Te reto

agratefuldude

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Hace unos años escribí una serie de relatos relativamente cortos sobre una pareja que pretende añadir un poco de picante a su relación. Ella tiene mucho de exhibicionista y él un poco de cornudo (mis relatos son a menudo así... no sé porqué ;-).

Espero que os guste.
 
¡Te reto! - Capítulo 01 - Bajar al badulake

Era una tarde calurosa y pegajosa como solo lo podía ser en Barcelona en agosto. Silvia y yo estábamos chafados en el sofá mirando uno de esos tontos programas de la TV donde unos concursantes aún más tontos debían encontrar la frase hecha en un panel de letras escoltado por dos rubias de metro ochenta y ostentosos pechos. Era uno de esos pseudo-culturales concursos típicos de verano, hechos para perder la tarde. La antediluviana televisión del apartamento no tenía mando a distancia. Seguramente en ningún otro canal ponían nada más interesante pero ni mi novia ni yo habíamos hecho el más mínimo gesto para levantarnos del sofá y cambiar de emisora.

La concursante de la televisión, una mujer de unos cuarenta y muchos, de risa fácil y pensar complicado pidió por tercera vez una letra que ya estaba en el panel y el presentador la corrigió encantadoramente. Asqueado aparté la vista del monitor y miré a Silvia que apenas podía contener la risa. - Esto es demasiado para mi, me voy al badulake a pillar algo de comer y unas birras, ¿vienes?. - Cualquier cosa era mejor que estarse un minuto más mirando eso por lo que Silvia contestó rápido que si, mientras de un salto se ponía en pie - Deja que me ponga algo y bajamos. - La vi pasar por delante y no pude evitar un escalofrío, el mismo que me subió por el espinazo el primer día que la vi. Silvia es sinónimo de curvas peligrosas. Mide poco más de metro sesenta y tiene un cuerpo que quita el hipo: muslos fuertes, cadera estrecha, culo redondo y unos pechos generosos que atraen todas las miradas cuando no los tapa con su melena de rizos cobrizos. Ese día además, con el calor que hacía, iba vestida con lo más cómodo y fresco que había encontrado en el armario: unos pantaloncitos negros con tiras blancas a ambos lados y una camiseta gris sin mangas, de esas con un amplio escote bajo la axila. El exterior de su pecho quedaba completamente expuesto dibujando una maravillosa curva tersa y dorada, alzándose hacia un pezón que se adivinaba apenas unos centímetros más allá, bajo la tela de la camiseta. Se me hacía la boca agua ante tanta belleza.

- ¿Por qué? - prácticamente se me escapó. Silvia se detuvo y se giró hacia mí. Su cara era un mezcla de asombro y sorpresa. - ¿Cómo qué para qué? ¿No saldré así a la calle? - Yo intentaba con todas mis fuerzas mirarla a la cara: - Pues estás muy guapa, no veo cual es el problema -. Silvia aún estuvo unos segundos mirándome incrédula antes de seguir caminando hacia el dormitorio.

- ¡Te reto!

Esa era la palabra mágica. Ambos lo sabíamos. Silvia es demasiado orgullosa como para no aceptar un reto. Se volvió a girar hacia mi. - ¿A qué me retas? - Como si no fuera evidente. - A que salgas así vestida a la calle, solo hasta al badulake a comprar algo y de vuelta - y antes de que continuará la apuntillé: - a cambio de un masajito con aceite de almendras… - Seguramente no habría hecho falta ningún tipo de compensación pero así me aseguraba que Silvia no se negara. Y no lo hizo…

En el ascensor se la veía un poco nerviosa. Quizá lo que más miedo le daba era encontrarse alguna de esas vecinas ancianas y carcas que siempre la miraban mal por como vestía. Antes de salir a la calle inspiró fuerte y con la cabeza bien alta y la pechera para adelante se puso a caminar a mi lado. El badulake estaba a la vuelta de la esquina y a esas horas de un domingo tan caluroso no había nadie en la calle. Eso le dio confianza a Silvia que empezó a relajarse y a pincharme con el tema del masajito que le tendría que hacer al volver a casa. Yo por mi parte no podía evitar robar miradas al lateral de la camiseta de Silvia, donde su pecho botaba y rebotaba. En una de esas miradas furtivas pude comprobar como, quizá fruto del roce, sus pezones empezaban a marcarse a través de la tela de la camiseta.

Silvia entró primero en el super. El dependiente estaba mirando, como siempre, una de esas películas de Bolliwood donde parece que hablen más con los ojos que con la boca. Pensé que no levantaría los ojos de la pantalla pero algo debió captar con el rabillo del ojo porque empezó a girar la cabeza hacia Silvia como quien no quiere la cosa y la saludó con un sonriente “Hola” sin poder levantar la mirada de sus senos. Silvia le devolvió el saludo perfectamente consciente de dónde apuntaban los ojos del dependiente y se adentró en el pequeño super.

La seguí con media sonrisa en los labios. La situación me parecía divertida además de un punto excitante. Silvia estaba en la sección de bollería rebuscando entre las galletas y yo me acerqué por detrás y le susurré al oído - creo que le has gustado - mientras le acariciaba la curva de su pecho derecho a través de la manga. Silvia me retiró la mano a la vez que ponía cara de pocos amigos pero pude ver un amago de sonrisa en su cara.

Me fui a buscar un par de Judas a la nevera (era el único sitio del barrio donde podías comprar cervezas frías) y al volver descubrí con sorpresa que Silvia estaba junto al mostrador aparentemente concentrada en unas latas que había en una repisa que estaba a la altura de las rodillas. Me quedé de piedra y con la boca abierta. Al inclinarse hacia delante para buscar lo que fuera que estuviera mirando la camiseta colgaba hacia el suelo y ahora la amplia abertura del lateral de la misma no solo mostraba el exterior de su pecho sino todo él, flotando ingrávido, grande, moreno y hermoso, coronado con una aureola oscura y unos pezones en punta. Y detrás de Silvia, tras el mostrador, el dependiente tenía la misma cara de asombro y deleite que debía estar poniendo yo, con los ojos fijos en las tetas de mi novia. Silvia aún tardó unos instantes en reincorporarse mientras parecía muy interesada por los productos de esa repisa específica, dando ocasionales pasitos para acercarse a coger alguno de los envases. Con cada movimiento sus pechos se balanceaban a derecha e izquierda en un espectáculo asombroso y electrizante.

Entonces Silvia se puso en pié y puso algo sobre el mostrador. - Creo que esto es todo. - Después se giró hacia mí y me preguntó si había cogido algo. Tuve que hacer esfuerzos para llegar al mostrador con las dos cervezas intactas y una dolorosa erección en mis gallumbos. El dependiente tardó en reaccionar y cuando lo hizo fue de manera patosa, aún echando vistazos a los pezones de Silvia que ahora destacaban desvergonzados. Silvia parecía divertida y le dejó hacer mientras balanceaba ligeramente el cuerpo de lado a lado, como si estuviera bailando suavemente una música que sólo ella escuchaba. Era evidente que estaba calentando al pobre dependiente que podía seguir perfectamente el movimiento de sus pechos tras la tela de la camiseta.

Cuando todo estuvo en la bolsa Silvia la cogió y salió del súper mientras yo pagaba. La perseguí hasta doblar la esquina y allí le di un beso que ella me devolvió con un intercambio de saliva caliente y húmedo. Nos faltó tiempo para subir a casa y lanzarnos en la cama. Lo prometido es deuda y le hice un masaje completo con especial atención a las curvas de sus pechos mientras la follaba por detrás de manera suave y rítmica.


Fin del capítulo 1
 
¡Te reto! - Capítulo 01 - Bajar al badulake

Era una tarde calurosa y pegajosa como solo lo podía ser en Barcelona en agosto. Silvia y yo estábamos chafados en el sofá mirando uno de esos tontos programas de la TV donde unos concursantes aún más tontos debían encontrar la frase hecha en un panel de letras escoltado por dos rubias de metro ochenta y ostentosos pechos. Era uno de esos pseudo-culturales concursos típicos de verano, hechos para perder la tarde. La antediluviana televisión del apartamento no tenía mando a distancia. Seguramente en ningún otro canal ponían nada más interesante pero ni mi novia ni yo habíamos hecho el más mínimo gesto para levantarnos del sofá y cambiar de emisora.

La concursante de la televisión, una mujer de unos cuarenta y muchos, de risa fácil y pensar complicado pidió por tercera vez una letra que ya estaba en el panel y el presentador la corrigió encantadoramente. Asqueado aparté la vista del monitor y miré a Silvia que apenas podía contener la risa. - Esto es demasiado para mi, me voy al badulake a pillar algo de comer y unas birras, ¿vienes?. - Cualquier cosa era mejor que estarse un minuto más mirando eso por lo que Silvia contestó rápido que si, mientras de un salto se ponía en pie - Deja que me ponga algo y bajamos. - La vi pasar por delante y no pude evitar un escalofrío, el mismo que me subió por el espinazo el primer día que la vi. Silvia es sinónimo de curvas peligrosas. Mide poco más de metro sesenta y tiene un cuerpo que quita el hipo: muslos fuertes, cadera estrecha, culo redondo y unos pechos generosos que atraen todas las miradas cuando no los tapa con su melena de rizos cobrizos. Ese día además, con el calor que hacía, iba vestida con lo más cómodo y fresco que había encontrado en el armario: unos pantaloncitos negros con tiras blancas a ambos lados y una camiseta gris sin mangas, de esas con un amplio escote bajo la axila. El exterior de su pecho quedaba completamente expuesto dibujando una maravillosa curva tersa y dorada, alzándose hacia un pezón que se adivinaba apenas unos centímetros más allá, bajo la tela de la camiseta. Se me hacía la boca agua ante tanta belleza.

- ¿Por qué? - prácticamente se me escapó. Silvia se detuvo y se giró hacia mí. Su cara era un mezcla de asombro y sorpresa. - ¿Cómo qué para qué? ¿No saldré así a la calle? - Yo intentaba con todas mis fuerzas mirarla a la cara: - Pues estás muy guapa, no veo cual es el problema -. Silvia aún estuvo unos segundos mirándome incrédula antes de seguir caminando hacia el dormitorio.

- ¡Te reto!

Esa era la palabra mágica. Ambos lo sabíamos. Silvia es demasiado orgullosa como para no aceptar un reto. Se volvió a girar hacia mi. - ¿A qué me retas? - Como si no fuera evidente. - A que salgas así vestida a la calle, solo hasta al badulake a comprar algo y de vuelta - y antes de que continuará la apuntillé: - a cambio de un masajito con aceite de almendras… - Seguramente no habría hecho falta ningún tipo de compensación pero así me aseguraba que Silvia no se negara. Y no lo hizo…

En el ascensor se la veía un poco nerviosa. Quizá lo que más miedo le daba era encontrarse alguna de esas vecinas ancianas y carcas que siempre la miraban mal por como vestía. Antes de salir a la calle inspiró fuerte y con la cabeza bien alta y la pechera para adelante se puso a caminar a mi lado. El badulake estaba a la vuelta de la esquina y a esas horas de un domingo tan caluroso no había nadie en la calle. Eso le dio confianza a Silvia que empezó a relajarse y a pincharme con el tema del masajito que le tendría que hacer al volver a casa. Yo por mi parte no podía evitar robar miradas al lateral de la camiseta de Silvia, donde su pecho botaba y rebotaba. En una de esas miradas furtivas pude comprobar como, quizá fruto del roce, sus pezones empezaban a marcarse a través de la tela de la camiseta.

Silvia entró primero en el super. El dependiente estaba mirando, como siempre, una de esas películas de Bolliwood donde parece que hablen más con los ojos que con la boca. Pensé que no levantaría los ojos de la pantalla pero algo debió captar con el rabillo del ojo porque empezó a girar la cabeza hacia Silvia como quien no quiere la cosa y la saludó con un sonriente “Hola” sin poder levantar la mirada de sus senos. Silvia le devolvió el saludo perfectamente consciente de dónde apuntaban los ojos del dependiente y se adentró en el pequeño super.

La seguí con media sonrisa en los labios. La situación me parecía divertida además de un punto excitante. Silvia estaba en la sección de bollería rebuscando entre las galletas y yo me acerqué por detrás y le susurré al oído - creo que le has gustado - mientras le acariciaba la curva de su pecho derecho a través de la manga. Silvia me retiró la mano a la vez que ponía cara de pocos amigos pero pude ver un amago de sonrisa en su cara.

Me fui a buscar un par de Judas a la nevera (era el único sitio del barrio donde podías comprar cervezas frías) y al volver descubrí con sorpresa que Silvia estaba junto al mostrador aparentemente concentrada en unas latas que había en una repisa que estaba a la altura de las rodillas. Me quedé de piedra y con la boca abierta. Al inclinarse hacia delante para buscar lo que fuera que estuviera mirando la camiseta colgaba hacia el suelo y ahora la amplia abertura del lateral de la misma no solo mostraba el exterior de su pecho sino todo él, flotando ingrávido, grande, moreno y hermoso, coronado con una aureola oscura y unos pezones en punta. Y detrás de Silvia, tras el mostrador, el dependiente tenía la misma cara de asombro y deleite que debía estar poniendo yo, con los ojos fijos en las tetas de mi novia. Silvia aún tardó unos instantes en reincorporarse mientras parecía muy interesada por los productos de esa repisa específica, dando ocasionales pasitos para acercarse a coger alguno de los envases. Con cada movimiento sus pechos se balanceaban a derecha e izquierda en un espectáculo asombroso y electrizante.

Entonces Silvia se puso en pié y puso algo sobre el mostrador. - Creo que esto es todo. - Después se giró hacia mí y me preguntó si había cogido algo. Tuve que hacer esfuerzos para llegar al mostrador con las dos cervezas intactas y una dolorosa erección en mis gallumbos. El dependiente tardó en reaccionar y cuando lo hizo fue de manera patosa, aún echando vistazos a los pezones de Silvia que ahora destacaban desvergonzados. Silvia parecía divertida y le dejó hacer mientras balanceaba ligeramente el cuerpo de lado a lado, como si estuviera bailando suavemente una música que sólo ella escuchaba. Era evidente que estaba calentando al pobre dependiente que podía seguir perfectamente el movimiento de sus pechos tras la tela de la camiseta.

Cuando todo estuvo en la bolsa Silvia la cogió y salió del súper mientras yo pagaba. La perseguí hasta doblar la esquina y allí le di un beso que ella me devolvió con un intercambio de saliva caliente y húmedo. Nos faltó tiempo para subir a casa y lanzarnos en la cama. Lo prometido es deuda y le hice un masaje completo con especial atención a las curvas de sus pechos mientras la follaba por detrás de manera suave y rítmica.


Fin del capítulo 1
Me encanta el relato. Corto, fácil de leer, caliente... todo buenos ingredientes!!! Gracias!!!
 
¡Te reto! - Capítulo 02 - Sushi a domicilio

Había puesto un poco de música ambiente y estaba preparando la mesa del comedor para la cena añadiendo unos toques: unas velitas, una barra de incienso,... Habíamos salido a correr un rato cuando el calor del mediodía había remitido un poco y, aunque cansado, me encontraba contento y fresco después de una ducha reparadora. Mientras Silvia también se duchaba yo había encargado comida al Sushibox: un sharer para dos y un par de Sapporos.

