Un trio bisexual en una noche de octubre

Guardamos la manta, nos vestimos y continuamos viaje hasta san Sebastián. Al llegar dejé a Sandra en su casa antes de partir hacia mi hotel. Sandra no le había contado a su novio nada de nuestras aventuras y me advirtió de ello para que yo no metiera la pata cuando fuera presentado como el amigo de Madrid que había sido tan amable de traerla en coche hasta allí.

Al día siguiente Sandra me citó en una cafetería frente a La Concha. Me había entretenido en una librería y llegaba unos minutos tarde. La vi sentada junto a un chico moreno de barba recortada que bebía una cerveza. Alzó la mano para saludarme e indicarme que me acercara a su mesa. Me dio dos besos cuando llegué junto a ellos.

- Unai, te presento a David, el amigo madrileño de quien te he hablado.

- Kaixo, David – me saludó él con un fuerte apretón de manos.

Hablamos sobre la belleza de la ciudad, el festival de cine que acogía cada año y el trabajo de Unai en su departamento de comunicación. Por allí pasaban las actrices más bellas del cine internacional, me dijo.

- Bueno, yo soy bisexual. Me gustan las mujeres sexys como tu chica y los chicos guapos como tú – le comenté mientras apoyaba el mentón en mi mano y le miraba inquisidor a sus profundos ojos verdes.
 
Sandra intentaba ocultar una sonrisa y Unai se sonrojó un poco. Aunque la conversación continuó con normalidad noté que mi respuesta había puesto nervioso al novio de Sandra, que daba vueltas continuamente a su vaso de cerveza y arrancaba pequeños trozos de cartón del posavasos. A lo largo de los años he tenido experiencias sexuales maravillosas con chicos hetero y chicas lesbianas. Todo está en la cabeza y a veces se abren puertas de manera muy natural a nuevas sensaciones. Lo que nos pone nerviosos no es la incomodidad ante lo no deseado sino la lucha interna entre lo que consideramos nuestra normalidad y la pulsión hedonista que nos pide vivir la experiencia. A la tercera cerveza y con el posavasos completamente aniquilado, Unai se excusó para ir al baño.

- Tienes buen gusto, Sandra. Me gustaría follarme a tu novio – le dije directamente mientras aprovechaba la visita al servicio de Unai para acariciar la parte interior de sus muslos bajo la mesa.

- Ja, ja, te encantaría. Tiene una buena polla, incansable, y acaba de depilarse para mí – me dijo Sandra mientras me guiñaba un ojo y abría un poco las piernas para facilitar la caricia – Pero me temo que no tendrás ocasión, es demasiado hetero. Ya me gustaría a mí que fuera un poco más abierto y poder compartir con él las cosas que he compartido contigo y que nunca pensé que pudieran excitarme tanto y provocarme los orgasmos que he tenido. Me gustaría verte follándole. A veces me masturbo pensando en ello.

La última frase la pronunció en un susurro porque Unai ya estaba volviendo a sentarse en nuestra mesa.

- ¿Queréis otra cerveza? – pregunté mientras levantaba el brazo para llamar la atención del camarero.

- No, yo me tengo que ir. Tengo hora con mi peluquera. No vamos, ¿verdad Unai? – dijo Sandra levantándose.

- Chico, tú no tienes peluquera. Seguro que puedes dejar que te invite a otra cerveza y esperamos a Sandra en algún sitio cuando termine – dije mirando a Unai.

- Genial – dijo ella con una sonrisa pícara – a ver si os hacéis buenos amigos. Luego nos vemos.
 
Nos quedamos los dos mirando el enorme trasero de Sandra mientras ella salía del local y acerqué mi silla aún más a él.

- Tiene un culo increíble ¿verdad? – me dijo Unai

- Ya lo creo. El tuyo tampoco está mal – aventuré sin quitar la vista de mi nueva cerveza – hacéis una buena pareja de culos, ja, ja.

