Fantasías sexuales de las españolas 2º parte (sección infidelidad)

Lo que más rabia me da de esta serie de relatos que está publicando nuestro amigo Luis, es que ganan los malos y los infieles y pierden. Los buenos y los que reciben la infidelidad.
En este en concreto, no sé le cae la cara de vergüenza a Hugo de hacerle eso a su amigo?.
A mí me enseñaron que la amistad está por encima de todo y que hay líneas rojas que no se deben cruzar
Este golfo y sinvergüenza se la ha saltado
Lo que más rabia me da es que estos 2 golfos lo van a volver a hacer y el marido no se enterará. De vergüenza.
A ver, se llama Fantasías de las Españolas, si la fantasía es ponerle al marido unos cuernos como los del casco de un vikingo pues se los pone y le sale bien si o si, por qué si no se cumple la fantasía 🤷
 
Hola a todos/as.

Tal y como comenté inauguro aquí hilo para poner las historias de la serie de "Fantasías sexuales de las españolas" relacionadas con infidelidad.

La información sobre el proyecto y el resto de historias, las podéis encontrar en la sección de relatos de hetero (General) en el siguiente enlace.

https://foroporno.com/threads/fantasías-sexuales-de-las-españolas-2º-parte.17017/

Empiezo con el relato de Beatriz:

4. Beatriz (periodista, 29 años): “Ir de compras con mi pareja y acabar en el probador haciendo un rapidito es una de las cosas que más me pueden poner. Ya conocemos el de Zara y el de Mango”.

Una particularidad, este relato tiene dos bases reales. La primera es la propia fantasía narrada por Beatriz. La segunda es que, aunque por regla general las circunstancias y la misma trama es inventada y desarrollada libremente por mí en cada episodio, en este en concreto me basé en una historia real que sucedió en mi empresa. He alterado nombres, detalles y recreado diálogos y situaciones, para poder también enlazar con la fantasía de Beatriz, pero la trama se acerca mucho a lo que realmente pasó.

Un saludo y espero que disfrutéis el relato.
A leer!
 
Diana por fin llega hasta la cala. Tras sortear unas rocas que prácticamente se adentran en el agua, alcanza un arenal donde la luz se refleja en las dunas blancas haciéndole daño en la vista a pesar de llevar las gafas de sol. Más allá asoman las copas de los pinos que parecen nubes verdes pintadas sobre un lienzo azul, inmóviles, densas… no corre ni una gota de brisa.

Hay varias parejas, la mayoría desnudas. En una de ellas, la chica conserva el tanga ofreciendo sus pechos en un top less que en aquel ambiente parece casi recatado, entre tanto sexo depilado y cuerpo moreno. Hay algunos hombres solos también que la observan con curiosidad. Al menos tres. Uno desde el agua, otros desde la toalla, tumbados en la arena. Ve un cuarto que se pierde por el camino entre las dunas: todos están desnudos. Ella los observa y a su vez se percibe objeto de sus miradas. Allí, una mujer joven sola llama la atención. Se le ocurre un pensamiento impúdico, su viejo sueño de hacerlo sobre la arena, fantasía recreada mil veces con distintas variantes. En muchas ocasiones realizándolo con su amante Hugo, con el que no llegó a ponerlo en práctica, pero también con desconocidos y con aquellos hombres que por un motivo u otro le han gustado. Incluso a veces con su marido, tarea imposible como ella ya sabe.

Se excita solo de pensar que se atreve, pero ahora no es el momento. Sabe que Álvaro tiene poca mecha y dejarlo solo con la niña más de veinte minutos no parece buena idea. De hecho, ha tardado casi quince en llegar a donde está ahora y tardará otros tantos en volver. También sabe que toda aquella gente volverá luego andando a la playa y existe riesgo de que, si osa hacer una locura, luego la reconozcan mientras comen en el chiringuito o en el complejo hotelero. Esa misma tarde se marchan: quieren hacer el viaje de noche porque así la niña duerme, lleva fatal lo de viajar. También sería mucha casualidad que en el rato que le queda de estar allí...

El solo hecho de tramar la infidelidad hace que se moje. Desde hace mucho tiempo no notaba esa sensación y cuando se vuelve un plan martillea su cabeza, un plan descabellado pero audaz y por eso excitante. Después de la comida en el hotel pasará lo de siempre: la niña se echará la siesta una hora larga, su marido también porque beberá más de la cuenta. A ella le cuesta dormir al mediodía así que podía aprovechar para bajar y acercarse en ese momento a la cala con su toalla.

Diana comienza el regreso dejando atrás la imagen de cuerpos desnudos al sol, el roce de sus músculos al andar le provoca cosquillas en la entrepierna con su clítoris sensible e hinchado. También nota una ligero molestia en sus pezones que se han puesta duros y se frotan con la tela del bikini al moverse sus pechos. Recuerda aquella primera vez con Hugo: esa tarde también estuvo muy excitada y nerviosa. Estaba casi segura que el chico no la rechazaría, pero solo casi segura. Afortunadamente todo salió bien, tan bien que a partir de entonces se convirtió en su amante. Ahora le viene un pequeño vahído solo de pensar en aquella tarde de sexo.

Apenas ha comenzado a andar de vuelta y ya ha tomado la decisión de hacer una escapada justo a la hora de la siesta. Excitada, acelera el paso buscando la sombrilla donde la espera Álvaro con su hija.
 
Son las cuatro de la tarde. Diana se ha embadurnado de crema para el sol. El pareo cubre ligeramente su cuerpo, debajo solo el bikini. Una bolsa de playa, pamela y gafas de sol complementan su kit de exploradora.

- ¿Dónde vas? - le pregunta un somnoliento Álvaro.

- A aprovechar el último rato de playa tranquila.

- Pero ¡hay que hacer las maletas! nos vamos esta tarde.

- Tú échate la siesta y aprovecha que la niña está durmiendo. Cuando se despierte habrá que estar pendiente de ella. De las maletas no te preocupes que las hago yo en un momento cuando vuelva. Solo me voy un rato, saldremos al anochecer como estaba previsto.

Álvaro no pone demasiadas pegas: la idea de echar una siesta profunda aprovechando que la niña dormita le parece demasiado buena para discutirla. En el almuerzo ha bebido suficiente cerveza como para que le salga por las orejas. Sabe que la vuelta a la normalidad implicará que su mujer le volverá a cerrar el grifo del alcohol, así que se ha desquitado. Está acostumbrado a no discutir con Diana, muy pocas veces le toca ganar y si no hay motivo, pues menos todavía. Que aproveche las dos últimas horas de playa si quiere.

Diana sale fuera en plena canícula y casi inmediatamente empieza a sudar. Cuando llega al borde del agua se descalza y mete los pies. No es suficiente así que decide darse un breve chapuzón. Después se quita la parte de arriba del bikini dejando sus pechos sueltos, con los pezones marcándose en la final tela del pareo e inicia el camino hacia la cala. Está nerviosa y excitada a partes iguales, como aquella primera ocasión con Hugo. No fue la única. Para calmar su ansiedad y motivarse a no dar la vuelta, recuerda distintos momentos en que se sintió así. De entre todos, el más brutal que le viene a la cabeza fue el de su noche de bodas. Cómo llegó a aquel escenario es algo que tendría que explicar para que se entendiera por qué pasó lo que pasó, si algún día llegara a contárselo a alguien. Menudo escándalo se formaría si se llegara a saber.

Por supuesto que después de aquella primera vez con Hugo repitieron. Fue tan excitante que el chico no pudo resistirse. Álvaro no se lo podía fácil y ella necesitaba ese desahogo. Era el complemento ideal para su relación porque cuando estaba muy cabreada, sofocada o simplemente muy caliente, obtenía un placer que la regeneraba a sí misma y le permitía continuar con su vida. Nunca sintió culpa por lo que hacía, no culpa verdadera al menos. Era extraño, pero Diana siempre fue pragmática en sus relaciones. Sentir cariño o (en determinadas ocasiones) incluso amor por su marido no le impedía asumir la realidad. Y la realidad es que si Hugo hubiese estado por ella de verdad, no hubiese vacilado en dejar a Álvaro e irse con él. Y también que ser su amante era el premio de consolación, pero no por ello menos deseado. Pudo plantearse, al menos al principio, cierto remordimiento por lo que hacía, pero nunca dudó. Así que pronto dejó de pensar en ello ¿para qué fustigarse si no se arrepentía? Esa cierta bipolaridad en sus sentimientos era extraña pero muy conveniente, así que se abrazó a ella eliminando la culpa de la ecuación.

Hugo (por el contrario) siempre tenía remordimientos después de cada encuentro. No se encontraba cómodo con esa situación, era consciente de lo que hacía y el desasosiego acudía rápidamente a fastidiarle el recuerdo de aquellos combates en la cama (o donde encontraran oportunidad, porque igual follaban en su tienda cuando ella iba a cerrar, que en el coche, que en el piso aprovechando que Álvaro estaba de turno). No era algo de lo que él se sintiera orgulloso, pero Diana siempre se salía con la suya y conseguía atraerlo. El premio era demasiado suculento porque como no se veían muy a menudo (a veces podían pasar incluso meses antes de un encuentro), cada vez que sus cuerpos se establecían contacto saltaban chispas. En esa época, sus citas eran fugaces, clandestinas y muy, muy excitantes. En el almacén de la tienda, apoyada contra la mesa, ofreciéndole su culito para que Hugo la jodiera desde atrás; subida a horcajadas en el asiento trasero del coche, follándoselo con la desesperación y la urgencia que da el ansia de sexo. En otras ocasiones, sexo más prolongado y también más intenso, buscando el agotamiento y la repetición, con espacio para probar distintas posturas, buscar nuevos placeres, practicar juegos lo más sucios posibles e inimaginables, aprovechando que tenían una buena cama y tiempo por delante.

Ella esperaba sus encuentros como agua de mayo y sabía que su amante también: por mucho que la compunción anidara en Hugo, el morbo y el placer le ganaban siempre la batalla. Su amante era el complemento que equilibraba su existencia y la hacía sentirse optimista y con fuerzas para asumir el reto de iniciar una vida en común con Álvaro. El piso estaba ya listo para entrar a vivir, de modo que decidieron fijar fecha para la boda. La ilusión de los preparativos y la emoción del evento casi que provocaron un cambio en su relación. Hugo insistía en que una vez que se casaran deberían dejar de verse, como si un contrato matrimonial supusiera alguna diferencia en la infidelidad. En el fondo, Diana creía que buscaba algún tipo de excusa o algún tipo de impulso para cortar algo que, aunque placentero, él no veía con buenos ojos y de lo que no se sentía nada orgulloso. Como no tenía fuerza de voluntad, se apoyaba en cosas así para intentar conseguir que ella aceptara el final de su relación. Mientras la chica se le ofreciera de aquella manera y no pusiera de su parte, estaba claro que él solo no era capaz de conseguirlo. Por eso los meses antes de la boda dejaron de tener encuentros. En cierto modo su amante consiguió que Diana también se sintiera culpable ¿hubieran logrado poner fin a su relación si todo hubiera acaecido de otra forma? es una pregunta que Diana no puede responder. Sabe Dios lo que hubiera pasado, pero también es una pregunta estúpida porque no se puede volver atrás y lo único que cuenta es que sucedió lo que sucedió.

