Todo llega para el que sabe esperar

berserk37

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Todo llega para el que sabe esperar

Me llamo Temístocles como el héroe de la segunda guerra médica, nací en Atenas en los tiempos de Roma, mi padre era el general del ejército Ateniense que decidió plantar cara el ejército romano. El resultado fue una masacre, solo mi padre sobrevivió para que los Romanos pudieran dar un escarmiento a los demás Griegos que tuvieran la intención de sublevarse. Los romanos detuvieron a toda mi familia, mi padre, mi madre, mi hermana mayor y a mí, después clavaron un poste con unas cadenas donde me encadenaron.

Durante unos días podía escuchar los gritos de mi familia mientras estaban siendo torturados de forma brutal, a mí me tenían ahí día y noche escuchando el dantesco espectáculo, me alimentaban una vez al día, suficiente para no morir, pero insuficiente para poder ganar la fuerza suficiente para soltarme. Tiraba de esas cadenas con todas mis fuerzas, pero eran demasiado gruesas y fuertes y lo único que conseguí es herirme las muñecas.

No terminaba de entender por qué me tenían ahí encadenado y no me torturaban como a los demás miembros de mi familia, no tarde en averiguarlo, una mañana trajeron a mis padres y hermana ante mí, no quedaba ni la sombre de lo que fueron, sobre todo mi padre. Unos soldados Romanos trajeron tres cruces donde ataron a mis padres y hermana, no los clavaron, según escuche decían que al clavarles podían desangrarse y el propósito de esto era que todos sufriéramos lo más posible, una vez terminaron de atarlos clavaron las cruces delante de mí, mi verdadero castigo empezaba ahora, tendría que presenciar la agonía de mis familiares atados sin poder hacer nada, no sé cuantos días duraron, llego un momento en el que perdí la noción del tiempo.

El primero en morir fue mi padre, sus heridas eran demasiado graves, después fue mi madre dos días después, solo quedaba mi hermana, empecé a rezar a todos los dioses para que terminaran con su sufrimiento, eso se dio tres días después. Para cuando mi hermana exhalo su último aliento a mí ya no me quedaban lágrimas en los ojos. Por un momento pensé que me soltarían y sería yo al que crucificaran, ojalá lo hubieran hecho, pero no fue así, me tuvieron encadenado hasta que sus cuerpos se pudrieron y los buitres se comieron hasta el último pedazo de su carne.

Entonces fue cuando me soltaron, para ese entonces un gran rencor empezó a germinar en lo más profundo de mi ser, pero con ese rencor y sed de venganza también emergió una sangre fría que me decía que tuviera paciencia, que mi momento llegaría. Yo no sería crucificado, desde ese momento había dejado de ser un ciudadano Griego libre para ser un esclavo de Roma. Aquellos soldados tenían la intención de venderme al mejor postor para gastarse las monedas en vino y prostitutas.

Al final fui comprado por un lanista que me llevaría a su ludus donde me convertirían en un gladiador. Por aquel entonces yo era casi un niño, así que me pusieron de ayudante de uno de los gladiadores que en su anterior vida había sido herrero y ahora además de luchar por su vida también forjaba las espadas que se usaban en el ludus. Cuando llegue era tan joven que ninguno de mis compañeros esclavos dijo ni hizo nada, eso empezó a cambiar según fui cumpliendo años, sobre todo con los más veteranos, no tenía derecho a comer en una mesa a su lado así que tiraban la escasa ración que me tocaba al suelo.

El hambre que tenía era tal que podía al asco que me daba de comer de ese mugroso suelo, poco a poco fui aprendiendo a ser un gladiador dándome cuenta lo bien que se me daba, no sabía si era una bendición o una maldición. Otra cosa de la que me di cuenta era que aunque era zurdo manejaba las dos manos con la misma destreza, eso hizo que me enseñaran a usar dos gladius en vez de una. El tiempo fue pasando y por fin llego el momento en el que me grabarían a fuego la marca de mi lanista o moriría antes de convertirme en gladiador, mi prueba sería enfrentarme a uno de mis compañeros y vencerlo.

Cuando el lanista dijo en voz alta quien quería enfrentarse a mí para que yo entrara en la hermandad solo uno de los gladiadores dio dos pasos adelante, era el gladiador más veterano y el que más me odiaba, era el que me tiraba la comida al suelo y meaba en mí baso para que tuviera que beberlo. Él sonreía confiado en su victoria, pero yo también sonreí, porque esta era mi oportunidad para vengarme de todas sus afrentas. Era el más fuerte de todos de eso no había ninguna duda, su fuerza había sido probada en los cientos de combates en los que había salido victorioso en la arena.

Por eso todos lo temían y lo admiraban, pero yo no solo había puesto atención a su gran fuerza, sino a todas sus debilidades. Todos esos combates no habían salido gratis, produciéndolo una serie de lesiones en su cuerpo que no habían curado de forma satisfactoria. Gracias a eso podría tener oportunidad de ganarle, por primera vez se usarían espadas de verdad por petición de él. Yo no puse ninguna objeción, tampoco tenía ni voz no voto, pero solo pedí que me dejaran usar dos gladius.

- Usa todas las gladius que quieras pequeño griego–dijo el gladiador–. Esta noche te irás con el barquero.

Todos se rieron, el único que parecía tener cierta confianza en mí era doctore, él era nuestro entrenador y fue un gran gladiador en el pasado que no pudo ganarse la libertad, puesto que perdió su último combate, sobrevivió, pero no podría volver a empuñar un arma. No le quedo otra que quedarse en el ludus enseñando a los futuros gladiadores. Mi oponente pidió que lucháramos subidos en pivotes sobre un foso lleno de fuego, tendríamos seis pivotes para poder movernos, o moríamos por la espada o por caernos sobre ese abrasador fuego.

Doctore no estaba conforme, pero el lanista dio su consentimiento, me alegre de ello, mi oponente tenía las rodillas destrozadas, sus movimientos serían más lentos según se iría largando el combate, además que repercutiría en su estabilidad.

- ¿Estás seguro de que deseas combatir así?–pregunte–. Veo que asientes, por mí no hay ningún problema.

Esperamos a que todo estuviera preparado, una vez el fuego adquirió la temperatura deseada los dos nos subimos a los pivotes, la verdad es que una vez arriba fui consciente del poco apoyo que proporcionaban, pero ese problema sería para los dos. Él empezó atacando con un golpe fuerte de espada que bloquee con la gladius de mi mano derecha, atacando con la de la mano izquierda haciéndole una dolorosa herida en el muslo izquierdo. Eso hizo que se enfadara más, pero también que sus movimientos fueran más erráticos y sus golpes menos precisos.

Esta vez ataqué yo, el paro mi golpe con el escudo, pero su ataque fue demasiado lento y me dio la oportunidad de golpearle esta vez en el muslo derecho. Las heridas estaban haciendo que su cuerpo empezara a tambalearse, siendo realista si hubiéramos luchado sobre un suelo firme no hubiera ganado, pero cometió el error del más fuerte, el exceso de confianza.

- Ríndete–dijo doctoré–. Un gladiador como tú merece tener una muerte honorable en la arena de un coliseo, no aquí.

- ¿Crees que voy a perder doctore?–pregunto el gladiador–. No perderé ante este mierdecilla.

- Tu orgullo te está cegando–contesto doctoré–. Estás tan ciego que ya has perdido, pero eres incapaz de verlo.

Doctore tenía razón, sus piernas temblaban tanto que el siguiente movimiento lo haría caer al foso, pero el orgulloso gladiador no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer y se movió con intención de darme el golpe que acabaría conmigo, pero como le dijo doctore su pierna le fallo y resbalo cayendo al foso, me dio tiempo para poder sujetarlo.