De pronto el tema de conversación pasó a ser la maravilla de las nalgas de Sandra y el placer que a Unai le proporcionaba el sexo anal con ella. Aproveché para preguntarle si pensaba que ella lo disfrutaba tanto como él, a lo que me respondió con mucha seguridad lo que yo ya sabía por propia experiencia: que por supuesto que sí porque sus orgasmos eran salvajes cuando lo hacían.

- ¿Y no te gustaría sentir lo mismo, compartir esa sensación increíble con ella? ¿qué tiene su culo que no tenga el tuyo para disfrutar de una buena follada? A mí me han follado muchas pollas y la mayoría me han producido mucho, mucho placer. Y te digo una cosa que en el fondo ya sabes. Los chicos la chupamos mejor.

- No me gustan los chicos

- No estoy hablando de chicos, estoy hablando de pollas y bocas. Pero no quiero incomodarte. El placer de follarse el culo de Sandra lo puede cubrir todo, te entiendo – le dije mientras pedía una nueva ronda y le pasaba el brazo por el hombro en un gesto de camaradería y amistad.

Nuestras sillas estaban ya pegadas la una a la otra y yo hacía contacto una y otra vez con mi pierna en la suya sin que él la retirara. Aquello, junto con la cantidad de cervezas que habíamos bebido, me dio ánimo para poner mi mano sobre su muslo y acercar mi boca a su oído para decirle que si algún día quería probar esa experiencia podría probar conmigo, a solas o con Sandra en el juego, como él quisiera. Aparté la mano de su muslo rápidamente para no hacerle sentir más incómodo pero me dio tiempo a notar que aquello empezaba a levantarse.

Cambié de tema de conversación y le pedí que me recomendar alguna película de las que habían llevado al festival de cine este año. Me habló de un filme danés y de la calidad de su factura, le comenté entonces sobre otras películas danesas que me habían gustado y no pude terminar la frase porque Unai me interrumpió de pronto.

- ¿De verdad la chupas tan bien? ? – me dijo mientras terminaba de destrozar el segundo posavasos.

- Ven a mi hotel y te lo demuestro

- Vale, pero no puede enterarse Sandra. No lo entendería…

Me tuve que morder la lengua para no decirle lo bien que su novia lo entendería. La voracidad de pollas y coños que tenía ella y lo feliz que le haría verle a él compartir esa libertad y ese frenesí de placer sin barreras. La incomunicación en las parejas era algo que me deprimía profundamente. Por eso yo, salvo en raros episodios de mi vida, siempre he preferido ser un taxi libre en la noche de la ciudad.

- Dame quince minutos – le dije.
 
Le escribí el nombre del hotel y el número de habitación en una servilleta, me levanté, le besé suave y rápidamente en la comisura del labio y me fui. Una vez fuera de la cafetería me encaminé hacia el hotel y escribí un mensaje a Sandra, “Me lo llevo al hotel. Dame dos horas y luego vienes”.

Una vez en mi habitación de hotel me di una buena ducha. No quería asustarle con mi olor de hombre y gasté más gel y desodorante de lo normal. Incluso me puse un poco de un perfume de mujer que compré en un viaje de trabajo en Londres y me encantaba. Cuando ya duchado y perfumado tenía el albornoz blanco puesto por gentileza del hotel tocaron a la puerta. Era Unai.

- No sé qué hago aquí… - balbuceaba, aún bajo los efectos de la cerveza.

- Vivir, Unai. Vivir. Anda, pasa al baño y dúchate. Te sentirás mejor. Tienes otro albornoz allí para ti.
 
Unai entró en la ducha y dejó la puerta abierta, por lo que pude ver finalmente su cuerpo. Tenía razón Sandra en cuanto a sus atributos. Una hermosa polla grande pero proporcionada, y un vientre plano y depilado que me excitó inmediatamente.

Dejé el espionaje en la puerta del baño y volví a la habitación. Me senté en el borde de la cama y esperé a que Unai saliera envuelto en su blanco albornoz de hotel mientras navegaba compulsivamente por el océano de canales del televisor. Encontré un canal donde ponían un concierto de Kamasi Washington y lo dejé allí.