Ella se empeñó que él acudiera a la boda. Era prácticamente junto con Antonio, el único amigo de la pandilla de Álvaro al que ella estaba dispuesta a invitar. Hugo no tenía excusa. Era evidente que se encontraba incómodo ante la situación. Diana lo presionó diciéndole que por favor que acudiera, que no podía hacerles el feo de no ir. Hubo un detalle que acabó de convencerlo. Diana deseaba que su tío la llevara a la iglesia en un coche antiguo que tenía, un coche de época, un Seat 1500 que él conservaba y mantenía en funcionamiento. Era un coche elegante. Convenientemente adornado, sería un gran espectáculo verla bajar de él vestida de novia. El problema que surgió es que su tío era ya muy mayor, apenas veía y no estaba en condiciones de conducir. Le dijo que no tenía inconveniente en prestárselo siempre y cuando alguien fuera a recogerlo al pueblo y también lo devolviera. Él no podía ser el chofer y entonces Diana pensó inmediatamente en Hugo que era un experto conductor, de hecho, se había sacado el carnet de camión durante el servicio militar.

Todo había transcurrido razonablemente bien y los preparativos no sufrieron ningún tropiezo. Incluso ella había programado una despedida de soltera conjunta con su novio para evitar que este tuviera la tentación de verse suelto por ahí, una semana antes de la boda, con barra libre y sus antiguos amigos para que acabara cometiendo alguna estupidez. No pudo evitar que consumiera alcohol pero la cosa estuvo razonablemente controlada, así que se sentía satisfecha. Le hizo especial hincapié en que en su boda no bebiera demasiado, de hecho, al día siguiente tenían que coger un tren por la tarde para irse de viaje de novios a la costa. No quería ningún tropiezo, todo debía salir conforme a sus planes. Álvaro seguía siendo Álvaro, pero la verdad es que ella había conseguido que las cosas cambiaran mucho y se sentía orgullosa de ello. Todo iba a salir bien, se repetía, su boda iba a resultar un completo éxito, iba a disfrutar por primera vez de ser la protagonista, la esperaban unas vacaciones de una semana en un hotel con todo incluido y a la vuelta ya podría iniciar su vida con su marido en el piso. Deseaba un buen recuerdo de su boda y un feliz inicio de su matrimonio.

Quizás sí, quizás ese fuera el momento de poner fin a su relación con Hugo, total, ya llevaban casi tres meses sin acostarse juntos. Fue la única ocasión en que coincidió con su amante en sus deseos de redimirse. Pero es entonces, en el momento en que precisamente estás más dispuesta a hacer lo correcto, cuando viene la mala fortuna y te sale la peor tirada posible en los dados. Cuando llegó al salón de celebraciones en el coche, bien agarrada a su ya esposo y con su amante conduciendo se sintió pletórica como si hubiera triunfado en la vida, pero a partir de entonces todo se empezó a complicar porque fue demasiado pedir a Álvaro que, con la euforia del día, se mantuviera apartado del alcohol.

¡Cómo resistirse a la copa de bienvenida! ¡Cómo evitar los brindis! ¡Cómo no tomarse unas cervezas frías en aquel caluroso día de julio para evitar deshidratarse! Y una vez calentados los motores ¿cómo no probar los tres tipos distintos de vino que sirvieron en la comida? blanco para el pescado, tinto para la carne y un Pedro Ximénez dulce para el postre ¡cómo no brindar con champán con la novia y con todos los asistentes! ¡Cómo negarse a ir luego a la sala de fiestas que tenían allí preparada con barra libre y como evitar que una vez a Álvaro se le calentó el pico no metiera primera y saliera disparado hacia el coma etílico!

No fue tanto lo que bebió (que ella lo había visto otras veces trasegar mucho más) sino la mezcla de distintos licores lo que acabó por arruinarle la noche. Conocía demasiado bien a su ya marido y sabía que una vez que había bebido una cantidad determinada de alcohol, ya no había marcha atrás: se volvía inmanejable y nada ni nadie podía reconducirlo. Aquella noche pasó el límite y abrió el catálogo de tonterías, de risas, de bromas soeces. Como siempre, se mantuvo en su papel de bufón (él nunca se ponía violento ni agresivo cuando bebía) pero a las tres de la mañana ya estaba claro que le había arruinado la noche de bodas. Se empecinaba en no retirarse al hotel donde habían reservado habitación, distinto al de su familia del pueblo para evitar bromas y sorpresas de sus primos. Mientras quedara alguien en pie, Álvaro no se iba de allí y cada hora que pasaba sumaba más alcohol, en este caso ya combinados de alta graduación, que acabaron de rematarlo.

A las cinco de la madrugada, Hugo aparcaba el coche en el hotel y ayudado de la hermana y el cuñado de la descompuesta novia, la ayudaban a meterlo en la cama después de una primera vomitona. En teoría Hugo debía irse con el coche y volver a recogerlos a las diez de la mañana para llevarlos a casa y que hicieran las maletas, se asearan y se prepararan para irse al tren donde esa tarde los llevaría a su hermana. Una vez dejados en su casa, el chico solo tenía la misión de llevar el coche al pueblo y volverse en el autobús.

Ella le agradecía el gesto: a pesar de haber bebido, Hugo conservaba la calma y era alguien confiable, por eso aquella noche se sintió de nuevo tan atraída por él como rechazada por su marido, que había preferido la botella y que en ese momento roncaba la pierna suelta en una cama gigante de matrimonio, donde ella debería estar ahora estrenando su lencería de novia y follando antes de caer en un plácido y reparador sueño.

- ¿Qué hacemos? - comentó Hugo - ¿crees que se pondrá peor?

- No lo sé - respondió ella mirando con cara asesina a su ya marido, que parecía no ser siquiera capaz de respirar y que yacía en la misma postura que lo habían dejado caer tras quitarle los zapatos y el traje de novio.

- Si ves que la cosa se agrava nos puedes llamar y lo llevamos al hospital - dijo la hermana.

- Este se queda aquí, como lo llevemos al hospital y les dé por ingresarlo me quedo sin viaje - recuerda Diana que masculló enfadada.

- Podemos hacer una cosa - propuso entonces Hugo - yo a estas horas no voy a ir a mi casa para dormir solo un par de horas. Mientras llego y luego me vuelvo se me va el tiempo. Ya que tendremos el coche aquí en el parking del hotel mejor miro a ver si hay habitación libre, me pego una ducha y me acuesto. Si se pone peor me llamas y lo llevamos al hospital y si no, mañana cuando te levantes me das un toque, le damos una ducha con agua fría y hacemos que desayune algo aunque tenga mal cuerpo, pero así al menos lo tenemos espabilado para que podáis coger el tren por la tarde.

A todos le pareció la mejor solución e incluso su hermana se fue alabando lo buen amigo que era Hugo. El muchacho encontró habitación en la misma planta. Diana recuerda la mala noche que pasó, apenas durmió media hora rumiando su enfado. Ni siquiera estaba caliente ni le apetecía follar. Solo estaba cabreada por cómo se le había torcido la celebración cuando ella pensaba que todo iba a ir bien. No hacía más que pensar que pasaría si no conseguía levantar a Álvaro de la cama al día siguiente para iniciar su viaje de bodas que ya estaba pagado.

A las nueve de la mañana intentó despertar a su marido: misión imposible, no reaccionaba. Al menos sabía que la cosa había mejorado porque no paraba de roncar, lo que indicaba que había recuperado el pulso y salido del coma etílico. Contempló su vestido de novia echado sobre un sillón de la habitación, sucio y arrugado por la fiesta nocturna. Entonces tomó una decisión. No lo había previsto así ni lo había buscado, pero ya que las cosas habían ocurrido de aquella manera ¿por qué no?... Sí una idea loca como la que se le había ocurrido ese mismo día, la de visitar aquella cala pérdida, recuerda Diana morboseando con el pensamiento.

Sobre la lencería de novia que aún llevaba puesta se colocó una falda y una camisa que había llevado, se arregló el pelo, se maquillo un poco y salió al pasillo tras echar un último vistazo a Álvaro que rugía a pierna suelta. Llamó a la puerta de Hugo en el otro ala de la planta y cuando este le abrió en calzoncillos, ella entró en la habitación sin esperar a ser invitada.

- Voy a bajar a desayunar y luego intentaré despertar a este.

- Vale, me doy una ducha rápida y te acompaño.

Ella lo contempló en calzoncillos, dirigiéndose al baño. No se había molestado en taparse porque demasiadas veces se habían visto ya desnudos. Entonces lo deseó. Recuerda con qué fuerza se le revolvió el estómago y la picazón que la recorrió de arriba abajo. Todo ese cabreo y malestar transformado en ganas de desquitarse con sexo del bueno, con ese sexo intenso y morboso con el que ellos disfrutaban.

- ¡Me paso por el higo todas mis buenas intenciones! - pensó en ese momento - ¡necesito follar!

Para cuando Hugo salió de la ducha con solo una toalla en la cintura, ella lo esperaba echada en la cama con la lencería puesta y con sus dedos por debajo de la braguita estimulando su clítoris. Se quedó allí de pie, mirándola sin decidirse, parecía pensar: “otra vez no, la vamos a liar de nuevo”.

Pero Diana observó como un bulto se levantaba debajo de la toalla. Se le había empinado.

- Ven - le dijo - necesito que me lo hagas.

Todavía pareció dudar. Entonces, ella se quitó las bragas y se abrió de piernas. Sacó un pecho del sostén, luego el otro y con mirada turbia le dijo:

- Por favor, por favor…

Fue un polvo animal, frenético, con él dándole fuerte y ella muy mojada recibiéndolo, notando sus huevos golpeando en el perineo. Hugo se corrió sin esperarla, mientras lo apretaba muy fuerte con sus muslos para evitar que se separara y notando como su peso aplastaba sus tetas.

Aún no había obtenido Diana su orgasmo pero estaba tan sensible y sentía tanto placer como si hubiera llegado. Y Hugo estaba tan eufórico que no se le bajó después de correrse. Lo echó sobre la cama, se la chupó un rato para garantizar que volvía a recuperar su máxima reciedumbre y luego se subió encima a cabalgarlo. Era como si tuviese fuego en la entrepierna. El pensar que era prácticamente su noche de bodas y que su marido estaba durmiendo siete habitaciones más al fondo, en vez de provocarle culpa o rechazo, lo que hacía era enardecerla más. Fue una mezcla de excitación y culpabilidad que explotó en un orgasmo inacabable, con su clítoris irradiando calambres, sus muslos empapados y los músculos de su vagina atrapando el falo del chico en un abrazo animal.

