Fantasías sexuales de las españolas 2º parte (sección infidelidad)

Pues no vería mal que le paguen con la misma moneda Beatriz y Miguel y, porque no que terminen juntos.
Es lógica la reacción de Miguel, porque es algo difícil de asimilar, pero seguro que vuelven a hablar y yo creo que algo más que hablar.
 
“Érase una mujer mordida por la víbora de la duda”.

“Érase una mujer en la que anida el veneno de la sospecha”.

“Érase que las sospechas resultan ser dolorosamente ciertas”.

“Érase una mujer dispuesta a dar una segunda oportunidad”.

“Érase que la venganza es el camino”.

“Érase un desenlace inesperado”.






Han pasado varias semanas. Beatriz ha vuelto a llorar en ese tiempo varias veces más, pero ha sido un llanto sanador que le ha servido para desahogarse y asumir su nueva condición de madre en proceso de divorcio. Como un abono que iguala el terreno, cubriendo lo malo y venenoso y lo prepara para que florezca de nuevo la vida, su vida.

No se arrepiente del paso que ha dado. Todo parecen ser dificultades, contratiempos, pero esto se afronta de forma distinta cuando ya tienes claro tu camino. Y ella ya está segura de que el suyo va en otra dirección que el de Paco.

Hay rumores. Casi todos indican que su marido sigue liado con su compañera. Hasta es posible que después de todo, aquello no sea una simple una simple aventura, sino que realmente haya algo más profundo, pero eso a ella ya no le importa. Como ya tampoco le afectan los rumores, ni que nadie la señale con la mirada como la protagonista de uno de los cotilleos más suculentos de la central. De hecho, le ha pedido a su amiga Luisa que deje de comentarle nada del tema. Ya no le interesa nada de lo que se pueda decir o acontecer sobre el motivo de su separación. Le ha costado un poco de trabajo, pero por fin ignora a todos aquellos que murmuran de ella y se queda solo con los pocos que han demostrado estar de su lado (como su amiga), o al menos, aquellos que han procurado no molestarla ni agobiarla sabiendo el mal momento que pasaba.

Ha recuperado estabilidad y equilibrio pero todavía le queda un largo camino por delante. La herida, aunque esté cicatrizando todavía duele. Un paso detrás de otro, así empieza un camino de mil kilómetros, dice el refrán, y en eso está ella: dando pasos después de haberse levantado, sin contarlos, sin importarle que sean muchos o pocos o que la lleven cerca o lejos, simplemente le basta con saber que camina. Así que ahí está en su mesa, concentrada en su trabajo, cuando recibe una visita inesperada. Lo ve entrar a la sala y se encoge un poco. Es Miguel, el marido de la adúltera. Desde que hablaron se ha cruzado varias veces por la central y él no le ha dirigido la palabra, solo miradas cargadas de enfado, de forma que ha preferido mantener la distancia. Intentando contarle la verdad ha quedado como la mala de la película así que mejor ni acercarse. Pero él sí parece dispuesto a aproximarse a ella porque viene en línea recta hasta su mesa. Cuando quedan unos metros las dos miradas conectan y ella se yergue dejando de ocultarse tras el monitor. Sea lo que sea, no se va a esconder, no va con su carácter y en su nueva situación tampoco la beneficia dar pasos atrás, de modo que está dispuesta a enfrentarse a lo que venga. Pero Miguel cambia la mueca tensionada de su rostro y aunque su cara sigue siendo de preocupación, al menos ya no refleja animadversión hacia ella como todas las otras veces que se han cruzado. Es el primero en romper el silencio que durante apenas un par de segundos se ha establecido entre los dos.

- Hola ¿eras Beatriz verdad?

Ella sigue muda y simplemente asiente con la cabeza en un movimiento apenas perceptible, a la espera, sin saber muy bien en qué plan viene.

- Beatriz quería hablar contigo un momento. Por favor - añade al ver que ella no le contesta y previniendo una posible negativa.

Finalmente, Beatriz cede, más por una fatalista curiosidad acerca de cuál es el reproche o la movida que este quiere plantearle que por gusto. Ya ha aprendido con su marido que no es bueno dejar cabos sueltos atrás, así que si todavía tienen algún pleito pendiente, mejor saber de qué se trata y enfrentarlo.

- De acuerdo, hablemos.

- Podemos salir al bar donde estuvimos aquella vez.

- Si no te importa, tengo mucho trabajo y prefiero quedarme en la central.

Beatriz no está muy dispuesta a irse sola con Miguel, no después de su reacción la primera vez que hablaron y de cómo la ha mirado durante todos estos días. El otro se queda un poco desorientado, no parece tener plan B y tampoco le agrada conversar a la vista de todos. Es ella misma la que le saca del apuro señalando una de las salas de reuniones. Se dirigen hacia allí y Bea entra, sentándose lo más cerca posible de la puerta y dejando esta entre abierta por lo que pueda suceder. Si la cosa se pone violenta o desagradable quiere tener la opción de volver rápidamente a la seguridad de su oficina. Miguel se sienta al otro lado de la mesa, frente a ella, lo cual la tranquiliza.

- Bueno, pues tú dirás…

El otro se remueve inquieto y, por primera vez desde que entró en la oficina, fija sus ojos en los de Beatriz.

- Quería perderte perdón.

- ¿Cómo dices?

- Digo que te pido perdón: tú tenías razón.

Beatriz no sabe por qué, pero se pone colorada. Su cuerpo se relaja abandonando la tensa prevención con la que esperaba enfrentarse al hombre. Exhala el aire como si estuviese en una de sus clases de yoga y percibe una mezcla de sentimientos, que comienzan con la satisfacción de que le den la razón pero que acaban volviéndose amargos.

- ¿Los has descubierto?

- No, yo no.

Puede ver cómo se contrae su cara en un gesto de rabia y de dolor que entiende muy bien, le lleva unos meses de adelanto pero ella también ha pasado por esa primera fase. Cuando más duele la herida es justo cuando te la hacen.

- Lo siento, ojalá yo hubiera estado equivocada.

- No, no lo estabas: tú sabías que yo era el equivocado. Te agradezco tu valentía para venir a contármelo y también te agradezco que me hayas soportado sin mandarme a la mierda durante todas estas semanas, me he portado como un auténtico gilipollas contigo.

- No tienes que disculparte, sé lo difícil que es aceptar que tu pareja te engaña. En los primeros instantes yo tampoco me lo creí y eso que me lo dijo mi mejor amiga. Fui tan tonta que incluso estuve a punto de ponerlo sobre aviso contándole el chisme. Si me hubiera ido con él ese día en el coche para casa se lo habría dicho, pero tenía que visitar clientes y no nos vimos hasta por la noche. En ese tiempo pensé en una cosa que me dijeron, en si no noté un cambio de hábitos extraño o si no había nada que me hiciera sospechar. Como tenía tiempo para recapacitar lo hice y resulta que sí, que en los últimos meses había hecho cosas raras.