- ¿Te gusta el jazz? – pregunté dirigiendo mi mirada a la pantalla – Anda, siéntate en la butaca. Te veo tenso. Tranquilo, no va a pasar nada que no pidas que pase.

Unai se sentó en la butaca de la habitación y miraba la pantalla. Yo me levanté y me puse detrás de él para masajearle el cuello.

- Escucha ese saxofón. Kamasi es un genio de la música. El primer genio de verdad del siglo 21… - le contaba mientras mis dedos presionaban de atrás adelante los músculos de su cuello - es el estrés, acumulas tensión muscular… déjame ayudarte a relajarte.

Unai cerró los ojos. Se dejó llevar por el saxofón de Kamasi y mis manos, desde atrás, avanzaban con suavidad desde su cuello hasta su pecho bajo el albornoz que cada vez se abría más.
 
- ¿sabes que los pezones de los hombres tienen la misma sensibilidad que los de las mujeres? – le decía mientras trazaba el contorno de sus tetillas con las yemas de mis dedos – esto es lo que siente Sandra cuando alguien le acaricia esos enormes y preciosos pezones que tiene.

El albornoz de Unai estaba ya completamente abierto y pude ver su erección mientras con mis dedos pellizcaba la punta de sus pezones.

- Anda, siéntate en el borde de la cama, que aquí no puedo darte bien el masaje ¿quieres que siga?

- ¡sí por favor!

Unai se levantó de la butaca y fue a sentarse en el borde de la cama un tanto turbado. Instintivamente volvió a abrocharse el albornoz antes de colocarse donde le dije. Me arrodillé delante de él acariciándole el pecho mientras el movimiento de mis manos hacían que el albornoz se abriera más. Cuando finalmente bajé mis manos desde su pecho a su vientre el albornoz quedó completamente desatado y el pene de Unai se me mostro en toda su plenitud, dureza y belleza. Nunca he sido de ir con la regla midiendo pollas y calibrando centímetros, pero aquella maravilla férrea, suave, hidratada y con una cabeza fuerte y rosada de cuya punta asomaba ya una gotita, apenas podía cubrirla con las dos manos cuando empecé a masturbarlo.

- ¿Quieres que siga? – volví a preguntarle. Aunque conocía perfectamente la respuesta, para mí era importante que él fuera completamente consciente de que todo lo que pasaba era por su voluntad. Unai, con los ojos cerrados, movió afirmativamente la cabeza y acarició la mía mientras la acercaba a su magnífica polla.
 
Respiré su olor a jabón reciente mientras acariciaba su suave pubis depilado y tomé en mi lengua la gotita de líquido preseminal que asomaba por la abertura de su uretra para, jugando con ella, distribuirla por todo su glande con mi lengua. Unai suspiraba y repetía sin cesar “sigue, sigue” mientras arqueaba la espalda y abría sus piernas. Mientras mi lengua viajaba haciendo círculos de saliva en su glande mi mano izquierda apretaba bien la base de su preciosa polla con una mano y con la otra acariciaba la parte interna de los muslos, el vientre, los huevos… acercando mi dedo por el perineo hasta su ano, tan expuesto tras el arqueo de su espalda, y presionando un poco hacia su interior. Incrementé el ritmo de la paja en la base de su verga con la mano izquierda y mi lengua ya viajaba desde su glande hasta su formidable y pétreo falo llenándolo todo de saliva y placer. Cuando noté que se podría correr le metí un poco más el dedo en el culo.

Con un grito blasfemo Unai se corrió en mi boca y tragué su semen mientras sacaba poco a poco mi dedo de su culo y le acariciaba los muslos, el vientre, los huevos que había vaciado para mí. Él, agotado, se había vencido y descansaba tumbado y respirando con fuerza mientras yo tragaba su esperma y acariciaba su cuerpo.
 
Desplomados sobre la cama comenzamos a hablar de nuevo. Le pregunté por sus sensaciones y me confeso que le había encantado sentir mi dedo en el culo mientras se la mamaba.