En ese momento ya lo supo, ya supo que no dejaría a su amante, que era algo que no quería perder, algo demasiado dulce y emocionante para dejarlo ir. Su idea de cortar la relación no era viable porque aquello no lo tenía con Álvaro. Era otra forma de quererse, otra forma de tener sexo, más tranquila, más necesaria, más útil, pero aquella explosión de placer, aquel morbo incontenible solo Hugo se lo podía proporcionar, quizás por la propia naturaleza de su relación oculta, salvaje y excitante.

Continuó todavía un largo rato, empalada por el miembro de su amante, moviendo suavemente sus caderas adelante y atrás, sintiendo su polla resbalar por la vagina, que todavía le provocaba un suave cosquilleo (ahora más soportable) después del orgasmo. La sensación era tan agradable que se hubiera pasado toda la mañana ahí subida.

Sabía que debía bajar a desayunar y luego despertar a su ya marido, pero sin embargo se quedó allí tumbada a su lado, con el muslo sobre el vientre del chico, notando la humedad rezumar de su sexo. Ninguno de los dos dijo nada: se limitaban a estar, a sentir cada uno el latido del otro, a percibir el olor a sexo y feromonas. Cuando ella finalmente hizo el intento de levantarse, él tiró fuertemente de su brazo, la atrajo de nuevo hacia sí y poniéndola boca arriba se introdujo entre sus muslos de nuevo. La seguía teniendo erecta (a Diana le pareció que incluso aún más dura que antes), estaba como loco, desatado… se la metió hasta el fondo y la poseyó con ansiosa furia. Una vez más, Diana, se puso muy cachonda al comprobar el efecto que obraba en aquel chico. No, no estaría enamorado de ella, pero se derretía al ver el efecto que causaba en él y como con cada embestida ciega de su falo dentro de la vagina, Hugo se abandonaba al deseo que ella le provocaba.

No, no nos casaremos” - pensaba – “pero cuando yo quiera tú serás mío. Cada vez que yo lo desee tú volverás a mí, no puedes evitarlo, te gusto y me deseas”.

La fuerza con que la penetraba y la comprobación de la inmediatez del orgasmo del chico, hizo que también se corriera ella con ese pensamiento en la cabeza, alimentado con la gasolina del morbo que suponía estar prácticamente en su noche de bodas teniendo sexo con su querido amante.

Cuando lo sintió derramarse por segunda vez en su interior mientras apretaba con fuerza y estampaba sus testículos contra su perineo, ella cerró los muslos y fue gritando cada vez más alto a medida que las ondas del placer de su propio orgasmo se amplificaban. Lo atrajo hacia sí agarrándole el culo, arañándoselo, envolviéndolo en una trampa de carne y fluidos, notando como su vagina se contraía, como su nódulo irradiaba pinchazos de placer, como su sexo se cerraba abrazando la verga de su amante. El semen se vertía cada vez que ella apretaba, rebosando de su coño y empapando sus labios mayores. Se le cortó la respiración un par de veces y creyó que se iba a desmayar del gusto. Sentía el peso del chico sobre ella, aplastándole las tetas, con sus pubis soldados el uno al otro a fuego, pero aun así, no lo dejó irse: aguantó abrazada él como si fueran un solo cuerpo hasta que las contracciones de placer cesaron y ella se dejó caer rendida, resbalando los brazos hacia los lados, aflojando el nudo de sus muslos, expulsando su vagina aquel trozo de carne que la llenaba. Después de aquel ataque pedía calma y volver a su dilatación habitual. Hasta entonces nunca había caído tan agotada y tan satisfecha. Todas las nubes y las dudas desaparecieron de su mente y durante unos largos minutos fue feliz y plena.

Después, fueron a ducharse juntos, se vistieron y antes de bajar de desayunar, ella desandó el camino hasta su habitación solo para comprobar que su marido seguía roncando, echado boca abajo en la cama. Tomaron el ascensor hasta la planta baja. Cuando las puestas se cerraron no pudo reprimir el impulso y le dio un beso a su amante en la boca. Luego, fueron cogidos del brazo como el matrimonio que no eran. Diana recapacitaba divertida que era un perfecto sustituto para Álvaro. Su marido debería ser el que ahora acompañara a una satisfecha Diana a desayunar, tras una estupenda noche nupcial y el muy estúpido lo había estropeado todo. Pero al fin y al cabo había tenido su noche de bodas, pensó satisfecha sin poder evitar que las piernas le temblaran un poco de placer. Hugo la agarró de la cintura y caminó junto a ella hasta que al llegar al comedor y ver que había gente, la soltó un poco azorado. Volvían a la realidad.

El gesto le hizo gracia Diana: había veces que le gustaba hacer de mala de la película y le gustaba pensar que era ella la que llevaba por el mal camino al chico. Todavía durante el desayuno hubo lugar para un rato más de satisfacción una vez había desahogado sus instintos más básicos. Los dos polvos que habían pegado la habían dejado satisfecha y de buen humor. Casi agradecía que su marido estuviera durmiendo, porque dudaba que el sexo con él en las condiciones que estaba hubiera sido tan pleno y también que estuviera disfrutando de un desayuno tan relajado y feliz. Sí, después de todo, de una forma u otra, el día de su boda no había estado mal: se llevaba un buen recuerdo.

La cosa cambió apenas llegaron a la habitación. Un último beso en la puerta antes de abrirla que la removió por dentro, notando el pulso acelerado y de nuevo el temblor de piernas. Por un instante estuvo tentada de llevar de nuevo a Hugo a su habitación y volver a follar. El cuerpo le pedía otro polvo, pero ya era tarde, tocaba ponerse las pilas que tenían un día muy largo por delante y a las cinco de la tarde tenían que estar subiéndose a un tren con destino a la playa.

Nada más entrar pudo ver a su marido seguía en la misma posición bocabajo en la cama, resoplando con la garganta áspera de tanto roncar. La única cosa diferente que había era el revoltijo de sabanas echas una bola a un lado de la cama y la vomitona en el suelo. Un olor agrio y desagradable complementaba un cuadro desastroso. Les costó la misma vida arrastrarlo al baño y darle una ducha con agua fría, que se vistiera y por fin, recoger las cosas y meterlo en el coche camino a casa de sus suegros. No fue capaz ni siquiera de tomarse un café: hasta el agua vomitaba cuando la bebía. La borrachera había sido épica. Se echó en casa de sus suegros un rato a dormir y solo fue capaz de tomar un poco de caldo al mediodía. A duras penas consiguieron montarlo en el tren por la tarde, un viaje que Diana recuerda que se le hizo eterno. Su ya marido, tardó un par de días en recuperarse y en adquirir los parámetros de una persona normal.

Pero ella no quiere quedarse con ese recuerdo (no ahora que está por fin llegando a la cala) y prefiere acordarse de ese sexo mañanero que tuvo con su amante, el primer polvo que echaron una vez ya casada y que afortunadamente no sería el último. Ella lo ve como un regalo especial a Hugo: el primer sexo de su matrimonio fue con él y no con su marido.
 
Diana es una de las mayores zorras de todos los relatos que he leído.
Hugo, evidentemente es un pésimo amigo y de ética no va muy puesto que digamos y ha cruzado las lineas rojas que no se deben cruzar, pero al menos el se arrepiente.
Para estar con esta pésima mujer, yo preferiría estar solo.
Ojalá Álvaro los pille y los ponga en su sitio al par de golfos.
 
Diana llega a la cala y se encuentra de vuelta al presente. Cree que encontrará allí lo que sintió ese día y espera que la recorra ese estremecimiento que ya hace tiempo que no abriga, salvo como recuerdo, prácticamente desde que dejó de verse con Hugo. Por un lado teme: no sabe lo que se va a encontrar allí ni está muy segura de a dónde está dispuesta a llegar, incluso se plantea si no está haciendo algo que puede resultar peligroso para ella, pero aquella sensación es tan buena… la hace sentirse de nuevo viva, le aguza las emociones, todo se vuelve más real y es justo lo que ella necesita, un chute de adrenalina que la espabile y la haga sentirse de nuevo viva. De modo que decide continuar adelante. Sortea las piedras y entra en la cala, ahora bastante desierta en comparación con esta mañana. La hora evidentemente no acompaña, pero ella prefiere que haya poca gente, lo importante es saber con quién se va encontrar allí, así que hace un rápido barrido con los ojos y se da cuenta que hay dos hombres, uno metido en el agua y otro un poco más apartado, en una toalla; dos chicos jóvenes con el pelo cortado a la moda, tatuajes tribales y cuerpo de gimnasio; un poco más alejados, una pareja bajo una sombrilla. Que haya otra mujer en aquel lugar de alguna forma la reconforta y le da ánimos. No puede ver bien al hombre que está en el agua, ni al otro que está tumbado en ese momento, pero los demás, la parejita de hombres y la otra parecen más jóvenes que ella y gastan muy buen tipo. Por un momento se siente un poco avergonzada. Ella está un poco más regordeta de lo habitual, las vacaciones y el buffet pasan factura y eso se nota en su barriguita y el culo, pero no se desanima: se quita el sostén y deja sus pechos al aire. Sigue teniendo unas tetas naturales, enormes y bien puestas, es su mejor arma y lo que llama la atención de la mayoría de los hombres que se fijan en ella, así que por el momento se limita para enseñar la bandera sin quitarse la parte de abajo.


La sensación de morbosa expectación no decae. No sabe lo que va a suceder, pero el simple hecho de estar allí la hace revivir emociones que ya creía perdidas. No puede evitar lanzar el pensamiento a su viejo amante ¿dónde estará Hugo ahora?
 
Hugo se renueve inquieto en la hamaca. No le quita la vista a su hijo que juega en la piscina con los vecinos. A su lado, Puri le calienta la cabeza con su intrascendente verborrea habitual. Su vecina, joven como él y con un niño que es amiguito inseparable de su hijo, siempre se sienta a su lado y no pierde oportunidad de flirtear, disimuladamente para los demás (o eso cree ella) y con indudable descaro para él, que la ve ponerse en evidencia en las distancias cortas. Está aburrida, vacía. Según ella, su marido le hace poco o ningún caso y odia su papel de ama de casa.


- “¿En qué momento dejaría yo de trabajar?” - Siempre da vueltas sobre lo mismo. Hugo le gusta y no pierde ocasión de hacérselo saber, esperando que él deje de batirse en retirada y dé un paso en su dirección.


