Mi sacrificio y su castigo

bicharraco

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Antecedentes.

Antes de nada he de decir que no son una pareja que lleven el rol zorra/cornudo. A pesar de ello, la palabra cuernos y similares aparecen de vez en cuando en nuestra conversaciones, tanto escritas como habladas.

No era la primera vez que me visitaba, con permiso de su marido, que de vez en cuando le pide cuernos. Pero esta vez sería distinto.

Después de años de relación (somos casi un trimonio), ella llevaba tiempo insistiendo en que quería que la follase a pelo, aunque antes debía hacerme las correspondientes pruebas para asegurar que todo estaba bien. En el caso de mi rubia, eso debe ser tomado como una orden, tal cual. Menuda es.

Tengo pánico a las agujas, así que lo retrasé todo lo que pude mientras me iba mentalizando para sufrir lo que para mí es una tortura. Y por fin, una visita al "vampiro" y a los pocos días el papel que decía que todo estaba correcto.

No le dije nada a ella, sería una sorpresa. Estaba esperándola en casa, excitado pero también furioso. Follar a pelo a una hembra como ella es un placer para cualquier hombre, y yo lo estaba deseando, pero por otro lado para mí había sido un suplicio. La muy zorra me había hecho pasar un mal trago, un sacrificio que debería tener su correspondiente castigo. Un castigo de los que nos gustan a los dos, pero castigo al fin y al cabo.
 
El encuentro (I).

Avisó por mensaje de que había llegado. A los pocos minutos llamó al timbre. Le abrí la puerta, y nos abrazamos y nos besamos como los amantes que somos, con ternura y también con ansia, después de un tiempo sin habernos visto. Estaba espectacular, como siempre. La muy zorra sabe cómo lucir el cuerpo que tiene. Cuando tenemos una cita, le gusta ir con un vestido ceñido y corto, medias y taconazos. La verdad es que no sabe uno si quedarse embobado disfrutando de la visión de sus formas, o follarla sin contemplaciones como si no hubiese un mañana.

Durante unos instantes disfruté al rodearla con mis brazos, del contacto de su cuerpo contra el mío, de esa calidez tórrida que sólo proporciona una mujer casada y adúltera. Pero mi cabeza estaba en otra cosa. Por un lado quería alegrarla con mi regalo sorpresa. Pero por otro quería castigarla, follarla como una perra, usarla. Quería descargar sobre ella toda la ira acumulada por el mal trago de la maldita aguja.
 
El encuentro (II).

La tomé de la mano y la llevé hasta el salón. El paso firme de sus tacones retumbaba anunciando lo que se venía encima. La conozco, y sabía que a esas alturas, el tanga minúsculo que llevaba puesto estaría ya empezando a empaparse con sus flujos adúlteros.

Entramos en el salón y cerré la puerta. Tomé con una mano el papel con los resultados de los análisis y se lo puse enfrente, dándole el tiempo justo para que comprendiese de qué se trataba. Acto seguido, sin dar tiempo a su reacción, la conduje hasta el sofá. Puse el papel sobre el asiento, a ella la incliné hacia adelante sobre el brazo del sofá, de forma que pudiese leerlo. Le agaché la cabeza, le subí el vestido ceñido hasta la cadera y le bajé las bragas de un tirón brusco. No estaba para mariconadas, quería dejar claro desde el primer momento que era mía y que haría con ella lo que quisiera. A ella, mujer de carácter, le excita sobremanera dejarse poseer, entregarse, someterse, experimentar en su cuerpo el empuje salvaje del macho en celo. A mi vista quedó su grupa desnuda, ofrecida para mí. Ella no hizo por preguntar ni por resistirse, estaba entregada, era mía.

Me bajé los pantalones, y mientras la agarraba del pelo para hundir más su cabeza...:

- Esto es lo que querías, ¿verdad, zorra? Sabes que no me gustan las agujas, y me has obligado a pasar por esto. Ahora te voy a follar como una perra, es lo que mereces.

No le veía la cara, pero a juzgar por lo abierto y chorreando que tenía el coño cuando se la metí de un golpe, sin preliminares, yo diría que tenía esa sonrisa de zorra viciosa que se le pone cuando va a ser mala, cuando la hacen sentir muy puta. Que la hagan sentir muy puta es algo que le encanta.

La agarré de las caderas y comencé a bombear sin miramientos. Por primera vez sentía el calor y la humedad de su coño en mi polla, sin intermediarios. Más sentía ese calor en mi cabeza. En cada embestida no quería follarla. Quería destrozarla, atravesarla, reventarla por dentro. Quería hundir mi polla hasta el fondo de sus entrañas. Sonaban nuestras carnes al chocar, mi pubis contra esas cachas bien puestas que luce. Sonaba contra el suelo de forma acompasada la hebilla de mi cinturón. Sonaban sus gemidos de zorra entregada, entrecortados por cada embestida. Sonaban mis palabras pronunciadas en voz baja, masticándolas:

- Te gusta este castigo, ¿verdad, zorra? Dilo, di lo que me gusta oir
- Soy tu puta
- Repítelo, zorra
- Soy tu puta
- Así me gusta. ¿De quién eres?
- Soy tuya
- ¿Eres mía?
- Sí, soy tuya
- Estabas deseando que te llenara el coño de leche, ¿verdad zorra?
- Sí
 
El encuentro (y III).

Mientras la follaba con saña le decía lo puta que era, a lo que ella respondía con gemidos que casi eran berridos, y que indicaban que cada vez estaba más perra, si es que eso era ya posible.

Mentiría si dijera que la estuve follando media hora. Estaba muy caliente, al igual que ella, y en pocos minutos me corrí como un animal, igual que ella. Durante unos largos instantes agarré con fuerza sus caderas, apretándome contra su grupa para hundir mi virilidad en su coño todo lo que daba de sí. Le hubiese metido los huevos dentro si hubiese podido. Notaba las contracciones de mi polla, una detrás de otra, descargando mi leche dentro de su coño por vez primera. Una vez recuperé la respiración, me retiré, aunque le dije que no se moviese. Allí estaba ella, inclinada sobre el brazo del sofá. Su culo desnudo y ofrecido, las bragas bajadas hasta las rodillas, y sus piernas sobre unos taconazos de vértigo. Faltaba la guinda. Cogí la cámara e inmortalicé el momento: su coño haciendo brotar mi leche, una corrida hecha con vicio, con deseo, pero también con una rabia infinita. Había vaciado mis huevos dentro de ella, literalmente. Sé que cuando volvió a casa, su marido supo valorar la instantánea, y le dio a ella el merecido correctivo por ser tan zorra. Pero eso ya es otra historia.

Después, como siempre, conversación amena, risas, morbo, complicidad, una cena que le preparé con todo cariño, y una noche de sexo desenfrenado, esta vez regando con mi leche su coño infiel y hambriento. Pero eso también es otra historia.
 
Por lo leído, la chica pasaba con hambre, mishhhh (y)(y)(y)
 

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