- Doctore tiene razón–dije–. Un gladiador con tu reputación merece morir en la arena, no aquí.

- ¿Te compadeces de mí?–pregunto el gladiador–. Tu compasión me insulta.

- No es compasión–conteste–. Es respeto por el gladiador que eres.

Su orgullo le había cegado tanto que prefería morir a ser derrotado por mí, para él las llamas le otorgarían una muerte más digna que la de mi espada, así que decidió que se tiraría a las llamas y me llevaría con él, pero doctore con un rápido movimiento de su látigo golpeo sus brazos a tiempo para que este me soltara cayendo a aquel foso infernal, pude escuchar sus gritos agónicos por unos eternos minutos, después solo quedo el silencio.

Aquella noche el lanista de aquel ludus me grabo a fuego el símbolo que me hacía un gladiador de pleno derecho. Eso mejoro el trato de mis compañeros, pero no mucho, ya no tenía que comer la comida del suelo, pero seguían dándome orina para beber, solo que esta vez no era más como una novatada. Durante el siguiente año doctore me tuvo entrenando sin descanso hasta que me vio preparado para pisar la arena por primera vez.

No era un coliseo importante, sino uno más modesto de una de las provincias cercanas a Roma, mi rival sería un tracio enorme, de su boca salía una espesa baba, tenía la sensación que quería comerme, pues se lo iba a poner fácil.

- ¿Estás listo?–pregunto doctoré.

- Nadie está listo para esto–conteste–. Pero are mi mejor esfuerzo.

Mi oponente era un reciario, era un gladiador que luchaba con una red, una daga y un tridente. Eso significaba que lucharía a distancia, eso sería un problema, pues las gladius eran espadas cortas perfectas para luchas a corta distancia. Lo principal era impedir que me cazara con la red, si eso ocurría ya me podía dar por muerto, él entró por un gran portón y yo por otro que se encontraba justo enfrente.

Por su sonrisa podía ver que me veía como un gusano que pronto estaría masticando, pensaba usar ese exceso de confianza a mi favor. Empecé a moverme, no quería darle facilidades para que me pillase con la red. Empezó a mover la red haciendo círculos por encima de su cabeza gracias a eso pude ver que no podía mover el brazo con soltura por una antigua lesión mal curada, pudiendo adelantarme a su movimiento.

Después de un rato de darle vueltas decidió lanzármela, pero como había deducido al mover el brazo para lanzar la red hacia un movimiento extraño que yo pude utilizar para agacharme y de un rápido movimiento hacerle una profunda herida en su muslo con mi gladius. El tracio llevó su mano a la herida mientras maldecía en un idioma que no conocía, su expresión cambio, ya no se reía, ahora tenía una mirada llena de rencor hacia mí.

Tirando de la red la atrajo hacia él y volvió a moverla sobre su cabeza, esta vez utilizaba el tridente para mantenerme alejado de él, no tenía muchas opciones, pero utilizaría a mi favor su gran envergadura. Él era más fuerte, pero yo más ágil y rápido. Su defensa resguardaba bien su cuerpo no dejando resquicios para atacar, exceptuando su pie derecho. Se me ocurrió una locura, pero tampoco tenía muchas opciones, lance uno de mis gladius con la intención de clavársela en ese pie, si fallaba estaría vendido no pudiendo defenderme contra él con una sola arma, pero la diosa fortuna decidió bendecirme y la hoja de mi espada se clavó en su pie como cuchillo en mantequilla. El tracio empezó a gritar de dolor, soltando la red y el tridente para cogerse la pierna herida con las dos manos dejándome el camino libre para obtener mi primera victoria.

Mientras él estaba concentrado en su dolor bajo la guardia y yo lo aproveche para acercarme a él a toda velocidad clavándole mi otra espada en el cuello, matándole en el acto. Había empezado mi camino hacia la libertad y para eso esta tendría que ser la primera victoria de muchas otras.

- No está mal–dijo doctoré–. Pero no todos serán tan confiados como él.

- Lo sé–conteste–. Seguiré trabajando duro para algún día conseguir la rudis.

- Es demasiado pronto para soñar con la libertad, ¿no crees?–dijo doctoré–. Pero tengo que reconocer que apuntas maneras.

Durante los siguientes años me dedique a entrenar y a obtener victorias, mientras mis compañeros se distraían con mujeres y vino, yo tenía muy clara mi meta y no era otra que mi libertad, una vez obtenida ya me preocuparía de encontrar una mujer con la que formar una familia. Poco a poco fui obteniendo victoria tras victoria hasta que me cree una reputación en los modestos coliseos de las provincias.

Gracias a eso el lanista decidió incluirme en el grupo que participaría en el coliseo que hacía poco habían construido en Pompeya. Durante todos estos años había un nombre que jamás se me borro de la memoria el cónsul Lentulo, el hombre que destruyo mi familia y con ello mi vida. Él sería el invitado de honor en el coliseo, donde le harían tributo por su incontestable victoria contra los griegos. Por un segundo se me paso por la cabeza que podría aprovechar y acabar con él, sabía que era una locura y seguramente no llegaría ni a acercarme antes de que me mataran.

Solo lo pensé por un segundo, pero fue suficiente para que una gran sonrisa empezara a aparecer en mi rostro.

- ¿En qué estás pensando Temístocles?–pregunto doctore–. ¡Céntrate o saldrás con las piernas por delante!

- Si doctore–conteste–. Así lo aré.

- No debería decirte esto–dijo doctoré–. Será un todos contra todos y el ganador será seleccionado para luchar contra un cónsul muy importante.

- Quien sería ese cónsul–pregunte.

- El cónsul será Lentulo–contesto doctoré–. Se rumorea que Lentulo quiere utilizar ese festejo para ganarse a la plebe y hacer sombra a Julio Cesar.

Una gran sonrisa empezó a crecer en mi rostro, no me podía creer la suerte que estaba teniendo, ni en mis más locos sueños hubiera imaginado semejante oportunidad.

- Ganaré yo–dije–. Nadie me impedirá luchar contra ese cónsul.

- Parece algo personal–contesto doctoré–. Lo personal es un mal negocio, de todas maneras no me gustaría estar en el pellejo del ganador de hoy, las malas lenguas dicen que el cónsul Lentulo es un diestro guerrero.

- Bueno–conteste–. Nadie vive eternamente.

Doctore cerro los ojos, pero sabía perfectamente que nadie me haría cambiar de opinión, de repente tenía la mejor de las motivaciones para salir victorioso de ese coliseo. Nos colocaron en dos filas, al salir todos miramos a la grada donde estaban los nobles romanos, yo busque con la mirada hasta que di con Lentulo, nuestras miradas se cruzaron, lo tenía tan cerca, tenía tan cerca mi venganza que podía saborearla.

Por un instante desvié la mirada para mirar a doctore que nos miraba apoyado en la valla del acceso por el que habíamos accedido a la arena, en ese momento me di cuenta de que tenía que olvidarme momentáneamente de mi venganza y centrarme. La lucha fue brutal y muy sangrienta, pronto comprendí que todos tenían rencillas entre ellos y aprovecharían este momento para zanjarlas, eso me facilitaría mi trabajo, puesto que me quedarían menos oponentes con los que luchar, pero también tenía el inconveniente de que serían los más fuertes.

Mis compañeros del ludus murieron los primeros, últimamente habían estado borrachos de victoria y habían descuidado su entrenamiento. Uno de los que acabo con uno de mis compañeros me miro para después atacarme. Durante todo el tiempo que me ignoraron pude observar atentamente su forma de luchar. Mi nuevo oponente tenía una forma de luchar muy directa, olvidándose de la defensa, sabedor de la fuerza de sus golpes.