En más de una ocasión ha fantaseado con ello, es lo cierto ¿cómo no hacerlo? Los paralelismos con su aventura ilícita con Diana son muchos. El morbo de una relación prohibida, el subidón que te produce que una chica se te ofrezca (eso sí, esta vez más veladamente pero no por ello menos decididamente), la fantasía que crece en su cabeza y corrompe sus pensamientos más nobles, a lo que habría que añadir el pequeño detalle de que físicamente la chica está bastante mejor que Diana: un cuerpo más alto, muslos delgados pero prietos, un buen culito y unos pechos no tan generosos pero sí bastante redonditos y bien puestos, que por cierto, ahora le pasea generosamente por su cara con un bikini que le está demasiado ajustado y con una tela demasiado fina como para que no se le marquen los negros pezones.


Están en la parte más alejada de la piscina, junto a una pared que da sombra, sentados en unas toallas sobre el césped. Esos pensamientos provocan en Hugo una reacción no deseada. Cuando deja ir su mente no puede evitar empalmarse, así que ha bajado la guardia y ahora se tiene que poner de lado para disimular el bulto que ha crecido en su bañador. Puri se ha dado cuenta, ambos lo saben y una sonrisa de satisfacción cruza su cara aunque disimula muy bien para no comprometer a Hugo. Se tumba y también y adopta una postura aparentemente indolente pero que tiene mucho de sensual, de cebo, le gusta que él esté caliente. Pero el muchacho trata de desviar su pensamiento y se dice a sí mismo que no debe cometer de nuevo los mismos deslices. Es inevitable la comparación y que le venga el recuerdo de Diana, que surge cada vez que Puri le provoca. Está decidido a no repetir errores, entre otras cosas, porque hay circunstancias que han cambiado. Una de ellas es que ya no es tan jovencito ni está tan desesperado, ni tampoco es el mismo el morbo que le inspira la chica a pesar de estar físicamente mejor y tener ese punto de inocencia impostada. No es la atracción brutal cocida a fuego lento que sentía por Diana. También por supuesto ha cambiado su situación: ahora él también está comprometido y es padre de familia. Tiene responsabilidades que van más allá de mantener vivo su matrimonio. Y por último el detalle fundamental: sigue enamorado de su mujer. Esta vez hay demasiadas cosas en peligro como para echarlas a perder por un polvo con Puri, por intenso y satisfactorio que pueda llegar a ser.


- Voy a ver a estos dos que no me fío – indica mientras pone distancia entre él y la tentación. Se sienta al borde de la piscina de los pequeños y mete las piernas en el agua. El frescor le relaja y consigue que se le baje la erección.


Se pregunta qué pasaría si en vez de Puri fuera su antigua amante la que estuviera de nuevo proponiendo maldades morbosas, y no con la mirada ni con los gestos como Puri, sino directamente como aquella vez hace tanto tiempo.


¿Sería capaz de negarse si fuera Diana? cree que sí, pero por si acaso, se alegra de haber pedido el contacto con ella y no tener siquiera su teléfono. Ha renunciado a explicarse el por qué no pudo vencer la tentación, el por qué tantas veces intentó dejarlo y no pudo.


La primera cuando se fue a la Mili pensando que la distancia y el tiempo sin verse jugarían a su favor. Y lo hizo solo para encontrarse a la vuelta con una propuesta clara y concreta. Su primera conversación seria no obtuvo el resultado esperado. Le dijo que no la amaba y que no estaba dispuesto a irse con ella si dejaba a Álvaro, pero esto no surtió el efecto que él esperaba. Diana contraatacó y toda su seguridad al volver de la mili saltó hecha pedazos cuando la levantó en sus brazos un mes antes de licenciarse y posteriormente, cuando ella le dijo bien a las claras que asumía que no tendrían una relación seria, pero que lo quería en su cama. Ahora sabe que era simplemente cuestión de tiempo, aunque aquel día se hubiera negado a subir a su piso hubiera sido en otra ocasión o lugar. Ella habría encontrado la forma de ponerlo frente a sus debilidades.


La siguiente oportunidad de dejarlo y hacer bien las cosas surgió con su boda. Hugo pensó (erróneamente de nuevo) que aquello marcaría un antes y un después, que a partir de oficializar su matrimonio ya no les quedaría más remedio a ambos que aceptar el fin de sus encuentros. Esa vana esperanza saltó hecha añicos precisamente en su noche de bodas.


Todavía se estremece y se le nubla el recuerdo por el placer bestial y morboso que le supuso a los dos follar la misma madrugada de su boda, en una habitación apenas a veinte metros de donde dormía su marido. Con qué desesperación ella se corrió y gritó sin importarle que la pudieran oír desde otras habitaciones, aunque fuera su mismo esposo el que se hubiera por fin despertado y la estuviera buscando. Tampoco olvida sus sonrisas de satisfacción ni sus miradas mientras desayunaban juntos, como si fuera él su marido y no Álvaro.


A partir de ahí continuaron viéndose, quizás incluso más que antes. Tardó en encontrar un momento y una excusa para volver a plantear que debían dejarlo. Le molestaba incluso la seguridad con que ella lo miraba cada vez que planteaba el tema y le sonreía, como sabiendo que volvería a tenerlo entre sus piernas más pronto o más tarde. La oportunidad pareció surgir con su embarazo. Tres años después, en los que habían pasado rachas que se veían a menudo y otras que se veían bastante poco, incluidos algunos meses que había pasado trabajando fuera de la ciudad, altibajos que sin embargo no supusieron una ruptura. Cuando ella por fin quedó embarazada de Álvaro él encontró la fuerza para oponerse a seguir viéndola. Y al principio pareció que funcionaba. Incluso creía que Diana también la había asumido la necesidad de sentar la cabeza. O eso o es que estaba demasiado preocupada con su próxima maternidad y todo lo que implicaba.


El caso es que desde que ella le dio la noticia y aprovechando que Hugo había empezado a salir con una chica, este intentó la enésima despedida. La chica fue una de tantas intentonas que apenas le duró unas semanas, lo suficiente para darse cuenta de que no eran compatibles, pero trató de aprovechar el tirón y sin comentarle a Diana que habían cortado trató de evitarla, cosa que consiguió durante tres meses en que ella aparentemente tampoco hizo demasiados intentos por contactarlo. Todo parecía indicar que por fin Hugo había superado su adicción. Inevitablemente echaba de menos los encuentros y los ansiaba, pero ahora creía tenerlo controlado y estaba dispuesto a no volver a caer. Sin embargo, todo saltó por los aires con una nueva llamada de Diana. El tono de la llamada era totalmente distinto, ella parecía agobiada, incluso desesperada y no era solo por sexo. Algo le decía que la chica no estaba bien. Según ella solo quería hablar y desahogarse. Y eso fue lo que se encontró: una diana confundida, llorosa, más necesitada de palabras que de placer.


La verdad es que cuatro años después de casada parecía haber tomado las riendas de su matrimonio, y con un Álvaro que siempre iba a remolque de ella, había conseguido estabilizarse. El tener ya su propia vivienda donde podían practicar sexo con tranquilidad y a discreción, el hecho de que Álvaro bebiera ya bastante menos, el tenerlo retirado de las malas juntas y más próximo a su familia con lo cual lo tenía controlado y la felicidad de vivir juntos con la ilusión que dan los primeros años de matrimonio, hacían que la chica estuviese feliz y contenta y fuera razonablemente optimista acerca de su futuro. Tanto como para plantearse tener un hijo. Las broncas con su marido eran cada vez menores y en parte era debido a que (aunque muy puntualmente) aún se seguía viendo con Hugo, lo cual le proporcionaba una buena válvula de escape para aquellos momentos en los que necesitaba desfogar, darse una alegría como decía ella y quitarse el estrés, el aburrimiento o cualquiera que fuera el estado que la ponía de los nervios. Tanto era así que ella misma había renunciado los tres primeros meses de embarazo a buscar a su amante, tan ilusionaba que estaba con su próxima maternidad. Pero el cuarto mes todo cambió: Álvaro insistía en no follar con ella, cosa que Diana no entendía. Afirmaba que podía ser malo para el niño, que ya estaba muy gorda, que mejor contentarse con un poco de sexo oral o manual.


Diana incluso llegó a hablar con el médico que le aseguró que no había ningún inconveniente para seguir practicando sexo mientras ella se encontrara bien y no tuviera problemas, que todavía era muy pronto para dejarlo, pero su marido se cerraba en banda. El hecho de dar más atención al bebé incluso antes de haber nacido le hizo aflojar un poco la vigilancia y pudo observar que Álvaro volvía a beber una vez más y sospechaba que incluso podía haber vuelto a las andadas de tener algún rollo en el trabajo, aunque a él lo negaba vehemente.


Los cambios en su cuerpo, la falta de desahogo sexual, los vaivenes hormonales que la hacían sentirse vulnerable, nerviosa y distinta y, sobre todo, que empezó a darle a la cabeza pensando que su marido no estaba para nada preparado para tener un hijo y que le iba a tocar a ella cargar con todo el peso de sacar adelante al crío, hicieron mella. Hacerse cargo de la casa y seguir trabajando no le había supuesto tampoco un esfuerzo insuperable, pero ella sabía lo que se le venía encima con un pequeño y comenzaba a darse cuenta que quizás no había sido tan buena idea quedarse embarazada.


Todas sus ganas de copular, la necesidad de cariño de su marido, el aumento de las broncas y la perspectiva de lo que se le venía encima se le juntaron en un cóctel que la pusieron de los nervios y por primera vez desde hace mucho tiempo, volvió a dudar de la viabilidad de su matrimonio.


- Pero ¿por qué no quiere hacerlo contigo? - insistió Hugo.


- Porque dice que me ve gorda y que puede ser peligroso para el niño.


- Eso es absurdo: si tú estás bien y el médico te ha dicho que puedes…


- Sí, es absurdo… en cuanto a lo otro, lo cierto es que estoy más gorda y deforme - añadió ella mirando hacia abajo y dejando caer un par de lágrimas mientras hipaba.


Era la primera vez en toda su vida la veía llorar. Seguía sin estar enamorado de ella, pero después de tantos años el cariño era inevitable y no pudo evitar consolarla de la mejor manera que supo.


- Es normal, tu cuerpo está cambiando. Cuando lo tengas volverás a ser la de antes y ¡qué carajo! si has cogido un poco de peso y tienes los tobillos hinchados ¿qué más da? por otro lado ser madre te sienta muy bien, yo te veo más guapa que nunca.


Su deseo de reconfortarla era genuino. A pesar de todo habían compartido tanto que no soportaba verla tan triste y agobiada en un momento de su vida tan delicado. Pero casi al instante se dio cuenta de que una vez más navegaba por el lado equivocado. Al contacto de sus manos siguió un abrazo que continuó con un beso que pretendía ser de consuelo, un ligero roce de sus labios contra su pelo. Pero ella buscó su boca. Aquello se convirtió entonces en un muerdo húmedo e intenso preñado de morbo y deseo.