Salir a correr con Silvia siempre era una experiencia. Cada vez que salíamos no eran pocos los ojos que la seguían, admirando su cuerpo. Se había comprado en Decathlon unas Asics, un par de mini culottes negros que dibujaban su culo y su entrepierna sin dejar casi nada a la imaginación y una serie de tops de deporte de diferentes colores. Acostumbraba a usar dos tops a la vez además de uno de esos sujetadores de deporte para poder correr con comodidad sin el constante balanceo de sus pechos.

Esa tarde habíamos ido a correr por la Diagonal, hasta el parque de Cervantes y de vuelta, un poco menos de 5km en total. Por la Diagonal te encuentras a un montón de gente corriendo o en bici, incluso hay un circuito patrocinado por el Dir Up&Down. Inevitablemente Silvia atraía la mirada de muchos de los que nos cruzábamos y no pocos volvían la cabeza para admirar su culo. Tampoco era extraño que algunos se situasen estratégicamente detrás nuestro durante un buen rato manteniendo nuestro ritmo para poder admirar el fantástico trasero de Silvia durante más tiempo. Esa tarde uno de esos moscardones nos siguió durante gran parte de la ligera subida hasta el parque. Le oía jadear para mantener el ritmo pero aguantó prácticamente un kilómetro detrás nuestro, seguramente con la mirada clavada en la raja del culo de Silvia.

Mientras corríamos no hablábamos demasiado, para poder mantener el ritmo de respiración. Eso me daba tiempo para ir haciendo mis propias estadísticas: de los corredores que nos cruzábamos cuántos miraban sus pechos, cuántos se giraban a mirarle el culo y cuantos conseguían, por difícil que fuera, no mirarle los pechos pero sí la entrepierna.

De vuelta a casa yo me duchaba primero y en cinco minutos le dejaba el baño a Silvia, que así podía tomarse su tiempo. Ese día salió de la ducha y vino a buscarme al comedor tapada con una toalla blanca sobre el pecho. - Tengo una sorpresita, mira que me he hecho en la depiladora hoy - me dijo mientras se levantaba ligeramente la toalla para mostrarme su pubis. Casi se me caen los vasos de la mano. Se había hecho depilar completamente los labios de la vulva y tan solo se había dejado una pequeña mata de pelo corto en forma de corazón coronando su sexo.

Evidentemente salté sobre ella y conseguí estirar de la toalla antes de que me rechazara a manotazos y patadas sin parar de reir. Me arrebató de nuevo la toalla mientras yo me dolía de una patada en la espinilla. - Deja de hacer el burro que ya tendrás tiempo de verlo más de cerca. - Me dijo sugerentemente mientras se volvía a tapar sin demasiada prisa, dándome tiempo para admirar su cuerpo desnudo. - Nadie sería capaz de resistirse a esa provocación - respondí. - Piensa el ladrón que todos son de su condición… ¿qué hay de cena? - preguntó para cambiar de tema.

Y en ese preciso momento sonó el timbre de la puerta. - Ahora podremos comprobar si todos somos ladrones o no… - Silvia me miraba sin entender. - He pedido sushi y el de la puerta debe ser el repartidor… yo pago, tú abres… - me miró escandalizada - ¿Qué pretendes? ¿Que salte sobre mi? - La tranquilicé: - Mira, yo me quedaré en la cocina, a solo un par de metros de ti. Si no pasa nada tu ganas, pero si él intenta tocarte yo salgo y le corto, pero yo gano. - Me miraba dudando - ¿y si es una chica? - Era un excusa con poco peso, aún no he visto nunca una repartidora a domicilio. Sabía que solo necesitaba un empujoncito.

- ¡Te reto!

Volvió a sonar el timbre pero ya estaba claro. - Venga, dame el dinero, tonto. - Le pasé el monedero y corrí hacía la cocina mientras ella se dirigía a la puerta. Me agaché un poco para que no se me descubriera. Silvia se arregló la toalla pero no era excesivamente grande y desde mi perspectiva podía ver los labios rasurados de su vulva. Antes de abrir miró por la mirilla de la puerta y después a mi, alzando la mano hacia mi con el pulgar levantado. “OK” le dije con la boca y puso la mano en el pomo de la puerta.

Silvia abrió la puerta y saludó al repartidor con un “hola” pero no obtuvo respuesta. Maldije no poder ver la cara del repartidor que debía ser un poema. - ¿Cuánto es? - continuó Silvia ya que el repartidor parecía ser mudo. - Vein...Veinticinco euros - contestó finalmente. Tenía voz de chiquillo y en ese momento me lo imaginé con el casco de su ruidoclicleta sobre la cabeza, una cara llena de acné y la boca abierta de par en par. Silvia probaba de abrir la cremallera de mi monedero mientras con los antebrazos intentaba mantener la toalla en su sitio y entonces…

Decenas de monedas cayeron al suelo repiqueteando estrepitosamente, rodando fuera y dentro del piso. Instintivamente los dos se agacharon a recogerlas. Ahora sí podía verle la cara al chico: no tenía acné ni el casco sobre la cabeza pero tampoco debía llegar a los 20. Tenía la mirada clavada en el suelo recogiendo monedas con una mano mientras en la otra aún sostenía el pedido. Pero entonces la levantó y se quedó de piedra. Por un momento pensé que me había visto por el rabillo del ojo pero enseguida me di cuenta de que estaba mirando otra cosa.

Silvia, al agacharse no había olvidado mantener la mano sobre el nudo de la toalla para evitar que se le cayera pero no había calculado que tenía la abertura por el frente. Desde donde yo estaba podía ver la toalla cayendo a ambos lados de los muslos de Silvia y desde donde el repartidor estaba lo que debía tener es un primer plano espectacular de su sexo rasurado con corazón incluído. El chaval, evidentemente fué incapaz de articular ni media palabra más. Silvia tardó unos segundos aún en recoger algunas más de las monedas que se habían caído y mientras se levantaba le dió las gracias y le tendió un par de billetes que el chaval, también en pie ahora, cogió sin ni siquiera mirarlos y le dió a cambio el pedido. Silvia dió un paso atrás y cerró la puerta no sin antes dedicarle una última sonrisa al pobre chico mientras le decía “adiós” encantadoramente.

Salí de mi escondite y Silvia vino hacia mí con cara de victoria. - Yo gano - dijo mientras dejaba el sushi sobre la mesita de la cocina. Después se acercó más a mí y poniéndose de puntillas me susurró al oído: - ¿Crees que se debe haber dado cuenta de lo mojada que estoy? -. Me cogió la mano y se la llevó a la entrepierna. Los labios de la vulva estaban hinchados y abiertos, noté su clítoris duro contra mi palma y su entrepierna tan mojada como después de una sesión de sexo oral. Mis dedos resbalaron sin problemas dentro de su vagina.

Por cierto: el sushi de un día para otro no vale nada.

Fin del capítulo 2
 
Mee gusta!!! Y más aún imagínar la situación real del momento.
 
Extraordinario, tiene buena pinta y es adictivo. Saudiños
 
¡Te reto! - Capítulo 02 - Sushi a domicilio

Había puesto un poco de música ambiente y estaba preparando la mesa del comedor para la cena añadiendo unos toques: unas velitas, una barra de incienso,... Habíamos salido a correr un rato cuando el calor del mediodía había remitido un poco y, aunque cansado, me encontraba contento y fresco después de una ducha reparadora. Mientras Silvia también se duchaba yo había encargado comida al Sushibox: un sharer para dos y un par de Sapporos.

Salir a correr con Silvia siempre era una experiencia. Cada vez que salíamos no eran pocos los ojos que la seguían, admirando su cuerpo. Se había comprado en Decathlon unas Asics, un par de mini culottes negros que dibujaban su culo y su entrepierna sin dejar casi nada a la imaginación y una serie de tops de deporte de diferentes colores. Acostumbraba a usar dos tops a la vez además de uno de esos sujetadores de deporte para poder correr con comodidad sin el constante balanceo de sus pechos.

Esa tarde habíamos ido a correr por la Diagonal, hasta el parque de Cervantes y de vuelta, un poco menos de 5km en total. Por la Diagonal te encuentras a un montón de gente corriendo o en bici, incluso hay un circuito patrocinado por el Dir Up&Down. Inevitablemente Silvia atraía la mirada de muchos de los que nos cruzábamos y no pocos volvían la cabeza para admirar su culo. Tampoco era extraño que algunos se situasen estratégicamente detrás nuestro durante un buen rato manteniendo nuestro ritmo para poder admirar el fantástico trasero de Silvia durante más tiempo. Esa tarde uno de esos moscardones nos siguió durante gran parte de la ligera subida hasta el parque. Le oía jadear para mantener el ritmo pero aguantó prácticamente un kilómetro detrás nuestro, seguramente con la mirada clavada en la raja del culo de Silvia.

Mientras corríamos no hablábamos demasiado, para poder mantener el ritmo de respiración. Eso me daba tiempo para ir haciendo mis propias estadísticas: de los corredores que nos cruzábamos cuántos miraban sus pechos, cuántos se giraban a mirarle el culo y cuantos conseguían, por difícil que fuera, no mirarle los pechos pero sí la entrepierna.

De vuelta a casa yo me duchaba primero y en cinco minutos le dejaba el baño a Silvia, que así podía tomarse su tiempo. Ese día salió de la ducha y vino a buscarme al comedor tapada con una toalla blanca sobre el pecho. - Tengo una sorpresita, mira que me he hecho en la depiladora hoy - me dijo mientras se levantaba ligeramente la toalla para mostrarme su pubis. Casi se me caen los vasos de la mano. Se había hecho depilar completamente los labios de la vulva y tan solo se había dejado una pequeña mata de pelo corto en forma de corazón coronando su sexo.

Evidentemente salté sobre ella y conseguí estirar de la toalla antes de que me rechazara a manotazos y patadas sin parar de reir. Me arrebató de nuevo la toalla mientras yo me dolía de una patada en la espinilla. - Deja de hacer el burro que ya tendrás tiempo de verlo más de cerca. - Me dijo sugerentemente mientras se volvía a tapar sin demasiada prisa, dándome tiempo para admirar su cuerpo desnudo. - Nadie sería capaz de resistirse a esa provocación - respondí. - Piensa el ladrón que todos son de su condición… ¿qué hay de cena? - preguntó para cambiar de tema.

Y en ese preciso momento sonó el timbre de la puerta. - Ahora podremos comprobar si todos somos ladrones o no… - Silvia me miraba sin entender. - He pedido sushi y el de la puerta debe ser el repartidor… yo pago, tú abres… - me miró escandalizada - ¿Qué pretendes? ¿Que salte sobre mi? - La tranquilicé: - Mira, yo me quedaré en la cocina, a solo un par de metros de ti. Si no pasa nada tu ganas, pero si él intenta tocarte yo salgo y le corto, pero yo gano. - Me miraba dudando - ¿y si es una chica? - Era un excusa con poco peso, aún no he visto nunca una repartidora a domicilio. Sabía que solo necesitaba un empujoncito.

- ¡Te reto!

Volvió a sonar el timbre pero ya estaba claro. - Venga, dame el dinero, tonto. - Le pasé el monedero y corrí hacía la cocina mientras ella se dirigía a la puerta. Me agaché un poco para que no se me descubriera. Silvia se arregló la toalla pero no era excesivamente grande y desde mi perspectiva podía ver los labios rasurados de su vulva. Antes de abrir miró por la mirilla de la puerta y después a mi, alzando la mano hacia mi con el pulgar levantado. “OK” le dije con la boca y puso la mano en el pomo de la puerta.

Silvia abrió la puerta y saludó al repartidor con un “hola” pero no obtuvo respuesta. Maldije no poder ver la cara del repartidor que debía ser un poema. - ¿Cuánto es? - continuó Silvia ya que el repartidor parecía ser mudo. - Vein...Veinticinco euros - contestó finalmente. Tenía voz de chiquillo y en ese momento me lo imaginé con el casco de su ruidoclicleta sobre la cabeza, una cara llena de acné y la boca abierta de par en par. Silvia probaba de abrir la cremallera de mi monedero mientras con los antebrazos intentaba mantener la toalla en su sitio y entonces…

Decenas de monedas cayeron al suelo repiqueteando estrepitosamente, rodando fuera y dentro del piso. Instintivamente los dos se agacharon a recogerlas. Ahora sí podía verle la cara al chico: no tenía acné ni el casco sobre la cabeza pero tampoco debía llegar a los 20. Tenía la mirada clavada en el suelo recogiendo monedas con una mano mientras en la otra aún sostenía el pedido. Pero entonces la levantó y se quedó de piedra. Por un momento pensé que me había visto por el rabillo del ojo pero enseguida me di cuenta de que estaba mirando otra cosa.

Silvia, al agacharse no había olvidado mantener la mano sobre el nudo de la toalla para evitar que se le cayera pero no había calculado que tenía la abertura por el frente. Desde donde yo estaba podía ver la toalla cayendo a ambos lados de los muslos de Silvia y desde donde el repartidor estaba lo que debía tener es un primer plano espectacular de su sexo rasurado con corazón incluído. El chaval, evidentemente fué incapaz de articular ni media palabra más. Silvia tardó unos segundos aún en recoger algunas más de las monedas que se habían caído y mientras se levantaba le dió las gracias y le tendió un par de billetes que el chaval, también en pie ahora, cogió sin ni siquiera mirarlos y le dió a cambio el pedido. Silvia dió un paso atrás y cerró la puerta no sin antes dedicarle una última sonrisa al pobre chico mientras le decía “adiós” encantadoramente.

Salí de mi escondite y Silvia vino hacia mí con cara de victoria. - Yo gano - dijo mientras dejaba el sushi sobre la mesita de la cocina. Después se acercó más a mí y poniéndose de puntillas me susurró al oído: - ¿Crees que se debe haber dado cuenta de lo mojada que estoy? -. Me cogió la mano y se la llevó a la entrepierna. Los labios de la vulva estaban hinchados y abiertos, noté su clítoris duro contra mi palma y su entrepierna tan mojada como después de una sesión de sexo oral. Mis dedos resbalaron sin problemas dentro de su vagina.

Por cierto: el sushi de un día para otro no vale nada.

Fin del capítulo 2
Es muy bueno, continua porfavor.. pero mas hacia los cuernos..
 
¡Te reto! - Capítulo 03 - En el restaurante

Como cada año había llegado el 22 de septiembre. Un día especial para Sílvia y para mí. Celebramos el aniversario del primer beso, decididamente casto para los estándares de nuestra relación actual. Normalmente aprovechamos la excusa para vestirnos bien e ir a la pizzería de la plaza que tanto nos gusta. Ese año no iba a ser diferente pero movido por los recientes acontecimientos decidí añadir algo más picante a nuestra velada.

Llegué a casa hacia las 7 y media de la tarde, cargado con el portátil de la oficina y una bolsa de plástico completamente negra. Antes había llamado a Sílvia por teléfono disculpándome porque iba a llegar un poco tarde porque tenía que pasar a recoger un regalito para ella y me estaba esperando impaciente. Le hice sentarse en el sofá delante de mí y le propuse un juego: esa noche cada uno escogería la ropa del otro. Sílvia me miró suspicaz mientras echaba miradas de reojo a la bolsa. Me dijo que no saber lo que había en la bolsa la dejaba en inferioridad pero no cedí y le dije que si quería el regalo tenía que aceptar el juego.

