Tiravallas
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Me llamo Carlos, y escribo esta historia que me pasó hace casi diez años. Mis padres y yo vivimos en Zaragoza. Por aquel entonces, yo tenía 25 años y acababa de entrar en un despacho de abogados de un amigo de mi padre. Era un simple pasante, cobraba muy poco, pero aprendía mucho. Mi familia materna es originaria de un pueblo del sur de Tarragona. Mis abuelos eran gente de campo. En sus tierras tenían plantados naranjos, mandarineros, algarrobos y olivos, además de campos de cultivo en los que plantaba verduras según la temporada y las ganas. En nuestra familia, era una tradición reunirnos un par de fines de semana de enero y de septiembre para ayudarle a recoger naranjas y mandarinas (en enero) y olivas (en septiembre, suele ser un poco antes que en otros puntos de España). Tengo que decir que mi abuelo no vivía de aquello, sino que tenía un taller mecánico, por lo que el fruto de sus campos era para consumo familiar, mientras que vendía los excedentes a la cooperativa de su pueblo.
Aquel mes de septiembre de 2015 iba a ser especial. Yo hacía varios años que me había saltado aquella exhausta tradición familiar. Con la excusa de la Universidad, me quedaba en Zaragoza y dejaba que mis padres y el resto de la familia se cargasen con la tarea. Pero en la primavera, mi abuelo había fallecido. Y mis padres me presionaron para que aquel año no me saltase la parte de las olivas. Fui. Quedamos que iríamos del 18 al 21 de septiembre. No le costó nada a mi padre que mi jefe me diera un par de días de vacaciones. Llegamos el viernes por la noche y nos instalamos en la casa de mi abuela, que es la típica vieja casa descomunal de pueblo, con ocho habitaciones distribuidas en tres plantas. La tercera, la compartíráimos mis primos y yo. En la planta de abajo, tres de las cuatro habitaciones estaban ocupadas por mis padres en una; mi abuela Dolores, en otra; y mi tía Conchi en la tercera. Debo decir que mi tía estaba divorciada desde hacía varios años. El sábado y el domingo, el trabajo en el campo fue intenso. En Tarragona, una explotación pequeña como la nuestra, las aceitunas no se recogen con varas, sino que “ordeñando” el olivo. Es decir, pasando las manos por cada rama y dejando caer las olivas sobre la red. Es cansado. Cansadísimo. Las escaleras de madera pesan una barbaridad y hay que estar subiéndolas y bajándolas un montón de veces. Al mediodía, parábamos para comer los tuppers que habían preparado las mujeres de la casa, y tras un descanso, continuábamos un par de horas hasta las cinco de la tarde.
Mi sorpresa llegó el domingo al mediodía cuando se produjo una verdadera estampida familiar. Mis primos adujeron que el lunes tenían clase en la Universidad y mi padre que tenía mucho trabajo en la oficina. Mis quejar no sirvieron de nada. Nos fuimos todos a casa y a media tarde, nos quedamos solos mi madre, mi abuela y mi tía. Por la noche, mi madre sugirió que me mudase a la segunda planta, donde dormían las mujeres de mi familia. Por si me hacía yuyu dormir en la tercera planta yo solo. Me hice el valiente y dije que no hacía falta. Mi tía me sorprendió diciendo que podía subir ella al piso de arriba. A todos nos pareció bien. Poco después de cenar, me fui a la cama, dejando a las tres mujeres charlando en el comedor.
A la mañana siguiente, el despertador me volvió a sonar a las 7. Traté de hacerme el remolón, pero no sirvió de nada. De pronto, mi tía irrumpió en mi habitación:
- Venga, dormilón, que las aceitunas no se recogen solas.
Joder, en aquel momento, yo tenía la clásica erección de caballo de todas las mañanas. Me di la vuelta de inmediato, mientras mi tía subía la persiana y corría las cortinas.
- Uy, no te azores, sobrino, que ya te he visto. Que a tu primo Fede le pasa los mismo cada mañana. Y yo ya tengo una edad para asustarme. Jajaja.
Me puse rojo como un tomate. Y ella, para acabar de avergonzarme, lo remató con un:
- Aunque la tuya realmente es para asustarse, sobrino.
Bajé a desayunar muerto de vergüenza. Allí me esperaban mi madre y mi tía. Y ésta se lo debió contar a mi madre, que me dijo para mi mayor vergüenza:
- Oye, Carlos, pasa de tu tía que es muy chinchona. No le hagas caso.
Pues qué bien. El resto del lunes no pasó nada en particular. Bien es cierto que el ritmo de trabajo bajó mucho, no tan solo porque había menos manos recogiendo aceitunas, sino porque nos lo tomábamos con más calma. Sin embargo, cuando regresamos a casa a las 6 de la tarde, todos estábamos cansados. Me fui a mi habitación y, como cada día, me metí en la ducha. Cuando me estaba enjabonando, se abrió la puerta. ¡Joder, era mi tía!
- Tranquilo, Carlos, soy yo. Te traigo unas toallas limpias, que las otras ya están para lavar.
Me quedé cortadísimo. La mampara es de cristal transparente y allí estaba yo, lleno de espuma en pelotas.
- No pasa nada, tía. Gracias por las toallas – alcancé a responder quedándome frente a ella, frotándome la cabeza (la de arriba).
Ella se quedó un momento inmóvil, como si fuera a decir algo, pero se dio media vuelta y se fue.
- No tardes que después entro yo.
Me quedé con las ganas de decirle: “si tienes prisa, entra ahora”. Pero reconozco que me rajé. Terminé la ducha y, algo excitado, me envolví en la toalla y me fui a mi habitación. Mientras me vestía, oí el ruido de la ducha. Me acerqué a la puerta, pero estaba cerrada. Pensé en una excusa para entrar, pero mi madre me llamó. Me reclamaba en la cocina. Me fui corriendo a mi habitación, me puse unos pantalones de chándal y la primera camiseta que encontré y bajé para ver qué era lo que quería. Faltaba no recuerdo qué para la cena y me pedía que fuera al supermercado. Subí para ponerme una ropa más decente y, en ese momento, vi que la puerta del baño estaba abierta. Miré disimuladamente, pero mi tía ya estaba en su habitación. La puerta no estaba cerrada del todo. Y allí estaba ella. Embadurnándose de leche corporal. Desnuda. No pude evitar acercarme a espiarla. A sus 55 años, la hermana pequeña de mi madre tenía un cuerpo más que aceptable. Para disfrute de mis ojos, sus tetas eran enormes. Pero lo mejor eran sus colosales pezones, de un rojo oscuro. No se podía decir que estuviera delgada, pero tampoco era barrigona. Y como estaba de lado, no pude verle el coño. Pero, de pronto, se giró hacia la puerta:
- ¡Carlos!