- Házselo a Sandra cuando le comas el coño, le encanta también – le dije, abriendo ya el inevitable melón que demostraba que, efectivamente, ella y yo habíamos tenido sexo. Unai sonrió y me dijo que ya imaginaba que ella no le había contado todo sobre nuestra relación.

- Bueno, estamos iguales entonces. No se enfadará por esto – me dijo poniendo por primera vez su mano sobre mi polla.

- Al contrario, le encantaría vernos follar a ti y a mí. Le he dicho que venga – le contesté antes de meterle la lengua en su boca y jugar a entrelazarla con la suya hasta que volvió a empalmarse.
 
El tiempo había pasado deprisa y se habían cumplido las dos horas de margen que le había pedido a Sandra para que Unai y yo nos conociéramos mejor y el toc-toc en la puerta de la habitación interrumpió nuestro morreo. Me levanté, desnudo y empalmado, para abrir la puerta a nuestra musa.

- Vaya, veo que lo estáis pasando bien – dijo mientras fijaba su mirada alternativamente sobre las dos pollas duras que teníamos.

- Pasa y siéntate – le pedí a Sandra mientras señalaba la butaca con mi mano – estábamos con algo, luego estaremos contigo.

Unai estaba un poco avergonzado, pero no lo suficiente como para que la erección de su verga disminuyera. Sandra le tranquilizó cuando le sonrió y le envió un beso cariñoso.

- Me encanta verte así, cariño – le dijo.

Ya con el permiso de ella volví a meter mi lengua en la boca de Unai mientras mi mano jugaba con su escroto y él abría sus piernas para facilitarme el acceso. Noté que Unai estaba deseando volver a sentir mi dedo en su culo, ya completamente expuesto a la caricia de mi mano.

Me incorporé y gateé sobre la cama hasta alcanzar su vientre. Le coloqué las piernas sobre mis hombros y accedí a su culo rosadito que ensalivé para jugar mejor con él. Unai suspiraba cada ves con más fuerza, agarrando mi cabello con ambas manos y retorciéndose de placer sobre las sábanas.

- Cariño, deja que David te folle el culo. Ya verás qué bien lo hace. – dijo Sandra mientras, con las piernas abiertas sobre los brazos de la butaca, nos deleitaba con la maravillosa visión de su coño en flor masturbado con delicadeza por sus manos.
 
- ¿Quieres probar? ¿seguro? – volví a preguntar convencido de cuál iba a ser su respuesta.

Tras su afirmación saqué de mi maleta una pera roja para lavativas de emergencia que siempre llevo en mis viajes y se la tendí a Unai.

- Toma, ve al baño y límpiate bien por dentro, ¿sabes cómo usarlo? pon la punta en agua caliente mezclada con jabón y llena y vacía la pera varias veces. Te lo metes todo dentro. Repite la operación varias veces. Luego te sientas en el inodoro y echas toda el agua. Cuando ya no salga más, te limpias con una de las toallitas que hay en el baño – Unai movió la cabeza afirmativamente y fue a encerrarse en el baño.

Cuando cerró la puerta me abalancé sobre el coño expuesto de Sandra para deleitarme con su sabroso sabor a flujos vaginales y acariciar su clítoris con mi lengua. Ella estaba tan excitada con la situación que antes de que Unai saliera del baño se había corrido dos veces en mi boca.

Unai volvió a tumbarse en la cama con una tremenda erección que me tenía fascinado y que volví a probar con mi boca, que aún conservaba los flujos de los orgasmos de su novia. Paré pronto. No quería que se corriera porque teníamos otras cosas que mostrar a Sandra.

- Date la vuelta y relájate. Si algo no te gusta o no te hace sentir bien dímelo y paro – le dije mientras abría el cajón de la mesilla junto a la cama y sacaba mi crema lubricante.
 
Unai se había vuelto de espaldas y moví su cuerpo hacia el borde de la cama para que sus rodillas descansaran sobre el suelo y su tronco sobre el colchón, justo al lado de Sandra, que continuaba acariciándose en la butaca.

