Tindel ...

mostoles

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24 Jun 2023
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Madrid
Estaba en la sala de descanso. Turno de tarde, café frío, bata arrugada. Tenía los pies hinchados, las tetas apretadas y el coño empapado sin sentido. No era por nadie. Era por el puto estrés, por las horas, por el calor. Por no follar en condiciones desde hacía meses.
El puto grupo de WhatsApp de las compis callado. Ainhoa dormida en una camilla. Me dio el arrebato. Abro la app. ******, Bumble, lo que sea. Quiero ver carne. No hablar. Solo mirar y tocarme luego en el coche si me caliento.

Y ahí aparece él. Barba, ojos oscuros, camiseta blanca. Nada especial. Pero tenía esa puta sonrisa torcida que te hace pensar que te la va a meter sin preguntar nada y que encima te va a dejar temblando.
Le doy like.

Match.

Tardo cinco minutos en escribirle. No sé qué decir. No quiero parecer desesperada, aunque lo estoy. Me arde el coño y tengo la lengua seca. Así que le suelto algo rápido, medio borde:

Yo:
—“Estoy de uniforme, oliendo a hospital y sudor y con ganas de morder. ¿Tú qué tal?”

No le pongo emojis. Ni puntos. Me suda la corrección.
Él tarda. No es de los ansiosos. Y cuando contesta, me entra un escalofrío.

Él:
—“Morder me gusta. ¿Vienes con "guantes" o sin nada?”

Me río. Bajo. Bajo en seco. Sin avisar.
No es guapo perfecto. Pero tiene ese tono. Esa forma de contestar sin prisa. Como si supiera que va a meterme en su cama sin tener que pedírmelo. Me dan ganas de seguir.

Yo:
—“Sin nada. Estoy sudando, con las tetas sueltas bajo la bata y la cabeza a punto de estallar. No sé si quiero follar o dormir. Pero algo quiero.”

Tardo en enviar. Pienso que igual es mucho. Pero me suda el coño.
Él responde rápido esta vez:

Él:
—“A veces no hay que elegir. Puedes follar hasta quedarte dormida. Te invito a algo , vienes ? ”

Boom.
Ese. Ese es el tipo de frase que me moja. Que no busca impresionarme, que no va de poeta. Me levanto de la silla. Me recoloco el moño. Tengo el coño vibrando.
Miro el reloj: me quedan dos putas horas de turno. Y ya me lo quiero comer.

Yo:
—“¿Vas a estar despierto cuando salga o te rajas como todos?”

Él:
—“Te espero. Te tengo algo de cena y una copa .Si llegas con el uniforme puesto, mejor. Me gusta el olor a sudor de mujer. Quiero ver cómo huele una mujer de verdad.”

Se me escapa un gemido. En voz baja. El coño me late. Me aprieto las piernas.

Yo:
—“Eres un puto enfermo. Me gusta eso.”

Él no contesta al momento. Lo deja en leído. Me provoca sin decir nada.
Y ahí estoy yo. Con el pulso a mil. Las bragas pegadas. Y la certeza de que esta historia… no va a ser normal.
 
22:53. Junio. El hospital parece un horno industrial con gotelé. Sudo por las tetas, las ingles, las rodillas. Me pica hasta la raya del culo. Tengo el coño empapado desde que él me mandó ese mensaje:

“Te tengo vino frío y unas hamburguesas. Y manos más frías aún.”

Casi me corro leyéndolo. No sé qué tiene el cabrón, pero me toca justo donde arde.

Estoy en el vestuario. Me quito la bata un poco. Me huelo. A sudor, a pasillo, a horas sin sentarme. Pero me gusta. Me siento sucia de verdad. Real. Viva. Me echo colonia entre las tetas y en la braga, que ya parece una bayeta. Me miro al espejo. Estoy destrozada. Y me da igual.

No me cambio.

Salgo. El parking huele a alquitrán caliente. El coche parece un puto microondas. Me quemo al sentarme. Gimo bajo. Me arde el clítoris con solo apretar los muslos.
Pongo música. Bajo las ventanillas. La ciudad huele a verano y a ganas.
Le escribo:

Yo:
—“Estoy llegando. Si me haces subir escaleras me desmayo. O te follo en el rellano.”

