- Le han dado el traslado a la sucursal de la zona este.
- ¿Que me cuentas? ¿Y cuándo se va?
- La semana que viene. Lo han cambiado a la coordinación tres.
- ¿Pero él no quería irse al distrito Sur con su amiguita?
- Sí, pero allí no hay plaza y parece que le picaba el culo por salir de aquí, una vez que la tipa esa ya estaba fuera. No le debía resultar agradable encontrarse con Miguel y conmigo cada dos por tres.
- Bueno, pues que se joda, ojalá le vaya fatal en el nuevo sitio y su amiga le acabe poniendo los cuernos con un compañero en el distrito Sur.
- Pues fíjate: yo no quiero que les vaya mal. Ojalá sigan y acaben viviendo juntos.
- Enga, no te lo crees ni tú...
- No, en serio: se merecen estar juntos para siempre, ojalá tengan una larga vida de pareja y se devoren en el uno al otro lentamente.
Esta vez no le pasa desapercibido el tono irónico a Luisa.
- ¡Qué cabrona eres!
- Estuve un par de meses pidiéndole que solicitara al traslado y no hacía más que poner pegas. Ahora que se ha ido su coñito le ha faltado tiempo para echar la plaza.
- Mira, aire, lo importante no son esos dos. Como tú dices, ya veremos lo que duran. En el premio llevan la penitencia. Y tú con Miguel ¿cómo vas?
- Pues muy bien, ya conoce a los niños y les ha caído genial.
- Sí, me lo dijiste… yo me refiero a lo otro.
- ¿Lo otro?
- Sí coño, que si os entendéis bien en la cama…
- Eres una cotilla.
- Si estás loca por contármelo, venga ¿qué tal es? yo creo que ya puedo preguntar ¿no? ¿Ha pasado el periodo de prueba?
- En la cama es bueno, me ha sabido coger el punto. No es impaciente y me deja mandar a mí. Además, estamos descubriendo nuevas cosas.
- Nuevas cosas... ¿cómo de nuevas?
- Muy nuevas.
- Empieza ya a largar que me tienes en ascuas ¿quieres decir que haces cosas con él que no hacías con Paco?
- Pues sí.
- Soy toda oídos.
- Bueno ¿te acuerdas aquella vez que hablamos de nuestras fantasías sexuales?
- Sí, yo todavía tengo pendiente la mía.
- Pues hija, veraneando en Rota no sé qué dificultad tienes en buscarte un chico de color. En la Base los tienes a puñados.
- Todavía te acuerdas ¿eh? ¡Anda que se te va a olvidar!
- Pues claro que me acuerdo ¿y tú te acuerdas de la mía?
- ¿La de follarte a Brad Pitt?
- Esa la doy por imposible, me refiero a la otra.
Luisa se para un rato a pensar y luego abre los ojos mucho.
- Tía, no jodas que...
Beatriz afirma con una sonrisa traviesa.
- ¡Has follado en un probador!
- Ya hemos visitado los del Zara y los del Mango...Y tenemos pensado seguir.
- Pero cómo...
- Pues ya ves, que estábamos de tiendas, que esa es otra - interrumpe Beatriz - que ir con Paco de tiendas era un coñazo, pero Miguel me acompaña y además tiene buen gusto para opinar.
- Claro, seguro, porque te dice que sí a todo, incluso a montártelo en un probador.
Las dos se ríen con ganas.
- Pues eso, que le pedí que pasara un momento para ver cómo me quedaba en vez de salir y yo no sé lo que me pasó. Me acordé de este tema y.... algo me entró por el cuerpo. Le comí la boca y claro una cosa llevó a la otra.
- Sí claro, en el momento que te das un beso con tu novio en un probador ya tienes que acabar follándotelo.
- ¡Es que tú no sabes qué beso, guapa!
- En fin, que ahora en vez de iros de hotel os vais de probadores. Qué vergüenza, parecéis adolescentes en celo. Os van a acabar pillando.
- No creo, es un rapidín, ya sabes, y solo en sitios y momentos favorables.
- Cualquier agujero es trinchera cuando hay guerra. Chica te veo muy subidita, me da mí que como te pille el calentón tú eres capaz de montártelo encima del mostrador de información del Carrefour.
- Pues ¿sabes qué? que no está tan mal volver a hacer alguna locura de vez en cuando. Es algo que echaba muy de menos.
- Di que sí, tú suéltate el pelo.