Hugo se estremece solo de recordar aquel calor que le subió de los pies a la cabeza, como su cuerpo pareció revolverse por dentro provocándole una serie de calambres que poco a poco se fueron acallando y transformándose en latidos. Su corazón palpitaba, su pene palpitaba, su frente palpitaba, su vientre palpitaba…todo se convirtió en un retumbar que se iba sincronizando hasta que el latido que provenía de su sexo se impuso a todo lo demás. Jamás había sentido tanto apetito sexual. Siempre se ponía muy caliente cuando quedaba con Diana, pero ese día realmente estaba rabiando de deseo. Todo su cuerpo era como una herida abierta que gritaba pidiendo el único bálsamo que podía calmarla.


Ella sacó los pechos hinchados y lo tomó de la cabeza enterrándole la cara en ellos y acallando la débil protesta que intentaba formular. El viejo juego de hacer aflorar los remordimientos para luego dejarse llevar al pecado. Al principio eso la molestaba pero luego, Diana había aprendido a disfrutar de ese pequeño tira y afloja que ya era habitual como preliminar de sus encuentros. Y cuanto más decidido parecía su amante a decir: “no, esta vez no”, más disfrutaba ella cuando por fin lo tenía entre sus piernas.


Todo eso ya lo sabía también Hugo. Rutina repetida tan cierta como que las mareas suben y bajan, vienen y van, pero el ciclo permanece inalterable. Se preguntó si alguna vez sería posible romper ese círculo vicioso. Si a la resignación dejaría de seguir alguna vez el placer intenso y a este el remordimiento y luego la determinación, que iba a estrellarse siempre frente al muro de la provocación de su amante, al que seguiría una vez más la incapacidad para resistirse y de nuevo la resignación para iniciar otra vez el ciclo. Cada vez igual y sin embargo también cada vez diferente, con algún nuevo morbo, con algún nuevo elemento que atizaba el fuego.


En esa ocasión era su embarazo: estaba tan caliente que ni siquiera le permitió llevarla a la cama, allí mismo en el sofá la penetró directamente, sin preliminares. Su vulva y sus labios hinchados lo recibieron como la sed al agua. Estaba muy húmeda y el flujo era diferente. El sexo desprendía más olor de lo habitual como si hubiera feromonas en el aire. Su vagina era como un túnel empapado en aceite por el que su falo resbalaba sin poder detenerse ni pegarse a ninguna de sus paredes. A ninguno de los dos se le pasó por alto el placer extra que suponía poder follar sin condón, piel contra piel como ella misma se encargó de remarcar en un lenguaje crudo y soez que los acompañó durante toda la sesión de sexo.


Hugo se revuelve inquieto como siempre que recuerda esos momentos con Diana. Una erección brutal se forma en su entrepierna. Se va a la ducha y se remoja intentando que el cambio de temperatura desaloje la sangre de su pene y deshaga el bulto. Desde la toalla su vecina le sonríe con picardía. La muy chismosa no lo pierde de vista y parece haberse dado cuenta del detalle. Quizá piense que esa erección es en su honor y por eso parece satisfecha. Hugo consigue solo a medias su propósito ¿Porqué se tendrá que acordar de Diana siempre en los momentos más inoportunos?


En fin, se vuelve a sentar al borde de la piscina y rememora ese encuentro con su amante. Dos veces más se corrió en su interior y la cuarta no consiguió llegar, no por falta de esfuerzo, que ella lo intentó ordeñar reclamándole desaforada que la volviera a poner perdida. Pero él simplemente no pudo llegar a una cuarta vez. El vocabulario que salía por su boca era tremendo, nunca la había oído decir tal cantidad de guarrerías. Estaba desatada. Como si los cambios hormonales la hubieran trastornado. El nivel de morbo rompió todos los límites con ella exigiéndole que la llenara de semen una y otra vez y diciéndole que necesitaba que la follase todos los días. Él se tuvo que imponer y parar porque ya tenía el falo irritado a pesar de lo lubricada que estaba. Simplemente no podía seguir follando aunque ella le demandaba más y más. Fue necesario salir casi huyendo del piso porque Diana estaba como nublada y no lo dejaba marcharse, sin importarle que su marido pudiera estar al llegar. Como el primer polvo que echaron juntos pero multiplicado por cinco. Es que no había límite para el sexo con ella.


A partir de ahí comenzaron unos meses frenéticos en los que (como bien le decía ella), si hubieran podido, hubieran follado todos los días, pero aunque no fue así, se vieron con mucha frecuencia y Diana siempre le exigía que terminara adentro. Siguieron copulando a pelo hasta que faltó un mes y poco para el parto, cuando las molestias por la barriga y la aparición de algunas contracciones le hicieron por fin bajar la libido, y ahora sí, hicieron poco recomendable el tener relaciones sexuales con esa intensidad.


No se volvieron a encontrar a solas hasta tres meses después de dar a luz. Como siempre, una nueva oportunidad de romper la relación era la esperanza de Hugo. De que el ser madre y el reciente parto la apartaran de esas calenturas que los arrastraban siempre al mismo pecado. Y así pareció ser, al menos los dos primeros meses, con una Diana volcada al cuidado de su hija. Pero cuando le tocó reincorporarse al trabajo y al comprobar que su marido tampoco colaboraba de buen grado en las tareas asociadas al cuidado de la niña, entró de nuevo en su habitual depresión sembrada de dudas. Y una vez más necesitaba su medicina, su válvula de escape. Y de nuevo Hugo volvió a caer en la tentación, escuchó de nuevo la llamada de la sirena y no pudo resistirse porque ella dominaba su voluntad. Hasta que en aquel encuentro pasó algo que por fin le decidió a actuar.


Era la primera vez que estaban juntos en varios meses. En esta ocasión ya no pudo ser en su piso, donde había dejado la hija al cuidado de su hermana, sino en una habitación de hotel donde ya se habían visto otras veces. Ni se molestaron en fingir que querían ponerse al día y hablar tranquilamente, su excusa habitual para quedar. Era cierto, no obstante, que desde que tuvo a su hija apenas habían hablado y que Hugo deseaba saber cómo le iba en su papel de madre. Y también que dedicaron la primera media hora a hablar del tema, de cómo iba la relación con Álvaro y de la última chica con la que Hugo había salido y con la que solo había durado una semana. Se confiaban sus cosas y sus intimidades como el matrimonio que no eran.


- Estás más delgada y un poco pálida.


- No paro con la niña, está comiendo a todas horas y duerme regular. Por la noche tiene cólicos y desde hace diez días que he empezado a trabajar, apenas descanso. Menudas ojeras tengo, estoy hecha un desastre.


Precisamente a pesar de las ojeras y de su aspecto un poco demacrado, aún le llamaba la atención su figura con curvas mucho más contenidas que cuando estaba embarazada y con los pechos hinchados por la leche, que destacaban todavía más grandes de lo que habitualmente eran. Uno le estaba goteando y le había mojado la camisa.


- Pues yo creo que ser madre te sienta bien. Te veo muy guapa - lo dijo con tal convicción y seguridad que a ella se le encendieron los ojos, mientras seguía su mirada que no dejaba de fijarse en sus tetas.


Se desabotonó despacio y las libero de su prisión, apretando las aureolas y permitiendo que la leche brotara en gotas blancas que mojaron la sábana.


- Quítate toda la ropa ¡ya! - Le ordenó mientras ella se sacaba el vestido y sin ningún preámbulo arrojaba sus bragas al suelo.


Aquel último polvo fue el delirio. No solo era el deseo aguantado en los últimos cuatro meses, sino también la necesidad de salir del círculo vicioso y de la rutina, de ver una luz al final del túnel, de olvidarse de todo y de todos por un momento. Diana estaba sedienta y lo atrapó de nuevo entre sus muslos sin darle opción a otra cosa que no fuera una cópula salvaje.


Los recuerdos se agolpan de forma inconexa y confunden a Hugo. No recuerda muy bien la secuencia en que fornicaron, pero sí recuerda los grandes pechos con los pezones muy duros goteando leche materna cada vez que los apretaba. Recuerda besos húmedos con lengua, marcas de bocados en su cuerpo y arañazos en su espalda, calor y humedad, jadeos que se transforman en gritos y palabras fuertes, muy fuertes. Una novedad de sus últimos meses de embarazo, mientras estuvieron viéndose antes de dar a luz. Diana, llevada de las ganas y el deseo, ponía palabras a lo que su cuerpo y su mente demandaba. En los años anteriores hablaban mucho pero nunca mientras follaban. Sin embargo, en estas semanas ella lo espoleaba con frases vulgares pero muy morbosas del estilo de ¡Métela fuerte! ¡Rómpeme el coño! ¡Dame duro hasta que me duela! ¡Dime que quieres follarme, que me deseas, que soy tu puta!


Hipérboles y exageraciones dichas en pleno frenesí que realimentaban el deseo y lo elevaban exponencialmente hasta que llegaban al clímax. Esa vez tampoco fue una excepción.


Todos se confunde en una amalgama de sensaciones extremas y placenteras pero lo que sí recuerda muy bien, fue el instante en que la tenía debajo y (a pesar de los golpes contra su vagina) parecía que era ella la que lo estaba follando a él, levantando el culo y atrayéndolo con sus muslos, con las tetas moviéndose rítmicamente con cada empellón. No ha guardado recuerdo de todas las palabras sucias que ella dijo, solo de las últimas. Cuando llegaban al clímax y él trató de retirarse porque estaban sin protección, Diana se lo impidió cerrando las piernas contra su culo y abrazándose a él.


- Sigue, sigue ¡no se te ocurra sacarla!


- Puedes quedarte embarazada ¡no seas loca! - Consiguió articular Hugo pero sin retirarse.


- ¡Fóllame cabrón! ¡Lléname de leche si hace falta pero no la saques! ¡No me importa! ¡El próximo hijo que tenga será tuyo!


Estas palabras lo enardecieron y perdió ya todo control que pudiera quedarle. La excitación brutal expulsó de su cuerpo los últimos restos que le pudieran restar de lucidez e intensificó la cópula hasta que se corrió en su interior. Diana lo recibió extasiada desencadenando su propio orgasmo.


- ¡Sí! ¡Me corro, me corro! – le gritaba a pulmón lleno sin que le importara que todo el hotel la oyera.


Fue la guinda del pastel, un polvo bestial que los dejó a los desmadejados, inertes y temblorosos. Unidos en un abrazo animal. Fue también el último día que estuvieron juntos. Cuando pudo recuperar cierto grado de conciencia se prometió a sí mismo que todo se acababa allí.


En la semana siguiente se negó a contestar las llamadas de Diana. La esquivó una y otra vez hasta que por fin se dio cuenta que eso no conducía nada y que solo era retrasar lo inevitable. Quedaron en un bar a la vista de todos, en parte para evitar tentaciones y también en parte para tratar de impedir que ella le hiciera una escenita. Llevaba su discurso muy bien preparado pero todo el torrente de palabras que tenía listo, brotó desparramado e inconexo frente a su mirada inquisitoria cuando le comunicó que lo suyo se había acabado, que ya no era posible seguir.


- Pero ¿qué te pasa?