A través de su espejo, me había pillado. Con un brazo se tapó las tetas, mientras que su otra mano cubría su pubis.
- Perdona tía. No sabía… - balbuceé y salí corriendo hacia mi habitación. Me cambié a mil por hora y me dispuse a irme al súper corriendo.
Pero al pasar delante de la habitación de mi tía, ésta me detuvo. Estaba cubierta con una toalla. Me hizo entrar en la habitación y se puso el dedo índice en los labios, indicándome que estuviera callado.
- Oye, ¿me has estado espiando?
- Bueno… es que… me voy al súper y quería preguntarte si hacía falta algo más a parte de lo que me ha pedido mamá… y no me esperaba verte así y me he quedado… Bueno, mirándote. Perdóname, tía. Por favor, no se lo digas a mamá.
- Tranquilo, hombretón, que no se lo voy a decir. Además, yo también te he visto desnudo, así que estamos en paz. Bueno, desnudo del todo no, que llevabas los calzoncillos, pero que no pasa nada. Al final, la desnudez es algo natural. No te preocupes.
Y me fui corriendo al súper.
A la mañana siguiente, me desperté antes de que mi tía entrase en la habitación. Y eso que la noche anterior había desconectado mi despertador. Evidentemente, estaba empalmado. Pero en esta ocasión decidí dar un paso más. Con el mayor de los sigilos, me fui al baño, alivié mi vejiga y volví a la habitación. La verdad es que pretendía escandalizar a mi tía. Reconozco que estaba muy excitado. La visión de mi tía desnuda me había provocado una nueva erección y esta vez no era de mear. Tenía la polla de lado y me la puse hacia arriba, de tal manera que medio rabo me salía por encima de los bóxers. ¿Cómo reaccionaría? Y me hice el dormido. No tardé en oír el despertador de la habitación de mi tía. Se fue al baño y entró en mi habitación. Subió las persianas y me despertó:
- Dormilón, para arriba, que tenemos trabajo.
Pero no me moví, seguí haciéndome el dormido. De hecho, me giré de espaldas a la ventana. Noté que mi tía se sentó tras de mí y me agarró del hombro:
- Carlitos… que ya es de día – me susurró dulcemente.
- Tía, dame cinco minutos más…
Y me giré hacia ella. Entonces, Conchi retiró la sábana y vio mi media polla saliéndose de los bóxers. Pero esta vez no dijo nada. Al contrario, en silencio, con las uñas de sus manos, me empezó a acariciar el pecho por debajo de mi camiseta:
- Carlitos… hora de despertarse…
- Mmm… me encanta eso que haces… sigue, sigue…
Y sus uñas siguieron haciéndome cosquillas en el pecho y poco a poco se fueron deslizando hacia mi abdomen.
- ¿Te gusta lo que te hace tu tía?
Asentí y abrí los ojos. Me sorprendió ver a mi tía vestida con tan solo un camisón que llevaba la parte de las tetas de encaje. Si no hubiera estado a contraluz y yo con los ojos medio cerrados, seguro que le hubiera visto los pezones. Aquella posibilidad hizo crecer más mi polla, si cabe. Y sus dedos se estaban dirigiendo peligrosamente hacia ella. Me atreví a dejar una mano sobre su muslo derecho, que empecé a acariciar levemente, imitando el movimiento de sus uñas con las yemas de mis dedos, pero sin llegar a acercarme a su entrepierna. Ella hacía lo propio, sus años pasaban por mi pecho, bajaban por mi abdomen y se detenían justo antes de alcanzar mi glande, que estaba hinchadísimo y rojo. Al abrir los ojos, me di cuenta de que ella lo estaba mirando con atención. Aquello me excitó aún más. Mi mano se posó sobre el interior de su muslo, uno de mis dedos rozó sus bragas. No decía nada. Parecía hipnotizada con mi polla. De pronto, haciendo un círculo con sus uñas sobre mi abdomen, acabó rozándome el glande. Aquello nos despertó de aquel ensueño a los dos:
- Uy, venga, que ya veo que estás despierto – balbuceó azorada -. Vístete que te esperamos abajo.
Y desapareció. Yo estaba con un súper calentón. Me fui a la ducha y, por supuesto, me pajeé. Dejé la puerta medio abierta, por si mi tía sentía la curiosidad de mirar, pero no me pareció verla en todo el trayecto. Más tarde, durante el desayuno y la recogida de aceitunas, apenas hablamos. Se la veía algo avergonzada.
A media mañana, mi madre recibió una llamada telefónica. Era una de sus tías del pueblo, que necesitaba su ayuda urgente. Mi madre nos dijo que nos dejaba la comida (tuppers de ensalada) y que regresaría hacia las 5 de la tarde para recogernos. Creo que a mi tía la incomodó quedarse a solas conmigo, pero no dijo nada. Cuando paramos para comer, fui directo:
- Tía, ¿te pasa algo? Estás muy callada. ¿Es por lo de esta mañana?
- A ver, niño, un poco sí, ¿qué quieres que te diga? Que llego a tu habitación y te veo con ese… con ese… manubrio… y yo llevo a régimen una buena temporada y una no es de piedra. Pero eres mi sobrino y hay cosas que están mal.
- Ya, bueno, no es para tanto. Además, tú misma decías que la desnudez es algo natural.
- Sí, bueno, la desnudez es todo lo natural que quieras, pero es que he estado a punto de meterte mano, joder.
- Oye, tranqui, que no ha pasado nada.