Su imperfección radicaba en que si fallaba el golpe su pecho y estómago quedarían al descubierto sin protección contra ningún ataque. Se lanzó a por mí levantando ese gigantesco martillo, espere hasta que hizo descender su martillo contra mí. A diferencia de los demás yo no intente bloquear el golpe simplemente me aparte esperando que se acercara a mí por la inercia que la fuerza de su golpe había provocado.

De dos rápidos movimientos de mis gladios le asesté dos profundos cortes, uno en el pecho y el otro en el estómago, ambos cortes eran mortales. Aquel gigantón cayó al suelo como un tronco recién cortado, ya solo quedábamos dos gladiadores sobre la arena, seguramente la plebe estaría gritando extasiada viendo como seis gladiadores se mataban mutuamente para su divertimento, pero estaba tan concentrado que lo único que escuchaba era un silencio atronador.

Mi oponente era el mejor reciario entre los gladiadores, nadie había conseguido ganarle, pero decidió rechazar la libertad, puesto que disfrutaba de estos combates y de ver sufrir a sus oponentes, pero había podido observar que toda su estrategia se basaba en cazarte con la red. Una vez que te cazaba, tu primer instinto era intentar zafarte de esta haciendo movimientos perdiendo de vista a tu oponente que aprovechaba para acercarse y clavarte el tridente, pero no para darte el golpe mortal, sino para provocarte una herida que te limitara los movimientos y así hacerte sufrir.

Esa era un arma de doble filo, puesto que si su oponente no perdía la calma, este podía atacarle mientras tuviera la guardia baja, por eso deje que me lanzara la red, pero en el momento y lugar que yo había elegido. Aunque la red te impedía de cierta forma moverte con soltura, no impedía la visión ni tampoco asestar una estocada en su estómago. Una vez que estuve en la red empecé hacer movimientos para hacerle creer que ya me tenía, él se acercó regodeándose de lo buenos que era y de la mala suerte que había tenido de ser su oponente, entonces cuando estuvo a la distancia justa le clave mi gladius en su estómago, un solo ataque mortal.

A través de la red pude ver su cara de asombro y como se llevaba sus manos a la herida mientras perdía el equilibrio cayendo al suelo, había vencido, yo sería el oponente del cónsul Lentulo, por fin llegaría el momento que había estado esperando toda mi vida. Pero las cosas no salen siempre como uno desea, Lentulo se levantó para alabar mi lucha y para decirme que me había ganado el derecho de combatir contra él en el espectáculo que ofrecerían dentro de un año en honor a Julio Cesar.

El gozo en un pozo, también me dijo que durante este año me darían un rudis provisional que me permitiría moverme por todo el territorio Romano, si dentro de un año lo vencía en combate entonces se me obsequiaría no solo con la rudis, sino con un documento que me permitiría salir de Roma si eso era lo que deseaba. Otra de las cosas que dijo el cónsul Lentulo fue que podía elegir a otro guerrero para enfrentarme a él y a cuatro de sus mejores soldados.

Ya me parecía a mí que Lentulo no jugaría limpio, pero si elegía bien mi compañero no solo obtendría la libertad, sino que también saborearía la venganza.

- ¿Puedo elegir a quien quiera?–pregunte.

- Sí, además se te obsequiará con una bolsa de monedas de oro para que puedas comprarlo–contesto Lentulo–. ¿Ya tienes a alguien en mente?

- Así es–conteste–. Pero no pienso decir nada, será una sorpresa.

- ¡Dime quien es!–contesto Lentulo–. No lucharé contra un don nadie.

- Brenna–conteste–. La guerrera Gala que puso en jaque a tus legiones.

Lentulo por un momento perdió su sonrisa de suficiencia, pero duro poco, el sabía que si vencía a Brenna en la arena su popularidad crecería y socavaría la de Julio Cesar.

- Me gusta, muy buena elección–contesto Lentulo–. En un año nos veremos en el coliseo de Roma, no intentarás escapar, ¿verdad?

- Tienes mi palabra de que no me escaparé–conteste–. Además, como que me ibais a dejar hacerlo.

Brenna tenía una mente estratega de tal magnitud que consiguió poner en jaque a barias legiones romanas compuesto de los mejores soldados de los que disponía Lentulo. Este último ganó por superioridad numérica y al final masacro al ejército que Brenna lideraba.

Se rumoreaba que Brenna se encontraba en el marcado de esclavos más grande de Roma, en vez de crucificarla junto a todos los guerreros que sobrevivieron a aquella masacre decidieron colocar su cuello y muñecas en una picota para que no pudiera moverse, dejando su sexo al aire para que todo soldado Romano pudiera disponer de él cuándo le apeteciera, no se me ocurría peor forma de torturar a una mujer, dejar que los soldados que mataron a tus seres queridos la usaran como saco de semen, siendo violada una y otra vez.

Después eran ellos los que nos llamaba salvajes, mi prioridad era comprar la libertad de Brenna lo antes posible, tenía un año para enseñarla a ser una gladiadora. Exigí a Lentulo que diera la orden por escrito que una vez que comprara la libertad de Brenna ningún Romano volvería a ponerle un dedo encima hasta que llegara la fecha en donde nos enfrentaríamos a él. Otra cosa que le deje claro era que si algún soldado Romano me intentaba impedir que Brenna se fuera conmigo, lo mataría sin miramientos.

El cónsul me dijo que no podía darme semejante carta blanca, pero si conseguía reducirlos sin matarlos tenía su palabra de que me dejarían marchar sin represalias, le deje claro que no me fiaba de su palabra y que lo quería por escrito además de con su blasón para dejar clara su veracidad. Una vez me dieron mi rudis me puse en marcha, tardaría más o menos un mes en llegar hasta ese campamento, me dolía pensar por los sufrimientos que estaría pasando Brenna, pero con un caballo no podía hacer más. Durante el viaje forjaría una espada recta de tipo celta para ella, los galos eran unos maestros en el manejo de estas espadas.

Yo prefería las gladius, eran unas espadas forjadas en un buenísimo acero y estaban muy bien equilibradas. Casi había pasado el mes y me encontraba cerca del mercado de esclavos, pero no tuve más remedio que parar en un pueblo cercano y cambiar las herraduras a mi caballo, el herrero era muy amable y me permitió forjarle la espada a Brenna. Por fin llegué a mi destino, el mercado de esclavos era un agujero mucho más infecto del que había imaginado en mis peores pesadillas.

Pronto localicé a Brenna, se encontraba amarrada a una picota que la tenía apresada del cuello y las muñecas, obligándola a estar doblada dejando al descubierto su sexo, un sexo que se encontraba muy hinchado y enrojecido. Uno de los soldados la penetro sin miramientos haciendo que Brenna gritara de dolor, al mirarla vi lo mucho que había sufrido, pero también que su mirada reflejaba que no la habían doblegado. Tenía que darme prisa, mire a uno de los soldados.

- Llévame ante tu comandante–dije.

- Ahora estoy ocupado–contesto–. Pídemelo más tarde.

- ¿Estás seguro de que deseas desobedecer las órdenes del cónsul Lentulo?–pregunte–. ¡Tú mismo, no será a mí a quien crucifiquen!

Enseñe al soldado la orden por escrito que me había dado el cónsul, esté poniéndose blanco del pánico corrió para que su comandante pudiera recibirme.

- Me acaban de indicar que traes una orden del cónsul Lentulo–dijo el comandante–. ¿De qué se trata?

- Vengo a comprar a la esclava Brenna–dije–. Aquí tienes las monedas de oro y la orden por escrito que me permite hacerlo.

El comandante leyó la orden con atención mirándome seriamente una vez término de hacerlo.