Me puse tras él y le acaricié las nalgas y la parte trasera de sus muslos mientras dirigía mi verga hacia su maravilloso centro. Tenía la polla muy dura y con precum en el glande y la empecé a mover suavemente arriba y debajo de su ano. La lubricación natural de mi líquido preseminal ayudó a hacer más placentero el movimiento, tanto para mí como para Unai.

- ¿Me sientes, Unai? ¿Te gusta lo que sientes?

- Me encanta, David. Podría correrme así – me contestó mientras con el movimiento de sus caderas ayudaba a mi miembro a encontrar el centro de su placer.

Tomé el lubricante de marca alemana y puse un generoso chorro en su culo y en mi glande. Con mi dedo ayudé a introducir un poco el lubricante en su esfínter y acerqué mi polla a su entrada.
 
Unai separaba sus con ambas manos y su verga estaba completamente dura y ansiosa.

- Te voy a follar, Unai ¿de veras quieres que te folle? Voy a meterte la polla hasta el fondo y voy a follarte hasta correrme dentro de ti como he hecho con Sandra ¿es eso lo que quieres?

- Si, es lo que quiero. Fóllame ya, que no puedo más – para cuando Unai terminó su frase mi glande ya estaba dentro de él.

Lo saqué y lo volví a meter con cuidado, asegurándome de que su ano estaba lo suficientemente dilatado y no le estaba haciendo daño. El placer que producía el culo de Unai en mi verga era inmenso. Su calidez húmeda abrazaba mi polla según entraba y ya no había más mundo para mí que aquel maravilloso culo duro de hombre que se abría para mí como un Paraíso de lujuria y orgasmos.

Sandra se levantó de la butaca y, de pie tras de mí, me abrazó restregando sus enormes y acogedores pechos en mi espalda. Puso su cabeza en mi cuello para ver mejor y no perder detalle de cómo yo me follaba a su novio.

Entré hasta el fondo de su tierno recto. Mis testículos se juntaban con sus muslos con cada lenta embestida. Los preliminares y la lubricación habían hecho bien su trabajo y la penetración no le había dolido nada. Cuando te follas un culo, sea duro de hombre o trémulo de mujer, hay que saber prepararlo y yo siempre había sido bueno en esto, lo que garantiza que esa pareja que que tienes en ese momento siempre quiera repetir.

Empezamos un mete-saca lento y poco a poco fuimos encontrando nuestro propio ritmo, que nunca es igual con un culo que con otro, alargando esa sensación intensa y celestial, que te llena, te vuelve loco, te corta la respiración. Cuando sientes cada terminación nerviosa de todo tu cuerpo concentrada en tu polla dura que entra y sale de lo más íntimo de un culo apretado y terso. Gimiendo ya sin control, pude sentir cada centímetro de mi polla en un masaje profundo y expansivo que llenaba y turbaba mi cuerpo y mi mente mientras Sandra acariciaba y pellizcaba mis sensibles pezones.
 
Unai hundió su cabeza en el lío de sábanas usadas en que se había convertido la cama y puso su mano en la apertura de su dilatado esfínter para sentir también entre sus dedos la fuerza viril de mi verga penetrando su estrecho agujero del placer prohibido.

La experiencia es un grado, dicen, y supe cómo dirigir los movimientos de la follada para que la parte superior de mi falo acariciara su próstata al entrar y salir de su culo. La caricia de mi polla dura y lubricada sobre su próstata y el movimiento de su pene contra las sábanas provocado por el vaivén de mi follada había hecho que Unai se debatiera durante muchos minutos en el filo del orgasmo hasta que finalmente cruzó el límite del placer y explotó en un río de semen que empapó la ropa de cama. La visión de la polla perfecta del novio de Sandra derramando tanto esperma y compartir el clímax al que yo le había llevado hizo que me corriera yo también en ese momento, llenándole el culo de mi semen que fluía dentro de él a borbotones.