- Pues yo sí lo hice.

- Perdona ¿qué hiciste?

- Pues eso, ponerla sobre aviso el mismo día que viniste a contármelo.

- Miguel, creo que voy a aceptar ese café.


 
Es la hora de comer. Desde hace una semana, Bea deja a sus hijos en el comedor escolar. No están nada contentos pero ella les ha prometido que solo será un par de meses, hasta las vacaciones, luego ajustará la logística a la nueva situación familiar. Tiene el compromiso de su jefe de darle horario flexible a la vuelta. El no tener que recogerlos del colegio ni tener que estar preocupada de hacerles la comida le da la vida en estos momentos tan turbulentos. Ella no tiene problema en apañarse con cualquier cosa al mediodía, allí mismo, en la central. Así le queda tiempo libre para todo lo que ahora tiene que hacer sola, sin ayuda de Paco.

Descuelga el teléfono. Hoy va a tocar comerse un serranito de esos tan buenos que ponen en el bar del final de la calle.

- Luisa ¿Te has traído comida?

- Sí - contesta su amiga.

- Pues déjala en el tupper que hoy te invito yo a comer fuera.

- Si ya está descongelada… te la cambio por un café después.

- De eso nada. Tenemos que hablar, no te vas a creer quién ha venido a verme hoy.

- ¿Paco?

- Frío.

- No sé... ¡Venga, dímelo!

- Si quieres saberlo tienes que almorzar conmigo. A las tres en la puerta.

Ambas amigas han dado cuenta de dos serranitos completos. Filete de pechuga, pimiento y loncha de jamón, que han acompañado con una tapa de ensaladilla y un par de cervezas. Esperan los cafés y mientras, Luisa continúa insaciable demandando detalles.

- Y ¿cómo se enteró al final?

- Bueno, porque su mujer es una petarda, igual que mi marido. Si no hubiera dado de que hablar...

Luisa pone una cara de impaciencia.

- Enga ¿me lo cuentas o qué?

- Esto que no salga de aquí, ya tengo bastantes chismes a mi alrededor y el hombre este también lo está pasando mal.

- Me ofendes guapa.

Beatriz dispone un gesto conciliador antes de continuar.

- A ver, te lo tenía que advertir. De verdad que el tío está hecho polvo. Lo último que necesita es que la gente tenga más material para seguir señalándolo. Yo sé perfectamente lo que es eso. ¿Te acuerdas el día que fui a hablar con él? Pues esa misma tarde se lo contó a su mujer. Era exactamente lo mismo que yo tenía pensado hacer con Paco cuando me lo dijiste. Pero luego me acordé de tus palabras, ya sabes, eso de que si había cambiado de costumbres o de hábitos.

- Sí, sí, ya me lo contaste.

- Bien, pues este ni siquiera se lo pensó. Me debió tomar por una chalada. Y la verdad es que la tipa esta lo tenía bien preparado porque esa fue la movida que ella se montó. Seguramente Paco ya le había dicho que yo lo sabía, así que estaba prevenida. Le dijo que yo era una loca celosa, que tenía muy buen rollo con Paco, que se compenetraban muy bien en el trabajo pero que la gente era muy chismosa y tenía la lengua muy larga. Se inventaban cosas que eran mentira. También que yo me las había creído y que había montado un pollo. Que incluso había echado a Paco de su casa sin razón y que no era la primera vez que tenía ataques de celos con otras compañeras de su marido. Básicamente, que yo era una desequilibrada y una tóxica.

- ¡Qué hija de la grandísima puta!

- Pues eso. Adivina a quién creyó Miguel ¿A una desconocida con pinta de desequilibrada por no haber dormido en toda la noche o a su amantísima esposa? No hacía falta que me lo jurara, ya sabes lo que pasaba cada vez que me cruzaba con él: si las miradas matasen yo ya no estaría viva.

- Entonces, cómo...

- Miguel es amigo de Juan Barrientos.

Luisa enmarca las cejas en un gesto de interrogación.

- Lo conocerás seguramente de vista, es otro ingeniero de apoyo a ventas. Durante un tiempo Miguel y él fueron compañeros. Son un poco como tú y yo, se conocen desde hace mucho tiempo y son casi íntimos. Un día estaban de cañas y comentaban chismes de la central. Miguel le contó el episodio que habíamos tenido. Bueno ya te imaginas la historia: “la colgada esta de marketing, pues no viene un día y me dice que mi mujer me pone los cuernos con su marido. Menuda loca celosa...” El caso es que no le gustó la reacción de Juan. El otro puso una cara de circunstancias que lo delató. Fue solo un momento, luego le siguió la corriente diciendo que sí, que seguramente serían chismes sin fundamento. Pero por un instante resultó evidente que algo sabía.

>> “¿Tú has oído esos chismes?” Le preguntó escamado. La incomodidad del otro continuaba. No sabía si seguir la corriente y meterse la lengua en el culo o si contar lo que sabía. Al final le pasó como a ti, era un buen amigo y no se lo calló.

Beatriz le reproduce palabra por palabra la conversación que Miguel le relató.

- Mira, algo he oído, pero seguramente sea lo que tú dices: historias de una tía celosa.

- Y ¿qué es exactamente lo que has escuchado?

- Pues eso, historias de que Maite y el tío ese se llevan muy bien.

- ¿Como de bien?

- ¡Joder, Miguel! ¡No te rayes! Como tu mujer te ha dicho, son solo habladurías.

- ¿Y quién te lo contado?


Bea retoma la conversación.

- Juan no quería concretar el chisme. Le había venido por dos o tres sujetos distintos y prefería no dar nombres. La cosa ese día quedó ahí, pero a partir de entonces, Miguel no paraba de darle vueltas a la cabeza. Le pasó un poco como a mí: ahora no dejaba de analizar todo lo que hacía su mujer. No tenía muchas certezas pero todo le parecía sospechoso.

<< Como había confianza, le preguntó a Juan una vez más quien le había contado el rumor. Quería saber si era alguien fiable o simplemente un charlatán. Estaba deseando ir a buscarlo para taparle la boca. El Barrientos buscó una solución de compromiso, no quería que nadie se liara a tortas por su culpa en la central. Le dijo que conocía a alguien en la unidad de su mujer. Era un compañero de confianza, habían estado juntos en Barcelona y mantenían buena amistad. No estaba en la misma coordinación pero sí conocía muy bien a su mujer, a su jefe y a todos los del departamento.

- “Es un tío fiable, si quieres le pregunto a él. Si hay alguien propagando rumores desde la misma coordinación seguro que lo sabe. Pero hablo yo con él, tú te estás quieto que no quiero movidas ni verme señalado. Le pregunto discretamente, como quien no quiere la cosa y a ver qué me cuenta”.

Cuando Miguel se volvió a reunir con él supo por su cara que eran malas noticias.

- “¿Qué pasa? ¿Qué te ha dicho?”

- A ver…

- Sin rodeos Juan ¿quién está propagando esas cosas de mi mujer?

