Te reto

agratefuldude

Miembro muy activo
Desde
26 Mar 2025
Mensajes
89
Reputación
1,900
Hace unos años escribí una serie de relatos relativamente cortos sobre una pareja que pretende añadir un poco de picante a su relación. Ella tiene mucho de exhibicionista y él un poco de cornudo (mis relatos son a menudo así... no sé porqué ;-).

Espero que os guste.
 
¡Te reto! - Capítulo 01 - Bajar al badulake

Era una tarde calurosa y pegajosa como solo lo podía ser en Barcelona en agosto. Silvia y yo estábamos chafados en el sofá mirando uno de esos tontos programas de la TV donde unos concursantes aún más tontos debían encontrar la frase hecha en un panel de letras escoltado por dos rubias de metro ochenta y ostentosos pechos. Era uno de esos pseudo-culturales concursos típicos de verano, hechos para perder la tarde. La antediluviana televisión del apartamento no tenía mando a distancia. Seguramente en ningún otro canal ponían nada más interesante pero ni mi novia ni yo habíamos hecho el más mínimo gesto para levantarnos del sofá y cambiar de emisora.

La concursante de la televisión, una mujer de unos cuarenta y muchos, de risa fácil y pensar complicado pidió por tercera vez una letra que ya estaba en el panel y el presentador la corrigió encantadoramente. Asqueado aparté la vista del monitor y miré a Silvia que apenas podía contener la risa. - Esto es demasiado para mi, me voy al badulake a pillar algo de comer y unas birras, ¿vienes?. - Cualquier cosa era mejor que estarse un minuto más mirando eso por lo que Silvia contestó rápido que si, mientras de un salto se ponía en pie - Deja que me ponga algo y bajamos. - La vi pasar por delante y no pude evitar un escalofrío, el mismo que me subió por el espinazo el primer día que la vi. Silvia es sinónimo de curvas peligrosas. Mide poco más de metro sesenta y tiene un cuerpo que quita el hipo: muslos fuertes, cadera estrecha, culo redondo y unos pechos generosos que atraen todas las miradas cuando no los tapa con su melena de rizos cobrizos. Ese día además, con el calor que hacía, iba vestida con lo más cómodo y fresco que había encontrado en el armario: unos pantaloncitos negros con tiras blancas a ambos lados y una camiseta gris sin mangas, de esas con un amplio escote bajo la axila. El exterior de su pecho quedaba completamente expuesto dibujando una maravillosa curva tersa y dorada, alzándose hacia un pezón que se adivinaba apenas unos centímetros más allá, bajo la tela de la camiseta. Se me hacía la boca agua ante tanta belleza.

- ¿Por qué? - prácticamente se me escapó. Silvia se detuvo y se giró hacia mí. Su cara era un mezcla de asombro y sorpresa. - ¿Cómo qué para qué? ¿No saldré así a la calle? - Yo intentaba con todas mis fuerzas mirarla a la cara: - Pues estás muy guapa, no veo cual es el problema -. Silvia aún estuvo unos segundos mirándome incrédula antes de seguir caminando hacia el dormitorio.

- ¡Te reto!

Esa era la palabra mágica. Ambos lo sabíamos. Silvia es demasiado orgullosa como para no aceptar un reto. Se volvió a girar hacia mi. - ¿A qué me retas? - Como si no fuera evidente. - A que salgas así vestida a la calle, solo hasta al badulake a comprar algo y de vuelta - y antes de que continuará la apuntillé: - a cambio de un masajito con aceite de almendras… - Seguramente no habría hecho falta ningún tipo de compensación pero así me aseguraba que Silvia no se negara. Y no lo hizo…

En el ascensor se la veía un poco nerviosa. Quizá lo que más miedo le daba era encontrarse alguna de esas vecinas ancianas y carcas que siempre la miraban mal por como vestía. Antes de salir a la calle inspiró fuerte y con la cabeza bien alta y la pechera para adelante se puso a caminar a mi lado. El badulake estaba a la vuelta de la esquina y a esas horas de un domingo tan caluroso no había nadie en la calle. Eso le dio confianza a Silvia que empezó a relajarse y a pincharme con el tema del masajito que le tendría que hacer al volver a casa. Yo por mi parte no podía evitar robar miradas al lateral de la camiseta de Silvia, donde su pecho botaba y rebotaba. En una de esas miradas furtivas pude comprobar como, quizá fruto del roce, sus pezones empezaban a marcarse a través de la tela de la camiseta.