- Estamos locos, no podemos continuar con esto, se nos está yendo la pinza…


- No sé a qué te refieres.


- Lo hicimos sin protección el otro día y me dijiste que querías quedarte embarazada de mí.


- Bueno, es que llevábamos muchos meses sin vernos y yo tenía muchas ganas – él permaneció con la misma mirada absorta, que pretendía ser neutra pero que en esta ocasión en vez de indecisión transmitía nerviosismo. Contra lo primero Diana estaba acostumbrada a luchar y ganar, pero lo segundo la descolocaba - ¡venga Hugo! fue solo una forma de hablar. Ya sabes, en la efusión del momento se dicen cosas así… creí que te gustaba que dijera esas cosas.


- Y me gusta, ese es el problema, que no soy capaz de decirte que no a nada.


- Bueno pues si tanto te agobia el tema, no te preocupes, que a partir de ahora empiezo a tomar la píldora: así lo podemos hacer tranquilos.


- No es solo eso Diana – menea la cabeza sin enfrentar la mirada, esquivando el cuerpo a cuerpo - Es que llevamos ya cinco años igual, esto no está bien, no lo estuvo desde primer día… creo que es hora ya de que lo dejemos.


Hugo todavía ignora de dónde sacó las fuerzas aquel día para romper con su amante. Porque ella no lo sabía, pero era la ruptura definitiva. Si lo hubiera sabido quizás habría actuado de otra manera, pero se confió, pensaba que era otra vez el ciclo de lamentaciones y remordimientos y que la rueda seguiría girando. Pero esta vez no. Él se mantuvo fuerte y a pesar de que hablaron varias veces no volvió a quedar con ella a solas, para desesperación de una Diana que empezaba a entender que se había quedado sin lo que ella llamaba su válvula de escape. Lo había visto tan afectado que no había querido tensar la cuerda insistiendo, no sea que se fuera a romper. Decidió dejarle un tiempo, como otras veces, para que se cociera en su propio jugo, pero en esta ocasión el paréntesis jugó en su contra.


Hubo un último intento de retomar la relación adúltera, pero él lo capeo aduciendo que estaba saliendo con una nueva chica y que esta vez le parece que iba en serio. Sólo era cierto la primera parte, pero ella lo creyó o simplemente se dio por vencida, difícil saberlo.


Después vinieron nuevas oportunidades laborales, el traslado a otra ciudad, su noviazgo (esta vez de verdad), su matrimonio, su hijo y su regreso a casa. No había vuelto a ver a Diana y hacía años que no tenía comunicación con ella, pero se interesó a través de terceros y pudo saber que seguía casada con Álvaro. Como no frecuentaban ya amistades comunes y vivían en distintas zonas, hasta ahora no se habían cruzado, pero se preguntaba que sentiría el día que la volviera a ver, que se dirían.
 
Diana ha llegado a su destino. La playa refleja el sol desde el agua y la arena haciendo que duela un poco la vista y volviendo imprescindibles las gafas de sol. Le viene bien el tema de los cristales ahumados, de esa manera puede observar sin ser observada, al menos de forma no tan evidente. Un rápido barrido con la mirada da como resultado una pareja joven junto a unas rocas, dos hombres solos y una pareja de chicos, desperdigados por la arena, dejando espacio entre todos. Planta su toalla en un punto equidistante, manteniendo también la distancia con los demás, pero más cerca de la parejita. Se siente algo más segura estando cerca de otra mujer.

Diana está a la vez excitada y preocupada. No sabe muy bien qué es lo que puede pasar, pero precisamente eso es lo que le da morbo. Ha empezado el día acordándose de su fantasía incumplida de follar en la playa y eso le ha hecho recordar toda su historia con Hugo, todos los momentos apasionantes pasados con su amante. Ha vuelto a sus dieciocho años, a la edad de las locuras en la que lo importante no era si hacías bien o mal, sino lo que sentías. Y ella se sentía muy viva, tan viva como no se ha vuelto a sentir hasta esta tarde.

De momento se queda en topless mostrando sus pechos que son con diferencia lo que más llama la atención de su anatomía. Se siente segura de sus tetas que son un motivo de orgullo. Grandes pero erguidas, con hermosas aureolas en las que destaca un pezón que se estira cuando se siente excitada, como es el caso. Su barriguita prominente, sus caderas y muslos con alguna incipiente cartuchera ya no le gustan tanto, pero es lo que hay. Ha pospuesto muchas veces el hacer dieta y el sacar tiempo para el gimnasio. Quizás deba replanteárselo, pero es que si tuviera un aliciente, como por ejemplo un amante fijo, está segura de que conseguiría fijarse esas obligaciones.

Va analizando con disimulo al resto de la parroquia.

La parejita (que es la que tiene más cerca) parece que solo va a lo suyo. Ambos están desnudos y son jóvenes (no más de treinta años). Bastante normales tanto en su aspecto físico como en su comportamiento. Ninguna actitud provocadora, ningún gesto de morbo, simplemente una pareja haciendo las cosas que hace una pareja cuando está en la playa: tomar el sol, remover la arena con los pies, beber del refresco que llevan en la neverita…En fin, remolonear al sol. No parece que estén pendientes de los demás ni tampoco que pretendan ser vistos. La impresión que saca Diana es que no quieren interactuar, solo buscan su cachito de intimidad sin ninguna intencionalidad sexual. No le sirven, no anda buscando un trío, pero la pareja puede ser un buen punto de apoyo si las cosas se complican. Alguien a quien pedir ayuda si aquello se sale de madre.

Automáticamente su vista deriva ahora hacia la pareja de chicos. Son con diferencia lo mejorcito que hay ahora mismo en aquella cala: jóvenes musculados con una serie de tatuajes que les dan un punto canalla y diría que hasta guapos. No los ha podido observar bien a esa distancia y en la posición en que están, pero con lo que ha visto ya le vale. Se lo montaría con cualquiera de los dos. O incluso con las dos a la vez, piensa con morbosa lujuria descubriendo que su papo responde inmediatamente a la posibilidad, mojándose y con el leve cosquilleo que indica que su clítoris se despereza preparándose para la fiesta. Él considerar la peripecia de que se la rifen detrás de las dunas o ser el relleno de un sándwich formado por aquellos dos, hace que se ponga cachondísima.

Solo por agotar el catálogo fija ahora su atención en los dos hombres que quedan en la arena. Uno está metido en el agua hasta los muslos. Delgado, con buena complexión física, pero se le adivina muy mayor. Demasiado para ella. Se da cuenta que la observa así que hace como un gesto de indiferencia y no le sostiene la mirada, es demasiado pronto para decidirse y mucho menos para dar pie a que se acerque el que posiblemente esté el último de su lista. El hombre debe rondar cerca de los sesenta años está casi calvo, pero no por rapado, sino porque ya apenas conserva pelo encima de la cabeza y el poco que tiene blanquea. Debió ser guapo en su juventud. Quién sabe, dicen que gallina vieja hace buen caldo. Quizá con los gallos pasa igual. De todas formas ella no está allí para conformarse, no está tan necesitada como para aceptar cualquier opción, si va a cumplir su fantasía de montárselo en la playa por primera vez quiere tener un buen recuerdo, así que pasa al siguiente de la lista.

El último elemento que salpica el paisaje es un hombre también maduro, pero menos. Debe ser de la zona porque tiene un moreno cetrino incrustado en la piel, el moreno de los que pasan muchas horas al sol, de los que pasean a diario por la playa, si tiene que hacer caso al bronceado profundo de cada centímetro de su dermis, incluso en sus partes más íntimas. Unos cuarenta y algo años le echa Diana, unos diez más que ella, quizá quince. El cuerpo musculado, con brazos anchos, hombros poderosos, pecho hinchado y muslos grandes y fuertes, pero al contrario que los otros dos chicos no está delineado. Los otros son atletas de gimnasio que posiblemente hacen algún tipo de dieta para que se les marquen los abdominales y desaparezca el exceso de grasa alrededor de sus músculos. Este es macizo y fuerte, pero de los que hacen deporte al aire libre o han ganado masa a través del trabajo pesado y luego no se privan de comer, lo que les hace tener una barriga que esconde los abdominales, una cintura redondeada y un cuello grueso en el que se le marcan los tendones. Es un tipo tocho que dirían en su pueblo. Pelo cortado a cepillo, ojos pequeños, cara compacta. No le parece guapo pero tampoco la desagrada. Es un toro y se imagina manejándola a ella con facilidad, sintiendo su masa y su peso sobre su cuerpo, o estos muslos que parecen columnas golpeando contra los suyos. No es una atracción física tanto como una atracción puramente animal, totalmente sexual, desprovista de cualquier conexión sentimental o cualquier gusto estético. Se trata de satisfacer deseos, impulsos, pura dopamina para el cerebro.

Diana se revuelve inquieta sobre la toalla, cierra los muslos y contrae los labios vaginales. Nota su interior ya húmedo y la piel se le pone de gallina. Es hora de hacer lo que ha venido a hacer. Ahora lo tiene claro y no se va a ir de aquí sin al menos intentarlo. No es de las que se rinden ni de las que se echan atrás. Con Hugo lo demostró, fue paciente e insistente hasta que al final consiguió su objetivo. Allí no dispone de tanto tiempo pero sí tiene la oportunidad y está decidida a no desaprovecharla.

Levanta el busto y exhibe sus pechos. Se da un poco de crema solar con un masaje que solo tiene por objeto que los hombres que por allí están, declaren con sus miradas que esos son los mejores pechos que hay ahora mismo en la playa. Luego, como quien no quiere la cosa, como si estuviera tranquilamente en su dormitorio, se quita la parte de abajo del bañador quedándose totalmente desnuda. Se echa en la toalla y queda boca arriba con las piernas ligeramente separadas. Su monte de Venus abultado recibe la luz del sol que se refleja en algunos pequeños pelos que le están volviendo a salir. Se rasuró justo antes de viajar a la playa y aunque el vello ya ha empezado a brotar, es corto y rubio y la impresión que da es que está depilada.

Pasado un rato cambia de postura y se pone de lado. Fija su mirada en los dos chicos. Ha decidido ir a por el premio gordo a ver si hay suerte, pero los chavales no parecen fijarse demasiado en ella, están a lo suyo tomando el sol y compartiendo un refresco de cual beben alternativamente. Ella no necesita mucho, apenas una mirada, una conexión visual para lanzarles una sonrisa provocadora, para incrustar la vista en ellos y darles rápidamente el mensaje de que está interesada en algo más que la sal y la arena. Pero esta mirada no llega. La mano pasa por sus pechos, se detiene un momento en su ombligo y luego acaricia su vulva en un gesto aparentemente indolente pero provocador.