Después de comer, mi madre y mi tía se solían echar una siesta de media hora, mientras yo me veía el episodio de alguna serie en el Ipad. En el campo, igual no lo hemos mencionado, también tenemos una pequeña casa. Tiene dos espacios: uno para un pequeño tractor y los enseres del campo y el otro es una cocina-comedor con dos sofás y una mesa para comer, con seis sillas. Como aquel día era realmente caluroso para ser septiembre, yo le dije a mi tía que me iba a meter en la alberca. Por si no lo sabéis es una especie de piscina elevada. El agua siempre suele estar limpia, ya que corre para regar los campos. Pero cuando se queda estancada queda como una pequeña piscina. Como hacía días no habíamos regado (estábamos de recolecta), el agua ya había cogido una buena temperatura. Eran las 2 de la tarde y mi madre tardaría un rato en llegar, así que me metí en la alberca en pelotas. Así le tocaba la “moral” a mi tía. Al cabo de unos 20 minutos, salió de la caseta. Me vio en la alberca y me vino a buscar:
- Anda qué listo. Con el calor que hace…
- Métete tú. Se está la mar de bien.
- No me he traído el bañador.
- Ni yo.
- Pero es que tampoco tengo ropa de repuesto.
- La desnudez es algo natural.
- Oye guapo, no te pases de listo.
- Vale, vale…
- Pues ponte en ropa interior.
- ¿Y después como la seco? No, no, no me meto. Pero me voy a mojar las piernas.
Al sentarse en el borde de la alberca, se dio cuenta de que yo iba desnudo.
- Vaya, con el exhibicionista…
- ¿Te molesta?
- Claro que no.
- Pero no te atreves a meterte… ¿Te dan miedo las serpientes acuáticas?
- Mira que eres tonto. Pues mira, me voy a meter para cerrarte la boca.
Conchi sacó las piernas de la alberca y desapareció en el interior de la caseta. Al cabo de un par de minutos, salió envuelta en una toalla, que se quitó cuando entró en el agua. Solo se había dejado la ropa interior: unas bragas y unos sujetadores de tela. Sumergió su cuerpo hasta el cuello (no se quería mojar el pelo, que se recogió en un moño) y, al emerger, pude ver como los pezones se le marcaban perfectamente en la tela del sujetador. Aquello provocó que mi polla empezase a reaccionar. La situación me estaba dando mucho morbo.
- Pues el agua no está fría – deslizó despreocupadamente.
- Ya te he dicho que se está muy bien.
Y estuvimos un rato charlando de lo cansado que era recoger las aceitunas y que por fin estábamos a punto de terminar.
- Sí, porque yo ya estoy frita de verdad. Tengo la espalda y las piernas destrozadas. Ya estoy mayor para esto…
- No es la edad, que yo también, que como estoy todo el día subiendo y bajando las escaleras, también tengo las piernas que no me las noto.
- Menos mal que mañana terminamos.
- Oye, pues aquí podemos hacer un poco de hidroterapia, que tenemos la alberca muy poco explotada.
- ¿Quieres instalar un jacuzzi y unos chorros de agua aquí?
- No, tía, claro que no. Pero dar andar dentro del agua fortalece y relaja los músculos de las piernas. Y los masajes debajo del agua son más efectivos – eso me lo acababa de inventar, obviamente, pero buscaba una excusa para que nos… toqueteáramos…
- Mira, lo de andar la verdad es que no me apetece, pero un masaje… buff… No me iría nada mal…
- Oye, ¡que me ofrezco voluntario!
- ¿Tú sabes dar masajes?
- Pregúntale a tu hermana, que cada noche le dejo los pies en la gloria mientras vemos la tele después de cenar.
- Pues, mira, no te voy a decir que no.
- Genial. Me encanta hacerlos. ¿Por dónde empiezo, piernas os espalda?
- Por dónde tú quieras, que estoy fatal de todo.
- Pues empezamos por la espalda.
- ¿Cómo nos ponemos?
Probé en sentarme al borde de la alberca, con las piernas abiertas, pero aquella postura me iba bien para los hombros, pero no para la espalda, aunque me excitó el hecho de que mi polla quedaba prácticamente reposada en su cuello. Como llevaba el pelo recogido en el moño, mi glande llegó a rozarlo. Ninguno de los dos dijo nada, pero como no estábamos cómodos, me metí en el agua y yo, de nuevo con las piernas abiertas, me quedé sentado tras ella. En este caso, mi polla rozaba la parte de abajo de su espalda. Y empecé con el masaje. Regresé a sus hombros y, para mayor comodidad, le bajé las tiras de los sujetadores. Conchi no se quejó. Cuando hube terminado, tras la felicitación de mi tía, seguí por el resto de la espalda. Como la tira del sujetador me entorpecía la operación, le pregunté si se lo podía desabrochar:
- Sí, hombre, tú lo que quieres es tocarme las tetas.
- Será las primeras que toco…
- ¡Míralo que deslenguado!
- Aunque bien es verdad que nunca he tocado unas tan grandes como las tuyas.
- Mira que eres pesado…
Pero a pesar de la queja, ella misma se desabrochó los sujetadores y los dejo en el borde de la alberca. Ni decir tiene que mi polla empezó a crecer. Mis manos siguieron con la operación. Confieso que no me entretuve demasiado en la espalda y sí más en los laterales de su torso, donde llegué a acariciar un poco sus tetas, sin recibir queja alguna. Seguí masajeando sus brazos, para lo que me tuve que acercar a la espalda de mi tía, que notó como la polla se le clavaba en la espalda, que fue pasando de morcillona a directamente tiesa.
- ¿Cómo te estás poniendo, sobrino?
- Es que el cuerpo no entiende de parentesco y claro, con una mujer como tú…
- ¿Como yo…?
- Bueno, tía, que es que estás como un queso.