- Oye, el fin de semana que viene le tocan los niños a Paco. Si quieres salimos juntas a cenar y buscamos tu negro, que me parece que te estás poniendo un poquito envidiosa.
- Vale a lo de la cena, lo otro ya veremos.
Las dos amigas se despiden. Luisa vuelve al trabajo, Beatriz coge el coche y conduce hacia su casa, exactamente igual que hace unos meses, igual que aquel mediodía en que la víbora de la duda le mordió. En ese momento todavía no lo sabía, pero el veneno pondría patas arribas toda su vida tal y como la conocía hasta entonces. Ahora echa la vista atrás, pero no como en aquella ocasión para descubrir pasmada que efectivamente había habido un cambio de hábitos en su pareja, sino para recordar de dónde le viene la fantasía de hacerlo en un probador. Eso no se lo ha contado a Luisa.
Fue muy jovencita, con su amiga Inma. Todavía iban las dos al instituto. Instituto privado en el centro, falda de tablitas y calcetines altos, con polo de manga corta. El típico tópico de las colegialas hecho una postal. A la hora de la salida, antes de coger el autobús, siempre se entretenían por el bulevar viendo tiendas, tomándose un refresco o acompañando a las compañeras que ya fumaban en los bancos, junto a los parterres. Sin embargo, su sitio favorito era el Corte Inglés cercano dónde pasaban mucho tiempo recorriendo las distintas plantas. Ella siempre a rebufo de Inma, la líder, la lanzada, la que quería probarlo todo, la rebelde. Fue tan íntima o más como ahora lo es de Luisa, aunque ya hace muchos años que se perdieron la pista.
Hubo una temporada en que a su amiga le dio por hacer pequeños robos. Con total y absoluto descaro, conscientes de que su pinta de chicas bien jugaba a su favor, no vacilaba en robar material escolar: pequeñas libretitas, bolis, gomas de borrar e incluso se animó con alguna que otra pequeña prenda como camisetas o bikinis. Bea la acompañaba pero jamás robó nada ni quiso aceptar que ella le regalara nada mangado. Pero el caso es que era muy emocionante participar en aquellas incursiones, viendo como su amiga sirlaba aquello que tenía ocasión. Esa mezcla de temor y pánico a que la pillaran y de emoción por hacer algo prohibido, acabó gustándole. Era como montarse en la montaña rusa del parque de atracciones: un subidón impresionante que luego las dejaba flojas de la risa cuando salían a la calle.
A veces se metían en los probadores para charlar y planificar su estrategia, simulando que se estaban probando ropa, o para ver lo que Inma había cogido y si merecía la pena arriesgarse a salir o no con ello en los bolsillos. El subidón a veces era suficiente y dejaban la mercancía allí en el probador. Este fue también el escenario de otro momento emocionante para Beatriz que fue su primer beso. Se lo dio Inma. A las dos les dio la risa y a ella le pareció un poco asqueroso porque intentó meterle la lengua.
- Si esto es como besarse con un chico vaya rollo, yo me lo había imaginado de otra forma.
- Con un chico es diferente. Te gustará, ya lo verás – le aseveró su amiga.
Y efectivamente llegó el día de comprobarlo. En el sexo Inma también era la que iba de líder, era la más lanzada. Estaba enrollada con un chico de otro curso. En realidad los chicos iban y venían, casi nunca estaba mucho tiempo con el mismo. Este era la última adquisición: un chaval formalote, guapo y un poco tímido. Es el primer chico que le caía bien a Beatriz de todos los que habían salido con su amiga, así que a esta no se le ocurrió otra cosa que pedirle que la besara.
- Me tienes que hacer un favor. A ver, nunca la ha besado un chico así que vamos donde siempre que mi amiga quiere estrenarse.
Donde siempre eran los probadores del Corte Inglés, por lo visto, también era su lugar para meterse mano.
Esta vez Beatriz estaba más nerviosa que cuando iban a robar. Se preguntaba una y otra vez cómo se había dejado llevar allí para que el chico la besara, pero la verdad es que estaba eufórica y expectante. Como con los pequeños robos de los que se justificaba diciendo que, aunque participaba, ella ni robaba ni se quedaba con nada, aquí por un lado lo estaba deseando y por otro se justificaba, pensando en que no iba a dejar sola a su amiga. Cuando llegaron a la zona de probadores le temblaban las piernas.