¡Te reto! - le dije sonriendo sabiendo la magia de esas palabras. Entonces me miró socarrona y me advirtió que el reto era mútuo y que yo también debía aceptar las reglas de mi propio juego. Hecho.

Le pedí que me acompañara al dormitorio y allí abrí su armario. Me costó un poco encontrar lo que buscaba: un peto-falda negro de algo parecido a la felpa y una camisa blanca de botones. Puse ambas prendas sobre la cama ante la mirada extrañada de Sílvia. Ahora venían los complementos. Ante la atenta mirada de Sílvia saqué de la bolsa un tanguita negro que básicamente era un triangulito de tela y dos tiras minúsculas. Después saqué unas medias negras con una banda de encaje a la altura del muslo y unos ligueros a juego. Sílvia sonreía divertida mientras jugaba con las diferentes piezas de su regalo de aniversario. - ¿Qué te parece? - le pregunté y se me acercó y me dió un beso sin dejar de sonreír. Entonces me agarró por la camiseta y me tiró sobre la cama.

Empezó a desnudarse hasta quedarse en pelota delante mio. Lo hizo poco a poco, casi como si fuera un striptease y sin dejar de mirarme. Yo me puse cómodo para gozar del espectáculo. Primero se puso el tanguita, tapando con cuidado su vulva rasurada. Se dió la vuelta para que pudiera admirar su culo atravesado únicamente por las dos ridículas tiras de tela. Aproveché para poner las manos en sus glúteos y separarlos levemente. Sílvia acompañó mi movimiento inclinándose hacia delante y mostrándome el agujero de su ano. Tenía una espectacular vista de su culo. Aparté un poco la tira para poner el pulgar sobre su perineo presionando sutilmente y noté como temblaba, pero cuando quise deslizarlo hacia el ano se reincorporó y se giró chascando la lengua y haciendo “no” con el dedo índice de la mano.

Puse cara de decepción pero ella no se conmovió y continuó poniéndose el liguero y después las medias que fue sujetando a las pinzas. Cuando acabó volvió girar sobre si misma mostrandome el efecto del conjunto. Estaba para saltar sobre ella, con sus grandes pechos al aire y la lencería super-sexy mostrando su culo redondo casi desnudo.

- Echo de menos unos sujetadores a juego - me dijo a continuación, pero antes de que decidiese ir a buscar unos de su armario le dije que ya iba bien así. Me volvió a mirar provocadora pero se puso la camisa sin protestar. Comprobé que había acertado de pleno con la camisa ya que le quedaba un poco estrecha dibujando perfectamente sus caderas y no llegaba a abotonarla hasta arriba dejando un escote generoso por el que parecían querer desbordar sus pechos. - ¿Me queda bien así? - preguntó mientras se recolocaba los pechos observando su propio canalillo. Evidentemente era una pregunta retórica que en todo caso no hubiera necesitado una respuesta verbal pero me limité a asentir y admirar lo que veía.

Antes de que se pusiera el peto saqué un último regalo de la bolsa y se lo di. Era un trozo de tela negro almidonada parecido a un salva-slips con un apéndice en un extremo del que colgaba una cápsula herméticamente cerrada que yo previamente había lavado y cargado con una pequeña pila. Lo miró extrañada hasta que entendió cómo debía ponérselo. Me miró falsamente escandalizada. - Es el último complemento - le dije. Se bajó un poco el tanga y se introdujo la cápsula en la vagina apoyando la tela sobre su monte de venus. Cuando se hubo recolocado todo quedaba bastante bien disimulado. - ¿Se pone así? - me preguntó y yo, que ya tenía la mano en el bolsillo, accioné un pequeño interruptor remoto. Sílvia dió un respingo y se llevó la mano a la entrepierna. - Parece que sí - le dije sonriendo y ella me devolvió la mirada azorada.

Por supuesto, tuve que aceptar la ropa que ella escogió para mi: una camisa azul oscura y unos pantalones de tela. Punto. Los pantalones no estaban mal, a mi también me gustaba la textura que tenían y la sensación de libertad que suponía huir del tejano aunque me temía que la combinación de su lencería y mi polla libre de sujeciones podía tener efectos “evidentes”. Pero al fin y al cabo ahí estaba el juego...

De camino al restaurante pude disfrutar de las ventajas del peto de Sílvia. Podía introducir la mano fácilmente por su espalda y acceder a su culo desnudo que magreaba sin pudor mientras esperábamos que el semáforo se pusiera verde rodeados de gente. Al principio Sílvia caminaba un poco incómoda pero poco a poco se fue acostumbrando a tener la cápsula introducida en su vagina. El mando estaba a buen recaudo en mi bolsillo, esperando el momento propicio para sacarle partido.

Cuando llegamos a la pizzería tuvimos que esperar cinco minutos a que liberaran una mesa. Mientras esperábamos nos hicimos mimos arrimados contra una pared como un par de adolescentes. Sílvia también aprovechó para notar mi culo a través de la tela del pantalón mientras apretaba sus pechos contra mi torso y me introducía la lengua en la boca. El resultado fue que cuando llegó el camarero para decirnos que ya podíamos pasar yo llevaba una tremenda trempera que Sílvia aún empeoró con un sutil pellizco mientras se giraba para seguir al camarero hacia el interior del local. Mientras pasaba al lado de las mesas llenas de gente intentaba disimular pero cualquiera que levantase la mirada de su plato podía darse cuenta de la tienda de campaña que llevaba puesta. Fui consciente de que al menos un par de personas se fijaron en mi entrepierna mientras ésta pasaba a la altura de sus ojos, un hombre de unos cuarenta y muchos que iba acompañado de una mujer bien vestida y una niña que jugaba a la consola y una chica de alrededor de 20 que estaba con dos amigas. Cuando pasé al lado de ésta última oí cómo le susurraba algo a sus amigas y las tres se pusieron a reír en voz baja. Evité girarme pero podía notar sus miradas en mi culo. Por suerte cuando me senté en la mesa que el camarero nos había preparado quedé de espaldas al pasillo evitando así las miradas de los posibles interesados en mi erección.

Estuvimos un rato mirando la carta mientras Sílvia se regodeaba en el pequeño espectáculo que acababa de dar. Pero cuando vinieron a tomarnos nota pasé a la segunda fase del plan. Casi siempre nos tocaba el mismo camarero, un chico de unos 30, norte-africano pero de ojos verdes, cara de Tom Cruise y sonrisa de gigoló. A Sílvia le caía bien y siempre acababan riendo por cualquier tontería. Era estadísticamente poco probable que casi siempre nos tocase él habiendo otros dos camareros en el local por lo que no hacía falta darle muchas vueltas para saber que él también buscaba esos momentos de flirteo suave con Sílvia. Nunca me había importado pero esa noche lo encontré especialmente indicado. Nada más llegar a nuestra mesa empezó a hablar con Sílvia, los típicos lugares comunes del “cuánto tiempo” y “te echaba de menos”. Era curioso como yo parecía ser invisible durante esos primeros segundos. Pero como buen gigoló el camarero no dejaba pasar la oportunidad de abrir camino y dejar caer un atrevido “hoy estás muy guapa” mientras le miraba el atrevido escote de la camisa. Vi como Sílvia sonreía y se sonrojaba y entendí que ese era el momento de apretar el botón del mando que guardaba en el bolsillo.

Sílvia se estremeció y abrió ligeramente la boca. Inmediatamente se inclinó hacia adelante apoyándose en la mesa y mordiéndose el labio inferior. Parecía estar haciendo esfuerzos para aguantar un gemido que le subía desde la entrepierna. Seguí accionando el botón cambiando entre los diferentes modos de vibración de la cápsula mientras pedía una pizza de salchichas y una sangría. El camarero pareció molesto por tener que sacar la libretita para anotar mi pedido. Sin dejar de mirarle el escote a Sílvia echó un vistazo a su reloj y apuntó la hora y el número de mesa en la cabecera de la hoja y después se volvió de nuevo hacia Sílvia esperando también su pedido. Se la veía concentrada en controlar su cuerpo y su voz mientras pedía una pizza cuatro quesos pero no pudo evitar un pequeño gemido coincidiendo con uno de los cambios de vibración del consolador. No sé qué debió pensar el camarero pero dudo que alguna vez le hubieran pedido una pizza de una manera tan voluptuosa: medio en susurros y respirando profundamente.

Cuando se hubo ido apagué el vibrador y Sílvia me miró airada, pero estaba preciosa con las mejillas sonrojadas y la mirada vidriosa. Llegó la sangría y dimos buena cuenta de la primera copa sin dejar de mirarnos. Cuando llegaron las pizzas hicimos mitad y mitad mientras hablábamos de cosas del curro, amigos, ideas,... De vez en cuando el camarero de los ojos claros pasaba a nuestro lado y yo me fijaba en que buscaba disimuladamente una mirada cómplice de Sílvia pero ella no daba muestras de darse cuenta.

Ya avanzada la cena, cuando estábamos acabando las pizzas le dije a Sílvia que tenía un poco abandonado a su amigo. Ella sonrió y buscó con la mirada al camarero que en ese momento estaba sirviendo otra mesa. Le dije que estaba convencido que ese chico cada noche se llevaba a una de las clientas de “fiesta” y Sílvia me miró alzando las cejas. No era tan descabellado, el chico era guapo y no tenía miedo a entrar. Sería interesante, continué, ver hasta dónde podría llegar, solo como un juego. A Sílvia le pareció gustar el reto y me preguntó cuál era el objetivo. - Bueno - le dije - el objetivo sería que te propusiera salir de fiesta con él -. Fácil, ¿no?

Sílvia sonrió y me miró pícara. Echó una nueva mirada hacia el camarero y cuando éste la vio le hizo un gesto de que se acercara. Se giró hacia mí y me guiñó el ojo derecho mientras se desabrochaba dos botones de la blusa. La miré con asombro mientras ella se observaba el escote asegurándose de que la perspectiva cenital fuera la mejor posible. Cuando el camarero estuvo junto a ella sacó pecho y le dirigió una mirada provocadora. - Nos puedes traer la carta de postres, ¿por favor? -. La perspectiva debía ser demasiado evidente y la mirada del chico se clavó en su escote por un par de segundos antes de reaccionar e ir a por la carta. Cuando volvió se esperó junto a la mesa a que escogieramos en vez de dejarnos tiempo para pensar. Evidentemente estaba disfrutando del espectáculo y no debía tener nada remotamente mejor que hacer. Sílvia se aseguró de que no perdiera detalle. Yo no podía saber qué era exactamente lo que veía pero estaba convencido de que debía ver suficiente carne como para darse cuenta de que no llevaba sujetadores y que le separaban apenas un par de centímetros de la visión de sus pechos desnudos.

Cuando se fue con la nota de los postres Sílvia me miró divertida. - ¿Crees que le ha gustado? - y le dije que estaba convencido porque no le había quitado el ojo de encima. Cuando nos trajo los postres, unos profiteroles y un tiramisú, Sílvia aprovechó para reforzar el mensaje con una mirada cómplice. Se lo estaba currando y no dejó de buscarle la mirada mientras se comía de una manera poco práctica pero extremadamente sugerente sus profiteroles rellenos de nata.

- Parece que se te acaba el tiempo - le dije cuando hubimos terminado los postres. Sílvia me miró traviesa y se levantó. Sorprendido la seguí con la mirada mientras se dirigía hacia los servicios. Al pasar junto al chico les vi intercambiar unas palabras y unas sonrisas pero no pude llegar a entender qué se habían dicho. Un par de minutos después Sílvia salió del lavabo y curiosamente él estaba merodeando por ahí, como si la esperara. Esta vez se entretuvieron un poco más en la conversación. Les veía reír mientras él explicaba algo y ella le respondía y sentía que me estaba perdiendo algo. Sin saber muy bien por que accioné el botón del vibrador.

Podría no haber funcionado, Sílvia podría haberse quitado el vibrador en el lavabo y si lo llevaba podría estar fuera de alcance, pero la reacción de ella fue inmediata. Encogió la pelvis y se inclinó hacia adelante extendiendo instintivamente los brazos. Él la sujetó quizá temiendo que fuera a caer, primero por los antebrazos y después rodeándola con el brazo por la cintura. Cambié el modo de vibración y Sílvia se volvió a estremecer. Una vez más y de nuevo un escalofrío. Intentaba mantener la compostura y le sonreía mientras supongo que le daba cualquier excusa para no dejar de apoyarse en él. Le flojeaban las piernas. Un nuevo cambio de ritmo y Sílvia se cogía con fuerza para no caer, la boca entreabierta y transpirando. El brazo izquierdo de él le pasaba por la espalda, casualmente por debajo del tirante del peto. Su mano se escondía bajo la tela oscura, quizá notando el calor de su piel desnuda, sosteniéndola con fuerza.

El cuerpo de Sílvia transpiraba sensualidad: las mejillas coloradas, el cuello y el profundo escote perlados de sudor, el labio mordido y una mirada húmeda. En apenas medio minuto el cuerpo de Sílvia se convulsionó. Tuvo la entereza suficiente para evitar gemir mientras el orgasmo la recorría de arriba a abajo pero no pudo evitar tener que apoyar el peso de su cuerpo en el chico de ojos claros que la miraba fascinado sin dejarla caer y sin perder la oportunidad de admirarla. Fueron unos instantes donde el tiempo se paró y parecía que estaban en un microcosmos ajeno a lo que les rodeaba. La gente a su alrededor seguía con su cena y sus conversaciones y nadie pareció notar nada raro en la manera como el camarero sostenía a Sílvia, un brazo por su espalda, la otra mano en su vientre, estrechando el pecho derecho de ella contra su torso. Y Sílvia con las rodillas ligeramente flexionadas, las manos como garras aferradas al brazo de su protector y la mirada perdida en el infinito.

Apagué el vibrador y Sílvia poco a poco recuperó la compostura. Liberó el brazo del camarero y se separó de él disculpándose. Él le preguntó algo, quizá un “¿estás bien?” y ella asintió un poco turbada mientras se arreglaba un mechón de cabello que le caía por la cara. Consiguió andar el pasillo hasta nuestra mesa y se sentó poco a poco. Aún tardó unos instantes en recuperar el aliento antes de echarme una mirada de reproche en la que aún vivían trazos de rubor y vergüenza con una arrebatadora e innegable lujuria. Yo tenía una ansia incontenible por sentir el calor de su piel, notar sus pechos apretados contra mi como los había tenido apenas un minuto antes contra el camarero, penetrar su boca con mi lengua y hundir mis dedos en su vagina húmeda y aún palpitante. Pedimos la cuenta y Sílvia pagó con la tarjeta común sin alzar la vista hacia el camarero que aún la observaba entre intrigado y complacido.

Salimos a la calle y al doblar la esquina la arrinconé contra una portería y nos besamos apasionadamente. Introduje las manos por la espalda de su peto y me encontré su culo desnudo que apreté con fuerza mientras la empujaba contra mi pelvis para que notara mi tremenda erección. Noté como sus manos también entraban bajo el elástico de mi pantalón para agarrarme el culo mientras entre mordiscos y besos me insultaba en voz baja.

