El agua ya estaba templada, la espuma se había ido casi del todo. Cristina apoyó la cabeza en el hombro de David, todavía encima de él, respirando despacio. Él le acariciaba la espalda con los dedos, sin moverse, como si temiera romper el momento.
Al final, entre risas bajitas y un “creo que nos vamos a quedar arrugados", Cristina se incorporó despacio. Salió del agua envuelta en vapor, el cuerpo brillándole por las gotas. Cogió una toalla grande y se la pasó a David, sin decir nada, con una sonrisa de esas que lo dicen todo sin hablar.
Se secaron sin prisa, cruzando miradas que valían más que cualquier frase. Cristina se puso una camiseta suya —de esas grandes que huelen a él— y unas braguitas secas que sacó del cesto. La camiseta le cubría casi hasta medio muslo, pero al echársela por encima, sus pezones aún húmedos se marcaron claramente contra la tela fina.
David se puso solo un pantalón de pijama suelto, sin calzoncillos, y mientras Cristina se recogía el pelo con la toalla, notó que él seguía sentado en el borde de la bañera, mirando al suelo, dándole con el talón a la baldosa. Se acercó y se agachó delante de él.
—¿Estás bien?
David asintió, aunque con esa expresión que pedía permiso para decir algo más.
—Sí… bueno. ¿Puedo preguntarte una cosa un poco tonta?
—Claro.
—¿Te ha gustado? O sea… ¿lo he hecho bien?
Cristina lo miró, se quedó un segundo en silencio, y luego le acarició las mejillas con las manos mojadas.
—Mucho, y lo digo en serio.
Él bajó la mirada, medio encogiéndose de hombros.
—Es que… era mi primera vez. Pensaba que a lo mejor sería un desastre. Que me pondría nervioso, o haría el ridículo.
Cristina sonrió, y sin decir nada, le dio un beso suave en la frente. Luego le sostuvo la cara entre las manos.
—Pues todo lo contrario. Fue real. Bonito. Y muy, muy tú. Y eso… eso me encantó.
Él se rió bajito, con alivio. La rodeó con los brazos y apoyó la frente en su vientre. En ese gesto, su cara quedó justo a la altura de su bajo vientre, donde la tela de la camiseta empezaba a pegarse otra vez al cuerpo húmedo de Cristina. Ella bajó una mano y le acarició el pelo con ternura… pero después, sin previo aviso, le dio un golpecito juguetón con la palma de la mano en el pene ya flácido, por encima del pantalón.
David soltó un pequeño bufido de sorpresa, girando levemente la cadera por reflejo.
—¡Eh!
—¿Qué? —dijo ella con cara de inocente—. Sólo estaba saludando a tu amiguito.
David la miró con una mezcla de morbo y sorpresa, notando cómo su polla, aún algo sensible, se movía de lado a lado bajo el pijama por la sacudida.
—Eso es abuso, ¿lo sabes?
—Llámalo revisión técnica del aparato después del primer uso.
—Vas a matarme.
—Podría, pero me caes bien.
Ella se rió y le plantó un beso fugaz en los labios. Pero justo después, él se puso serio de nuevo.
—Oye… ahora que lo pienso... no hemos usado protección.
Cristina lo miró con calma. Lo cierto es que cuando planearon este finde e hicieron las maletas, ninguno de los dos pensó para nada que podrían necesitar anticonceptivos.
—Lo sé. También lo he pensado. Pero tranquilo, ¿vale? No estoy ovulando estos días. Lo tengo bastante controlado.
David asintió, aunque todavía con algo de preocupación en la mirada.
—Ya… pero... me rayaría mucho si esto se complicara.
—Por eso por si acaso mañana por la mañana voy a la farmacia del pueblo y me tomo la pastilla. Lo tenía pensado ya. Así nos quedamos tranquilos. Yo tampoco pienso jugármela.
Él suspiró, con esa mezcla de alivio y gratitud. La abrazó otra vez, esta vez con el pecho más ligero.
—Gracias. En serio.
—Ahora que lo pienso, ya de paso compraré también una caja de condones —dijo ella dándole un suave tirón de la mano— por si mañana tenemos ganas de repetirlo. Ya sé que la idea que teníamos era volver el lunes por la mañana, pero podemos quedarnos un día entero más, mis padres no vuelven hasta pasado mañana por la tarde.
—Me parece estupendo.
—Oye... ¿Esta noche te vienes a dormir conmigo, no? —preguntó ella mientras apagaba la luz del baño.
—Claro que sí —respondió él, firme.
Subieron descalzos las escaleras, en silencio, con las manos entrelazadas. Entraron en la habitación de Cristina. Olía a verano, a sábanas sin hacer y a tranquilidad. Ella se metió bajo las mantas de un salto, y David la siguió, dejándose caer a su lado.
Cristina apoyó la cabeza en su pecho, con una mano sobre su abdomen.
—¿Estás bien?
—Estoy… lleno. No sé explicarlo. Como si ahora mismo no necesitara nada más.
—Bienvenido a eso que llaman follar —dijo ella, cerrando los ojos.
David rió por lo bajo.
—¿Esto fue eso?
—Tú dime.
Él no respondió. Solo la abrazó más fuerte.
Se quedaron un buen rato así. Ella jugaba con los pelitos de su pecho, él le acariciaba el hombro con calma. Ninguno quería moverse.
—¿Y.... ahora qué somos?¿Novios? —preguntó él al final.
Cristina levantó la cabeza y lo miró, tranquila.
—Lo que queramos ser. Pero después de esta noche… amigos del mismo modo que lo éramos antes seguro que no.
Se besaron una vez más.
La noche siguió lenta. No hubo más sexo. Solo abrazos, algún toqueteo, bromas a media voz y el calor de dos cuerpos que acababan de cruzar una frontera invisible. Se durmieron tarde, entrelazados, con la ventana abierta y el ruido lejano del mar colándose por la rendija.