Silvia entró primero en el super. El dependiente estaba mirando, como siempre, una de esas películas de Bolliwood donde parece que hablen más con los ojos que con la boca. Pensé que no levantaría los ojos de la pantalla pero algo debió captar con el rabillo del ojo porque empezó a girar la cabeza hacia Silvia como quien no quiere la cosa y la saludó con un sonriente “Hola” sin poder levantar la mirada de sus senos. Silvia le devolvió el saludo perfectamente consciente de dónde apuntaban los ojos del dependiente y se adentró en el pequeño super.

La seguí con media sonrisa en los labios. La situación me parecía divertida además de un punto excitante. Silvia estaba en la sección de bollería rebuscando entre las galletas y yo me acerqué por detrás y le susurré al oído - creo que le has gustado - mientras le acariciaba la curva de su pecho derecho a través de la manga. Silvia me retiró la mano a la vez que ponía cara de pocos amigos pero pude ver un amago de sonrisa en su cara.

Me fui a buscar un par de Judas a la nevera (era el único sitio del barrio donde podías comprar cervezas frías) y al volver descubrí con sorpresa que Silvia estaba junto al mostrador aparentemente concentrada en unas latas que había en una repisa que estaba a la altura de las rodillas. Me quedé de piedra y con la boca abierta. Al inclinarse hacia delante para buscar lo que fuera que estuviera mirando la camiseta colgaba hacia el suelo y ahora la amplia abertura del lateral de la misma no solo mostraba el exterior de su pecho sino todo él, flotando ingrávido, grande, moreno y hermoso, coronado con una aureola oscura y unos pezones en punta. Y detrás de Silvia, tras el mostrador, el dependiente tenía la misma cara de asombro y deleite que debía estar poniendo yo, con los ojos fijos en las tetas de mi novia. Silvia aún tardó unos instantes en reincorporarse mientras parecía muy interesada por los productos de esa repisa específica, dando ocasionales pasitos para acercarse a coger alguno de los envases. Con cada movimiento sus pechos se balanceaban a derecha e izquierda en un espectáculo asombroso y electrizante.

Entonces Silvia se puso en pié y puso algo sobre el mostrador. - Creo que esto es todo. - Después se giró hacia mí y me preguntó si había cogido algo. Tuve que hacer esfuerzos para llegar al mostrador con las dos cervezas intactas y una dolorosa erección en mis gallumbos. El dependiente tardó en reaccionar y cuando lo hizo fue de manera patosa, aún echando vistazos a los pezones de Silvia que ahora destacaban desvergonzados. Silvia parecía divertida y le dejó hacer mientras balanceaba ligeramente el cuerpo de lado a lado, como si estuviera bailando suavemente una música que sólo ella escuchaba. Era evidente que estaba calentando al pobre dependiente que podía seguir perfectamente el movimiento de sus pechos tras la tela de la camiseta.

Cuando todo estuvo en la bolsa Silvia la cogió y salió del súper mientras yo pagaba. La perseguí hasta doblar la esquina y allí le di un beso que ella me devolvió con un intercambio de saliva caliente y húmedo. Nos faltó tiempo para subir a casa y lanzarnos en la cama. Lo prometido es deuda y le hice un masaje completo con especial atención a las curvas de sus pechos mientras la follaba por detrás de manera suave y rítmica.


Fin del capítulo 1
 
¡Te reto! - Capítulo 01 - Bajar al badulake

Era una tarde calurosa y pegajosa como solo lo podía ser en Barcelona en agosto. Silvia y yo estábamos chafados en el sofá mirando uno de esos tontos programas de la TV donde unos concursantes aún más tontos debían encontrar la frase hecha en un panel de letras escoltado por dos rubias de metro ochenta y ostentosos pechos. Era uno de esos pseudo-culturales concursos típicos de verano, hechos para perder la tarde. La antediluviana televisión del apartamento no tenía mando a distancia. Seguramente en ningún otro canal ponían nada más interesante pero ni mi novia ni yo habíamos hecho el más mínimo gesto para levantarnos del sofá y cambiar de emisora.

