas. Vi como Silvia cogía una hoja del suelo y se limpiaba mínimamente antes de bajarse la falda y alejarse hacia la casa no sin antes echar un vistazo hacia donde sabía que yo estaba.

Yo también tuve que esperar agazapado entre los arbustos mientras Miguel se tocaba la entrepierna colocándose el paquete. Después encendió un pitillo y a la luz del mechero pude comprobar que sonreía maliciosamente.

Cuando volví al salón Silvia me estaba esperando con el bolso en la mano. Nos despedimos de todos, incluso de Miguel que aún tenía esa sonrisa en los labios mientras me daba la mano, y salimos de la casa. Subimos al coche en silencio y arranqué. La calle estaba pobremente iluminada y unos cien metros más adelante giré a la derecha por un pequeño callejón al que daban los jardines de unos adosados. Paré y salí. Rodeé el coche por delante y abrí la puerta del copiloto. Silvia me miraba sorprendida. Le tendí la mano para que saliera y cuando estuvo fuera la empujé contra el lateral intentando controlar la fuerza. Lanzó una débil queja que callé con un beso antes de darle la vuelta, subirle el vestido y clavarle la polla. Su vagina aún lubricada por el semen de Miguel rodeó mi polla exprimiéndola desde el primer envite. Sabía que no podría aguantar demasiado pero ella tampoco. Nos corrimos casi a la vez jadeando sonoramente, mientras los faros del coche iluminaban la calle desierta.

Fin del capítulo 7
La reacción de ella probandote con un amigo que te cae mal es muy vengativa. Aunque por lo que leo,eso a ti te da igual,o mejor dicho,te pone mucho más.
A mi me gusta ver que mi mujer disfrute con otros o con otras (es bisexual también), pero si lo hace con alguien que me cae mal y que ella sabe que es así, lejos de excitarme haría estallar un conflicto entre nosotros.
 

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