Nueva decepción. Es como si la miraran sin verla. Sus ojos están en la misma dirección que ella pero pareciera que está hecha de cristal transparente. Pero ¿qué les pasa a estos dos? No tarda mucho en descubrirlo. Uno de ellos se da la vuelta y se pone boca abajo. Su amigo alarga la mano y le acaricia la espalda. Es una caricia larga, sensual, que acaba con los dedos del chico metiéndose por debajo del bañador. El otro suelta una risita: le debe hacer cosquillas que le acaricien la raja del culo. Vuelve la cabeza hacia su compañero y se miran exactamente igual que Diana hubiese querido que la miraran a ella.

- ¡Vaya una mierda! – Masculla enfurruñada - ¡son gays!

- Bueno, al menos si no me miran no es porque esté gorda y sea fea, sino porque no les gustan las mujeres - la que no se reconforta es porque no quiere…

Se levanta y se dirige a la orilla a refrescarse. Dos pares de ojos no la pierden de vista: son los hombres que están solos. Ella se contonea sensualmente moviendo con gracia sus redondeces. Mete los pies en la orilla dejando que las olas le suban hasta la pantorrilla. Se moja la cara, los brazos y un poco la tripa, ayudándose con las manos. Lejos de bajar la temperatura, el breve refresco la hace sentirse más caliente, sobre todo cuando vuelve y ve que el moreno cetrino que está tocho la mira fijamente sin perder detalle de sus tetas ni de su entrepierna. Ignora al otro hombre más mayor y esta vez sí, las miradas se cruzan y se encuentran.

Vuelve a su toalla. Una mirada le basta para saber que el otro la sigue, interesado también en su culo. Sacude la tela y se seca con parsimonia. Nuevo vistazo a la parejita y nueva confirmación de que esos van a lo suyo y no le interesan las mujeres.

El hombre mayor la mira de reojo. Parece haber entendido que ella prefiere que mantenga la distancia. El otro está tumbado y ahora se gira hacia ella. El pene cuelga grueso y oscuro cual badajo. Diana siente de nuevo ese cosquilleo, ese impulso animal que cuando estaba con Hugo le hacía perder la cabeza. Ha decidido. No hay tiempo para darle muchas vueltas a la cosa: o recoge y se pira por donde ha venido o aprovecha la oportunidad. No tiene demasiado sentido prolongar la situación. Así que recoge sus cosas y las mete en la bolsa de playa, se echa la toalla por el hombro, se ajusta las gafas de sol y poniéndose las chanclas para no quemarse emprende el camino de las dunas. Tiene que pasar cerca del moreno. Cuando está casi al lado le dedica una sonrisa y le hace un gesto con la cabeza, señalando hacia el pinar. Luego continúa sin mirar atrás.

Los nervios y el sol la hacen sudar. Nota la humedad debajo de sus pechos y corriéndole por la espalda mientras sube la primera pendiente de arena

¿Habrá entendido el tipo la invitación? No lo ve moverse.

Cuando llega arriba se gira y ve que el otro también recoge sus cosas y despacio, como disimulando, sigue el mismo sendero que ella. Entonces no espera más y desaparece entre las dunas, siguiendo una senda más o menos marcada que evita en lo posible subir y bajar hasta que llega a los primeros pinos. Allí se detiene hasta ver aparecer al hombre y cuando está a pocos metros, continúa el camino dándole la espalda hasta encontrar un sitio más o menos resguardado donde le espera definitivamente.

- Hola - saluda él.

- Hola - responde ella con una sonrisa provocadora.

Le gusta lo que ve en su rostro, cara de sorpresa y de alegría al comprobar que la invitación era cierta y que no se había equivocado: la chica quiere sexo. La polla cabecea como un péndulo a un lado y otro, enmarcada por dos muslos gruesos y fornidos. De cerca parece más moreno todavía, la piel más oscura, algo de barriguita y un incipiente michelín, pero por lo demás, fuerte y compacto. Los ojos se le achinan comiéndosela con la mirada, mientras espera que ella dé el primer paso. No quiere precipitarse, teme estropearlo.

Y entonces Diana se acerca a él y deja caer la toalla sobre la arena que está sembrada con las agujas de los pinos. Se arrodilla y toma el pene por la base. No es necesario intercambiar más palabras y ella tampoco lo desea, cuanto menos sepa del tipo mejor. Comienza a masturbarlo y responde de inmediato con una erección. El glande descapulla casi enseguida, asomando tras la piel. Le roza la cara y ella se regodea. Está muy bien armado, justo lo que necesita. Aprovecha para observarla y también la huele con disimulo, comprobando que aparentemente está limpia y sana. Aquello la anima a darle un lengüetazo. La punta del hombre se contrae de gusto, así que repite dos o tres veces más hasta que al final hace desaparecer el grande en su boca. Chupa con delectación y muy despacito, descubriendo que le gusta aquella verga. Hace bastante que no disfruta haciendo una mamada. Al principio gozaba mucho hacérselo a su marido, pero últimamente sus relaciones se han resentido y (a pesar de que él se lo pide con frecuencia porque es lo que más le gusta) ella lo hace con desgana y sin interés.

Pero hoy es diferente. Hoy sabe que si todo va bien, dentro de unos instantes estará abierta de piernas introduciéndose aquella verga que está chupando y que es más gruesa, más larga, pero sobre todo es nueva, es diferente. No ve el momento de metérsela. Se sienta en la toalla, que una cosa es fantasear con la arena y otra cosa es follar incómoda, con los granitos metiéndosete por el culo y pinchándote con las agujas de los pinos. Rebusca en su bolso los condones que ha traído y que ha cogido de la mesita de noche sin que su marido se dé cuenta.

El tipo, mientras tanto, no se está quieto. Aprovecha para recorrer sus muslos con las manazas acariciando mientras sube hasta su entrepierna. Unos dedos gruesos recorren sus labios y los separan mientras le frotan el nódulo. Son como salchichas Frankfurt. Es como si le estuvieran pasando pequeños penes por su sexo, lo cual la excita sobremanera. Se entretiene con su vulva a la vez que la boca juguetea con sus tetas, intentando los labios atrapar el pezón que esquiva la boca del hombre cada vez que ella suspira o se mueve presa de estremecimientos. Un gemido se le escapa con otro intento de penetración manual y el tipo interpreta bien que debe estar más lubricada antes de intentar meter la polla.

Para sorpresa de Diana se baja al pilón y un aliento cálido sopla sobre su vagina mientras la lengua comienza su trabajo. Las mejillas le raspan, el hombre tiene barba cerrada aunque está bien afeitado, pero a ella no le importa, porque sabe comer un coño. Echa la cabeza hacia atrás contemplando retazos de cielo azul a través de los huecos que dejan las ramas de los pinos. Inspira profundamente y huele a sal, arena, a verde, mientras oye el murmullo de las olas rompiendo en la orilla. Ajusta su cuerpo para encontrar una buena postura y la arena la recibe haciendo un molde donde ella encaja perfectamente. Ahora sí, se dice mientras nota que la humedad la empapa por dentro y por fuera. El siguiente intento del hombre ya es positivo y el dedo se entierra en su vagina hasta los nudillos. Repite la operación, esta vez con dos dedos, después de masajearla por dentro y también se introducen sin dificultad. Si sigue así va a conseguir que se corra con dos dedos estimulándola por dentro y la lengua desde fuera. A Diana le cuesta contenerse así que le toma la cabeza y trata de atraerlo. El otro se pone de rodillas frente a ella con los huevos dando en su pubis mientras ella le coloca el preservativo. Después se echa hacia atrás, se abre bien de piernas y lo llama con la mirada. No puede evitar que su lengua se pasee por los labios relamiéndose mientras él apoya la cabeza de su falo en su coño y luego empuja hacia adentro, deslizándose con cierta dificultad al principio, pero luego ya sin problema. La verdad es que es la verga más grande que la ha penetrado hasta ahora, mayor incluso que la de Hugo y nota como su vagina se dilata a medida que el hombre empuja. Cuando llega hasta el final le falta el aire, se da cuenta que ha contenido la respiración y entonces empieza a jadear. El otro la desliza hacia afuera y de nuevo hacia adentro sin llegar a sacarla del todo. Ahora sí, ahora es cuando ella le coge el gusto, es cuando empiezan sus muslos a temblar y su clítoris a irradiar calambres de placer.

Hace tiempo que no se siente tan llena. Bueno eso no es exacto del todo, porque tiene un par de consoladores en casa y uno es de gran tamaño, pero claro, no es lo mismo, esa es una polla de verdad y nota perfectamente el glande abultado abrirse paso rozando la parte alta de su vagina, estimulando el clítoris desde dentro y empujando contra el fondo. Pronto, sus jadeos secos se convierten en gritos que se acompañan con los golpes de los muslos macizos del hombre contra los suyos, cada vez que da un golpe de cintura y se la clava bien honda. Nota su cuerpo denso y pesado sobre ella aplastándola. Diana cierra los ojos, siente la tierra bajo su espalda, de nuevo huele la sal en el aire y oye el mar. Se imagina que es Hugo el que la está follando y esta es señal para que se desencadene el orgasmo inevitable, intenso, poderoso como una galerna en invierno. Su sexo se contrae con cada espasmo del éxtasis, no tiene necesidad de tocarse, solo se agarra clavando sus dedos en la espalda del hombre, aferrándose fuerte, sabiendo que es como un salvavidas que no se hunde, que la mantiene a flote evitando que se ahogue en el remolino de un orgasmo como hacía mucho que no tenía. Al acabar no afloja la presión, se mantiene abierta mientras el otro también obtiene su placer.

Cuando por fin se recuperan, el hombre sale de ella y Diana baja por fin las piernas, mientras exhala un suspiro de satisfacción y alivio a la vez. Ninguno de los dos dice nada. Eso le gusta, no es necesario hablar, no están allí para eso ni quiere conocer nada de aquel tipo, ni que él conozca nada de ella.

Pasan unos minutos largos y espesos como la calima que cae en ese momento sobre la costa. Está satisfecha pero eso no quiere decir ni mucho menos que se le haya bajado el deseo. Son muchos años esperando desfogar y sigue caliente, piensa en otro asalto antes de volver al hotel. Ya que está allí y la cosa ha ido tan bien sería absurdo no aprovecharse. Toma la iniciativa y le desenfunda el preservativo. Sale casi sin dificultad, solo tirando con los dedos porque ahora la tiene morcillona. El contacto directo con la verga y los dedos manchados de semen que utiliza como lubricante para pajearlo la enciende. Es una guarrería estupenda, piensa divertida acordándose de la frase de una amiga suya que cuando hacía estas cosas con novio decía “vaya asco más rico”. Pronto, el falo vuelve a estar recto y duro. Ella acaricia con la mano el glande, recordando que hace apenas unos minutos lo ha tenido dentro y el efecto que le producía al circular por el interior de su vagina. La ligera brisa que sopla le acaricia los pezones. Es caliente, no refresca, pero a ella le pone de punta los pezones.

