Fotos y Videos Vestuarios y duchas: en gimnasios y piscinas.

Stop o mas ? ... :cool::LOL:



















 
4 jugadores fueron despedidos en 2017 en el equipo de Sport Club Gaúcho, de la ciudad de Passo Fundo, localizada en el interior del estado de Río Grande do Sul, al sur de Brasil. Despedidos por divertirse en un deporte todavía muy homófobo.

 
4 jugadores fueron despedidos en 2017 en el equipo de Sport Club Gaúcho, de la ciudad de Passo Fundo, localizada en el interior del estado de Río Grande do Sul, al sur de Brasil. Despedidos por divertirse en un deporte todavía muy homófobo.

Que bajón que los hayan despedido. Como si esa diversión les afectará el rendimiento en la cancha
 
4 jugadores fueron despedidos en 2017 en el equipo de Sport Club Gaúcho, de la ciudad de Passo Fundo, localizada en el interior del estado de Río Grande do Sul, al sur de Brasil. Despedidos por divertirse en un deporte todavía muy homófobo.

me acuerdo del escándalo y es una vergüenza que esas cosas aún pasen
 
Stop o mas ? ... :cool::LOL:



















perdona????


LA duda ofende!!!! MÁS SIEMPRE!!!!

Me encantaría saber toooodo lo que tienes jjjj
 
Hola alguna vez veo en los vestuarios a los que voy, algún tío con vello en el cuerpo menos en el culo y en la polla. Es señal que le va el tema?
 
La primera vez que coincides con tu colega en los vestuarios. Ves esto... y comprendes por qué su novia está tan enamorada de él.

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El otro día en el vestuario de la piscina, en duchas separadas en cabinas que no llegan al suelo, los desagües no tragaban y se formaba una lámina de agua en el suelo, que es oscuro, que hacía de espejo y se podía ver el reflejo del tío de al lado. Coincidió que yo tenía ganas de tocarme y el de al lado también. Nos estuvimos pajeando los dos. Yo no sé si él me miraba a mi por el reflejo pero yo a él sí y me puso mucho la situación. Los dos estuvimos bastante tiempo y se volvió bastante obvio lo que hacíamos.
 
Os voy a contar algo que me pasó ayer en el gimnasio y que todavía me tiene la polla tiesa de pensarlo. Llevo meses cruzándome con un tío en el gym, un cabrón de unos cincuenta años, alto, con ese rollo daddy que te pone burro: cuerpo firme, vello en el pecho, sin estar mazado como un culturista, pero con una presencia que impone. Lo había visto en una app de contactos, donde se vende como amo dominante, y siempre había un jueguecito de miradas entre nosotros. Él miraba mi perfil, yo el suyo, y aunque la tensión sexual era brutal, nunca habíamos pasado de ahí... hasta ayer.
Después de entrenar, coincidimos en los vestuarios. El ambiente estaba cargado, los dos sudados, quitándonos la ropa para ir a las duchas. De repente, sin mediar palabra, me agarró del brazo con fuerza, sus ojos clavados en los míos, y me arrastró al baño de minusválidos que está justo al lado. Cerró la puerta con un portazo, se arrancó la toalla que le cubría la cintura y ahí estaba: un pollón enorme, duro como el cemento, con las venas marcadas y goteando precum. No me dio ni un segundo para pensar. Me empujó hacia abajo, poniéndome de rodillas, y con una voz grave y autoritaria me soltó:
—Sé que llevas meses soñando con esta polla, zorra. Ahora vas a ser mi putita y me la vas a mamar como te mereces.
Joder, no voy a mentir: el morbo me estaba reventando. Asentí como pude, con la boca ya llena de su carne caliente, que me embestía la garganta sin piedad. Me agarró del pelo, controlando el ritmo, mientras me decía guarradas:
—Traga, puta, que sé que te encanta.
Su polla sabía a sudor y a hombre, y yo estaba tan cachondo que mi propia polla estaba a punto de explotar. Él seguía follándome la boca, cada vez más rápido, hasta que paró de golpe, me levantó y me dio la vuelta contra la pared.
—Ahora voy a destrozarte ese culo de zorra que me restriegas cada día en el gym. A partir de hoy, este ojete es mío.
Escupió en su mano y lubricó mi culo con rudeza. Sentí su polla gorda empujando, abriéndome sin contemplaciones. Joder, cómo dolía y cómo molaba a la vez. Me folló a cuatro patas, con una mano en mi nuca y la otra apretándome la cadera, mientras me susurraba al oído:
—Eres mi puta ahora, ¿lo pillas? Vas a abrirte de piernas cada vez que te lo ordene.
Yo apenas podía gemir, intentando no hacer ruido para que no nos pillaran, pero mi polla chorreaba de lo cachondo que estaba.
—Mira cómo te gusta, zorrita —dijo, notando mi erección—. Voy a llenarte de lefa, y vas a ser mi perra siempre.
Aceleró el ritmo, clavándomela hasta los huevos, y de pronto noté su polla palpitar dentro de mí.
—Toma, puta, te voy a preñar.
Sentí cómo me inundaba con su leche caliente. Cuando la sacó, mi culo abierto goteaba semen, y él se rió con esa risa de cabrón seguro de sí mismo.
—Sabía que serías una buena zorra, aunque te hayas hecho el duro todo este tiempo.
Salió del baño como si nada, dejándome ahí temblando de la intensidad. Me recompuse, me duché rápido, pero al salir, ahí estaba él, esperándome con una mirada que decía que no había terminado conmigo.
—No creas que esto acaba aquí, putita. Sígueme— ordenó.
Y yo, como un perro obediente, lo seguí hasta su casa, que estaba a unos 500 metros del gimnasio. ¿Queréis saber qué pasó? Porque aquello fue todavía más bestia...
 