- Está todo en orden–contesto–. Por mí no hay ningún problema, pero no sé qué opinaran los soldados de fuera, esa Gala está aquí para que los soldados se desfoguen con ella como venganza por todos los soldados que ella mató.

- Ese no es mi problema–conteste–. Mataré a todo el que me impida llevármela, si no quieres que eso ocurra haz tu trabajo.

El comandante hizo un gesto afirmativo y me dijo que podía llevármela, cuando salí de la tienda y me dirigí a donde estaba Brenna para que abrieran la picota, un soldado estaba follando de forma muy brusca a Brenna haciéndole mucho daño.

- ¡Saca tu polla de su coño!–dije muy serio–. ¡No te lo volveré a repetir!

El soldado que estaba a su lado hizo el gesto para sacar su gladius, de un rápido movimiento patee sus dos piernas mientras le daba un codazo en la nariz rompiéndosela, el soldado cayó al suelo a plomo inconsciente. Cogiendo su gladius puse el filo en el cuello del soldado que seguía follando a Brenna.

- ¡Si no sacas tu polla de su coño ahora mismo!, ¡separaré tu cabeza de tus hombros!–dije.

El filo de la gladius empezó a cortar su piel y eso hizo que el soldado diera un respingo sacando la polla del coño de Brenna rápidamente.

- No sabes lo que has hecho–dijo el soldado–. ¿Quién te crees que eres?

- El hombre que ha comprado la libertad de esta esclava–conteste–. Si alguno tiene algo que objetar que se acerque, estaré encantado de aplacar la sed de esta espada.

Los soldados cogieron sus armas, pero ninguno se atrevió a acercarse, entonces apareció el comandante ordenando a uno de sus soldados que la soltara, Brenna estaba agotada y deshidratada, además de tener una fiebre alta.

- ¡Veo que todos habéis sido muy valientes violando a Brenna repetidamente mientras estaba atada y no podía moverse!–dije furioso–. Estoy seguro de que ninguno de vosotros se hubiera acercado a ella si llega a estar desatada, ¡me dais mucho asco!

- Bueno es suficiente–dijo el comandante–. Ya puedes llevártela.

- ¿Sabes comandante?– pregunté–. Los Romanos decís que todo el que no sea ciudadano de Roma es un salvaje, pero en este mercado es donde se cometen las verdaderas salvajadas y mira tú por donde todas son perpetradas por Romanos.

Cogiendo a Brenna en brazos me dispuse a salir de ese mercado, Brenna apoyo su cabecita sobre mi hombro, pero no dejaba de mirarme con una mirada llena de curiosidad, pero también de desconfianza. Los dos subimos sobre el caballo, pude observar la incomodidad de Brenna al sentarse, me dirigí al poblado donde le forje la espada a Brenna para que la curandera le echara un vistazo. No se quejó ni una sola vez, pero en dos ocasiones tuve que sujetarla para que no se cayera.

En una de estas se quedó mirando mi brazo.

- Llevas un emblema marcado a fuego–dijo Brenna–. Como es posible que un esclavo haya podido comprar mi libertad.

- Cada cosa a su tiempo–conteste–. Primero iremos a donde la curandera y después te contaré mi historia.

Brenna no se fiaba de mí, no tenía motivos para hacerlo, así que le entregue un cuchillo.

- Si crees que intento engañarte úsalo–dije–. Pero te pido que me des la oportunidad de demostrarte que no intento engañarte.

No tardamos mucho en llegar a la aldea, pero a Brenna se le tuvo que hacer eterno, la curandera nos atendió en su casa, mientras revisaba a Brenna me pidió que esperara fuera. No sabría decir cuanto tiempo estuvo revisándola, pero cuando acabo me hizo entras a la sala de estar mientras Brenna se terminaba de vestir en la habitación que usaba de consulta. Según le dijo a Brenna tenía todo su sexo inflamado y tenía una infección, como tratamiento le dio unas hiervas que había que tomárselas en una infusión, estas hiervas tenían una acción antibiótica y antiinflamatoria y después le dio un intento que se tenía que dar en esa zona dos veces al día. Reserve una habitación en una taberna hasta que terminara el tratamiento y nos pudiéramos mover, la curandera le dijo que se moviera lo menos posible y guardara reposo.

En la taberna hacían comida no era muy buena, pero por lo menos estaba caliente, Brenna se extendía la crema después de desayunar y después de cenar, siempre salía y esperaba fuera de la habitación para darle intimidad, pero en una de las ocasiones baje a la taberna y subí a la habitación pensando que ya habría terminado de dársela y al abrir la puerta me la encontré sentada en la esquina de la cama cerca de la vela que alumbraba la habitación con las piernas abiertas mientras se aplicaba el ungüento.

No era mi intención, pero no pude dejar de mirar ese coñito, estaba hinchado y enrojecido, pero me pareció muy hermoso. Brenna debió de pensar que era un degenerado como los Romanos que la maltrataron, al darme cuenta de mi metedura de pata me puse rojo como un tomate y me disculpe.

- Lo siento de verdad Brenna–dije–. No era mi intención incomodarte.

- Por tu forma de mirar diría que no has visto uno en toda tu vida–contesto Brenna–. Pero sé que eso es imposible.

- Me convertí en esclavo siendo un niño y seguido fui vendido a un ludus–conteste–. Literalmente es el primer sexo femenino que veo en toda mi vidas.

- ¿Eras gladiador?–pregunto Brenna–. Sé de buena tinta que los gladiadores les otorgaban prostitutas y más si eran buenos y tú tenías que serlo si has conseguido tu libertad.

- Mientras estuve en el ludus solo tenía dos cosas en mente–dije–. Una era sobrevivir y la otra vengarme, no tenía tiempo para distracciones.

- ¿Vengarte de quien?–pregunto Brenna.

- Del cónsul Lentulo–conteste–. El hombre que asesino a toda mi familia y me condeno a la esclavitud.

Los ojos de Brenna se abrieron como si fueran dos platos, después pude ver como la ira crecía dentro de ella amenazando con salir como una erupción volcánica.

- ¿Que es lo que quieres de mí?–pregunto Brenna–. ¿Para qué has comprado mi libertad?

- En realidad ha sido Lentulo quien ha comprado tu libertad–conteste–. Pero todo tiene una explicación.

Brenna sujeto el cuchillo que le di, su mirada destilaba odio hacia mí, si no me andaba con cuidado y media mis palabras la cosa podía terminar mal para los dos.

- Explícate Romano–dijo Brenna–. Te has hecho pasar por un esclavo para seguir torturándome, ¿verdad?

- ¡Lo primero no soy Romano, sino Griego!–conteste–. Mi nombre es Temístocles.

- Te necesito para que luches a mi lado en el coliseo romano dentro de un año–conteste.

- ¿Luchar contra quien?–pregunto una enfadada Brenna–. Estoy empezando a perder la paciencia.

- Contra el cónsul Lentulo y cuatro de sus mejores hombres–conteste–. Dentro de un año le aremos pagar a ese cabrón todo lo que nos ha hecho sufrir.

Brenna soltó el cuchillo, escuchar que en un año lucharía contra el hombre que masacro a todos sus seres queridos y la condeno a ser la ramera de todos esos desalmados que se hacían llamar soldados romanos la dejo en shock, pero no tardo en aparecer una sonrisa en su precioso rostro.

- Acepto Temístocles–dijo Brenna–. Pero con una condición.

- ¿Que condición?–pregunte.

- Yo matare a ese cabrón–contesto Brenna–. ¿Te parece bien?

-No tengo ningún inconveniente–dije–. Yo solo quiero verlo muerto, me es indiferente quien de los dos termine con él.

- ¿Por qué yo?–pregunto Brenna–. Estoy segura de que no he sido tu primera opción.