De repente algo la inquieta: oye un crujido. Alguien se ha movido y ha pisado hojas de pino secas sobre la arena. Vuelve la vista a su izquierda y ve a unos metros el otro hombre mayor. Está desnudo, de pie, los contempla a la vez que se acaricia el sexo. El otro no se inmuta, parece que hace tiempo que se ha dado cuenta que están siendo observados y aquello es normal allí. Seguramente él también se ha pajeado muchas veces viendo a otras parejas enrollarse. Le hace un gesto con el que parece indicarle que si ella está molesta puede echarlo, pero Diana niega con la cabeza. Morbo sobre morbo, no quiere que el otro se sume al encuentro, no la pone hacérselo con él, pero sí la pone mucho que mire y se masturbe. Está tan caliente de nuevo que esta vez el sexo de chorrea y cuando el hombre la pone a cuatro patas y empuja, entra sin ninguna molestia. Más bien al contrario, ella empina el culo a la vez que cierra los muslos para sentirla más. Su sexo es como una ventosa que la atrae hacia el fondo.

Pronto la cópula se vuelve más animal, más intensa, más física. Otra vez los ojos cerrados para percibir los olores, los sonidos, para disfrutar con toda la intensidad. Es también para imaginar, para completar esa fantasía que se ha hecho realidad ¡Está follando en la playa! ya ha tenido un orgasmo, el segundo va a llegar rápido y lo único que podría mejorar aquello sería que su pareja fuera Hugo. Se lo imagina detrás de ella montándola. Piensa por un momento que los golpes secos y fuertes que hacen temblar sus muslos y sus nalgas se los propina él, que la verga la penetra es la suya. El gusto la invade esta vez más lentamente, sin urgencias pero sin pausa, como una marea que avanza hasta comerse la playa, lenta pero incontenible. Aumenta el ritmo y el hombre se aferra a sus caderas dejándole marcas en la piel mientras siente como se pone tenso, la aprieta muy fuerte y de nuevo se corre. Diana le impide separarse con la mano izquierda, rodeando con su brazo su cintura y agarrándole la nalga.

- No pares, no pares - le dice.

Su mano derecha desaparece bajo la barriga y busca su entrepierna. Le bastan apenas unos pellizcos en el clítoris para forzar su propio orgasmo antes que se le baje la erección. En ese momento abre los ojos y ve que el hombre mayor eyacula también una cantidad increíble de semen que va saltando por el aire y cayendo sus pies en la arena. Recuerda las veces que Hugo se derramó encima de su cuerpo, de su espalda, de sus pechos o incluso dentro de su vagina en aquellos momentos en que el calentón no daba para precauciones. La chica boquea asfixiada como un pez fuera del agua con la garganta ronca y las pulsaciones aceleradas. A pesar del orgasmo su cuerpo sigue todavía en tensión con la adrenalina corriendo por sus venas, incapaz de desconectarse y calmarse después del subidón. Agacha la cabeza y pone la cara sobre la toalla mientras se mantiene todavía empalada. Aún tardará un rato en recuperarse, ponerse el bikini y despedirse con un lacónico adiós, emprendiendo la vuelta sin mirar atrás.

Solo llegando al hotel gira una vez la cabeza y comprueba satisfecha que nadie la ha seguido por la playa. Entra en la piscina y se da una ducha. Se seca con la toalla y se pone en una de las tumbonas para que el sol haga el resto. Mira el reloj: las seis menos cuarto. Decide darle quince minutos más de siesta a su marido antes de subir y ponerse a recoger todo. Su cabeza repasa y archiva cada uno de los momentos vividos ese mediodía que recordara con seguridad en muchas de sus masturbaciones futuras. Está satisfecha y sin embargo... Ella nunca se ha conformado con lo bueno, prefiere lo mejor así que ¿porque no....?

Toma el teléfono y abre el whatsapp. Allí tiene un contacto que consiguió a través de un antiguo amigo de Álvaro. Lleva un par de meses dándole vueltas al asunto y hoy por fin se decide y escribe unas palabras. Pasa los siguientes cinco minutos decidiendo si aún está a tiempo de borrar el mensaje y si quiere hacerlo, pero no lo hace, todo lo contrario, sonríe satisfecha.




 
Hugo está en la piscina. Ahora lo acompaña a su vecina en la cubeta de los niños pequeños donde sus hijos chapotean. Ella se ha puesto también a jugar salpicando con ellos. Tiene una risa a la vez infantil, pero con un deje pícaro que no le pasa desapercibido y que la chica apuntala con miradas directas a los ojos de vez en cuando.

- “¿Cuándo te vas a decidir?” - parece preguntarle.

En uno de los forcejeos recibe un manotazo de su pequeño que le descompone por un momento el ajustadísimo bikini que lleva y hace que uno de sus pezones aparezca rosado y en punta por el frescor. Deliberadamente, hace como que no se ha dado cuenta y está todavía un rato así hasta que el hijo de Hugo la señala y se ríe. Entonces ella, simulando una vergüenza y una sorpresa que está muy lejos de sentir, lo tapa aparentando decoro.

Hugo se guarda para sí la imagen y una vez más trata de ponerle rienda a sus instintos. A diferencia de con Diana, parece que ahora lo consigue cada vez que se lo propone. Quizás sean cosas de la madurez o de la experiencia, quién sabe. Y quién sabe también si en el futuro podrá mantenerse a este lado de la barrera, pero de momento lo consigue.

Coge a su hijo y lo lleva a la toalla. Ya es hora de que se vaya secando. Su móvil vibra. Debe ser su mujer indicándoles que se vayan subiendo porque la merienda está lista. Sorprendido, se da cuenta de que el whatsapp que le ha entrado es de un número que no tiene registrado como contacto. En el perfil aparece una niña en la playa.

¿Quién puede ser?

La mano le tiembla cuando lee el mensaje y el móvil está a punto de caerse sobre la toalla. Se ha quedado con la boca abierta y buena parte de la seguridad que hasta ese momento sentía lo abandona, haciéndolo mirar a los lados como si alguien lo estuviera pillando en una falta grave. El mensaje es de su antigua amante Diana.

“Hola Hugo. Antonio me pasó hace unas semanas tu contacto, nos encontramos de casualidad y me alegré mucho de verlo y también de que me contara cosas de ti. Me dice que estás casado y que tienes un hijo. Me alegro un montón, te deseo lo mejor. No sabía si escribirte o no pero al final me he decidido ¿Que puede haber de malo en que nos interesamos el uno por el otro? Solo quiero saber si estás bien y cómo te va en la vida pero si decides no contestarme lo entenderé. Un abrazo muy fuerte: Diana”.

Hugo lee el mensaje. Después lo borra y se queda unos minutos como aturdido sopesando la decisión que está por venir. Finalmente no contesta pero tampoco elimina el contacto. “Más tarde decidiré”, piensa sin ser consciente de que esa misma fue la rutina que seguía durante todo el tiempo que estuvo de amante con Diana.


----------------------------------------------------------- FIN -------------------------------------------------------------
 
Próximo relato:



Juncal (empresaria, 43 años): “Aunque pueda sonar típica, lo de verme vestida de dominatrix, con látigo y corsé de cuero, es algo que me pone a mil. Y más cuando imagino que a quienes someto son cuatro de los empleados más fornidos que tengo a mi cargo, semidesnudos, cachas y lamiéndome como perrillos”.

En la sección de fantasías sexuales de las españolas.

Con este relato daremos inicio al año nuevo e intentaré un cambio en el tono para empezar con buen humor, que falta nos va a hacer para el 2026.

Felices fiestas a todos/as!!!!!!
 
Diana lo único que me da es muchísimo asco.
Junto con la que se acostó con el compañero de trabajo del Negro, son las tías más asquerosas de todas estas historias que está contando Luis.
Y no, estoy no son fantasías de las Españolas, estoy tiene otro nombre: INFIDELIDAD nivel top.
Para mí, otro relato en el que ganan los infieles.
 
Y le doy a me gusta, porque el relato es bueno, pero la realidad es que este tipo de situaciones en los que los infieles y malas personas ganan y los buenos se quedan sin enterarse de nada me produce frustración e impotencia.
 
Hugo está en la piscina. Ahora lo acompaña a su vecina en la cubeta de los niños pequeños donde sus hijos chapotean. Ella se ha puesto también a jugar salpicando con ellos. Tiene una risa a la vez infantil, pero con un deje pícaro que no le pasa desapercibido y que la chica apuntala con miradas directas a los ojos de vez en cuando.

- “¿Cuándo te vas a decidir?” - parece preguntarle.

En uno de los forcejeos recibe un manotazo de su pequeño que le descompone por un momento el ajustadísimo bikini que lleva y hace que uno de sus pezones aparezca rosado y en punta por el frescor. Deliberadamente, hace como que no se ha dado cuenta y está todavía un rato así hasta que el hijo de Hugo la señala y se ríe. Entonces ella, simulando una vergüenza y una sorpresa que está muy lejos de sentir, lo tapa aparentando decoro.

Hugo se guarda para sí la imagen y una vez más trata de ponerle rienda a sus instintos. A diferencia de con Diana, parece que ahora lo consigue cada vez que se lo propone. Quizás sean cosas de la madurez o de la experiencia, quién sabe. Y quién sabe también si en el futuro podrá mantenerse a este lado de la barrera, pero de momento lo consigue.

Coge a su hijo y lo lleva a la toalla. Ya es hora de que se vaya secando. Su móvil vibra. Debe ser su mujer indicándoles que se vayan subiendo porque la merienda está lista. Sorprendido, se da cuenta de que el whatsapp que le ha entrado es de un número que no tiene registrado como contacto. En el perfil aparece una niña en la playa.

¿Quién puede ser?

La mano le tiembla cuando lee el mensaje y el móvil está a punto de caerse sobre la toalla. Se ha quedado con la boca abierta y buena parte de la seguridad que hasta ese momento sentía lo abandona, haciéndolo mirar a los lados como si alguien lo estuviera pillando en una falta grave. El mensaje es de su antigua amante Diana.

“Hola Hugo. Antonio me pasó hace unas semanas tu contacto, nos encontramos de casualidad y me alegré mucho de verlo y también de que me contara cosas de ti. Me dice que estás casado y que tienes un hijo. Me alegro un montón, te deseo lo mejor. No sabía si escribirte o no pero al final me he decidido ¿Que puede haber de malo en que nos interesamos el uno por el otro? Solo quiero saber si estás bien y cómo te va en la vida pero si decides no contestarme lo entenderé. Un abrazo muy fuerte: Diana”.

Hugo lee el mensaje. Después lo borra y se queda unos minutos como aturdido sopesando la decisión que está por venir. Finalmente no contesta pero tampoco elimina el contacto. “Más tarde decidiré”, piensa sin ser consciente de que esa misma fue la rutina que seguía durante todo el tiempo que estuvo de amante con Diana.


----------------------------------------------------------- FIN -------------------------------------------------------------
Se la va folletear de nuevo :devilish:
 
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