Cuando se nos pasó el calentón nos miramos a los ojos medio sonriendo pero sin dejar de cogernos mutuamente los glúteos y con mi erección comprimida contra su vientre. - Parece que esta vez he ganado yo… - le dije socarrón. Sílvia alzó las cejas y sus labios dibujaron una sonrisa maliciosa. Retiró su mano derecha de mi culo para buscar algo en el bolsillo lateral de su peto que me enseñó. En la mano sostenía una cuartilla blanca que reconocí como una de las hojas de la libreta de pedidos de la pizzería.

Y en ella escrito en grande un número de móvil.

Fin del capítulo 3
 
¡Te reto! - Capítulo 03 - En el restaurante

Como cada año había llegado el 22 de septiembre. Un día especial para Sílvia y para mí. Celebramos el aniversario del primer beso, decididamente casto para los estándares de nuestra relación actual. Normalmente aprovechamos la excusa para vestirnos bien e ir a la pizzería de la plaza que tanto nos gusta. Ese año no iba a ser diferente pero movido por los recientes acontecimientos decidí añadir algo más picante a nuestra velada.

Llegué a casa hacia las 7 y media de la tarde, cargado con el portátil de la oficina y una bolsa de plástico completamente negra. Antes había llamado a Sílvia por teléfono disculpándome porque iba a llegar un poco tarde porque tenía que pasar a recoger un regalito para ella y me estaba esperando impaciente. Le hice sentarse en el sofá delante de mí y le propuse un juego: esa noche cada uno escogería la ropa del otro. Sílvia me miró suspicaz mientras echaba miradas de reojo a la bolsa. Me dijo que no saber lo que había en la bolsa la dejaba en inferioridad pero no cedí y le dije que si quería el regalo tenía que aceptar el juego.

¡Te reto! - le dije sonriendo sabiendo la magia de esas palabras. Entonces me miró socarrona y me advirtió que el reto era mútuo y que yo también debía aceptar las reglas de mi propio juego. Hecho.

Le pedí que me acompañara al dormitorio y allí abrí su armario. Me costó un poco encontrar lo que buscaba: un peto-falda negro de algo parecido a la felpa y una camisa blanca de botones. Puse ambas prendas sobre la cama ante la mirada extrañada de Sílvia. Ahora venían los complementos. Ante la atenta mirada de Sílvia saqué de la bolsa un tanguita negro que básicamente era un triangulito de tela y dos tiras minúsculas. Después saqué unas medias negras con una banda de encaje a la altura del muslo y unos ligueros a juego. Sílvia sonreía divertida mientras jugaba con las diferentes piezas de su regalo de aniversario. - ¿Qué te parece? - le pregunté y se me acercó y me dió un beso sin dejar de sonreír. Entonces me agarró por la camiseta y me tiró sobre la cama.

Empezó a desnudarse hasta quedarse en pelota delante mio. Lo hizo poco a poco, casi como si fuera un striptease y sin dejar de mirarme. Yo me puse cómodo para gozar del espectáculo. Primero se puso el tanguita, tapando con cuidado su vulva rasurada. Se dió la vuelta para que pudiera admirar su culo atravesado únicamente por las dos ridículas tiras de tela. Aproveché para poner las manos en sus glúteos y separarlos levemente. Sílvia acompañó mi movimiento inclinándose hacia delante y mostrándome el agujero de su ano. Tenía una espectacular vista de su culo. Aparté un poco la tira para poner el pulgar sobre su perineo presionando sutilmente y noté como temblaba, pero cuando quise deslizarlo hacia el ano se reincorporó y se giró chascando la lengua y haciendo “no” con el dedo índice de la mano.

Puse cara de decepción pero ella no se conmovió y continuó poniéndose el liguero y después las medias que fue sujetando a las pinzas. Cuando acabó volvió girar sobre si misma mostrandome el efecto del conjunto. Estaba para saltar sobre ella, con sus grandes pechos al aire y la lencería super-sexy mostrando su culo redondo casi desnudo.

- Echo de menos unos sujetadores a juego - me dijo a continuación, pero antes de que decidiese ir a buscar unos de su armario le dije que ya iba bien así. Me volvió a mirar provocadora pero se puso la camisa sin protestar. Comprobé que había acertado de pleno con la camisa ya que le quedaba un poco estrecha dibujando perfectamente sus caderas y no llegaba a abotonarla hasta arriba dejando un escote generoso por el que parecían querer desbordar sus pechos. - ¿Me queda bien así? - preguntó mientras se recolocaba los pechos observando su propio canalillo. Evidentemente era una pregunta retórica que en todo caso no hubiera necesitado una respuesta verbal pero me limité a asentir y admirar lo que veía.

Antes de que se pusiera el peto saqué un último regalo de la bolsa y se lo di. Era un trozo de tela negro almidonada parecido a un salva-slips con un apéndice en un extremo del que colgaba una cápsula herméticamente cerrada que yo previamente había lavado y cargado con una pequeña pila. Lo miró extrañada hasta que entendió cómo debía ponérselo. Me miró falsamente escandalizada. - Es el último complemento - le dije. Se bajó un poco el tanga y se introdujo la cápsula en la vagina apoyando la tela sobre su monte de venus. Cuando se hubo recolocado todo quedaba bastante bien disimulado. - ¿Se pone así? - me preguntó y yo, que ya tenía la mano en el bolsillo, accioné un pequeño interruptor remoto. Sílvia dió un respingo y se llevó la mano a la entrepierna. - Parece que sí - le dije sonriendo y ella me devolvió la mirada azorada.

Por supuesto, tuve que aceptar la ropa que ella escogió para mi: una camisa azul oscura y unos pantalones de tela. Punto. Los pantalones no estaban mal, a mi también me gustaba la textura que tenían y la sensación de libertad que suponía huir del tejano aunque me temía que la combinación de su lencería y mi polla libre de sujeciones podía tener efectos “evidentes”. Pero al fin y al cabo ahí estaba el juego...

De camino al restaurante pude disfrutar de las ventajas del peto de Sílvia. Podía introducir la mano fácilmente por su espalda y acceder a su culo desnudo que magreaba sin pudor mientras esperábamos que el semáforo se pusiera verde rodeados de gente. Al principio Sílvia caminaba un poco incómoda pero poco a poco se fue acostumbrando a tener la cápsula introducida en su vagina. El mando estaba a buen recaudo en mi bolsillo, esperando el momento propicio para sacarle partido.

Cuando llegamos a la pizzería tuvimos que esperar cinco minutos a que liberaran una mesa. Mientras esperábamos nos hicimos mimos arrimados contra una pared como un par de adolescentes. Sílvia también aprovechó para notar mi culo a través de la tela del pantalón mientras apretaba sus pechos contra mi torso y me introducía la lengua en la boca. El resultado fue que cuando llegó el camarero para decirnos que ya podíamos pasar yo llevaba una tremenda trempera que Sílvia aún empeoró con un sutil pellizco mientras se giraba para seguir al camarero hacia el interior del local. Mientras pasaba al lado de las mesas llenas de gente intentaba disimular pero cualquiera que levantase la mirada de su plato podía darse cuenta de la tienda de campaña que llevaba puesta. Fui consciente de que al menos un par de personas se fijaron en mi entrepierna mientras ésta pasaba a la altura de sus ojos, un hombre de unos cuarenta y muchos que iba acompañado de una mujer bien vestida y una niña que jugaba a la consola y una chica de alrededor de 20 que estaba con dos amigas. Cuando pasé al lado de ésta última oí cómo le susurraba algo a sus amigas y las tres se pusieron a reír en voz baja. Evité girarme pero podía notar sus miradas en mi culo. Por suerte cuando me senté en la mesa que el camarero nos había preparado quedé de espaldas al pasillo evitando así las miradas de los posibles interesados en mi erección.

Estuvimos un rato mirando la carta mientras Sílvia se regodeaba en el pequeño espectáculo que acababa de dar. Pero cuando vinieron a tomarnos nota pasé a la segunda fase del plan. Casi siempre nos tocaba el mismo camarero, un chico de unos 30, norte-africano pero de ojos verdes, cara de Tom Cruise y sonrisa de gigoló. A Sílvia le caía bien y siempre acababan riendo por cualquier tontería. Era estadísticamente poco probable que casi siempre nos tocase él habiendo otros dos camareros en el local por lo que no hacía falta darle muchas vueltas para saber que él también buscaba esos momentos de flirteo suave con Sílvia. Nunca me había importado pero esa noche lo encontré especialmente indicado. Nada más llegar a nuestra mesa empezó a hablar con Sílvia, los típicos lugares comunes del “cuánto tiempo” y “te echaba de menos”. Era curioso como yo parecía ser invisible durante esos primeros segundos. Pero como buen gigoló el camarero no dejaba pasar la oportunidad de abrir camino y dejar caer un atrevido “hoy estás muy guapa” mientras le miraba el atrevido escote de la camisa. Vi como Sílvia sonreía y se sonrojaba y entendí que ese era el momento de apretar el botón del mando que guardaba en el bolsillo.

Sílvia se estremeció y abrió ligeramente la boca. Inmediatamente se inclinó hacia adelante apoyándose en la mesa y mordiéndose el labio inferior. Parecía estar haciendo esfuerzos para aguantar un gemido que le subía desde la entrepierna. Seguí accionando el botón cambiando entre los diferentes modos de vibración de la cápsula mientras pedía una pizza de salchichas y una sangría. El camarero pareció molesto por tener que sacar la libretita para anotar mi pedido. Sin dejar de mirarle el escote a Sílvia echó un vistazo a su reloj y apuntó la hora y el número de mesa en la cabecera de la hoja y después se volvió de nuevo hacia Sílvia esperando también su pedido. Se la veía concentrada en controlar su cuerpo y su voz mientras pedía una pizza cuatro quesos pero no pudo evitar un pequeño gemido coincidiendo con uno de los cambios de vibración del consolador. No sé qué debió pensar el camarero pero dudo que alguna vez le hubieran pedido una pizza de una manera tan voluptuosa: medio en susurros y respirando profundamente.

Cuando se hubo ido apagué el vibrador y Sílvia me miró airada, pero estaba preciosa con las mejillas sonrojadas y la mirada vidriosa. Llegó la sangría y dimos buena cuenta de la primera copa sin dejar de mirarnos. Cuando llegaron las pizzas hicimos mitad y mitad mientras hablábamos de cosas del curro, amigos, ideas,... De vez en cuando el camarero de los ojos claros pasaba a nuestro lado y yo me fijaba en que buscaba disimuladamente una mirada cómplice de Sílvia pero ella no daba muestras de darse cuenta.

Ya avanzada la cena, cuando estábamos acabando las pizzas le dije a Sílvia que tenía un poco abandonado a su amigo. Ella sonrió y buscó con la mirada al camarero que en ese momento estaba sirviendo otra mesa. Le dije que estaba convencido que ese chico cada noche se llevaba a una de las clientas de “fiesta” y Sílvia me miró alzando las cejas. No era tan descabellado, el chico era guapo y no tenía miedo a entrar. Sería interesante, continué, ver hasta dónde podría llegar, solo como un juego. A Sílvia le pareció gustar el reto y me preguntó cuál era el objetivo. - Bueno - le dije - el objetivo sería que te propusiera salir de fiesta con él -. Fácil, ¿no?

Sílvia sonrió y me miró pícara. Echó una nueva mirada hacia el camarero y cuando éste la vio le hizo un gesto de que se acercara. Se giró hacia mí y me guiñó el ojo derecho mientras se desabrochaba dos botones de la blusa. La miré con asombro mientras ella se observaba el escote asegurándose de que la perspectiva cenital fuera la mejor posible. Cuando el camarero estuvo junto a ella sacó pecho y le dirigió una mirada provocadora. - Nos puedes traer la carta de postres, ¿por favor? -. La perspectiva debía ser demasiado evidente y la mirada del chico se clavó en su escote por un par de segundos antes de reaccionar e ir a por la carta. Cuando volvió se esperó junto a la mesa a que escogieramos en vez de dejarnos tiempo para pensar. Evidentemente estaba disfrutando del espectáculo y no debía tener nada remotamente mejor que hacer. Sílvia se aseguró de que no perdiera detalle. Yo no podía saber qué era exactamente lo que veía pero estaba convencido de que debía ver suficiente carne como para darse cuenta de que no llevaba sujetadores y que le separaban apenas un par de centímetros de la visión de sus pechos desnudos.

Cuando se fue con la nota de los postres Sílvia me miró divertida. - ¿Crees que le ha gustado? - y le dije que estaba convencido porque no le había quitado el ojo de encima. Cuando nos trajo los postres, unos profiteroles y un tiramisú, Sílvia aprovechó para reforzar el mensaje con una mirada cómplice. Se lo estaba currando y no dejó de buscarle la mirada mientras se comía de una manera poco práctica pero extremadamente sugerente sus profiteroles rellenos de nata.

- Parece que se te acaba el tiempo - le dije cuando hubimos terminado los postres. Sílvia me miró traviesa y se levantó. Sorprendido la seguí con la mirada mientras se dirigía hacia los servicios. Al pasar junto al chico les vi intercambiar unas palabras y unas sonrisas pero no pude llegar a entender qué se habían dicho. Un par de minutos después Sílvia salió del lavabo y curiosamente él estaba merodeando por ahí, como si la esperara. Esta vez se entretuvieron un poco más en la conversación. Les veía reír mientras él explicaba algo y ella le respondía y sentía que me estaba perdiendo algo. Sin saber muy bien por que accioné el botón del vibrador.

Podría no haber funcionado, Sílvia podría haberse quitado el vibrador en el lavabo y si lo llevaba podría estar fuera de alcance, pero la reacción de ella fue inmediata. Encogió la pelvis y se inclinó hacia adelante extendiendo instintivamente los brazos. Él la sujetó quizá temiendo que fuera a caer, primero por los antebrazos y después rodeándola con el brazo por la cintura. Cambié el modo de vibración y Sílvia se volvió a estremecer. Una vez más y de nuevo un escalofrío. Intentaba mantener la compostura y le sonreía mientras supongo que le daba cualquier excusa para no dejar de apoyarse en él. Le flojeaban las piernas. Un nuevo cambio de ritmo y Sílvia se cogía con fuerza para no caer, la boca entreabierta y transpirando. El brazo izquierdo de él le pasaba por la espalda, casualmente por debajo del tirante del peto. Su mano se escondía bajo la tela oscura, quizá notando el calor de su piel desnuda, sosteniéndola con fuerza.

El cuerpo de Sílvia transpiraba sensualidad: las mejillas coloradas, el cuello y el profundo escote perlados de sudor, el labio mordido y una mirada húmeda. En apenas medio minuto el cuerpo de Sílvia se convulsionó. Tuvo la entereza suficiente para evitar gemir mientras el orgasmo la recorría de arriba a abajo pero no pudo evitar tener que apoyar el peso de su cuerpo en el chico de ojos claros que la miraba fascinado sin dejarla caer y sin perder la oportunidad de admirarla. Fueron unos instantes donde el tiempo se paró y parecía que estaban en un microcosmos ajeno a lo que les rodeaba. La gente a su alrededor seguía con su cena y sus conversaciones y nadie pareció notar nada raro en la manera como el camarero sostenía a Sílvia, un brazo por su espalda, la otra mano en su vientre, estrechando el pecho derecho de ella contra su torso. Y Sílvia con las rodillas ligeramente flexionadas, las manos como garras aferradas al brazo de su protector y la mirada perdida en el infinito.