Os voy a contar algo que me pasó ayer en el gimnasio y que todavía me tiene la polla tiesa de pensarlo. Llevo meses cruzándome con un tío en el gym, un cabrón de unos cincuenta años, alto, con ese rollo daddy que te pone burro: cuerpo firme, vello en el pecho, sin estar mazado como un culturista, pero con una presencia que impone. Lo había visto en una app de contactos, donde se vende como amo dominante, y siempre había un jueguecito de miradas entre nosotros. Él miraba mi perfil, yo el suyo, y aunque la tensión sexual era brutal, nunca habíamos pasado de ahí... hasta ayer.
Después de entrenar, coincidimos en los vestuarios. El ambiente estaba cargado, los dos sudados, quitándonos la ropa para ir a las duchas. De repente, sin mediar palabra, me agarró del brazo con fuerza, sus ojos clavados en los míos, y me arrastró al baño de minusválidos que está justo al lado. Cerró la puerta con un portazo, se arrancó la toalla que le cubría la cintura y ahí estaba: un pollón enorme, duro como el cemento, con las venas marcadas y goteando precum. No me dio ni un segundo para pensar. Me empujó hacia abajo, poniéndome de rodillas, y con una voz grave y autoritaria me soltó:
—Sé que llevas meses soñando con esta polla, zorra. Ahora vas a ser mi putita y me la vas a mamar como te mereces.
Joder, no voy a mentir: el morbo me estaba reventando. Asentí como pude, con la boca ya llena de su carne caliente, que me embestía la garganta sin piedad. Me agarró del pelo, controlando el ritmo, mientras me decía guarradas:
—Traga, puta, que sé que te encanta.
Su polla sabía a sudor y a hombre, y yo estaba tan cachondo que mi propia polla estaba a punto de explotar. Él seguía follándome la boca, cada vez más rápido, hasta que paró de golpe, me levantó y me dio la vuelta contra la pared.
—Ahora voy a destrozarte ese culo de zorra que me restriegas cada día en el gym. A partir de hoy, este ojete es mío.
Escupió en su mano y lubricó mi culo con rudeza. Sentí su polla gorda empujando, abriéndome sin contemplaciones. Joder, cómo dolía y cómo molaba a la vez. Me folló a cuatro patas, con una mano en mi nuca y la otra apretándome la cadera, mientras me susurraba al oído:
—Eres mi puta ahora, ¿lo pillas? Vas a abrirte de piernas cada vez que te lo ordene.
Yo apenas podía gemir, intentando no hacer ruido para que no nos pillaran, pero mi polla chorreaba de lo cachondo que estaba.
—Mira cómo te gusta, zorrita —dijo, notando mi erección—. Voy a llenarte de lefa, y vas a ser mi perra siempre.
Aceleró el ritmo, clavándomela hasta los huevos, y de pronto noté su polla palpitar dentro de mí.
—Toma, puta, te voy a preñar.
Sentí cómo me inundaba con su leche caliente. Cuando la sacó, mi culo abierto goteaba semen, y él se rió con esa risa de cabrón seguro de sí mismo.
—Sabía que serías una buena zorra, aunque te hayas hecho el duro todo este tiempo.
Salió del baño como si nada, dejándome ahí temblando de la intensidad. Me recompuse, me duché rápido, pero al salir, ahí estaba él, esperándome con una mirada que decía que no había terminado conmigo.
—No creas que esto acaba aquí, putita. Sígueme— ordenó.
Y yo, como un perro obediente, lo seguí hasta su casa, que estaba a unos 500 metros del gimnasio. ¿Queréis saber qué pasó? Porque aquello fue todavía más bestia...
joder que morbazo tio..... cuenta cuenta
 

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