Un joven corneador inesperado.

Jugar para la Cámara


Ese verano parecía no acabarse nunca.

El calor adormecía los cuerpos, pero en casa el ambiente era otro. Una mezcla de confianza, deseo y complicidad que flotaba en cada rincón. Yo había salido por la tarde. Una excusa cualquiera. Y ellos ya sabían lo que eso significaba.

No me llamaron. No me escribieron. No hacía falta. La única señal que necesitaba era ese icono verde en la nube, horas después, cuando el archivo apareciera titulado simplemente con la fecha. Yo salía muy tarde de trabajar y Ángel ya venía a casa a follar con Sara sin estar yo delante. Se había convertido en un magnífico corneador. Con apenas veinte años tenía ímpetu y ganas de follar a todas horas y mientras sus colegas perdían horas intentando ligar en la noche o en apps, él tenía una tía maciza, con experiencia y ganas de buen rabo. Encima era el niño de nuestros ojos, al que consentíamos caprichos y que usara nuestro piso como centro de ocio.

Les pedí que se grabasen y que me lo subieran a la nube. Quería ver como mi primo se había convertido en todo un macho alfa y se zumbaba a mi novia cuando, como y donde quería. Ya se la había follado en la playa, en el cine, en el coche y en una atracción de playa.

El día que se grabaron Sara estaba tumbada en el sofá, vestida con lo mínimo: una camiseta fina sin sujetador y una braguita pequeña que apenas tapaba lo necesario. El ventilador giraba lento. El aire olía a verano, a electricidad contenida. Ángel estaba en sus habituales camiseta y bóxers. Nada más. Esa prenda clásica que usaba sin vergüenza desde el principio. Se sentaba con una pierna cruzada, despreocupado, sin reparar —o sí— en que cada vez que se movía dejaba asomar más de lo que debía.

Sara lo miraba. Lo hacía desde siempre. Pero ahora lo hacía con hambre de polla. Él ya no era ese primo joven, inseguro, que se ponía rojo al tocarla. Ahora sabía lo que ella buscaba. Sabía que podía dárselo. Y también sabía que tú —que yo— deseaba verlo todo.

¿Estás seguro de que quieres grabar esto…? —le preguntó ella, acariciando la pantalla del móvil.
Coño que sí, que ya está más que hablado. Más que seguro. —respondió él, sin mirarla, ajustando la posición del trípode en la mesita del salón.
Entonces dime… ¿qué quieres que grabe? —sonrió, sentándose sobre sus rodillas.
Todo. Desde que te toco hasta que te lleno de leche la boca.

La cámara parpadeó una vez, y comenzó a grabar.​

Madre mía nos estas poniendo burrisimos a todos!! Sigue contándonos tus vivencias,un saludo
 

Jugar para la Cámara


Ese verano parecía no acabarse nunca.

El calor adormecía los cuerpos, pero en casa el ambiente era otro. Una mezcla de confianza, deseo y complicidad que flotaba en cada rincón. Yo había salido por la tarde. Una excusa cualquiera. Y ellos ya sabían lo que eso significaba.

No me llamaron. No me escribieron. No hacía falta. La única señal que necesitaba era ese icono verde en la nube, horas después, cuando el archivo apareciera titulado simplemente con la fecha. Yo salía muy tarde de trabajar y Ángel ya venía a casa a follar con Sara sin estar yo delante. Se había convertido en un magnífico corneador. Con apenas veinte años tenía ímpetu y ganas de follar a todas horas y mientras sus colegas perdían horas intentando ligar en la noche o en apps, él tenía una tía maciza, con experiencia y ganas de buen rabo. Encima era el niño de nuestros ojos, al que consentíamos caprichos y que usara nuestro piso como centro de ocio.

Les pedí que se grabasen y que me lo subieran a la nube. Quería ver como mi primo se había convertido en todo un macho alfa y se zumbaba a mi novia cuando, como y donde quería. Ya se la había follado en la playa, en el cine, en el coche y en una atracción de playa.

El día que se grabaron Sara estaba tumbada en el sofá, vestida con lo mínimo: una camiseta fina sin sujetador y una braguita pequeña que apenas tapaba lo necesario. El ventilador giraba lento. El aire olía a verano, a electricidad contenida. Ángel estaba en sus habituales camiseta y bóxers. Nada más. Esa prenda clásica que usaba sin vergüenza desde el principio. Se sentaba con una pierna cruzada, despreocupado, sin reparar —o sí— en que cada vez que se movía dejaba asomar más de lo que debía.

Sara lo miraba. Lo hacía desde siempre. Pero ahora lo hacía con hambre de polla. Él ya no era ese primo joven, inseguro, que se ponía rojo al tocarla. Ahora sabía lo que ella buscaba. Sabía que podía dárselo. Y también sabía que tú —que yo— deseaba verlo todo.

¿Estás seguro de que quieres grabar esto…? —le preguntó ella, acariciando la pantalla del móvil.
Coño que sí, que ya está más que hablado. Más que seguro. —respondió él, sin mirarla, ajustando la posición del trípode en la mesita del salón.
Entonces dime… ¿qué quieres que grabe? —sonrió, sentándose sobre sus rodillas.
Todo. Desde que te toco hasta que te lleno de leche la boca.

La cámara parpadeó una vez, y comenzó a grabar.​

Dile a tu primo que yo también quiero un jovencito con esa polla, aquí me tiene disponible
 
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