Apagué el vibrador y Sílvia poco a poco recuperó la compostura. Liberó el brazo del camarero y se separó de él disculpándose. Él le preguntó algo, quizá un “¿estás bien?” y ella asintió un poco turbada mientras se arreglaba un mechón de cabello que le caía por la cara. Consiguió andar el pasillo hasta nuestra mesa y se sentó poco a poco. Aún tardó unos instantes en recuperar el aliento antes de echarme una mirada de reproche en la que aún vivían trazos de rubor y vergüenza con una arrebatadora e innegable lujuria. Yo tenía una ansia incontenible por sentir el calor de su piel, notar sus pechos apretados contra mi como los había tenido apenas un minuto antes contra el camarero, penetrar su boca con mi lengua y hundir mis dedos en su vagina húmeda y aún palpitante. Pedimos la cuenta y Sílvia pagó con la tarjeta común sin alzar la vista hacia el camarero que aún la observaba entre intrigado y complacido.

Salimos a la calle y al doblar la esquina la arrinconé contra una portería y nos besamos apasionadamente. Introduje las manos por la espalda de su peto y me encontré su culo desnudo que apreté con fuerza mientras la empujaba contra mi pelvis para que notara mi tremenda erección. Noté como sus manos también entraban bajo el elástico de mi pantalón para agarrarme el culo mientras entre mordiscos y besos me insultaba en voz baja.

Cuando se nos pasó el calentón nos miramos a los ojos medio sonriendo pero sin dejar de cogernos mutuamente los glúteos y con mi erección comprimida contra su vientre. - Parece que esta vez he ganado yo… - le dije socarrón. Sílvia alzó las cejas y sus labios dibujaron una sonrisa maliciosa. Retiró su mano derecha de mi culo para buscar algo en el bolsillo lateral de su peto que me enseñó. En la mano sostenía una cuartilla blanca que reconocí como una de las hojas de la libreta de pedidos de la pizzería.

Y en ella escrito en grande un número de móvil.

Fin del capítulo 3
Pronto va a llevar buena cornamenta.. q bueno...
 
¡Te reto! - Capítulo 03 - En el restaurante

Como cada año había llegado el 22 de septiembre. Un día especial para Sílvia y para mí. Celebramos el aniversario del primer beso, decididamente casto para los estándares de nuestra relación actual. Normalmente aprovechamos la excusa para vestirnos bien e ir a la pizzería de la plaza que tanto nos gusta. Ese año no iba a ser diferente pero movido por los recientes acontecimientos decidí añadir algo más picante a nuestra velada.

Llegué a casa hacia las 7 y media de la tarde, cargado con el portátil de la oficina y una bolsa de plástico completamente negra. Antes había llamado a Sílvia por teléfono disculpándome porque iba a llegar un poco tarde porque tenía que pasar a recoger un regalito para ella y me estaba esperando impaciente. Le hice sentarse en el sofá delante de mí y le propuse un juego: esa noche cada uno escogería la ropa del otro. Sílvia me miró suspicaz mientras echaba miradas de reojo a la bolsa. Me dijo que no saber lo que había en la bolsa la dejaba en inferioridad pero no cedí y le dije que si quería el regalo tenía que aceptar el juego.

¡Te reto! - le dije sonriendo sabiendo la magia de esas palabras. Entonces me miró socarrona y me advirtió que el reto era mútuo y que yo también debía aceptar las reglas de mi propio juego. Hecho.

Le pedí que me acompañara al dormitorio y allí abrí su armario. Me costó un poco encontrar lo que buscaba: un peto-falda negro de algo parecido a la felpa y una camisa blanca de botones. Puse ambas prendas sobre la cama ante la mirada extrañada de Sílvia. Ahora venían los complementos. Ante la atenta mirada de Sílvia saqué de la bolsa un tanguita negro que básicamente era un triangulito de tela y dos tiras minúsculas. Después saqué unas medias negras con una banda de encaje a la altura del muslo y unos ligueros a juego. Sílvia sonreía divertida mientras jugaba con las diferentes piezas de su regalo de aniversario. - ¿Qué te parece? - le pregunté y se me acercó y me dió un beso sin dejar de sonreír. Entonces me agarró por la camiseta y me tiró sobre la cama.

Empezó a desnudarse hasta quedarse en pelota delante mio. Lo hizo poco a poco, casi como si fuera un striptease y sin dejar de mirarme. Yo me puse cómodo para gozar del espectáculo. Primero se puso el tanguita, tapando con cuidado su vulva rasurada. Se dió la vuelta para que pudiera admirar su culo atravesado únicamente por las dos ridículas tiras de tela. Aproveché para poner las manos en sus glúteos y separarlos levemente. Sílvia acompañó mi movimiento inclinándose hacia delante y mostrándome el agujero de su ano. Tenía una espectacular vista de su culo. Aparté un poco la tira para poner el pulgar sobre su perineo presionando sutilmente y noté como temblaba, pero cuando quise deslizarlo hacia el ano se reincorporó y se giró chascando la lengua y haciendo “no” con el dedo índice de la mano.

Puse cara de decepción pero ella no se conmovió y continuó poniéndose el liguero y después las medias que fue sujetando a las pinzas. Cuando acabó volvió girar sobre si misma mostrandome el efecto del conjunto. Estaba para saltar sobre ella, con sus grandes pechos al aire y la lencería super-sexy mostrando su culo redondo casi desnudo.

- Echo de menos unos sujetadores a juego - me dijo a continuación, pero antes de que decidiese ir a buscar unos de su armario le dije que ya iba bien así. Me volvió a mirar provocadora pero se puso la camisa sin protestar. Comprobé que había acertado de pleno con la camisa ya que le quedaba un poco estrecha dibujando perfectamente sus caderas y no llegaba a abotonarla hasta arriba dejando un escote generoso por el que parecían querer desbordar sus pechos. - ¿Me queda bien así? - preguntó mientras se recolocaba los pechos observando su propio canalillo. Evidentemente era una pregunta retórica que en todo caso no hubiera necesitado una respuesta verbal pero me limité a asentir y admirar lo que veía.

Antes de que se pusiera el peto saqué un último regalo de la bolsa y se lo di. Era un trozo de tela negro almidonada parecido a un salva-slips con un apéndice en un extremo del que colgaba una cápsula herméticamente cerrada que yo previamente había lavado y cargado con una pequeña pila. Lo miró extrañada hasta que entendió cómo debía ponérselo. Me miró falsamente escandalizada. - Es el último complemento - le dije. Se bajó un poco el tanga y se introdujo la cápsula en la vagina apoyando la tela sobre su monte de venus. Cuando se hubo recolocado todo quedaba bastante bien disimulado. - ¿Se pone así? - me preguntó y yo, que ya tenía la mano en el bolsillo, accioné un pequeño interruptor remoto. Sílvia dió un respingo y se llevó la mano a la entrepierna. - Parece que sí - le dije sonriendo y ella me devolvió la mirada azorada.

Por supuesto, tuve que aceptar la ropa que ella escogió para mi: una camisa azul oscura y unos pantalones de tela. Punto. Los pantalones no estaban mal, a mi también me gustaba la textura que tenían y la sensación de libertad que suponía huir del tejano aunque me temía que la combinación de su lencería y mi polla libre de sujeciones podía tener efectos “evidentes”. Pero al fin y al cabo ahí estaba el juego...

De camino al restaurante pude disfrutar de las ventajas del peto de Sílvia. Podía introducir la mano fácilmente por su espalda y acceder a su culo desnudo que magreaba sin pudor mientras esperábamos que el semáforo se pusiera verde rodeados de gente. Al principio Sílvia caminaba un poco incómoda pero poco a poco se fue acostumbrando a tener la cápsula introducida en su vagina. El mando estaba a buen recaudo en mi bolsillo, esperando el momento propicio para sacarle partido.

Cuando llegamos a la pizzería tuvimos que esperar cinco minutos a que liberaran una mesa. Mientras esperábamos nos hicimos mimos arrimados contra una pared como un par de adolescentes. Sílvia también aprovechó para notar mi culo a través de la tela del pantalón mientras apretaba sus pechos contra mi torso y me introducía la lengua en la boca. El resultado fue que cuando llegó el camarero para decirnos que ya podíamos pasar yo llevaba una tremenda trempera que Sílvia aún empeoró con un sutil pellizco mientras se giraba para seguir al camarero hacia el interior del local. Mientras pasaba al lado de las mesas llenas de gente intentaba disimular pero cualquiera que levantase la mirada de su plato podía darse cuenta de la tienda de campaña que llevaba puesta. Fui consciente de que al menos un par de personas se fijaron en mi entrepierna mientras ésta pasaba a la altura de sus ojos, un hombre de unos cuarenta y muchos que iba acompañado de una mujer bien vestida y una niña que jugaba a la consola y una chica de alrededor de 20 que estaba con dos amigas. Cuando pasé al lado de ésta última oí cómo le susurraba algo a sus amigas y las tres se pusieron a reír en voz baja. Evité girarme pero podía notar sus miradas en mi culo. Por suerte cuando me senté en la mesa que el camarero nos había preparado quedé de espaldas al pasillo evitando así las miradas de los posibles interesados en mi erección.

Estuvimos un rato mirando la carta mientras Sílvia se regodeaba en el pequeño espectáculo que acababa de dar. Pero cuando vinieron a tomarnos nota pasé a la segunda fase del plan. Casi siempre nos tocaba el mismo camarero, un chico de unos 30, norte-africano pero de ojos verdes, cara de Tom Cruise y sonrisa de gigoló. A Sílvia le caía bien y siempre acababan riendo por cualquier tontería. Era estadísticamente poco probable que casi siempre nos tocase él habiendo otros dos camareros en el local por lo que no hacía falta darle muchas vueltas para saber que él también buscaba esos momentos de flirteo suave con Sílvia. Nunca me había importado pero esa noche lo encontré especialmente indicado. Nada más llegar a nuestra mesa empezó a hablar con Sílvia, los típicos lugares comunes del “cuánto tiempo” y “te echaba de menos”. Era curioso como yo parecía ser invisible durante esos primeros segundos. Pero como buen gigoló el camarero no dejaba pasar la oportunidad de abrir camino y dejar caer un atrevido “hoy estás muy guapa” mientras le miraba el atrevido escote de la camisa. Vi como Sílvia sonreía y se sonrojaba y entendí que ese era el momento de apretar el botón del mando que guardaba en el bolsillo.

Sílvia se estremeció y abrió ligeramente la boca. Inmediatamente se inclinó hacia adelante apoyándose en la mesa y mordiéndose el labio inferior. Parecía estar haciendo esfuerzos para aguantar un gemido que le subía desde la entrepierna. Seguí accionando el botón cambiando entre los diferentes modos de vibración de la cápsula mientras pedía una pizza de salchichas y una sangría. El camarero pareció molesto por tener que sacar la libretita para anotar mi pedido. Sin dejar de mirarle el escote a Sílvia echó un vistazo a su reloj y apuntó la hora y el número de mesa en la cabecera de la hoja y después se volvió de nuevo hacia Sílvia esperando también su pedido. Se la veía concentrada en controlar su cuerpo y su voz mientras pedía una pizza cuatro quesos pero no pudo evitar un pequeño gemido coincidiendo con uno de los cambios de vibración del consolador. No sé qué debió pensar el camarero pero dudo que alguna vez le hubieran pedido una pizza de una manera tan voluptuosa: medio en susurros y respirando profundamente.

Cuando se hubo ido apagué el vibrador y Sílvia me miró airada, pero estaba preciosa con las mejillas sonrojadas y la mirada vidriosa. Llegó la sangría y dimos buena cuenta de la primera copa sin dejar de mirarnos. Cuando llegaron las pizzas hicimos mitad y mitad mientras hablábamos de cosas del curro, amigos, ideas,... De vez en cuando el camarero de los ojos claros pasaba a nuestro lado y yo me fijaba en que buscaba disimuladamente una mirada cómplice de Sílvia pero ella no daba muestras de darse cuenta.

Ya avanzada la cena, cuando estábamos acabando las pizzas le dije a Sílvia que tenía un poco abandonado a su amigo. Ella sonrió y buscó con la mirada al camarero que en ese momento estaba sirviendo otra mesa. Le dije que estaba convencido que ese chico cada noche se llevaba a una de las clientas de “fiesta” y Sílvia me miró alzando las cejas. No era tan descabellado, el chico era guapo y no tenía miedo a entrar. Sería interesante, continué, ver hasta dónde podría llegar, solo como un juego. A Sílvia le pareció gustar el reto y me preguntó cuál era el objetivo. - Bueno - le dije - el objetivo sería que te propusiera salir de fiesta con él -. Fácil, ¿no?

Sílvia sonrió y me miró pícara. Echó una nueva mirada hacia el camarero y cuando éste la vio le hizo un gesto de que se acercara. Se giró hacia mí y me guiñó el ojo derecho mientras se desabrochaba dos botones de la blusa. La miré con asombro mientras ella se observaba el escote asegurándose de que la perspectiva cenital fuera la mejor posible. Cuando el camarero estuvo junto a ella sacó pecho y le dirigió una mirada provocadora. - Nos puedes traer la carta de postres, ¿por favor? -. La perspectiva debía ser demasiado evidente y la mirada del chico se clavó en su escote por un par de segundos antes de reaccionar e ir a por la carta. Cuando volvió se esperó junto a la mesa a que escogieramos en vez de dejarnos tiempo para pensar. Evidentemente estaba disfrutando del espectáculo y no debía tener nada remotamente mejor que hacer. Sílvia se aseguró de que no perdiera detalle. Yo no podía saber qué era exactamente lo que veía pero estaba convencido de que debía ver suficiente carne como para darse cuenta de que no llevaba sujetadores y que le separaban apenas un par de centímetros de la visión de sus pechos desnudos.

Cuando se fue con la nota de los postres Sílvia me miró divertida. - ¿Crees que le ha gustado? - y le dije que estaba convencido porque no le había quitado el ojo de encima. Cuando nos trajo los postres, unos profiteroles y un tiramisú, Sílvia aprovechó para reforzar el mensaje con una mirada cómplice. Se lo estaba currando y no dejó de buscarle la mirada mientras se comía de una manera poco práctica pero extremadamente sugerente sus profiteroles rellenos de nata.

- Parece que se te acaba el tiempo - le dije cuando hubimos terminado los postres. Sílvia me miró traviesa y se levantó. Sorprendido la seguí con la mirada mientras se dirigía hacia los servicios. Al pasar junto al chico les vi intercambiar unas palabras y unas sonrisas pero no pude llegar a entender qué se habían dicho. Un par de minutos después Sílvia salió del lavabo y curiosamente él estaba merodeando por ahí, como si la esperara. Esta vez se entretuvieron un poco más en la conversación. Les veía reír mientras él explicaba algo y ella le respondía y sentía que me estaba perdiendo algo. Sin saber muy bien por que accioné el botón del vibrador.