- Entrad que yo vigilo - le dijo Inma.
A esas horas no había mucho movimiento pero por algún motivo ella pensó que tenía que hacer algo rápido, así que tomó la iniciativa de echar los brazos al cuello del chico, entreabrir los labios y cerrar los ojos esperando el beso que no tardó en llegar. Inma tenía razón, con un chico era diferente, no tanto por ser con un chico, sino porque ella lo esperaba de otra manera. No le molestó la presión de los labios tibios, ni la humedad de su lengua, ni le dio asco la saliva que intercambiaron. A ver, que tampoco es que tuvieran un orgasmo, simplemente es algo que le resultó ligeramente agradable. Luego se salió rápidamente y dijo:
- Ya está.
- ¿Cómo que ya está? ¿Es que no quieres repetir ni hacer nada más?
Ella negó con la cabeza a pesar de que ganas sí que tenía. Otra cosa es que no se creyera preparada, ni considerara que ese fuera el sitio ni el lugar adecuado para estrenarse con un chico.
- Vale, pues entonces me toca - dijo Inma guiñándole un ojo y metiéndose en el probador con el chaval que esperaba sin saber muy bien de que iba todo aquello.
Aunque ella ya lo sabía, pronto quedó claro que su amiga tenía bastante más experiencia besando y haciendo otras cosas. A través de la puerta que dejó entreabierta para que la avisara por si venía alguien, y también para que pudiera observar en primera fila lo que otras veces había oído solo de palabra. Pudo ver el juego de lenguas en movimiento, los brazos que se aferraban a los cuerpos rodeándolos como serpientes, los mordiscos en los labios, los chupetones en el cuello que sonaban como ventosas despegándose, y finalmente, como las manos del chaval desaparecían debajo de la faldita sin que su amiga pusiera ninguna objeción, más bien al contrario, fue ella misma la que tras un rato de juegos, se bajó las braguitas hasta las rodillas y dirigió la mano del chico hacia su sexo.
Entonces, azorada, sí aparto la mirada. Los gemidos sin embargo continuaron creciendo en sus oídos, incrustándose en su mente. Si cierra los ojos, todavía hoy día puede escuchar nítidamente como pasaron de ser suaves jadeos espaciados en el tiempo, interrumpidos con alguna que otra palabra como “¡ahí, frota y sigue, sigue!” para acabar convirtiéndose en gemidos más continuados y audibles, que la obligaron a acercarse para alertar a su amiga de que se empezaba a escuchar todo.
No fue capaz de articular el aviso en forma de palabra cuando la vio con las piernas cerrándose y abriéndose alternativamente, mientras que el chico movía la mano debajo de la falda y la seguía besando. Hasta que finalmente, colgada de su cuello, cerró definitivamente las piernas y emitió una especie de aullido mientras movía la pelvis compulsivamente y se corría de pie, con los ojos en blanco, el cuerpo tenso y estirado y la mano aferrando la muñeca del chico, no sabía si en un intento por mantenerla en su entrepierna, o de separarla, porque el placer le provocaba una cosquillas tan intensas que no podía soportarlas.
Se quedó allí un rato con los ojos fijos en el techo, los labios rosas abiertos, reclamando aire para sus pulmones que hacían que su pecho se moviera arriba y abajo en su polo. Cuando por fin Inma pudo reaccionar, se separó del chico, se subió a las bragas acomodándoselas bien y coqueta, se compuso delante del espejo. Beatriz pensaba que todo había acabado, pero no. Su amiga, con una sonrisa burlona, dijo mirándola a ella directamente:
- Como mi chico se ha portado bien, ahora le toca a él. Si tú me das placer, yo te doy también - le dijo besándolo en la boca.
Después le abrió la bragueta y le sacó el pene. Era el primero que veía en vivo y en directo Beatriz. Le pareció un poco pequeño en comparación con el cuerpo del chico, no muy largo pero gordito, con mucho pelo en la base, muy distinto en tamaño y en forma a lo que ya había visto en revistas porno. Inma siguió besándole por encima de la ropa mientras bajaba por su pecho y llegó hasta su vientre, continuando hasta que su boca y la mano que masturbaba el chaval se encontraron.
¿No iría a…?