- Ay, que zalamero…
Y pasé a sus piernas. Me puse a su lado y del mismo modo que yo pude ver a 20 centímetros de mi cara sus hermosas tetas con sus aureolas rojizas y sus pezones, grandes y duros como dos dados, ella me vio perfectamente como estaba empalmadísimo. Como estaba a su izquierda, fue con la mano izquierda que empecé a masajear su muslo izquierdo, desde la rodilla hacia arriba. Descuidadamente, Conchi dejó su mano reposando sobre mi muslo derecho, a escasos centímetros de mi polla, lo que no ayudaba a que bajase mi hinchazón. Cuando llegué a la altura de su entrepierna, ella abrió instintivamente sus muslos, lo que me permitió rozar sus bragas, pero no me propasé… aún.
- Cambio de pierna, tía. Me voy al otro lado.
- Qué manitas tienes… Me estás dejando fina…
Al levantarme y cambiarme de lado, mi polla pasó a escasos centímetros de su cara. Conchi no dejó de mirar mi rabo ni un instante. Era evidente que ella también estaba poniéndose cachonda. Si me atrevía a que pasara algo, debía ser ese día. Así que, le agarré el muslo derecho y, una vez más, desde la rodilla, lo empecé a masajear hacia arriba. Ella volvió a dejar su mano descanso sobre mi muslo izquierdo, pero esta vez, tocando la parte interior, rozando mis huevos y mi polla. Al ponerme un poco de lado, mi polla casi se posó sobre su brazo. No recibí queja alguna. Mientras, mi mano se encaminó hacia el interior de su muslo. Conchi volvió a abrir las piernas casi imperceptiblemente, pero lo suficiente para que mi mano llegase a sus bragas. Con el dorso de mi mano, empecé a frotar su entrepierna. Conchi, lejos de quedarse, echo su cabeza atrás y empezó a emitir gemidos casi imperceptibles. Seguí con aquel movimiento unos segundos y ya me decidí a lanzarme del todo. Era ahora o nunca. Mi mano libre acercó la suya hacia mi polla. La asió con firmeza, pero no con fuerza, y la dejo quieta. Entonces, mi boca se acercó a su cuello y mi mano derecha pasó a acariciar sus grandes y jugosas tetas. De pronto, Conchi reaccionó:
- Para, para, para… No podemos seguir.
- Los dos estamos muy cachondos, Conchi.
- Ya, pero…
- Dime que no te apetece terminar…
- Joder, sí… Pero…
Me levanté y me salí de la alberca. Conchi también se puso de pie:
- ¿Dónde vas?
- No sé tú, pero yo tengo que terminar. Me voy dentro de la caseta.
- Yo también vengo.
Antes de entrar, nos secamos mutuamente todo lo rápido que supimos, Conchi se quitó las bragas y nos fuimos a la cocina-comedor. Nos empezamos a besar y nos sentamos en el primer sofá que encontramos. Allí siguieron los besos y empezaron los magreos. No me pude resistir y le comí las tetas. Qué pezones tenían. Eran apetitosos. Pero Conchi no se estaba quieta, me buscó la polla y me la empezó a pelar.
- Qué dura está, me encanta. Espera, estírate.
Obedecí y me la empezó a lamer, sin dejar de pajeármela. No tardó en meterse el capullo en la boca y bajar por el tronco hasta tragarse casi la mitad. Estoy bien dotado, pero aún y así tragó más rabo que cualquiera de mis novietas de la Uni. Se notaba que se esforzaba por complacerme, y lo estaba consiguiendo. Al cabo de un par de minutos, en los que yo notaba que no iba a tardar en correrme (estaba muy pero que muy cachondo), le dije que era mi turno. Así que Conchi se sentó en el borde del sofá con las piernas abiertas y mi lengua fue directa a su coño. “Me encanta, no pares, no pares”, empezó a gritar. Tenía el clítoris hinchadísimo. Mi lengua lo encontró con mucha facilidad. Lo rodeaba con la lengua, jugueteando con él, mientras notaba a mi tía cada vez más mojada.
- Métemela que me voy a correr. Rápido, métemela.
Soy un sobrino obediente, así que, aun de rodillas, mi polla fue directa a su coño. Joder, con qué facilidad entró. Qué caliente estaba. Y empecé a embestirla. Y a cada embestida, un grito de placer.
- Más rápido, me corro…
Y lanzó un alarido descomunal, mientras su cuerpo estuvo temblando unos treinta segundos, en los que sus gemidos cada vez fueron bajando de intensidad. Ahora me tocaba a mí. Que tampoco me iba a faltar mucho. Le pedí que se pusiera a cuatro patas. Obedeció. Me puse tras ella, y le volví a clavar la polla en su coño chorreante. Esa postura me encanta. Así que me la fui follando cada vez más deprisa. Conchi volvía a gemir. Yo también gritaba de placer. Vi como una de las manos de mi tía se iba hacia su coño. Se estaba acariciando el clítoris.
- No pares ahora, sigue, que me voy a volver a correr.
- No voy a poder aguantarme mucho.
- Aguanta un poco.
Hice terribles esfuerzos por retardar mi corrida, bajando el ritmo de las embestidas. Hasta que los gritos de Conchi me avisaron que se volvía a correr. Aquello me dio la señal para follármela de nuevo más rápido.
- Ahora voy yo – avisé.
Aún entre gemidos, Conchi respondió:
- En mis tetas. Quiero que te corras en mis tetas. Quiero ver como sale la leche de tu pollón.
Así que me incorporé y ella se puso de rodillas frente a mi polla, que volvió a pajear. Pocos segundos tardaron para que un torrente de semen le llenara las tetas. Nos sentamos en el sofá. Jadeantes, exhaustos y sonrientes.
- Me ha encantado, Conchi.
- Joder y a mí, creo que nunca me había corrido de esta manera. Oye, pero de esto ni una palabra a nadie, eh.
- Joder, claro que no.
Nos quedamos descansando, desnudos, en el sofá, casi adormilados, hasta que Conchi oyó como se acercaba el coche de mi madre.
- Joder, tu madre.
Salí en pelotas a buscar la ropa que había quedado fuera, mientras mi tía se quitaba el semen de las tetas como buenamente podía y nos vestimos como pudimos. Cuando mi madre entró por la puerta vio a su hermana echada en un sofá haciéndose la dormida y a mí en el otro con el Ipad en la mano.