- Todo el mundo en la unidad habla de ese tema.

- Pero ¿cómo es posible? ¡La gente es gilipollas!

- Mira Miguel, es verdad que la gente es muy chismosa pero ese es no es el problema. El problema es que este hombre me asegura que cree que es cierto. Y no solo él. Te puedo confirmar que no es un bocachancla. Lo conozco y te aseguro que está convencido de lo que dice.

- ¿Me estás diciendo que mi mujer me pone los cuernos?

- Yo no te estoy diciendo nada, eso tendrás que averiguarlo tú. Tú me preguntaste si había rumores y yo te digo que sí.


- Bueno, tendrías que haber visto la cara del chico mientras me lo contaba. No te puedes imaginar Luisa, estaba descompuesto. Yo era la primera persona con la que hablaba de este tema. A partir de ahí empezó a fijarse en lo que hacía su mujer y efectivamente la pilló en alguna que otra contradicción. Esta vez no le dijo nada, cuando veía algo que no le cuadraba simplemente se callaba. Al final optó por contratar un detective privado

- ¿Qué me dices? ¡Qué fuerte!

- Pues sí, no tardó ni diez días en pillarlos. Ahora lo tenían a huevo porque Paco tenía total disponibilidad y habitación de hotel. La muy idiota, incluso sabiendo que había puesto sobre aviso a su marido creía que tenía la partida en su mano y no se cortó un pelo, seguía viéndose con el mío. Estaba segura que Miguel no la iba a pillar porque lo tenía más o menos controlado, lo que nunca se imaginó fue que contratara a un detective.

- ¿Y el detective la vio con Paco?

- Hay fotos de los dos juntos entrando en el hotel. Incluso saliendo de la habitación. Miguel me dio un sobre con toda la documentación y el informe de seguimiento.

- ¿Que te dio qué?

- Sí, fue su forma de pedirme perdón por no haberlo creído. Dice que eso me podrá ayudar igual que a él para conseguir un mejor acuerdo de divorcio. Son pruebas de la infidelidad. Yo a cambio le di el teléfono de mi abogada, la que me está llevando los papeles y asesorando. Es muy buena.

- Tía, me dejas de piedra.

Beatriz mueve la cabeza pensativa

- Tendrías que haberlo visto, Luisa. Era yo misma hace un par de meses. Nos entendíamos casi sin hablar. Ese hombre está roto. Tiene claro lo que quiere hacer pero todavía no es capaz de reaccionar. Sigue viviendo con ella, acostándose con ella, comiendo con ella, viendo como sigue con su vida feliz y contenta mientras le pone los cuernos. No sabe cómo ni cuándo se lo va a decir.

- ¿Todo eso te ha contado? ¡Coño con el que no te hablaba!

- Es buena gente ¿sabes? no le culpo. Es más, le entiendo perfectamente. Y ha tenido el detalle de venir a pedirme perdón.

- Eso es verdad - concluye Luisa dando un sorbo al café que le acaban de servir.
 
Lo tiene bien fácil Miguel, mandarla a paseo cuanto antes.
Lo que es lamentable y de vergüenza es que la gente se ponga de parte del infiel en vez de ser este el señalado. Aquí Bea fue la que ha hecho las cosas bien y demasiado que le dio una segunda oportunidad y el muy carajotea la desaprovecha.
Debería dejar de dar vueltas a las cosas y divorciarse de ella, aunque sea duro. No hay otra salida.
 
Han pasado varias semanas y Luisa se cruza con una sonriente Beatriz.

- ¿Dónde vas tan temprano?

- A tomar un café con Miguel.

- ¿Otra vez me pones los cuernos con él? - Contesta aparentando enfado.

- Es que tenemos que hablar: ayer tuvo el juicio de separación.

- ¿Y?

- Pues parece que al final ha habido acuerdo. Ella llevaba las de perder.

- Quedáis mucho vosotros dos ¿no? - pregunta con malicia.

- ¡Ay! no te me pongas arisca que luego me tomo una caña contigo y te cuento.

- Muy bien, estaré esperando, no te vayas a olvidar que te veo últimamente muy despistada con tu nuevo amigo.

- Mira que eres mala - le regaña Beatriz que sin embargo no puede evitar que le brillen los ojos.

La observa irse caminando rápido, con una energía y un desparpajo que la hace sonreír. Se alegra mucho por su amiga. Hace apenas un mes y medio estaba hecha un trapo viejo, pero ahora la ve otra vez en forma, más incluso que en los últimos años de su matrimonio. Y eso que hay cosas que Beatriz todavía no le ha contado, está esperando el momento.

Que ella y Miguel se ven a menudo en el trabajo no es ningún secreto. A aquel segundo café que tomaron juntos han seguido muchos otros. Teóricamente lo hacen porque el compartir la misma infidelidad por parte de sus parejas les hace estar unidos y entenderse. Buscaban comprensión y consuelo entre los que sufren el mismo desengaño. Compartían novedades sobre su situación judicial respecto al divorcio, pero también se desahogaban. Miguel empezó a contarle como se sentía incapaz de abrirse a ninguna otra persona, era con ella con la única que se atrevía a comentar por lo que estaba pasando y ella descubrió que le gustaba atenderlo y aconsejarle, y que trataba por todos los medios de hacer que se sintiera mejor y de esa forma también ella se encontraba bien. Se sentía útil, incluso querida, cuando él le expresaba su agradecimiento por escucharlo. De ahí a compartir también sus sentimientos con Miguel apenas hubo un paso. Están siendo un apoyo muy firme el uno para el otro en estos momentos difíciles. Tanto es así que ella misma se sorprende de cómo espera ansiosa que la invite a un café, que compartan un desayuno en la sala de descanso o simplemente, que baje a verla a su puesto de trabajo.

Su amiga Luisa, que es muy larga, ya se lo ha notado. Aunque ella misma no quiera reconocerlo empieza a sentirse atraída por aquel hombre. Hasta ahí lo que ella comparte, lo que Luisa todavía no sabe es que esa noche por primera vez han quedado fuera del trabajo. Su demanda de divorcio se ha resuelto muy rápida (antes incluso que la de Beatriz), y le había prometido que cuando todo se solucionara la invitaría a cenar.

Al llegar al bar lo ve allí, esperándola en el rincón donde habitualmente se sienta. Su cara se ilumina con una sonrisa que se le contagia a ella también.

- Bueno ¿qué? ¿Ha ido todo bien? ¿Hay cena esta noche o no?

- ¡Pues claro que hay cena! ¿A qué hora te recojo?

Los dos ríen satisfechos.


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Esa noche Beatriz se arregla para salir de fiesta. Se pone guapa para ella, cree que se lo merece y después de una mala racha ya es hora de respirar un poco. Trata de no pensar en Miguel porque eso supondría admitir que también se ha puesto guapa para él. Lo cual nos conduce a que espera algo más de esa cita. Se imagina a su amiga Luisa, sabe lo que ella le diría: “tienes que darte un buen revolcón que falta te hace, y el Miguel ese no está nada mal”.