- Te va a sorprender lo que te voy a decir–conteste–. Tú has sido mi única opción.

- ¿Cómo?–pregunto Brenna–. No te creo.

- Pues créeme–conteste–. A ti no van a poder comprarte, además tu sed de venganza es demasiado grande para que el oro pueda aplacarla, lo sé porque yo siento lo mismo.

Brenna se quedó absorta mirando hacia la pared, entonces empezó a contarme su trágica historia. Ella vivía junto a sus padres en un poblado en el norte de la Galia, el poblado no era muy grande, pero tenía los mejores guerreros de toda Galia y su padre al ser el jefe de la aldea también era su comandante. El problema era que los mejores años de su padre ya habían pasado y le tocaría a ella hacerse cargo del ejército, para eso su padre le enseño todo lo que sabía sobre la guerra y la estrategia.

Brenna se convirtió en la versión joven de tu padre y todos los guerreros de la aldea estaban dispuestos a seguirla hasta las últimas consecuencias. Tuvieron unas cuantas notables victorias, Brenna y su poblado se granjearon una reputación, haciendo que otras aldeas se unieran a ellos. De esa manera dejaron de ser unas milicias por separado para convertirse en un ejército y así pudieron plantarle cara a las legiones Romanas en campo abierto.

Las primeras escaramuzas fueron bien, el cónsul Lentulo se confió dando por hecho que sus legiones aplastarían en un instante a ese ejército de granjeros. Con lo que no contaba el cónsul fue con la mente estratégica de Brenna que demostró tener una mente ágil como la tuvo el general Ateniense Milcíades en la batalla de Maratón.

Pero esa confianza duro hasta que las legiones de Lentulo sufrieron su segunda derrota, los Galos estaban demostrando ser un magnífico oponente y su comandante estaba demostrando ser mejor que él en cuanto a estrategia se refería. Lentulo pensó que si no podía ganar usando estrategia, ganaría usando superioridad numérica y para eso hizo llamar a o tras tres legiones, de esa manera doblo en hombres al ejército de Brenna y de esa manera el ejército Galo se vio superado.

Brenna lo intento todo, pero el miedo atenazaba los cuerpos de sus hombres y ese fue el principio del fin. Todos los supervivientes fueron crucificados entre ellos los padres de Brenna y esta fue obligada a contemplar como agonizaban hasta la muerte como me paso a mí, después ella fue encadenada y llevada a ese mercado de esclavos donde fue vejada día tras día hasta que yo compre su libertad.

- De verdad que lo siento Brenna–dije–. Al final siempre son los demás pueblos los que pagan la codicia de roma.

Entonces me levanté para ir donde había dejado mis cosas y cogí un objeto que estaba oculta en el interior de unas pieles. Al llegar a la cama la dejé sobre esta y le dije a Brenna que era para ella, al abrir las pieles se encontró con una espada que reconocía muy bien, por su expresión deduje que no me había equivocado.

De un salto desenvaino su espada y dio dos fuertes estocadas al aire.

- Esta espada está hecha de un acero de gran calidad y está muy bien equilibrada–dijo Brenna–. ¿La has forjado tú?

- Así es–conteste–. No todo lo que me enseñaron los Romanos era malo, su acero es de muy buena calidad como has podido comprobar.

- Con esta espada derrotaré a Lentulo–dijo Brenna.

- Frena un poco Brenna–conteste–. En la arena se lucha de forma diferente que un campo de batalla.

- ¿Qué quieres decir?–pregunto Brenna.

- Que tengo un año para enseñarte a ser una gladiadora mucho mejor de lo que fui yo–conteste–. Y estoy seguro de que lo serás.

Brenna sonrió, pero tuvo que sentarse, puesto que esos movimientos le habían producido un gran dolor en su hinchado y enrojecido sexo. Durante los siete días Brenna tomo a rajatabla la infusión y se puso el ungüento dos veces al día. Pasada esa semana fuimos a ver a la curandera, después de revisarla pudo comprobar que la infección había desaparecido. Una vez que Brenna se había curado decidimos trasladarnos a un templo Griego antiguo que descubrí en mi viaje para comprar la libertad de Brenna.

El Templo estaba abandonado, pero estaba en buen estado, además se encontraba cerca de un poblado donde podríamos comprar víveres, pero lo bastante lejos de cualquier legión Romana para esta a salvo, no me terminaba de fiar de la palabra de ese cónsul. En el poblado había una herrería donde pediría trabajo, Brenna también quería contribuir, pero era peligroso, si algún soldado la veía, era muy posible que volvieran a intentar agredirla y no podíamos ir matando soldados Romanos aunque fuera en defensa propia si queríamos cumplir nuestra venganza.

- No me gusta Temístocles, yo también quiero aportar–dijo Brenna–. ¡No tengo miedo sabes!

- Sé que no tienes miedo–conteste–. Pero esta libertad que tenemos es efímera.

- ¿Qué quieres decir?–pregunto Brenna.

- ¿Crees que el cónsul Lentulo me dio la libertad y me dio el dinero para comprar la tuya por la bondad de su corazón?–pregunte.

- Supongo que no–contesto Brenna.

- Lentulo sabía que de quedarme en el ludus seguiría conservando mi destreza–dije–. Piensa que sin los entrenamientos diarios, llegaré oxidado al combate.

- Ya veo, no solo se trata de enseñarme a ser una glariadora, se trata de que los dos lleguemos con nuestra destreza intacta–contesto Brenna–. Yo podría enseñarte muchas cosas también.

- Lo sé–conteste–. Mi verdadera idea es que lleguemos al coliseo con nuestra mejor versión, enseñando y aprendiendo todo lo que sabemos.

Brenna asintió sonriendo, recogimos todo poniéndonos en marcha, tardamos unas dos semanas en llegar, Brenna por la noche seguía teniendo pesadillas, cada día que pasaba confiaba más en mí y cada día dejaba que me acercara un poco más a ella, no la culpaba, el castigo que le infligieron fue inhumano. El templo estaba algo derruido, tendríamos que reparar el tejado, no estaba en muy mal estado, pero si llovía podíamos tener unas molestas goteras, después entre los dos uniendo esfuerzos conseguimos que ese templo pareciera un hogar.

Hacía muchos años que no sentía ese sentimiento, desde que Roma me arrebato a mi familia, pero estando cerca de Brenna volvía sentir mi corazón palpitar, me sentía vivo de nuevo. Otra cosa de la que me había dado cuenta era que estando cerca de ella mi pulso se aceleraba y mis manos sudaban copiosamente. Según comentaba mi madre a mi padre esos síntomas se daban cuando estabas enamorado.

De momento sería mi secreto, Brenna no estaba en condiciones de tener pareja, por lo menos no a corto plazo, el trauma que le provocaron fue demasiado grande. Si al final no conseguía superarlo me llevaría este secreto a la tumba y me conformaría con seguir a su lado. Al final conseguí el trabajo en la herrería, no pagaban mucho, pero sería suficiente para los dos, una tarde después de regresar del trabajo Brenna me pidió que la acompañara al bosque.

Durante un buen rato estuvo cogiendo ramas y revisándolas hasta que dio con una que encajaba con lo que ella necesitaba. Los siguientes días fue dándole forma hasta crear un arco, después la volví a acompañar para elegir las ramas con las que crearía las flechas, yo me encargaría en hacer las puntas en la herrería y usaría las plumas de un ave muerta para hacer el emplumado de la flecha.

Una vez lo tuvo listo salió a diario a cazar, para cuando llegaba siempre tenía preparado un guiso para cenar. Todas las tardes sin excepción entrenamos duramente, tan duramente como me entrenaron a mí en el ludus. En más de una ocasión Brenna termino echando hasta la primera papilla, si os soy sincero yo aguante sin vomitar de puro milagro, si doctore nos viera estaría orgulloso.