- Vaya, qué trabajadores os veo. ¿Qué habéis hecho el rato que he estado fuera?
A la mañana siguiente, ya no fuimos a recoger más aceitunas. Un amigo de la familia, con un tractor mucho más grande que el nuestro, recogió el remolque donde las fuimos depositando y se las llevó al Sindicato Agrícola. Nunca volvió a pasar nada más con mi tía. Siempre hemos mantenido una relación muy cómplice y estrecha, pero no ha habido más sexo. Pero el que hubo fue realmente inolvidable.
Aquel mes de septiembre de 2015 iba a ser especial. Yo hacía varios años que me había saltado aquella exhausta tradición familiar. Con la excusa de la Universidad, me quedaba en Zaragoza y dejaba que mis padres y el resto de la familia se cargasen con la tarea. Pero en la primavera, mi abuelo había fallecido. Y mis padres me presionaron para que aquel año no me saltase la parte de las olivas. Fui. Quedamos que iríamos del 18 al 21 de septiembre. No le costó nada a mi padre que mi jefe me diera un par de días de vacaciones. Llegamos el viernes por la noche y nos instalamos en la casa de mi abuela, que es la típica vieja casa descomunal de pueblo, con ocho habitaciones distribuidas en tres plantas. La tercera, la compartíráimos mis primos y yo. En la planta de abajo, tres de las cuatro habitaciones estaban ocupadas por mis padres en una; mi abuela Dolores, en otra; y mi tía Conchi en la tercera. Debo decir que mi tía estaba divorciada desde hacía varios años. El sábado y el domingo, el trabajo en el campo fue intenso. En Tarragona, una explotación pequeña como la nuestra, las aceitunas no se recogen con varas, sino que “ordeñando” el olivo. Es decir, pasando las manos por cada rama y dejando caer las olivas sobre la red. Es cansado. Cansadísimo. Las escaleras de madera pesan una barbaridad y hay que estar subiéndolas y bajándolas un montón de veces. Al mediodía, parábamos para comer los tuppers que habían preparado las mujeres de la casa, y tras un descanso, continuábamos un par de horas hasta las cinco de la tarde.
Mi sorpresa llegó el domingo al mediodía cuando se produjo una verdadera estampida familiar. Mis primos adujeron que el lunes tenían clase en la Universidad y mi padre que tenía mucho trabajo en la oficina. Mis quejar no sirvieron de nada. Nos fuimos todos a casa y a media tarde, nos quedamos solos mi madre, mi abuela y mi tía. Por la noche, mi madre sugirió que me mudase a la segunda planta, donde dormían las mujeres de mi familia. Por si me hacía yuyu dormir en la tercera planta yo solo. Me hice el valiente y dije que no hacía falta. Mi tía me sorprendió diciendo que podía subir ella al piso de arriba. A todos nos pareció bien. Poco después de cenar, me fui a la cama, dejando a las tres mujeres charlando en el comedor.
A la mañana siguiente, el despertador me volvió a sonar a las 7. Traté de hacerme el remolón, pero no sirvió de nada. De pronto, mi tía irrumpió en mi habitación:
- Venga, dormilón, que las aceitunas no se recogen solas.
Joder, en aquel momento, yo tenía la clásica erección de caballo de todas las mañanas. Me di la vuelta de inmediato, mientras mi tía subía la persiana y corría las cortinas.
- Uy, no te azores, sobrino, que ya te he visto. Que a tu primo Fede le pasa los mismo cada mañana. Y yo ya tengo una edad para asustarme. Jajaja.
Me puse rojo como un tomate. Y ella, para acabar de avergonzarme, lo remató con un:
- Aunque la tuya realmente es para asustarse, sobrino.
Bajé a desayunar muerto de vergüenza. Allí me esperaban mi madre y mi tía. Y ésta se lo debió contar a mi madre, que me dijo para mi mayor vergüenza:
- Oye, Carlos, pasa de tu tía que es muy chinchona. No le hagas caso.
Pues qué bien. El resto del lunes no pasó nada en particular. Bien es cierto que el ritmo de trabajo bajó mucho, no tan solo porque había menos manos recogiendo aceitunas, sino porque nos lo tomábamos con más calma. Sin embargo, cuando regresamos a casa a las 6 de la tarde, todos estábamos cansados. Me fui a mi habitación y, como cada día, me metí en la ducha. Cuando me estaba enjabonando, se abrió la puerta. ¡Joder, era mi tía!
- Tranquilo, Carlos, soy yo. Te traigo unas toallas limpias, que las otras ya están para lavar.
Me quedé cortadísimo. La mampara es de cristal transparente y allí estaba yo, lleno de espuma en pelotas.
- No pasa nada, tía. Gracias por las toallas – alcancé a responder quedándome frente a ella, frotándome la cabeza (la de arriba).
Ella se quedó un momento inmóvil, como si fuera a decir algo, pero se dio media vuelta y se fue.
- No tardes que después entro yo.
Me quedé con las ganas de decirle: “si tienes prisa, entra ahora”. Pero reconozco que me rajé. Terminé la ducha y, algo excitado, me envolví en la toalla y me fui a mi habitación. Mientras me vestía, oí el ruido de la ducha. Me acerqué a la puerta, pero estaba cerrada. Pensé en una excusa para entrar, pero mi madre me llamó. Me reclamaba en la cocina. Me fui corriendo a mi habitación, me puse unos pantalones de chándal y la primera camiseta que encontré y bajé para ver qué era lo que quería. Faltaba no recuerdo qué para la cena y me pedía que fuera al supermercado. Subí para ponerme una ropa más decente y, en ese momento, vi que la puerta del baño estaba abierta. Miré disimuladamente, pero mi tía ya estaba en su habitación. La puerta no estaba cerrada del todo. Y allí estaba ella. Embadurnándose de leche corporal. Desnuda. No pude evitar acercarme a espiarla. A sus 55 años, la hermana pequeña de mi madre tenía un cuerpo más que aceptable. Para disfrute de mis ojos, sus tetas eran enormes. Pero lo mejor eran sus colosales pezones, de un rojo oscuro. No se podía decir que estuviera delgada, pero tampoco era barrigona. Y como estaba de lado, no pude verle el coño. Pero, de pronto, se giró hacia la puerta:
- ¡Carlos!