No, no lo está”, claudica Beatriz que por primera vez se pregunta si además de gustarse a sí misma esa noche, también le gustará a él. Después parte hacia el restaurante donde han quedado diciéndose que tiene muchos pájaros en la cabeza, y que se puede dar por afortunada si pasa una buena cena y toma luego un par de copas en buena compañía antes de volver a casa sola. Es una locura liarse con el marido de la amante de su esposo. Porque todavía no están divorciados, falta poco, pero todavía no.

Le gusto”, piensa satisfecha por la cara que pone Miguel cuando la ve llegar. Hace tanto que no se siente sexy y deseada que fantasea con la impresión que le ha causado. Para sorpresa de ambos, la cena transcurre sin que apenas hagan mención a sus ex, ni a los trámites del divorcio, ni a nada por el estilo. Hablan como dos personas que se han conocido a través de ****** y que están en su primera cita. Por primera vez se cuentan sus aficiones, sus gustos, hablan de cuando eran pequeños o más jóvenes, de sus planes para el futuro, de las lecciones que da la vida.

El tiempo pasa volando y la última copa la toman en el hall de un céntrico hotel, famoso por sus cócteles. Están a gusto el uno con el otro y les cuesta asumir que tienen que separarse y volver cada uno a su casa.

- ¿Y por qué tenemos que irnos? Tomamos una copa más y preguntamos si tienen habitación libre - dice Miguel pretendiendo hacer una broma - te prometo que te respetaré.

Se queda de piedra cuando muy seria, la ve levantarse y dirigirse a la recepción. Beatriz no se cree lo que está haciendo, ni tampoco que no le tiemble el pulso, ni se ponga nerviosa, ni que todo le importe tres pepinos…

A los 5 minutos se vuelve con una tarjeta.

- Ya tengo la llave y la última copa nos la tomamos en la habitación ¿te parece bien?

- Me parece perfecto - dice Miguel con un hilo de voz que apenas le sale de la garganta.

- ¡Ah! y por cierto - comenta ella mientras caminan hacia el ascensor - si vas a respetarme, mejor que no subas.

Al principio fue fuego. Todos sus instintos y apetitos dormidos por el dolor afloraron de golpe. Fue también venganza. El primer sexo fue urgente, intenso, preñado del morbo que da la revancha, más pensando en devolver el daño que en obtener su propio placer. “Ojalá pudiera verme ahora”, pensaron los dos por separado refiriéndose a sus antiguas parejas.

Luego tomaron esa copa pendiente y más tarde continuaron. Ahora los fantasmas parecían haberse alejado y haberlos dejado solos. Sin embargo, no se sintieron solos ni vacíos después de la venganza: se tenían el uno al otro. El sexo que siguió ya no tenía por objeto tanto satisfacer una necesidad como el conocerse, como explorar el cuerpo nuevo, como complementar esa atracción y esos sentimientos que habían experimentado el uno por el otro durante las últimas semanas.

Beatriz era un poco especial en la cama. Nunca conseguía llegar al orgasmo solo con la penetración y tenía sus manías con el sexo. Pero Miguel le cedió el protagonismo y se dejó llevar. Dejo que ella dirigiera y la puso por delante de su propio placer. Ella se lo agradeció complaciéndolo a su vez y ocupándose de que quedara satisfecho. Y cuando amanecieron no tenían ese regusto amargo que deja la resaca de la venganza. La ni la necesidad de salir huyendo de la persona que tienes al lado y que solo ha sido un instrumento para satisfacerte, pero que con el nuevo día rechazas. Por contra permanecieron juntos, abrazados y relajados, deseando que aquello continuara, no pensando en el pasado ni tampoco en el futuro, solo en el presente. Y el presente esa mañana era sosegado y por fin luminoso, como los rayos de sol que se filtraban a través de las cortinas. Desayunaron juntos y se fueron cada uno para casa, pero esta vez no les costó trabajo hacerlo porque sabían que repetirían, que podrían volver a tenerse.
 
- Le han dado el traslado a la sucursal de la zona este.

- ¿Que me cuentas? ¿Y cuándo se va?

- La semana que viene. Lo han cambiado a la coordinación tres.

- ¿Pero él no quería irse al distrito Sur con su amiguita?

- Sí, pero allí no hay plaza y parece que le picaba el culo por salir de aquí, una vez que la tipa esa ya estaba fuera. No le debía resultar agradable encontrarse con Miguel y conmigo cada dos por tres.

- Bueno, pues que se joda, ojalá le vaya fatal en el nuevo sitio y su amiga le acabe poniendo los cuernos con un compañero en el distrito Sur.

- Pues fíjate: yo no quiero que les vaya mal. Ojalá sigan y acaben viviendo juntos.

- Enga, no te lo crees ni tú...

- No, en serio: se merecen estar juntos para siempre, ojalá tengan una larga vida de pareja y se devoren en el uno al otro lentamente.

Esta vez no le pasa desapercibido el tono irónico a Luisa.

- ¡Qué cabrona eres!

- Estuve un par de meses pidiéndole que solicitara al traslado y no hacía más que poner pegas. Ahora que se ha ido su coñito le ha faltado tiempo para echar la plaza.

- Mira, aire, lo importante no son esos dos. Como tú dices, ya veremos lo que duran. En el premio llevan la penitencia. Y tú con Miguel ¿cómo vas?

- Pues muy bien, ya conoce a los niños y les ha caído genial.

- Sí, me lo dijiste… yo me refiero a lo otro.

- ¿Lo otro?

- Sí coño, que si os entendéis bien en la cama…

- Eres una cotilla.

- Si estás loca por contármelo, venga ¿qué tal es? yo creo que ya puedo preguntar ¿no? ¿Ha pasado el periodo de prueba?

- En la cama es bueno, me ha sabido coger el punto. No es impaciente y me deja mandar a mí. Además, estamos descubriendo nuevas cosas.

- Nuevas cosas... ¿cómo de nuevas?

- Muy nuevas.

- Empieza ya a largar que me tienes en ascuas ¿quieres decir que haces cosas con él que no hacías con Paco?

- Pues sí.

- Soy toda oídos.

- Bueno ¿te acuerdas aquella vez que hablamos de nuestras fantasías sexuales?

- Sí, yo todavía tengo pendiente la mía.

- Pues hija, veraneando en Rota no sé qué dificultad tienes en buscarte un chico de color. En la Base los tienes a puñados.

- Todavía te acuerdas ¿eh? ¡Anda que se te va a olvidar!

- Pues claro que me acuerdo ¿y tú te acuerdas de la mía?

- ¿La de follarte a Brad Pitt?

- Esa la doy por imposible, me refiero a la otra.

Luisa se para un rato a pensar y luego abre los ojos mucho.

- Tía, no jodas que...

Beatriz afirma con una sonrisa traviesa.

- ¡Has follado en un probador!