Los días se convirtieron en semanas y estás en meses, nos quedaba medio año para vengarnos o caer en el intento. Había algo que había cambiado, era la mirada de Brenna, ya no tenía esa mirada fría y desconfiada, esta se había transformado en una mirada cálida, pero no era un experto y temía meter la pata, pero la curiosidad me pudo.

- Brenna he notado como tu forma de mirarme es otra–pregunte–. ¿Ocurre algo?

Brenna se puso muy nerviosa y agacho su mirada poniéndose como un tomate, intentaba hablar, pero no le salían las palabras así que decidí acercarme entonces hizo algo que me dejo fuera de juego, acercando sus labios a los míos me beso. Cuando nos separamos su respiración estaba agitada, cogiéndome de la mano me llevo a la habitación echándome sobre la cama, Se quitó su ropa mostrándome su precioso cuerpo por primera vez, su coñito estaba adornado con un precioso pelo negro como el azabache, pero arreglado.

Ahora entendía cuando me pidió que le forjara una especie de cuchillo con un filo muy fino, después de quitarme los pantalones se subió a la cama y cogiendo mi polla se la empezó a meter, le costó, pero al final la tuve dentro de ella, jamás había sentido nada igual, su coñito era húmedo, caliente y mu estrecho.

Pero cuando empezó a cabalgarme esos recuerdos que no la dejaban dormir volvieron e hicieron imposible que siguiera follándome aunque era lo que más deseaba, de un salto saco mi polla de su coñito y fue hasta la pared del final de la habitación apoyando su espalda en la pared dejándose caer hasta sentándose en el suelo mientas las lágrimas fruto del dolor le caían por la mejilla, el llanto de Brenna se volvió incontrolable.

- Estoy rota Temístocles, lo que más deseo es hacer el amor contigo, pero no puedo–lloraba Brenna–. Te amo como nunca he amado a nadie, pero no puedo ser tuya, porque aquellos Romanos me condenaron para siempre.

Brenna me miraba con una tristeza que encogía el alma.

- Y no puedo condenarte conmigo–dijo una Brenna llena de tristeza–. No voy a permitir que te condenes conmigo.

- ¡Eso no lo decides tú!–conteste–. No te voy a dejar nunca Brenna, porque yo también te amo tanto como tú me amas a mí así que si es una condena lo que me espera a tu lado, que así sea.

Me senté al lado de Brenna y la abrace, esa noche fue la primera en la que dormimos juntos, la abrace desde atrás hasta que dejo de llorar después de sucumbir al cansancio. Durante los siguientes meses dormimos juntos, todas las noches Brenna me contaba como se sentía y yo hacia lo único que podía hacer escucharla, abrazarla a mí y demostrarle que yo siempre estaría a su lado, durante el día la cosa era diferente, en el campo de batalla Brenna era letal, de un solo vistazo estudiaba el terreno y con golpes bien estudiados te llevaba a esa parte del terreno que era más propicia para ella.

Todo cambio cuando llegaron las festividades en el pueblo, yo las únicas festividades que había conocido fueron dentro de la arena y no tenía ningún buen recuerdo de ellas, pero Brenna me contó lo mucho que le gustaban las festividades que se hacían en su poblado y lo mucho que disfrutaba de ellas. Viendo lo ilusionada que estaba y lo que me había contado de sus festividades me entraron curiosidad y ganas de ir.

Nos vestimos con nuestra mejor ropa y allí que nos dirigimos, al llegar al poblado todas las calles estaban abarrotadas de puestos donde vendían todo tipo de comida, utensilios de barro y armas. Brenna iba de un puesto a otro con una gran sonrisa, el pueblo estaba lleno de Romanos, pero nosotros en principio no teníamos nada que temer, durante un año seriamos ciudadanos normales y si no nos metíamos en ningún lío todo iría bien, pero la suerte nunca había estado de nuestro lado en toda nuestra vida y esta no iba a ser una excepción.

Uno de los Romanos reconoció a Brenna y cogiéndola fuertemente del brazo quiso llevársela a un sitio más discreto para que el y los demás soldados pudieran divertirse, pero Brenna no estaba dispuesta a consentirlo. De un movimiento brusco hizo que el soldado le soltara el brazo, para después terminar de propinarle tres puñetazos que no solo le rompieron la nariz, hicieron que terminase cayendo dentro de un pozo. Los demás soldados apuntaron a Brenna con sus lanzas, pero de un rápido movimiento tome prestados dos cuchillos que use para ponérselos en el cuello a dos de esos soldados.

- Que uno de vosotros coja el pergamino que llevo dentro de la bolsa que llevo colgada de la cintura–dije–. ¡Veréis hasta qué punto habéis metido la pata!

Uno de los soldados así lo hizo y al empezar a leer el pergamino se empezó a poner cada vez más blanco, entonces hizo acto de presencia el comandante de todos esos soldados, nos miró a nosotros y después miro al soldado que seguía leyendo el pergamino.

- ¿Qué ocurre soldado?–pregunto el comandante–. ¿Cómo es que estos dos siguen libres después de atacar a soldados de Roma?

El soldado le entrego el pergamino para que su comandante lo leyera, una vez leído pude ver como sus piernas temblaban, de habernos matado, tendrían que dar la cara ante el cónsul Lentulo y seguramente terminarían todos crucificados.

- ¿¡Soltadlos a los dos!–dijo el comandante–. Os pido disculpas a los dos por este malentendido.

Mientras tanto el Romano que había caído en el pozo había conseguido ascender hasta arriba, pero viendo esto Brenna le volvió a propinar otro puñetazo haciendo que el sondado volviera a cara hasta el fondo otra vez, Menudo cabreo tenía Brenna, de haber tenido un arma en la mano no hubiera quedado ninguno.

- Espero que no tengas en cuenta este último puñetazo–dijo Brenna–. Él se lo ha buscado.

El comandante asintió con la cabeza, Brenna y yo por un momento pensamos que tal vez lo mejor sería volver al templo, pero Brenna no estaba dispuesta a dejar la diversión a un lado por culpa de unos soldados Romanos que llevaban demasiado vino en la venas. La verdad es que fue una decisión de la que ninguno de los dos nos arrepentiríamos jamás, bebimos, comimos, pero sobre todo reímos. Una vez llego la noche decidimos que ya había llegado hora de volver al templo, cerca de este había un pequeño lago que decidimos visitar para bañarnos y aliviar el calor que teníamos.

Una vez llegamos al pequeño lago, Brenna fue la primera en desnudarse, volví a admirar ese escultural cuerpo lleno de cicatrices, estás en vez de afearlo lo hacían mucho más atractivo. Brenna llamo mi atención, me había perdido en mis pensamientos. Mi cuerpo también estaba lleno de cicatrices, algunas tan grandes que no me terminaba de explicar como había sobrevivido, pero me alegraba de ello porque había tenido la oportunidad de conocer y enamorarme de una mujer maravillosa.

El agua estaba estupenda, Brenna se zambullo antes que yo y nado un poco, yo entre poco a poco admirando como mi amada nadaba como una sirena. En una parte del lago donde había una roca enorme no cubría mucho y me acerque asta allí para poder sentarme y admirar el precioso paisaje que nos rodeaba, Brenna no tardo en acercarse a mí, su mirada me puso en guardia, era una mirada cargada de deseo, dejaría que ella llevara la iniciativa y llegara donde ella quisiera.

Una vez su rostro estuvo a escasos centímetros del mío acerco sus labios a los míos y me beso con mucha intensidad mientras cogía mi erecto miembro y lo dirigía hacia su coñito.