La concursante de la televisión, una mujer de unos cuarenta y muchos, de risa fácil y pensar complicado pidió por tercera vez una letra que ya estaba en el panel y el presentador la corrigió encantadoramente. Asqueado aparté la vista del monitor y miré a Silvia que apenas podía contener la risa. - Esto es demasiado para mi, me voy al badulake a pillar algo de comer y unas birras, ¿vienes?. - Cualquier cosa era mejor que estarse un minuto más mirando eso por lo que Silvia contestó rápido que si, mientras de un salto se ponía en pie - Deja que me ponga algo y bajamos. - La vi pasar por delante y no pude evitar un escalofrío, el mismo que me subió por el espinazo el primer día que la vi. Silvia es sinónimo de curvas peligrosas. Mide poco más de metro sesenta y tiene un cuerpo que quita el hipo: muslos fuertes, cadera estrecha, culo redondo y unos pechos generosos que atraen todas las miradas cuando no los tapa con su melena de rizos cobrizos. Ese día además, con el calor que hacía, iba vestida con lo más cómodo y fresco que había encontrado en el armario: unos pantaloncitos negros con tiras blancas a ambos lados y una camiseta gris sin mangas, de esas con un amplio escote bajo la axila. El exterior de su pecho quedaba completamente expuesto dibujando una maravillosa curva tersa y dorada, alzándose hacia un pezón que se adivinaba apenas unos centímetros más allá, bajo la tela de la camiseta. Se me hacía la boca agua ante tanta belleza.

- ¿Por qué? - prácticamente se me escapó. Silvia se detuvo y se giró hacia mí. Su cara era un mezcla de asombro y sorpresa. - ¿Cómo qué para qué? ¿No saldré así a la calle? - Yo intentaba con todas mis fuerzas mirarla a la cara: - Pues estás muy guapa, no veo cual es el problema -. Silvia aún estuvo unos segundos mirándome incrédula antes de seguir caminando hacia el dormitorio.

- ¡Te reto!

Esa era la palabra mágica. Ambos lo sabíamos. Silvia es demasiado orgullosa como para no aceptar un reto. Se volvió a girar hacia mi. - ¿A qué me retas? - Como si no fuera evidente. - A que salgas así vestida a la calle, solo hasta al badulake a comprar algo y de vuelta - y antes de que continuará la apuntillé: - a cambio de un masajito con aceite de almendras… - Seguramente no habría hecho falta ningún tipo de compensación pero así me aseguraba que Silvia no se negara. Y no lo hizo…

En el ascensor se la veía un poco nerviosa. Quizá lo que más miedo le daba era encontrarse alguna de esas vecinas ancianas y carcas que siempre la miraban mal por como vestía. Antes de salir a la calle inspiró fuerte y con la cabeza bien alta y la pechera para adelante se puso a caminar a mi lado. El badulake estaba a la vuelta de la esquina y a esas horas de un domingo tan caluroso no había nadie en la calle. Eso le dio confianza a Silvia que empezó a relajarse y a pincharme con el tema del masajito que le tendría que hacer al volver a casa. Yo por mi parte no podía evitar robar miradas al lateral de la camiseta de Silvia, donde su pecho botaba y rebotaba. En una de esas miradas furtivas pude comprobar como, quizá fruto del roce, sus pezones empezaban a marcarse a través de la tela de la camiseta.

Silvia entró primero en el super. El dependiente estaba mirando, como siempre, una de esas películas de Bolliwood donde parece que hablen más con los ojos que con la boca. Pensé que no levantaría los ojos de la pantalla pero algo debió captar con el rabillo del ojo porque empezó a girar la cabeza hacia Silvia como quien no quiere la cosa y la saludó con un sonriente “Hola” sin poder levantar la mirada de sus senos. Silvia le devolvió el saludo perfectamente consciente de dónde apuntaban los ojos del dependiente y se adentró en el pequeño super.

La seguí con media sonrisa en los labios. La situación me parecía divertida además de un punto excitante. Silvia estaba en la sección de bollería rebuscando entre las galletas y yo me acerqué por detrás y le susurré al oído - creo que le has gustado - mientras le acariciaba la curva de su pecho derecho a través de la manga. Silvia me retiró la mano a la vez que ponía cara de pocos amigos pero pude ver un amago de sonrisa en su cara.

Me fui a buscar un par de Judas a la nevera (era el único sitio del barrio donde podías comprar cervezas frías) y al volver descubrí con sorpresa que Silvia estaba junto al mostrador aparentemente concentrada en unas latas que había en una repisa que estaba a la altura de las rodillas. Me quedé de piedra y con la boca abierta. Al inclinarse hacia delante para buscar lo que fuera que estuviera mirando la camiseta colgaba hacia el suelo y ahora la amplia abertura del lateral de la misma no solo mostraba el exterior de su pecho sino todo él, flotando ingrávido, grande, moreno y hermoso, coronado con una aureola oscura y unos pezones en punta. Y detrás de Silvia, tras el mostrador, el dependiente tenía la misma cara de asombro y deleite que debía estar poniendo yo, con los ojos fijos en las tetas de mi novia. Silvia aún tardó unos instantes en reincorporarse mientras parecía muy interesada por los productos de esa repisa específica, dando ocasionales pasitos para acercarse a coger alguno de los envases. Con cada movimiento sus pechos se balanceaban a derecha e izquierda en un espectáculo asombroso y electrizante.