- Ya hemos visitado los del Zara y los del Mango...Y tenemos pensado seguir.

- Pero cómo...

- Pues ya ves, que estábamos de tiendas, que esa es otra - interrumpe Beatriz - que ir con Paco de tiendas era un coñazo, pero Miguel me acompaña y además tiene buen gusto para opinar.

- Claro, seguro, porque te dice que sí a todo, incluso a montártelo en un probador.

Las dos se ríen con ganas.

- Pues eso, que le pedí que pasara un momento para ver cómo me quedaba en vez de salir y yo no sé lo que me pasó. Me acordé de este tema y.... algo me entró por el cuerpo. Le comí la boca y claro una cosa llevó a la otra.

- Sí claro, en el momento que te das un beso con tu novio en un probador ya tienes que acabar follándotelo.

- ¡Es que tú no sabes qué beso, guapa!

- En fin, que ahora en vez de iros de hotel os vais de probadores. Qué vergüenza, parecéis adolescentes en celo. Os van a acabar pillando.

- No creo, es un rapidín, ya sabes, y solo en sitios y momentos favorables.

- Cualquier agujero es trinchera cuando hay guerra. Chica te veo muy subidita, me da mí que como te pille el calentón tú eres capaz de montártelo encima del mostrador de información del Carrefour.

- Pues ¿sabes qué? que no está tan mal volver a hacer alguna locura de vez en cuando. Es algo que echaba muy de menos.

- Di que sí, tú suéltate el pelo.

- Oye, el fin de semana que viene le tocan los niños a Paco. Si quieres salimos juntas a cenar y buscamos tu negro, que me parece que te estás poniendo un poquito envidiosa.

- Vale a lo de la cena, lo otro ya veremos.

Las dos amigas se despiden. Luisa vuelve al trabajo, Beatriz coge el coche y conduce hacia su casa, exactamente igual que hace unos meses, igual que aquel mediodía en que la víbora de la duda le mordió. En ese momento todavía no lo sabía, pero el veneno pondría patas arribas toda su vida tal y como la conocía hasta entonces. Ahora echa la vista atrás, pero no como en aquella ocasión para descubrir pasmada que efectivamente había habido un cambio de hábitos en su pareja, sino para recordar de dónde le viene la fantasía de hacerlo en un probador. Eso no se lo ha contado a Luisa.

Fue muy jovencita, con su amiga Inma. Todavía iban las dos al instituto. Instituto privado en el centro, falda de tablitas y calcetines altos, con polo de manga corta. El típico tópico de las colegialas hecho una postal. A la hora de la salida, antes de coger el autobús, siempre se entretenían por el bulevar viendo tiendas, tomándose un refresco o acompañando a las compañeras que ya fumaban en los bancos, junto a los parterres. Sin embargo, su sitio favorito era el Corte Inglés cercano dónde pasaban mucho tiempo recorriendo las distintas plantas. Ella siempre a rebufo de Inma, la líder, la lanzada, la que quería probarlo todo, la rebelde. Fue tan íntima o más como ahora lo es de Luisa, aunque ya hace muchos años que se perdieron la pista.

Hubo una temporada en que a su amiga le dio por hacer pequeños robos. Con total y absoluto descaro, conscientes de que su pinta de chicas bien jugaba a su favor, no vacilaba en robar material escolar: pequeñas libretitas, bolis, gomas de borrar e incluso se animó con alguna que otra pequeña prenda como camisetas o bikinis. Bea la acompañaba pero jamás robó nada ni quiso aceptar que ella le regalara nada mangado. Pero el caso es que era muy emocionante participar en aquellas incursiones, viendo como su amiga sirlaba aquello que tenía ocasión. Esa mezcla de temor y pánico a que la pillaran y de emoción por hacer algo prohibido, acabó gustándole. Era como montarse en la montaña rusa del parque de atracciones: un subidón impresionante que luego las dejaba flojas de la risa cuando salían a la calle.

A veces se metían en los probadores para charlar y planificar su estrategia, simulando que se estaban probando ropa, o para ver lo que Inma había cogido y si merecía la pena arriesgarse a salir o no con ello en los bolsillos. El subidón a veces era suficiente y dejaban la mercancía allí en el probador. Este fue también el escenario de otro momento emocionante para Beatriz que fue su primer beso. Se lo dio Inma. A las dos les dio la risa y a ella le pareció un poco asqueroso porque intentó meterle la lengua.

- Si esto es como besarse con un chico vaya rollo, yo me lo había imaginado de otra forma.

- Con un chico es diferente. Te gustará, ya lo verás – le aseveró su amiga.

Y efectivamente llegó el día de comprobarlo. En el sexo Inma también era la que iba de líder, era la más lanzada. Estaba enrollada con un chico de otro curso. En realidad los chicos iban y venían, casi nunca estaba mucho tiempo con el mismo. Este era la última adquisición: un chaval formalote, guapo y un poco tímido. Es el primer chico que le caía bien a Beatriz de todos los que habían salido con su amiga, así que a esta no se le ocurrió otra cosa que pedirle que la besara.

- Me tienes que hacer un favor. A ver, nunca la ha besado un chico así que vamos donde siempre que mi amiga quiere estrenarse.

Donde siempre eran los probadores del Corte Inglés, por lo visto, también era su lugar para meterse mano.

Esta vez Beatriz estaba más nerviosa que cuando iban a robar. Se preguntaba una y otra vez cómo se había dejado llevar allí para que el chico la besara, pero la verdad es que estaba eufórica y expectante. Como con los pequeños robos de los que se justificaba diciendo que, aunque participaba, ella ni robaba ni se quedaba con nada, aquí por un lado lo estaba deseando y por otro se justificaba, pensando en que no iba a dejar sola a su amiga. Cuando llegaron a la zona de probadores le temblaban las piernas.

- Entrad que yo vigilo - le dijo Inma.

A esas horas no había mucho movimiento pero por algún motivo ella pensó que tenía que hacer algo rápido, así que tomó la iniciativa de echar los brazos al cuello del chico, entreabrir los labios y cerrar los ojos esperando el beso que no tardó en llegar. Inma tenía razón, con un chico era diferente, no tanto por ser con un chico, sino porque ella lo esperaba de otra manera. No le molestó la presión de los labios tibios, ni la humedad de su lengua, ni le dio asco la saliva que intercambiaron. A ver, que tampoco es que tuvieran un orgasmo, simplemente es algo que le resultó ligeramente agradable. Luego se salió rápidamente y dijo:

- Ya está.

- ¿Cómo que ya está? ¿Es que no quieres repetir ni hacer nada más?

Ella negó con la cabeza a pesar de que ganas sí que tenía. Otra cosa es que no se creyera preparada, ni considerara que ese fuera el sitio ni el lugar adecuado para estrenarse con un chico.

- Vale, pues entonces me toca - dijo Inma guiñándole un ojo y metiéndose en el probador con el chaval que esperaba sin saber muy bien de que iba todo aquello.

