Votos rotos en la boda de mi prima (real)

Darco13

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Como os contaba en mi otro post, mi prima Eli no quería quedar conmigo a solas. Ni siquiera hablamos de lo sucedido. No sé bien si era por vergüenza, por miedo… o por otra cosa. Pero todo cambió en la boda de su hermana Mercedes.

Estos últimos años me han ocurrido unas cosas que jamás pensé que viviría. La primera follarme a mi prima y la otra; fue el año pasado, cuando tuve un terrible accidente de tráfico por culpa de un conductor borracho. Lo recuerdo todo en flashes: Salía de casa camino al curro y de repente, sentí que me embestían por detrás y lo siguiente fue abrir los ojos en el hospital, con la cabeza embotada y el cuerpo hecho polvo.

Gracias a Dios, salí con un esguince grave en el brazo derecho, el de las pajas, y una fuerte contusión en la espalda. Estuve una semana ingresado, dolorido y medio drogado por los calmantes, aparte de los seis meses de baja yendo a rehabilitación. El coche quedó destrozado por completo, fue directo al desguace. Menos mal que iba solo, porque si alguien hubiera venido de copiloto, estaría criando malvas. Y sinceramente, esto ha cambiado mi forma de ver la vida. Hoy estamos aquí y mañana… quién sabe.

En la boda, ya completamente recuperado, Eli me saludó igual que a un desconocido. Fría, seca, sin una sonrisa, sin mirarme a los ojos. Sin embargo, con mi mujer y mi hija fue cariñosa: la abrazó, dos besos, risitas, preguntas… como si nada. Habíamos quedado otras veces desde la noche de pasión que tuvimos, pero era la primera vez que nos veíamos tras el accidente.

Durante mi recuperación, ella no desapareció. Al contrario, me escribía, me preguntaba cómo me encontraba, se preocupaba mucho por mí. Al hablar por teléfono, tenía esa voz suave, cálida… cariñosa. Por eso, esa frialdad tan repentina, me dejó descolocado. Y cuando vi cómo me esquivaba la mirada, supe que no había olvidado nada. Solo lo reprimía.

En la iglesia apenas cruzamos palabra. Eli estaba a mil cosas, corriendo de un lado a otro, pendiente de los novios, asegurándose de que todos tenían su bolsa de arroz, de que los del confeti estuvieran colocados y atentos. Ahí entendí todo: ella era la organizadora y quería que todo saliera perfecto. Ni un fallo, ni un despiste. Profesional, centrada, impecable… y jodidamente guapa.

Mientras hablaba con los demás familiares, sonreír cuando tocaba… no conseguía apartar la mirada de ella. Me tenía cautivado con su vestido azul turquesa. Parecía sacado de una postal de una playa paradisíaca. No se lo había puesto, se lo habían pintado encima, o al menos, así aparentaba.

Se le marcaba todo: sus tetas firmes, la cintura estrecha y las caderas amplias. Lo único que impedía que se viniera abajo eran dos hilitos ridículos, aferrados a sus hombros como si se aferraran también a la poca decencia que le quedaba a esa prenda. Quizás eso era lo excitante, la tensión constante de saber que podía quedarse desnuda en cualquier momento. Que bajo ese tejido fino y descarado no había nada más. No hacía falta. El traje no insinuaba, mostraba. Y aún así, me tenía con la mente desatada, imaginándola sin él. Con ganas de arrancárselo con los dientes y descubrir si su piel conservaba el mismo sabor que recordaba de aquella noche.

Su escote era justo lo que debía ser, ni demasiado generoso, ni tímido. Pero con la forma de atrapar miradas y no soltarlas. Rezaba para que la tela ceda, aunque sea un poco, solo un poco… lo necesario para volverme loco.

Después de la ceremonia, nos desplazamos al lugar del convite. Una finca preciosa, con un césped perfecto, camareros uniformados y centros de mesa que costaban más que mi coche. Todo me daba igual. Solo tenía ojos para mi prima.

Durante el cóctel, seguía a lo suyo, saludando a todos los invitados y dando indicaciones al personal. Cada vez que pasaba por mi lado, algo se removía dentro de mí, pero ella no me miraba. Su perfume llegaba antes y se quedaba flotando un rato después de que se marchase.

Me acerqué al grupo de algunos primos con los que hablaba. Sonreía, sin embargo, cuando me vio, la sonrisa desapareció. Me saludó otra vez, esta vez con dos besos rápidos, fríos, como de compromiso. Pero esa distancia… esa rigidez… no era indiferencia, era tensión. Una tensión de la que yo conocía muy bien el origen.

—Estás muy guapa —dije con voz baja.

—Es una boda —contestó encogiéndose de hombros, sin mirarme directamente—. Hay que arreglarse.

El silencio entre los dos pesaba más que el bullicio a nuestro alrededor. Cada uno con su copa, fingiendo normalidad, pero atrapados en una corriente invisible que nadie percibía. Entonces, se acercó su hermana Esmeralda, le dijo algo al oído, y aprovechó para irse con una sonrisa.

Durante el almuerzo, nos sentaron en una mesa, en la otra punta del salón. Casualidad o no, sospechaba que Eli controlaba hasta el más mínimo detalle. Si estaba lejos de ella, es porque lo había querido así. Nos pusieron con unos primos con los que no tenía mucho trato, por decirlo de algún modo. Aún así, nos lo pasamos genial. Entre plato y plato, mi prima organizó juegos para hacer en equipos.

Algunas veces, nuestras miradas se cruzaban. Breves, sucias y a medias. Nos decíamos todo sin pronunciar una palabra. Había electricidad, de esa que quema, de la que te empuja a realizar locuras. En medio del banquete, con los novios brindando, mi mujer hablando con los de la mesa, y los camareros sirviendo sorbete de limón, solo podía pensar en una cosa: cómo quedaría ese vestido hecho un ovillo en el suelo. Y tal como me miraba ella, aunque fuera de reojo, sabía que pensaba exactamente lo mismo.

Continuará....
 
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