Podría no haber funcionado, Sílvia podría haberse quitado el vibrador en el lavabo y si lo llevaba podría estar fuera de alcance, pero la reacción de ella fue inmediata. Encogió la pelvis y se inclinó hacia adelante extendiendo instintivamente los brazos. Él la sujetó quizá temiendo que fuera a caer, primero por los antebrazos y después rodeándola con el brazo por la cintura. Cambié el modo de vibración y Sílvia se volvió a estremecer. Una vez más y de nuevo un escalofrío. Intentaba mantener la compostura y le sonreía mientras supongo que le daba cualquier excusa para no dejar de apoyarse en él. Le flojeaban las piernas. Un nuevo cambio de ritmo y Sílvia se cogía con fuerza para no caer, la boca entreabierta y transpirando. El brazo izquierdo de él le pasaba por la espalda, casualmente por debajo del tirante del peto. Su mano se escondía bajo la tela oscura, quizá notando el calor de su piel desnuda, sosteniéndola con fuerza.

El cuerpo de Sílvia transpiraba sensualidad: las mejillas coloradas, el cuello y el profundo escote perlados de sudor, el labio mordido y una mirada húmeda. En apenas medio minuto el cuerpo de Sílvia se convulsionó. Tuvo la entereza suficiente para evitar gemir mientras el orgasmo la recorría de arriba a abajo pero no pudo evitar tener que apoyar el peso de su cuerpo en el chico de ojos claros que la miraba fascinado sin dejarla caer y sin perder la oportunidad de admirarla. Fueron unos instantes donde el tiempo se paró y parecía que estaban en un microcosmos ajeno a lo que les rodeaba. La gente a su alrededor seguía con su cena y sus conversaciones y nadie pareció notar nada raro en la manera como el camarero sostenía a Sílvia, un brazo por su espalda, la otra mano en su vientre, estrechando el pecho derecho de ella contra su torso. Y Sílvia con las rodillas ligeramente flexionadas, las manos como garras aferradas al brazo de su protector y la mirada perdida en el infinito.

Apagué el vibrador y Sílvia poco a poco recuperó la compostura. Liberó el brazo del camarero y se separó de él disculpándose. Él le preguntó algo, quizá un “¿estás bien?” y ella asintió un poco turbada mientras se arreglaba un mechón de cabello que le caía por la cara. Consiguió andar el pasillo hasta nuestra mesa y se sentó poco a poco. Aún tardó unos instantes en recuperar el aliento antes de echarme una mirada de reproche en la que aún vivían trazos de rubor y vergüenza con una arrebatadora e innegable lujuria. Yo tenía una ansia incontenible por sentir el calor de su piel, notar sus pechos apretados contra mi como los había tenido apenas un minuto antes contra el camarero, penetrar su boca con mi lengua y hundir mis dedos en su vagina húmeda y aún palpitante. Pedimos la cuenta y Sílvia pagó con la tarjeta común sin alzar la vista hacia el camarero que aún la observaba entre intrigado y complacido.

Salimos a la calle y al doblar la esquina la arrinconé contra una portería y nos besamos apasionadamente. Introduje las manos por la espalda de su peto y me encontré su culo desnudo que apreté con fuerza mientras la empujaba contra mi pelvis para que notara mi tremenda erección. Noté como sus manos también entraban bajo el elástico de mi pantalón para agarrarme el culo mientras entre mordiscos y besos me insultaba en voz baja.

Cuando se nos pasó el calentón nos miramos a los ojos medio sonriendo pero sin dejar de cogernos mutuamente los glúteos y con mi erección comprimida contra su vientre. - Parece que esta vez he ganado yo… - le dije socarrón. Sílvia alzó las cejas y sus labios dibujaron una sonrisa maliciosa. Retiró su mano derecha de mi culo para buscar algo en el bolsillo lateral de su peto que me enseñó. En la mano sostenía una cuartilla blanca que reconocí como una de las hojas de la libreta de pedidos de la pizzería.

Y en ella escrito en grande un número de móvil.

Fin del capítulo 3
Continua porfavor, ahora mismo es la historia a la q mas enganchado estoy. La descripcion de la chica desprende una juventud y un erotismo, que engancha.. y como el busca los cuernos....
Porque al final.. los hombres.. muchos, en su foro interno, sabemos q nos gusta la idea de ver a nuestra pareja con otros...
Como el busca los cuernos, y la empuja, lo tiene aceptada en su interior.....
Es mas ella la q tiene q aceptarlo q el.... a esta altura del relato....
Ayer este ultimo capitulo me saco, q parte de un buen rato.. una ereccioncilla, continua porfavor. Un saludo amiga.
 
¡Te reto! - Capítulo 04 - En el metro

Coger el metro después de un partido del Barça es la experiencia más parecida a pillar el metro de Tokio en hora punta. La marabunta se agolpa en las entradas y las escaleras a los andenes se bajan en bloque. Esperar el metro en el andén tiene un punto de deporte de riesgo y después hay que echar aire para caber mejor emparedado entre 4 personas más. Además, seguramente el aire acondicionado no esté encendido, ¿para qué?.

En esas nos encontramos Silvia y yo después del partido de pretemporada en que se presentaba el último gran fichaje del club. Era una situación excepcional puesto que vivimos cerca del campo pero ese día habíamos quedado con unos amigos para salir después del partido. Dejamos pasar un convoy que iba a reventar y nos situamos en primera línea para poder coger el siguiente, Silvia delante y yo detrás, abrazándola por la cintura. Cuando llegó el metro empezaron a empujarnos desde atrás hasta que quedamos encajonados junto a la puerta del lado opuesto del vagón. Cuando el tren pudo cerrar las puertas después de un par de intentos fallidos y arrancó acabamos de situarnos todos.

Pero como no hay mal que por bien no venga, aproveché la coyuntura para apretarme bien al fermoso cuerpo de mi novia. Mi paquete quedaba a la altura de su culo redondo. Recuerdo que llevaba uno de esos pantalones elásticos ajustadísimos y podía notar perfectamente como mi pene encajaba en la raja de su culo ayudado por el vaivén del vagón.

En éstas estaba yo que me fijé en el chico que tenía Silvia delante. El apelotonamiento de la entrada les había situado uno al lado del otro y ligeramente encarados. Llevaba la camiseta de la segunda equipación del Barça de ese mismo año y una bufanda con la senyera por un lado y blaugrana por el otro. Debía tener 18 o 19 años, la piel clara y manchada por un ligero acné, ojos marrones y pelo entre castaño y rubio. Era de la altura de Silvia por lo que apenas podía ver más allá encajonado entre las puertas y mi novia. Y lo cierto es que no parecía querer ver más allá, tenía la mirada fija en la delantera de Silvia. A parte de los pantalones ajustados que yo ya estaba disfrutando, Silvia no vestía especialmente atrevida ese día, al fin y al cabo una camiseta de fútbol no es lencería erótica precisamente, aunque a algunos quizá les ponga. Pero aún así sus pechos destacaban descarados en su cuerpo, la camiseta le quedaba ciertamente ajustada y la cara del chaval estaba a apenas un palmo de ellos, imposible no admirarlos.

- Parece que le gustas al chaval… - le susurré al oído. Ella giró levemente la cabeza para hacerme una mueca con la comisura del labio. - No seas tan dura… - continué - no le debe estar resultando fácil tenerte tan cerca… -. El metro seguía moviéndose y mi paquete frotándose contra sus nalgas. - Quizá le podrías echar una mano… - Silvia se giró bruscamente buscándome la mirada justo en el momento en que el metro tomó una curva y mi vecino de atrás cayó sobre mi, que caí sobre Silvia que cayó sobre el pobre muchacho oprimiendole contra la puerta con sus pechos.

- No está mal para empezar - le dije medio en broma, pero vi que no me hacía mucho caso. Estaba mirando de reojo hacia abajo, hacia la más que evidente erección de nuestro compañero de viaje, que se manifestaba bajo la tela de su pantalón de deporte. El chaval intentaba aparentar normalidad pero estaba evidentemente excitado, no solo por la tienda de campaña en su entrepierna, también su cara estaba más colorada y una gota de sudor caía por su patilla. - Quizá te podría retar a … - pero no sabía muy bien qué proponerle.

Para mi sorpresa no hizo falta proponer nada, Silvia me miraba de reojo y me dí cuenta de que también ella estaba más sonrojada. Volví a mirar hacia abajo para descubrir que la mano derecha de Silvia rozaba el bulto que exhibía el chico en su pantalón. El movimiento del vagón hacía que ésta fuera dando pequeños golpecitos contra el paquete del chaval pero no costaba darse cuenta de que no eran completamente involuntarios. Silvia empezó a acariciar el pene del chico con el dorso de la mano a través de la tela del pantalón.

El metro volvió a parar en una estación y todos caímos de nuevo sobre el pobre adolescente. Cuando recuperamos el equilibrio y Silvia y el chico volvieron a separarse miré hacia abajo y Silvia tenía cogida su polla con la mano. Aún hoy no sé como lo hizo. En un rápido movimiento debió introducir la mano libre entre el elástico del pantalón hasta encontrar los gallumbos y tirar de los dos hacia abajo hasta dejarlos anclados debajo de los huevos. La tensión de la cinta le levantaba los testículos que se habían situado a ambos lados de su polla, que apuntaba hacia arriba, dura como un hierro, sorprendida por la inesperada libertad y sobretodo por la suave mano de Silvia.

El chaval no sabía donde meterse. Miraba alrededor para comprobar que no había nadie que pudiera darse cuenta de lo que pasaba en ese pequeño espacio, pero sobretodo me miraba a mi. Por supuesto. Estaba claro que Silvia iba conmigo, aún la tenía cogida por la cintura, de hecho cada vez más fuerte, apretandola contra mi para que notara mi propia y creciente erección entre sus glúteos.

Mientras yo la cogía con fuerza Silvia empezó a masturbar al chico poco a poco. Su polla no era especialmente gorda o larga. Quizá 15 o 16 centímetros. Pero los huevos impedían que la mano de Silvia pudiese recorrer toda su longitud. Rodeaba la base del glande con el índice y el pulgar, que no llegaban a tocarse por unos pocos milímetros y después bajaba por el miembro arrastrando la piel del prepucio hasta que que su palma chocaba con los huevos, cubiertos, al igual que la base de su pene, por un vello claro y no muy largo.

A las pocas embestidas el chico empezó a jadear en silencio. Tenía los puños apretados y el bajo vientre y su polla temblaba espasmódicamente. No tardaría mucho en correrse. Una estación más y de nuevo Silvia apretujada contra el chico, su pene apretado contra el muslo de ella, o quizá contra su entrepierna. Me apreté más contra ella, mi propia polla recorriendo una y otra vez el camino entre sus glúteos. Entonces levanté la mano y le agarré el pecho derecho a través de la camiseta. Al chaval se le salían los ojos. Bajo la presión de mis dedos su pecho se adivinaba grande y jugoso. Fué más de lo que podía aguantar.

Primero salieron un par de gotitas claras que colgaron de la punta de su pene hasta que la mano de Silvia las sacudió con una nueva embestida y enseguida empezó a eyacular gruesas tiras de semen que fueron a parar a la puerta metálica y al suelo. Los tres nos quedamos absortos en la copiosa corrida. Cuatro, cinco, seis, siete descargas blancas y viscosas que empezaron a resbalar por la puerta del vagón. Silvia no dejó en ningún momento de masturbarle, notando su miembro latir con cada ráfaga hasta que éstas se convirtieron en estertores y un pequeño poso de esperma se empezó a formar entre el glande del chico y la mano de Silvia.

El adolescente parecía no ser capaz de mantenerse en pie, las piernas le temblaban y se agarraba a una de las barras del vagón con tanta fuerza que tenía el puño blanco. El metro empezaba a frenar al acercarse una nueva estación y Silvia dejó caer suavemente su polla, que empezaba a menguar, sin preocuparse por volver a guardarla dentro del pantalón y se limpió la mano manchada de semen en la camiseta del Barça del chaval.

Entonces el metro paró y para horror del chico las puertas de nuestro lado se abrieron. Yo empujé a Silvia y salimos del vagón alejándonos rápidamente por el andén mientras oíamos los gritos de una mujer detrás nuestro: “¡Guarro! ¡Pervertido!”.

Fin del capítulo 4
 
¡Te reto! - Capítulo 04 - En el metro

Coger el metro después de un partido del Barça es la experiencia más parecida a pillar el metro de Tokio en hora punta. La marabunta se agolpa en las entradas y las escaleras a los andenes se bajan en bloque. Esperar el metro en el andén tiene un punto de deporte de riesgo y después hay que echar aire para caber mejor emparedado entre 4 personas más. Además, seguramente el aire acondicionado no esté encendido, ¿para qué?.

En esas nos encontramos Silvia y yo después del partido de pretemporada en que se presentaba el último gran fichaje del club. Era una situación excepcional puesto que vivimos cerca del campo pero ese día habíamos quedado con unos amigos para salir después del partido. Dejamos pasar un convoy que iba a reventar y nos situamos en primera línea para poder coger el siguiente, Silvia delante y yo detrás, abrazándola por la cintura. Cuando llegó el metro empezaron a empujarnos desde atrás hasta que quedamos encajonados junto a la puerta del lado opuesto del vagón. Cuando el tren pudo cerrar las puertas después de un par de intentos fallidos y arrancó acabamos de situarnos todos.

Pero como no hay mal que por bien no venga, aproveché la coyuntura para apretarme bien al fermoso cuerpo de mi novia. Mi paquete quedaba a la altura de su culo redondo. Recuerdo que llevaba uno de esos pantalones elásticos ajustadísimos y podía notar perfectamente como mi pene encajaba en la raja de su culo ayudado por el vaivén del vagón.

En éstas estaba yo que me fijé en el chico que tenía Silvia delante. El apelotonamiento de la entrada les había situado uno al lado del otro y ligeramente encarados. Llevaba la camiseta de la segunda equipación del Barça de ese mismo año y una bufanda con la senyera por un lado y blaugrana por el otro. Debía tener 18 o 19 años, la piel clara y manchada por un ligero acné, ojos marrones y pelo entre castaño y rubio. Era de la altura de Silvia por lo que apenas podía ver más allá encajonado entre las puertas y mi novia. Y lo cierto es que no parecía querer ver más allá, tenía la mirada fija en la delantera de Silvia. A parte de los pantalones ajustados que yo ya estaba disfrutando, Silvia no vestía especialmente atrevida ese día, al fin y al cabo una camiseta de fútbol no es lencería erótica precisamente, aunque a algunos quizá les ponga. Pero aún así sus pechos destacaban descarados en su cuerpo, la camiseta le quedaba ciertamente ajustada y la cara del chaval estaba a apenas un palmo de ellos, imposible no admirarlos.

- Parece que le gustas al chaval… - le susurré al oído. Ella giró levemente la cabeza para hacerme una mueca con la comisura del labio. - No seas tan dura… - continué - no le debe estar resultando fácil tenerte tan cerca… -. El metro seguía moviéndose y mi paquete frotándose contra sus nalgas. - Quizá le podrías echar una mano… - Silvia se giró bruscamente buscándome la mirada justo en el momento en que el metro tomó una curva y mi vecino de atrás cayó sobre mi, que caí sobre Silvia que cayó sobre el pobre muchacho oprimiendole contra la puerta con sus pechos.