A través de su espejo, me había pillado. Con un brazo se tapó las tetas, mientras que su otra mano cubría su pubis.
- Perdona tía. No sabía… - balbuceé y salí corriendo hacia mi habitación. Me cambié a mil por hora y me dispuse a irme al súper corriendo.
Pero al pasar delante de la habitación de mi tía, ésta me detuvo. Estaba cubierta con una toalla. Me hizo entrar en la habitación y se puso el dedo índice en los labios, indicándome que estuviera callado.
- Oye, ¿me has estado espiando?
- Bueno… es que… me voy al súper y quería preguntarte si hacía falta algo más a parte de lo que me ha pedido mamá… y no me esperaba verte así y me he quedado… Bueno, mirándote. Perdóname, tía. Por favor, no se lo digas a mamá.
- Tranquilo, hombretón, que no se lo voy a decir. Además, yo también te he visto desnudo, así que estamos en paz. Bueno, desnudo del todo no, que llevabas los calzoncillos, pero que no pasa nada. Al final, la desnudez es algo natural. No te preocupes.
Y me fui corriendo al súper.
A la mañana siguiente, me desperté antes de que mi tía entrase en la habitación. Y eso que la noche anterior había desconectado mi despertador. Evidentemente, estaba empalmado. Pero en esta ocasión decidí dar un paso más. Con el mayor de los sigilos, me fui al baño, alivié mi vejiga y volví a la habitación. La verdad es que pretendía escandalizar a mi tía. Reconozco que estaba muy excitado. La visión de mi tía desnuda me había provocado una nueva erección y esta vez no era de mear. Tenía la polla de lado y me la puse hacia arriba, de tal manera que medio rabo me salía por encima de los bóxers. ¿Cómo reaccionaría? Y me hice el dormido. No tardé en oír el despertador de la habitación de mi tía. Se fue al baño y entró en mi habitación. Subió las persianas y me despertó:
- Dormilón, para arriba, que tenemos trabajo.
Pero no me moví, seguí haciéndome el dormido. De hecho, me giré de espaldas a la ventana. Noté que mi tía se sentó tras de mí y me agarró del hombro:
- Carlitos… que ya es de día – me susurró dulcemente.
- Tía, dame cinco minutos más…
Y me giré hacia ella. Entonces, Conchi retiró la sábana y vio mi media polla saliéndose de los bóxers. Pero esta vez no dijo nada. Al contrario, en silencio, con las uñas de sus manos, me empezó a acariciar el pecho por debajo de mi camiseta:
- Carlitos… hora de despertarse…
- Mmm… me encanta eso que haces… sigue, sigue…
Y sus uñas siguieron haciéndome cosquillas en el pecho y poco a poco se fueron deslizando hacia mi abdomen.
- ¿Te gusta lo que te hace tu tía?
Asentí y abrí los ojos. Me sorprendió ver a mi tía vestida con tan solo un camisón que llevaba la parte de las tetas de encaje. Si no hubiera estado a contraluz y yo con los ojos medio cerrados, seguro que le hubiera visto los pezones. Aquella posibilidad hizo crecer más mi polla, si cabe. Y sus dedos se estaban dirigiendo peligrosamente hacia ella. Me atreví a dejar una mano sobre su muslo derecho, que empecé a acariciar levemente, imitando el movimiento de sus uñas con las yemas de mis dedos, pero sin llegar a acercarme a su entrepierna. Ella hacía lo propio, sus años pasaban por mi pecho, bajaban por mi abdomen y se detenían justo antes de alcanzar mi glande, que estaba hinchadísimo y rojo. Al abrir los ojos, me di cuenta de que ella lo estaba mirando con atención. Aquello me excitó aún más. Mi mano se posó sobre el interior de su muslo, uno de mis dedos rozó sus bragas. No decía nada. Parecía hipnotizada con mi polla. De pronto, haciendo un círculo con sus uñas sobre mi abdomen, acabó rozándome el glande. Aquello nos despertó de aquel ensueño a los dos:
- Uy, venga, que ya veo que estás despierto – balbuceó azorada -. Vístete que te esperamos abajo.
Y desapareció. Yo estaba con un súper calentón. Me fui a la ducha y, por supuesto, me pajeé. Dejé la puerta medio abierta, por si mi tía sentía la curiosidad de mirar, pero no me pareció verla en todo el trayecto. Más tarde, durante el desayuno y la recogida de aceitunas, apenas hablamos. Se la veía algo avergonzada.
A media mañana, mi madre recibió una llamada telefónica. Era una de sus tías del pueblo, que necesitaba su ayuda urgente. Mi madre nos dijo que nos dejaba la comida (tuppers de ensalada) y que regresaría hacia las 5 de la tarde para recogernos. Creo que a mi tía la incomodó quedarse a solas conmigo, pero no dijo nada. Cuando paramos para comer, fui directo:
- Tía, ¿te pasa algo? Estás muy callada. ¿Es por lo de esta mañana?
- A ver, niño, un poco sí, ¿qué quieres que te diga? Que llego a tu habitación y te veo con ese… con ese… manubrio… y yo llevo a régimen una buena temporada y una no es de piedra. Pero eres mi sobrino y hay cosas que están mal.
- Ya, bueno, no es para tanto. Además, tú misma decías que la desnudez es algo natural.
- Sí, bueno, la desnudez es todo lo natural que quieras, pero es que he estado a punto de meterte mano, joder.
- Oye, tranqui, que no ha pasado nada.