Yo aún mantenía mi polla palpitando dentro de él extasiado de placer cuando Sandra fue a la cama y se tumbó junto a Unai besándole la espalda sudada y restregando su vulva sobre la mancha húmeda de las sábanas. Su mano se entrelazaba con la de su novio alrededor de mi verga en la entrada de su ano recogiendo parte de mi esperma que escapaba lentamente de su culo según disminuía mi erección. Aquellas manos entrelazadas entre mi semen, mi polla y su esfínter abierto era la imagen del amor perfecto.
 
Tardamos un rato en recuperarnos de tanto éxtasis sexual y levantarnos de la cama. Unai y Sandra tenían prisa porque querían llegar a cenar a Zarauz, donde la familia de él tenía una casa de playa que estaba vacía. Salieron de la habitación muy agarraditos los dos. Aunque me ofrecieron ir con ellos a la casa de la playa y continuar nuestra sesión, preferí dejarles un poco de intimidad a la pareja que seguro aprovecharían bien.

Me volví a duchar y decidí descansar un rato antes de salir solo a cenar. Recostado en la desordenada cama, retomé el viaje por los canales del televisor. No encontraba nada que me interesara cuando sonó mi teléfono. Era Sandra para pedirme el favor de llevar a casa de sus padres una bolsa de la compra que había olvidado en mi habitación. Ellos ya estaban en Zarauz, desnudos, dispuestos a continuar la fiesta que habían empezado conmigo. Junto al mensaje, me envió una foto de la polla dura de Unai y la lengua de ella jugando en la punta de su glande.

La casa de los padres de Sandra estaba cerca del hotel y salí con la bolsa dando un paseo por la ciudad. Tenía curiosidad, ¿cómo serían sus padres? ¿se parecerían a ella?

La noche empezaba a despertar en Donosti y el clima, aunque húmedo, era muy agradable. Sin darme cuenta había llegado al portal donde había dejado a Sandra esa mañana y subí al tercer piso donde vivía su familia. Toqué el timbre.
 
Me abrió la puerta una señora de unos sesenta años, con el pelo corto y teñido de rubio, de pechos prominentes pero no tan grandes como los de su hija. En cuanto me sonrió ladeando ligeramente la cabeza comprendí que era su madre. Aunque físicamente no se parecían mucho, aquel gesto era igual que el de su hija.

Traté de explicarle quién era yo y porque aparecía a estas horas en su casa con una bolsa de plástico en la mano, pero no hizo falta. Sandra también le había llamado explicando que era yo quien iba a llevar el paquete olvidado.

- Hola David, ya me ha avisado mi hija. Qué despistada ha sido siempre la niña. Gracias por la bolsa, aunque si ellos no van a venir a cenar a casa tampoco me hacía tanta falta ya. Pero pasa, pasa y tómate algo. No te vas a ir así. Tengo un txacolí que te va a encantar.

- No. No se moleste, señora. Es tarde y ustedes querrán cenar… – dije tratando de evadirme.

- No, no es molestia. Y llámame Julia, que ese es mi nombre. Y no me llames señora, que me hace aún más vieja. Estoy sola y aburrida. Mi marido ha ido a Barcelona por trabajo y los chicos, ya ves, no van a venir.

Por cortesía, accedí a la invitación y entré en la sala dispuesto a pasar media hora aburrido, pero había algo que me atraía de hablar con esa mujer y conocer así un poco más a Sandra.

- Cuéntame, ¿qué tal está Sandra en Madrid? ¿come bien? Ya ves, soy la típica madre preocupada – me preguntó mientras me servía una copa de ese vino vasco.

Hablamos de lo bien que yo veía a su hija en Madrid, de la buena pareja que hacía con Unai y de en qué bar hacía los mejores chipirones de Guipúzcoa.

- Ah, juventud divino tesoro… ojalá pudiera yo volver a cumplir veintiocho años como ella – me dijo con aire melancólico – seguro que están ya acostados juntos.

- ¿Por qué dices eso, Julia? Yo te veo estupenda a tu edad, que es una edad estupenda – le dije fijándome en sus ojos llenos de vida -seguro que sigues follando de maravilla con tu marido. Y ahora que tus hijos son mayores y viven fuera, pues con más libertad y alegría.