Entonces Silvia se puso en pié y puso algo sobre el mostrador. - Creo que esto es todo. - Después se giró hacia mí y me preguntó si había cogido algo. Tuve que hacer esfuerzos para llegar al mostrador con las dos cervezas intactas y una dolorosa erección en mis gallumbos. El dependiente tardó en reaccionar y cuando lo hizo fue de manera patosa, aún echando vistazos a los pezones de Silvia que ahora destacaban desvergonzados. Silvia parecía divertida y le dejó hacer mientras balanceaba ligeramente el cuerpo de lado a lado, como si estuviera bailando suavemente una música que sólo ella escuchaba. Era evidente que estaba calentando al pobre dependiente que podía seguir perfectamente el movimiento de sus pechos tras la tela de la camiseta.

Cuando todo estuvo en la bolsa Silvia la cogió y salió del súper mientras yo pagaba. La perseguí hasta doblar la esquina y allí le di un beso que ella me devolvió con un intercambio de saliva caliente y húmedo. Nos faltó tiempo para subir a casa y lanzarnos en la cama. Lo prometido es deuda y le hice un masaje completo con especial atención a las curvas de sus pechos mientras la follaba por detrás de manera suave y rítmica.


Fin del capítulo 1
Me encanta el relato. Corto, fácil de leer, caliente... todo buenos ingredientes!!! Gracias!!!
 
¡Te reto! - Capítulo 02 - Sushi a domicilio

Había puesto un poco de música ambiente y estaba preparando la mesa del comedor para la cena añadiendo unos toques: unas velitas, una barra de incienso,... Habíamos salido a correr un rato cuando el calor del mediodía había remitido un poco y, aunque cansado, me encontraba contento y fresco después de una ducha reparadora. Mientras Silvia también se duchaba yo había encargado comida al Sushibox: un sharer para dos y un par de Sapporos.

Salir a correr con Silvia siempre era una experiencia. Cada vez que salíamos no eran pocos los ojos que la seguían, admirando su cuerpo. Se había comprado en Decathlon unas Asics, un par de mini culottes negros que dibujaban su culo y su entrepierna sin dejar casi nada a la imaginación y una serie de tops de deporte de diferentes colores. Acostumbraba a usar dos tops a la vez además de uno de esos sujetadores de deporte para poder correr con comodidad sin el constante balanceo de sus pechos.

Esa tarde habíamos ido a correr por la Diagonal, hasta el parque de Cervantes y de vuelta, un poco menos de 5km en total. Por la Diagonal te encuentras a un montón de gente corriendo o en bici, incluso hay un circuito patrocinado por el Dir Up&Down. Inevitablemente Silvia atraía la mirada de muchos de los que nos cruzábamos y no pocos volvían la cabeza para admirar su culo. Tampoco era extraño que algunos se situasen estratégicamente detrás nuestro durante un buen rato manteniendo nuestro ritmo para poder admirar el fantástico trasero de Silvia durante más tiempo. Esa tarde uno de esos moscardones nos siguió durante gran parte de la ligera subida hasta el parque. Le oía jadear para mantener el ritmo pero aguantó prácticamente un kilómetro detrás nuestro, seguramente con la mirada clavada en la raja del culo de Silvia.

Mientras corríamos no hablábamos demasiado, para poder mantener el ritmo de respiración. Eso me daba tiempo para ir haciendo mis propias estadísticas: de los corredores que nos cruzábamos cuántos miraban sus pechos, cuántos se giraban a mirarle el culo y cuantos conseguían, por difícil que fuera, no mirarle los pechos pero sí la entrepierna.

De vuelta a casa yo me duchaba primero y en cinco minutos le dejaba el baño a Silvia, que así podía tomarse su tiempo. Ese día salió de la ducha y vino a buscarme al comedor tapada con una toalla blanca sobre el pecho. - Tengo una sorpresita, mira que me he hecho en la depiladora hoy - me dijo mientras se levantaba ligeramente la toalla para mostrarme su pubis. Casi se me caen los vasos de la mano. Se había hecho depilar completamente los labios de la vulva y tan solo se había dejado una pequeña mata de pelo corto en forma de corazón coronando su sexo.