- ¿Estás segura?– pregunté–. Sabes que no me importara esperar lo que haga falta.

- Estoy más segura que nunca–contesto Brenna–- es lo que más deseo.

Pude sentir como mi polla se iba abriendo camino proporcionándonos un gran placer a los dos, de repente empecé a notar como todo el cuerpo de Brenna temblaba y empezaba a gritar a pleno pulmón, me asuste e intente salirme, pero ella me lo impedido.

- No te salgas–dijo Brenna–. Es la primera vez que siento algo así, si no recuerdo mal los Romanos lo llamaban orgasmo.

La cara de Brenna era de total y absoluta felicidad, deje que recuperara el aliento, una vez lo tuvo recuperado empecé un mete saca pausado, disfrutando de cada embestida. No tardamos en empezar a jadear mientras nuestros labios se unían y nuestras lenguas se enroscaban jugueteando una con la otra.

Mis embestidas cada vez eran más profundas haciendo que Brenna echara su cuerpo hacia atrás pidiéndome que le diera más fuerte. Para mí también era la primera vez que sentía esto y no podía describir con palabras el placer que estaba sintiendo. Acerque el cuerpo de Brenna para poder meterme uno de sus pezones en la boca. Una vez lo tuve dentro de mi boca empecé a succionar. Eso proporciono más placer a Brenna que volvió a estallar en otro atronador orgasmo, su vagina sé cerro sobre mi polla gracias a la contractura que le había proporcionado su orgasmos haciendo que me derramara centro de ella.

Los dos nos quedamos mirándonos con una gran sonrisa que surcaba todo nuestro rostro, con cuidado Brenna se desacopló de mí sentándose a mi lado apoyando su cabecita en mi hombro mientras las lágrimas se derramaban por su rostro para caer sobre mi pecho.

- ¿Estás bien Brenna?– pregunté preocupado.

- Soy muy feliz–contesto Brenna–. Por primera vez en mi vida lloro de felicidad.

Esa noche fue muy especial para nosotros y la disfrutamos al máximo, una vez nos despertamos al día siguiente nos quedaban cinco meses para pulir al máximo nuestras habilidades, Así lo hicimos entrenamos hasta el último día, esa noche dimos rienda suelta a nuestro amor. Penetraba a Brenna desde arriba mientras nuestras manos estaban entrelazadas, no sabíamos lo que nos depararía el destino en el coliseo de Roma, pero habíamos podido disfrutar de una vida normal, sin excesos, pero repleta de felicidad.

Un carro vino a buscarnos para llevarnos a roma, un carro cuya estructura era una celda. Volvíamos a ser esclavos, esperaba que por poco tiempo, todo dependería de lo que Lentulo y Julio Cesar tendrían preparado para nosotros. Los dos sabíamos que de perder volveríamos a ser esclavos y lo que era peor nos separarían para siempre, así que solo nos quedaba vencer y que los Romanos cumplieran su palabra.

Tardamos más o menos un día en llegar al coliseo de Roma, una vez allí nos metieron en una celda, lo más sorprendente es que nos metieron a los dos juntos, algunos nobles Romanos pasaron por los calabozos con la intención de intimar con Brenna, eso era cosa de Lentulo lo teníamos claro, era su manera de desmoralizarnos y que no pudiéramos estar al cien por cien el día siguiente, pero para nuestra sorpresa Julio Cesar coloco cuatro de sus centuriones custodiando nuestra celda.

- Somos nobles, Romanos y queremos que se nos dé lo que se nos ha prometido–dijo uno de los Nobles–. Lentulo nos prometió que podríamos yacer con la Gala.

- Lo sentimos, pero no puede ser–contesto uno de los centuriones–. Tenemos órdenes directas del mismísimo Julio Cesar de que no se moleste a ninguno de los dos.

- ¡Te ordeno que te apartes centurión!–dijo uno de los nobles–. ¡Si no te apartas serás castigado!

- No acatamos sus órdenes, sino las de Julio Cesar–contesto otro de los centuriones–. Si no están de acuerdo vayan a discutirlo con él, por lo demás tenemos permiso para usar nuestras armas contra cualquiera que intente penetrar la puerta de este calabozo.

Los nobles desistieron de muy malos modos, pero sabían que desafiar a Julio Cesar podía costarles la cabeza, tanto Brenna como yo sabíamos que esos cuatro centuriones estuvieran ahí para protegernos no había sido gracias al buen corazón de Julio Cesar, su única intención era que estuviéramos en plena forma para acabar con su enemigo, que no era otro que el cónsul Lentulo que desafiaba constantemente su liderazgo.

Los juegos empezarían por la tarde, por la mañana nos permitieron estirar las piernas y entrenar un poco sobre la arena del coliseo, jamás había estado en este coliseo, nada tenía que ver con los coliseos donde había combatido. Brenna también se quedó impresionada, no era para menos, Según escuchamos mientras estábamos en nuestra celda, el cónsul Lentulo pretendía hacer una réplica de algunas calles de Roma en la arena, nosotros seriamos los salvajes que queríamos atacar Roma y ellos los héroes que nos detendrían defendiendo al pueblo Romano.

Mientras entrenábamos vimos como iban poniendo el decorado, no era edificios reales, pero la verdad es que daban muy bien el pego. Una vez dentro de la celda nos trajeron la comida, nada que ver con la comida que preparábamos Brenna y yo en aquel templo, pero teníamos que comer para coger fuerzas, enfrentarnos al cónsul Lentulo y a cuatro de sus mejores soldados no sería fácil. Los Romanos nos subestimaban a tal manera que nos dejaron elegir las armas.

Yo elegí dos gladius y un escudo, Brenna una lanza y la espada que yo mismo le forje. Los guardias se rieron al ver como Brenna escogía la lanza y se le caía torpemente al suelo. Seguramente estaban apostando que la Gala no duraría ni un minuto en la arena al enfrentar a semejantes guerreros curtidos en mil batallas. Lo que ellos no sabían era que Brenna era buena con una espada, pero que con una lanza entre sus manos no tenía rival, mostrarse torpe con la lanza era parte de su estrategia y le estaba funcionando.

Nos empezamos a poner las armaduras, casco, brazaletes (manicas) y espinilleras (ócreas), ya estábamos listos para salir a la arena, nos besamos con pasión y nos pusimos en marcha al pasillo que nos llevaría a nuestra muerte o a la verdadera libertad. Jamás me habían abucheado de esta manera ni cuando luchaba en los anfiteatros de las pequeñas ciudades a las afueras de Roma. No pude evitar mirar a mi alrededor, la arena había desaparecido y delante de nosotros teníamos una pequeña ciudad, con su plaza y callejuelas.

En la plaza es donde lucharíamos, para que la plebe viera como éramos masacrados, mientras el cónsul hacía acto de presencia Brenna pudo echar un vistazo empezando a sonreír.

- ¿Tienes un plan?– pregunté.

- Si–contesto Brenna–. ¿Podrás vencerlos a los cuatro?

- No creo–dije–. Pero podre entretenerlos por un rato.

- Eso me vale–contesto Brenna–. Sé cómo vencer al cónsul y terminar con esto.

Por fin el cónsul hizo acto de presencia escoltado por sus cuatro soldados, la verdad es que se les veía imponentes, pero ya había combatido contra oponentes así en el pasado, de todas formas tendría mucha cautela por si acaso. A Brenna se le cayó la lanza dos veces seguidas, dando la imagen de una guerrera torpe y cobarde, el senador se estaba tragando la actuación de Brenna enterita.

- Qué decepción–dijo el cónsul Lentulo–. Empiezo a pensar que tu leyenda es una exageración y que fueron otros los que obtuvieron aquellas victorias en la Galia.