Aunque ella ya lo sabía, pronto quedó claro que su amiga tenía bastante más experiencia besando y haciendo otras cosas. A través de la puerta que dejó entreabierta para que la avisara por si venía alguien, y también para que pudiera observar en primera fila lo que otras veces había oído solo de palabra. Pudo ver el juego de lenguas en movimiento, los brazos que se aferraban a los cuerpos rodeándolos como serpientes, los mordiscos en los labios, los chupetones en el cuello que sonaban como ventosas despegándose, y finalmente, como las manos del chaval desaparecían debajo de la faldita sin que su amiga pusiera ninguna objeción, más bien al contrario, fue ella misma la que tras un rato de juegos, se bajó las braguitas hasta las rodillas y dirigió la mano del chico hacia su sexo.

Entonces, azorada, sí aparto la mirada. Los gemidos sin embargo continuaron creciendo en sus oídos, incrustándose en su mente. Si cierra los ojos, todavía hoy día puede escuchar nítidamente como pasaron de ser suaves jadeos espaciados en el tiempo, interrumpidos con alguna que otra palabra como “¡ahí, frota y sigue, sigue!” para acabar convirtiéndose en gemidos más continuados y audibles, que la obligaron a acercarse para alertar a su amiga de que se empezaba a escuchar todo.

No fue capaz de articular el aviso en forma de palabra cuando la vio con las piernas cerrándose y abriéndose alternativamente, mientras que el chico movía la mano debajo de la falda y la seguía besando. Hasta que finalmente, colgada de su cuello, cerró definitivamente las piernas y emitió una especie de aullido mientras movía la pelvis compulsivamente y se corría de pie, con los ojos en blanco, el cuerpo tenso y estirado y la mano aferrando la muñeca del chico, no sabía si en un intento por mantenerla en su entrepierna, o de separarla, porque el placer le provocaba una cosquillas tan intensas que no podía soportarlas.

Se quedó allí un rato con los ojos fijos en el techo, los labios rosas abiertos, reclamando aire para sus pulmones que hacían que su pecho se moviera arriba y abajo en su polo. Cuando por fin Inma pudo reaccionar, se separó del chico, se subió a las bragas acomodándoselas bien y coqueta, se compuso delante del espejo. Beatriz pensaba que todo había acabado, pero no. Su amiga, con una sonrisa burlona, dijo mirándola a ella directamente:

- Como mi chico se ha portado bien, ahora le toca a él. Si tú me das placer, yo te doy también - le dijo besándolo en la boca.

Después le abrió la bragueta y le sacó el pene. Era el primero que veía en vivo y en directo Beatriz. Le pareció un poco pequeño en comparación con el cuerpo del chico, no muy largo pero gordito, con mucho pelo en la base, muy distinto en tamaño y en forma a lo que ya había visto en revistas porno. Inma siguió besándole por encima de la ropa mientras bajaba por su pecho y llegó hasta su vientre, continuando hasta que su boca y la mano que masturbaba el chaval se encontraron.

¿No iría a…?

El corazón se le va a salir a Bea. Hasta entonces había estado más interesada y curiosa que excitada. Ahora estaba impactada y se sentía un poco rara y extraña. Se apreciaba encendida, más aún que en sus momentos mayores de calentura, más que en cualquiera de sus fantasías masturbatorias hasta el momento. Era una sensación distinta esta vez, poderosa e intensa. Ahora entendía a su amiga cuando hablaba del sexo real y no del imaginado. Sus pechos (en aquella época todavía no muy grandes) se le erizaron y adquirieron una sensibilidad brutal. Notó un retorcijón de barriga y, algo más abajo, un cosquilleo, una vibración que acabó por convertirse en latido dentro de su sexo. Tuvo unos deseos irreprimibles de tocarse. La mano se le fue sola al pubis pero solo se rozó un poco por encima de la falta sin atreverse a más.

Inma acarició con su lengua la base del pene y luego jugueteó también un poco con el glande hasta que por fin, ante los ojos incrédulos de Bea, se metió la punta en la boca y comenzó a succionar, primero con cuidado, casi con mimo, y luego de forma un poco más brusca, con glotonería. No estuvo mucho tiempo, apenas llegó al minuto y después con la mano empezó de nuevo a masturbarlo.

- Ven - la invitó.

Aquellas palabras la hicieron estremecerse de cuerpo entero, a pesar de lo cual negó con la cabeza.

- No seas tonta, ven ¿no quieres tomarla?

Todavía negó dos veces más como San Pedro hasta que por fin, ante la insistencia de su amiga, se metió en el vestidor y alargó la mano temblorosa. Primero con un tacto dócil, como temiendo que le fuera a morder. Era un trozo de carne duro, caliente pero suave al tacto, casi agradable. Ella se lo había imaginado algo más viscoso, más áspero, pero le gustó el contacto. Inma retiró la mano y ella ocupó su lugar intentando moverla arriba y abajo como había visto hacer a su amiga. Pudo percibir como el chico reaccionaba a su masaje. Era como si le hubieran dado una pequeña descarga eléctrica. Se dio perfectamente cuenta de cómo la verga cabeceaba y se estiraba todavía algo más. Por algún motivo que desconocía, al chico le ponía más cachondo su mano que la de su amiga. Quizás fuera porque sabía que tocaba por primera vez una polla, porque ella le gustaba más, porque era una mano distinta, no podía adivinarlo, solo sabía que era plenamente consciente del efecto mágico que había causado en aquel chaval.

Estaba como obnubilada, tanto que finalmente se quedó agarrotada y fue incapaz de seguir mientras el chico movía su cintura buscando que continuara la caricia. Inma la tomó de nuevo y pudo ver como el pene parecía contraerse y expandirse en breves latidos, que al final desembocaron en que el chico se derramara sobre el suelo del probador. Un chorro de semen y luego varios goterones que cayeron pesadamente al suelo. Inma sacó de su mochila unas servilletas de papel, se limpió la mano con una, le dio la otra al chico para que se aseara y tiró una tercera al suelo limpiando con el pie, o más bien emborronando y extendiendo el semen para que al menos no tuviera el aspecto de lo que evidentemente era.

- Vámonos que ya estamos tardando. Llevamos mucho rato aquí y se van a oler que estamos haciendo algo.

Ni Beatriz ni el muchacho necesitaron que se lo repitiera. Salieron los tres como alma que llevaba el diablo y se despidieron a la puerta del corte inglés. Él por un lado y ella e Inma por otro, a coger el autobús de vuelta a casa. Allí, una vez sentadas, la tensión acumulada estalló en un coro de risas que les impidió hablar casi durante todo el trayecto. Cada vez que intentaban decir algo, una carcajada les brotaba de la garganta.

- ¿Te ha gustado?

- No lo sé - contestó ella confusa y todavía un poco nerviosa.