Evidentemente salté sobre ella y conseguí estirar de la toalla antes de que me rechazara a manotazos y patadas sin parar de reir. Me arrebató de nuevo la toalla mientras yo me dolía de una patada en la espinilla. - Deja de hacer el burro que ya tendrás tiempo de verlo más de cerca. - Me dijo sugerentemente mientras se volvía a tapar sin demasiada prisa, dándome tiempo para admirar su cuerpo desnudo. - Nadie sería capaz de resistirse a esa provocación - respondí. - Piensa el ladrón que todos son de su condición… ¿qué hay de cena? - preguntó para cambiar de tema.

Y en ese preciso momento sonó el timbre de la puerta. - Ahora podremos comprobar si todos somos ladrones o no… - Silvia me miraba sin entender. - He pedido sushi y el de la puerta debe ser el repartidor… yo pago, tú abres… - me miró escandalizada - ¿Qué pretendes? ¿Que salte sobre mi? - La tranquilicé: - Mira, yo me quedaré en la cocina, a solo un par de metros de ti. Si no pasa nada tu ganas, pero si él intenta tocarte yo salgo y le corto, pero yo gano. - Me miraba dudando - ¿y si es una chica? - Era un excusa con poco peso, aún no he visto nunca una repartidora a domicilio. Sabía que solo necesitaba un empujoncito.

- ¡Te reto!

Volvió a sonar el timbre pero ya estaba claro. - Venga, dame el dinero, tonto. - Le pasé el monedero y corrí hacía la cocina mientras ella se dirigía a la puerta. Me agaché un poco para que no se me descubriera. Silvia se arregló la toalla pero no era excesivamente grande y desde mi perspectiva podía ver los labios rasurados de su vulva. Antes de abrir miró por la mirilla de la puerta y después a mi, alzando la mano hacia mi con el pulgar levantado. “OK” le dije con la boca y puso la mano en el pomo de la puerta.

Silvia abrió la puerta y saludó al repartidor con un “hola” pero no obtuvo respuesta. Maldije no poder ver la cara del repartidor que debía ser un poema. - ¿Cuánto es? - continuó Silvia ya que el repartidor parecía ser mudo. - Vein...Veinticinco euros - contestó finalmente. Tenía voz de chiquillo y en ese momento me lo imaginé con el casco de su ruidoclicleta sobre la cabeza, una cara llena de acné y la boca abierta de par en par. Silvia probaba de abrir la cremallera de mi monedero mientras con los antebrazos intentaba mantener la toalla en su sitio y entonces…

Decenas de monedas cayeron al suelo repiqueteando estrepitosamente, rodando fuera y dentro del piso. Instintivamente los dos se agacharon a recogerlas. Ahora sí podía verle la cara al chico: no tenía acné ni el casco sobre la cabeza pero tampoco debía llegar a los 20. Tenía la mirada clavada en el suelo recogiendo monedas con una mano mientras en la otra aún sostenía el pedido. Pero entonces la levantó y se quedó de piedra. Por un momento pensé que me había visto por el rabillo del ojo pero enseguida me di cuenta de que estaba mirando otra cosa.

Silvia, al agacharse no había olvidado mantener la mano sobre el nudo de la toalla para evitar que se le cayera pero no había calculado que tenía la abertura por el frente. Desde donde yo estaba podía ver la toalla cayendo a ambos lados de los muslos de Silvia y desde donde el repartidor estaba lo que debía tener es un primer plano espectacular de su sexo rasurado con corazón incluído. El chaval, evidentemente fué incapaz de articular ni media palabra más. Silvia tardó unos segundos aún en recoger algunas más de las monedas que se habían caído y mientras se levantaba le dió las gracias y le tendió un par de billetes que el chaval, también en pie ahora, cogió sin ni siquiera mirarlos y le dió a cambio el pedido. Silvia dió un paso atrás y cerró la puerta no sin antes dedicarle una última sonrisa al pobre chico mientras le decía “adiós” encantadoramente.

Salí de mi escondite y Silvia vino hacia mí con cara de victoria. - Yo gano - dijo mientras dejaba el sushi sobre la mesita de la cocina. Después se acercó más a mí y poniéndose de puntillas me susurró al oído: - ¿Crees que se debe haber dado cuenta de lo mojada que estoy? -. Me cogió la mano y se la llevó a la entrepierna. Los labios de la vulva estaban hinchados y abiertos, noté su clítoris duro contra mi palma y su entrepierna tan mojada como después de una sesión de sexo oral. Mis dedos resbalaron sin problemas dentro de su vagina.

Por cierto: el sushi de un día para otro no vale nada.

Fin del capítulo 2
 

📢 Webcam con más espectadores ahora 🔥

Atrás
Top Abajo