- Piensa lo que quieras–contesto Brenna–. Esto no es como empieza sino como acaba.

La lanza volvió a caerse al suelo y Lentulo empezó a relamerse viendo lo fácil que iba a ser acabar con Brenna y después conmigo siendo cinco contra uno, pobre infeliz no sabía la que le venía encima. Julio Cesar dio un discurso para calentar a la plebe y dio inicio al combate, Uno de los soldados romanos dio un paso adelante para enfrentarse a mí, en dos intercambios de golpes de espada me di cuenta de que era un gran guerrero, pero que también me estaba subestimando, para los soldados Romanos los gladiadores éramos escoria que solo existía para entretener a la plebe.

Fue tan bravucón que tiro el escudo al suelo queriendo enfrentarse a mí solo con una gladius en la mano. Le concedí su capricho, deje mi escudo en el suelo y desenvaine mi otra gladius. El Romano atacó de frente sin ninguna estrategia, detuve su golpe de espada con la espada que llevaba en mi mano izquierda, clavándole la otra espada en el cuello.

- ¿Cómo es posible?–pregunto el soldado moribundo–. No es posible que un esclavo pueda vencer a un soldado del ejército de Roma.

- Me has atacado de frente bajando la guardia–conteste–. Al renunciar a tu defensa has renunciado a tu vida.

Los otros tres soldados miraban la escena con los ojos como platos, no entendían que los gladiadores luchábamos por nuestras vidas cada vez que pisábamos la arena. Los otros tres soldados se quedaron quietos evaluando la situación, mientras tanto a unos metros de mi Brenna se enfrentaba al cónsul de la manera más torpe del mundo, los movimientos eran tan torpes que el cónsul podía haberla matado ya en más de tres ocasiones, pero viendo lo fácil que era decidió alargar el combate para deleitar a todos los asistente.

Brenna solo utilizaba la lanza para detener algunos golpes y recibía otros que no terminaban de ser mortales. Mientras tanto se iba moviendo y llevando al cónsul a donde ella quería sin que esté fuera consciente. A unos cien pasos había una pequeña callejuela sin salida, Brenna iba llevándolo hacia allí, mientras movía su lanza sin ninguna destreza ni armonía siempre con lo justo para que el cónsul no pudiera darle el golpe de gracia. Brenna miro de reojo y vio que ya se encontraba donde quería, dio cuatro pasos hacia atrás adentrándose en la callejuela.

El cónsul Lentulo rio a pleno pulmón viendo la torpeza de su oponente al adentrarse en una calle tan estrecha donde no podría blandir su lanza contra él, lo que él no sabía era que también era demasiada estrecha para que él pudiera blandir la gladius que llevaba en su mano derecha. Mientras el cónsul levanto los brazos en signo de victoria, Brenna echo uno de sus pies adelante y de dos rápidas lanzadas hirió de gravedad los dos muslos del cónsul, haciendo que este cayera de rodillas al suelo.

- No entiendo nada–dijo el cónsul–. Ya te tenía, no tenías espacio para atacar.

- Me has subestimado tanto que ni te has puesto a pensar en todas las formas que puedes atacar con una lanza, la estrechez de esta callejuela es irrelevante para un guerrero que sabe como utilizarla.

Otras dos rápidas lanzadas dejaron inservibles los dos brazos del cónsul Lentulo, En ese mismo instante se dio cuenta de que no se tomó en serio este combate creyéndose superior y eso le iba a costar la vida, mientras Lentulo pensaba en eso Brenna lo cogió de su armadura arrastrándolo hasta llevarlo al centro de la plaza para que todos los presentes pudieran ver la muerte del cónsul. Lentulo intento ponerse de pie, pero las heridas de sus muslos se lo impidieron volviendo a quedar de rodillas mirando a su oponente con respeto por primera vez, pero ya era demasiado tarde para él, había caído en la trampa de Brenna y le tocaba pagar el tributo.

Brenna soltó la lanza y cogiendo la espada que le forje con las dos manos se la clavo en el pecho al senador Lentulo atravesándole el corazón matándolo en el instante. Todo el coliseo quedo en silencio, el soldado romanos que se encontraba luchando contra mí en ese momento paro en seco, si algo aprendí en mi tiempo de gladiador era que nada me distrajera del combate, de dos rápidos movimientos cercene los dos brazos de mi oponente, este cayó de rodillas gritando de dolor.

Brenna volvió a coger la lanza y se puso a mi lado, los dos últimos soldados se taparon con sus escudos y nos apuntaban con sus lanzas, pero en vez de dar pasos hacia adelante los empezaron a dar para atrás, estaban aterrados, pero pronto les volvió el valor cuando vieron como una centuria entraba en el decorado que se asentaba sobre la arena y nos rodeaban, Brenna y yo nos pusimos espalda contra espalda, no saldríamos vivos de allí, esta era una de las centurias que comandaba el senador Lentulo y la mirada de cada uno de esos soldados estaba sedienta de nuestra sangre.

Entonces se escuchó un alto desde la tribuna, era Julio Cesar.

- Los esclavos se han ganado la libertad definitiva–dijo Julio Cesar–. Si alguno osa tocarles aunque sea un pelo, se las verá con mi ira.

Los soldados aunque sedientos de venganza bajaron sus armas, su miedo era mayor al de las ansias de venganza. Uno de los portones se abrió y de él salió Julio Cesar escoltado por cuatro soldados, se acercó a nosotros y nos entregó un cofre a cada uno.

- Dentro de cada cofre encontraréis una rudis y un pergamino escrito de mi puño y letra–dijo Julio Cesar–. Dicho pergamino os permitirá desplazaros libremente por todos los territorios que Roma ha conquistado.

- ¿Así sin más?–pregunto Brenna.

- Así sin más–contesto julio cesar–. Yo recompenso a los que me hacen favores.

Con la muerte del senador Lentulo ya no había nadie que se opusiera a Julio Cesar para que este pudiera acceder al trono, ese ya no era nuestro problema, lo primero que hicimos en cuanto salimos del coliseo fue curar nuestras heridas, Brenna era la que se llevó la peor parte, pero ninguna herida era de gravedad, pero eso no significaba que no pudieran infectarse, lo primero que hice fue lavarle las heridas y aplicarle el ungüento.

Mientras le estaba poniendo el ungüento Brenna me miro.

- ¿A dónde vamos a ir ahora?–pregunto Brenna–. La verdad es que a mí en la Galia no me queda nada, todos mis seres queridos están muertos y mi poblado arrasado.

- A mí tampoco me queda nada en Grecia que no sean recuerdos dolorosos–conteste– solo hay un sitio al que deseo volver.

Una vez terminadas las curas nos pusimos en marcha, no podía dejar de pensar en la suerte que tuvimos al enfrentarnos al cónsul Lentulo, era un gran estratega, pero nunca lucho en ningún campo de batalla y como pudimos comprobar se dejó llevar por su exceso de confianza. De haber sido Julio Cesar nuestro rival, las cosas habrían cambiado drásticamente, no solo era un gran estratega, sino que tenía una sobrada experiencia en el campo de batalla, no hubiéramos podido engañarle con nuestras tretas y es posible que el resultado de este combate hubiera sido otro.

Después de unos días de caminata llegamos al templo el cual convertimos en nuestro hogar, aquella noche mientras hacíamos el amor nos dimos cuenta de que en aquel templo volvimos a ser felices, allí surgió nuestro amor y era allí donde queríamos formar una familia.

Todo llega al que sabe esperar, nosotros esperamos mucho, pero por fin estábamos disfrutando del fruto de aquella espera.

FIN.
 
Última edición:
Otra bonita historia y con final feliz.
El protagonista pudo encontrar su venganza y además encontró al amor de su vida y todos felices.
 

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