Pero sí, sí que le había gustado porque desde entonces no se quita esas imágenes de su cabeza y reconstruye lo sucedido aportando con su fantasía distintas variantes. Durante los meses siguientes rara fue una masturbación que no tuviera como ingredientes un probador, su amiga y el chico. A veces era ella la que adoptaba el papel de Inma y se dejaba tocar consiguiendo llegar al orgasmo. Otras, se imaginaba perdiendo la virginidad así, fornicando en distintas posturas o chupándole al chico como había hecho su amiga pero hasta el final, hasta conseguir que se corriera llevándolo al clímax con su mano e incluso con sus pechos.

Con cada muchacho que le gustaba o incluso en algún pensamiento lésbico con Inma, también se visualizaba entre aquellas débiles paredes y cortinas, tramando mil variantes cada vez más obscenas. Cosas que nunca compartió con nadie y que solo hizo un tímido intento de poner en práctica con su marido. No solían ir juntos de compras porque tenían gustos distintos y se impacientaban y se estorbaban. Pero una de las veces que sí lo hicieron, ella lo animó a pasar al probador para que viera una lencería que se había comprado. El mensaje no podía ser más explícito y ella se arrancó a besarlo. El mimo fue recibido con agrado por su marido pero inexplicablemente, cuando ella llevó las manos a su entrepierna, Paco dio un salto atrás confundido:

- Pero ¿qué haces? ¿Estás loca? ¡Que nos van a oír!

Reaccionó sintiéndose atacado, como molesto, lo cual le quitó las ganas de volver a probar. Sí que lo hicieron alguna vez en la playa, en alguna cala escondida, en la montaña, incluso en un albergue donde compartían habitación con otros peregrinos en el camino de Santiago, de forma callada, silenciosa, bajo las mantas, pero nada de eso le supuso una especial excitación, al menos no tanto como imaginarse montándoselo en un probador. Esa era la fantasía, esa y no hacerlo en ningún otro sitio.

A estas alturas Beatriz no está para medias tintas, ni para perder ningún tren después de su divorcio. Quiere beberse el mundo a tragos y no dejar para mañana lo que pueda hacer hoy. Tiene que ser aquí y ahora, y si algo quiere, tiene que pedirlo, no esperar a que se lo den o que alguien adivine sus intenciones. Por eso aquel día con Miguel no se lo pensó dos veces y acertó. Al principio se quedó sorprendido cuando le pidió que entrara para ver cómo le quedaba una falda y, más aún, cuando se colgó de su cuello y lo besó en la boca con toda la pasión y todas las ganas de que fue capaz. Pero Miguel no la rechazó. Al contrario de Paco, se apretó contra ella dejándose llevar aunque sin tomar la iniciativa. Cuando Beatriz corrió la cortina para no dejar resquicios libres y llevó uno de las manos de Miguel a sus nalgas, quedó claro lo que pretendía. Y Miguel se lo dio. Primero en forma de besos y caricias. Luego en forma de magreos, de dedos que desaparecían entre su entrepierna, de yemas que se frotaban contra su clítoris, de falanges que buscaban penetrar por sus agujeros. Por fin, se vio a sí misma arrodillada y chupándosela con ganas, masturbándolo hasta ponérsela dura como un hierro. Él se sentó en el banco y ella (de espaldas y en cuclillas) se apoyó en sus muslos y movió el culo buscando el contacto con su pene, hasta conseguir maniobrar de forma que, venciendo la incomodidad, pudo apuntarlo a su interior y conseguir que entrara. Bea se movió para sentirla todavía más y luego empezó a hacer sentadillas, follándoselo hasta que Miguel no pudo aguantar y la tomó de las caderas empalándola, manteniéndola quieta mientras se corría. Ella no se la sacó, se quedó allí masturbándose, sintiendo la humedad en su interior y la verga todavía dura empujando hacia el fondo de su vagina. Tuvo un orgasmo tremendo pese a lo incómodo del sitio, intentando contener sus jadeos pero sin poder evitar dar varios golpes a las paredes, con dificultad para mantener el equilibrio. Cuando salieron estaba colorada como un tomate pero feliz. Parecía que acababa de robar una caja de rotuladores con Inma y que una vez más navegaba hacia la felicidad y la inconsciencia de la adolescencia. Miguel movía la cabeza, incrédulo, mientras la llevaba cogida de la cintura:

- Pero ¿qué hemos hecho? ¡Estamos locos!

- Pues a mí me ha gustado y quiero repetir - dijo ella segura de sí misma mientras Miguel la miraba con deseo no exento de sorpresa.

Sí, había pasado una mala racha, su vida se había torcido, pero ese cambio de dirección la había llevado a un sitio mejor.

Mi vida va a ser una aventura” pensó mientras conducía de vuelta a su casa.





“Érase una mujer mordida por la víbora de la duda”.

“Érase una mujer en la que anida el veneno de la sospecha”.

“Érase que las sospechas resultan ser dolorosamente ciertas”.

“Érase una mujer dispuesta a dar una segunda oportunidad”.

“Érase que la venganza es el camino”.

“Érase un desenlace inesperado”.




------------------------------------------------------------------ FIN ---------------------------------------------------------
 
Bueno espero que os haya gustado. Como os comenté el relato está basado en una historia real qué sucedió en mi empresa.

Lógicamente los nombres son inventados y las situaciones y el relato lo he creado yo, pero parte de la base cierta de un caso en el que se vieron implicados dos matrimonios. A raíz de la infidelidad se produjo una separación y al final las dos personas engañadas acabaron juntas. Básicamente hubo un intercambio de parejas en este caso no consensuado.

El próximo relato también va de infidelidad y lo publicaré en este apartado: Alessandra.

También hay una historia curiosa detrás del relato que que tiene detrás un trasfondo real y que os contaré cuando lo termine de publicar.
 
No os acostumbréis a los finales felices que ya me conocéis....:LOL:
No seas malo Luis. Que todavía tengo clavada la espinita (estaca) de sexting.
🤣🤣🤣

Pobre Jorge y Sonia. Tenían que haberse quedado juntos.

Por cierto Luis, una duda. Jorge cortó con Sonia por una “presunta” infidelidad.
En ningún momento Sonia le dijo que se había consumado la infidelidad. Ni él lo supo 100% seguro.

O estoy confundido y el se enteró que si habían follado? Una cosa es sospecharlo y otra sabérselo con seguridad.
Si me lo aclaras, agradecido quedaría. 😀😀😀😀😀
 
No seas malo Luis. Que todavía tengo clavada la espinita (estaca) de sexting.
🤣🤣🤣

Pobre Jorge y Sonia. Tenían que haberse quedado juntos.

Por cierto Luis, una duda. Jorge cortó con Sonia por una “presunta” infidelidad.
En ningún momento Sonia le dijo que se había consumado la infidelidad. Ni él lo supo 100% seguro.

O estoy confundido y el se enteró que si habían follado? Una cosa es sospecharlo y otra sabérselo con seguridad.
Si me lo aclaras, agradecido quedaría. 😀😀😀😀😀

Atención SPOILER !!!!!!!!!!