El corazón se le va a salir a Bea. Hasta entonces había estado más interesada y curiosa que excitada. Ahora estaba impactada y se sentía un poco rara y extraña. Se apreciaba encendida, más aún que en sus momentos mayores de calentura, más que en cualquiera de sus fantasías masturbatorias hasta el momento. Era una sensación distinta esta vez, poderosa e intensa. Ahora entendía a su amiga cuando hablaba del sexo real y no del imaginado. Sus pechos (en aquella época todavía no muy grandes) se le erizaron y adquirieron una sensibilidad brutal. Notó un retorcijón de barriga y, algo más abajo, un cosquilleo, una vibración que acabó por convertirse en latido dentro de su sexo. Tuvo unos deseos irreprimibles de tocarse. La mano se le fue sola al pubis pero solo se rozó un poco por encima de la falta sin atreverse a más.
Inma acarició con su lengua la base del pene y luego jugueteó también un poco con el glande hasta que por fin, ante los ojos incrédulos de Bea, se metió la punta en la boca y comenzó a succionar, primero con cuidado, casi con mimo, y luego de forma un poco más brusca, con glotonería. No estuvo mucho tiempo, apenas llegó al minuto y después con la mano empezó de nuevo a masturbarlo.
- Ven - la invitó.
Aquellas palabras la hicieron estremecerse de cuerpo entero, a pesar de lo cual negó con la cabeza.
- No seas tonta, ven ¿no quieres tomarla?
Todavía negó dos veces más como San Pedro hasta que por fin, ante la insistencia de su amiga, se metió en el vestidor y alargó la mano temblorosa. Primero con un tacto dócil, como temiendo que le fuera a morder. Era un trozo de carne duro, caliente pero suave al tacto, casi agradable. Ella se lo había imaginado algo más viscoso, más áspero, pero le gustó el contacto. Inma retiró la mano y ella ocupó su lugar intentando moverla arriba y abajo como había visto hacer a su amiga. Pudo percibir como el chico reaccionaba a su masaje. Era como si le hubieran dado una pequeña descarga eléctrica. Se dio perfectamente cuenta de cómo la verga cabeceaba y se estiraba todavía algo más. Por algún motivo que desconocía, al chico le ponía más cachondo su mano que la de su amiga. Quizás fuera porque sabía que tocaba por primera vez una polla, porque ella le gustaba más, porque era una mano distinta, no podía adivinarlo, solo sabía que era plenamente consciente del efecto mágico que había causado en aquel chaval.
Estaba como obnubilada, tanto que finalmente se quedó agarrotada y fue incapaz de seguir mientras el chico movía su cintura buscando que continuara la caricia. Inma la tomó de nuevo y pudo ver como el pene parecía contraerse y expandirse en breves latidos, que al final desembocaron en que el chico se derramara sobre el suelo del probador. Un chorro de semen y luego varios goterones que cayeron pesadamente al suelo. Inma sacó de su mochila unas servilletas de papel, se limpió la mano con una, le dio la otra al chico para que se aseara y tiró una tercera al suelo limpiando con el pie, o más bien emborronando y extendiendo el semen para que al menos no tuviera el aspecto de lo que evidentemente era.
- Vámonos que ya estamos tardando. Llevamos mucho rato aquí y se van a oler que estamos haciendo algo.
Ni Beatriz ni el muchacho necesitaron que se lo repitiera. Salieron los tres como alma que llevaba el diablo y se despidieron a la puerta del corte inglés. Él por un lado y ella e Inma por otro, a coger el autobús de vuelta a casa. Allí, una vez sentadas, la tensión acumulada estalló en un coro de risas que les impidió hablar casi durante todo el trayecto. Cada vez que intentaban decir algo, una carcajada les brotaba de la garganta.
- ¿Te ha gustado?
- No lo sé - contestó ella confusa y todavía un poco nerviosa.
Pero sí, sí que le había gustado porque desde entonces no se quita esas imágenes de su cabeza y reconstruye lo sucedido aportando con su fantasía distintas variantes. Durante los meses siguientes rara fue una masturbación que no tuviera como ingredientes un probador, su amiga y el chico. A veces era ella la que adoptaba el papel de Inma y se dejaba tocar consiguiendo llegar al orgasmo. Otras, se imaginaba perdiendo la virginidad así, fornicando en distintas posturas o chupándole al chico como había hecho su amiga pero hasta el final, hasta conseguir que se corriera llevándolo al clímax con su mano e incluso con sus pechos.