Después de comer, mi madre y mi tía se solían echar una siesta de media hora, mientras yo me veía el episodio de alguna serie en el Ipad. En el campo, igual no lo hemos mencionado, también tenemos una pequeña casa. Tiene dos espacios: uno para un pequeño tractor y los enseres del campo y el otro es una cocina-comedor con dos sofás y una mesa para comer, con seis sillas. Como aquel día era realmente caluroso para ser septiembre, yo le dije a mi tía que me iba a meter en la alberca. Por si no lo sabéis es una especie de piscina elevada. El agua siempre suele estar limpia, ya que corre para regar los campos. Pero cuando se queda estancada queda como una pequeña piscina. Como hacía días no habíamos regado (estábamos de recolecta), el agua ya había cogido una buena temperatura. Eran las 2 de la tarde y mi madre tardaría un rato en llegar, así que me metí en la alberca en pelotas. Así le tocaba la “moral” a mi tía. Al cabo de unos 20 minutos, salió de la caseta. Me vio en la alberca y me vino a buscar:
- Anda qué listo. Con el calor que hace…
- Métete tú. Se está la mar de bien.
- No me he traído el bañador.
- Ni yo.
- Pero es que tampoco tengo ropa de repuesto.
- La desnudez es algo natural.
- Oye guapo, no te pases de listo.
- Vale, vale…
- Pues ponte en ropa interior.
- ¿Y después como la seco? No, no, no me meto. Pero me voy a mojar las piernas.
Al sentarse en el borde de la alberca, se dio cuenta de que yo iba desnudo.
- Vaya, con el exhibicionista…
- ¿Te molesta?
- Claro que no.
- Pero no te atreves a meterte… ¿Te dan miedo las serpientes acuáticas?
- Mira que eres tonto. Pues mira, me voy a meter para cerrarte la boca.
Conchi sacó las piernas de la alberca y desapareció en el interior de la caseta. Al cabo de un par de minutos, salió envuelta en una toalla, que se quitó cuando entró en el agua. Solo se había dejado la ropa interior: unas bragas y unos sujetadores de tela. Sumergió su cuerpo hasta el cuello (no se quería mojar el pelo, que se recogió en un moño) y, al emerger, pude ver como los pezones se le marcaban perfectamente en la tela del sujetador. Aquello provocó que mi polla empezase a reaccionar. La situación me estaba dando mucho morbo.
- Pues el agua no está fría – deslizó despreocupadamente.
- Ya te he dicho que se está muy bien.
Y estuvimos un rato charlando de lo cansado que era recoger las aceitunas y que por fin estábamos a punto de terminar.
- Sí, porque yo ya estoy frita de verdad. Tengo la espalda y las piernas destrozadas. Ya estoy mayor para esto…
- No es la edad, que yo también, que como estoy todo el día subiendo y bajando las escaleras, también tengo las piernas que no me las noto.
- Menos mal que mañana terminamos.
- Oye, pues aquí podemos hacer un poco de hidroterapia, que tenemos la alberca muy poco explotada.
- ¿Quieres instalar un jacuzzi y unos chorros de agua aquí?
- No, tía, claro que no. Pero dar andar dentro del agua fortalece y relaja los músculos de las piernas. Y los masajes debajo del agua son más efectivos – eso me lo acababa de inventar, obviamente, pero buscaba una excusa para que nos… toqueteáramos…
- Mira, lo de andar la verdad es que no me apetece, pero un masaje… buff… No me iría nada mal…
- Oye, ¡que me ofrezco voluntario!
- ¿Tú sabes dar masajes?
- Pregúntale a tu hermana, que cada noche le dejo los pies en la gloria mientras vemos la tele después de cenar.
- Pues, mira, no te voy a decir que no.
- Genial. Me encanta hacerlos. ¿Por dónde empiezo, piernas os espalda?
- Por dónde tú quieras, que estoy fatal de todo.
- Pues empezamos por la espalda.
- ¿Cómo nos ponemos?
Probé en sentarme al borde de la alberca, con las piernas abiertas, pero aquella postura me iba bien para los hombros, pero no para la espalda, aunque me excitó el hecho de que mi polla quedaba prácticamente reposada en su cuello. Como llevaba el pelo recogido en el moño, mi glande llegó a rozarlo. Ninguno de los dos dijo nada, pero como no estábamos cómodos, me metí en el agua y yo, de nuevo con las piernas abiertas, me quedé sentado tras ella. En este caso, mi polla rozaba la parte de abajo de su espalda. Y empecé con el masaje. Regresé a sus hombros y, para mayor comodidad, le bajé las tiras de los sujetadores. Conchi no se quejó. Cuando hube terminado, tras la felicitación de mi tía, seguí por el resto de la espalda. Como la tira del sujetador me entorpecía la operación, le pregunté si se lo podía desabrochar:
- Sí, hombre, tú lo que quieres es tocarme las tetas.
- Será las primeras que toco…
- ¡Míralo que deslenguado!
- Aunque bien es verdad que nunca he tocado unas tan grandes como las tuyas.
- Mira que eres pesado…
Pero a pesar de la queja, ella misma se desabrochó los sujetadores y los dejo en el borde de la alberca. Ni decir tiene que mi polla empezó a crecer. Mis manos siguieron con la operación. Confieso que no me entretuve demasiado en la espalda y sí más en los laterales de su torso, donde llegué a acariciar un poco sus tetas, sin recibir queja alguna. Seguí masajeando sus brazos, para lo que me tuve que acercar a la espalda de mi tía, que notó como la polla se le clavaba en la espalda, que fue pasando de morcillona a directamente tiesa.
- ¿Cómo te estás poniendo, sobrino?
- Es que el cuerpo no entiende de parentesco y claro, con una mujer como tú…
- ¿Como yo…?
- Bueno, tía, que es que estás como un queso.
- Ay, que zalamero…
Y pasé a sus piernas. Me puse a su lado y del mismo modo que yo pude ver a 20 centímetros de mi cara sus hermosas tetas con sus aureolas rojizas y sus pezones, grandes y duros como dos dados, ella me vio perfectamente como estaba empalmadísimo. Como estaba a su izquierda, fue con la mano izquierda que empecé a masajear su muslo izquierdo, desde la rodilla hacia arriba. Descuidadamente, Conchi dejó su mano reposando sobre mi muslo derecho, a escasos centímetros de mi polla, lo que no ayudaba a que bajase mi hinchazón. Cuando llegué a la altura de su entrepierna, ella abrió instintivamente sus muslos, lo que me permitió rozar sus bragas, pero no me propasé… aún.
- Cambio de pierna, tía. Me voy al otro lado.