Si no habéis leído sexting 2 esta información puede ser delicada....;)

Wolverine, si te lees el episodio 13 de Sexting 2.....va a ser que sí se acostaron, pero él no llegó a saberlo con certeza. Hay un párrafo donde se Magda le pregunta si esa noche llegó a follar con Víctor y él le responde algo así como: ni lo sé ni me importa, como dando a entender que en todo caso era una infidelidad y que si les cortó el polvo con la llamada es un detalle menor, que lo que cuenta es la intención de serle infiel.

Por cierto, si alguien sabe como se pone el botón de spoiler que luego se despliega, agradecería que me ilustrara...
 
Última edición:

5. Alessandra (gestora cultural, 35 años): “Tener sexo con alguien más inexperto, un jovencito universitario, para enseñarle y que se dejara hacer de todo”.

------------------------------ Alessandra ----------------------------------------​


Hoy he estado revolviendo entre las cosas de mi padre. Por fin me decidí hacer limpieza en el trastero, empeñada en hacer sitio para poder meter la bicicleta con la que ahora me desplazo al trabajo. La mayor parte del cuarto de los trastos permaneció ocupada por cajas que él dejó cuando se separó de mi madre. Cajas que nunca vino a reclamar y que quedaron allí amontonadas, llenándose de polvo, abandonadas como los restos de un naufragio en una playa. Existía la vaga promesa de volver un día a recuperarlas como durante tanto tiempo existió en mí la vaga idea de que podían llegar a reconciliarse, que esto solo era un paréntesis y que al final él volvería. Esperanzas vanas, esas cajas deben representar para mi padre ir al pasado y ha preferido dejarlo atrás, encerrado bajo llave, abandonado a su suerte. Quizás no sea mala idea, quizás sea lo que hay que hacer. Ojalá mi madre hubiera hecho lo mismo porque han pasado dos años y aún hoy todavía no se hace a estar sola, ni tampoco se decide a iniciar una nueva vida en compañía de otra persona. Viéndolo egoístamente a mí me conviene porque no me gustaría ver por aquí a otro hombre, no me gustaría que ella dejara de volcarse en mí y de atenderme, no me gustaría tener que compartirla y que ella dejara de depender tanto de mí porque así la tengo en exclusividad, pero no debo ser egoísta, mi madre nunca lo fue conmigo, siempre se sacrificó, así que ahora yo debo velar por lo que sea mejor para ella y lo mejor es volver a vivir, con todo lo que eso significa, bueno y malo.

No es fácil para ella. Hay que ir poquito a poco. Yo creo que ya ha pasado el momento del duelo y ahora viene el momento de enfrentarse al presente. Toca empezar a andar sola y una de las primeras decisiones que hemos tomado es que esas cajas deben desaparecer. En el trastero solo hay sitio ya para nosotras dos, él ya no forma parte de esto. Es mi padre, le quiero, pero ya no está, ya no convive con nosotras y yo necesito el espacio que ahora ocupan estos objetos. Es extraño lo rápido que se acostumbra una al vacío que ha dejado y que ahora estas cajas me recuerdan.

Las voy abriendo una a una. La mayoría solo contienen ropa. El cambio de armarios de verano a invierno que nunca llegó a hacer porque se fue antes de que llegara el otoño. Suéteres con olor a naftalina, camisas arrugadas, chándales, pantalones de pana. Dos inviernos ya sin reclamar nada de esto, lo cual significa que no lo necesita ¿nos necesitará a nosotras? No lo parece porque sus comunicaciones son más bien formales ¿Lo necesitamos nosotras a él? Mi madre más que yo. En realidad, creo que solo necesitamos a la figura, no a la persona. Necesitamos a alguien que ocupe la butaca vacía frente a la tele, en la que por algún extraño acuerdo mi madre y yo evitamos sentamos. Necesitamos el sueldo que traía a casa y también que se hiciera cargo de su parte en la intendencia, de llevarnos de un lado a otro, mi madre no conduce. Su capacidad de organización, para organizar el día a día, para pagar las facturas, para que acuda a las reuniones de vecinos, para gestionar presupuestos y las averías de la casa, para tomar decisiones evitando las vueltas sin fin que mi madre les da a las cosas. Es curioso pero la procesión va por dentro y más que echar de menos al marido y al padre, lo que echamos de menos es esa pieza que falta en la familia y que hacía que todo marchara como el mecanismo de un reloj. No puede fallar ninguno de los componentes, son pocas piezas y simples pero indispensables para que todo funcione. Igual hubiera sucedido si se hubiera ido mi madre o quizás si fuera yo lo que se hubiera marchado intempestivamente.

Abro más cajas. Zapatos viejos. Útiles de pesca, algunas herramientas…Hasta el momento nada salvable, todo acabará en la basura o en el centro reto del barrio. Al fondo del todo la última caja, que parece respirar agradecida tras haberle quitado todo el peso de encima. Una caja de cartón con los bordes ya rotos y agrietados. Hay que ver lo que pesan las cosas que ya no sirven. Intento moverla y me cuesta trabajo, tengo que abrirla y tirar de una solapa para conseguir arrastrarla hasta la puerta ¿Que hay dentro que pesa tanto? Un plástico cubre el interior, es plástico de forrar libros, amarillo ya del tiempo ¿Qué habrá querido proteger mi padre del agua, de la humedad? ¿tan importante es lo que había en esta caja?

Retiro el plástico y debajo encuentro revistas de pesca. Ahora las recuerdo, él solía comprarlas y le gustaba sentarse a leerlas en su sofá favorito. Lo recuerdo allí sentado con los pies en alto, hojeándolas ensimismado, como si se imaginara en aquellos lugares y no en el salón de su casa.

- Mira, aquí iré yo un día a pescar: hay unas truchas arco iris gigantes. Mira qué pasada estos siluros - Me decía cuando pequeña. Yo miraba por encima para ver qué es lo que es tanto atraía su atención ¿Seguirá pescando? ¿Habrá cumplido su sueño de visitar alguno de estos lugares?

Saco varias revistas de la caja. Pesa demasiado y no puedo moverla. Cuando la tengo medio vacía veo algo blanco al fondo que me llama la atención. Un papel claro. Termino de sacar las revistas y para mi sorpresa veo que son sobres tamaño folio. Acumulan polvo y se pegan unos a otros por el tiempo transcurrido. Abro uno de ellos y lo miro con curiosidad. Son copias impresas de mensajes de correo electrónico ¿Qué será esto? Parecen correos que mi padre haya decidido imprimir para guardarlos en papel. Es muy propio de él, odiaba leer en el ordenador o en pantallas. Por el mismo motivo que se compraba la revista de pesca, decía que lo que se leía en un formato físico calaba y se degustaba mejor. Jamás tuvo un libro digital y le costaba hasta leer los mensajes de los chats de WhatsApp. Pero ¿qué era tan importante como para que él decidiera imprimirlo y guardarlo?

Tomo el primero de los folios y empiezo a leer…
 
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