- No está mal para empezar - le dije medio en broma, pero vi que no me hacía mucho caso. Estaba mirando de reojo hacia abajo, hacia la más que evidente erección de nuestro compañero de viaje, que se manifestaba bajo la tela de su pantalón de deporte. El chaval intentaba aparentar normalidad pero estaba evidentemente excitado, no solo por la tienda de campaña en su entrepierna, también su cara estaba más colorada y una gota de sudor caía por su patilla. - Quizá te podría retar a … - pero no sabía muy bien qué proponerle.

Para mi sorpresa no hizo falta proponer nada, Silvia me miraba de reojo y me dí cuenta de que también ella estaba más sonrojada. Volví a mirar hacia abajo para descubrir que la mano derecha de Silvia rozaba el bulto que exhibía el chico en su pantalón. El movimiento del vagón hacía que ésta fuera dando pequeños golpecitos contra el paquete del chaval pero no costaba darse cuenta de que no eran completamente involuntarios. Silvia empezó a acariciar el pene del chico con el dorso de la mano a través de la tela del pantalón.

El metro volvió a parar en una estación y todos caímos de nuevo sobre el pobre adolescente. Cuando recuperamos el equilibrio y Silvia y el chico volvieron a separarse miré hacia abajo y Silvia tenía cogida su polla con la mano. Aún hoy no sé como lo hizo. En un rápido movimiento debió introducir la mano libre entre el elástico del pantalón hasta encontrar los gallumbos y tirar de los dos hacia abajo hasta dejarlos anclados debajo de los huevos. La tensión de la cinta le levantaba los testículos que se habían situado a ambos lados de su polla, que apuntaba hacia arriba, dura como un hierro, sorprendida por la inesperada libertad y sobretodo por la suave mano de Silvia.

El chaval no sabía donde meterse. Miraba alrededor para comprobar que no había nadie que pudiera darse cuenta de lo que pasaba en ese pequeño espacio, pero sobretodo me miraba a mi. Por supuesto. Estaba claro que Silvia iba conmigo, aún la tenía cogida por la cintura, de hecho cada vez más fuerte, apretandola contra mi para que notara mi propia y creciente erección entre sus glúteos.

Mientras yo la cogía con fuerza Silvia empezó a masturbar al chico poco a poco. Su polla no era especialmente gorda o larga. Quizá 15 o 16 centímetros. Pero los huevos impedían que la mano de Silvia pudiese recorrer toda su longitud. Rodeaba la base del glande con el índice y el pulgar, que no llegaban a tocarse por unos pocos milímetros y después bajaba por el miembro arrastrando la piel del prepucio hasta que que su palma chocaba con los huevos, cubiertos, al igual que la base de su pene, por un vello claro y no muy largo.

A las pocas embestidas el chico empezó a jadear en silencio. Tenía los puños apretados y el bajo vientre y su polla temblaba espasmódicamente. No tardaría mucho en correrse. Una estación más y de nuevo Silvia apretujada contra el chico, su pene apretado contra el muslo de ella, o quizá contra su entrepierna. Me apreté más contra ella, mi propia polla recorriendo una y otra vez el camino entre sus glúteos. Entonces levanté la mano y le agarré el pecho derecho a través de la camiseta. Al chaval se le salían los ojos. Bajo la presión de mis dedos su pecho se adivinaba grande y jugoso. Fué más de lo que podía aguantar.

Primero salieron un par de gotitas claras que colgaron de la punta de su pene hasta que la mano de Silvia las sacudió con una nueva embestida y enseguida empezó a eyacular gruesas tiras de semen que fueron a parar a la puerta metálica y al suelo. Los tres nos quedamos absortos en la copiosa corrida. Cuatro, cinco, seis, siete descargas blancas y viscosas que empezaron a resbalar por la puerta del vagón. Silvia no dejó en ningún momento de masturbarle, notando su miembro latir con cada ráfaga hasta que éstas se convirtieron en estertores y un pequeño poso de esperma se empezó a formar entre el glande del chico y la mano de Silvia.

El adolescente parecía no ser capaz de mantenerse en pie, las piernas le temblaban y se agarraba a una de las barras del vagón con tanta fuerza que tenía el puño blanco. El metro empezaba a frenar al acercarse una nueva estación y Silvia dejó caer suavemente su polla, que empezaba a menguar, sin preocuparse por volver a guardarla dentro del pantalón y se limpió la mano manchada de semen en la camiseta del Barça del chaval.

Entonces el metro paró y para horror del chico las puertas de nuestro lado se abrieron. Yo empujé a Silvia y salimos del vagón alejándonos rápidamente por el andén mientras oíamos los gritos de una mujer detrás nuestro: “¡Guarro! ¡Pervertido!”.

Fin del capítulo 4
Quien tuviera una silvia en su vida... 🌷😍
Que envidia...
 
¡Te reto! - Capítulo 05 - El masaje

La excitación de nuestra última aventura en el metro duró varios días. En nuestros escarceos le susurraba a Silvia al oído lo caliente que me había puesto verla masturbar al pobre muchacho. Su mano en esa polla dura y palpitante, ordeñando hasta la última gota de esperma entre sus dedos. Silvia me miraba desafiante y rebotona mientras mis palabras la llevaban al orgasmo.

Pocos días después de aquello Silvia tuvo un pequeño accidente doméstico intentando llegar a un bote de harina en una de las repisas del mueble de la cocina. No fue nada grave pero al poco rato empezó a notar un dolor agudo en el hombro izquierdo. Se tomó un ibuprofeno pero la cosa no mejoró y fuimos al CAP del barrio. Allí, después de esperar más de dos horas nos dijeron que era un esguince y que lo suyo era reposo, antiinflamatorio para el dolor y masajes musculares.

Esa noche prácticamente no durmió. Los ibuprofenos no parecían hacer nada así que decidimos buscar un masajista. Pensamos en contactar con un par de gimnasios cercanos para ver si hacían sesiones de masaje y podíamos coger hora para ese mismo día. Al acceder a la web del primero de ellos nos dimos cuenta de que la oferta era muy variada y que incluso hacían masajes a domicilio. Nos pareció una idea genial y llamamos al número de información. Por suerte uno de sus masajistas, Tyler, tenía un par de horas libres esa misma tarde.

Cuando poco antes de las 5 sonó el timbre y abrí la puerta no pude reprimir la sorpresa. Tyler era un hombre de unos treinta años, ojos oscuros y mejillas y cráneo perfectamente afeitados. Vestía una elegante camisa clara de cuello Mao con discretas rayas verticales y unos pantalones negros y cortos. Pero lo que llamaba la atención era su tamaño: debía medir más de metro noventa y era ancho como un armario. El cuello apenas le cabía por el agujero de la camisa y bajo la tela se adivinaban músculos de superhéroe.

Mientras yo estaba allí parado como un pasmarote repasando su físico, Tyler me miraba expectante. - Vengo del gimnasio - me dijo - para un “massage”. - Pronunció “massage” a la francesa pero tenía un marcado acento americano. - Sí, entra. - conseguí decir por fin mientras le franqueaba el paso al piso. Tyler entró y dejó un par de bultos en el recibidor, una pequeña maleta y lo que parecía ser una camilla plegable. Al incorporarse me tendió la mano y se la apreté intentando hacerlo de la manera más sólida y fuerte que me fue posible. Entonces se dió cuenta de la presencia de Silvia mirándole desde la puerta del comedor. Se dirigió hacia ella con la mano extendida.

El contraste entre ambos era espectacular. Tyler debía ser treinta centímetros más alto que Silvia y como el doble de ancho. Fácilmente debía llegar a los 120 kilos mientras que Silvia apenas pasaba de los 60. Pude comprobar como Silvia, igual que yo antes, repasaba el cuerpo de Tyler de arriba a abajo con una mirada a medio camino entre la sorpresa y la admiración. El encanto se rompió cuando Tyler le apretó la mano y Silvia no pudo reprimir un gesto de dolor.

- Ya veo, ¿esguince o luxación? - preguntó. Le contestó que en principio un esguince y él asintió. A continuación nos explicó que él realizaba masaje californiano, muy orientado a relajar y resituar la musculatura y que aunque evidentemente no le curaría el esguince sí que aceleraría el proceso de curación y reduciría el dolor.

A continuación nos preguntó donde podía poner la camilla. El comedor parecía ser el lugar más amplio y cómodo y allí empezó a montarla. Mientras acababa de ajustar las patas de la camilla y los diferentes accesorios le dijo a Silvia que se pusiera algo cómodo y se quitara los sostenes si los llevaba. Vi como Silvia se ruborizaba ligeramente ante las instrucciones de Tyler y después desaparecía en dirección a la habitación. Me quedé mirando cómo realizaba los últimos preparativos y después fui a buscar a Silvia con la excusa de que igual necesitaba ayuda ya que no podía mover mucho el brazo.

Al entrar en la habitación vi a Silvia sentada en la cama de espaldas a la puerta con las piernas abiertas. Tardé un par de segundos en darme cuenta de que tenía la mano derecha dentro del pantalón. Me acerqué intentando no hacer ruido pero debió percibir mi presencia y retiró la mano. - Vaya pedazo de cuerpo tiene el amigo, ¿no? - le dije mientras me sentaba a su lado. El rubor en sus mejillas era un asentimiento tácito. - Debe hacer unos masajes espectaculares, - continué - sensuales…- Silvia me miraba sin decir palabra. - Creo que podría ser interesante añadir un poco de picante. Quizá es una oportunidad para apostarnos algo…

Silvia me sonrió pícara. El reto estaba servido. Se puso en pie sin decir nada, mientras se quitaba la camisa y los pantalones del pijama y las bragas y lo dejaba todo en el cubo de la ropa sucia. Completamente desnuda, pasó por delante mío antes de inclinarse a rebuscar en los cajones del armario mostrándome su culo y su sexo rasurado, del cual asomaba una pequeña almendra de carne. Si no fuera porque no estábamos solos en casa hubiera saltado encima de ella en ese mismo momento. Finalmente se incorporó con un par de piezas de ropa en la mano. - Voy un segundo a la ducha… - y salió de la habitación sin preocuparse de taparse. Salí detrás de Silvia y la vi entrar en el baño. Al fondo Tyler estaba de espaldas buscando algo en su maletín que había abierto encima de la mesa del comedor.

Volví con Tyler y vi que se había quitado la elegante camisa y que debajo llevaba una camiseta blanca de tirantes. La camiseta, que dejaba al aire sus brazos y sus hombros, hacía lo que podía para contener la masa muscular del hombre, pero lo que podía no era mucho y sus pectorales, bastante más voluminosos que los de Silvia, se marcaban contra la tela como si llevara un airbag incorporado.

Silvia regresó en un par de minutos cubierta con una toalla de ducha. - Perdona, me ha parecido conveniente pasar primero por la ducha. - le dijo. Él sonrió y le indicó que se tumbara de espaldas en la camilla con los brazos a ambos lados del cuerpo. Me acerqué para ayudarla pero Tyler ya le había cogido la mano y la estaba acompañando a la camilla. Silvia se subió como bien pudo y no sin un gesto de dolor deshizo el nudo de la toalla antes de tumbarse. Tyler entonces retiró la toalla de su torso doblándola sobre la parte inferior de manera que cubría sus nalgas.

Yo me senté en el sofá mientras Tyler se aplicaba aceite de masaje en las manos y comenzaba a extenderlo suavemente por la espalda de Silvia. Estaba excitado por la situación pero también por descubrir qué tenía pensado Silvia. Tyler movía sus grandes manos sin prisa pero sin pausa por el cuerpo de mi novia. Primero toda la espalda sin centrarse especialmente en la parte dolorida, después le cogió las manos y extendiendo los brazos recorrió sus músculos desde el hombro hasta los dedos trabajando también las palmas de las manos. Mientras amasaba el cuerpo de Silvia Tyler estaba en absoluto silencio, concentrado en su trabajo.

Entonces le pidió que levantase los brazos y apoyase la cabeza sobre las manos mientras él se situaba a la cabeza de la camilla y se ponía más aceite. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver el pecho de Silvia apretado contra la camilla, rebosando hacia los lados por la falta de espacio. Tyler empezó a recorrer su espalda desde la base del cuello hasta que sus dedos se perdían unos centímetros bajo la tela de la toalla después rotaba la mano y hacía el camino de vuelta por el lateral de su torso, acariciando sin pudor esa parte de la anatomía de Silvia que me resulta tan erótica. Repitió el movimiento quizá diez veces, inclinándose ligeramente sobre el cuerpo de Silvia para llegar hasta el principio de su culo antes de volver a incorporarse. En cada pasada, su pecho izquierdo, el que yo veía desde el sofá, dorado y brillante por el aceite, se comprimía bajo la presión de los dedos del masajista.

Después Tyler pasó a trabajar las piernas. Se movió hasta el lateral opuesto a donde yo estaba y desdobló la toalla para tapar la espalda de Silvia, supongo que para que ésta no se enfriara. Pero la toalla no era suficientemente grande y para cuando la tuvo tapándole hasta los hombros apenas cubría su rabadilla y el principio de su culo. Fue entonces cuando me di cuenta de algo que Tyler ya parecía saber puesto que ni se inmutó: Silvia estaba completamente desnuda bajo la toalla. No sé, supongo que pensé que llevaría unas braguitas o un tanga pero no. Su goloso culo estaba completamente expuesto y ni tan solo parecía preocupada de cerrar las piernas como para proteger su sexo de la mirada de Tyler. O quizá fuera todo lo contrario.

Tyler añadió aún más aceite y mientras trabajaba pies, gemelos, rodillas, muslos y glúteos debía tener una visión espectacular del sexo de Silvia, rasurado y estoy convencido de que también henchido y sonrosado de excitación. Cada vez que Tyler recorría sus muslos éstos se separaban un poco más e incluso parecía que su culo se alzaba ligeramente. Sus manos manipulaban sus nalgas, elevándolas y separándolas, descubriendo en cada rotación el agujero de su ano.

Después de unos minutos eternos en los que yo estaba tan tenso que ni siquiera me moví para resituar mi polla, que se apretujaba dolorosamente dentro de mis calzoncillos, Tyler le pidió a Silvia que se pusiera boca arriba. Silvia empezó a girarse poco a poco mientras Tyler volvía a situar la toalla sobre su pelvis aguantándola contra la camilla para evitar que se cayera. Después cogió el aceite y echó una generosa cantidad en su vientre y entre sus pechos. Recogió un poco del aceite con la mano y empezó a trabajar el hombro dolorido.

Las manos de Tyler se movían en círculos alrededor de la articulación del hombro, tan cerca de sus pechos. Cambió de hombro mientras le comentaba a Silvia que la musculatura estaba bien y que no tardaría en curarse. Silvia asintió más concentrada en sus manos que en su boca. Cuando el segundo hombro estuvo caliente pasó las manos un segundo por su cuello antes de separarlas hacia los lados y hacerlas bajar por su torso, dejando sus pechos entre ellas y provocando que estos se unieran dibujando un lujurioso canal de carne.