- Qué manitas tienes… Me estás dejando fina…
Al levantarme y cambiarme de lado, mi polla pasó a escasos centímetros de su cara. Conchi no dejó de mirar mi rabo ni un instante. Era evidente que ella también estaba poniéndose cachonda. Si me atrevía a que pasara algo, debía ser ese día. Así que, le agarré el muslo derecho y, una vez más, desde la rodilla, lo empecé a masajear hacia arriba. Ella volvió a dejar su mano descanso sobre mi muslo izquierdo, pero esta vez, tocando la parte interior, rozando mis huevos y mi polla. Al ponerme un poco de lado, mi polla casi se posó sobre su brazo. No recibí queja alguna. Mientras, mi mano se encaminó hacia el interior de su muslo. Conchi volvió a abrir las piernas casi imperceptiblemente, pero lo suficiente para que mi mano llegase a sus bragas. Con el dorso de mi mano, empecé a frotar su entrepierna. Conchi, lejos de quedarse, echo su cabeza atrás y empezó a emitir gemidos casi imperceptibles. Seguí con aquel movimiento unos segundos y ya me decidí a lanzarme del todo. Era ahora o nunca. Mi mano libre acercó la suya hacia mi polla. La asió con firmeza, pero no con fuerza, y la dejo quieta. Entonces, mi boca se acercó a su cuello y mi mano derecha pasó a acariciar sus grandes y jugosas tetas. De pronto, Conchi reaccionó:
- Para, para, para… No podemos seguir.
- Los dos estamos muy cachondos, Conchi.
- Ya, pero…
- Dime que no te apetece terminar…
- Joder, sí… Pero…
Me levanté y me salí de la alberca. Conchi también se puso de pie:
- ¿Dónde vas?
- No sé tú, pero yo tengo que terminar. Me voy dentro de la caseta.
- Yo también vengo.
Antes de entrar, nos secamos mutuamente todo lo rápido que supimos, Conchi se quitó las bragas y nos fuimos a la cocina-comedor. Nos empezamos a besar y nos sentamos en el primer sofá que encontramos. Allí siguieron los besos y empezaron los magreos. No me pude resistir y le comí las tetas. Qué pezones tenían. Eran apetitosos. Pero Conchi no se estaba quieta, me buscó la polla y me la empezó a pelar.
- Qué dura está, me encanta. Espera, estírate.
Obedecí y me la empezó a lamer, sin dejar de pajeármela. No tardó en meterse el capullo en la boca y bajar por el tronco hasta tragarse casi la mitad. Estoy bien dotado, pero aún y así tragó más rabo que cualquiera de mis novietas de la Uni. Se notaba que se esforzaba por complacerme, y lo estaba consiguiendo. Al cabo de un par de minutos, en los que yo notaba que no iba a tardar en correrme (estaba muy pero que muy cachondo), le dije que era mi turno. Así que Conchi se sentó en el borde del sofá con las piernas abiertas y mi lengua fue directa a su coño. “Me encanta, no pares, no pares”, empezó a gritar. Tenía el clítoris hinchadísimo. Mi lengua lo encontró con mucha facilidad. Lo rodeaba con la lengua, jugueteando con él, mientras notaba a mi tía cada vez más mojada.
- Métemela que me voy a correr. Rápido, métemela.
Soy un sobrino obediente, así que, aun de rodillas, mi polla fue directa a su coño. Joder, con qué facilidad entró. Qué caliente estaba. Y empecé a embestirla. Y a cada embestida, un grito de placer.
- Más rápido, me corro…
Y lanzó un alarido descomunal, mientras su cuerpo estuvo temblando unos treinta segundos, en los que sus gemidos cada vez fueron bajando de intensidad. Ahora me tocaba a mí. Que tampoco me iba a faltar mucho. Le pedí que se pusiera a cuatro patas. Obedeció. Me puse tras ella, y le volví a clavar la polla en su coño chorreante. Esa postura me encanta. Así que me la fui follando cada vez más deprisa. Conchi volvía a gemir. Yo también gritaba de placer. Vi como una de las manos de mi tía se iba hacia su coño. Se estaba acariciando el clítoris.
- No pares ahora, sigue, que me voy a volver a correr.
- No voy a poder aguantarme mucho.
- Aguanta un poco.
Hice terribles esfuerzos por retardar mi corrida, bajando el ritmo de las embestidas. Hasta que los gritos de Conchi me avisaron que se volvía a correr. Aquello me dio la señal para follármela de nuevo más rápido.
- Ahora voy yo – avisé.
Aún entre gemidos, Conchi respondió:
- En mis tetas. Quiero que te corras en mis tetas. Quiero ver como sale la leche de tu pollón.
Así que me incorporé y ella se puso de rodillas frente a mi polla, que volvió a pajear. Pocos segundos tardaron para que un torrente de semen le llenara las tetas. Nos sentamos en el sofá. Jadeantes, exhaustos y sonrientes.
- Me ha encantado, Conchi.
- Joder y a mí, creo que nunca me había corrido de esta manera. Oye, pero de esto ni una palabra a nadie, eh.
- Joder, claro que no.
Nos quedamos descansando, desnudos, en el sofá, casi adormilados, hasta que Conchi oyó como se acercaba el coche de mi madre.
- Joder, tu madre.
Salí en pelotas a buscar la ropa que había quedado fuera, mientras mi tía se quitaba el semen de las tetas como buenamente podía y nos vestimos como pudimos. Cuando mi madre entró por la puerta vio a su hermana echada en un sofá haciéndose la dormida y a mí en el otro con el Ipad en la mano.
- Vaya, qué trabajadores os veo. ¿Qué habéis hecho el rato que he estado fuera?
A la mañana siguiente, ya no fuimos a recoger más aceitunas. Un amigo de la familia, con un tractor mucho más grande que el nuestro, recogió el remolque donde las fuimos depositando y se las llevó al Sindicato Agrícola. Nunca volvió a pasar nada más con mi tía. Siempre hemos mantenido una relación muy cómplice y estrecha, pero no ha habido más sexo. Pero el que hubo fue realmente inolvidable.