Ni un minuto. Me contesta:

Él:
—“Sube. Está abierto.”

Subo. Paso del ascensor. Quiero que me oiga. Que escuche mis pasos mojados, mi respiración, mis ganas. Tengo las piernas flojas. El coño hinchado. Me falta el aire. Me falta todo, menos ganas.

Llego a la puerta. Abro la boca para decir algo. Pero no me da tiempo.

Porque no me abre él.

Me abre ella.

Una tía. Un puto monumento. Morena, piel perfecta, piernas largas, camiseta blanca sin sujetador. Tetas firmes, pezones marcados. Ojos de pantera. Boca húmeda. Cara de saber perfectamente quién soy.
Me mira. Como si llevara toda la tarde esperándome. Sin sonrisa. Sin sorpresa.

Ella (tranquila, seca):
—“¿Tú eres Patri?”

Yo me quedo tiesa. Como una idiota con la bata sudada y las bragas chorreando. El coño aún latiendo. La boca seca.

Yo:
—“Sí… yo… ¿está él?”

Ella:
—“Sí. Pasa.”

Abre más la puerta. No me deja opción. No se mueve como una novia celosa. Se mueve como una reina. Como si esto lo tuviera ensayado.

Entro.

La casa huele a vino y ventilador. A comida recién hecha y a algo más: electricidad. Expectativa. Algo que no entiendo.

Yo (mirándola de reojo):
—“¿Tú eres… su compañera de piso?”

Ella (sonríe por primera vez):
—“Soy algo así.”

Me mira de arriba abajo. Me atraviesa. Me siento desnuda con el uniforme puesto.
Me ajusto la bata sin querer. Me pican las piernas. Me vibra el coño.

Y entonces oigo su voz desde el salón:

Él (relajado, como si nada):
—“¿Ha llegado ya?”

Ella:
—“Sí. Es como me dijiste .”
 
Entro. La casa está fresca. No por el aire, que no hay, sino por el ambiente. Luz baja, ventilador lento, olor a comida reciente y a algo más… como incienso suave, como verano caro. Hay copas puestas. Música baja. Y todo parece perfectamente preparado.

Ella cierra la puerta detrás de mí. Camina como si flotara. Me roza al pasar. Su piel está fría. La mía arde.

Él aparece desde el salón, tranquilo, en camiseta gris y pantalón flojo. Me mira como si me conociera desde hace años. Me sonríe como si todo esto fuera normal.

Él:
—“Siéntate. ¿Vino… o algo más fuerte?”

Me acomodo en el sofá. La bata pegada a las piernas. Las bragas ya no existen. El sofá está fresco. Mi cuerpo, en cambio, hierve.

Yo:
—“Vodka con naranja. Pero que esté frío, o me lo echo por las tetas.”

Él se ríe suave.
Ella va directa a la cocina abierta. Le veo la espalda. La curva perfecta. Me descoloca. Me calienta. Me intimida.

Vuelve con mi copa. Fría. Perfecta. Me la pasa con una botellita pequeña, de cristal opaco, tapón plateado.

Ella (sin quitarme los ojos):
—“Por si quieres más gasolina.”

Yo la cojo. No pregunto. No leo. Solo siento el pulso en las muñecas, las piernas, el coño.

Y entonces, ella —sin pestañear— abre otra igual y se la bebe de un trago. Sin hielo. Sin agua. Directa.

Me la quedo mirando. Ella traga, cierra los ojos un segundo. Suspira como si le bajara una ola por la garganta. Y sonríe.

Ella:
—“Está buena. Sube rápido.”

Yo no sé qué coño estoy haciendo. Pero me late el pecho. Me arden los muslos. Me vibra el coño con solo verla moverse.
Miro mi copa. Le doy un trago largo. El vodka me quema dulce. Me relaja. Me flota un poco la nuca. Algo en mí se afloja. Me dejo caer más en el sofá. Me abro las piernas sin querer.

Él se sienta frente a mí. La mira a ella. Me mira a mí.

Él:
—“No hay prisa. Bebed. Soltaos. Os estáis mirando como si os conocierais de antes.”