Con cada muchacho que le gustaba o incluso en algún pensamiento lésbico con Inma, también se visualizaba entre aquellas débiles paredes y cortinas, tramando mil variantes cada vez más obscenas. Cosas que nunca compartió con nadie y que solo hizo un tímido intento de poner en práctica con su marido. No solían ir juntos de compras porque tenían gustos distintos y se impacientaban y se estorbaban. Pero una de las veces que sí lo hicieron, ella lo animó a pasar al probador para que viera una lencería que se había comprado. El mensaje no podía ser más explícito y ella se arrancó a besarlo. El mimo fue recibido con agrado por su marido pero inexplicablemente, cuando ella llevó las manos a su entrepierna, Paco dio un salto atrás confundido:
- Pero ¿qué haces? ¿Estás loca? ¡Que nos van a oír!
Reaccionó sintiéndose atacado, como molesto, lo cual le quitó las ganas de volver a probar. Sí que lo hicieron alguna vez en la playa, en alguna cala escondida, en la montaña, incluso en un albergue donde compartían habitación con otros peregrinos en el camino de Santiago, de forma callada, silenciosa, bajo las mantas, pero nada de eso le supuso una especial excitación, al menos no tanto como imaginarse montándoselo en un probador. Esa era la fantasía, esa y no hacerlo en ningún otro sitio.
A estas alturas Beatriz no está para medias tintas, ni para perder ningún tren después de su divorcio. Quiere beberse el mundo a tragos y no dejar para mañana lo que pueda hacer hoy. Tiene que ser aquí y ahora, y si algo quiere, tiene que pedirlo, no esperar a que se lo den o que alguien adivine sus intenciones. Por eso aquel día con Miguel no se lo pensó dos veces y acertó. Al principio se quedó sorprendido cuando le pidió que entrara para ver cómo le quedaba una falda y, más aún, cuando se colgó de su cuello y lo besó en la boca con toda la pasión y todas las ganas de que fue capaz. Pero Miguel no la rechazó. Al contrario de Paco, se apretó contra ella dejándose llevar aunque sin tomar la iniciativa. Cuando Beatriz corrió la cortina para no dejar resquicios libres y llevó uno de las manos de Miguel a sus nalgas, quedó claro lo que pretendía. Y Miguel se lo dio. Primero en forma de besos y caricias. Luego en forma de magreos, de dedos que desaparecían entre su entrepierna, de yemas que se frotaban contra su clítoris, de falanges que buscaban penetrar por sus agujeros. Por fin, se vio a sí misma arrodillada y chupándosela con ganas, masturbándolo hasta ponérsela dura como un hierro. Él se sentó en el banco y ella (de espaldas y en cuclillas) se apoyó en sus muslos y movió el culo buscando el contacto con su pene, hasta conseguir maniobrar de forma que, venciendo la incomodidad, pudo apuntarlo a su interior y conseguir que entrara. Bea se movió para sentirla todavía más y luego empezó a hacer sentadillas, follándoselo hasta que Miguel no pudo aguantar y la tomó de las caderas empalándola, manteniéndola quieta mientras se corría. Ella no se la sacó, se quedó allí masturbándose, sintiendo la humedad en su interior y la verga todavía dura empujando hacia el fondo de su vagina. Tuvo un orgasmo tremendo pese a lo incómodo del sitio, intentando contener sus jadeos pero sin poder evitar dar varios golpes a las paredes, con dificultad para mantener el equilibrio. Cuando salieron estaba colorada como un tomate pero feliz. Parecía que acababa de robar una caja de rotuladores con Inma y que una vez más navegaba hacia la felicidad y la inconsciencia de la adolescencia. Miguel movía la cabeza, incrédulo, mientras la llevaba cogida de la cintura:
- Pero ¿qué hemos hecho? ¡Estamos locos!
- Pues a mí me ha gustado y quiero repetir - dijo ella segura de sí misma mientras Miguel la miraba con deseo no exento de sorpresa.
Sí, había pasado una mala racha, su vida se había torcido, pero ese cambio de dirección la había llevado a un sitio mejor.
“Mi vida va a ser una aventura” pensó mientras conducía de vuelta a su casa.
“Érase una mujer mordida por la víbora de la duda”.
“Érase una mujer en la que anida el veneno de la sospecha”.
“Érase que las sospechas resultan ser dolorosamente ciertas”.
“Érase una mujer dispuesta a dar una segunda oportunidad”.
“Érase que la venganza es el camino”.
“Érase un desenlace inesperado”.
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