- ja, ja, qué descarado eres. Pues la verdad es que no. Desde que me vino la menopausia no tengo ganas de esas cosas. Me basta con el txacolí, ya ves. Además, mi marido ni me mira desde hace años. Le deben asustar mis arrugas y culo caído, o tiene a otra por ahí, ja, ja…
 
Me gusto su alegría, su sentido del humor, su camiseta roja de estar por casa y la naturalidad con que hablábamos de todo. Aquella media hora que presumí tan aburrida estaba resultando de lo más entretenida con la madre de Sandra.

Tuve una idea. Me levanté de la silla. Recogí los vasos, los llevé a la cocina y le dije.

- Anda Julia, vístete. Ponte muy guapa que te voy a sacar a cenar. Que tengo ganas de probar esos chipirones, los mejores de Guipúzcoa. Y luego te llevaré a bailar si te apetece.

La madre de Sandra se sorprendió de mi propuesta y se sintió cohibida, pero alagada a la vez.

- Pero ¿qué va a hacer un hombre tan guapo como tú con una sesentona como yo comiendo chipirones? Anda, déjalo y no me tientes.

- Déjame tentarte, Julia. Quiero verte guapa y comiendo chipirones. Vístete que nos vamos ya.
 
Julia no estaba completamente convencida del plan que le ofrecía, pero finalmente fue a su cuarto a cambiarse. Yo esperaba sentado en el sofá de la sala principal cuando ella salió con un traje de chaqueta y pantalón azulados y se había perfilado ligeramente los labios.

- Julia, cielo. Seguro que en el armario tienes algo que te favorece más. Cuanto más guapa te sientas más contenta vas a estar y mejor te sabrán los chipirones ¿me dejarías ayudarte a elegir un vestido?

Julia se encogió de hombros y con un gesto de la cabeza me autorizó a investigar el armario de cuarto. Seleccioné un vestido negro de tubo escotado y con apertura en la pierna izquierda.

- Este – le dije – pruébatelo. Mi acompañante en la cena de chipirones va a estar preciosa.

- Ja, ja. Estás loco. Es el vestido que llevé a la boda de Ainhoa, la hermana de Sandra. No creo que quepa dentro ya.

Insistí en que se lo probara y esperé de nuevo en la sala a que saliera con aquel vestido negro tan sexi. El resultado fue espectacular. El vestido le quedaba demasiado ceñido, resaltando las cartucheras y alguna curva de más donde el tiempo y la bajada de estrógenos había acumulado la grasa. Pero quedé encantado. No sólo por la inesperada mejora, también por la alegría que Julia transmitía al ver que aún podía ponérselo. Además, se había pintado más los labios y perfilado los párpados. En ese momento deseé acostarme con ella.
 
- Está arrebatadora, Julia – le dije – Vamos. He llamado un taxi, nos está esperando abajo.

Le tomé el brazo y salimos a la calle riéndonos de la extraña situación que había impulsado a dos desconocidos tan distintos a buscar unos chipirones a esas horas de la noche.

Llegamos al restaurante, nos sentamos uno enfrente del otro y pedimos los famosos chipirones. Comimos, reímos y bebimos en animada conversación en aquella mesa. Al terminar apuramos la botella de vino y le recordé el resto del plan.

- Ahora vamos a bailar, Julia. He consultado mientras te vestías y hay una discoteca de moda aquí al lado.

- Ah, no. Eso ya no. Hace años que no bailo y apenas puedo moverme dentro de este vestido. Te agradezco mucho la compañía y la cena, pero creo que es mejor que me lleves a casa.

- Una copa. Sólo una copa y nos vamos. Así vemos cómo son estos sitios de moda en la ciudad. Les vas a dar mucha envidia a tus amigas cuando se lo cuentes.

- Bueno, vale. Pero no voy a bailar. Sólo una copa.

- Sólo una copa, sí. Yo invito.

Le volví a tomar el brazo y fuimos paseando las dos escasas manzanas que nos separaban del local. Esta vez, quizás por el efecto del vino, me pegué más a ella y le hablaba acercándome mucho a su cuello perfumado.
 

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