Y tiene razón. No la conozco. Pero la quiero tocar. O que me toque. O algo que aún no sé cómo se llama.

Siento que el calor ya no es solo del verano. Me late todo. Y aún no ha pasado nada.
 
Estoy en el sofá, con la bata húmeda pegada a las piernas y el culo empezando a relajarse en la tapicería. La copa en la mano. El vodka me ha hecho sudar por dentro. Pero me calma. Me flota. Me suelta los hombros. La cabeza me da vueltas, pero suaves.

Ella se ha sentado en el suelo, a mi lado, con las piernas cruzadas. La camiseta le cae justo hasta la ingle. Sin braguitas. La piel le brilla. Me mira de reojo. Como si supiera lo que estoy pensando.

Él se levanta sin decir nada. Cruza el salón. Abre un pequeño mueble. Saca otra botellita igual que la que me dio ella.
La levanta un segundo, sin mirarme directamente.

Él (tranquilo):
—“Otra ronda.”

Se la bebe. De golpe. Sin hacer gestos. Como si tomara agua.
Y me mira. No me lo dice. Pero me lo dice todo.

Yo cojo la mía. No pienso. No analizo. Estoy demasiado caliente, demasiado cansada, demasiado a punto.
La abro. Huele suave. A casi nada. Y la bajo de golpe.

Me arde un poco la garganta. Luego la boca. Luego… no sé. Todo se relaja de golpe. Pero en vez de bajarme, me sube. Siento como si me hubieran quitado peso de encima. Como si alguien hubiera abierto una ventana en mi pecho.

Ella (sonriendo):
—“¿Ves? Es como si flotaras desde los pies.”

Y sí. Siento eso. Los pies me cosquillean. Las piernas se me aflojan. El ventilador gira despacio, pero lo siento en cada poro. El cojín se vuelve más blando. El cuerpo más ligero. La risa me roza la garganta. Pero no sale.

Y de repente… todo se siente más.
El sofá. El roce de mi bata en los pezones. El hielo derritiéndose en la copa. El calor del verano se vuelve denso, suave, casi agradable. Me mojo más solo de estar sentada. Me vibra el coño con cada respiración.

Él se sienta frente a mí, más cerca. Apoya los codos en las rodillas. Me mira. No me toca.

Él:
—“¿Todo bien?”

Yo (sonriendo sin querer):
—“Estoy... rara. Como si alguien me estuviera acariciando por dentro.”

Ella (sin moverse):
—“Esa es la primera ola. La segunda... ya viene.”

Y entonces me doy cuenta de que tengo las piernas abiertas. Las manos sueltas. La espalda curvada. Me da igual. Me siento bonita. Me siento deseada. Me siento jodidamente viva.

Y todavía no ha pasado nada.
 
Estoy en el sofá, con la bata húmeda pegada a las piernas y el culo empezando a relajarse en la tapicería. La copa en la mano. El vodka me ha hecho sudar por dentro. Pero me calma. Me flota. Me suelta los hombros. La cabeza me da vueltas, pero suaves.

Ella se ha sentado en el suelo, a mi lado, con las piernas cruzadas. La camiseta le cae justo hasta la ingle. Sin braguitas. La piel le brilla. Me mira de reojo. Como si supiera lo que estoy pensando.

Él se levanta sin decir nada. Cruza el salón. Abre un pequeño mueble. Saca otra botellita igual que la que me dio ella.
La levanta un segundo, sin mirarme directamente.

Él (tranquilo):
—“Otra ronda.”

Se la bebe. De golpe. Sin hacer gestos. Como si tomara agua.
Y me mira. No me lo dice. Pero me lo dice todo.

Yo cojo la mía. No pienso. No analizo. Estoy demasiado caliente, demasiado cansada, demasiado a punto.
La abro. Huele suave. A casi nada. Y la bajo de golpe.

Me arde un poco la garganta. Luego la boca. Luego… no sé. Todo se relaja de golpe. Pero en vez de bajarme, me sube. Siento como si me hubieran quitado peso de encima. Como si alguien hubiera abierto una ventana en mi pecho.