En ese momento yo no sabía si salir corriendo y desaparecer, golpear a Tyler con todas mis fuerzas (hubiera sido muy mala idea) o proponerle un tórrido ménage à trois. Pero me quedé allí quieto, viendo como Tyler extendía el aceite con sus manos sobre el vientre y las caderas de Silvia, como poco a poco acercaba sus movimientos a los pechos para empezar a rodearlos, dibujando su volumen por el exterior y por el interior antes de posar sus manos sobre los músculos pectorales y amasarlos con movimientos firmes desde la base del cuello hasta los pezones, que ya no podían estar más duros ni más protuberantes.

Silvia había cerrado los ojos y abierto ligeramente la boca, dejándose hacer. Absorta en el cada vez más inclemente tratamiento a que Tyler estaba sometiendo sus exuberantes pechos, rodeándolos y cubriéndolos con sus manos, apretándolos contra su torso y el uno contra el otro para volver a recorrer el cauce entre ellos y alzarlos y comprimirlos otra vez entre sus dedos. Si en ese momento Tyler se hubiera dedicado a masajear también su sexo, a separar los labios de su vulva y pellizcar el clítoris, a frotar con sus poderosas manos su perineo, rodeando la entrada de su ano,... estoy seguro que Silvia se hubiera dejado. Quizá fuera la profesionalidad de Tyler, quizá mi presencia, pero el masaje no llegó a más.

La sesión duró diez minutos más. Donde Tyler se dedicó a relajar de nuevo el cuerpo de Silvia, pasando sus manos lentamente por todo él. Después hizo levantarse a Silvia, que se tomó su tiempo para volver a taparse con la toalla, dándole a Tyler una última oportunidad de admirar su cuerpo mientras éste recogía. Le pagué y le acompañé a la puerta.

Cuando volví al comedor me encontré a Silvia tirada en el sofá, sin la toalla, masturbándose furiosa en medio del orgasmo más rápido de la historia. Me incliné sobre ella y la ayudé a calmar su furor lamiendo su sexo y chupando el flujo de su orgasmo, ahora ya múltiple, penetrando su vagina y su ano con los dedos de la mano mientras ella se retorcía en el sofá, completamente dada, gimiendo y temblando bajo cada oleada de placer que recorría su cuerpo.

Fin del capítulo 5
 
¡Te reto! - Capítulo 05 - El masaje

La excitación de nuestra última aventura en el metro duró varios días. En nuestros escarceos le susurraba a Silvia al oído lo caliente que me había puesto verla masturbar al pobre muchacho. Su mano en esa polla dura y palpitante, ordeñando hasta la última gota de esperma entre sus dedos. Silvia me miraba desafiante y rebotona mientras mis palabras la llevaban al orgasmo.

Pocos días después de aquello Silvia tuvo un pequeño accidente doméstico intentando llegar a un bote de harina en una de las repisas del mueble de la cocina. No fue nada grave pero al poco rato empezó a notar un dolor agudo en el hombro izquierdo. Se tomó un ibuprofeno pero la cosa no mejoró y fuimos al CAP del barrio. Allí, después de esperar más de dos horas nos dijeron que era un esguince y que lo suyo era reposo, antiinflamatorio para el dolor y masajes musculares.

Esa noche prácticamente no durmió. Los ibuprofenos no parecían hacer nada así que decidimos buscar un masajista. Pensamos en contactar con un par de gimnasios cercanos para ver si hacían sesiones de masaje y podíamos coger hora para ese mismo día. Al acceder a la web del primero de ellos nos dimos cuenta de que la oferta era muy variada y que incluso hacían masajes a domicilio. Nos pareció una idea genial y llamamos al número de información. Por suerte uno de sus masajistas, Tyler, tenía un par de horas libres esa misma tarde.

Cuando poco antes de las 5 sonó el timbre y abrí la puerta no pude reprimir la sorpresa. Tyler era un hombre de unos treinta años, ojos oscuros y mejillas y cráneo perfectamente afeitados. Vestía una elegante camisa clara de cuello Mao con discretas rayas verticales y unos pantalones negros y cortos. Pero lo que llamaba la atención era su tamaño: debía medir más de metro noventa y era ancho como un armario. El cuello apenas le cabía por el agujero de la camisa y bajo la tela se adivinaban músculos de superhéroe.

Mientras yo estaba allí parado como un pasmarote repasando su físico, Tyler me miraba expectante. - Vengo del gimnasio - me dijo - para un “massage”. - Pronunció “massage” a la francesa pero tenía un marcado acento americano. - Sí, entra. - conseguí decir por fin mientras le franqueaba el paso al piso. Tyler entró y dejó un par de bultos en el recibidor, una pequeña maleta y lo que parecía ser una camilla plegable. Al incorporarse me tendió la mano y se la apreté intentando hacerlo de la manera más sólida y fuerte que me fue posible. Entonces se dió cuenta de la presencia de Silvia mirándole desde la puerta del comedor. Se dirigió hacia ella con la mano extendida.

El contraste entre ambos era espectacular. Tyler debía ser treinta centímetros más alto que Silvia y como el doble de ancho. Fácilmente debía llegar a los 120 kilos mientras que Silvia apenas pasaba de los 60. Pude comprobar como Silvia, igual que yo antes, repasaba el cuerpo de Tyler de arriba a abajo con una mirada a medio camino entre la sorpresa y la admiración. El encanto se rompió cuando Tyler le apretó la mano y Silvia no pudo reprimir un gesto de dolor.

- Ya veo, ¿esguince o luxación? - preguntó. Le contestó que en principio un esguince y él asintió. A continuación nos explicó que él realizaba masaje californiano, muy orientado a relajar y resituar la musculatura y que aunque evidentemente no le curaría el esguince sí que aceleraría el proceso de curación y reduciría el dolor.

A continuación nos preguntó donde podía poner la camilla. El comedor parecía ser el lugar más amplio y cómodo y allí empezó a montarla. Mientras acababa de ajustar las patas de la camilla y los diferentes accesorios le dijo a Silvia que se pusiera algo cómodo y se quitara los sostenes si los llevaba. Vi como Silvia se ruborizaba ligeramente ante las instrucciones de Tyler y después desaparecía en dirección a la habitación. Me quedé mirando cómo realizaba los últimos preparativos y después fui a buscar a Silvia con la excusa de que igual necesitaba ayuda ya que no podía mover mucho el brazo.

Al entrar en la habitación vi a Silvia sentada en la cama de espaldas a la puerta con las piernas abiertas. Tardé un par de segundos en darme cuenta de que tenía la mano derecha dentro del pantalón. Me acerqué intentando no hacer ruido pero debió percibir mi presencia y retiró la mano. - Vaya pedazo de cuerpo tiene el amigo, ¿no? - le dije mientras me sentaba a su lado. El rubor en sus mejillas era un asentimiento tácito. - Debe hacer unos masajes espectaculares, - continué - sensuales…- Silvia me miraba sin decir palabra. - Creo que podría ser interesante añadir un poco de picante. Quizá es una oportunidad para apostarnos algo…

Silvia me sonrió pícara. El reto estaba servido. Se puso en pie sin decir nada, mientras se quitaba la camisa y los pantalones del pijama y las bragas y lo dejaba todo en el cubo de la ropa sucia. Completamente desnuda, pasó por delante mío antes de inclinarse a rebuscar en los cajones del armario mostrándome su culo y su sexo rasurado, del cual asomaba una pequeña almendra de carne. Si no fuera porque no estábamos solos en casa hubiera saltado encima de ella en ese mismo momento. Finalmente se incorporó con un par de piezas de ropa en la mano. - Voy un segundo a la ducha… - y salió de la habitación sin preocuparse de taparse. Salí detrás de Silvia y la vi entrar en el baño. Al fondo Tyler estaba de espaldas buscando algo en su maletín que había abierto encima de la mesa del comedor.

Volví con Tyler y vi que se había quitado la elegante camisa y que debajo llevaba una camiseta blanca de tirantes. La camiseta, que dejaba al aire sus brazos y sus hombros, hacía lo que podía para contener la masa muscular del hombre, pero lo que podía no era mucho y sus pectorales, bastante más voluminosos que los de Silvia, se marcaban contra la tela como si llevara un airbag incorporado.

Silvia regresó en un par de minutos cubierta con una toalla de ducha. - Perdona, me ha parecido conveniente pasar primero por la ducha. - le dijo. Él sonrió y le indicó que se tumbara de espaldas en la camilla con los brazos a ambos lados del cuerpo. Me acerqué para ayudarla pero Tyler ya le había cogido la mano y la estaba acompañando a la camilla. Silvia se subió como bien pudo y no sin un gesto de dolor deshizo el nudo de la toalla antes de tumbarse. Tyler entonces retiró la toalla de su torso doblándola sobre la parte inferior de manera que cubría sus nalgas.

Yo me senté en el sofá mientras Tyler se aplicaba aceite de masaje en las manos y comenzaba a extenderlo suavemente por la espalda de Silvia. Estaba excitado por la situación pero también por descubrir qué tenía pensado Silvia. Tyler movía sus grandes manos sin prisa pero sin pausa por el cuerpo de mi novia. Primero toda la espalda sin centrarse especialmente en la parte dolorida, después le cogió las manos y extendiendo los brazos recorrió sus músculos desde el hombro hasta los dedos trabajando también las palmas de las manos. Mientras amasaba el cuerpo de Silvia Tyler estaba en absoluto silencio, concentrado en su trabajo.

Entonces le pidió que levantase los brazos y apoyase la cabeza sobre las manos mientras él se situaba a la cabeza de la camilla y se ponía más aceite. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver el pecho de Silvia apretado contra la camilla, rebosando hacia los lados por la falta de espacio. Tyler empezó a recorrer su espalda desde la base del cuello hasta que sus dedos se perdían unos centímetros bajo la tela de la toalla después rotaba la mano y hacía el camino de vuelta por el lateral de su torso, acariciando sin pudor esa parte de la anatomía de Silvia que me resulta tan erótica. Repitió el movimiento quizá diez veces, inclinándose ligeramente sobre el cuerpo de Silvia para llegar hasta el principio de su culo antes de volver a incorporarse. En cada pasada, su pecho izquierdo, el que yo veía desde el sofá, dorado y brillante por el aceite, se comprimía bajo la presión de los dedos del masajista.

Después Tyler pasó a trabajar las piernas. Se movió hasta el lateral opuesto a donde yo estaba y desdobló la toalla para tapar la espalda de Silvia, supongo que para que ésta no se enfriara. Pero la toalla no era suficientemente grande y para cuando la tuvo tapándole hasta los hombros apenas cubría su rabadilla y el principio de su culo. Fue entonces cuando me di cuenta de algo que Tyler ya parecía saber puesto que ni se inmutó: Silvia estaba completamente desnuda bajo la toalla. No sé, supongo que pensé que llevaría unas braguitas o un tanga pero no. Su goloso culo estaba completamente expuesto y ni tan solo parecía preocupada de cerrar las piernas como para proteger su sexo de la mirada de Tyler. O quizá fuera todo lo contrario.

Tyler añadió aún más aceite y mientras trabajaba pies, gemelos, rodillas, muslos y glúteos debía tener una visión espectacular del sexo de Silvia, rasurado y estoy convencido de que también henchido y sonrosado de excitación. Cada vez que Tyler recorría sus muslos éstos se separaban un poco más e incluso parecía que su culo se alzaba ligeramente. Sus manos manipulaban sus nalgas, elevándolas y separándolas, descubriendo en cada rotación el agujero de su ano.

Después de unos minutos eternos en los que yo estaba tan tenso que ni siquiera me moví para resituar mi polla, que se apretujaba dolorosamente dentro de mis calzoncillos, Tyler le pidió a Silvia que se pusiera boca arriba. Silvia empezó a girarse poco a poco mientras Tyler volvía a situar la toalla sobre su pelvis aguantándola contra la camilla para evitar que se cayera. Después cogió el aceite y echó una generosa cantidad en su vientre y entre sus pechos. Recogió un poco del aceite con la mano y empezó a trabajar el hombro dolorido.

Las manos de Tyler se movían en círculos alrededor de la articulación del hombro, tan cerca de sus pechos. Cambió de hombro mientras le comentaba a Silvia que la musculatura estaba bien y que no tardaría en curarse. Silvia asintió más concentrada en sus manos que en su boca. Cuando el segundo hombro estuvo caliente pasó las manos un segundo por su cuello antes de separarlas hacia los lados y hacerlas bajar por su torso, dejando sus pechos entre ellas y provocando que estos se unieran dibujando un lujurioso canal de carne.

En ese momento yo no sabía si salir corriendo y desaparecer, golpear a Tyler con todas mis fuerzas (hubiera sido muy mala idea) o proponerle un tórrido ménage à trois. Pero me quedé allí quieto, viendo como Tyler extendía el aceite con sus manos sobre el vientre y las caderas de Silvia, como poco a poco acercaba sus movimientos a los pechos para empezar a rodearlos, dibujando su volumen por el exterior y por el interior antes de posar sus manos sobre los músculos pectorales y amasarlos con movimientos firmes desde la base del cuello hasta los pezones, que ya no podían estar más duros ni más protuberantes.

Silvia había cerrado los ojos y abierto ligeramente la boca, dejándose hacer. Absorta en el cada vez más inclemente tratamiento a que Tyler estaba sometiendo sus exuberantes pechos, rodeándolos y cubriéndolos con sus manos, apretándolos contra su torso y el uno contra el otro para volver a recorrer el cauce entre ellos y alzarlos y comprimirlos otra vez entre sus dedos. Si en ese momento Tyler se hubiera dedicado a masajear también su sexo, a separar los labios de su vulva y pellizcar el clítoris, a frotar con sus poderosas manos su perineo, rodeando la entrada de su ano,... estoy seguro que Silvia se hubiera dejado. Quizá fuera la profesionalidad de Tyler, quizá mi presencia, pero el masaje no llegó a más.

La sesión duró diez minutos más. Donde Tyler se dedicó a relajar de nuevo el cuerpo de Silvia, pasando sus manos lentamente por todo él. Después hizo levantarse a Silvia, que se tomó su tiempo para volver a taparse con la toalla, dándole a Tyler una última oportunidad de admirar su cuerpo mientras éste recogía. Le pagué y le acompañé a la puerta.

Cuando volví al comedor me encontré a Silvia tirada en el sofá, sin la toalla, masturbándose furiosa en medio del orgasmo más rápido de la historia. Me incliné sobre ella y la ayudé a calmar su furor lamiendo su sexo y chupando el flujo de su orgasmo, ahora ya múltiple, penetrando su vagina y su ano con los dedos de la mano mientras ella se retorcía en el sofá, completamente dada, gimiendo y temblando bajo cada oleada de placer que recorría su cuerpo.

Fin del capítulo 5
Magnifica secuencia de relatos, estoy como un "yonqui" cada mana esperando mi "dosis" de relato...
 
Estamos todos deseando q el novio de silvia se quede con la boca abierta... mirando atonito como se la follan delante de el... al final tanto fue el cantaro a la fuente.. q acaban callendo.o creciendo los tan apreciados cuernos.... ;)
 

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