Ella (sonriendo):
—“¿Ves? Es como si flotaras desde los pies.”

Y sí. Siento eso. Los pies me cosquillean. Las piernas se me aflojan. El ventilador gira despacio, pero lo siento en cada poro. El cojín se vuelve más blando. El cuerpo más ligero. La risa me roza la garganta. Pero no sale.

Y de repente… todo se siente más.
El sofá. El roce de mi bata en los pezones. El hielo derritiéndose en la copa. El calor del verano se vuelve denso, suave, casi agradable. Me mojo más solo de estar sentada. Me vibra el coño con cada respiración.

Él se sienta frente a mí, más cerca. Apoya los codos en las rodillas. Me mira. No me toca.

Él:
—“¿Todo bien?”

Yo (sonriendo sin querer):
—“Estoy... rara. Como si alguien me estuviera acariciando por dentro.”

Ella (sin moverse):
—“Esa es la primera ola. La segunda... ya viene.”

Y entonces me doy cuenta de que tengo las piernas abiertas. Las manos sueltas. La espalda curvada. Me da igual. Me siento bonita. Me siento deseada. Me siento jodidamente viva.

Y todavía no ha pasado nada.
Delicioso, es leerte y palpitarme la polla...
 
Me encantan tus historias, super morbosas, de paja mientras las leo
 
Una escena muy interesante y muy bien escrita.
 
El aire vibra. No hay música, pero mi cuerpo la inventa. El ventilador da vueltas lentas y me acaricia los muslos como si tuviera lengua. Estoy con el vaso en la mano, las piernas abiertas, el corazón sin rumbo y el coño que no deja de latir.

Y de pronto, ella cambia.

No dice nada. Solo se estira un poco. Apoya una mano en el suelo y deja caer la cabeza hacia atrás. Cierra los ojos. Suspira. Pero no es un suspiro normal. Es como si el aire que soltara saliera por el coño, por los pezones, por todo su cuerpo al mismo tiempo.

Yo (bajito, sin pensar):
—“¿Estás bien?”

Ella gira la cabeza hacia mí, despacio. Me mira como si me viera por primera vez. Y sonríe. Pero es otra sonrisa. Una que no tiene prisa. Una que me moja.

Ella (voz lenta, grave):
—“Estoy... tan bien que me duele. Es como si cada parte de mí tuviera hambre.”

Me quedo callada. La copa temblando entre mis dedos. La miro. La observo. Me empiezo a notar caliente desde dentro, pero no es solo deseo. Es otra cosa. Como si todo se volviera suave. Como si mi piel escuchara cosas. Como si el coño tuviera ojos.

Ella se sienta más recta. Pero se mueve raro. Como si flotara dentro de su cuerpo. Se toca las piernas con los dedos. Se acaricia la cara. Se aprieta los labios. Y entonces, sin avisar, mete una mano bajo la camiseta y se agarra una teta.

Ella:
—“Dios… me tiemblan los pezones. ¿A ti no?”

Trago saliva. Me río nerviosa. Me toco el cuello, pero me rozo una teta sin querer y me estremezco.

Yo:
—“Sí. Un poco. Todo me tiembla, en realidad.”

Él no dice nada. Observa. Sonríe. Está sentado al borde del sofá, copa en mano, piernas abiertas. Tranquilo como un animal que ya ha cazado y solo espera.

Ella se sube las piernas al sofá, se sienta frente a mí.
Está más cerca. Puedo olerla. Dulce, ácida, eléctrica.
Me clava la mirada. Pura miel caliente.

Ella:
—“¿Puedo sentarme más cerca? Es que... no sé, tu calor me llama.”

No respondo. Solo asiento. La boca se me ha quedado seca. Me da vergüenza el sudor, la cara, todo. Pero también quiero que me toque. O que no. O que me mire más.

Se acerca. Se sienta tan cerca que nuestras rodillas se rozan.
Me mira la boca. Y no se esconde.

Ella:
—“Tienes cara de que necesitas que te muerdan.”

Y yo tengo cara de que me puede hacer lo que quiera.
 
Esa manera que tienes de escribir me vuelve loco Patri. No sabes cuánto...
 

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